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Colectivo Rita Lambert

Pedigrí

Salió de casa con la misión de encontrar un trabajo. Llevaba algún tiempo en paro y la situación era insostenible.

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Aceptaría casi cualquier cosa. De todas formas, se vistió lo más elegantemente que pudo y se lanzó a la calle. Al pasar por ese fantástico hotel de bastantes estrellas, pensó que quizá alguna labor podía encajar con su perfil y titubeante se quedó unos instantes parado ante aquella solemne puerta de entrada. Estaba muy embelesado ante tanto lujo, cuando el conductor de un despampanante Maserati rojo le depósito en la mano el llavero que contenía las llaves de aquella supermáquina.

Cuando quiso reaccionar el hombre con aspecto de jeque árabe había desaparecido.

El asunto estaba claro. Le habían confundido con el aparcacoches.

Estuvo vacilando apenas dos segundos. La reacción fue rápido. Se introdujo en el lujoso vehículo y, una vez dentro, fue como si le abdujera una fuerza sobrenatural. Se olvidó en aquel mismo instante de quién era y de que su propósito al salir de su casa esa mañana era encontrar un trabajo. Puso en marcha la supermáquina y, deleitándose con la satisfactoria conducción, se encaminó a su pueblo natal donde sus vecinos y familiares siempre habían pensado de él que era un pobre hombre.

Tardó en llegar aproximadamente una hora. Durante los siguientes treinta minutos estuvo paseando por su pueblo por supuesto con el codo bien sacado por la ventanilla. Cuando consideró que había sido ya bien visto, inició el regreso a su punto de partida.

En poco más de una hora estaba de nuevo en la puerta del hotel, dónde tras una breve espera apareció el propietario de su Maserati. Le entregó muy educadamente las llaves y este le dio una generosa propina por los servicios prestados: nunca sabría lo que había hecho con su vehículo ese falso aparcacoches.

Nuestro hombre continuó el resto del día buscando trabajo. Pero ya no sé conformaba con cualquier empleo: ahora necesitaba un trabajo de nivel. Haber colocado sus posaderas en un vehículo de tan alta gama y haber paseado con el codo fuera de la ventanilla le habían imprimido carácter. No se conformaría con cualquier cosa: él era ya un hombre con pedigrí.

Luz Artesana COLECTIVO RITA LAMBERT

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