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Elastrense 22

Don José Tenorio Montes. Repito su nombre en voz alta y me resuena a un insaciable galán del “romanticismo” o tal vez a un gran hacendado de algún cortijo español. Pero José no tiene nada que ver con esas fantasías que se me cruzan por algunos instantes. Él es un hombre simple, de gran porte. Tiene una mirada profunda y sus ojos celestes no han perdido el brillo ni su limpieza a pesar de los 87 años que llevan a cuestas.

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Sus ojos son para mí un gran atractivo, y mientras hablamos no puedo dejar de perderme en ellos. Cuántas imágenes grabadas han de tener y qué increíble sería poder conocerlas. Don Tenorio, como todos lo conocemos en el barrio, nació el 04 de julio de 1930 en Sao Paulo, Brasil. Sus padres se asentaron en Santa María, un paraje de campo. Trabajaban en una “fazenda” o granja y allí con sus diferentes idiomas y tradiciones esperaron afianzarse y echar raíces. Vivían, dice José, en algo así como una choza con piso de tierra. Obviamente esos recuerdos son los que les compartieron sus padres, ya que él era muy pequeño. El trabajo era muy duro y una de las peores dificultades eran las costumbres. Viví.an en comunidad negra cuyas creencias giraban alrededor de la magia, ya sea de la buena o de la mala. Las supersticiones ajenas, de alguna manera encuadraban sus vidas. Leyendas como las de la “serpiente mamona” atemorizaban a su madre. Estos reptiles aprovechaban las horas en que las madres dormían profundamente para mamar de su leche y al mismo tiempo, para que el bebé no llore, le ponían la cola en la boca como si fuera un chupete. José afirma que su madre no soportaba vivir con estos temores, por lo que la familia decidió cambiar su rumbo hacia Argentina. Los Tenorio Montes recorrieron demasiados kilómetros hasta poder arraigarse definitivamente. Andaluces ellos, tuvieron a su primer hijo en Almería: Modesto era su nombre. Cruzaron el océano buscando hacer la América y unos 8.200 km después, en Sao Paulo tuvieron a José.

La magia y las leyendas los empujaron a armar sus valijas nuevamente y cargaron a su derrotero unos 3.960 km más. En Astra al fin, nació la hija menor: Dolores. Muchos caminos recorridos y al fin la familia se establece en este lejano e inhóspito pueblo: Astra. José habla con orgullo cuando recuerda su infancia, su familia y el trabajo duro que realizaban. No había mucho dinero, su mamá lavaba ropa para afuera, su papá trabajaba en la empresa. A veces para las fiestas, él y sus amigos salían a juntar botellas para luego venderlas. Evoca algunos tiempos vividos, con melancolía. Añora la unión y el compromiso y en todo momento expresa su claro deseo: -“la gente tiene que ser más unida, los jóvenes tienen que participar”- -“En Astra se trabajaba mucho. Todos se reunían, no importaba de qué raza fueran, se compartían fiestas patrias, kermeses y bailes”- -“Para los festejos del 25 de mayo o 9 de julio se juntaban en los actos que se realizaban frente al edificio de la Administración centenares de personas, no importaba qué idioma hablaran, había más patriotismo”- Sus padres que conocían el sacrificio le inculcaron el estudio: la primaria la hizo en Astra, en aquella época los grados se agrupaban, solo había tres maestros. Luego vino el secundario: Colegio Deán Funes, hacía cuatro viajes por día en la Chanchita, y apenas se recibió de técnico entró a trabajar en la Compañía Astra como oficial mecánico. José fue un joven como tantos otros, vivió su juventud en un barrio donde había trabajo, esparcimiento y la posibilidad de armar una familia. Se casó con Nelly Pardo y tuvo dos hijos:

Néstor y Ana María. Tiene tres nietos por parte de su hijo varón y se siente muy orgullo de ellos. Trabajó 42 años en la empresa hasta jubilarse. Goza de muy buena salud. Actualmente vive solo en una hermosa y gran casa. Una señora lo ayuda con algunos quehaceres domésticos como la limpieza, pero José se arregla solo. La mañana que lo entrevisté estaba por cocinarse una rica tortilla de papas. Hasta el 2015 se juntaba casi todas las tardes con sus amigos en el Bar de Kalpa. Allí hablaban de fútbol y la vida misma y siempre en compañía de alguna bebida espirituosa. Sus tardes las pasa tranquilo, desde una sala de estar con vista a su verde jardín y a la no muy transitada calle. José pasa horas haciendo crucigramas y sopas de letras. Como no maneja internet y tampoco se le ocurre, muchas veces debe acudir a los diccionarios, sobre todo cuando se entretiene con revistas de origen español. Dice que así mantiene activa su cabeza, pero también aprende cosas nuevas. Ya no le renuevan el carnet de conducir por lo que su hija Ana María a la hora de hacer trámites lo lleva y lo trae a la ciudad. En el barrio José sale con su camioneta Chevrolet color bordo, esa camioneta lo identifica, hace muchos años que la tiene, creo que de primera mano. Me promete buscarme algunas fotos antiguas para guardar en el archivo histórico del barrio. Nos despedimos afectuosamente. Vuelvo a casa viendo aún sus profundos ojos celestes. Me siento orgullosa de que Don José Tenorio Montes sea mi vecino y astrense.

. POR MARIELA GAROLINI - BPA

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