Visitar a los enfermos

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ANGELO CUPINI

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El milagro de la vida: Acompañarnos unos a otros

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Visitar y ser visitado

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Visitar a los enfermos o bien averiguar cómo están, interesarse por ellos, es un hecho de cada día. Es una red afectiva que construimos todos, preguntando a los amigos y familias que conocemos cómo se encuentran los enfermos. Cuando no estamos bien, todos esperamos una señal que nos dé energía en nuestro deterioro.

Todos deseamos recibir una visita.

«Visitar» es un verbo de movimiento, pues indica un punto de partida y otro de llegada, indica la tensión de la persona. Visitar entrelaza intereses, afectos, acciones. Indica una implicación. Estamos vivos si subsisten en nosotros estos movimientos que nos impulsan desde

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lo más profundo de nosotros mismos y que nos mueven y mueven a las personas involucradas. Hay un tú a cuyo encuentro vamos, que tal vez nos espera o que se sorprenderá gratamente de nuestra llegada.

El otro que está necesitado es el que determina las obras que hay que realizar.

Saber es vinculante en el crecimiento de la vida. Hay que aprender a ir hacia el otro colocándose en la longitud de onda del otro. Sin invadir, sin poseer.

El «tú sígueme» de Jesús a Pedro señala esta senda de vida.

La vida se teje entre estos dos polos: ir-dar y acoger-recibir.

Todos los que somos adultos hemos vivido ambas experiencias. ¿Cómo hemos salido de ellas? ¿Cómo seguiremos viviéndolas? A fin de cuentas, la enfermedad es siempre una experiencia de «morbidez» (la etimología es la misma de morbus), del tener la carne y el espíritu «ablandados» por la enferme-

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dad y el sufrimiento que la acompañan.

La enfermedad nos hace mórbidos –a veces, lo logra finalmente–. Como sugiere Marco Vincenzi1, la misma Palabra que nos visita nos pide, tal vez, aprender a ser un poco más «mórbidos» para poder sanar nuestras enjutas humanidades.

Las páginas que siguen giran en torno a este punto.

Al visitar a un enfermo vamos al encuentro de la persona, en el espíritu y en el cuerpo. No nos ponemos en movimiento solamente por la enfermedad que cada uno lleva en sí.

Lo que mueve nuestras acciones no es el que haya una obra buena que realizar, sino la exigencia profunda de cada uno de nosotros, que tiene la consciencia de estar herido.

No somos «sanos» que van a visitar a «los enfermos»; somos personas heridas, tocadas en nuestra fibra sensible corpó1 Cf M. Vincenzi-E. Lavelli-E. Biagi y A. Cupini, Lo sguardo delle beatitudini, La Casa sul Pozzo, Lecco 2013.

Vivir

con

Misericordia

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rea y nuestra psique, que se aproximan a otros heridos. Unos y otros tenemos la consciencia de estar heridos, pero con una vocación: la de curar.

En junio de 2014 estuve ingresado a causa de una hemorragia cerebral. No me daba cuenta de la gravedad del asunto ni del «después» que se iniciaba. El asombro, que se convirtió después en certeza, vino de la lectura de los mensajes que me llegaron por correo electrónico. Me vi sostenido por el afecto orante de las personas: fueron ellas las que me tuvieron presente y me devolvieron la confianza.

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Una pregunta a siete mujeres He hecho una pregunta a siete mujeres que eligieron como signo de su vida la visita a los enfermos: ¿Qué cambios se han producido en vosotras a través de las visitas a los enfermos?

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Índice

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Págs.

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Visitar y ser visitado .............................

Curar los pies ........................................

Curamos porque estamos heridos...... ¿Por qué duele? .....................................

Los salmos y Cristo .............................. ¿Por qué debemos ir a visitar al enfermo? .......................................

Jesús en casa de Pedro .......................... ¿Al encuentro de quién voy? ...............

Visitar en nombre de la comunidad ...

Mi acto de fe ..........................................

Agradecimientos y post scriptum........

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