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Comunicación y emoción

RAÚL ALAS (*) — La comunicación es un acto maravilloso que va más allá del mero uso de las palabras, porque podemos expresarnos no solo de forma vocal, sino ante todo con la mirada, la sonrisa, el tono de la voz, el uso de las manos y demás gestos corporales. Y con todo ello, generar emociones.

De hecho, se ha estudiado que la expresión verbal representa alrededor de un diez por ciento de la comunicación, mientras que el tono de la voz y la expresión corporal suman el noventa por ciento restante. Lo que significa que prevalece lo inconsciente sobre lo consciente, la emoción sobre la razón.

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Por tanto, siempre que estamos cara a cara con alguien, podemos expresar más con nuestros silencios y gestos, que solo con la expresión verbal. Esa es la magia de la expresión corporal, que permite transmitir sensaciones y emociones según la forma que lo hacemos. En este caso, la forma es el fondo.

Por eso, hay silencios más hirientes que cualquier palabra de agravio o elogios tan sublimes que carecen de palabras. Sonrisas genuinas que nos hacen sentir bienvenidos o muecas de desprecio que cierran tajantemente las puertas al dialogo o que nos provocan malestar.

Sin embargo, resulta relevante identificar lo que la comunicación dice en su conjunto, porque al fin y al cabo, somos lo que pensamos, hacemos y decimos. Y, como es natural, el contenido de la comunicación es lo que le da sentido al diálogo y lo que nutre el entendimiento entre dos o más personas.

Por lo cual, siempre es más relevante hablarle al corazón de las personas que únicamente a su razón o hablar solo de forma lógica. Porque produce más impacto dejar grabado a fuego una emoción en una persona que hacerle recordar una retahíla de información.

Las conexiones emocionales que se crean con el auditorio cuando el mensaje está revestido de una historia con matices humanos, cercanos y de gran sensibilidad en su exposición, consiguen un efecto más perdurable en el corto, mediano y largo plazo que aquellas que solo apuntan datos fríos y racionales.

Por eso, una figura pública o un líder de opinión, más que ponerse como protagonista o actor relevante del acontecer público, tiene más éxito cuando toca las fibras sensibles de su auditorio y aprende a conectar directamente con sus emociones.

En este sentido, es buena idea identificar personas, acontecimientos y casos extraordinarios de los que se pueda echar mano para humanizar el contenido racional, así como reforzar el propósito del mensaje que permita hacer memorable la experiencia de la comunicación.

El ejercicio que propongo es ir a la raíz del corazón de las personas, para que el mensaje que se exprese no pase a ser un recuento de datos, cifras y resultados, sino la suma de atributos y cualidades que hacen valioso todo relato y, que por su medio, promueven los valores más sublimes de la naturaleza humana.

Y esto supone un cambio progresivo y constante en la forma de comunicar, que trascienda de la típica estructura informativa hacia un formato más de relato, de historia o de caso de superación personal.

Las historias son ricas en contenido y sensaciones porque tratan de personas de carne y hueso, con sus dramas y circunstancias particulares, cuya realidad retrata su condición humana. Y por ello, una buena historia puede perdurar hasta convertirse en mito y leyenda.

Y si la historia es rica en matices y colores, quizás de un personaje o hecho conocido por la mayoría, cuya trama y fondo aporten emoción y nutran el alma, dejarán una semilla de virtud que germinará en la mente y el corazón de una persona o una gran audiencia. Porque como bien dice Kevin Roberts “no se puede contar una historia sin personajes, ni emociones, ni detalles sensoriales”.

Por lo tanto, la comunicación y la emoción forman un equipo poderoso que deja una huella profunda en toda conversación o intervención pública, que hace la diferencia a la hora de deleitar, conmover y/o persuadir.

(*) Doctor en Comunicación Pública

JOSÉ GÁLVEZ

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