La ultima noche de Puccini

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MIGUEL ÁNGEL COQUE

LA ÚLTIMA NOCHE DE PUCCINI MONÓLOGO DRAMÁTICO-MUSICAL EN DOS ACTOS Y UN INTERMEZZO

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MIGUEL ÁNGEL COQUE

LA ÚLTIMA NOCHE DE PUCCINI MONÓLOGO DRAMÁTICO-MUSICAL EN DOS ACTOS Y UN INTERMEZZO

LIBRETO Y PROPUESTA ESCÉNICA

MIGUEL ÁNGEL COQUE MÚSICA

GIACOMO PUCCINI, PIETRO MASCAGNI, RUGGERO LEONCAVALLO, GIUSEPPE VERDI, RICHARD WAGNER

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LA ÚLTIMA NOCHE DE PUCCINI

MIGUEL ÁNGEL COQUE

INTRODUCCIÓN La siguiente obra fue estrenada en 2014 en el Auditorio Ciudad de León con motivo de la III Gala Lírica de León, dedicada a la figura de Giacomo Puccini. Estas páginas recogen tanto el texto original del drama como el nuevo proyecto escénico diseñado, con posterioridad a su estreno, para su representación, así como una serie de consideraciones, a modo de breve introducción, sobre el concepto de la propuesta dramática original y la nueva propuesta escénica.

Nos encontramos en primer lugar con un texto -un monólogo cuyo protagonista es el mismo Puccini- cuya vocación es dotar de unidad dramática a la heterogeneidad de arias, dúos, cuartetos y coros que, previamente programados por los organizadores del espectáculo, integraron la gala. Intercalado entre ellos, el mismo libreto aspira a servir a cada uno de dichos números de breve introducción, incidiendo más que en la narrativa propiamente dicha de cada parte, en la poética del texto y la música.

En segundo lugar, se ha creado un nuevo espacio escénico integrado por una serie de elementos escenográficos y de video-proyecciones destinadas a ilustrar cada momento musical, el color de la música y su emotividad, así como por una sencilla caracterización de los solistas inspirada en la moda de la burguesía italiana de los primeros años del siglo XX.

Miguel Ángel Coque Director de Escena

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Acto I

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GIACOMO PUCCINI | MADAMA BUTTERFLY (CORO A BOCCA CHIUSA) Una vez más ha vuelto a embargarme una profunda melancolía. Ahora que me ha alcanzado una prematura vejez no puedo quitarme de la cabeza aquella aplastante sentencia de Heine que tanta impresión me causara: Debajo de cada lápida yace una historia del mundo . Y así pienso que sucede también con cada partitura cerrada. Esta noche quiero desempolvar las mías, quizá por última vez, y devolver al mundo algunas de mis historias más queridas.

Sobre el atril descansa ya mi Butterfly. Tomo la partitura entre mis manos y la abro con mimo. No sé si por azar o por un deseo latente, el vuelo de las páginas me lleva al final del segundo acto. Mi pluma ha destilado allí, sobre el pentagrama, cada una de las lágrimas de esta delicada niña. ¡Qué maravillosa confusión de sentimientos se agolpa en mi pecho cuando, al pasar el último pliego, me encuentro con su frágil figura sobre la elevada colina! Allí aguarda en silencio a que un amanecer de suaves delicias ponga fin de una vez a su larga noche del alma.

Sentado al piano, acaricio en cada nota la tenue llama que, como una primavera, revolotea por fin en su pecho. ¡Cómo siento en el tenue cosquilleo que se filtra por mis dedos el tímido aleteo de su corazón! Tanto ha sido el dolor, tanto el acabarse, que, por miedo a romperse en la emoción del reencuentro con el esposo largo tiempo ausente, esta frágil criatura parece evanescerse en un susurro de ondulantes armonías.

Cuánta calma espera se diluye en estos delicados sonidos, cuánto sereno anhelo ajeno a un mundo hostil que reventara de envidia a cada ternura regalada por el amado, cuánto silencio estremecedor, eco del brutal acorde que, insidioso, le anunciase su cobarde abandono.

