Peiper Clab 11

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Bienvenido. Ven, siéntate al lado del fuego. Qué importa si tu cabeza está debajo de tus brazos o si tienes una cola de caballo para azotar tu flanco, plumas en vez de pelo: todo eso no es nada. Ven, comparte lo que hay de pan y carne en la casa y extiende tus talones y caliéntalos en las cenizas. Y después de eso, compartamos y compartamos por partes iguales y maldigamos todos los hombres y mujeres. Entra. Entra. ¿Cómo, no hay nadie ahí? The Countess Cathleen. W. B. Yeats.

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Di MartĂ­nez


staff#11 Diana Martinez Llaser

@dinaranja

Juan Rezzano

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Valeria Fornes

@paz.fornes

Marcela Terrile

@marcela_terrile

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Tania García Olmedo

@panaceainfinita

Ezequiel Martinez Llaser

ezequielmartinezllaser@gmail.com

Fabián Spampi

@fabian

Tapa: Di Martínez Frase: “Motorpsico” Patricio Rey y sus redonditos de ricota.

Seguinos en:

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Jorge Montecof

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Mario Spina

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Sergio Menasche

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Fabio Domenice

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Daniel Avinceta

@danoavin


Di MartĂ­nez

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índice 8 14 30 32

Relatemias Recortes y ensambles Texto

Cronicasahumadas 40 La fruta demorada 42 Tarántula y policías de balcón 46 Menasche 58 Entre las luces 60 Amor teatral 64 Yo canto 78 No 80 Bichos muertos 94 Una de horizontes 96 Por ahí 98 MDQ 104 Beatles


Foto DianaRezzano Martinez Llaser Juan

RELATEMIAS

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Di Martínez

ANTICUERPOS Esta mañana me aplicaron la vacuna contra el coronavirus que empezaron a testear con un grupo de voluntarios. Hasta ahora todo bien, sin efectos secundarios relevantes más allá de cierta expansión de la región frontal del cráneo, la aparición de vello más o menos tupido en la frente y el crecimiento -del orden del 50%- de mis pies, que también están cubriéndose de pelo en la zona de los empeines. No estoy preocupado. Si estas manifestaciones se pronunciaran, pienso que podría hacer carrera en el cine fantástico como hobbit o como uno más de los X-Men -CoronaX podría ser.


Juan Rezzano

DESBOCADOS Me imaginé el día después y me asaltó el temor a que cuando nos saquemos los barbijos caigamos en la cuenta de que ya no tenemos boca en la cara. ¿Si fuera una profecía? ¿Si eso nos pasara? ¿Podríamos desarrollar la capacidad de comer y hablar por algún otro orificio? ¿Podríamos aprender a besar de otra manera? ¿Cómo chiflaríamos? ¿Cómo cantaríamos? ¿Cómo soplaríamos la sopa para enfriarla? ¿Reemplazaríamos el sexo oral por sexo escrito? No sé. Por lo menos, moscas no nos entrarían.

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Di MartĂ­nez


Juan Rezzano

BLACK HOLES Me impresionan los enmascarados que llevan máscaras negras. Por las noches me resultan espeluznantes. Los veo venir y me parece que tienen un hoyo en la cara y que se les ve la oscuridad de sus pensamientos y pienso si estarán dedicándome alguno de sus pensamientos oscuros. Anoche me crucé con uno, le leí el pensamiento oscuro y lo maté de un tiro en sus pensamientos.

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Di MartĂ­nez


Valeria Fornes Paz

Collage:

RECORTES y ENSAMBLES de cuarentena

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Sopa de encierro


Valeria Fornes Paz

Emancipaciรณn


Día 7 Una voz, distorsionada por el megáfono, nos advierte permanecer en nuestras casas. Veo las luces del patrullero atravesar el vidrio de mi ventana. Pendulo entre los conceptos de distopía y ucronía para darle sentido a algo de lo que sucede y lo que creo, sucederá. Algo bien interno e inconfesable parece alegrarse en mí; habrá más tiempo para hacer lo que siempre postergo. ¿Les estará pasando a más personas, allá afuera-adentro? Comienzo con un impulso de orden, limpieza, descarte; que pronto se convierte en reciclaje de restos vitales, materiales y simbólicos. Un proceso collagístico de la propia vida. ¿Qué mejor oportunidad que buscar en esos desechos para resignificarlos? Revistas que ya no informan, apuntes reemplazados por libros, folletos de turismo de lugares que nunca visitaré o los que nunca regresaré, enciclopedias obsoletas, libros de autoayuda comprados por dos pesos, que nunca leeré. Nuevos tesoros y haceres de supervivencia, gestando antídotos contra cualquier fórmula de uso del tiempo. Pulsión de vida. Rojo.

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Valeria Fornes Paz

Día 28 Encierro y espera. El primer envión se apagó hace rato. Acudimos a un tiempo sin tiempo, partido entre la retrospectiva y la incertidumbre. Podría ser una crisis más en nuestras vidas, pero no. Acá hay algo de lo colectivo, en situación de encierro, de libertad restringida y escasez de recursos, que nos obliga al repliegue. Volver sobre los propios pasos, sobre el propio espacio y explorar los límites de lo posible. ¿Y si todo terminara acá? Entre la convivencia extrema y la ausencia de contacto. Entre el exceso de roce y su carencia. Ante la inminencia de la muerte, algo se torna factible, al menos en imágenes. En esa atmósfera, la pared se va llenando de collages oníricos, que ilustran otros posibles. Mundos impensados que van emergiendo, como oasis, en las trasnoches e intersticios del teletrabajo y la domesticidad 24/7. Las preguntas brotan en un mar de recortes ¿Qué tan alto te animás a subir? ¿Recordás todas las veces que caíste? ¿Quién juntó tus pedazos? ¿Qué tan hondo están cavando en este encierro? ¿Qué mostramos? ¿Qué ocultamos? ¿Qué descubrimos? ¿Qué enterramos? Silencio. Escala de grises.

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Descubrir la sombra


Hermandades


Valeria Fornes Paz

Día 65 Vamos aprendiendo de toda esta retrospectiva obligada. O, al menos, eso parece. En las redes circulan nuevos futuros más solidarios y ecológicos, horizontes más próximos para el “cuando termine...”. Pero a las mujeres cis y trans nos siguen matando. Y a las niñas las siguen violando y obligando a parir. Como si la cuarentena solo pudiera inspirar otras utopías ajenas a desarmar lógicas patriarcales. Entonces el collage emerge en acción callejera y virtual. Un “artivismo” de cercanía, impulsado por las redes que se fueron gestando a través de la virtualidad obligada, pero que siguen pulsantes y ardientes, salen de punta a punta de Argentina a hacer pegatinas y otros “contagios”. Porque la muerte acecha a la vuelta de la esquina y no es solo por el nuevo virus. Y ahí el proceso de cortar y pegar pasa del viaje interior exteriorizado y de la catarsis íntima a la acción colectiva, federal y transfeminista. Furia. Grito.

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Valeria Fornes Paz


Romper el ciclo 1 y 2 (artivismo virtual desde @contagiamosimagenes)


El barbijo no nos silencia “ “ “ “ “ “ -bis


Valeria Fornes Paz

Día 120 Algo aún no cierra. Y por esa fuga, todo se abre. ¿Cuántas veces diste vuelta ese plan? ¿Esos recortes ya no sintonizan con aquel proyecto? ¿Cuánto ensayo postergado hoy luce obsoleto? El polvo se acumula entre tanta espera. Ya salimos y entramos, pero apenas conectamos. Falta abrazo, sobra ausencia y los yuyos crecen en veredas y pensamientos. Será tiempo de desmalezar. Brote.

