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Del ciberfeminismo al hackfeminismo
Notas para pensar Internet en tiempos de la algoritmia
Josemira Silva Reis y Graciela Natansohn*
Presentación
La segunda década del siglo XXI vio emerger un nuevo tipo de movilización de masa, más multicéntrica y capaz de abrigar una diversidad jamás vista de estéticas y discursos –muchos de ellos, contradictorios. Esa nueva manera de protesta ha sido vehiculada y amplificada principalmente por dispositivos móviles de comunicación (smartphones, tablets y otros) y por las plataformas de redes sociales (principalmente Twitter, Facebook y Youtube). Aunque no cabe a este texto profundizar las discusiones (muy pertinentes) sobre el proceso de emergencia del ciberactivismo1 y sus implicancias para la democracia, este tema es evocado aquí para ilustrar el papel expresivo que las tecnologías digitales han desempeñado para dar
* JOseMira silva reis. Magister. Unversidade Federal da Bahia. josemirareis@gmail.com. Graciela natansOhn. Doctora. Unversidade Federal da Bahia. graciela@ufba.br 1 El término ciberactivismo aquí es amplio, refiriéndose a toda y cualquier forma de uso de las TIC por parte de grupos civiles para fines de acción colectiva.
visibilidad a los movimientos sociales y a los procesos de asociativismo civil. El hecho es que estas nuevas configuraciones sociotécnicas han generado una serie de incertezas a cerca de la calidad política, económica y cultural de la democracia, pero también es verdadero que han contribuido para la inserción, visibilidad y articulación de grupos cuyas voces antes eran aisladas, ocultadas o relegadas a una especie de limbo social.
En este sentido, es emblemático el ejemplo de los movimientos feministas y de mujeres que vienen ocupando los espacios de sociabilidad digital para discutir, reflexionar y reivindicar nuevas inflexiones para el tratamiento de dilemas sociales que les atraviesan. Y aunque es difícil hablar de marcos temporales cuando tratamos de procesos sociales en larga escala, es posible localizar el año 2015 como un ejemplo emblemático de la capacidad de movilización alcanzada por las mujeres en red, cuando diversas iniciativas de movilización y solidaridad surgieron o se consolidaron.
La abertura de Internet para el uso civil, en los años noventa, permitió la emergencia de una serie de nuevos repertorios para los movimientos feministas y de mujeres. Las listas de discusión por e-mail, los fórums y las newsletters (contenidos enviados por e-mail) posibilitaron la articulación de activistas del mundo entero de forma más rápida, barata y a una escala jamás vista.
En ese contexto, en 1991, se escucha hablar por primera vez, de la palabra ciberfeminismo, acuñado por el grupo australiano VNS (VeNuS) Matrix. El ciberfeminismo era un conjunto de acciones político-estéticas coordenadas por “ciberputas y anarcociber-terroristas” para hackear “el sistema operacional del Big Daddy” (Evans, 2014). Sus integrantes, imbuídas del imaginario ciborg propuesto por Donna Haraway, creaban códigos, mediaban fórums online, construían juegos de computador, instalaciones artísticas con video, eventos, textos y outdoors, siempre para marcar la diferencia en relación al androcentrismo practicado por el arte cyberpunk de los años ´80. Las acciones de las VNS reverberaron en el mundo anglosajón y así, se fueron formando diversos colectivos similares que, en
1997, promovieron el I Encuentro Internacional Ciberfeminista, en el encuentro de arte Documenta X, en Alemania.
En esa década aparecen también los primeros colectivos hackfeministas, tales como SubRosa, uno de los principales grupos fundadores del hacktivismo que contribuyó para dar visibilidad internacional al levante zapatista de ´94, y que es considerado por muchos/ as autores/as el primer gran episodio de ciberactivismo del que se tiene noticia (Ford, Gil, 2004). Más allá de esta escena autonómica y anárquica, el período contó también con nuevas estrategias que se diseminaron a través de la formación de grandes redes mediadas por ONG. Entidades como la Asociación para el Progreso de las Comunicaciones (APC) fueron imprescindibles para la articulación global de mujeres, en oportunidad de la IV Conferencia Mundial de Mujeres en Pekín, en 1995. Durante la conferencia, conocida por ser la primera a señalar formalmente a la comunicación como un derecho humano esencial, APC disponibilizó formación técnica para más de 1.700 mujeres, responsables por construir y alimentar un Site sobre el evento en 18 idiomas, que contabilizo más de 100.000 visitas (Boix, Miguel, 2013).
