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Las joyas de la Divina Pastora

Los “girandoles” de la Pastora de Santa Marina

Luis Prieto Sánchez e Isabel Núñez Díaz

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El enjoyamiento en las imágenes de María ha sido habitual, en mayor o menor medida, desde las primeras representaciones que se conservan de la Virgen, aquellas pinturas murales datadas en el siglo III halladas en las catacumbas de Priscila, en Roma. Se estima que desde ese mismo momento comenzaron a consolidarse los fundamentos que marcarán la iconografía mariana, a raíz de los cuales se va a mostrar a la Madre de Dios entronizada, con ropajes ricos, con joyas y con los atributos propios de la realeza. Estos tipos iconográficos aún poco evolucionados, se darán más adelante también en imágenes de bulto redondo de estilo románico y gótico, actuando la Virgen como el verdadero trono de su Hijo. En ellas, las alhajas aún aparecerán talladas en la madera, o pintadas formando parte de la policromía.

El uso de joyas prendidas se va a dar desde el mismo momento en que se comiencen a sobreponer telas a aquellas primitivas tallas, para su enriquecimiento y para adecuarlas a los nuevos gustos. Algo después, con la aparición de las imágenes de candelero, concebidas expresamente para ser sobrevestidas, el complemento en la ornamentación con alhajas alcanzaría su expresión máxima, sobre todo en las imágenes de Gloria, donde pervive, aunque también en las imágenes de Dolor. Estas joyas, que serían entregadas en su mayoría a modo de ofrenda o exvoto, acreditaban una posición social que diferenciaba al donante del resto. Aunque este hecho era muy tenido en cuenta, sin embargo en la mayoría de los casos existía un trasfondo en la dádiva como testimonio piadoso de devoción, algo de lo que la Iglesia del momento supo valerse.

El joyero de la Divina Pastora de Sta. Marina, que posee numerosas piezas que nos han llamado la atención por su antigüedad, factura y valor, corrobora la enorme devoción que suscitó en Sevilla desde un primer momento la imagen de Ntra. Señora, basada en la pintura que Miguel Alonso de Tovar plasmara tras la descripción de fray Isidoro en su feliz ocurrencia. Así como el importante mecenazgo del que disfrutó la cofradía desde sus inicios, con los Marqueses de la Motilla, los Duques de Osuna, o los propios reyes de España. Este hecho ocurrió a raíz del traslado de la Corte a la ciudad en 1729, perdurando la relación con la corona española hasta nuestros días.

La llegada de Felipe V, y por tanto de la dinastía Borbón, supuso muchos cambios. Los reyes traerían consigo las costumbres francesas, siendo en la Corte donde primero tuvieron que adaptarse a los nuevos gustos provenientes del país vecino, a la vanguardia de la moda europea de aquel momento. La nobleza quedaría deslumbrada por los estilismos importados y rápidamente quiso imitarlos, desechando muchas de las espléndidas joyas españolas, que ahora ya se veían anticuadas. Desde París lle

gaban alhajas con mucha pedrería montada al aire, algo que reducía considerablemente el peso de las piezas. De esta manera, las nuevas gemas provocaban infinitos destellos que las hacían más atractivas, dado que la luz también incidiría sobre ellas por la parte trasera. Zafiros, rubíes o topacios se añadirían a los clásicos diamantes y esmeraldas propios de siglos anteriores, para copar de colorido estas magníficas piezas francesas.

Sin embargo, muchas de estas piedras también serían sintéticas. Ya desde el último tercio del siglo XVII las síntesis gozaron de gran aceptación en el país vecino, introduciéndose en España a través de las clases más pudientes. No tanto así en la población, que tardaría en asimilar los cambios, y donde el gusto por los modelos netamente españoles permanecería aún largo tiempo.