Pero también cuánta esperanza colmada, cuánta desbordante felicidad cuando el cañón del puerto revive con su tronar lo que aquél desgarrador acento aniquiló en ella. Sí. Pinkerton retorna. La inmensidad del océano que le devuelve todo su universo se extiende como un bálsamo sobre su alma. Y el retumbar ambiguo se disuelve en las envolventes melodías que, al albor de la mañana, le anuncian el regreso del esposo.

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GIACOMO PUCCINI | MADAMA BUTTERFLY (“VOGLIATEMI BENE”) Cómo recuerdo ahora, queridísima Butterfly, sumergido en la cadencia de un consuelo que ha de ahogarse en tu garganta al despuntar el día, aquella noche de caricias y ternuras que ya no han de volver. Sacudido por un dolor insoportable que conoce en tu estéril espera un trágico destino, recorro con nervio la partitura en busca de aquella dulce eternidad que guardas para ti en un rincón del alma.

Sí, aquí te encuentro ahora, pobre muchacha, enlazada a tu amado por un velo sutil de engaños y de anhelos. Qué frágil se te ve a cada beso que roba de tus labios. Qué delicada cuando sus manos temblorosas desnudan la blancura de tu cuerpo. Qué suaves tus caricias rebosantes de pudor. Y qué frágil también él, consumido por el fuego de un deseo que, a la luz de la luna reflejada en el estanque, enciende el rubor de tus senos entre las orquídeas y los cándidos nenúfares.

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GIACOMO PUCCINI | MADAMA BUTTERFLY (DÚO DE LAS FLORES) Allá bajo las aguas del océano se ha ocultado con los últimos acordes la clara palidez de la luna. También mis manos permanecen hundidas en un acorde infinito sobre las blandas teclas. El murmullo de esta lánguida resonancia mece suavemente las páginas de la partitura. Un torrente de delicias se precipita entonces desde los pentagramas sobre mi pecho. Mis manos acarician los sonidos de vivos colores vertidos por mi aliento sobre las blancas hojas.

También tú esparces a los vientos, frágil Butterfly, los susurros que engalanan el cerezo en flor. Y contigo tu leal Suzuki. Los pétalos que flotan en el aire se diluyen dulcemente, llovizna de ternuras y de besos, tal tú te derramaste aquella noche sobre el cuerpo del amado. ¡Ah, sí! Ya puedo sentir en las yemas de mis dedos el etéreo arrullo de las flores. Y el crepuscular aroma que, como todo mi ser, anega por completo vuestras almas.

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RICHARD WAGNER | DIE WALKÜRE (“WINTERSTÜRME”) Despunta al fin la mañana. La lacónica melancolía de aquel dulce arrobo se desliza todavía entre mis dedos. Embriagado por la luz que destila esa efímera felicidad, no me he dado cuenta de que los primeros rayos de sol iluminan ya la habitación impregnada de fragancias. Allí, en el rincón antes en penumbra, unas letras de oro arden bajo los dorados haces que atraviesan los cristales de la ventana. Sobre uno de los estantes de la librería se yergue altiva la partitura de La Valquiria. Una vibrante luz parece querer salir de ella con impaciencia, ávida de un espacio que el mismo sol no alcanza a cubrir con su velo. La tomo entre mis manos y abro una página al azar.

Revienta entonces por todas partes una primavera bien distinta a aquélla que ha florecido, delicada y femenina, durante la noche. Es ésta una primavera que brota impetuosa -derribando los portones del invierno- para luego derramarse entusiasmada entre la hierba mecida por el viento. El gozo palpitante del hermano que toma entre sus brazos a la propia hermana fluye por mis venas como la savia por los viriles tallos. La sangre que brota a borbotones en sus pechos expulsa de mí toda melancolía y me empuja de nuevo hacia las ahora doradas teclas. Bajo mis nerviosos dedos, la naturaleza germina alborozada en torno a la pareja. Un cálido regocijo me arde en las manos. La novia ha recibido en su seno al esposo. Unidos están el Amor y la Primavera.

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PIETRO MASCAGNI | L’AMICO FRITZ (“O PALLIDA CHE UN GIORNO”) Cómo te he admirado siempre, endemoniado Richard Wagner. Nadie ha sabido penetrar como tú en los misterios insondables de sus criaturas. Te confieso sin ambages que siempre me he considerado tu más fiel seguidor. Es mucho lo que tenemos en común. Pero también mucho lo que nos diferencia.