Al inicio del siglo XXI, luego de la intensa participación de grupos feministas en los movimientos antiglobalización que marcaron el paso del milenio2, fue el momento de que las mujeres organizaran internacionalmente sus propias manifestaciones. Eventos como la Marcha de las Mujeres3 y la Marcha de las Putas son algunos de los ejemplos más emblemáticos de la capacidad de autoorganización transnacional adquirida y amplificada por mujeres en los tempos 2.0. Una Internet basada en la colaboración e interactividad, por vía de interfaces y comandos más autoexplicativos, proporciona también la multiplicación de las wikis y blogs feministas, que contribuirán
2 Sobre los movimientos antiglobalización, ver Tarrow (2009). 3 La “Marcha das Mulheres” en Brasil, por ejemplo, ocurre desde el año 2000 y ya reunió millones de hombres y mujeres en más de 670 localidades del planeta. http:// www1.folha.uol.com.br/mundo/2017/01/1851963-marcha-das-mulheres-reune-milhares-contra-trump-em-washington.shtml.
expresivamente para el aumento y circulación de informaciones sobre el universo femenino, tanto como para explicitar la enorme complejidad que moviliza el término mujer. En estos espacios, las mujeres radicalizan la dinámica de politización de lo personal, ratificando el carácter vacío y al mismo tiempo, rebosante, que las construcciones de género ayudan a acomodar, cuando bajo esta tag de categorización social explotan realidades tan distintas y complejas.
A ese proceso de multiplicación del activismo 2.0 le sucedió el activismo vía redes sociales en la década presente. El activismo, antes dirigido a las comunidades de afinidad, de a poco se trasladó para las timelines, creando una rutina –para grupos de amigos de la escuela, del trabajo, de la família– de contacto con problemáticas sociales que afectan a las mujeres más allá de cada 8 de marzo. La hiperconexión mundial viabilizada por emprendimientos como Facebook, Twitter, etc. ha contribuido para la multiplicación de grupos y redes feministas con acentos e intereses muy distintos, incluso ideológicamente, pero que han encontrado en el uso recursivo de hashtags unas posibilidades de congregación para procesos comunes e igualmente conflictivos.
A esa amplificación de la visibilidad de las luchas feministas y de las mujeres, como es esperado, le han surgido resistencias, y muchas veces, muy truculentas. De este modo, actualmente, además de organizarse para reivindicar transformaciones, precisan crear estrategias de resistencia a las reconfiguraciones que asume la violencia digital. Fenómenos como ciberchantaje, divulgación de datos e imágenes sin consentimiento, trolls4, y todo tipo de ataques misóginos, son algunos de los desafíos que crecen proporcionalmente a las oportunidades generadas por las tecnologías.
4 Originalmente trolls significaba monstruos del folclore anglosajón, pero en Internet el término se usa para referirse a usuarios que intencionalmente siembran discordia en los chats o fórums, generalmente de forma sarcástica. Muchos trolls transforman la discordia en acoso y persecución. Activistas mujeres cis y trans no blancas son las que más vienen sufriendo con ese tipo de práctica.
En este contexto se suceden hoy los nuevos repertorios de acción de las mujeres y grupos feministas, tales como la creación de campañas públicas, la producción colaborativa de datos que sustenten los pleitos por las transformaciones de leyes y políticas sociales; la organización conjunta como respuesta a los ataques misóginos orquestados contra activistas e instituciones; la producción de bots (robots) capaces de identificar y producir en gran volumen respuestas a las amenazas sufridas; la movilización de la prensa para llamar la atención de las autoridades para las problemáticas vividas por las activistas; la creación de espacios seguros (conferencias, talleres, hackatonas5, hacklabs, makerspaces6) capaces de contener las demandas específicas y fomentar la apropiación de herramientas tecnológicas, tanto como de generar articulación política.