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Des-male-zar


Valeria Fornes Paz

Cada día y todos los días ¿Por qué profesar collage en cuarentena? Porque es un arte rebelde, una práctica disruptiva y revolucionaria en lo técnico y conceptual. No requiere destrezas eruditas ni materiales onerosos. Se sirve de hallazgos dentro de restos, despojos y desechos, lo que la hace accesible, democrática, antielitista y ecológica. Algo que ya existía, se reconstruye y resignifica individual o colectivamente, adquiere forma visible y sentido. La práctica del collage invita a una ruptura permanente con los límites impuestos. Es un lenguaje que potencia y expande, que descubre y trasciende. Plano o tridimensional, catártico o sutil, metafórico o explícito, figurativo o abstracto, representa un expresión profundamente política. Es oráculo, vómito, diario íntimo, y manifiesto. Práctica mágica, artística y poética que conecta subsuelos y alturas. Muerte y vida. En esta atmósfera enrarecida entre la incertidumbre y la inspiración, entre apocalipsis y la utopía, todavía nos queda el collage.

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@ para seguir exp Indisciplina: @paz. Docencia y aprendiz Artivismo federal t Argentines collagis


plorando: .fornes zaje: @resonarescueladearteyastro transfeminista: @contagiamosimagenes @paratodestode @culturaviralfederal stas: @sa_collage

Valeria Fornes Paz

Despedida


Texto Mis dedos esperan sobre el teclado la señal en cuclillas. Son diez corredores de cien metros agachados en la pista atentos al disparo. Se escucha la señal de salida y ellos vuelan hacia adelante. Los dedos corren, y las palabras se estampan en la pantalla. Pisan acá y aparecen allá. El polvo que se levanta no es de ladrillo, es de letras. Escribo y sé que me estás mirando pero me estoy haciendo el que escribo. Entonces ahora voy a sacar los ojos de la pantalla y te voy a mirar yo a vos. Lo hago. Lo estoy haciendo. Entonces escuchame y mirame bien clarito. Soy un negro transpirado que viene corriendo

hacia tu cabeza. Soy un atleta de alto rendimiento que te va a pasar por encima y te va a abrazar. Soy Usain Bolt. Soy un Usain Bolt del sentido. Así que subite, sentate, callate y agarrate. Yo te llevo. La cosa es así: mañana es 25 de mayo y hace exactamente 65 días que estoy encerrado. Trabajo para una empresa, pero en este momento lo estoy haciendo a la distancia. Lo que antes me llevaba ocho horas, ahora me lleva cuatro. Así que tengo mucho tiempo al pedo, entonces me levanto temprano y por las dudas desinfecto la casa. Cuando termino me baño y me preparo unos cereales. Es importante estar

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Nitai

bien alimentado y hacer un poco de ejercicio todos los días para enfrentar la pandemia. Trabajo un ratito y me zampo por Facebook una clase yoga. Trabajo otro rato y me miro un documental sobre comida macrobiótica. Me hago un Ginseng y me miro en Netflix un capítulo de Black Mirror. Quedo un poco asustado por lo de la tecnología y para levantar me pongo a llenar planillas. Como y termino lo de la oficina. Me tiro en la cama a mirar un rato de porno, me masturbo y me duermo una siesta. Después me levanto y empiezo a escribir. Ese momento es ahora. Es lo que estás viendo. Yo estoy acá y vos estás ahí. Ahora estiro la espalda, muevo un poco el cuello y me paro. Yo sigo acá, tranquilo, pero imaginate que me paro y te cuento un chiste. Un amigo le dice al otro: mirá, escribí un libro.

El amigo lo agarra y le dice ¿por qué dibujaste un dedo en la primera página? Es el índice... Espero que te haya gustado. Tengo otro de amigos: Sergio le hace una video llamada a Pablo y ve que éste tiene la cara pintada de azul, entonces le pregunta ¿qué hacés así? Y Pablo le contesta: es que hace dos meses que no veo a mi novia y quiero estar azu-lado. Ya sé, son malísimos. Los acabo de plagiar en Google. Los tomé prestados para siempre, como se dice en mi barrio cuando los pibes se bajan de la moto y le zarpan la cartera a una vieja. Qué se yo, uno hace lo que puede. El living es un altar del Gauchito Gil de tanto prender velitas para que se achate la curva. Y pasan los días, y son todos iguales. Y uno acá en su casa, frente a la compu, escribiendo para no llorar porque puede.


Marcela Terrile

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(Otro mundo es posible, pare, lea, escúchese) Que recuerde he vivido casi toda mi vida entre silencios y preguntas... ¿por qué tengo que levantarme cada mañana? KillaMama permanece firme, fuerte como siempre; los primeros cálidos rayos de IntiTayta, me animan a aprender de su luz y así, encontrar la mía en la oscuridad... Allin Munay, buen despertar. ¿Porque hago cada día las mismas cosas?

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Marcela Terrile

Elijo las cinco más fuertes y enteritas hojas de laurel, enciendo la hornalla, cada hoja que comienza a arder va abriendo el portal... les nombro uno a uno, “sumaq punchay turiña ñaykuna” están llegando; mis viejos, las tías, ancestras y los apus también, cada mañana les evoco y cada mañana ahí están… no recuerdo cómo empezó esta suerte de ritual, pero que las aguas del pensamiento se aquietan, no hay duda; y entonces...me permito ver con claridad.... “willka kallpa”. Mi filosofía de vida se unió al sentir con la naturaleza y a un profundo cambio de paradigmas a la vez que una transformación personal y social, sentirme una con nuestro entorno natural, las plantas, los animales, los ríos, las montañas, “el yachay”... y a la vez con tristeza saberme junto al agua, el sol, el aire, la tierra, mercancía para el sistema que nos gobierna y me niego a depender y acatar normas, a no ser crítica, y a escuchar sin hacer demasiadas preguntas.


Marcela Terrile

¿Quien soy más allá de mi ideología? Con mis hilos todos cortados por los tiempos de “qhapaq hucha”, emprendí una búsqueda personal; sin saber, fui empezando a sacar la mejor esencia de cada momento difícil, de crisis, de enfermedad, de muerte y la alquimia comenzó a actuar en mí como fortalecedor, estaba percibiendo el “ayni”. En el trayecto fui conociendo personas que funcionaron en

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mí como puentes de saber, las respuestas están en construcción y dentro tuyo, me intencionaron. Rescatar de a poco la memoria, devino en curar la relación con mis padres, empecé a sanar y a cuidar de mi misma, ENRAIZAR.. Mis crisis son levaduras que levan la conciencia, y PERCIBIR me empujó a la acción. La SEMILLA de mi revolución pacífica, positiva y creativa estaba germinando.


Marcela Terrile

Gracias a los hamawtas, portadores y transmisores de la cultura originaria tawantisuyana del ayni, el aprendizaje hacia lo desconocido por mí, estaba comenzando. CONECTAR con mi silencio fue la llave para recordar lo olvidado. DESPERTAR los instintos, RETORNAR a la TIERRA y y percibir. Las herramientas estaban llegando junto con la lluvia, la respuesta está en el aire y la lección en mis manos, las Ancestras me dicen que es posible salirse de esta matrix en la cual he crecido, y entrar al mundo real... más cultivas más enriqueces tu forma de vida, me susurran. A esta altura mi huerta es una necesidad. Mi cocina, el centro de mi REVOLUCIÓN . . El acto de cocinar y comer con lo que obtengo de ella, ESENCIAL , así es que decreto hacer de mis comidas, un acto político, cambiar el mundo desde mis panes, guisos y sopas, mi ayllu será un lugar desobediente, de gran LIBERTAD , de dualidad complementaria de los opuestos... EVOLUCIONAR ”ILLA TECSE WIRAJOCHA PACHAYACHACHYK” QUECHUA Killa Mama: Madre Luna. Inti Tayta: Abuelo Sol. Allin Munay: Buen Amar, vivir en comunidad. Sumaq punchay turiña ñaykuna: buenos días hermanos y hermanas. Willka kallpa: la energía sagrada del padre Sol. Yachay: sabiduría transmitida por nuestros ancestros. Qhapaq hucha: tiempos de fuertes energías, de condiciones de vida extrema, de crisis. Sumaq Kawsay: buen vivir. Ayni: uno de los fundamentos esenciales del Sumaq Kawsay, es el intercambio de energías, para compartir, crecer, evolucionar juntos, en equidad, en equilibrio. Hamawtas: maestros, sanadores. Cultura tawantisuyana: cultura pre inka de la región que ahora llamamos américa del sur. Ayllu: casa, comunidad, familia. ILLA TECSE WIRAJOCHA PACHAYACHACHYK: decimos danos sabiduría.



