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Nelly Fonseca o Carlos Fonseca, un diálogo desde la Teoría Queer, por Raúl Jurado Párraga

Nelly Fonseca o Carlos Fonseca, un diálogo desde la Teoría Queer*

escribe: Raúl Jurado Párraga**

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«Eché el corazón al agua Y el mar lo arrojó a la playa Ebrio de llanto y de sal…»

Nelly Fonseca

¿La poesía puede enmarcarse en los predios de la feminidad y/o la masculinidad? ¿La poesía tiene un vínculo con el género? ¿Hasta qué punto la teoría queer puede lograr la traducibilidad de estos discursos ambivalentes? Para lograr un acercamiento inicial a estas interacciones de género y poesía asediaremos la producción de la poeta Nelly Fonseca quien no solo organiza desde su creación poética una poética travestida, sino que realiza una performance corporal que problematiza el yo poético. Deseo lograr un diálogo desde la lectura que permita revalorar el trabajo de esta poeta y a partir de ella la de otras voces poéticas que necesitan visibilizarse y leerse valorativamente.

Nelly Fonseca Recavarren. Una instantánea biográfica

La poeta nació en el puerto norteño de Pacasmayo, el 12 de octubre de 1922, en el núcleo de una familia acomodada siendo sus padres don Pedro Pablo Fonseca Chávez y su madre doña Cristina Recavarren de la Piedra Fonseca. La poeta falleció en Lima el 9 de abril de 1963 después de 41 años de una dolorosa y fulgurante vida. Hay que anotar que fue la menor de cuatro hermanos. Por los azares de la migración impulsada además por cuestiones laborales su familia vino a la capital instalándose en Barranco en una vieja casona señorial ubicada en la calle San Martín. Desde muy niña su campo de acción estuvo vinculada a la lectura, la música, las artes en general. Su infancia transcurría en plena libertad y juegos propios de una niña hasta que a los 9 años cuando:

«cursaba el tercer grado en el colegio (Sagrados Corazones de) Belén de Lima (...) un resbalón por las escaleras mientras jugaba con sus compañeras, le acertaría un golpe a la columna vertebral.» (Lazarte, 2009:19)

Golpe fatal que le cambiaría la vida, ya que de a poco fue agravándose su salud que a la larga la postraría en una silla de ruedas. Pero este hecho que hubiera limitado a otra persona se convirtió para la poeta en un aliciente para guiar sus energías hacia la creación poética. Siguiendo a Diego Lazarte este señala que a los

«doce años, Tarito (Carlitos) autodidacta, escribiría su primer libro de poemas, Rosas Matinales (1934), en el cual dedica poemas a solícitas jóvenes barranquinas.» (Lazarte, 2009:19)

Esta quietud o inmovilidad hicieron que Nelly ejerciera un cambio radical en su comportamiento que sacaría a luz su lado rebelde, provocador y desafiante ante una sociedad falocéntrica y pacata, que alimentaba un espacio social lleno de tabúes. A su corta edad asumió su cuerpo un giro radical de travestismo: se corta el cabello, cambia su manera de vestir femenina para vestir a la usanza varonil. Y, en un acto fundacional de su nuevo «parecer» cambia de nombre para hacerse llamar Carlos Alberto Fonseca, nombre y acción vital con la que comenzará su aventura intelectual.

* Texto presentado al coloquio «Identidades (re)inventadas: literatura, género y masculinidades», Casa de la Literatura 5-6 de julio del 2019. ** Licenciado y Magister en Educación por la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle – La Cantuta. Ha realizado estudios en la

PUCP y en la UNMSM. Ejerce la Cátedra de Literatura en la UNE. Ha publicado: Panorama y apuntes de literatura peruana (1993) Poesía del 70:

Antología y notas (1997) y los poemarios: Piel de brujo (1994), El sol partido de los sueños (1987) y Música Violeta (2014). Así como diversos artículos de literatura y educación en diversos libros colectivos. Por otro lado, participa activamente en congresos, coloquios y eventos de literatura y educación.

