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TERCERA GUERRA MÉDICA

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SEGUNDA GUERRA MÉDICA

Tras la muerte de Darío, su hijo Jerjes subió al

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poder. Durante los primeros años de su reinado se ocupó de reprimir revueltas en Egipto y Babilonia, y se preparó a continuación para atacar a los griegos. Antes había enviado a Grecia embajadores a todas las ciudades para pedirles tierra y agua, símbolos de sumisión. Muchas islas y ciudades aceptaron, pero no Atenas y Esparta. Se cuenta que los espartanos, al igual que sucedió en Atenas, ignorando la inmunidad diplomática, respondieron a los embajadores: Tendréis toda la tierra y el agua que queráis, y los tomaron y arrojaron a un pozo. Era una declaración definitiva de intenciones hostiles. Sin embargo, en Esparta se empezaron a dar augurios nefastos, causados por la ira de los dioses debido a este acto de insolencia. Se llamó a los ciudadanos espartanos para solicitar si alguno de ellos era capaz de sacrificarse para satisfacer a los dioses y aplacar su ira. Dos ricos espartanos ofrecieron entregarse al rey persa, y se encaminaron hacia Susa, donde los recibió Jerjes, quien quiso obligarles a postrarse ante él. Sin embargo, los emisarios espartanos se resistieron, y le respondieron: Rey de los medos, los lacedemonios nos han enviado para que puedas vengar en nosotros la muerte que han dado a tus embajadores en Esparta. Jerjes, les respondió que no iba a hacerse reo del mismo crimen, y que tampoco creía que con su muerte los liberaría de la deshonra.

Las Termópilas:

El poderoso ejército de Jerjes, que se estima en alrededor de 500 000 hombres mejor equipados que aquellos bajo el mando de Darío, partió el 480 a. C.

Para cruzar el Helesponto, en un pasaje de Heródoto se nos cuenta cómo se construyó un imponente puente de barcas por el cual el ejército de Jerjes debía atravesar el mar, pero una tormenta lo destruyó, y Jerjes culpó al mar ordenando a sus torturadores que dieran mil latigazos como castigo a las aguas.

Finalmente cruzó el mar y siguiendo la ruta de la costa se adentró en la península. Paralelamente, la flota avanzaba bordeando la costa, para lo cual se construyó también un canal para evitar el tempestuoso cabo del monte Athos. Las tropas helenas, que conocían estos movimientos, decidieron detenerlos el máximo tiempo posible en el desfiladero de las Termópilas. Al menos el tiempo suficiente para asegurar la defensa de Grecia en el istmo de Corinto.

En este lugar, el rey espartano Leónidas I situó a unos 300 soldados espartanos y 1.000 más de otras regiones. Jerjes le envió un mensaje exhortándoles a entregar las armas, a lo que respondieron: Ven a tomarlas. Tras cinco días de espera, y viendo que su superioridad numérica no hacía huir al enemigo, los persas atacaron.

El ejército griego se basaba en el núcleo de la infantería pesada de los hoplitas, soldados de infantería con un gran escudo, una lanza, coraza y cnémidas de protección. Formaban en falange, presentando un muro de bronce y hierro con el objetivo de detener a los enemigos en la lucha cuerpo a cuerpo.

Las técnicas persas se basaban en una infantería ligera, sin corazas y con armas arrojadizas principalmente, además de la famosa caballería de arqueros y carros. El único cuerpo de élite persa eran los llamados Inmortales, soldados de infantería pesada que constituían la guardia personal del rey persa.

Sin embargo, en aquel desfiladero tan estrecho los persas no podían usar su famosa caballería, y su superioridad numérica quedaba bloqueada, pues sus lanzas eran más cortas que las griegas. La estrechez del paso les hacía combatir con similar número de efectivos en cada oleada persa, por lo que no les quedó más opción que replegarse después de dos días de batalla.

Pero ocurrió que un traidor llamado Efialtes condujo a Jerjes a través de los bosques para llegar por la retaguardia a la salida de las Termópilas.

La protección del camino había sido encomendada a 1.000 focidios, que tenían excelentes posiciones defensivas, pero éstos se acobardaron ante el avance persa y huyeron. Al conocer la noticia, algunos griegos señalaron lo inútil de su situación para evitar una matanza, y entonces Leónidas decidió dejar partir a los que quisieran marcharse, quedándose él, su ejército de 300 espartanos y 700 hoplitas de Tespias, firmes en sus puestos.

Atacados por el frente y la espalda, los espartanos y los tespios sucumbieron después de haber aniquilado a 10 000 persas. Posteriormente se levantaría en ese lugar una inscripc

Batalla de Salamina:

Con el paso de las Termópilas franco, toda la Grecia central estaba a los pies del rey persa. Tras la derrota de Leónidas, la flota griega abandonó sus posiciones en Eubea y evacuó Atenas, buscando refugio para las mujeres y los niños en las cercanías de la isla de Salamina. Desde ese lugar presenciaron el saqueo e incendio de la Acrópolis por las tropas dirigidas por Mardonio.