La fruta demorada El dijo - había tanta violencia; durante años, violencia. Miraba la noche, la noche cargada de estrellas pálidas y decía que una vez mirando al cielo, vio a un hombre con su carro, recogiendo estrellas, guardándolas; una siega de luz. Los otros con él miraron el cielo y no vieron nada. Pensé y dije: sé de violencia. Pensé y no dije: nací en la violencia, nací violentada, crecí en la violencia;: me dieron violencia a beber con la leche del desayuno, a comer con el pan de la merienda. Sus rastros, marcas en mí, claros como las estrellas pálidas en la noche. Estas marcas, mi parte animal alerta, dispuesta a desatar su tormenta - porque todo siempre ha sido guerra incesante – a veces silenciosa, a veces no. Esta guerra es rumor constante que ya desde lejos hace eco en los huesos, como el agua bajo la tierra. Es rumor que promete dolor y la exacerbación de los músculos y la sangre galopando para sobrevivir. Porque

en esa tormenta desatada, una recuerda que desea vivir y pelea por cada bocanada de regreso a la trinchera, cualquier trinchera que sea refugio y resistencia. Lo pensé, lo recordé. Brevemente. Mi padre golpeando a mi madre embarazada. Mi abuela obligada a casarse con su violador. Mi hábito de muchos años de caminar con un objeto punzante en el bolsillo – porque es mejor acechar a ser acechada. Las memorias agolpándose como pájaros chocando contra las ventanas. Pero, boca arriba en la noche, sólo repetí: - sé de violencia. Y escuché el aleteo de los pájaros contra los cristales y no lloré. Los dos quietos acostados en el césped, de cara al cielo, cerca y lejos – tan cerca como se puede estar en el decir íntimo que se comparte, tan lejos como lo piden dos cuerpos que saben que no se tocan- mirábamos girar el mundo. Antes de eso, él había estado en brazos de alguien, buscando no sé qué consuelo. Las

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Tania García Olmedo Observadora profesional, cronista compulsiva, poeta

personas somos estos ojos de agua sin fondo aparente, a veces turbios, a veces límpidos, siempre insondables. Yo pensé que él no era insondable, pero tampoco límpido. Aún así, me quedé acostada en el pasto, cerca y lejos, mirando hacia arriba, añorando ese tiempo donde él y yo no nos temíamos. Está en un futuro, me recordé; no es ahora. Quise contarle que una vez vi un hombre delgado como el aire agazapado en mi jardín; era tan antiguo que ya no era humano. Quise contarle que las flores me cantan la música que anuda en sus raíces y los sueños me cuentan cosas que han pasado o pasarán; quizás lo habría hecho sentir menos solo, a él que ve hombres cosechando estrellas en el jardín celeste. Pero aún no, me dije. Aún es este tiempo solitario, de enunciar el puente y no cruzarlo, de señalar la puerta y no abrirla. Una cultiva su propio jardín y ha de saber cuidar de él antes de abrir la verja para invitar a otros a contemplar

el misterio de los irises abriéndose en su perfume de intensidades violetas. Me dijo que había visto la luz y que iba hacia ella. Dijo luz o verdad o Dios. Luego me abrazó, deseando dormir y olvidar en la cama de otra persona. Yo también dije adiós. Siempre sé decir adiós: tanto estar yéndome, me ha enseñado a decir mis adioses como una japonesa que sirve el té en la ceremonia: gestos exactos, etéreo estar y no estar; el territorio insondable que no se ase ni se comprende, la gota dulce de silencio pegada al paladar con lo que no se dice. Dije adiós y comenzó la lluvia. Viajando bajo la espesura del agua, pensé en la semilla que habíamos plantado en la noche: a su tiempo germinará, pensé, y deseé que escampe y entonces lloré abiertamete, aspirando el perfume del alba, sabiendo que lloraba a mi abuela, a mi jardín de iris violetas y al futuro por venir, suspendido en el aire como una fruta demorada.


Tarántula y policías de balcón

Metan!!! Interrumpió mis pesadillas un grito de Giselle. “Con dos eles”, especificó Giselle, cuando al subir al micro nos inspeccionó el pasaporte y le preguntamos el nombre a quien hacía las funciones de policía. Los ánimos estaban caldeados. La peste nos había convertido en posibles terroristas portadores de un virus ignoto, y los que nunca suelen ejercer el poder, tenían una gran oportunidad para mandar. Eramos testigos del milagro de la vida. La madre naturaleza daba a luz a una nueva fauna: los “policías de balcón”. “Tarántulas”, les llama Nietzsche en uno de sus textos mas perfectos. En Argentina, preguntarle el nombre a alguien, equivale a amenazarlo. El pueblo argentino es muy particular. Esas “particularidades” eran las causas de mis pesadillas de las últimas semanas previas al viaje. Volvía, después de tres años, a la tierra de la que había sido exiliado. Fueron los tres años mas duros de mi vida. Incluso mas duros de aquellos que siguieron al 2.001. Divorcio, estafa, depresión, suicidios, incomunicación, desocupación, falta de habitación… Recién ahora mi vida empezaba a estabilizarse devuelta, cuando decidimos con Nola, visitar mi país de origen. Viajar a Argentina siempre es peligroso. Esta “primavera” que vivía con Nola, podía congelarse en pocos días por las “particularidades” de ese país. Tenía miedo de que le hagan algunas de las cosas

que me hacían a mí cuando vivía allá. Los miedos, siempre, se aparecen en los sueños. —Como el ballet de Adolphe Adam— le dije a Giselle. Nos autorizó a subir al micro. Creo que no conocer el ballet que llevaba su nombre la incomodó un poco. Giselle sueña con ser azafata de alguna compañía aérea que la haga cruzar el Atlántico para vivir nuevas aventuras cada mes. Mientras tanto, ofrece el menú que “La veloz del norte” vende a los clientes que hacen el trayecto Salta-Tucumán en bus. Metan! Volvió a gritar Giselle por si alguno se había quedado dormido. Metan, es una ciudad de Salta, de camino a Tucumán. Se bajaron bastantes trabajadores. Nosotros bajábamos en la próxima estación. Rosario de la Frontera era nuestro destino. Un pequeño pueblo del cual solo me consta la existencia de un histórico hotel, que levantó el doctor Palau aprovechando un monte selvático del que brotan aguas termales. Ahí íbamos. El plan era pasar una noche para mostrarle a Nola esa joya de mi tierra. Luego volveríamos unos días mas a Salta para terminar el recorrido por el norte del país. —Se parece mucho al hotel del “Resplandor— me señaló Nola. En efecto, el lugar está en medio de la nada y es propicio para que Jack Nicholson pierda la cabeza. O mas bien, cualquiera que no pertenezca a la casta provincial. Una de las “particularidades” argentinas


