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D) Instrumental Odontologico
from LA ODONTOLOGIA EN LA HUMANIDAD - TOMO IV - HISTORIA DE LA ODONTOLOGIA UNIVERSITARIA
by dentalcare
por la refrigeración, brindando un mayor confort al paciente, éxito comercial inmediato, lanzando una nueva era de odontología de alta velocidad.
introducción
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Aparte de nuestros profesores y maestros universitarios, los odontólogos tenemos una deuda de gratitud inextinguible con dos profesiones, sin el concurso de las cuales, nuestro quehacer sería prácticamente imposible.
Me refiero a los protésicos dentales y a los propietarios gerentes y visitadores de depósitos dentales, que tanto han contribuido con su esfuerzo, dedicación y entrega a que la odontología se sostenga
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sobre las firmes bases de la técnica y el equipamiento para complementar la labor asistencial y la clínica de los titulados odontólogos.
La historia de nuestra profesión quedaría incompleta si no la contempláramos unida a la de los mencionados colectivos.

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Pues bien, para los que creen que todo nos viene de fuera, conviene recordarles que el término “broker”, inglés, tiene su origen en la palabra “alboroque”, que pasó al francés como “albroque” y al inglés, finalmente, como “broker” (intermediario en un negocio).
Un singular y anecdótico Pedido de Instrumental
Fernando VI y o Carlos III enviaron, por la época que nos ocupa, al licenciado don Josef Fernández (después primer cirujano de cámara) a París a comprar “máquinas de anatomía y cirugía” de las cuales trajo una docena de cajas con todos los instrumentos para practicar la talla, el trépano, a la amputación, los partos, la urología, la oftalmología, etc.

(Archivo General de Palacio, sección Carlos III, legajo 195) (según se puede constatar en el Archivo general de Palacio, sección Personal, caja 120 62, expediente 18).
Entre los cientos de artilugios figuraban reproducciones en cera de una mandíbula superior e inferior para estudiar anatomía, dos “speculum oris” para abrir la boca en caso de trismus, dos instrumentos de monsieur la Malle para bajar la lengua y escarificarla, el
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instrumento de monsieur Joube para cortar el frenillo, treinta y nueve instrumentos (nada menos) para todo género de operaciones en los dientes, ,también con un instrumento para limpiar la lengua, el de Levret para bajarla, un instrumento cortante y chato en su punta para picar y escarificar las encías.
Otro instrumento de plata en forma de horquilla para sostener la lengua al cortar el frenillo, de monsieur Petit, dos pulicanes inventados por Fray Cosme y M. Garengeot (pulicanes o pelícanos, artilugios de extracción antiguos muy anteriores a los autores citados).
Aquí se refiere, sin duda a la llave inglesa o de Garengeot, que otros atribuyeron al hermano Cosme); dos obturadores para el paladar, de plata sobredorada; otros instrumentos para los dientes, dos gatillos de la idea del cuchillero, el instrumento de M. Petit para el frenillo y las agujas de oro para la operación del pico de liebre (éstas faltaban en el inventario efectuado por el cirujano de la Cámara don Pedro Custodio Gutiérrez: firmado en San Ildefonso, el 27 de septiembre de 1784).
Como puede comprobarse, con este material podía aprenderse anatomía y practicarse la cirugía bucal de la época: extracciones dentarias, apertura de la boca en caso de trismus, sección del frenillo, escarificación y punción de las encías, limpieza de la dentadura, tratamiento protésico de la hendidura palatina (obturador de plata sobredorada) e incluso la operación de labio leporino, las agujas de oro.
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A París también fue, a principios del siglo XIX, concretamente en 1808, Juan Francisco Gariot, cirujano y dentista de Cámara de Carlos IV, por orden del futuro Fernando VII, a comprar “un estuche de instrumentos de aplicación en boca con treinta y cuatro piezas de oro que entregó para uso propio de S.M. siendo príncipe de Asturias”
Los dentistas más modestos recurrían a los herreros y cuchilleros y la prótesis la hacían personalmente imitando a los orfebres, joyeros y plateros. El material, los dientes por ejemplo, los traían cazadores de hipopótamos de África, singularmente portugueses. Si eran dientes humanos, se obtenían en los cementerios y en los patíbulos.

Edgar Allan Poe escribió un relato titulado “Berenice”, sobre vampiros, basado en las noticias aparecidas en los periódicos de Nueva York, Baltimore, de profanadores de tumbas que resultaron ser ladrones de dientes que surtían, sin escrúpulos, a los dentistas.
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Depósitos, lo que se dice depósitos dentales, no comenzaron a establecerse hasta bien entrado el siglo XIX.
La palabra depósito es muy antigua y se ha referido a variadísimas acepciones, de orden jurídico (depósito de personas), militar (lugar donde se acumulaban
pertrechos, víveres, etc.), forense (depósito de cadáveres), eclesiástico (reserva del santísimo sacramento), etc. Durante el siglo XIX y acaso antes (lástima del prometido Diccionario Histórico de la Real Academia Española) se han podido constatar en la prensa innumerables anuncios sobre depósitos de productos concretos desde sal, hielo, guantes o sanguijuelas.
Los depósitos dentales, como digo, nacieron en el siglo XIX y lo hicieron ante la tecnificación y complejidad de la Odontología a lo largo de esta centuria, impulsada sin duda por la obra de Pierre Fauchard en 1728.

