7 minute read

ARMANDO QUIRÓS TEJEIRA

109

-U n niño viene al mundo. Respira, respira, y repite este acto hasta que un día no lo vuelve a hacer. —Es una historia demasiado corta, si bien abarca toda la vida del protagonista. No me sirve. Faltan muchos detalles. Por ejemplo, la duración queda en el aire. —¿Qué propósito persigue limitar su tiempo? ¿A quién le interesa? Esta historia tiende al infinito; puedes leerla todos los días y si tienes imaginación tendrás una diferente en cada uno. Se inició con los hijos de Adán y Eva y acabará con el mundo. Sobre todo, si tomas a los hombres como uno solo. —Para mi gusto, sigue demasiado corta. —Te falta imaginación. A veces pienso que no son necesarias tantas palabras para formar un relato, que cada una de ellas tiene la complejidad del universo. —La fuerza de la costumbre exige algún tipo de desarrollo; no perdona lo complicado de las cosas sencillas. —Con lo que te conté, me basta, Cecilia. Implica desde lo que guió a ese nacimiento hasta tantos sueños que se forjaron durante su existencia para escaparse sin piedad en el momento de su muerte: con heridas y victorias en el medio. Y si crees en el alma, la historia continúa.

Advertisement

—Me vas a decir que si te digo algo tan trivial como: “Un autobús ignora una luz roja durante una regata, sin notar el carro que cruza la avenida”, te estoy relatando una historia completa. No me convences. —Esa es la idea.

—Perdona, pero no me sirve. La prefiero de la forma común. —Si quieres limitaciones, allá tú. Toma nota, pues. Sucede en una discoteca, en uno de estos ambientes que tanto te gustan: la música a un volumen alto, humo por todos lados, las bebidas fluyendo proporcionalmente a lo que hay en los bolsillos, las luces que se asoman sin mucha confianza y todo lo demás. Un hombre y una mujer acuden puntualmente a una cita y, en el fondo, uno de esos juegos que te fascina encontrar en los cuentos.

110

—Me agrada. Que sea en este mismo lugar. —Lo invade una sensación extraña, como si estuviese aprisionado y no se pudiera liberar. A la oscuridad que lo envuelve sigue una calma absoluta, hasta que se encuentra nuevamente en esta discoteca que frecuenta los sábados por la noche y nota que todo se desarrolla en la for ma de costumbre. Las parejas ocupan los mismos sitios, tal vez algunas caras nuevas; tiene la bebida usual, le sonríe a la misma mujer, hasta las luces bailan al mismo compás. Se sienta cómodamente en una silla alta y coloca el trago sobre la mesa. Sus ojos se fijan brevemente en una pantalla de televisión, situada a su derecha, antes de escrutar el lugar en busca de su compañera. La encuentra junto a una mesa cercana y sus ojos se posan en ella, que no lo deter mina. La estudia con detenimiento. Una especie de rutina de las noches de sábado. —Es mejor eso que quedarse en casa viendo televisión después de la lectura de las ocho; aunque sea para inventar cuentos, como nosotros. —A veces, le parece que no cumplir con el procedimiento impuesto por la costumbre le da resultados poco satisfactorios; el éxito depende de seguir metódicamente los pasos, sin dejarse vencer por los impulsos que ganan su cuerpo con cierta frecuencia. Esta vez difiere en algo de las anteriores. Todas las cosas le están sucediendo como si cumpliese un rito. Incluso cuando se peinó delante del espejo, antes de salir, le pareció que se limitaba a seguir los movimientos dictados por la figura reflejada. Acaricia la cigarrera de cuero antes de decidirse a sacar un cigarrillo y llevárselo a la boca. Es mejor aprovechar ahora, que ella no puede decirle nada sin romper las reglas. El que se meta con sus vicios le disgusta; pero menos que tenerlos y no hacer nada por desterrarlos. Mientras fuma, sigue contemplándola del modo habitual. Las líneas de su cuerpo son fabulosas. Tiene cierto aire de misticismo oriental, como una princesa robada a un mundo de fantasías o un sueño rescatado del olvido. La había visto en otras ocasiones en las que le pareció tan lejana. Sin embargo, fue fácil conocerla. La vida le había enseñado que ninguna mujer es inaccesible si se actúa apropiadamente y se dicen las palabras