Mi música, mis dramas, germinan como un estremecimiento que nos brota a flor de piel, como un perfume que nos embriaga y seduce el alma. Los tuyos nos recorren sin embargo desde el mismo centro y hurgan en nuestras entrañas hasta retorcerlas en un nudo acongojante imposible de deshacer.

Así son nuestros dos mundos. Cuánto estúpido empeño en enfrentarlos, cuando ambos representan dos aspectos esenciales de lo humano: la pasión vehemente y el espíritu fecundante. Así lo ha entendido también mi antiguo compañero Mascagni. Hasta en sus momentos de aparente ligereza hay algo vigoroso y fértil. Todavía recuerdo aquella noche en que, al calor de un dulce Chianti, una mezzo de profundos ojos negros nos regaló una pequeña joya de L’amico Fritz: como el mismo vino, esa joven nos susurró al oído embrujos, sortilegios, misterios que nos atan fatalmente al fuego refulgente en la mirada de una pálida belleza. ¡Ah, sí, viejo Giacomo! El despreocupado dulzor de aquella juventud todavía perdura, al calor de esa deliciosa música, en tu paladar.

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GIACOMO PUCCINI | TOSCA (“RECONDITA ARMONIA”) Aquella belleza se convertiría después en una de nuestras cantantes más famosas. Por aquel entonces se hacía acompañar a todas partes por una joven de exquisita elegancia y ojos azules como el mar. Nunca he vuelto a encontrar una mirada tan ebria de luz como la suya. Aún sigo viendo aquellos pedazos de cielo cada vez que mi alma entristecida me reclama un poco de sol.

Mi Cavaradossi, en Tosca, no se sintió tan hechizado por la Attavanti como yo por esos ojos. Fue a aquella belleza ignota a quien él pintó en verdad con mi pincel de plata. En el sereno y cadencioso vuelo de la orquesta se enredan todavía sus bucles dorados como el trigo. El torrente cristalino que irradian esos dos zafiros se amansa después en la sensualidad de tu canto, artista embebecido. Y, sin embargo -bien lo sabes tú-, no hay paleta que pueda pintar, por arrebatada que esté, el fuego abrasador de tu Tosca de ojos negros. Solamente el vuelo envolvente de mis melodías puede elevarse hasta las alturas como un pensamiento inabarcable dedicado a tu amada.

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GIUSEPPE VERDI | DON CARLO (“PER ME GIUNTO È IL DI SUPREMO”) El tañido de las campanas de Sant’Andrea -allí se encuentra ciertamente el retrato de aquella joven- me despierta del arrobo en que la música ha vuelto a sumirme. Siempre que escucho el triste repicar no puedo evitar acordarme del trágico destino del Possa de mi idolatrado Verdi en ese majestuoso drama que es Don Carlo. Del vibrante resonar de las campanas que ondea todavía en el aire, surge ahora como por milagro el apacible arrullo de un mundo que se desvanece, sereno, ante los ojos del fiel compañero de Don Carlo. Y su alma se disuelve en un presentimiento que la ha de conducir hacia un horizonte luminoso donde jamás se pone el sol.

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GIUSEPPE VERDI |DON CARLO (“O CARLO ASCOLTA”) La tierra se derrumba luego bajo sus pies. Es el estremecimiento de la muerte que ha irrumpido fratricida en su noble pecho. El terror se desvanece sin embargo en brazos del amigo y siente en ese gesto el abrazo de una eternidad desprovista de toda perfidia. El destino del pueblo flamenco -al que tanto ama y por el que ahora muere- se quiebra en su voz con el último aliento.

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GIUSEPPE VERDI |DON CARLO (“DIO CHE NELL’ALMA INFONDERE AMOR”) También mi aliento se ahoga en la garganta cada vez que te veo morir sobre la escena, noble Possa. Es tan grande mi congoja, que te busco con ansia en la partitura para volver a resucitarte lleno de nobleza y dignidad.