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Un dentista de principios del siglo XVIII necesitaba poco material y escaso instrumental para su quehacer cotidiano.
El capítulo más genuino eran las extracciones dentarias que perpetraba con unas pocas herramientas artesanales: los pelícanos, la llave inglesa, algunos gatillos y los descarnadores y pujadores.
Igual sucedía con el utillaje para la tartrectomía, semejante al usado por Abulcasis en el siglo X.
El rellenado de las cavidades se hacía con limaduras de monedas u otros productos que el propio dentista preparaba.
La prótesis se hacía también artesanalmente con bases y dientes de hipopótamo o con chapas metálicas a las que se soldaban dientes de diferentes procedencias, humanos inclusive, como he dicho.
Al paciente se le acomodaba en una silla o en un sillón corriente, cuando no en el suelo (sobre todo para las extracciones).
Con el advenimiento de la porcelana dental, las impresiones y los articuladores, las necesidades de artilugios aumentaron considerablemente (hornos, limas, compases, buriles, caolín, pigmentos, etc.).
Ya en el siglo XIX las necesidades se disparan, la amalgama y la orificación precisan infinidad de instrumentos excavadores, limas, fresas, atacadores, martillos neumáticos
El caucho necesitó las vulcanizadoras, se aisló el campo con el dique de goma, se patentaron multitud de ingenios para la ortodon-
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cia, la endodoncia; aparecieron los fórceps, el torno a pedal, los “clamps” y porta “clamps”, ceras, gutapercha, yesos, cubetas, espejos, jeringas para anestesia, sillones articulados, escupideras, etc.
Es tal la complejidad que surgen infinidad de manufacturas especializadas en tal o cual implemento que el dentista no podía adquirir acá o allá tantas novedades, no podía pedir dientes a los Estados Unidos, fórceps a Inglaterra, porcelana a Francia…
De forma natural, surge el empresario que monta un almacén y que adquiere los derechos de representación de las grandes casas: White, Ash, De Trey…
Así se constituyen los depósitos dentales y en ellos es donde el dentista compra cuanto necesita.
Las cajas se ofrecían abiertas mostrando dos bandejas. En la superior, perfectamente alineados, 11 instrumentos de limpieza y orificación a cada lado y en el centro unas tijeras, una navaja de flebotomía y un instrumento desconocido, tal vez un compás para medidas de prótesis.
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“Cuando los profesores se dedicaban a la prótesis dentaria no

precisaban, por cierto, recurrir al extranjero para proveerse de los géneros que necesitan. De todo lo mejor y de lo más bueno que se conoce, procedente de las fábricas más acreditadas de los Estados Unidos, Bélgica, Francia e Inglaterra, encuentran siempre grande y variado surtido en el depósito de artículos para dentistas”
Los artículos se ofrecían primero en un bazar, luego un depósito, y ahora una quincallería. Y, ¿qué es o era una quincallería?
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Según la Enciclopedia Universal Ilustrada (Espasa), la palabra “quincalla” viene del francés “quincaille” y ésta, del neerlandés “kinklen”, que significa sonar. Estos, serían mercancías como tijeras, sortijas baratas, pendientes, rosarios medallas, cepillos y mondadientes.
Vulgarmente llamamos quincalla a objetos de poco valor, baratijas, espejuelos, lo que le daban los exploradores a los cafres africanos antes de que hicieran su aparición las “oenegés”.
En una de esas covachuelas se vendía el material que revolucionó la prótesis en el siglo XIX, el caucho vulcanizado.
El caucho, como ya sabemos, es un producto que se obtiene del látex, la leche que fluye de las incisiones efectuadas en multitud de árboles tropicales. El mejor de todos procede del “Hevea brasilienses” y fue conocido desde tiempo inmemorial por los indígenas americanos que hacían con él vasijas, zapatos y otros objetos.
El primer europeo que lo describió fue el español Gonzalo Fernández de Oviedo en 1536 y durante siglos sólo sirvió para hacer gomas de borrar.
En 1832, Lüdesdorf lo mezcló con azufre, aunque se considera a Goodyear el verdadero descubridor del caucho vulcanizado hacia 1851. Su aplicación en Odontología comenzó a partir de esa fecha, después de un encuentro de Goodyear en París en 1851 con el dentista Thomas W. Evans (el dentista de Napoleón III y Eugenia de Montijo) quien tuvo la idea de usarlo con este fin. Al principio se usó para bragueros, tetinas de biberón, sondas, etc.
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