A pesar de ello, Temístocles aún tenía la estrategia de atraer a la flota persa y entablar batalla en Salamina, con una estrategia que lograría vencerles. Se cuenta que Temístocles envió a su esclavo Sicino ante el rey de Persia, haciéndose pasar por traidor, para contarle que parte de la armada griega escaparía de noche, incitando de este modo a Jerjes para que dividiera su flota enviando parte de ella a cerrar el canal por el otro lado, pero no está comprobado. Lo cierto es que Jerjes decidió entablar combate naval, utilizando un gran número de barcos, muchos de ellos de sus súbditos fenicios. Sin embargo, la flota persa no tenía coordinación al atacar, mientras que los griegos tenían perfilada su estrategia: sus alas envolverían a los navíos persas y los empujarían unos contra otros para privarlos de movimiento. Su plan resultó, y el caos cundió entre la flota persa, con nefasto resultado: sus barcos se obstaculizaron y chocaron entre sí, yéndose a pique muchos de ellos, y contando además con que los persas no eran buenos nadadores, mientras que los griegos al caer al mar podían nadar hasta la playa. La noche puso fin al combate, tras el cual se retiró destruida la otrora poderosa armada persa. Jerjes presenció impotente la batalla, desde lo alto de una colina.

Fin de la segunda guerra médica:

Temístocles quiso llevar la guerra a Asia Menor, enviar allí la flota y sublevar las colonias jónicas contra el rey de Persia, pero Esparta se opuso, por el temor de dejar desprotegido el Peloponeso.

La guerra continuó al volver el ejército persa para invadir el Ática en el 479 a.C. comandado por Mardonio bajo las órdenes de Jerjes I. Mardonio ofreció la libertad a los griegos si firmaban la paz, pero el único miembro del consejo de Atenas que votó a favor fue condenado a muerte por sus compañeros. De esta forma, los atenienses hubieron de buscar refugio nuevamente en Salamina, y su ciudad fue incendiada por segunda vez.

Al enterarse de que el ejército espartano se dirigía contra ellos, los persas se retiraron hacia el Oeste, hasta Platea. Dirigidos por su regente Pausanias, conocido por su sangre fría, los espartanos, junto a los atenienses y los demás aliados griegos, lograron otra importante victoria sobre los persas, capturando de paso un gran botín que les estaba esperando en el campamento persa. Además de la victoria en Platea, ocurrió poco tiempo después el hundimiento de la flota persa en Mícala, que fue además la señal para el levantamiento de los jonios contra sus opresores. Los persas se retiraron de Grecia, poniendo así fin a los sueños de Jerjes I de conquistar el mundo helénico.

T e r c er a G ue r r a Mé d i c a

urante esta época los atenienses y los espartanos fundan la Liga Ático-Délica en memoria de la simaquia, que tendría como principal objetivo proteger a Atenas y las colonias jonias del Asia Menor. Esta liga estaría totalmente comandada por Atenas, que llevaría así las directrices en todos los aspectos posibles, por lo que de esta manera se convierte en el mayor pueblo de Grecia política, económica, social, cultural y militarmente, sobrepasando a la propia Esparta.

En este momento Temístocles es mal visto por el pueblo ateniense y es exiliado, de modo que huye a las fronteras del Imperio aqueménida, y allí se pone bajo el mando del nuevo soberano persa, Artajerjes I, que junto a sus influencias y el acérrimo odio que ambos sentían por la cultura griega, se decide avanzar hacia las costas griegas para someterlas definitivamente bajo el dominio persa.

Cimón, hijo de Milcíades, enterado de las intenciones de Artajerjes I, avanza hasta la actual Turquía y derrota al ejército persa en la batalla del río Eurimedonte en el 467 a.C.

Tras esta gran victoria, Cimón decide que se debe de nuevo promulgar la amistad y paz con el pueblo espartano, pero los atenienses no consideran esa opción de igual manera y los destierran por orden de Efialtes, cuyo mandato no duró mucho y fue sucedido por Pericles, que dominó Atenas hasta su muerte en el 429 a.C. Pericles continúa la guerra contra Persia, en la que destacan dos decisiones que tomó, la primera la de solicitar a Cimón su vuelta del destierro y la segunda, la firma de un tratado de paz con Artajerjes I, el cual lo acepta, llamado Paz de Calias en el 448 a.C. que estipula ciertas condiciones para ambos pueblos y que es presidido por este, razón por la que fue mandado de vuelta del exilio, aunque realmente está demostrado que fue presidido por Calias, ya que, en el año del tratado, Cimón ya había muerto, por lo que se piensa fue realizado en su honor y recuerdo.

Las guerras médicas llegan a su fin mediante las condiciones impuestas por los griegos a los persas, a saber:

Obligación a los persas de desistir definitivamente en su conquista y expansión a Grecia. No volver a navegar por el mar Egeo Se les permite comerciar con las colonias griegas de Asia Menor.

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