Su adolescencia y su juventud, no solo le permite construir performáticamente al «otro» sino que es la etapa donde Nelly Fonseca desarrolla una fecunda actividad por el arte, cultiva la pintura en acuarela, el pirograbado, la astrología, el tejido, el periodismo, la promoción cultural; además de seguir produciendo poesía. El cambio varonil asumido desde su niñez se reafirmará con el paso de los años, vistiendo con fina elegancia; el cabello engominado, terno, corbata y como accesorio un pañuelo de seda en el bolsillo de la americana.

Existe una pasión por la cultura en la poeta Fonseca. No solo en la escritura de poesía sino en su amor por el teatro y el cine. Hay noticias que refieren que habría producido dos piezas teatrales. Llama la atención la fortaleza, generada desde sus «años de autoexilio», haciendo que su vida profesional fuera fecunda, no solo como artista, sino también ejerciendo trabajos administrativos como el de haber sido la secretaria privada del segundo vicepresidente del Perú, Rafael Larco Herrera, durante el gobierno del general Manuel A. Odría.

Sin duda, el mostrarse a la sociedad de la época como una persona travestida no fue impedimento para que Nelly Fonseca se vea sacudida en una de esas visitas al teatro, por el amor. Es en una de esas funciones al teatro a donde llegaba según cuentan en un lujoso Rolls Royce negro, cedido por Larco Hoyle, donde conocerá al actor argentino Carlos Croharé, con quien sostuvo una relación breve, ya que la parca jugando su rol se llevó al actor mientras este realizaba una gira con su compañía por el Ecuador. Este hecho, marcaría con una huella profunda el corazón de la poeta. Fruto de este episodio la poeta le dedicará al amado un libro integro de poesía.

Muchos años después llegará a su vida otra persona importante y este será el joven poeta Óscar Ponce de León quien será su amor platónico, y a quien le dedicó varios versos del «El Quiromante». Ponce de León, leal amigo y escondido enamorado será la persona quien acompañará a la poeta hasta sus últimos días.

En la vida de Fonseca, hay que apuntar ese fervor por la escritura que lo llevará a publicar libros como: Rosas matinales (1934) texto de precocidad y exotismo infantil; Heraldos del porvenir (1934); Luz en el sendero (1938), libro premiado con la Medalla de Oro por la Municipalidad de Lima; El poema de América (1938); Voces de América (1940); Sembrador de estrellas (1942); Preludios íntimos (1945); Juan Carlos Croharé (1947) Herodes y Bethmoora, la que mira el mar (1949) todos firmados como Carlos Alberto Fonseca. A esta lista hay que agregarles los libros: Espigas de cristal (1955), Raíz de sueño (1963) escritos bajo su verdadero nombre; y Velero alucinado publicado póstumamente. Asimismo, es autora del himno premilitar, el himno al Rotary Club de Lima, de Maracaibo (Venezuela) y de los Rotarys de México y Uruguay. También compuso el himno a su querido distrito, Barranco. Hay que apuntar, además, que obtuvo reconocimientos en el exterior, como el Primer Premio y Medalla de Oro del VIII Certamen de Liniers de la República Argentina (1937), así como el Primer y Tercer Premio del Homenaje a la Madre Americana, de La Habana (1940). También la designan como socia honoraria del Grupo América del Uruguay, el Ateneo Popular de Argentina, la Confraternidad Balzaciana Hispanoamericana de Costa Rica, entre otras distinciones. Sin olvidar su desperdigada obra periodística ejercida en la página literaria de La Crónica y en la revista cultural Palabra americana.

