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Rincones del Museo

El calor de junio, la playa algo más lejana entonces para muchos, las asignaturas vencidas, rendidas las cuentas en los exámenes finales con sus flecos de septiembre pendientes, la desgana, el tedio de los unos y los otros frente a frente,… Y las actividades -ya otras- que, sacadas de la manga con mayor o menor fortuna, intentaban aligerar el plomo de los últimos días escolares. Los últimos murales con recortes y textos arcoíricos de etílicos cariocas, las canciones, los bocadillos en los escasos rincones umbríos del patio a media mañana, las canciones -a solas o en compañía de otros- dentro del aula, la multiplicación -para mi tormento- de las actividades el aire libre, las charlas distendidas entre maestros y alumnos, los pequeños proyectos de vida para los próximos tres meses,… Cosas así. Se veía que no se sabía muy bien que hacer con las horas de aquellos días postreros.

No hubiera estado mal entonces haber contado con estos espacios con los que ahora contamos, con estos rincones que quieren ser también rincones complementarios de la escuela. El Museo, por ejemplo. Y hay otros.

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Los niños de mi niñez no tuvimos Museo. A lo sumo -alguna vez aquí lo dije- las iglesias, que, a los más sensibles a estas cosas del arte -plástico y no sólo plástico-, les sabía, en medio de aquella abundancia de sucedáneos -hoy también abundan pero son otros-, a museo más o menos, a lo que imaginaban que podría ser un museo o algo parecido. Porque no es que no tuviéramos museo aquí, es que tampoco teníamos -¿qué existe sin deseo por muy a la mano que esté?- ni los museos que teníamos. Qué lejos entonces -y no sólo cuestión de asfalto remendado y sinuosidades recurrente que alargaban la distancia entre dos puntos- los museos más cercanos.

A veces, decimos aquí -a quienes se acercan, a nosotros

En otoño volverán las visitas de los centros educativos al Museo de Chiclana mismos también- que el Museo de Chiclana habría cumplido no poco si su visita abre el apetito de más, de más aquí mismo o más allá, apetito de otras oca- siones o de otros museos. Abrir el apetito. Porque el estómago avisa contra la inanición con su croar de ranas impertinentes. Pero hay inaniciones que no se dejan sentir… Recuerdo estas cosas al hilo del fin de curso, cuando animados por estas vísperas a la orilla del verano -y por algunas exposiciones que tienen al alumnado de nuestra ciudad como destinatario preferente-, se acercan en grupos, casi en tropa, al Museo de Chiclana. La historia, la memoria, el arte, la artesanía,… Cuánto nos llenan estas visitas. Cuánto las agradecemos. Me hubiera encantado esta opción contra el tedio de los últimos días de los cursos de mi infancia, cuando no sabíamos muy bien rellenar justificadamente las horas de sobra y buscábamos, en la silenciosa penumbra de iglesias sin turistas de entonces, los ecos de un museo futuro que ignorábamos. Me hubiera gustado que hubiéramos tenido esta opción. Buen fin de curso a todos, a todas cuantos arrimáis el hombro a la noble y nunca fácil tarea de la educación. Os esperamos, desde ya, para el otoño. Y os esperamos, de uno en uno -o asítambién este verano. ¡Buen fin de curso!