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EL CANDILEJO
A D. José, in memoriam
Eramos jóvenes y el camarero –don José le llamábamos, aunque era Pepe, a secas, para la parroquia–, con voz sonando como a jefatura de aquellos años, siempre nos decía “un vaso de estos vale más que todo lo que me vais a consumir”. Y el vaso, un alto y fino supercandilejo de dos litros, brillaba como un ascua cuando, tocado con su espuma, asía el sol desde la puerta de cristales (dádiva de esa luz alfalfa y única que aún hoy, como un autómata, frecuento). Después de su advertencia, una voz parca nos preguntaba ¿qué queréis, cazón en amarillo, albóndigas, jamón de mono…?, refiriéndose a altramuces, olivas o avellanas. Nos miraba con la especial ternura de los hombres sin molde, recio y bondadoso por igual.
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Pasó la vida y don José apareció sentado en la avenida Menéndez y Pelayo, en los Jardines de Murillo. Sus ojos mantenían una mirada exenta de aquel ser de mi memoria. Andaba muy despacio con bastón y con unas zapatillas de cuadros para sus cansados pies. Le saludé en varias ocasiones y él respondía sonriendo, como le sonríen los dioses a sus fieles.
Jesús Tortajada
Se acabó de imprimir en 2013, en la húmeda e inevitable primavera sevillana, tan piadosa como festiva, entre cirios, farolillos, pases de pecho, copas de manzanilla y miradas de reojo. Ismael Yebra, Francisco Gallardo y Francisco Núñez manejaron algunos trastos bajo la eficaz batuta de Pepe Aguilar y el imprescindible tino de Paco, imprentero mayor d e los sueños escritos