Ezequiel Martinez Llaser

es el caudillismo. Un cáncer al que el país, aún en el siglo XXl, no pudo extirpar. El hotel pertenece al Estado provincial, y de ordinario, todos sus trabajadores son acomodados por alguno acomodado ya previamente. Por ejemplo, para reservar una habitación, tuve que llamar varias veces porque no tienen un sistema de reservación onlain, no contestan los meils si no sos “conocido”, e incluso, no suelen atender el teléfono. El hotel lo valía, pensé. Estar ahí, es estar en otro tiempo. En aquel principio de siglo XX que tanto añoro. Los románticos no soportamos ésta contemporaneidad. En ese entonces, venían al hotel los ricos de todo el mundo en travesías de barcos y carruajes, para curarse los males. El hotel, de hecho su arquitectura, es idéntica a la de los hospitales de la época. Nola estaba fascinada. Y yo, muy nostálgico por lograr verlo devuelta. Que importan los detalles! Solo estaríamos una noche! La cama se veía muy bien. Tengo la costumbre de zambullirme en la cama cuando llego a un hotel. Esta vez no fue la excepción. El colchón de resortes me hizo olvidar de todo. Me relajé hasta que corrí el acolchado y tiré de la almohada, con la mala suerte, de que era la misma que había elegido para descansar, una especie de tarántula de unos diez centímetros. La recepción envió a una mucama, que tiro al insecto por la ventana, y me explicó que era imposible controlar esos detalles en medio de una selva. Me corrió un frío que puso en duda si podría dormir allí tranquilo. Cuando las arañas son corpulentas y peludas, me impresionan. Me disculpé con la mucama por haberla llamado. — Soy demasiado porteño. Le dije. Todavía alterado, bajamos para aprovechar de las termas antes de que cierren, mientras revisaban la habitación por si hubiera mas huéspedes sorpresa. Con Nola hablamos en francés. Un poco para no perder lo aprendido de esa lengua tan complicada. Y otro poco para evitar hablar con los demás turistas. Son mañas que fui desarrollando con años y años de padecer la fobia social. En Argentina, sin embargo, todos mis intentos por aislarme del resto siempre fueron inútiles. Otra de las particularidades de los argentinos, es el nulo respeto por la individualidad. Cualquier gesto de ese tipo, es aplastado por la masa, como señalaba el español Ortega y Gasset

en su obra maestra, dedicada a la rebelión de aquella. La cena se servía en un salón de estilo militar. La mayoría de los huéspedes eran familias católicas, y como tales, se pasaron la velada mirando que hacían los otros, con ojos inquisidores. Nosotros éramos la única pareja que no tenía hijos. El promedio en ese ambiente era de tres criaturas. Elegimos una cena liviana, por lo que creo que nos observaron con aún mas curiosidad. Quizás es mi fobia social la que me hizo sentir observado. Los trastornados, siempre creemos que nos están juzgando, cuando interactuamos en los entornos sociales. Dormimos muy bien. La araña, no logró vencer a la jornada de viajes y termas. A la mañana preparamos las valijas y bajamos a desayunar. La misma gente y las miradas, aún mas indiscretas. Habían puesto el canal de noticias TN. Hoy, ya todo un símbolo de la ideología de sus televidentes. La noticia que abarcaba toda la atención, era, la peste. Nosotros, habíamos quedado en la zona gris de un nuevo decreto, que significaba estar a 11.000 km del domicilio, y el deber de hacer una “cuarentena” de catorce días. Como siempre en Argentina, se anuncian medidas sin detallar mucho, y luego se van “atando las cosas con alambre”. Desde la estación de buses de Salta, habíamos llamado a la embajada francesa y a un abogado conocido, quienes coincidieron en que debíamos intentar volver a Salta, para que desde allí nos indiquen como hacer la cuarentena. Hacíamos tiempo en la biblioteca del hotel cuando un hombre alto, y panzón preguntó en voz alta quién era Ezequiel. Le contesté que yo me llamaba así. El hombre calvo, me miró con sus ojos verdes, y puso su cara a pocos centímetros de la mía. Como para besarme o golpearme. La idea, supongo que, era intimidarme. Nos dijo que era el director del hotel y nos preguntó si nosotros éramos los franceses, en voz baja, para que no escuchasen los demás. Nosotros vivimos en Francia, le contesté. Y cuando llegaron? Insistió. El cuatro de marzo, le contesté. Mentí. Habíamos llegado el cinco. Una semana después, el once, el gobierno nacional emitió un decreto en el que ordenaba, a quienes habían llegado desde el extranjero a partir del cuatro de marzo, realizar una cuarentena de dos semanas. Una situación bastante “particular”, sobre todo, cuando en el aeropuerto no realizaban ningún tipo


Ezequiel Martinez Llaser

de control, e invitaban por los altoparlantes a quienes tenían síntomas, se presenten en algún hospital público. Irónico por lo roussoniano y por el estado de los hospitales públicos en Argentina! —Hay dos familias que me están hinchando las pelotas por ustedes. Se sinceró el director del hotel. Enseguida, nos empezó a contar de su hijo que estaba en España y la mar en coche. Nosotros nos vamos hoy. Le aclaré para intentar tranquilizarlo. Pero esta gente está muy cagada. agrego. Ya lo sé, pensé. Son ricos y católicos. Piensan que sus vidas tienen algún valor extraordinario. Un lugar reservado en el paraíso, a donde tienen terror de ir. Nos pidió los documentos para sacarles fotocopias y nos hizo firmar un protocolo. Remarcó que él no lo pediría si no fuera para llevar tranquilidad a “esos boludos”. Pensábamos hacer tiempo en el hotel hasta la hora del bus, pero preferimos ir a esperar en la estación. En el pueblo no hay ningún otro atractivo. Llovía muy fuerte así que ni siquiera podíamos caminar por la montaña que sostiene al hotel. Pedimos en la recepción que nos enviaran un remis y nos quedamos esperándolo en la entrada del hotel porque sentíamos el ambiente muy tenso. Cuando pasaron unos diez minutos, a Nola y a mi nos dio un escalofrío. Vimos de golpe a una camioneta de la policía provincial que subía el monte hacia el hotel. El remis llegó justo detrás de la camioneta de la policía. Nos subimos rápido y le pedimos que nos lleve a la terminal de ómnibus. El auto se iba destartalando y el chofer no inspiraba confianza en relación a la peligrosidad de esa ruta. Habíamos visto varios accidentes en el viaje de ida. Comencé a pensar en la película “El Resplandor”, que había nombrado Nola, por el parecido del hotel. La araña, las familias que se obsesionan con nosotros en un lugar aislado, en donde los poderosos pueden aprovecharse aún mas de sus ventajas, el director del hotel jugando al abogado del diablo. Todo hacía pensar en un film de terror. No me aliviaba pensar que eso había quedado atrás. En general, cuando me pasan ese tipo de cosas, pienso en el final mas irónico posible, y es el que se suele dar. De ahí, que me volví al determinismo. Cambiamos los pasajes en la terminal, para tomar un bus que salía mas temprano. Mientras lo esperábamos, vimos en el televisor antiguo de la terminal, como los medios “se hacían una fiesta” con el tema de la peste. Buscamos información en guguel, de que hacer en nuestro caso. Nada. Dimos unas vueltas por la estación mientras esperábamos el bus. Teníamos hambre, pero no lo suficiente como para comer las medialunas que

vendía el único bar abierto. Se veían realmente peligrosas. El bus llegó. Le dimos las valijas al changarín y veinte pesos de propina. La azafata nos pidió los documentos antes de subir al micro. Habían endurecido las medidas durante el último día y la fotocopia del pasaporte de Nola (donde no constaba el ingreso al país) ya no era válida para la colega de Giselle. Cuando dio con la fecha de arribo desde Francia, no nos dejó subir. Mi miedo a quedar encerrados en ese hotel, empezaba a materializarse. En la boletería nos devolvieron el dinero. Les pregunté dónde estaba la policía, y nos señalaron un puesto dentro de la misma estación. Era domingo. No había nadie. Nos sentamos a esperar y volvimos a buscar información en guguel de como proceder en nuestro caso. Nada aun. Hicimos un par de llamadas a los números publicados en las webs del gobierno. Nada. Cuando pasaron unas dos horas, empezamos a notar movimientos extraños en la estación. Un policía gordo, morocho, pasaba frente a nosotros y nos miraba desde lejos. Alguien, quizás de la boletería, nos había señalado. Las empleadas de limpieza de la estación comenzaron a hacer un protocolo improvisado. Primero, echaron a los perros que suelen dormir en la estación, cerrando detrás de ellos las puertas de vidrio, y formando una burbuja aparentemente sanitaria . Por último, empezaron a limpiar el piso con desinfectante, en las zonas en las que habíamos estado nosotros, pero sin acercársenos a menos de dos metros. Una resbaló con sus plataformas frankestein sobre el suelo mojado y casi pierde la vida bajo el mas irónico destino. Siempre me parecieron de lo mas horribles ese tipo de zapatos. Las miradas de los empleados de la estación, se volvieron cada vez mas curiosas. Los policías, que ya eran tres, las empleadas de la boletería, la del kiosco, los del bar y las de limpieza. Todos pasaban y echaban un vistazo. El tema que estaba de moda en la televisión, podría pasar ahí. Hace cuantos años, no pasaría nada allí? Después de varios amagues, el policía gordo y morocho, se decidió a encararnos. Ustedes son los franceses? Nos pregunto desde el límite tácito de los dos metros de distancia. Nosotros vivimos en Francia, le contesté. Estamos tratando de averiguar, como seguir la cuarentena, le expliqué. Quédense acá, nos pidió. Voy a llamar a la comisaría para ver como proceder. Quince minutos después, la mitad de la fuerza policial de Rosario de la Frontera, se encontraba en la terminal de bus. Domingo y era la hora de la siesta. Todos tenían cara de dormidos. El policía gordo y morocho se acercó a realizar una primera interrogación. Venía escoltado por otro miembro de la