Aunque no hay documentación que lo confirme hasta el momento, existe en el seno de la Hermandad una tradición oral que asegura que el juego de pendientes tipo girandole con la gran pieza de pecho, de plata y (posiblemente) cristales de estrás que posee la Pastora, fuera donado por la reina Isabel de Farnesio para el uso de la imagen titular de la cofradía. La ofrenda se habría llevado a cabo por mediación de fray Isidoro, quien pudo acercar esta devoción a la reina, y quien parece que incluso ejerció como confesor de la esposa de Felipe V en Sevilla.El modelo girandole sería popularizado en Francia por el joyero Gilles Légaré. Aunque existen muchas variantes del mismo, siempre va a cumplir un idéntico esquema en todas sus versiones. Se trata de un broquel redondo de sujeción a la oreja, seguido de un segundo cuerpo llamado trecho que tendría forma de lazo o adorno floral ancho, del que penderán tres colgantes almendrados, primando el tamaño de la pieza central sobre las demás. Estos grandes pendientes serían muy usados en el siglo XVIII, pues la moda del momento se adaptó para que fuera así, con peinados tirantes hacia detrás y vestiLa pieza de pecho sin embargo, aunque de buena calidad también, parece una composición hecha con joyas de diferente procedencia. Diríamos que se trata de un pendiente del mismo estilo al que se le anexionaron tres piezas más. Dos de ellas posiblemente para uso de cuello, si atendemos a los pasadores que aún conservan en su parte trasera, y otra con forma de corona que remata la joya. Con todo, aunque resulta homogénea y acorde al estilo de los pendientes con los que va a formar conjunto, los añadidos parecen posteriores. Estas alhajas podían ser usadas como joyas de pecho, prendidas justo en el borde del escote del vestido. Sin embargo se pondrían de moda también como joya de pescuezo, atada de una cinta ahogadera.

Bien entrado el siglo, estos aderezos seguirían teniendo gran aceptación entre las damas aristocráticas de la época, si atendemos a los numerosos retratos de corte que nos han llegado donde podemos observarlos. Un ejemplo podría ser el de María Luisa de Parma pintada a la edad de 14 años y conservado en el Museo del Prado. Está firmado por R. Mengs en 1765, y la futura reina se muestra con unos girandoles y un lazo de dos piezas al cuello. Ejemplares parecidos, también muy ricos, se han localizado en Portugal montados con crisoberilos y topacios del Brasil, donde evolucionaron de una manera extraordinaria en su diseño.

En España, el modelo se popularizaría en el tercio final del siglo XVIII, encontrando que el aderezo de Sta. Marina pueda responder más bien a esta época que a otra más temprana. Sin embargo, esto es algo que habría que estudiar con más detenimiento. Lo mismo que el resto de alhajas del joyero en su conjunto, que por lo que hemos podido comprobar, conserva muchas y muy interesantes piezas de joyería española.

1. Prieto Sánchez, Luis; Núñez Díaz, Isabel. Las joyas en el vestir de la Virgen. Ed. Almuzara. Córdoba – 2020. Pp 27 . 2. Entendiendo como ofrenda, cuando el presente a la imagen venerada es previo a la gracia concedida, y como exvoto cuando la donación se produce posteriormente a aquella. 3. Fray Isidoro de Sevilla posiblemente prefiriera tratar como feliz ocurrencia, más que como ensoñación, a su visión de la Virgen María como Pastora del rebaño que es el Pueblo de Dios, posiblemente para no tener que dar cuenta de los detalles del hecho ante la Santa Inquisición. 4. En el primer tercio del siglo XVIII, el joyero francés Georg Friedrich Strass inventaría una pasta de vidrio con una base de plomo que al tallarla y pulirla conseguía unas piedras de unas características muy parecidas al diamante, en cuanto a transparencia y brillo, llegando a ser su mejor imitación conocida hasta bien entrado el siglo XX. Esta síntesis gozaría de mucha aceptación en su tiempo y la piedras serían ciertamente cotizadas en todo el mundo. Actualmente lo siguen estando, aunque más por su valor como antigüedad.

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