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Te invito a coger a mi silla de ruedas
“Pero pará, ¿los lisiados garchan?”, dice Lucrecia, usuaria de silla de ruedas, de manera irónica en un programa por Youtube. A partir de esto, Danila se pregunta sobre la sexualidad en las personas con discapacidad: ¿Cómo hacen para coger? ¿Con quiénes cogen? ¿Por qué hay tan poca información al respecto? ¿Por qué hablar de esto es un tabú o un morbo?
En este artículo –donde lxs protagonistas se animan a contar sus propias experiencias, fantasías y relaciones–, Danila Saiegh nos sumerge en una temática de la que se sabe muy poco: la sexualidad en las personas con discapacidad.
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Modelo: FlorWheels Foto: Muluk Fotografia
Para mucha gente hay algo erótico, tipo fetiche, les calienta garcharse a una piba en silla de ruedas. El año pasado estaba de licencia en mi trabajo por una contractura y una amiga me mostró una página de sugar babies/ sugar daddies, “Seeking Arrangements” se llama. Me dijo: ¿por qué no te hacés un perfil? Así fue que conocí a este viejo, que en realidad no es tan viejo, está en sus cuarentas. Yo vivo en Códoba y en ese momento tenía veinticuatro. Él era de Buenos Aires y se manejaba en un entorno millenial. Lo que pasa con los sugar daddies es que no siempre te quieren ver en pelotas de una, a veces flashean un rol como de mentoría y te quieren ayudar a triunfar en la vida, ¿entendés? Ese fin de semana yo iba a ir al Lollapalooza. Él conocía gente ahí y me dijo que me podía conseguir pases de prensa. Yo había quedado en ir a ver a mi papá a Paraná ese mismo fin de semana, pero le mentí, le dije que el médico no me había dejado viajar y me quedé en Buenos Aires a curtirme a este viejo por dinero. Fuimos a un bar en Caballito. No había nadie, llovía. No había dark corner para apretar, así que nos fuimos a la calle. La gente nos miraba confundida: un viejo con una pendeja en silla de ruedas. Chapamos y las cosas pasaron a otro level. Queríamos ir a un hotel hotel, no un albergue transitorio. Pero te piden documento y ninguno de los dos tenía. Yo soy sugar baby de categoría, a mí en un telo no me metés. El viejo no tenía tema con mi silla de ruedas, la piloteaba re bien. Es un chabón al que le encanta lo extraordinario y tiene ese mambo medio paternalista. Me preguntó si podía volver en Semana Santa. Lo hice. Me quedé un par de días en su departamento de Belgrano. Garchamos largo y tendido. Por momentos me pasaba que tenía a ese señor encima y me preguntaba qué estoy haciendo, pero después se me pasaba. Después de eso nos vimos muchas veces más. Siempre que voy a Buenos Aires lo veo. Es una relación muy rara y única. No tenemos ningún acuerdo de exclusividad. Salgo con otra gente, varones y mujeres. Tenemos una relación intermitente, pero hablo casi todos los días. Está presente. Nunca arreglé plata, pero si necesito algo que sale mucha plata quizás me ayuda. Me pasó que hace poco se me rompió la silla, que vale dos mil dólares; se lo conté y me la compró.
Lucrecia tiene 26 años. Vive con una amiga en la ciudad de Córdoba. Es usuaria de silla de ruedas. Estudió Letras y trabaja en un call center. Cuando tenía diez años se tiró de cabeza a la pileta de la escuela, se quebró dos vértebras cervicales y se le aplastó la médula. Perdió la movilidad en ese momento. Flotó cinco minutos hasta que una compañera la sacó del agua. Ningunx de lxs profesorxs que estaban ahí se dio cuenta de lo que estaba pasando. Estuvo un año internada sin poder moverse. La operaron para sacarle todos los pedazos rotos de vértebras y la indujeron a un coma durante un mes. El estrés que sufrió le provocó, además, la pérdida completa del cabello. Los primeros cinco años después del accidente, Lucrecia los dedicó a ir de médico en médico, hasta que decidió que había llegado al límite.