Tarántula y policías de balcón

fuerza, y detrás, mas cuidadoso, un tercero que asomaba la cabeza pero que en ningún momento emitió palabra. No fue fácil, hacerles entender que yo era argentino, pero que vivía en Francia, y que solo me encontraba allí de vacaciones. Con Nola fue mas fácil. Es francesa. Pero conmigo había algo que no les cerraba. Les expliqué que no había sido mala fe de nuestra parte, pero que el decreto de cuarentena, fue emitido cuando ya estábamos en Salta, y no teníamos un lugar fijo para quedarnos, hasta volver a Buenos Aires o París. El policía gordo y morocho se mostró conforme con la explicación, y nos pidió que esperásemos que llegase el comisario del pueblo, para decirnos que hacer. Una media hora después, el cabo uno, y el cabo dos, como lo indicaban los cartelitos tejidos en sus uniformes, se acercaron hasta un metro de distancia para leernos un protocolo y hacernos un interrogatorio, que ya habíamos respondido al anterior policía. Nos pidieron que lo firmemos. Cuando les pregunté por un par de puntos no supieron contestarme. Eran una especie de aprendices. Se preguntaban entre ellos sobre como anotar las respuestas, ya que cada uno había sido designado para interrogarnos a Nola y a mí por separado. Nos pidieron que esperásemos, ya que vendría el director del hospital de Rosario de la Frontera, para indicarnos como proceder. Una media hora después, llegó el doctor. Fue el primero que se nos acercó con un barbijo, y nos dio otros dos, que nos pidió colocarnos, antes de empezar la entrevista. —Yo se que ustedes no tienen nada, nos dijo. Y a mi me molesta esto de estigmatizar. Pero tienen que hacer la cuarentena acá, porque si los largo y en una semana tose alguien, me vienen a buscar a mi. Nos sugirió que teníamos que volver al hotel a terminar la cuarentena ahí. El cuerpo me avisó con un escalofrío que mis miedos eran justificados. Le contesté que ahí no. Que nos habían increpado y que los ánimos estaban caldeados. Estábamos en medio de una montaña, en un hotel casi desierto, con poca o nula señal de internet, y con su director que querría venganza. Voy a ver que puedo hacer. Hizo la típica llamada que se hace en Argentina y volvió a nosotros. Ya está arreglado. Van a volver al hotel… Pero no van a pagar nada y nadie los va a joder. Nosotros no queríamos volver. Pero estábamos rodeados de unos diez policías, en un pueblo que cuenta con unos veinte. Mientras el cabo uno nos trasladaba en una camioneta policial hasta el hotel, el policía gordo y morocho nos indico: Cuando llegamos, se hacen los boludos y entran como si nada. Ellos ya saben que hacer…

Alfredito, el recepcionista acomodado al que no le gusta responder los meils, nos explicó que ya habían evacuado casi todo el hotel, por lo que estaríamos prácticamente solos en esa montaña. Sin embargo, y a pesar de la palabra de la policía y el director del hospital, nos negó una habitación con internet, pero “se puso a disposición” para comunicarnos con el exterior. Claro que no cumplió. La clase alta Argentina, está acostumbrada a no cumplir, ya que aquello no le genera consecuencias negativas, sino a veces, incluso lo contrario. Si! Un gran sector de ese particular pueblo, festeja el comportamiento chabacano. “Picardia” le dicen. Y los incentivan a ser así desde chiquitos. Una semana encerrados en una habitación, sin internet, sin libros, y con la única opción como exterior, que la televisión argentina (sin dudas la peor del mundo aunque le duela a Mirta “El grande”), se parece demasiado al film de Kubrick. Mis pesadillas previas al viaje, se materializaban, aunque Nola, parecía mostrarse inmune a esta especie que solo prolifera en el fondo del mundo. Cuando se cumplió la semana de arresto, Alfredito nos avisó que vendría a buscarnos una ambulancia para llevarnos hasta el hospital, donde nos darían un certificado. Cuando bajamos nuestros cuerpos, mas pesados y mas débiles de la habitación al lobi del hotel, nos encontramos con el cabo uno y el cabo dos, que nos escoltaron hasta una célula policial. —La ambulancia está ocupada. Nos explicaron. Bajando ya unos quinientos metros por la montaña, sin embargo, empezaron a discutir entre ellos, en lo que sospecho, era mas bien el ensayo de un texto de comedia. El cabo uno frenó la camioneta y se tiro a un costado de la ruta, entre los pastizales. Nola tembló. Lo sé porque me apretó la mano con fuerza. Luego de dos interminables minutos, el cabo dos juntó coraje y llamó al comisario, de quien llegué a escuchar como lo insultaba. — Los vamos a tener que devolver al hotel. Nos dijeron, con una mezcla de vergüenza y resignación. —No estamos autorizados a llevarlos nosotros. Se tienen que tomar un remís… En el hospital, nos recibió el director con una sonrisa y en “modo pediatra”. —Están bien chicos? Se disculpó por el temita de la ambulancia. Tenía preparados los dos certificados. Nos deseó buen viaje, y mientras cerraba la puerta detrás de nosotros, nos hizo volver para hacernos un último comentario: — Ah, y no vuelvan. Le tocaron el culo a gente muy jodida, con esto de arruinarles las vacaciones. Acá no joden…


Sergio Menasche

Todo lo que me viene a la mente, cualquier cosa que haga, cualquier cosa que digan los dem

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Di Martínez

más, todo lo que aparece a mi alrededor, eso lo pinto. Eso es lo único que yo soy. Nada mas.

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@sergiomenasche



Sergio Menasche


Sergio Menasche



Sergio Menasche



Sergio Menasche




Sergio Menasche


Federico Bagnato

ENTRE LA Prendí la luz del velador. Ya había dejado la del baño encendida antes de acostarme. Olía a sangre por toda la habitación y pensé que estaba soñando. A veces me despierto con el miedo de que las cosas horribles que sueño puedan ser tan reales como las vivo, entonces solo quiero que amanezca para que se vaya la noche… porque uno puede estar solo en su soledad, pero nada es peor que encontrársela por las noches, cuando la distancia entre el cuerpo y la puerta de la habitación es apenas un frío vapor que atraviesa la cadavérica aura, allí donde se puede soltar una palabra que rompe la puerta y se pierde en ningún oído... Pasado eso me vuelvo a dormir con la ansiedad de despertarme como un ser humano normal, desperezándome,

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Di Martínez

AS LUCES sacándome las lagañas, recordando lo que soñé mientras doy vueltas en la cama antes de levantarme. A cambio de eso me encuentro una pálida cara que esconde el temor de saber que una nueva noche se acerca, cargada de la pesadez de los ojos que no durmieron y del miedo de volver a soñar que soy torturado con bolsas plásticas que, cubriendo mi cuerpo, se incendian y calcinan mi piel de tiza. Ahora tengo que aguantar el día, tragar la pesadez de un sol que lo desnuda todo para luego abandonarlo por la noche, transformando cada cosa en lo peor de sí, pero con la diferencia de poder apagar la luz del velador… Sucede tal como cuando las personas desdoblan aquello que no logran continuar ocultando en un traje callejero que no deja de desplumarse a cada paso.