Un hecho que hay que relatar en la vida de esta poeta es que en algún momento de su vida se le dio las esperanzas de que podría caminar, por la que se gestó una cruzada económica para que la poeta viajara a Nueva York para someterse a una delicada operación de un tumor ubicado a la altura de la cuarta vértebra. Se dio el viaje, pero no hubo solución a su mal. Pero el hecho es que al volver de ese frustrado viaje Nelly retoma la vestimenta femenina y espera plácidamente el desenlace de su enfermedad sentada en su silla de ruedas. Javier Armero, amigo de la poeta en entrevista dada a Lazarte dice:

«Ella sabía que no iba vivir mucho, se amanecía escribiendo poemas en una verde y portátil Underwood. Su habitación estaba siempre limpia e iluminada daba al jardín de paltos y jacarandás. Su cama estaba rodeada de una considerable biblioteca, empotrada estratégicamente en la pared, lo cual le facilitaba la extracción de algún ejemplar. Tenía una mesita que le servía como comedor y como escritorio, aunque prefería tipear en su silla de ruedas.» (Lazarte,2008: 24)

Poeta en esencia que luchó no solo contra la adversidad de su dolorosa vida, sino que supo escribir una historia de fortaleza humana, de visibilización de su poesía, asumir con hidalguía su capacidad creativa y, lo más importante, asumir con franqueza su yo poético dual y que espera el trabajo de rescate, de lectura crítica de su poesía ya sea aquella firmada como Carlos o como Nelly.

La recepción crítica de la poesía de Nelly Fonseca

Sobre la obra poética de Carlos Alberto Fonseca o Nelly Fonseca Recavarren desde mi perspectiva existen tres posturas críticas receptivas. Una representada por la lectura dada en el espacio de la producción poética de la poeta. Una lectura crítica de la época que corresponde a una mirada tradicional, masculinizada, excluyente representada por las opiniones de Estuardo Núñez y Luis A. Sánchez. Otra perspectiva es la recepción testimonial, admirada y valorativa en la que podemos

Nelly (o Carlos) Fonseca.

ubicar los trabajos de Diego Lazarte, Milagros Martínez Castellares, Andrea Cabel, Raúl Waisman. Y una tercera línea que se acerca al discurso poético, a los conflictos entre vida y literatura, lenguaje, problema de género, ritmo, etc. en la que se ubicarían los trabajos de: Bethsabé Huamán Andía, Rocío Castro Morgado, Marita Troiano Chumbiauca, Sandra Suazo Canchaya. María Inés Vargas Tunque etc. Acercarnos a cada uno de ellos demandaría una mirada que excede nuestra intención en este trabajo. Pero, no por ello, dejaremos de referir algunas reflexiones a las mismas ya que estas nos permitirán un acercamiento crítico al «enigma Fonseca», diría parafraseando a Huamán Andía.

En su libro Panorama actual de la poesía peruana, de Estuardo Núñez publicado en Lima el año de 1938, en la página 139 señala lo siguiente: «Las poetisas están, en su gran mayoría adheridas con bastante heterogenidad de valores, a la línea tradicional. Acusan muchas de ellas, poca evolución espiritual y cierto apartamiento de la cultura literaria que determina, de una parte, que no sepan distinguir aquellos módulos ya concluidos y cultivados hasta la saciedad por meritorios poetas de otras épocas, de aquel margen de características también tradicionales que puedan merecer aún hoy un cultivo y un aprovechamiento dignos de aprecio. De otro lado, esa falta de cultura propende a que no exista en ellas, un estricto criterio de selección estética y a que el desborde sentimental prime con su cortejo de banalidades, de arrobamientos, de lugares comunes y de limitaciones demasiado saltantes de poetisas americanas de alta valía como la Agustini, la Ibarbourou y la Storni. Unas no se apartan de la “melopeya” modernista como Carlos Alberto Fonseca seudónimo de Nelly Fonseca R.» (Núñez, 1938: 139)