Rosario también es usuaria de silla de ruedas y junto a Lucrecia llevan adelante el canal de YouTube #OtraNorma. Tratan diferentes temas vinculados con la discapacidad, a veces tienen invitadxs con o sin diversidad funcional, como el caso de Cherry Vecchio, trabajadora sexual de 27 años. Charlan mientras se pintan las uñas. Lucrecia y Rosario le envuelven la mano a Cherry con cinta adhesiva. “Vamos a lisiar a Cherry”, dice Rosario; “vamos a desafiarla a que se pinte las uñas como nosotras, sin motricidad fina”, agrega Lucrecia. La charla comienza con una pregunta que desliza Rosario, con la ironía que la caracteriza: “Pero pará, ¿los lisiados garchan?”. Mientras Cherry, que tiene los dedos pegados entre sí, intenta cubrir sus uñas con esmalte fucsia, cuenta acerca de la única experiencia que tuvo con un cliente con diversidad funcional: “Desde mi perspectiva puta, lo que veo es que se les pone mucha presión. Te juntás con la familia y te cuentan una historia de vida y entonces pensás, no sé si voy a poder con todo eso. En este caso, me lo había pasado una asistente sexual que conozco hace tiempo. En un momento yo solamente trabajaba a través de una webcam, entonces ella me pasaba clientes que querían eso. Con este cliente empezamos así y después nos encontramos. Intenté tratarlo igual que a cualquier otro, principalmente pensé en cuestiones de logística, los telos son muy inaccesibles, él me dijo que podía venir con alguien que lo ayude a subir a la habitación, acostarse en la cama y que después se iba. Eso me relajó. No me costó manejar la parte de su diversidad funcional, estaba en silla de ruedas y tenía algunas dificultades motrices, pero las cosas que no podía hacer no tenían que ver estrictamente con lo sexual. El encuentro fue más de acompañamiento afectivo, que es un tipo de trabajo no sexual que consiste en escuchar, hacerse compañía, mimos, abrazarse, no tanto coger, no tan sexual; por lo tanto, no estaba en juego si podía o no podía hacer una proeza sexual. Después de ese encuentro hicimos algunas sesiones de cam y chateamos un par de veces, pero no lo vi más”.
Cuando salí de la escuela secundaria estuve un año encerrada en mi casa autoconociéndome. Después me metí en la carrera de Letras en la facultad y dije: voy a hacer todo lo que no hice hasta ahora. Esto es: fumar porro, ponerme en pedo, coger. Entonces empecé a planificar. Los inválidos somos así. Yo quería que mi primera experiencia estuviera muy controlada. Así que me busqué un chabon bien básico y predecible: un compañero de la facultad. Le dije que había tenido experiencias lésbicas, era mentira, pero él se re calentó con eso, así que un día triangulé la agenda de todas las personas que vivían en mi casa para que no hubiera nadie y lo invité. Fue raro, él me preguntaba todo el tiempo si podía o no hacer tal movimiento o ponerme de tal manera, flasheó pornstar y tuve ganas de decirle: pará, calmate, no ves que estoy en una silla de ruedas.
Soledad Arnau Ripollés es una filósofa y sexóloga española con diversidad funcional que investiga la relación entre sexualidad y discapacidad. Es miembro de la Comisión de Mujer y Discapacidad y coordinadora de la Oficina de Vida Independiente de la Comunidad de Madrid. “Toda existencia sexuada está mediada por los elementos simbólicos, conceptuales, morales y conductuales que nos proporciona la cultura en la que nacemos y en la que nos hacemos humanos. Precisamente por esto, la sexualidad puede ser objeto de una educación. Por lo tanto, cuando se trata de la sexualidad de personas con corporalidades/ sentidos/estructuras mentales ´no normativas´ ya de por sí eso genera inconvenientes, más aún cuando estas personas tienen diversidad funcional. Tenemos la especificidad de necesitar apoyos humanos generalizados de manera permanente. Entonces, las dificultades se acrecientan

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a la hora de vivir la propia sexualidad”, asegura la especialista española. En este sentido, la argentina Silvina Peirano, profesora de Educación Especial y especialista en personas con diversidad intelectual, considera que la sexualidad es propia de cada unx, no es un derecho que hay que reclamar. Ella plantea que la asistencia sexual cumple un rol clave a la hora de suplir el vacío y/o proporcionar espacios para ampliar las experiencias en materia sexual a personas o parejas con diversidad funcional o discapacidad. “Estados como Alemania, Suiza, Holanda, Dinamarca y prontamente Francia consideran la asistencia sexual como un servicio más a favor de la salud integral y cubren los costos o financian emprendimientos que ofrezcan este servicio”, aclara Peirano.