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AMOR TEATRAL

Jorge y Elena, Buenos Aires, año 1957 Había cumplido recientemente 21 años, siendo un empleado bancario mi vida transcurría alternativamente entre la monotonía de mi labor y la indefinición entre seguir la carrera de contador o dedicarme a la actuación. Supongo que durante ese año en Buenos Aires no eran pocos los jóvenes de ambos sexos que soñaban con la segunda alternativa. El cine sobre todo norteamericano impulsaba ilusiones y sueños sobre los que se monta-

ban muchos de mi edad cabalgando hacia un mundo de fantasía que raramente se transformaba en realidad. Mi lugar de trabajo era el banco Mercantil, situado en una conocida esquina céntrica a metros de las avenidas Callao y Corrientes y quizás esa cercanía con los teatros y cines había influido reafirmando ideas de mi adolescencia. En aquel entonces participaba esporádicamente en un teatro experimental barrial que proponía

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Jorge Montecof

estudio y actuación, donde el boca a boca atraía a los que vivíamos cerca. Ahí fue donde comencé a conocer el metier donde se comenzaba a fundir lo artístico con lo profesional impulsado por quienes en su mayoría, habían fallado en sus intenciones actorales. Luego de un tiempo desistí pues la política comenzó a infiltrarse y yo sin aspiraciones revolucionarias me fui alejando aunque no totalmente. En ese entonces mis ideas respecto de la vida no estaban claras, no diré que estaba confundido acerca del bien y del mal como condición elemental, digamos que todo mi entorno parecía provocar en mí una inseguridad por la cual tomar decisiones de importancia, realmente me costaban. Leía mucho, iba al teatro o el cine y las relaciones con las chicas, eran cuestiones que ocupaban buena parte de mi tiempo. Era bien parecido alto y favorecido físicamente, rubio de ojos claros y una dentadura alineada y perfecta. Con el tiempo fui adquiriendo buen gusto para vestir y cuidaba mi apariencia como resultado de la observación y educación que, en ese y otros aspectos había recibido en mi hogar. Por todo esto, me figuraba que estaba mejor armado “caballero” para la actuación que descansar mis posaderas en una silla durante siete horas leyendo y tildando planillas con cifras cambiantes. Así fue como una mañana de un sábado caluroso me dirigí a un teatro de la calle Paraná, donde solicitaban actores jóvenes, no mayores de 30 años con cierta experiencia, rubios y de buena complexión física. Sonreí ante los datos de referencia, pensando en la enorme cantidad de muchachos que con esa apariencia estarían esperando por ser elegidos. Cuando llegué vestía un pantalón azul y camisa de mangas cortas blancas con un par de zapatos color guinda que había comprado el día anterior. La entrada ofrecía a través de cuatro puertas voladizas fotos de actores que no reconocí y no había título alguno en la marquesina. Encontré la puerta de acceso tras fallar con dos y penetré en un hall no demasiado grande débilmente iluminado. Un hombre que se hallaba con papeles en una de sus manos me habló a través de la reja la “boletería” que se hallaba en uno de los costados: Si viene por el aviso, siga

hasta el escenario atravesando el marco grande y use el pasillo del medio, precisó así lo que debería hacer. Así pues seguí sus instrucciones y atravesé la platea con sus asientos a ambos lados del pasillo notando que estaban tapizados en color rojo y me dirigí hasta el escenario donde había una mesa y tres sillas de las cuales dos estaban ocupadas. Las luces me impedían ver quiénes eran. Alguien de las dos personas que por la voz reconocí a un hombre me dijo que subiese por la escalera que se hallaba en uno de los bordes de la plataforma que accedía al escenario. Ahí fue cuando tuve mi primer contacto con Elena, una mujer de algo más de cuarenta y pico, de buena figura y rostro agraciado, fumaba un cigarrillo detrás del otro y parecía mantener un aire de excentricidad permanente. Luego de extenderme una mano fláccida y fría presentándose, hizo lo mismo con la otra persona, un señor maduro y calvo de aspecto severo quien me preguntó acerca de mis antecedentes, luego me enteré que era ex esposo de Elena. Me senté entonces por sugerencia del mismo en la única silla disponible mientras me acercaba una hoja que tomó de la mesa indicándome que la leyese en silencio. Al cabo de unos minutos y mientras yo repasaba las líneas, Elena me preguntó sorpresivamente ¿Conoces la obra Un Tranvía Llamado Deseo? Tardé unos instantes, recordé el nombre y al actor principal, Marlon Brando pero no pude hacer más memoria pues Elena que parecía impacientarse no esperó mi respuesta. Veo que no… Sí… sí –respondí agitando la hoja que tenía en una de mis manos y parándome. Entonces noté como me miraba, se acercó a mí y desprendiéndome los botones de mi camisa hasta casi la cintura, agitó mis cabellos al tiempo que me ordenaba: Lee las líneas y hazte cargo como si fueras un pobretón mal nacido, mal hablado, machista y vejador. ¿A quién me dirijo? –pregunté yo ahora sorprendido y tratando de ponerme en el espíritu del personaje. Mal preparado pensé y en medio de las dudas escuché su respuesta.


¡A mí!, a quien ha de ser –respondió tras lanzar una bocanada de humo. Hice lo que pude y lo repetí a pedido de ambos al menos una docena de veces, finalmente terminé transpirado más por las correcciones intimidatorias de Elena que por mi gesticulación, excesiva por cierto. Pensé al final, si estaba soñando o esa mujer pretendía que yo hiciese el papel de Kowalski, el polaco que interpretara Marlon Brando en la película que había visto hacía ya unos años. Entonces deseé escapar y que fuese lunes y estar sentado en mi escritorio del banco Mercantil. Estaba realmente amedrentado. Mientras esperaba, petrificado, Elena y el hombre cuchicheaban, yo seguí estático. Finalmente me pidieron que me sentase. Fue el hombre, que era el director de la obra quien me dijo que Elena se encargaría de darme algunos consejos. Luego de esto, se levantó y sin despedirse se retiró, quedando entonces solos Elena y yo sentados ahora frente a frente mesa de por medio en el centro del escenario. No has leído el libro, o visto la película, fue un éxito de taquilla y… Sí, lo recuerdo perfectamente, fue hace unos cinco años atrás, creo que en el Gran Rex, una película muy buena por cierto. Bien, te convendría leer a Tennessee Williams, el autor, para cubrir todas las líneas argumentales de la obra, Carlos se ha encargado de obtener la licencia traducida. Aunque ya se ha estrenado en Buenos Aires, hace ya unos años, me aclaró. Entendí entonces que Carlos era el hombre que se había retirado y que se había referido a los derechos de la obra. Pero… Comprendo que estés sorprendido –dijo interrumpiéndome y continuó –pero no tomes demasiado en serio lo sucedido, si luego de una semana no estás a punto, nada de lo que pasó habrá tenido importancia. No eres el único, hay otro pretendiente. ¿Cómo es eso? –pregunté Es solo trabajo, mucho trabajo y deberás hacerlo de 8 a 20 horas… No he actuado profesionalmente nunca, le parece que…