Ciber y hackfeminismos, la extensión de un concepto
Según Paasonen (2011), los estudios sobre activismo de mujeres y TIC fueron inicialmente concentrados bajo la polémica nomenclatura “ciberfeminismo”. Polémica porque el término ha sido aplicado a un amplio espectro de situaciones y fenómenos aunque sin grandes consensos teóricos, explica la autora. En su revisión de la literatura, ella identifica tres campos de estudios relacionados al ciberfeminismo: el primero sería guiado por un fuerte viés filosófico, liderado por autoras como Donna Haraway, Rosi Braidotti y Saddie Plant y grupos militantes como VNS Matrix y Old Boys Network. Estas autoras tienen como preocupación central la revisión de las fronteras entre humano/naturaleza/máquina, en un contexto tecnológicamente
5 Hackatonas o maratones hackers son eventos en que grupos multidisciplinarios – participantes de ONGs, programadores/as, designers y hackers, entre otros – se unen para desarrollar prototipos tecnológicos para resolver un problema específico. 6 Hacklab, hackerspace o makerspace son espacios que abrazan la ética hacker y donde las personas van para aprender a usar la tecnología y compartir sus conocimientos en el área con los demás. Los makerspaces se relacionan más con el manejo y creación de hardware.
saturado, donde cada vez más las prótesis se funden a las experiencias humanas, metafórica y literalmente. Un segundo ramo estaría ocupado en comprender críticamente las relaciones de género circunscriptas por las prácticas tecnológicas. Se destacan en este campo, los trabajos académicos sobre la vida artificial (Sarah Kember), sobre los nuevos tropos y figuras generados por la cultura cibernética (Haraway), los análisis históricos de Alison Adam, y las intervenciones activistas en las áreas de la biotecnología, corporalidad y militancia, como el colectivo subRosa. La tercer forma, que más se popularizó y continúa siendo comúnmente usada, trae la noción de que el ciberfeminismo se refiere a los estudios feministas en “nuevos” medios o acerca del ciberespacio y las diversas formas emancipadoras y subalternizadas que emergen de ellos.
Heike Jensen (2009) también ve como problemática la hegemonía de acciones orientadas para a camada más superficial de Internet. Afirma que las elaboraciones feministas contemporáneas se han mostrado débiles en el enfrentamiento de las tensiones semánticas que las TIC realizan, tanto en el ámbito del trabajo como de la economía, concentrando esfuerzos, tanto teóricos como de movilización, alrededor de la dimensión comunicativa, sobre todo, en lo que se refiere a Internet. La construcción de movimientos feministas a partir de plataformas online corporativas, a ejemplo de Facebook, Twitter, etc., explica Jensen, presenta una enorme ambigüedad. A pesar de que esas plataformas han desarrollado un papel crucial en la visibilidad de las luchas feministas, ellas han generado nuevos riesgos a las militantes, dada las posibilidades de vigilancia implícitas en sus códigos nada transparentes, las condiciones nebulosas con que son construidas sus políticas de uso, consentimiento y sus servicios, cuya monetización de contenidos obscurece informaciones sobre los movimientos sociales menores y locales.
En esta década resurgen nuevas as expresiones del hacktivismo feminista bajo la denominación hackfeminista, que repiensa el lugar del activismo por otras vías, no limitada a la camada de Internet que produce y divulga contenidos, sino que mira el campo de las
infraestructuras lógicas y físicas, responsables de las condiciones de existencia de Internet. También autodenominado como transhackfeminista, con todas sus variantes, adhieren al feminismo en sus versiones Queer y Trans, enfatizan y promueven procesos de autonomía tecnológica, comunitarismo, redes alternativas y rechazan las complicidades del big data con el modelo de negocios de Internet. A pesar de que aún son pocas esas colectivas, han asimilado los principios hackers relacionados al software libre. Algunas prestan servicios de host a grupos que trabajan en la autodefensa y autonomía digital para mujeres e identidades diversas (tal como el grupo Cl4ndestinas, en Brasil), o en el desarrollo de tecnologías de robot, tal como Beta, una “robot feminista hasta el último código” desarrollado por el grupo Nossas, también del Brasil. En Facebook, Beta auxilia a las mujeres en la actualización de la lucha feminista, a través del envío de alertas vía chat, cuando determinada pauta de interés de las mujeres gana la agenda del Congreso Nacional, por ejemplo. A esas propuestas se le cruzan ideas como Fuxico Box, una red wifi autónoma que puede ser usada en espacios donde no hay Internet, y que evita la vigilancia y el rastreo.