“Laburo como asistente sexual hace 4 años”; así se presenta Sofía y aclara: “Creo que la asistencia es un tipo de trabajo sexual. Yo ejerzo los dos”. Ella considera que la diferencia entre las dos actividades tiene que ver con la impronta de la situación: si está establecido que va a haber un juego entre ella y su cliente, o si ella solo se dispone como herramienta de la otra persona para, por ejemplo, su masturbación. A Sofía siempre le interesó explorar el ámbito sexual porque allí, lo que vale es la creatividad. Antes de dedicarse al trabajo sexual tuvo experiencias sexuales y relaciones afectivas con personas con discapacidad (pcd). No obstante, su vivencia está atravesada por los anteojos con los que mira el mundo: se está por recibir de socióloga, por lo que “desnaturalizar, deconstruir y problematizar” forman parte de su oficio intelectual. “Empecé a leer y me enteré de que existía este trabajo. Me recibí de acompañante terapéutica, trabajé de eso y de otras cosas, pero ninguna me conmovió ni me reditúa, emocional y económicamente tanto como mi trabajo actual”. Tiza se presenta como acompañante /orientador sexual en la disidencia funcional o usuarixs de salud mental y trabajador sexual. La mayoría de sus clientes son varones cis sin discapacidad y algunas pcd. “Laburé como puta desde muy chico porque soy una persona trans, y cuando me fui de casa no tuve la oportunidad de elegir un trabajo. Si bien no siempre el trabajo fue muy elegido porque era menor de edad, hace siete años que trabajo visiblemente de esto, en el sentido de que sí es un trabajo que yo elijo y puedo decirlo abiertamente. Yo decido de qué lado poner mi cuerpa, y no es solo para cubrir prioridades básicas como cuando era más chico”. Hace dos años comenzó a trabajar con pcd dentro de su trabajo sexual. Era estudiante de Enfermería y le tocó trabajar como cuidador domiciliario: “Necesitaba laburar y conocí a una pcd con una cabeza y un empoderamiento increíble. Era activista. Le conté que era trabajador sexual, lo charlamos, y empecé a trabajar con sus compañeres, y llegué a otres por el boca en boca. Esta persona me acompañó bastante. Incluso yo, antes de conocerle, tenía naturalizado que las pcd no tenían erotismo ni sexualidad”. En lo que se refiere a su metodología de trabajo, Sofía realiza primero una entrevista personal con el cliente para hablar sobre experiencias, expectativas, posibilidades y fantasías. El objetivo de esta reunión es evaluar si aquello que el cliente espera puede o no suceder a la hora de un servicio. En este sentido, Sofía también busca consensuar qué cosas podrían o no pasar en el próximo encuentro, aunque cuando ese momento llega emergen todo tipo de emociones: “Es muy común la angustia, atravesar el conocimiento del propio cuerpo. La proyección de la imagen de sí mismo a veces es difícil, hay imposibilidades. Me pasó de tener que poner límites a una persona que me dijo ´vos tenés que hacer lo que yo quiero porque te pago´, hay un prejuicio de que las pcd son dóciles y no siempre es así. Después, hay cuestiones propias del trabajo más físicas: caca, pis, vómitos, que para muchas personas, por sus plataformas físicas, son parte de su realidad cotidiana. Cuando sucede, me parece que es una oportunidad para resignificar esas cosas en un contexto sexual, erótico. Porque ya conocen la angustia con la que han sido subjetivades. Siempre me preguntan qué pasa si tu cliente se enamora, mi respuesta siempre es que yo también me puedo enamorar y, además, me parece que intentando cuidarles les quitamos la dignidad del riesgo, ¿por qué pensar que esa persona no va a poder afrontar el desamor, hacer el duelo y seguir a otra cosa?”. Sofía tiene algunxs clientxs fijxs; sin embargo, siempre trata de establecer de antemano un tiempo concreto, porque justamente su idea es fomentar la autonomía en todo sentido. Considera que, muchas veces, vivir un momento íntimo con otra persona, ser miradx con deseo o verse a unx mismx de otra manera ayuda