Deja que la experiencia mande –dijo interrumpiéndome, mientras me acariciaba la barbilla y delicadamente continuó prendiéndome los botones de la camisa, luego me preguntó: ¿Tienes hambre? Quien podría negarse me pregunté mientras la observaba, era una mujer atractiva, seguramente dichosa y con cierto éxito. Su nombre me sonaba, aunque no podía precisar me imaginé que estaba en la primer línea de las actrices de la época. No era Mecha Ortiz, ni Delia Garcés, ni Zully Moreno, ni Amelia Bence, pero algo recordaba de ella en la radio, en fin así algo confundido, noté como había desaparecido y quedé como colgado en medio del escenario mientras las luces se apagaban, solo un débil haz de luz del sitio del apuntador había quedado encendido. En segundos apareció a un costado del escenario Elena, solo tenía colocado sobre su blusa floreada de fondo blanco un saco cortito que apenas le llegaba a la cintura de una pollera negra ajustadísima que delineaba un cuerpo sumamente delgado pero notablemente agraciado en sus curvas. Vamos –dijo y comenzó a descender por donde yo había subido hacía casi ya una hora y media antes La seguí como un perro falderillo y entonces le pregunté, ¿dónde vamos¿ y como toda respuesta, me hizo señas con su dedo índice silenciando mi pregunta y más que eso el interrogante general que esa mañana continuaba asediándome. Almorzamos en el Palacio de las Papas Fritas, su intención didáctica quedo demostrada a través de la hora y pico que duró la comida donde me hizo conocer parte de su trayectoria como actriz. Descolló en parte, cuando contó que había trabajado en la misma obra pero no en protagónico hacía unos años, junto a Mecha Ortiz, Carlos Cores, Aída Luz y otros en el teatro Casino. Finalmente pagó y nos levantamos dirigiéndonos a la salida. Corrientes estaba a pleno, hacía calor y el mundo iba y venía. Yo pensaba en los actores que había nombrado y me sentí a gusto. Bien, si así lo deseas, vivo aquí nomás en la calle Montevideo, puedo seguir asesorándote y prepararte para la semana que viene, pero antes, no quiero perderme una película que vuelve a darse con un gran actor…

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Jorge Montecof

Si usted quiere, déjeme que la acompañe e invite –dije tratando de compensar el almuerzo, nunca antes una mujer me había pagado un almuerzo, me sentía en falta, era algo estúpido, con las chicas era a la americana o pagaba yo… Bueno, dijo y caminamos juntos hasta un cine que estaba a metros de la calle Cerrito, el cartel anunciaba “Doble Vida” una película que según pude constatar estaba interpretado por un actor Ronald Colman. Una enorme foto del mismo luciendo como un hombre de color con un aro en su oreja izquierda era el anuncio más impactante de la película. El film me gustó, en realidad trataba sobre actores de teatro y pensé que ese había sido el motivo por el cual Elena estaba tan interesada. ¿Te ha gustado la película? Sí, buen trabajo del protagonista, nunca había visto actuar, me llamó la atención esa confusión con su papel en la obra que representaba en la ficción y la relación con su esposa, más el asesinato en la vida real de la camarera en ese beso de la muerte, me dejó impresionado -comenté. Sí, estoy totalmente enamorada de Ronald y su interpretación parcial de Otelo, así como el trastorno que padecía –dijo y agregó, continuamos en mi departamento ¿te parece?... Sin esperar respuesta, me guió hasta su departamento que no quedaba lejos de ahí. Era un espacioso sitio con un gran living que daba a la calle en un tercer piso. Me senté en un gran sillón de tres cuerpos de color negro y luego de un rato Elena sirvió café y mientras fumaba comenzó a relatar escenas de la película que hacía unos momentos habíamos presenciado. Sabés, dijo mientras bebíamos, sería bueno que practicaras lo que hemos visto, podrías hacer la parte final… espera un momento. Y sin decir nada más desapareció regresando al instante con un corcho en la mano. Toma, lo he pasado por el fuego, pásate un extremo por la cara para que el tizne te cubra el rostro como si el fueses el Otelo de Ronald Colman. Yo la observé deseando que mi expresión no delatase lo que pensaba de ella. Está totalmente loca, ¿dónde estoy metido? me dije. Pero recapacité, esta mujer es una actriz ciertamente obsesiva y pienso que quizás yo tengo

más dotes de las que creo. Así fue que me embadurne el rostro con el corcho, luego lo dejé sobre un cenicero y esperé a ver como seguía todo eso, me había auto convencido que todo lo que sucedía era normal. Bien –dijo mientras se recogía el pelo y se aflojaba la blusa dejando asomar algo sus senos, ahora… deberías arrojarte sobre mí y repetir lo que le decía Ronald a la camarera… No lo recuerdo –dije más temeroso que ansioso mientras observaba sus pechos La escena, vamos, la escena con Shelley Winters, la acción en que ella, la camarera que lo había seducido, insinuó como ayudándome a recordar esa parte. Debes decir... “impúdico viento que besa todo cuanto encuentra, ramera descarada…” mientras piensas en matarme, pero hazlo con suavidad… Traté de recordar las líneas y esa parte del film mientras las pronunciaba, ella me abrazó con fuerza, y juntos caímos sobre el sofá y nos besamos con intensidad. Aún cuando hacía tiempo había dejado de eyacular a solas o frente a la imagen de alguna mujer ligera de ropas y haber tenido algunas aventuras, esta vez me sentí sobrepasado. No obstante, la lujuriosa embestida de Elena hizo que le levantase la falda notando que no llevaba ropa interior, fue un momento de voluptuosidad apremiante al penetrar su cuerpo junto a caricias, besos y finalmente una culminación que me dejó exhausto. Debo aclarar que volvimos a repetir “la escena” un par de veces. El fin de semana, pasó demasiado rápido para mis expectativas, el martes como quedamos, me llegué por la mañana para iniciar mi preparación y como mi primera vez me dirigí hacia la entrada. El mismo hombre que me había atendido en aquella oportunidad me dijo ¿Dónde vas?... Le expliqué que venía a ver a la señorita Elena y que… ¿Vienes por el papel de Kowalski? –aclaró, a lo que moví la cabeza afirmativamente. Pues ya está tomado, no haces falta, adentro está quien lo hará y leyendo frente al director su papel, una y otra vez. Puedo ver a la señora Elena, pregunté sorprendido No está, se ha ido y no la esperes, si no has sido elegido, pierdes el tiempo.


Yo canto

Yo canto para librarme de las cadenas negras de ideas y palabras que trazan una linea en el agua dividiendo lo indivisible: vos y yo A CADA HOMBRE, A CADA MUJER Seru Giran

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Si esto sigue asi como asi ni una triste sombra quedara EL ANILLO DEL CAPITAN BETO Luis Alberto Spinetta

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La llave que yo tengo puede abrir tan solo el corazon de los extranos NO ME VERAS EN EL SUBTE Charly Garcia

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Hasta que choque China con Africa te voy a perseguir LO QUIERO YA Sumo

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Si empiezo a desconfiar de mi suerte estoy perdido MI GENIO AMOR Patricio Rey y sus redonditos de ricota

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No quiero sonar mil veces las mismas cosas Ni contemplarlas sabiamente TRATAME SUAVEMENTE Soda Stereo

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Alguna vez todo esto sera un sueno ALGUNA VEZ La Portuaria

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NO

#bastadefals

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NO

sassoluciones

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Di MartĂ­nez


bichos muertos

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Di MartĂ­nez


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Di MartĂ­nez


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Di MartĂ­nez


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Di MartĂ­nez


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Di MartĂ­nez


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Di MartĂ­nez


Mario Spina

Una de horizontes (pensamiento ficcional)

El horizonte, según uno se posicione en este mundo, puede apreciarse (y quizás sufrirse) desde diferentes enfoques. Una posibilidad es la del equilibrio intermedio, en la cual el cuerpo, ubicado de manera vertical, predispone a una observación contemplativa neutra, instancia ésta donde el cielo ocupa el mismo espacio que la tierra, todo allí se encuentra compensado, nada debería alterar esa armonía. Otra, es la que yo llamo de horizonte alto, allí la tierra todo lo abarca, el cielo ocupa una ínfima porción del espacio, es donde tendríamos un mundo por delante al que poder conquistar; es aquí donde el observador se elevaría cual dios, si es que tal ente pudiese existir.

La tercera opción, la más compleja y la que determina al observador como ser sometido, es la que permite contemplar al firmamento como dominante de la escena, donde la tierra pasa a ocupar una porción diminuta del campo visual; paradójicamente, para lograr este punto de vista, el observador (humano, ergo falible) debería arrodillarse, o simplemente tirarse al piso. Aunque, pensándolo un poco más detenidamente, también existe la posibilidad de que ya no se esté en condiciones de observar el horizonte; ésta sería la última de las posibilidades y llegaría, casi siempre, luego de haberse sometido.

