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D L
from 09-04-2023
a puerta se abre y entras, después de reconocer gran parte de la casa, por fin has llegado al punto donde la mano te señaló el brillo dorado que se esfumó cuando despertaste de aquél sueño, respiras y tu olfato percibe el aroma a humedad que confundes con polvo. Ahí se encuentra la silla que ha sido forrada con telarañas, te llevas las manos a la cabeza y tratas de controlar tu migraña pero es en vano, sales y buscas el medicamento en la guantera del coche, el dolor pasa pero la curiosidad no.
Entonces regresas al cuarto menos iluminado, ahí donde te soñaste varias veces, por fin has llegado al lugar indicado por la bella mano que te señaló un rincón de este, y aunque tétrico, te resulta familiar; el olor persiste y el frío se siente al igual que la seguridad, de pronto recuerdas la presencia del vendedor, aquel hombre de mirada perdida que te abrió la puerta para que vieras la propiedad, pero ya no está, no recuerdas en qué momento se fue, y culpas a la migraña.
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Más que buscar al viejo, te concentras en mirar la habitación, y caminas hacia el rincón del lado derecho; arriba en una repisa ves la imagen ahumada de algún santo que no alcanzas a reconocer y la cera escurrida de lo que pudo ser una veladora que se cubrió de tierra con el paso del tiempo, de las flores que había sólo quedaron los tallos, eran rosas de color amarillo, aunque lo sabes lo dudas, la angustia llega y no sabes por qué, el recuerdo se hace tan intenso que termina por punzar en la frente, cierras los ojos y caes en el cuarto, al abrirlos sigues ahí bajo la repisa frente al ropero; te incorporas y sin caracterizaba, rezaba y ofrecía la representación a su Dios, agradeciendo por todo lo que había recibido. dudarlo abres el gran mueble.
Sabía que el recorrido sería cansado, ya había recibido los azotes, le habían colocado la corona de espinas, cargaba la cruz y ya había caído una primera vez, y para la segunda, se acercó su madre, no estaba dentro de los personajes, pero entró a la procesión para darle ánimos.
Nadie de los espectadores, ni siquiera los propios actores escucharon las palabras que intercambiaron, pero todo se resumió con el beso en la mano que dio David a la señora, mientras la miraba hacia arriba en agradecimiento.
El Viacrucis siguió, lo último estaba por llegar, la crucifixión, pero ese momento en el que tuvo cerca a su madre le dio más impulso para continuar y aguantar, sumado a su gran fe.
Nada tras las puertas, sigues con los cajones y sólo polvo, entonces te ves reflejado en un espejo, parece una pequeña puerta de esas que tenían los muebles que se utilizaban como alhajeros, pero no sabes cómo abrirlo, buscas la navaja multiusos en tus pantalones pero no está, seguramente se quedó en el carro, lo piensas dos veces antes de pretender salir, cuando de momento la puertita que tiene de carátula ese espejo, se abre y deja ver una caja pequeña, escuchas un ruido, tienes compañía.
La mano que tanto te perturbó en tus sueños está ahí; tan hermosa, blanca y rosada a la vez, llega a tu hombro, en el espejo alcanzas a ver por fin el rostro de la mujer, quedas embelesado y al voltear tu rostro para mirarla de frente ya no está, el frío carcome tu piel y penetra en los huesos, regresas la mirada al espejo para sacar la caja que habías visto pero ya no está, el espejo se encuentra estrellado y tu mano ensangrentada, sales de inmediato.
Subes a tu auto, lo enciendes y tarda en encender, el polvo lo ha cubierto, no es tu carro, no lo reconoces pero del retrovisor cuelga el rosario que te dio tu madre, confundido y más preocupado por la sangre que no para de salir avanzas, el camino ha cambiado, y tu corta estancia en aquella habitación de la casa que pensabas comprar ha durado tan sólo diez años sin que tu te dieras cuenta.