Carlos o Nelly Fonseca, es una poetisa y no poeta, acusa poca evolución espiritual, está lejos de poseer una cultura literaria lo que lleva a escribir bajo parámetros ya superados. Por lo tanto, «... esa falta de cultura propende a que no exista en ellas, un estricto criterio de selección estética y a que el desborde sentimental prime con su cortejo de banalidades, de arrobamientos, de lugares comunes y de limitaciones» y ese hecho se ve en la poesía de Fonseca, concluye el crítico. ¿Qué visión posee Núñez para encasillar la obra de Fonseca? ¿Cuando habla de su falta de cultura literaria acaso el crítico no estaba informado que la poeta mantuvo una comunicación fluida con las poetas Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou, y que la poeta además dominaba a perfección el inglés, francés y portugués, lo cual le permitía leer a los modernistas y vanguardistas más connotados de su época? ¿De qué cultura literaria habla Núñez? Creo que un crítico conservador, excluyente e intolerable como Estuardo Núñez, al margen de su lectura apresurada acusaba una mirada machista para valorar el trabajo de las poetas mujeres, era el típico macho alfa quien no aceptaba que una mujer se dedicara a las artes. Tanto así que Núñez, entrevistado por Lazarte declaró: «Ella vivía frente a mi casa, no tiene ninguna significación y trascendencia en la vida cultural, ni criterio de lo que era Barranco de otra época.» (Lazarte, 2008: 23)

Quizás opiniones como esta hicieron que Nelly Fonseca androginizara su apariencia y forjase un travestismo literario como un campo de resistencia a la mirada falocéntrica de la crítica literaria de la época. Quizás por ello, muchos de sus libros fueron firmados con el «seudónimo» de Carlos Alberto Fonseca.

Luis Alberto Sánchez en su clásico libro La literatura peruana. Derrotero para una historia cultural del Perú (Tomo V) en las páginas 1529-1530 al escribir sobre Nelly Fonseca escribe lo siguiente:

«CARLOS ALBERTO FONSECA, Seudónimo de NELLY FONSECA (Lima, 1914-1963) una existencia dolorosa, que hacía cruel cualquier crítica amarga. Padeció de una enfermedad congénita que la inmovilizó prácticamente toda su vida. Su única actividad era escribir. Lo hizo no siempre bajo signos estéticos favorables: el mejor fue Chocano, a quien seguía en su versificación y su énfasis. Practicó una especie de periodismo versificado en el diario La Crónica especialmente entre los años de 1934 a 1945. En la última fecha editó Preludios íntimos. Debido a su estado de forzada inmovilidad y a su naturaleza excitada fantasía, escribió muchísimo y siempre en verso. No concedió acogida a la tristeza tratando de exaltarse con un optimismo medicinal. En medio de aquel alud versificante, se encuentran plausibles aciertos. Le faltó circular libremente por el mundo social y literario. Cuantitativamente, al menos, no es justo omitir su nombre.» (Sánchez, 1981: 1529, 1530)

La mirada paternalista y perdonavidas de Sánchez para la poeta y su obra se centra en la lástima para no desarrollar una crítica valorativa pues esta es imposible por «una existencia dolorosa, que hacía cruel cualquier crítica amarga.» Por otro lado, afirma que por su doloroso estado y «... Debido a su estado de forzada inmovilidad y a su naturaleza excitada fantasía, escribió muchísimo y siempre en verso. No concedió acogida a la tristeza tratando de exaltarse con un optimismo medicinal» en resumen, la poeta escribió mucho y de manera irregular, aunque al final reconoce «Cuantitativamente, al menos, no es justo omitir su nombre». Tanto Núñez y Sánchez ejercen la crítica desde una miopía que nos inhibe mayor comentario.

El travestismo literario

Para la época Nelly Fonseca se había convertido en una presencia de rebeldía no solo por vestirse y actuar como hombre sino por su postura como intelectual que luchaba contra diversos prejuicios de la sociedad limeña de los primeros 50 años del siglo XX. Así, en declaraciones dadas en 1944 ante un medio de prensa chileno, señaló que le desagradaba «la estrechez de criterio, que la convierte en un fiscal de las vidas ajenas, y la hace condenar tantas alegrías y tantos sabrosos pecados». A qué fiscales, censores, y escandalosos moralistas se dirigía. ¿Acaso adoptar el disfraz, el enmascaramiento del otro masculino en el cuerpo del otro femenino no era una forma de reclamar su postura de libertad como ser humano para la poeta? ¿Acaso no era una lucha consigo mismo en su condición dual mujer/ hombre y más adelante hombre/mujer? No sé cómo explicar el problema de género en la poeta, tal vez solo intente comprender una disidencia necesaria para una sociedad falocéntrica o lo que vendría a ser la libertad del «ser». Revisando a Judith Blutler en su libro El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad hallo la siguiente cita:

«Si la noción de una sustancia constante es una construcción ficticia producida a través de la noción del ordenamiento obligatorio de atributos en secuencias coherentes de género, entonces parece que el género como sustancia, la viabilidad de hombre y mujer como sustantivos, se ponen en duda por el juego disonante de atributos que no se ajustan a modelos consecutivos o causales de inteligibilidad.» (Butler,2001: 57)

Esta idea de sustancia movible y cuestionable, ese juego de disonancia sobre el género es aplicable a la actitud de la poeta Fonseca mucho más cuando ella es producto de una causalidad física más que de una casualidad física. Hay en ella una lucha por la razón, por el posicionamiento como «ser» más que la discusión en los campos de lo femenino y lo masculino. En palabras de Milla Batres citado por Huamán Andía, él señala que ser hombre en los años 30-40 era signo de seguridad y confianza. Es entendible por ello, que ser mujer era ser valorado como un sujeto de prejuicio y de duda. Una feminidad casera, de compañera, de sumisa accionar que era vetada para ejercer «las labores intelectuales reservadas» a los hombres. Se ha querido decir hasta la saciedad que Nelly Fonseca buscó «actuar» en los predios de lo andrógino, de lo trans para ocultar sus deficiencias físicas, pero en verdad esas medias verdades son solo eso: miradas epidérmicas sobre la poeta más que una lectura reflexiva y crítica de sus discursos poéticos. Al respecto Vaisman señala:

«Tal vez su travestismo se debió a la necesidad de ocultar sus piernas marcadas por la parálisis; tal vez fue un recurso para hacerse de un lugar en una época en que las mujeres ni siquiera tenían derecho a votar. O quizás ante el destino trágico que se le reveló desde chica, su reinvención fue muestra de rebeldía. Fue posibilidad de una nueva vida, de una nueva estrella. Admirada o criticada, como Nelly o como Carlos, su voz fue una y no necesitó tener cojones para dejarla hablar.» (R. Vaisman)

Lo cierto que es que Fonseca fue consciente al «crear» ese otro «yo» como una afirmación no solo de una «performance» vital sino una postura para actuar frente a una sociedad censora y castradora que arrastraba la falsa moral criolla de una Lima que se iba. Fonseca fue consciente al buscar «la construcción de un arquetipo andrógino, la omnipresencia de un vigoroso erotismo y a la permanente alusión del mar en sus versos» (Troiano, 2009:48), apunta con lucidez Marita Troiano.

Nelly Fonseca, no es la primera mujer en promover el travestismo literario en los predios de la literatura así lo señala Rocío Castro Morgado:

«Una rápida revisión de la historia de producción literaria femenina nos muestra a Amandine Lucille Dupín firmando como George Sand en la Francia del siglo XIX, la novelista escandalizó a la sociedad de su época no sólo por fumar cigarrillos y vestirse como hombre sino por sus intensas relaciones sentimentales con Musset y Chopin. George Elliot fue el seudónimo de Mary Ann Evans nacida en Londres en 1819, a decir de la crítica, la novelista criada en un hogar protestante usó el seudónimo masculino para que su trabajo fuera tomado en serio y —según aseguran algunos— para evitar el escándalo de su relación con un periodista casado.» (Castro, 2009:39)

Apuntamos en esta línea a las hermanas Charlotte, Anne y Emily Bronte que utilizaron seudónimos masculinos. Currer, Acton y Ellis Bell respectivamente. Otros casos son las de: Cecilia Böhl de Faber (Suiza, 1796) que firmaba como Fernán Caballero, Karen Blixen quien firmaba como Isak Dinesen etc.