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Di Di Martínez Martínez


Fabián Spampinato

“POR AHÍ” Caminaba por unas desconocidas y particulares calles montevideanas linderas al mar. Habían quedado en encontrarse “por ahí”. Ella estaba de paso y se quedó porque las comunicaciones... incomunican. Él no podía despegarse del grupo de trabajo con el que viajó a esa ciudad, la capital del “paisito”. Para una feliz rúbrica de ambos, los celulares se conectaron y ambos descubrieron que el Hotel en el que él se alojaba y la esquina insolada en la que ella aguardaba más que paciente estaba a una cuadra. Él bajó las escaleras corriendo y la vio levantarse de unas escalinatas que hacían las veces de banco e ir hacia él. Por lo que ellos aseguran ambos pensaron lo mismo al conocerse por los ojos... y ya a centímetros, el beso selló el encuentro. ¿El encuentro? No. Un nuevo camino que desde ahí están construyendo, piedra a piedra, brea a brea, bache a bache, semáforo a semáforo... con el viento del amor pegándoles en la sesera que les hace volar los rulos...

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Di MartĂ­nez


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Di MartĂ­nez


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Di MartĂ­nez


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Di MartĂ­nez


En los primeros años setenta, vivíamos mi familia y yo en La Plata, en una vieja casa chorizo, sobre la calle 62. Los techos altos, altísimos para mis nueve años, contenían una cantidad de aire que era difícil de calentar en invierno. Los pisos de madera con sotanillo en las habitaciones siempre hacían ruido al pisar en algunas partes. De las dos habitaciones, la de adelante daba a un jardín, tenía una ventana alta y angosta, con vidrios rectangulares que se abría en dos, apenas mas corta que la puerta, y ambas tenían por fuera pesadas celosías de hierro. Compartía esa habitación con mi hermana, y allí estaban sus discos de vinilo, los primeros contemporáneos que escuché. Antes había hecho escuchas rasantes de los de mis viejos, que eran de pasta, de 78 revoluciones, de tango, de jazz. Por ahí estaban los de Serrat, Víctor Manuel, Patxi Andión, todos españoles, y me gustaban, pero el que primero me causó una gran impresión fue ”Por siempre Beatles”, que era una recopilaci∫ón de 1971. Ahora sé que fue una selección de temas de toda su carrera, que habían salido como simples y no se habían incluido en ningún long play, de tal manera que pude tener una aproximación muy breve de lo que habían

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Fabio Domenice

sido, porque a esa altura la banda ya estaba separada, aunque yo no tenía la menor idea de estos detalles. Y ahí también estaba el winco, el aparato que hacía sonar los discos. Winco era la marca del aparato, de tecnología sencilla y una extraña elegancia. Si uno lo miraba de arriba, era cuadrado, pero de perfil era rectangular, petiso y con cuatro patas cortitas. Un solo parlante, ovalado, al frente. Mono. Casi siempre venía acompañado por una mesita que lo sostenía, con cuatro patas largas y estilizadas, que remataban en rueditas de plástico duro, que permitían llevarlo de un lado a otro de la casa. Entre las cuatro patas y por debajo del aparato reproductor, se encontraba una rejilla de alambre grueso y opaco, con espacios para guardar los sobres de los discos. Lo que a mi me gustaba era, al ir a dormir, elegir uno de los dos lados del disco y escucharlo de corrido, metido en mi cama, con la luz apagada, nada más la lucecita del winco, como un faro en la inmensidad de la noche y el sonido de esas canciones que entraron a mi cabeza y se quedaron para siempre. Cuando el lado terminaba, un mecanismo levantaba el brazo y lo llevaba a una posición de reposo, el disco


Fabio Domenice

dejaba de girar y yo la mayoría de las veces ya estaba dormido. Después vinieron “Rubber Soul”, “Sargent Pepper”, “Abbey Road” y otros anteriores, y otras recopilaciones. Siempre que trato de explicar lo que me pasa con Los Beatles desde allá hasta acá, me resulta difícil ponerle palabras que no sean las que hemos escuchado muchas veces, como que revolucionaron la música, que le pusieron color a un mundo que era en blanco y negro. Que le pusieron sonido a una generación que por primera vez quería existir después de ser un niño pero antes de convertirse en un adulto, que estos jóvenes comenzaron a ser un grupo de consumo y vinieron como anillo al dedo, que combinaron la música popular con la música clásica como nadie lo había hecho antes, que eran imaginativos, irreverentes, que tenían un humor muy especial, que hacían armonías a tres voces increíbles, y así podría seguir recordando todo lo que escuche decir a lo largo del tiempo. Escuché también complejos análisis musicales, donde diseccionaban una canción y explicaban combinaciones de acordes, melodías y ritmos como si se tratara de una combinación de elementos químicos para producir el efecto deseado. Todo muy inte-

resante por cierto. También leí reportajes, vi muchísimos videos, fotos, documentales y a lo largo del tiempo letras de las canciones, donde al fin me enteraba que decían en aquellos temas en inglés. Y hay algo que puedo entender. Y es que me conecta con un lugar, un espacio sin tiempo, una caverna, o mi habitación de adolescente quizás, un lugar maravilloso donde las cosas son posibles. Será que para ellos todas las cosas eran posibles? Será que los sueños que soñaba parecían posibles y con el tiempo fui descubriendo que ya no lo eran? A ver: soñaba con un mundo en paz, sin violencia. Soñaba con el triunfo de líderes que eran creíbles. Soñaba con la fraternidad de la humanidad, a pesar del capitalismo, a pesar del comunismo, a pesar de la sombra del holocausto nuclear, soñaba con algún tipo de igualdad, creía en la cultura (o contracultura) como vehículo de cambio del estado de cosas. ¡Las canciones pueden cambiar el mundo! Van a decir que es hippismo, no me importa el nombre que le pongan, llámenle “eso”. Van a decir que soy un viejo, que ve como las cosas pierden su brillo a medida que pasa el tiempo, que siento nostalgia porque “eso” va

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desapareciendo paulatinamente. ¿Y por qué no escucho hablar mas de utopías? ¿Por qué todas las series y películas son sobre distopías, es decir situaciones de un futuro deforme? El tiempo pasa inexorable y todo lo degrada, incluso los ideales. Entonces Beatles, para mi es la llave maestra, que me devuelve a un lugar donde mis ideales beben sus líquidos mágicos para seguir vivos. Y volviendo al viejo “Por siempre Beatles”, yo sabia que si me quería dormir tenía que poner el lado A, que termina con “We can work it out”. Si ponía el lado B, el ultimo tema, que es “Blue Jay Way” no me dejaba dormir. Por esas cosas, hace unos días me encontré con la letra en español de Harrison, que no recordaba. Dicen que Harrison escribió esta letra mientras esperaba solo en una casa a que llegaran sus amigos, que deambulaban perdidos en un barrio de calles intrincadas. Cada tanto, me siento perdido y cansado de caminar por calles como ésas y es entonces, cuando una melodía me lleva otra vez hacia allá, al lugar donde las cosas no pierden su brillo y escucho las voces felices diciéndome que no todo está perdido. Y que vale la pena volver a empezar.

“Blue Jay Way”

Hay niebla en Los Ángeles Y mis amigos se han perdido Dijeron que llegarían pronto Pero se han perdido Por favor, no tarden Por favor, no tarden mucho Por favor, no tarden O me quedaré dormido Esto sólo viene a demostrar... Yo ya se lo expliqué Pregunten a un policía de la calle Hay tantos por ahí Por favor, no tarden Por favor, no tarden mucho Por favor, no tarden O me quedaré dormido Ya ha pasado la hora de dormir Y quisiera irme Pronto amanecerá Aquí sentado en Blue Jay Way Por favor, no tarden Por favor, no tarden mucho Por favor, no tarden O me quedaré dormido Por favor, no tarden Por favor, no tarden mucho Por favor, no tarden No tarden No tarden.


Di MartĂ­nez

Nos vemos

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