Parece haber consenso (Cabral, 2010; Saboya, 2013, Minella, 2013), en que la producción académica contemplando la intersección temática entre género/raza y el desarrollo de infraestructuras tecnológicas es bastante escasa, comprendiendo, en su mayoría, estudios sobre educación, salud, políticas y usos de TICs7 para el activismo. En tiempos de una creciente movilización feminista y antirracista importa observar las controversias que implica reclamar
7 Carla Cabral (2010) analizó 100 tesis académicas en Brasil, producidas entre 1980 y 2011 en el campo de los estudios feministas en Ciencia y Tecnología (C&T), y concluyó que los temas que más sobresalen son los relacionados a las carreras de mujeres en la tecnología y la educación. Otros trabajos (Bittencourt, 2008; Lopes et al., 2014; Minella, 2013) muestran como temáticas más frecuentes: el acceso de las mujeres a la enseñanza superior, a la producción científica y a sus asociaciones; los impactos de la C&T sobre la salud de las mujeres, trayectorias de mujeres en C&T; epistemologías/teorías de género y C&T; construcciones de género en salud, medicina y biotecnología; educación, género y C&T; imágenes de género y C&T; TIC y usos de C&T.
transformaciones a partir de la apropiación de artefactos no neutros, cuyos códigos de conducta, acción y regulación se inscriben a partir de un nuevo paradigma que viene consolidándose a partir de la manipulación de datos (Zuboff, 2018; Van Dijck, 2017).
“Algocracia” y “dataísmo”: algunos conceptos para pensar el activismo en estos tiempos
A grosso modo, algoritmos son instrucciones que ayudan a los sistemas a resolver un problema o completar una tarea. Ellos no se restringen sólo al mundo digital –recetas culinarias y ecuaciones matemáticas también son considerados algoritmos–, pero a partir del universo digital ese vocablo se volvió más familiar para la mayoría de las personas. Todo lo que hacemos en Internet, en los smartphones, en los procesos de automatización de objetos es resultado de los comandos predefinidos por algoritmos. Es muy difícil pensar en los días de hoy en algún proceso social que no involucre en algún momento la actuación de diversos algoritmos. Pensar un mundo sin ellos, es pensar un mundo donde todos los procesos de monitoreo, medición, análisis y sistematización vuelven a depender de las reglas mentales humanas, y siempre empezando de cero.
Es difícil pensar cualquier gran hecho histórico de esta década sin que el mismo haya sufrido la acción efectiva de diversos algoritmos. A las grandes movilizaciones ya mencionadas les fue atribuido su éxito al uso de redes. Son muchos los estudios que se han dedicado también a comprender el papel de los robots, buscadores y plataformas – especialmente los grandes emprendimientos como Facebook, Twitter y Youtube – en el avance y visibilidad de determinadas narrativas y grupos ultraconservadores durante las elecciones de los últimos años, en los más diversos contextos geopolíticos, y que han
convertido en victoriosos o fortalecido electoralmente a candidatos conservadores8 .
Para algunos autores, estaríamos pasando por un momento de reconfiguración de los procesos productivos y de la gestión de lo social, encuadrados en un tipo de gobernanza que se da a través de los algoritmos y las irrestrictas prácticas en larga escala de medición, manipulación y monetarización de aspectos del comportamiento humano (Van Dijck, 2017). Esa perspectiva, denominada de “capitalismo de vigilancia” (Zuboff, 2018), o de “algocracia” (Danaher, 2016) o todavía, de “gobernanza algorítmica” (Castro, 2017) se sitúa en el entendimiento pospolítico característico del neoliberalismo, que “se apoya en pesquisas de opinión, atribuyendo a éstas un poder de reflejo de la voluntad popular que borra las contradicciones inherentes a la política” (Castro, 2017, p.5 traducción nuestra).
