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La Vaca Lupe AVENTURA FAMILIAR EN

Por: Samuel Parra

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A22 kilómetros de distancia comienza la libertad de tus sentidos. Si vienes desde Mazatlán, aventúrate por la carretera libre a Culiacán, para enfilar tu destino hacia la Sindicatura de La Noria. Nuestra travesía nos lleva hasta el Restaurante y Parque La Vaca Lupe.

Es un comedor familiar y artesanal donde los engranes de la cocina de rancho funcionan a tiempo; con demasiada armonía y la vibra positiva en perfecta sincronía. El escenario está asentado en el Corredor Turístico El Habal – La Noria, donde Roberto Osuna El Zeuss, nos cuenta su homérica odisea por edificar el Ítaca o paraíso en la serranía: madera y luz; ángulos y espacio. ¡Qué delicia de sitio!

“Un día platicando con mi familia, les digo que yo quiero hacer un proyecto, para generar una economía, para hacer que la gente venga a La Noria y la conozcan. Todo mundo quiere ir a un pueblo, subirse a la camioneta e irse a la aventura”, confesó.

Cualquier selección de la carta trae recuerdos o los provoca. La Vaca Lupe es la síntesis corregida y aumentada, de lo que Roberto visualizó sobre una mesa extraordinaria que abraza todo tipo de viandas alegres. La cocina es violetamente audaz, golosa, a veces extrema, o definitivamente una aproximación a la gula.

La carne asada en espadas preparada con simpleza, dejándola ser y expresarse apenas trastocada por lenguas de fuego, que emana el carbón incandescente que la abraza por afuera, pero la respeta por dentro. Contémplenla con calma, esta no es una receta, nosotros no damos recetas, pero el platillo que ven en las fotografías merece mencionarse y las acciones son tan simples, que hasta pareciera que las puedes repetir en tu casa y sí puedes… el asunto es que te sepa igual.

“Yo tengo cocineras originarias de La Noria, ellas cocinan como realmente se cocina en un pueblo, en un rancho, por eso digo que La Vaca Lupe es un restaurante campestre, aquí vienes y te comes los frijoles con manteca, te sirven el plato de chicharrón, machaca, chorizo; son esos platos como nos los servía la abuela, que no les cabe nada”, compartió.

A este postre, le apodan los quequis de la abuela, es de la buena barra y descomunal. Un auténtico insulto a las compasivas costumbres, pero un monumento a la indulgencia espectacular. Nunca hemos contado las vueltas que lleva el quequi, porque simplemente, se nos hace ocioso o no nos da tiempo, cuando nos damos cuenta de que ya nos llevamos el último trozo a la boca.

“Desde el principio tuve una visión y una misión, voy a hacer un restaurante donde los niños se conviertan en niños, que vengan a jugar cosas que

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Kilómetros de distancia hacia La Noria desde Mazatlán no hay en Mazatlán, que convivan con los animalitos, con la naturaleza y también, que las familias se volvieran a reunir”, comentó.

Esta machaquita a la mexicana es legendaria, resulta un auténtico engendro de la tentación para hacerte caer en su sabor y despeinarte las salivales, hasta dejarlas exhaustas.

Sobran razones para acudir a La Vaca Lupe y dejarte apapachar, en esa amplia terraza, pero la razón principal es simplemente satisfacer el apetito y los ímpetus de agradar al paladar, con una cocina entrañable, de mucha calidad y más que otra cosa bien sabrosa.

“A mí me encanta cuando las familias empiezan a caminar por el parque, a jugar con los niños, a convivir con los abuelos, entonces el parque está muy ligado a la comida. Les regalamos este espacio tan bonito, de estar debajo de un Huanacaxtle, cuando es tiempo de lluvia, puedes ver correr el arroyo, en tiempo de frío puedes llevarte tu café de olla y sentarte en lo fresco”, dijo.

Comer en La Vaca Lupe, es un lenguaje lineal, que te susurrará los mismos motivos del principio al final, como en una ejecución orquestal al tutti, en donde todos los instrumentos, expresan una única frase amalgamada a un ensamble alimentado por los perfumes de la cocina rural. Y todo esto simplemente, para redundar en una idea: que la cocina le debe su ser a los brotes de la sierra, a los frutos e hijos de la tierra, que, cultivados o criados, se nos entregan en cada cambio dramático del año.