Allí, en aquellas páginas llenas de luz, te entregas a un Don Carlo que te ama con la misma intensidad. La solemne sinceridad del juramento que os une para siempre resuena triunfal en las alturas, y la victoria que ninguna muerte puede arrebatarte aunque mueras un millón de veces se alza sobre vuestras cabezas como un grito irreprimible de libertad.

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GIACOMO PUCCINI | LA RONDINE (“CHI IL BEL SOGNO DI DORETTA”) Un golpe de viento ha abierto la ventana con el último acorde. El aroma de las flores que engalanan el alfeizar inunda la habitación en reclamo también de libertad. Su cálida fragancia se extiende por todo mi ser como bálsamo reparador. Me dirijo entonces hacia el diván y me recuesto sobre él. La larga noche en vela ha hecho mella en mí. Hasta mis oídos llegan los ecos de un piano que alguien toca con mano indolente en la casa vecina. Su murmullo me adormece.

Mi dulce Doretta surge entonces de entre las neblinas que se extienden hasta los confines de mi sueño. Allí estoy también yo. Las arrugas de una fea vejez todavía no han estropeado mi rostro. Una plácida somnolencia se ha posado sobre mis párpados embriagados de juventud. Sí, también ahora, adormilado a este otro lado del espejo, puedo sentir cómo mi niña me mece en su regazo y acaricia tiernamente mis cabellos. Un suave musitar de etéreas melodías se esboza en la curvada comisura de sus labios. Giro entonces mi cabeza y robo de su boca el precioso canto.

Y así me despierto sin saber muy bien si del sueño soñado o de mi propio sueño. Lo mismo me sucedió una vez en mis años felices. Y de mi pluma brotó al momento la cadenciosa melodía dibujada por aquella joven que, como el mismo soñar, se desvaneció en la nube de la que había surgido.

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GIACOMO PUCCINI | LA RONDINE (“BEVO AL TUO FRESCO SORRISO”) Un sueño tan dulce me ha bastado, pese a su brevedad, para reponer fuerzas y aliviar el cansancio de mi espíritu. Me dirijo hacia la ventana y asomo la cabeza en busca del frescor de la mañana. Abajo en la calle la vida ha comenzado hace ya tiempo, como el mismo día, a despertar.

La terraza del café está ocupada incluso por algunos madrugadores estudiantes. Desde arriba alcanzo a distinguir, acompañadas por dos fogosos jóvenes, a Magda y a Lisette. Ni siquiera mis ojos ensombrecidos por tantas noches de vigilia pueden dejar de reconocerlas en sus gráciles movimientos.

Pero allí se acercan los joviales camareros con dos cestas repletas de botellas. Los estudiantes se arremolinan en torno a ellos y les arrebatan sin contemplaciones el preciado botín. Parece evidente que es el culmen de una larga noche de desenfreno. Las manos aún sedientas de gozo descorchan las botellas de champán y chocan las cantarinas copas de cristal. El vibrante tintineo y el alegre júbilo de sus risas se extienden como una primavera por toda la calle. Es el mismo brioso ímpetu de la juventud que aflora por mis venas cuando, enfermo y al borde de la muerte, busco cada noche en mis pentagramas ternuras y delicias que ya nunca volverán.

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GIACOMO PUCCINI | TURANDOT (“GIRA LA COTE”) El tiempo compartido con mis siempre jóvenes acompañantes me ha insuflado el ánimo que necesito para concluir por fin mi Turandot. Antes de seguir con los bosquejos ya perfilados de la última escena debo sin embargo acercarme al teatro. Allí me he citado con Zandonai -pese a la insistencia de mi hijo en que trabaje con Alfano- para que me ayude con las correcciones del gran coro del primer acto.

Cuánta avidez de muerte encierran estas páginas, cuánto delirio de un pueblo enajenado al que el capricho de una cruenta niña no termina de saciar de odio y de crueldad; y qué humilde se postra en cambio esa masa voraz cuando el rayo estridente de una luna pronto manchada de sangre irrumpe como un cuchillo entre las negras nubes; qué veneración ante el misterio insondable de una muerte que, antes escupida de sus bocas, ha de sonrojar con su impudicia al pálido astro. ¿Encerrarán acaso estos acentos homicidas un presentimiento descarnado del destino que se derrumba ya sobre mis hombros?

