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Mi ri noc eron te t ambién com e crep es

—¡Mamá! ¡Mamá! —llamó Dalia—. Hay un enorme…

—Explícaselo a tu padre —dijo su madre—. Lo pillará con un bote y lo tirará por la ventana.

—¡Papá! ¡Papá! —gritó Dalia—. Hay un enorme… gigante…

—¡Sssssst! —cortó abruptamente el padre—. La araña puede esperar.

—¡No es una araña! —protestó Dalia—. Es un gran RINOCERONTE, morado y enorme.

Pero, como siempre, NADIE LA ESCUCHÓ.

—Venga, Rino —dijo Dalia—. Ya he tenido bastante.

El rinoceronte intentó hacer cosquillas a Dalia con su cuerno, pero ella estaba tan triste que no consiguió hacerla reír.

—Mamá y papá no me escuchan nunca —le confesó—. Es como si estuvieran a miles de kilómetros de aquí, en otro planeta.

El rinoceronte suspiró profundamente, abriendo sus enormes fosas nasales moradas.

—Me sabe mal, Rino —dijo Dalia—. Tu familia también está muy lejos de aquí, ¿verdad?

El rinoceronte asintió con la cabeza, y una lágrima lila se deslizó por su mejilla.

¡Pobre Rino!