Nos preguntamos qué misterio se esconde en la actitud de estas poetas que tienen que buscar diversos medios para visibilizarse y hacer «ver», «escuchar» y «corporizarse». Primero fue el anonimato el soporte necesario. Luego usar seudónimos para participar de la literatura (el caso de Amarilis y Clarinda) para el caso peruano durante la literatura colonial. Luego «disfrazarse y actuar» desde el hábito religioso o desde las paredes de un monasterio, como es el caso de la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, Sor Josefa de Lagunas, o Santa Rosa de Lima para el caso de Lima. Más tarde, mostrarse como un colectivo ilustrado signado por la preposición «de» que actúa como un posesivo o pertenencia; así apuntamos a escritoras como Clorinda Matto de Turner, Amalia Puga de Losada, Mercedes Cabello de Carbonera etc. Hasta llegar a una visibilidad casi «viril» y masculinizada en los casos de Angela Ramos, Magda Portal y el accionar más enigmático de Nelly Fonseca. En todo caso como señala Huamán Andía:

«...el travestismo físico de Fonseca estaría justificado en un travestismo literario, producto de una cultura que como mujer la relegaba y le negaba la posibilidad de ser una escritor. Por los que estoy en desacuerdo con aquella opinión que dice que “La poesía de Nelly Fonseca (o la de Carlos Fonseca, no importa tanto el género del autor sino el verso se defiende solo).» (Huamán Andía, 2010:20)

Puerta abierta a un sinnúmero de discusiones entre género y poesía, vida y creación, crítica y anticrítica, tipología del discurso, aplicación de la teoría queer, sociedad y tolerancia, inclusión y exclusión, androginismo literario, poética travestida etc.

Cierre

El caso de Nelly Fonseca nos abre la posibilidad de «revisar» y «rescatar» otras poéticas para organizar una verdadera cartografía de la poesía peruana. Pero a la vez, nos lleva a discutir la validez de los discursos disidentes que escapan a la «sustancia» del género y apuntar a la comprensión de los sujetos que producen dichos discursos, su validez, sus enmascaramientos, su humanidad. Hecho necesario y urgente mucho más aún hoy cuando nuestra sociedad se desmorona en la corrupción y la falsa axiología de limpieza moral ejercida por sujetos pútridos que ostentan el poder económico, socio-cultural. Norma Mogrovejo señala con claridad al respecto cuando dice: «El problema es cómo plantear una sociabilidad queer de vínculos afectivos y al mismo tiempo de impulsos contrasociales, en términos freudianos, la convivencia de Eros y Tanatos, lo positivo y lo negativo, la vida y la muerte.» (Mogrovejo,2011: 235)

Se trata de eso, de plantear sociabilidades posibles de convivencia a pesar de las diferencias. Y es el campo de lo literario muchas veces el campo donde se libran las mejores batallas del hacer, del parecer para construir el ser. Si no, leamos un poema de Nelly Fonseca para sentirnos más humanos de lo que creemos ser hasta ahora.

Mi madre debió llamarme Soledad. Nombre inmenso como el cielo; nombre amargo como el mar... Soledad. Soledad, porque mi boca se ha olvidado de besar; porque las rosas se musitan sin abrirse en mi rosal, mi madre debió llamarme Soledad. Un ángel negro, a mi vera, siembra mis huertos de sal. Jazmín que mi mano toca no reflorece jamás. Mi madre debió llamarme Soledad. Me llaman con otro nombre que suena a plata y cristal. Me llaman, más no respondo; pues, en mi lírico afán. yo sé que debí llamarme Soledad. Soledad de noche oscura que presagia tempestad. Soledad de campo raso sin un árbol ni un cantar. Soledad de lo infinito: soledad de cielo y mar. Soledad como la mía. ¡Soledad!