GIACOMO PUCCINI | CUATRO CANCIONES DE CÁMARA Mientras voy camino del teatro me viene a la mente lo diferente que es esa música trágica y grandiosa de mis canciones de cámara. Siempre he tenido una especial predilección por esas pequeñas joyas desbordantes de pasión, frescura y risueñas alegrías. No en vano, Sole e Amore brinda a los jóvenes enamorados la dulce brisa de la juventud. También sopla el aura entre las ramas donde se posa amoroso mi Uccelino. Y sin embargo, ¿no encierra Terra e Mare la encendida agitación de la angustia? ¿No se encuentra en el envolvente intimismo de mi Morire la melancólica añoranza de un tiempo ya desvanecido en un ocaso sin fin?

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RUGGERO LEONCAVALLO | PAGLIACCI (PRÓLOGO) Sumido en tales divagaciones, llego sin apenas darme cuenta al teatro. Dos enormes cartelones colgados de su fachada anuncian a bombo y platillo la esperada reposición de ese gran drama que es Pagliacci. El teatro dentro del teatro, reza en grandes letras a modo de elocuente subtítulo. Yo matizaría sin embargo: la vida dentro del teatro. Y es que ante la expectativa del reestreno de Leoncavallo incluso el propio edificio parece aspirar por los poros de sus paredes las pasiones y miserias de un universo que se agita en torno a él todos los días: en aquella esquina, una caricia furtiva; enfrente, en el rincón sombrío, una perfidia; sobre la escalinata de la plaza, una adolescente inconsciencia; en el centro, donde los guijarros del empedrado arden bajo el sol, un corazón que se desangra. ¿Qué sería, amigo mío, de tu destartalado escenario si, como viene a cantar Tonio, sus viejos tablones no temblasen cada noche sacudidos por el trémulo pulsar de un mundo embriagado de vida?

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GIACOMO PUCCINI | GIANNI SCHICCHI (“O MIO BABBINO CARO”) Un escalofrío me recorre ante la excitación de volver a disfrutar de una obra cuyo solo prólogo ya es por sí mismo un mundo. Seguro que volverá a ser un éxito arrollador. Se rumorea que la intérprete de Nedda será una joven soprano florentina de extraordinario talento -y no menor belleza- de la que su padre y a la vez agente no se separa ni un solo minuto. Según parece, la muchacha quiso casarse con un primo suyo y la madre de éste, y luego su propio progenitor, se lo impidieron.

Es ésta una historia que se parece sorprendentemente a la de mi Lauretta, en Gianni Schicchi. ¡Pobre niña mía! ¡Con qué candidez intentas seducir a tu papaíto para que consienta al menos él el matrimonio! Tu súplica acicalada de ingenua picardía se mece ondulante en el aire y envuelve con su velo de terciopelo el corazón del severo pero conmovido padre.

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RUGGERO LEONCAVALLO | LA BOHÈME (LA BIONDINETTA) También la candorosa brisa que mana de esta música ha corrido ligera y rejuvenecedora entre tus bambalinas, viejo amigo. Parece que incluso escucho los suspiros quejumbrosos del entarimado. ¡Pero basta ya de ensoñaciones! ¿Dónde diablos se habrá metido Zandonai? ¡Aquí me tiene esperando como si fuera un colegial! Y para colmo de mi impaciencia, aquella jovencita que canta cancioncillas ligeras en el café de enfrente -tengo que decir que con bella voz y refinada sensibilidad- debe de haberme reconocido y se dispone a mostrarme su respeto -como deduzco por su reverenciacantándome alguna de mis melodías. Espero que sea original y al menos no se trate, como ya es habitual, del aria de mi Musetta en La Bohème.

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RUGGERO LEONCAVALLO | LA BOHÈME (ARIA DE MUSETTA) No sé si por equivocación o alguna pequeña intriga contra mí esta preciosidad ha cantado, sí, La Bohème. Pero no la mía, sino la de Leoncavallo. ¡Ha! ¡No me extrañaría nada que ese canalla estuviera por ahí agazapado disfrutando de la cara de estúpido que se me debe de haber quedado!