111

correctas en el momento preciso. A veces ella se ponía nerviosa con esa relación lúdicra, como si pretendiera deshacer los vínculos y no dejarse llevar más por ese pacto sin documentos. La ve consultar nerviosamente el reloj pulsera, como si todavía lo estuviera esperando y no lo hubiera descubierto a unos cuantos metros. Sonríe, no lo puede evitar, ella exagera en sus actuaciones, como si nunca hubiesen acordado aguardar tranquilamente un tiempo prudente antes de compartir el resto de la noche. Esta espera la deter mina quien tiene el papel de agresor, que es rotativo, y debe hacer que los factores externos se acomoden al juego. Comprende que está a punto de vencerla. Las faltas, como demostrar impaciencia o desatender señales, acarrean el castigo de un regalo sorpresa. La semana anterior, ha tenido que obsequiarle un prendedor por apresurarse y abordarla antes de recibir su señal. Son las reglas. Esta vez le toca decidir a él. Le parece que conviene más dilatarlo; aunque su sonrisa lo invite a acercarse, la visión de sus piernas le acelere el pulso y su corazón le ruegue que se arroje a sus brazos. Lo que más influye sobre su decisión es notar que en la pantalla se desarrolla una escena similar. El rito del espejo sugiere que la rutina de esa noche exige que siga los movimientos de una imagen, como si no dependiera de él como las demás veces.

Enciende otro cigarrillo y le parece que el humo se lleva la paciencia que le queda. Se levanta, y el personaje de la pantalla hace lo mismo. Las cosas cambian. Ahora él es quien dicta las pautas y establece el patrón a seguir. Todo tiene su lógica. En su mundo tales asuntos no pueden atribuirse a las coincidencias. La cadena se for ma de eslabón en eslabón, tratando que ninguno sea más débil. La trama sigue desarrollándose confor me a lo previsto, como en una partida de ajedrez en la que cada movida tiene su consecuencia, cada jugada es debidamente planeada y con una sucesión razonada, aunque se haga frente al tiempo como un enemigo tradicional que se pretende convertir en aliado. Sus pasos lo llevan hacia ella como si atravesara un laberinto en el que esperase hallar al minotauro. Ella continúa ignorándolo aun cuando él sabe que lo aguarda, que el

112

destino es ineludible. Es difícil vencerla, domina los factores lúdicos a la perfección. La alumna supera al profesor. Se queda a unos pasos, mirándola fijamente. Las imágenes de la pantalla van repitiendo con exactitud cada gesto, cada detalle, cada punto en el espacio, cada sombra definida por la tenue iluminación de las lámparas. Mira su reloj, las nueve en punto, se paró el condenado. Todavía dispone de tiempo, aunque no mucho. Ella sigue como si nada, no le importa que la esté rondando. Consulta su reloj, impacientemente, las diez y cuarenta y cinco, seguramente se arrancó y la dejó plantada, debe llamarlo. No la entiende, él es muy puntual, sobre todo tratándose del juego es excesivamente puntual, casi enfermizamente, cada minuto de su vida bien planificado. No quiere pensar en un motivo que disculpe su retraso, prefiere descubrirlo humano; lo mejor es llamarlo a su casa y averiguar de una vez por todas. Él percibe su desesperación, le lastima un poco; pero debe seguir tranquilo aun cuando ya siente el calor llegándole a la piel en for ma repentina. Ella abandona la silla para hacer la llamada. Quiera Dios que no le presten el teléfono. No es justo que se entere de ese modo; significar tanto en su vida para venir a desbaratar el juego de manera definitiva y sin aviso previo. Compasivo, la mira marcar el número. Quiere detenerla y decírselo; pero le es imposible porque la historia les queda demasiado corta, un final en los capítulos centrales de una novela. Quién sabe cómo lo tomará ella, con su manera de no aceptar las cosas como tienen que ser, la manía de querer que Julieta despierte antes que Romeo se apure el veneno. Ojalá no le contestaran y ella se marchase a casa, olvidando haberlo conocido y el juego, que lo tomara como un sueño y despertara sin pensarlo, sin la mínima huella en la memoria. La ve hablando, y sabe que es inevitable que llore mientras le dan la noticia, con aquel llanto inconsolablemente desesperanzado que no le gusta hallar en sus ojos. Los ojos que lo buscarán en vano todas las noches de sábado, hasta que lo vayan perdiendo

poco a poco. Tantas cosas que el final del juego significa para ella: flores que ya no

113

llegarán, mensajes que no encontrará en el espejo, frases que se marcharán al olvido y una ausencia a la que no se acostumbrará. Así, mira con nostalgia la silla vacía, que aguarda inútilmente el inicio del juego. La ve secarse las lágrimas, alejarse. La ama y espera que tenga la oportunidad que a él le fue truncada. El tiempo se le escapa. Ya no tardarán en rescatar su cuerpo de entre los hierros retorcidos.

FÉLIX ARMANDO QUIRÓS TEJEIRA Panamá

Twitter: @faquirostejeira

114