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Diccionario de supersticiones

de los aztecas: hay que poner en el agujero de ratón, el diente del niño que está mudando, de otra manera no le nacerá y quedará desdentado de por vida.

El que huele o pisa la flor llamada omixóchitl que parece jazmín en la blancura y la hechura, padecerá almorranas. Quien encuentre un maíz en el suelo y no le levante, injuria al maíz que se quejará ante Dios para que lo castigue y padezca hambre. El que come en la olla haciendo sopas en ella, nunca será venturoso ni en la guerra ni en el amor.

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“Como una tortolica que ni tiene ni debe”: dícese de quien posee poco y está contento con ello.

“Aun quiere Dios que viva más”: cuando alguien escapó de algún peligro. “No calienta el sol luego en saliendo”: nadie domina un oficio al comenzar, sino poco a poco. “El caracolillo que muchas veces atra- viesa el camino, alguna vez queda allí pisado de los caminantes”, equivale al refrán castellano “cantarillo que muchas veces va a la fuente, o deja el asa o la frente”. “La buena vida del discípulo es honra del maestro”. “Deseo irme a bañar a Chapultepec”: quien padece algún mal, debe esforzarse por superarlo, según recuerda este refrán que los indios esperaban recibir gran merced al bañarse en la fuente de Chapultepec, de aguas rosadas. Sabios, sensibles y pintorescos los 81 refranes de la gente mexicana que recogió Fray Bernardino de Sahagún, el primero en brindar mayor información sobre el mundo indígena y aun el primero en escalar el Iztaccíhuatl, y con sandalias.

Artículo publicado en El Sol de México, 1 de febrero de 1990; El Sol de San Luis, 17 de febrero de 1990

Por Jaime Septién

Muy pocos escritores han influido tanto en la cultura hispanoamericana y aún mundial como el mexicano y Premio Nobel de Literatura, Octavio Paz. A 25 años de su muerte (el 19 de abril de 1998), los periódicos y las revistas de México lo recuerdan con ediciones especiales y aún aquellos que en vida lo vilipendiaban (una práctica muy socorrida en México), le dedican líneas elogiosas.

Octavio Paz se definió a sí mismo como un “pagano” en una entrevista que le hizo el político e intelectual mexicano Carlos Castillo Peraza, quizá la única entrevista que concedió para hablar de sus creencias, de su falta de fe, o de su fe escondida (se sabe que su madre era católica). Pero, al preguntarle Castillo Peraza por qué se definía como “pagano”, Paz contestó:

“Fue un desafío. Es absurdo decirse pagano cuando se ha nacido dentro de una sociedad católica, en la que los valores en que se cree son cristianos o son consecuencia del cristianismo. Pero sí siento nostalgia del paganismo, sobre todo por lo que tenía de tolerante”.

Hay quienes especulan que Paz se confesó antes de morir, pero es algo que quedará en el sigilo del confesor (si es que acudió a su casa o solamente se trata de una ilusión), pero de que guardaba en su interior la huella del cristianismo, lo revela uno de los pasajes de la entrevista de Castillo Peraza:

“Un día, en Goa (en la India), en el centro de una civilización que no era la mía, entré en la vieja catedral. Celebraba la misa un sacerdote portugués, en portugués. La escuché con fervor. Lloré. No sé todavía si descubrí algo. Tampoco si recordé mi infancia —yo iba a misa— o si reviví mi vida en la parroquia de Mixcoac (en la Ciudad de México, donde nació el 31 de marzo de