Aunque rivales desde antaño a causa de -llamémosle así- nuestra bohemia, no dejo por ello de valorar su obra, tan diferente, eso sí, de la mía.

Qué distinta, por ejemplo, la figura de Musetta, a quien mi colega ha dotado de un mayor protagonismo. Baste pensar en el momento en que decide abandonar a Marcello. Ahí ha sembrado Leoncavallo la miseria y el miedo de los humildes, de aquellos que no se pueden permitir ensoñaciones ni caricias para el alma en tanto no tengan un pedazo de pan que llevarse a la boca. ¡Con qué forzada resolución se nos presenta así Musetta! ¡Pero también cuánta angustia, cuánta desolación cuando, en una simple cuartilla, abandona su alma a cada letra que, emborronada por su dolor, la despide del amado! La necesidad no le permite ni siquiera un momento de duda.

Es ahora o nunca. Y su cuerpo estremecido se aleja de la estancia donde su aliento queda.

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GIACOMO PUCCINI | LA BOHÈME (“MI CHIAMANO MIMI”) En vista de lo que está tardando Zandonai, he optado por sentarme en la terraza del Momus. La joven de antes -que, perdóneme dios, no es una soprano como me pareció sino una mezzo de brillante color- se ha abalanzado sobre mí y no deja de deshacerse en disculpas. Según me balbucea, una camarera que le tiene ojeriza le lanzó un oportuno “ahí está el maestro” y, a causa de los cartelones que anuncian su ópera, me identificó sin dudarlo con mi colega. Todavía estoy un tanto receloso de ella cuando me espeta un “me llaman Mimí, pero mi nombre es Lucía”. No sé si su historia es breve o no lo es, pero la despacho con malhumor y sin darle oportunidad de que me atosigue. ¡Mimí, me dice! ¡Ya quisiera ella parecerse a mi adorable criatura!

Cuando en el primer acto nos desnuda su alma no lo hace entre sollozos ni balbuceos, sino con un recato y un pudor que nos hechiza desde el primer momento. ¡Cuánto adoro a esa modistilla que se pasa la vida tejiendo fantasías y quimeras con aroma a dulces versos! ¡Ah! ¡No es Rodolfo, amada mía, sino yo quien te regala en el primer beso del Abril el sol que calienta tu gélida mano! Y tú a nuestro frío invierno la fragancia rejuvenecedora que tus manos destilan a cada puntada en tus flores de seda.

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RUGGERO LEONCAVALLO | LA BOHÈME (ARIA DE MUSETTA) Unas ágiles escalas del piano me substraen una vez más de mi embeleso. De entre el voluptuoso humo del cigarro que, en contra de la prohibición de mis médicos, he saboreado placenteramente mientras me deleitaba con mi Mimí, surge como una visión, ahora en el papel de pianista, la calamitosa mezzo de antes. Junto a ella, una joven pizpireta de graciosa figura y llamativa vestimenta me saluda con un tímido gesto de su mano enguantada en satén. Debo de imponerles demasiado como para atreverse a acercarse a mi mesa. Un tanto arrepentido de mi anterior antipatía con la muchacha, me quito el sombrero y le dedico, como a su acompañante, una cálida sonrisa. En el brillo agradecido de sus ojos se lee que la pobre chiquilla quiere enmendar su error y brindarme una nueva disculpa en forma de pequeño homenaje. Como es mezzo y nunca he sido generoso con las voces graves, imagino que habrá tenido que contar con su compañera -por su fisonomía sin duda una soprano- para poder interpretar alguna de mis melodías. ¿Me encandilarán esta vez sí, como al pobre Marcello en La Bohème, con la coquetería y el donaire de mi encantadora Musetta?

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GIACOMO PUCCINI | LA BOHÈME (FINAL DEL ACTO III) También yo me uno a los bravos que resuenan por toda la plaza.

Esta joven ha cantado extraordinariamente bien. Por no hablar del exquisito acompañamiento de la pianista. No puedo por menos que acercarme a ellas y expresarles conmovido mi más sincero agradecimiento. Incluso las invito a acompañarme en mi mesa. ¡Cómo agradezco ahora la demora de Zandonai!