“Los domingos tenemos 50 empleados directos, yo tengo un compromiso y lo sigo cumpliendo. El refresco lo compro en La Noria, los quesos, todo el producto que se lleva a la granja, los productos de mantenimiento, todo. Yo podría comprarlo en Mazatlán más barato, pero mi compromiso fue apoyar a La Noria”, señaló.

La especialidad de La Vaca Lupe, es la carne asada y los frijoles refritos con manteca, así como los guisaba la abuela, pero también las tortillas hechas a mano. Las salsas son fastuosas y todos los arrumacos de entrada, te mantienen con el paladar sumido en la irresponsable complacencia y en el grato sabor de boca. ¡Amén por los Turistas!

#YOSOYVACALUPE

“Faltan hoteles de primer nivel, más vuelos, porque el turismo que manejamos es el nacional. Sí, tenemos que profesionalizar más el servicio, eso es lo que estamos haciendo nosotros”, mencionó.

Desde familias numerosas que superan los diez comensales, hasta excursiones de turistas ansiosos por aventurarse en la zona rural, llegan con confianza, a sabiendas de que encontrarán algo, o muchas cosas, que seguro les encantarán. Cuando entras a su comedor, tienes la sensación de que el tiempo poco importa.

“¿Cuál el es reto?, Yo siempre lo he dicho, es hacer las cosas diferentes. Hace 10 años nadie volteaba a ver a las sindicaturas, mi reto, fue abrir una becha y se fueron dando las cosas. Yo batallé cuatro meses, para que viniera la gente, subía videos con mi familia conviviendo en La Noria”, dijo.

Es un sentimiento envolvente que te lleva a la mesa, y te hace rascar en memorias que considerabas perdidas, es el ritmo del comedor, de la cortesía con que la hostess te recibe, o el de la jarra con agua de horchata, o el café de olla humeante. Es un acto simple, imperdible y evocativo. A tus espaldas, en la mesa aguarda el requesón embarrado en tortillas doradas de los vecinos, que cotorrean sabroso; y en la de allá celebra una familia de manteles largos. ¿Qué más se puede pedir a la vida?

“Estamos dándole a la cultura del servir, y tenemos que cuidar al turista, la zona rural, ya no depende de la agricultura o la ganadería, depende de los restaurantes”, comentó.

La mágica experiencia comienza con la sobremesa, terminas de comer, estás satisfecho y listo para emprender la caminata en el parque campirano. Puedes alimentar a las gallinas, montar a caballo, en burro o subirte a la tirolesa, dejar que las bendiciones chacoten, mientras tú reposas el sabroso exceso de la culpa gastronómica.

Aquí se presume el rescate de recetas; la cualidad orgánica del producto; la necesidad de preservar y profundizar en platos, que cuando llegan a tu boca te explotan, ofreciendo incluso, mejores sensaciones que las que obtienes en sitios de chefs muy famosos pero impagables. Todo ello no es un resultado fortuito, es producto de años y años de experiencia, que a Roberto Osuna El Zeuss le heredaron las mujeres habitantes de La Noria.

“Cuando abres un negocio generas empleos, generas economía, generas una calidad de vida para mucha gente, eso es lo que estamos haciendo”, argumentó.

Se alinean muchos respetos juntos aquí, pero entre ellos prevalece la entrega de los platos, impecable a la vista, deliciosamente sensible al gusto, muy orgullosa de su origen noreña. Devociones que van desde la misma cerámica, que reservan para montarlo todo, y que a veces se pierde en grandes superficies, permitiendo que la vista respire y la contemplación de lo encontrado te inspire.

El seis de agosto de 2016, abrió sus puertas La Vaca Lupe, sorteó las vicisitudes de Covid-19 y demostró, cómo las crisis se convierten en oportunidades.

“Yo tuve la visión de que cuando se termine esto, porque nadie sabíamos cuánto tiempo iba a durar, la gente va a querer salir, va a querer ir a un lugar al aire libre y aprovechamos para hacer crecer el parque y cuando abrimos fue un boom”, finalizó.

La Vaca Lupe, es un portento de imágenes que sintetizan la lectura, de lo que representa la cocina rural de La Noria, colorida, pulcra, sencilla y a la vez bronca, pero con sabores inéditos, para quien llega apenas a Mazatlán. Son seres felices, que cuando no cocinan, hacen huaraches, quesos, alfarería, sillas de montar y no desbaratan su núcleo familiar, ni de broma. Ríen todo el tiempo, eso mantiene felices a los comensales.

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