a animarse a otras cosas: “Es un proceso, en el quinto o sexto encuentro las personas se encuentran con el notición de que tienen la capacidad de dar o recibir placer en sus propios términos, y eso les ubica en otro lugar en el mundo, por ejemplo ante alguien que te trata mal poder decir: ´pará que a mí me gusta que me traten bien´ . La idea no es generar que eso solo se dé conmigo porque soy la asistente”.
María Florencia Santillán es comunicadora feminista usuaria de silla de ruedas, activista por los derechos de pcd e integrante del colectivo Ni Una Menos de Villa Carlos Paz, Córdoba. Vino a Buenos Aires a reunirse con algunxs diputadxs para discutir la Ley de Protección de Derechos Humanos para pcd. Se trata de un proyecto que obtuvo media sanción en 2015, pero después quedó frenado en Senadores. La intención es que se vuelva a abrir ese debate. “La ley que tenemos hoy es de la dictadura –explica Santillán–. Y es netamente médica, es decir, solo prevé que las pcd accedan a sus tratamientos y listo. La ley que estamos impulsando tiene otra óptica, piensa en la integridad física de las pcd, haciendo hincapié en sus derechos humanos y no solo en sus derechos médicos. Todas las injusticias que sufrimos las pcd, para variar, se agravan en las mujeres. La nueva ley tiene en cuenta esto, como por ejemplo la violencia a mujeres con discapacidad”. Una de las problemáticas más recurrentes con respecto a la violencia hacia las mujeres con discapacidad tiene que ver con aquellas que tienen síndrome de down u otros retrasos madurativos, a quienes les ligan las trompas de falopio sin ningún tipo de consentimiento. “Para los médicos y para sus familias, ellas no están en condiciones de tomar la decisión de ser madres y mucho menos de abortar en caso de quedar embarazadas y no desear ser madres. La verdad es que no hay nada que indique que ellas no pueden ser madres, pero socialmente está instalado que no tienen derecho a coger, mucho menos a ser madres”, reflexiona Santillán. Sobre la asistencia sexual, la comunicadora considera que debería estar garantizada por el Estado, no obstante cree que “las pcd tenemos que dar el debate público sobre nuestro derecho al goce, porque se le se endilga esa responsabilidad a la familia y es bastante perverso. Está instalada la idea de que un pibe discapacitado no tiene derecho ni a hacerse la paja. Estos pibes viven una rutina casi militar: van del hospital, a la rehabilitación, después equinoterapia, psicólogo, psicopedagoga, y a la casa; alguien los ayuda a bañarse y fin. Los condenan a una vida de mierda que no conoce el ocio, estar con un grupo de amigos, solo se relacionan con gente con discapacidad. No pueden conocer nada. Son pibes que están abrazados a una historia clínica y, por miedo a que les pase algo, la familia no les deja hacer nada, es un miedo que nos intentan meter hasta por suero, y es el mismo miedo por el cual también pensamos que somos un cuerpo que no tiene derecho a gozar sexualmente. Cuando los padres de estos pibes se mueren, van girando entre algunos familiares que los puedan cuidar hasta que se mueren. Es un esquema muy perverso”.

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