Hasta deseo que tarde aún más en aparecer. Algo avergonzada todavía, mi amiga no musita apenas palabra. Su compañera no para en cambio de expresarme con entusiasmo su admiración. Me cuenta que en la actualidad está preparando con su maestro el papel de Mimi, que se le hace un nudo en la garganta con el aria del tercer acto y que nunca ha escuchado nada más estremecedor -salvo el final de la ópera- que el cuarteto que le sigue.

También yo siento algo parecido. ¿Quién no se conmueve acaso ante la aparente resignación con la que Mimí se despide para siempre de Rodolfo? ¿No se estremece cuando, subrayando sus palabras, la partitura esboza los ecos de aquella felicidad perdida ya en el tiempo como un leve suspiro? ¡Qué corazón ardiente estalla de repente en su pecho cuando, arrebatada, le pide envuelta en lágrimas que no la olvide nunca! Y a continuación, sin embargo, el más hermoso adiós de un amor que, para no extinguirse como la enferma Mimí en la pobreza de su amado, debe terminar por separarles. Esperemos -dicen- a que el crudo invierno se aleje -aunque luego anide para siempre en nuestros corazones- y no nos separemos hasta que las fuentes susurren en sus caños la cálida brisa de la primavera. Al otro lado de la calle cubierta de nieve, Marcello y Musetta se arrojan los trastos a la cabeza en un maravilloso y estrambótico contrapunto. Y al final -cuando el desconsuelo y la amargura caen, como los blancos copos, sobre sus cabezas-, el cálido encuentro en el que se funden de nuevo los enamorados.

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GIACOMO PUCCINI | TURANDOT (“TU CHE DI GEL SEI CINTA”) Por fin estoy en casa tras una larga tarde de espera. Aunque confieso que me disgustó tener que separarme de mis encantadoras acompañantes cuando Zandonai apareció, deshecho en mil excusas, con más de dos horas de retraso. Pero al menos ya tiene las partituras que quería entregarle para que vaya revisando las correcciones y pasándolas a limpio. Mi vista está ya muy cansada para sumergirse en unos pentagramas tan abarrotados de notas, sostenidos, bemoles y tachaduras. ¡Qué pulcra sin embargo -ahí encima de mi escritorio- la partitura del último acto! Quizá sean esos pentagramas mi canto del cisne y por eso todo me ha fluido con extraordinaria facilidad y limpieza. ¿Se habrán contagiado las inmaculadas cuartillas de la frialdad de la protagonista?

Ante ella se postra aquí la insignificante Liú. Y no sólo su cuerpo.

También su alma se derrumba bajo el peso abrumador de un ocaso que no tiene amanecer. En su generoso sacrificio resplandece la llama de un amor que ofrece sin dudarlo a aquél a quien salva y que ha de despuntar en una aurora huérfana de su desconsuelo.

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GIACOMO PUCCINI | TURANDOT (“NESSUN DORMA”) Como tantas otras noches, he vuelto a quedarme dormido delante del piano. Así me lo advierte la pálida claridad de la luna a través de la ventana.

Mis últimas anotaciones parecen haberse diluido en el ahora blanquecino resplandor de la partitura. Mis manos, sin embargo, pueden sentir todavía sobre los pentagramas la desolación de aquél abnegado espíritu. Tu alma -Liu- se extiende ya sobre un horizonte difuminado en un amanecer de ternuras que no son para ti. Los ecos de un universo que no sabe de caricias resuenan quejumbrosos en la lejanía.

Allí entre las sombras está tu Calaf, tan ajeno a tu sacrificio como el mundo que, suplicante de su nombre, le rodea. ¡Que nadie duerma -resuena como un lamento- que nadie duerma hasta arrancarle el secreto en el que germinan un millón de vidas! Así lo ha ordenado Turandot. Tampoco yo, como aquella dulce niña, desvelaré el enigma que, burlándose de su noble sacrificio, se desplome como el hacha sobre tu cabeza, obstinado amigo.