Yo, sin tí, no soy nada. Tú, sin mí, no eres nadie. ¿Cómo enraizará el árbol sin el regazo de la tierra madre? ¿Adónde iría el agua si no existiera el cauce? Toda tu vida gira en torno de mis ejes de diamante. En tu horizonte azul, mis ojos marcan la plenitud del alba y de la tarde, y en el círculo eterno de mis brazos zumba el rojo torrente de tu sangre. Duerme en ti la simiente que mañana será fruto en mi carne; yo la abrigo y la nutro con mis jugos vitales, dándote así el poder casi divino de duplicar tu imagen. ¡Hombre mío!… ¡Hombre mío! ¡No hay palabra más grande! Tú eres el Dios de mi liturgia humana; yo, el altar de tus íntimos rituales; entre los dos podemos engendrar universos inmortales…. Místico sensualismo que desentraña misteriosas claves: juntos, somos el todo; solos, no somos nadie: ¡triste puñado de ceniza y polvo!, paja en las eras que la avienta el aire. ¡Una mujer y un hombre, todo un mundo y todo un más allá de eternidades! ¡Tuya, como el aliento de tu vida! ¡Mío, como mis huesos y mi sangre! A veces soy la esposa, a veces soy la madre, mas siempre la mujer: el cuenco vivo donde tu boca amante bebe el placer, que ahonda en la materia, bebe el dolor, que exalta a lo inefable. Yo quiero ser un mástil erguido entre la niebla para orientar el vuelo de las aves remotas. Y sentiré en mi tronco latir un alma de árbol la noche en que rescate a una gaviota. Yo quiero ser un mástil erguido entre las sombras que la aurora empavese con grímpolas de seda, y escuchar las salmodias del viejo campanario: el grave hermano blanco que ahuyenta estrellas. Yo quiero ser un mástil inmóvil, solitario, con la quietud más noble, la soledad más buena. Erguido en el regazo sereno de la tarde. Erguido entre la orquesta triunfal de la tormenta. Qué superior destino que es el de asomarse a un mundo en donde danzan locas girándulas de estrellas, y ensartar una noche, tal como un pez de vidrio, el disco transparente de cualquier luna nueva! Yo quiero ser un mástil erguido entre las sombras en donde cuelgue el viento sus diáfanas banderas… ¡Y el día que rescate tu corazón de náufrago serán como un arroyo de música mis venas!

Bibliografía

• Castro Morgado, Rocío (2009) «Carlos Fonseca: Una máscara femenina». Nelly Fonseca. Selección antológica y estudios.

Lima, Centro Cultural de España. CECID. PP. 37-46

• Huamán Andía, Betsabé (2010) Poemas y enigmas de Nelly Fonseca. Lima: Centro de la Mujer Flora Tristán.

• Judith Blutler, Judith (2001) El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad - México: Paidos/UNAM.

• Lazarte, Diego. (2009) «Nelly Fonseca Revarren: la que mira el mar». Nelly Fonseca. Selección antológica y estudios.

Lima, Centro Cultural de España. CECID. PP. 19-26

• Mogrovejo, Norma (2011) «Lo queer en América Latina ¡Lucha indentitaria, post-identitaria, asimilacionista o neocolonial?» En: Cartografías Queer. Sexualidades + activismo LGTB en América Latina. (compiladores) Daniel Balderton y

Arturo Matute Castro. Pittsburgh: Universidad.

• Núñez, Estuardo (1938) Panorama actual de la poesía peruana. Lima: Editorial Antena.

• Sánchez, Luis Alberto (1981) La literatura peruana. Derrotero para una historia cultural del Perú (Tomo V) Lima: Editorial Juan Mejía Baca.

• Troiano Chumbiauca, Marita (2009) «Algunas especulaciones sobre la poética de Nelly Fonseca Recavarren». Nelly Fonseca. Selección antológica y estudios. Lima, Centro Cultural de España. CECID. PP. 47-53.

Poema publicado en Sembrador de estrellas (1942) por Carlos Alberto Fonseca, seudónimo de Nelly Fonseca Recavarren.

