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Compartir la Palabra: El Espíritu Santo en el evangelio Vida Paulina:

El Espíritu Santo en el evangelio

En el tiempo Pascual las lecturas de la Misa nos hablan con frecuencia del Espíritu Santo, porque el amor y enseñanza de Jesús a sus discípulos no terminó con su muerte.

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Al resucitar Jesús, es el Espíritu quien tenía que completar su enseñanza, pues, cuando él se fue, ellos no estaban aún capacitados para comprenderla: necesitaban ser guiados al faltarles Jesús.

La Resurrección, inaugura una nueva vida en la que Jesús Resucitado se comunica a través del Espíritu Santo. La enseñanza de Jesús se hace en adelante a través de Él, el Espíritu de la verdad. El siguiente texto ilumina lo que he expuesto anteriormente:

“Cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará a la verdad completa. Pues no os hablará por su cuenta, sino que os dirá lo que ha oído y os anunciará las cosas venideras” (Juan 16,13).

Jesús nos envía al Espíritu Santo para que nos conduzca, nos ilumine, esté con nosotros. Y efectivamente, El Espíritu Santo nos conduce, nos lleva, nos guía siempre, aunque a veces no hayamos sido muy conscientes de ello; conscientes 20 Alégrate

de esta Presencia oculta, fuente de vida. Pero llega un momento en que hemos de prestarle mayor atención ya que, en la medida en que lo acojamos y escuchemos, podremos crecer en el espíritu.

El Santo Espíritu es nuestro compañero de camino, al que podemos manifestarle todos nuestros deseos, sabiendo que habita en nuestro corazón de forma permanente, con una acogida y amor incondicional entrañable. Sin embargo, creo que desea que no nos detengamos demasiado en su persona, pues su misión es la de llevarnos a Jesús; la de ayudarnos a descubrirlo y a centrarnos en Él, en Jesucristo.

Cuando nos acercamos a los Evangelios, es este Espíritu quien nos va a descubrir lo que ellos encierran. Nos va a mostrar a Jesús y cuando Jesús nos hable a través de su Palabra, o al corazón, aunque no lo veamos ni entendamos bien, podemos escucharle gracias al

Espíritu Santo, que es como si tradujese todo lo de Jesús quiere mostrarnos y decirnos.

Gracias al Espíritu Santo podemos entender y comprender las Escrituras. De ahí la importancia de encomendarnos a él antes de leerlas; durante este contacto de lectura, meditación o simple contemplación, ir pidiéndole las luces que necesitemos, ya que en si la Palabra está velada muchas veces y encierra conocimientos, no podríamos llegar a ellos si no son enseñados por este Santo Espíritu.

Todos estamos llamados a llegar a la verdad completa, pero unos antes que otros, y los que llegan creo que pueden ayudar a los que están en camino, como tantas personas me han ayudado a mí.

Es bueno esforzarse cada día en pedir al Espíritu que venga a nosotros. La secuencia de Pentecostés “Ven Espíritu divino, manda tu luz desde el Cielo…” es entrañable, completa. Al ser un himno litúrgico, nos une a toda la Iglesia y a toda la Humanidad.

Es muy bueno pensar que muchos hermanos/as están viviendo lo mismo en la Iglesia; y que, antes que nosotros, empezando por los Apóstoles, otros muchos hicieron el camino; y que, gracias a ellos y al Espíritu Santo, estamos en este momento presente de la Historia, caminando hacia el Cielo. Su actuación a través de los acontecimientos y personas, nos lleva a estar también muy atentos a la vida.

En conclusión: * Cada día tener presente a este “dulce huésped del alma”, pidiéndole nos ilumine, nos conduzca, nos fortalezca… en todo. *Dejarnos llevar por Él y estar abiertos a lo que Él desee, prestando atención a la vida. *No olvidar nunca pedir su ayuda cuando nos acerquemos al Evangelio y demás textos de la Sagrada Escritura. *Pedir a María, Madre y Maestra, que nos enseñe cómo debe de ser nuestro trato con este Santo Espíritu.

Al dejar, tantas veces, esos rastros de su Presencia, que hacen nos hacen sentir con tanta paz y alegría, nos brotará, sin ningún esfuerzo, la acción de gracias, la alabanza y la bendición a Dios.

Mari Muñoz, isva

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