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JORDI SIERRA I FABRA

EL PEOR PROFESOR DEL MUNDO

Ilustraciones de LAIA PÀMPOLS

Primera edición: enero de 2023

Diseño y maquetación: Endoradisseny

© 2023, Jordi Sierra i Fabra, por el texto

© 2023, Laia Pàmpols, por las ilustraciones

© 2023, La Galera, SAU Editorial, por esta edición

Dirección editorial: Pema Maymó

La Galera es un sello de Grup Enciclopèdia

Josep Pla, 95 08019 Barcelona

www.lagaleraeditorial.com

Impreso en Cachiman

Depósito legal: B.18.445-2022

ISBN: 978-84-246-7196-9

Impreso en la UE

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra queda rigurosamente prohibida y estará sometida a las sanciones establecidas por la ley. El editor faculta al CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) para que pueda autorizar la fotocopia o el escaneado de algún fragmento a las personas que estén interesadas en ello.

PRIMERA PARTE: YO 7 1. La noticia 9 2. El nuevo profesor 13 3. Malos presagios 21 4. La redacción 27 5. Crisis familiar 35 6. Jeroglíficos 42 7. Un primer plan 48 8. Informaciones 53 9. ¿Cómo se le encuentra novia a un hueso? 58 10. La conspiración 63 SEGUNDA PARTE: ELLOS 73 11. La señorita Úrsula se pone roja 75 12. El señor Mario se enternece 80 13. Cónclave 87 14. Encuentro casual 92 15. Arrebato 97 16. La cita 101
ÍNDICE
TERCERA PARTE: YO (otra vez) 107 17. Expectación 109 18. Por si las moscas… 112 19. El examen 118 20. ¡Lunes, oh, lunes! 121 EPÍLOGO 127 Agradecimientos 133
PRIMERA PARTE YO

1. LA NOTICIA

La noticia de que el señor Jacinto dejaba de dar clases nos cayó a todos encima como un jarro de agua fría. Primero, el rumor:

—¡Dicen que Jacinto se va!

—¡Hala!

—¡Que sí!

—¿Cómo va a irse?

—No lo sé, pero mi madre conoce a la prima de la directora y parece que andan buscando ya a un sustituto.

—¡Estamos a mitad de curso!

—Ya ves.

—¡No puede ser!

Después del rumor, la confirmación:

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—Está hecho, lo deja a fin de mes.

—¿La semana que viene?

—Sí.

—¿Pero por qué?

—¡Ni idea, pero se marcha!

—¡Alucinante!

Más o menos, todos pensábamos que al señor Jacinto lo habían metido ya en la escuela mientras la construían. O sea, que formaba parte de ella.

A muchos, que se marchara un profe, les daba igual.

A nosotros, en este caso, no.

El señor Jacinto era el profesor de Lengua.

Y, en serio en serio: el mejor tipo del mundo.

No se trataba de lo mucho que amaba los libros, y leer y su pasión al tratar de que leyéramos nosotros. Era más bien, y sobre todo, por su entusiasmo, por cómo nos quería. Nunca un grito, nunca una mala cara, ni cuando el burro de Rogelio metía la pata y escribía Chekspir en lugar de Shakespeare o cuando el animal de Gustavo acentuaba todas las sílabas menos las adecuadas en las palabras esdrújulas. El señor Jacinto tenía la paciencia de un santo. Parecía más un abuelo que un profe. Oírle hablar, aunque fuera de escritores de nombres rarísimos, era una gozada. Su tono era amable, fluido.

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A veces nos hacía leer libros y luego nos ponía la película, por ejemplo. Todos los demás profes eran los clásicos huesos, sobre todo el de Matemáticas, pomposo y engreído:

—¡Las matemáticas son lo más im-por-tan-te! Todo lo demás es relativo.

A eso, el señor Jacinto, contestaba con calma:

—Ya, pero si no sabes leer no vas a entender la pregunta, y si no sabes escribir no podrás dar la respuesta. Todo comienza con la palabra.

Bueno, el profesor de Matemáticas miraba a los demás por encima del hombro, y a nosotros desde una enorme altura, la de su intelecto superior.

Daba un poco de grima.

Para despejar la gran duda ante los rumores y saber la verdad, no tuvimos más remedio que peguntarle a él directamente. Lo hice yo:

—Señor Jacinto.

—¿Sí, Enrique?

Otros profes preferían el apellido. Él no.

—Hemos oído por ahí que, a lo mejor, se va.

Se hizo el silencio en clase.

—Cierto, sí. —Sonrió triste—. De hecho, pensaba decíroslo el viernes. Siento que la noticia ya se haya expandido.

—¿Y por qué se va?

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Se tomó unos segundos para contestar.

—Es un tema… personal —vaciló.

«Tema personal».

No sé por qué se me ocurrió decir aquello.

—¿Está enfermo?

Se lo vi en la cara. Sí. Allí lo tenía grabado a fuego. Pudo habernos mentido, no era necesario ser tan directo. Pudo haber dado cualquier excusa, pero era un hombre honesto. Solía decir que la verdad es siempre lo más simple.

Y nos dijo la verdad.

—Me han detectado un cáncer. Debo someterme a una operación y, después, tendré que pasar por la quimioterapia.

El abuelo de Ramón había muerto de cáncer. A la madre de Luisa le habían extirpado un pecho por lo mismo. La palabra «cáncer» imponía respeto, nos asustaba mucho. Nos quedamos petrificados.

Como si quisiera tranquilizarnos, el señor Jacinto agregó:

—No voy a morirme. Al menos, eso espero. Hay muchas probabilidades de que todo salga bien. En unos meses podré volver a trabajar. Pero, claro, mientras dure todo…

Se hizo un silencio en la clase.

Encarna incluso contenía las lágrimas.

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