A mediano plazo, los arreglos sociales serán radicalmente alterados por medio de un proyecto de mediación algorítmica global que no es ampliamente debatido por los ciudadanos, bajo el supuesto de que esos temas requieren habilidades técnicas, lo que no debería ser motivo para inhibir la investigación y divulgación sobre un tema tan sensible. Aunque sean herméticos o inaccesibles técnicamente, todo sistema presenta una “lógica operacional”, cuyos principios de funcionamiento son siempre posibles de análisis crítica teórica, argumenta Bucher (2012).
Para Zuboff (2018), las dificultades en establecer incursiones teóricas más efectivas sobre la nueva orden sociotécnica se debe al hecho de que muchos estudiosos continúan encarando este tema como de orden tecnológica, lo que es un equívoco una vez que lo que se
8 Es inevitable no pensar en la victoria de Donald Trump para la presidencia de los EUA, en 2016. Según analistas, Trump habría vencido a su adversaria gracias a la diseminación masiva de fake news en las redes sociales, a través de robots. Ese hecho levantó fuerte controversia sobre las responsabilidades de las redes sociales corporativas, especialmente de Facebook, en ese proceso, acusado de practicar una lógica relacional sustentada por algoritmos poco preocupados en discernir noticias verdaderas de las falsas, de gratificar con visibilidad a perfiles sin prestar atención a valores éticos y por aislar a sus usuarios en comunidades de afinidades.
observa es la base de una nueva lógica productiva, a la que ella llama de “capitalismo de vigilancia”. Su consolidación solo ha sido posible gracias a los dados que los sistemas han aprendido de los sujetos y demás artefactos en interacción digital. Lo que equivale a hablar de inputs y outputs realizados cotidianamente por tres de los siete billones de personas conectadas en el planeta, que son recolectados, sistematizados, modulados y vendidos indiscriminadamente a quien los pueda pagar9 .
Esta nueva lógica de acumulación, orientada por la división social del aprendizaje –y no por la división social del trabajo, como en la lógica industrial– se va legitimando a partir de un nuevo paradigma epistemológico que viene consolidándose, tanto en el ámbito de la ciencia como en el de la sociedad, al que algunos/as autores/as llaman de dataísmo (Van Dijck, 2017), que otorga al procesamiento de los datos (datificación) la capacidad interpretativa acerca del mundo y de las relaciones sociales. En palabras de José Van Dijck, la datificación (datafication) consiste en “la transformación de la acción social en datos on-line cuantificados, permitiendo el monitoreo en tiempo real y el análisis predictivo” (p.41, traducción nuestra).
Los defensores de este paradigma generalmente se amparan en la premisa de que nunca antes se tuvo acceso a tanta información íntegra y auténtica del cotidiano de los seres. Y que ese amplio espectro de datos pueden generar una ciencia mejor, con más objetividad y neutralidad, lo que diversos autores refutan, porque: 1) esos espacios digitales se encuentran sometidos a prácticas de filtrado y manipulación algorítmica por razones comerciales (Boyd; Crawford, 2012; Van Dijck, 2017); 2) los conjuntos de datos a los cuales se le aplican los algoritmos tienen sus propios límites y deficiencias, pues conjuntos con billones de informaciones no capturan la plenitud de las vidas humanas y la diversidad de sus experiencias (Pew Research, 2017). 3) todavía, esos conjuntos de datos no representan a todos los seres del
9 Ver: https://brasil.elpais.com/brasil/2017/05/03/tecnologia/1493835469_309268. html
planeta, ni siquiera, a una muestra representativa de ellos en situaciones isonómicas posibles de parametrizar; 4) algoritmos son creados por personas –por hombres blancos, como muestran diversos estudios– que, por más que se esfuercen por ser objetivos, neutros e inclusivos, cargan intereses político-ideológicos, valores morales y económicos que, en mayor o menor dimensión, inevitablemente estarán embutidos en sus códigos (Pasquale, 2015).