«En este poema podemos observar una liberación de la sexualidad, las metáforas sinestésicas abundan y el mito a partir de las figuras de dos centauros configuran el deseo homoerótico. Por otro lado, las representaciones femeninas pasan por las ninfas, cuerpos que difieren de la naturaleza ruda, eso genera una barrera en el deseo del Centauro. En cambio, un igual, otro joven Centauro despierta otro deseo en el Centauro enamorado. Uno persigue al otro y cruzan “el bosque espeso”, imagen de lo prohibido. La persecución se torna en un juego, uno sexual donde los iguales comparten la agresión y el placer de sus cuerpos.» (Judith Paredes)

Aquel centauro estaba enamorado Sin presentir de quién. La primavera Desataba sus galas sobre el prado, Y flotaba en el aire perfumado Algo así como un hálito de hoguera…

Era el reclamo del Amor… Los seres Rendíanse a su cetro de dulzura Como al mayor poder de los poderes, Y era todo suspiros y placeres Y besos de pasión en la espesura

Los sátiros andaban al acecho Tras el trémulo biombo del follaje, Y su lujuria improvisaba un lecho En las frescas guirnaldas del helecho O bajo el verde toldo del ramaje…

Una explosión de cánticos y aromas Envolvía al centauro enamorado… Arrullaban su dicha las palomas, Y hasta insinuaba el vello de las pomas La suavidad de un cutis sonrosado…

Más de una vez con ojos envidiosos, Junto a la fuente de serenas linfas, Oyó un rumor de besos melodiosos, Y presenció turbado los retozos De los lascivos faunos y las ninfas…

Una tarde, también, en su camino Sorprendióle una náyade desnuda, Mas contuvo su impulso repentino Temiendo herir el cuerpo alabastrino Bajo el ardor de su caricia ruda.

En acecho una vez, furtivamente, Se agazapó a la sombra de un peñasco, Pero el tropel de ninfas, sonriente, Huyó por entre el bosque floreciente Ante el rítmico golpe de su casco.

Y él, que en la plenitud de su carrera Desafiaba las cuadrigas de Eolo, Humillado se vio, por vez primera, Y, sin gustar ni un ósculo siquiera, Hallóse al fin desorientado y solo.

Y al volverse, turbado todavía, Divisó entre las frondas rumorosas Otro joven centauro que reía Con maligno destello de alegría De sus frustradas ansias amorosas

Maliciosa y sutil, la risa aquella Vibró como un escarnio en sus oídos, Y, sintiendo burlada su querella, Se arrojó con afán tras de su huella Bajo los grandes árboles floridos Huyó el centauro, díscolo y travieso, Lanzando un grito retador y agudo, Y, en la embriaguez del máximo embeleso, Cruzaron ambos por el bosque espeso, En un galope retumbante y rudo…

Cimbrábase los troncos a su paso, Desgajábase el palo de las hidras, Tronchábanse las ramas al ocaso, Y saltaba un enérgico chispazo Al golpe de sus pasos en las piedras…

Y así, en la loca exaltación del juego, Salvaron sin sentirlo la espesura, Y, envueltos en un hálito de fuego, Siempre al galope, se lanzaron luego Por el verde tapiz de la llanura…

Al ritmo de esa bárbara armonía Despertábase el valle primitivo, Y, el postrer alarde de energía, Ya el sudor del esfuerzo humedecía La grupa del gallardo fugitivo…

De pronto, como eslástica serpiente, Vio surgir de los altos roquedales La crencha luminosa de un torrente, Donde prendía el sol resplandeciente Su irisada peineta de cristales…

Y, en un impulso de arrogancia suma, Precipitóse, en rápida carrera, Y, venciendo el cansancio que le abruma, Rompió los abanicos de la espuma Hasta alcanzar la plácida ribera…

En pos de él, con deleite repentino, Ya olvidado tal vez de su querella, Llegó el otro centauro al remolino, Y salpicando en polvo diamantino, Cruzó, jadeante, por la misma huella…

Y, al pie de los pinares susurrantes, Alcanzóle, rendido ante el asalto, Y, el poder de sus músculos vibrantes, Cayó sobre las ancas palpitantes En la grácil parábola de un salto…

Y aprisionando el torso musculoso Entre sus fuertes brazos juveniles, Le miró desmayar, ebrio de gozo, Al sentir sobre el cuello voluptuoso La agresión de sus besos varoniles…