También mis labios permanecerán sellados. Sólo en las desnudas partituras que me esperan aún sobre el atril florecerá -como de tu boca al alba, Turandot- una perpetua primavera. Y allí, bajo el cerezo en flor -al arrullo de infinitas melodías-, me zambulliré en la eterna madrugada donde ya me esperan todos ellos y venceré, como Calaf, a la negra muerte.

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ÓPERA DE LEÓN

LA ÚLTIMA NOCHE DE PUCCINI

MIGUEL ÁNGEL COQUE

ÍNDICE INTRODUCCIÓN. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . I ACTO I. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 ACTO II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37 ÍNDICE. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65

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MIGUEL ÁNGEL COQUE DIRECTOR ARTÍSTICO

Miguel Ángel Coque nace en León (España). Tras realizar estudios de Derecho en su ciudad natal, cursa estudios de Canto e Interpretación Escénica en la Escuela Superior de Canto de Madrid, donde se forma vocal y musicalmente con los maestros Ramón Regidor, José Luis Montoliú, Ana María Quintanilla y Miguel Zanetti, y, en lo escénico, bajo la dirección del prestigioso Director de Teatro Juan Pedro de Aguilar y del galardonado con un Goya Rafael Pérez Sierra. Amplía asimismo su formación vocal con el famoso tenor Francisco Ortiz, así como la musical, con el doblemente Premio Nacional de Cultura Adelino Barrio, con quien estudia Armonía, Contrapunto, Fuga y Técnica de Dirección.

Ha formado parte del Coro del Bayreuther Jugendfestspieltreffen (Bayreuth-Alemania-) y colaborado con el Coro de la Comunidad de Madrid y el Coro Nacional de España durante la etapa de estas dos agrupaciones en las primeras temporadas operísticas del Teatro Real de Madrid, tras su reapertura en 1997.

En 1999 ingresa en el Coro de la Orquesta Sinfónica de Madrid (Coro Titular del Teatro Real 1999-2009), donde, además de ocupar el cargo de Jefe de la Cuerda de Tenores, llega a desempeñar funciones como Asistente de Dirección.

Como Director de Escena ha tenido además la oportunidad de formarse bajo la dirección de maestros como De Ana, Carsen, Decker, Dew, Dorn, Gruber, Herzog, Iudge, Lavelli, Marelli, Del Monaco, Moshinsky, Pizzi, Vick, Wernicke, Bieito, Espert, Flotats, Gas, Nieva, Pascual, Plaza, Sagi, Vera, etc.

En Julio de 2010 estrena su producción escénica de El holandés errante en el Teatro Pérez Galdós de Las Palmas de Gran Canaria. Publica asimismo su ensayo El holandés errante, una propuesta escénica sobre el drama de Richard Wagner, y su colección de poesía epistolar amorosa Cartas desde mi torre, pequeño homenaje literario a la figura de Friedrich Hölderlin.

Entre Enero de 2010 y Octubre de 2011 colabora en calidad de Director de de Escena y Diseñador de Decorados con la Ópera de Chemnitz (Alemania).

En octubre de 2013 dramatiza, dirige e ilumina en el Auditorio Ciudad de León la II Gala Lírica de León, dedicada a la figura de Giuseppe Verdi con motivo del 200 Aniversario de su nacimiento.

Recientemente ha estrenando en el Auditorio Ciudad de León su obra La última noche de Puccini, que también ha dirigido y para la que ha igualmente diseñado la escenografía y la iluminación.

En la actualidad trabaja en una nueva propuesta escénica para Fidelio, de Beethoven, y ultima en colaboración con la prestigiosa Asociación Wagneriana de Viena la publicación de una serie de ensayos escénicos sobre la totalidad de la obra dramática de Richard Wagner, así como la escritura de un monólogo dramático inspirado en el Heinrich von Ofterdingen de Novalis.

Su repertorio está integrado hasta la fecha por El holandés errante, Tristán e Isolda, Los maestros cantores de Núremberg, El oro del Rin, La valquiria, Sigfrido, El ocaso de los dioses, Parsifal, Elektra, Ewartung, El castillo de Barbazul, Cavalleria Rusticana, El aedo de Busseto y La última noche de Puccini.

© 2014, 2016 MIGUEL ÁNGEL COQUE

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