Además, la idea de una ciencia mejor en el sentido de más objetiva y universal ya ha sido ampliamente debatida y refutada en el campo del Análisis de la Ciencia y Tecnología y más aún en el seno de los Estudios Feministas en Ciencia y Tecnología (Castaño, 2005; Haraway, 2004; Saboya, 2013; Wacjman, 2005), que han demostrado hasta el agotamiento que tanto el hacer científico como el tecnológico son tan normativos y no neutros como cualquier otro campo de sistematización de la realidad, pues nacen en contextos sociales e históricos con valores e intereses sociales intrínsecos a sus estructuras epistémicas.
Esta nueva configuración de lo social nos exige la percepción teórica sobre las divisiones o brechas digitales que, además del acceso a Internet, exigen pensar en la interseccionalidad, en los entrecruzamientos entre raza, género, territorio, clase, entre otros, y que solicitan también el ejercicio de imaginar cómo serán las oportunidades de aquellas y aquellos que no están conectados, o que lo hacen esporádicamente, o para quienes Internet de las Cosas es pura ciencia ficción porque ni energía eléctrica tienen. Hay un recelo justificado de que los algoritmos y el modo como miramos y tratamos los datos privilegien la narrativa de unos pocos en detrimento de los más pobres, generando como resultado más disparidad digital y de riqueza (Zuboff, 2018).
Puesto esto, más que los pros y contras generados por la tecnología, volvemos a recaer sobre las antiguas cuestiones metodológicas que hace tiempo hicieron las epistemólogas feministas (Harding, 1999; Haraway, 1995; 2004; Maffía, 2012): ¿a quién le ha sido delegado el poder de la inscripción de los códigos de nuestro tiempo? ¿A quién
ha beneficiado su falta de transparencia? ¿Cuáles son los impactos que esas opciones han generado para los otrxs, los marcados y excluidos de las decisiones sobre este tema?
Las posibilidades para una gobernanza algorítmica con criterios éticos y fundados en valores ecuánimes involucra una serie de acciones conjuntas que requieren pensar otras formas de mirar lo real, que es lo que vienen realizando y discutiendo las hackfeministas latinas. Pasa por la creación de nuevos contratos y reglas de gobernanza, por postular protocolos de transparencia y responsabilidad social efectivos, por la restitución a los/las usuarios/as-ciudadanos/ as de la capacidad de agencia sobre sus datos, por la inclusión de protocolos de acceso más rigurosos, por la creación de metadatos de los algoritmos que permitan el rastreo y auditoría de las acciones de las empresas, y no de los/las usuarios/as.
Todas estas y otras tantas salidas posibles para estas cuestiones solo serán viables y ejecutables a partir de un proceso de inclusión de todos y todas, mediante un nuevo tipo de alfabetización a la que podemos llamar de alfabetización sociotécnica, que prevea el aprendizaje reflexivo de una nueva gramática, enfrentando en código abierto a las sintaxis y semánticas que tensionan la fusión acumulativa de los conocimientos generados históricamente por las tecnologías materiales, sociales y literarias (Haraway, 2004).
Consideraciones finales
Hablamos sobre los movimientos sociales y su potencial de abrigar controversias públicas y producir tensiones en los asuntos públicos. Realizamos un breve recorrido histórico para contextualizar la mirada feminista sobre las tecnologías. Nos referimos a las contribuciones del asociativismo civil y feminista para la construcción de un proyecto de Internet más libre, dialógica e inclusiva que hoy se ve amenazado por una lógica operacionalizada por códigos herméticos y opacos. Porque, junto a Mejías y Couldry (2019, p.80) entendemos
que comprender los datos masivos desde el Sur Global significa “entender la actual dependencia del capitalismo en este nuevo tipo de apropiación que funciona en cada punto del espacio donde las personas o las cosas están vinculadas a las infraestructuras de conexión”. Imaginamos, como Morozov (2019), una posible tecnología rebelde, que no sea innovadora para conservar el orden social sino que sirva para articular la rebeldía contra las injustas condiciones sociales. Destacamos la contribución del movimiento de mujeres en el hackeo del género y de la tecnología, para hacer de Internet un bien común que contribuya al buen vivir.
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