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Capítulo 1
Ana y Demetrio

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El mar es donde empiezan y terminan todas las historias de este mundo. Quien dominó los mares, dominó la economía, ganó las guerras, diversificó su alimentación, desarrolló el comercio y conquistó territorios. Más cerca en el tiempo, los aviones alivianaron su función comunicante, pero no lograron borrar de la memoria colectiva su condición trashumante que, como buenos libros abiertos, son el testimonio de la historia mundial. O de una pequeña historia familiar que da cuenta, en cada una de sus gotas, de cómo es el gran mundo en el que vivimos. A finales del siglo xix, Europa atravesó una feroz batalla territorial que desembocó en la Primera Guerra Mundial (o Gran Guerra), una confrontación bélica que se desarrolló entre el 28 de julio de 1914 el 11 de noviembre de 1918, día en que Alemania aceptó las condiciones del armisticio. Durante ese lapso, las personas más humildes sufrieron las consecuencias de las disputas entre los Estados nación y la pugna por imponer un nuevo sistema político y económico. Es por eso que, persiguiendo la humana utopía de un Nuevo Mundo, miles de familias vieron con buenos ojos dejar su país de origen, su pueblo, sus hábitos, para empezar de cero.
Argentina fue uno de los países de aquel prometido Nuevo Mundo, junto con otros grandes productores de materias primas de origen agropecuario como Estados Unidos, Canadá y Australia. Se trataba de una nación independiente que había ingresado al comercio mundial a través de un modelo de estado agroexportador. Había logrado sostener en el tiempo una etapa de expansión económica sin precedentes, acompañada por un proceso de pacificación política y de consolidación de sus instituciones. Por ese entonces
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a la Argentina se la apodaba “el granero del mundo”. La apertura a la inmigración fue el resultado de un esfuerzo consciente para sustituir la vieja estructura social, heredada de la sociedad colonial, con un modelo inspirado en los principales países de occidente. La organización política e institucional y la modernización económica fueron los pilares sobre los que se asentó este proceso de transformación. Por eso, entre 1880 y 1930, período de emigración de masas, Argentina fue el país de la región, después de los Estados Unidos, en recibir más inmigrantes europeos, principalmente españoles e italianos. El color, el ritmo y la cadencia americana tienen ese origen heterogéneo, popular y carnavalesco.
La economía argentina, en esos años, era muy avanzada. Apenas detrás de las economías inglesas (Estados Unidos, Reino Unido y Australia) pero por delante de economías europeas como la italiana, la francesa y la alemana. Argentina se posicionaba entre las mejores. Su renta per cápita ajustada a la capacidad de compra era el 92% del promedio de las 16 economías más avanzadas del mundo. Su economía era fuerte y atractiva. Se caracterizó por una apertura que daba la bienvenida a la entrada de capitales y dominó la expansión de las exportaciones de productos primarios (cereales, carne, lana y cuero) que impulsó un rápido crecimiento económico. Para hacernos una idea de su fortaleza económica, si en esos años Francia tenía una renta per cápita de 3.452 dólares, Argentina alcanzaba los 3.797 dólares, es decir, un 10% superior. Antes de 1914, la economía argentina era plenamente abierta, la relación entre sus exportaciones y sus importaciones superaba el 50% de su PBI durante el período anterior a la Primera Guerra Mundial, pero disminuyó durante los años de entreguerras (de aproximadamente un 45% a un 20%) y prácticamente no superó el 25% después de 1945. Aquí surgieron dos problemas. El primero es que hubo una clara interrupción del comercio global fruto de la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión, un hecho del todo ajeno al país. Pero hay que añadir un factor interno importante: el nacimiento de políticas proteccionistas por parte de los sucesivos gobiernos argentinos.
Para los europeos, el Nuevo Mundo estaba cruzando el océano Atlántico.
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Más de diez mil kilómetros de masa de agua separan los puertos de Vigo del de Buenos Aires (que hoy son alrededor de diez horas en avión). Partir no era una decisión sencilla. Si aun hoy, con el gran desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, resulta muy difícil dejar un país y adaptarse a uno diferente; imaginemos lo complejo que resultaba en aquella época dejar un continente donde, además, la travesía en barco era de unos cuarenta días dependiendo esencialmente de los vientos y del estado de la mar. Aun así, muchas familias decidieron comenzar una vida totalmente nueva lejos de su lugar de origen.
Los orígenes de la familia Fonseca se remontan a la submeseta norte de España, una región que hoy conocemos como León, cuyos límites principales son el sistema Ibérico montañoso hacia el este, la Cordillera Central, al sur, y la Cordillera Cantábrica al norte. Hacia el oeste está unida a Portugal por el río Duero. Es una zona histórica y de gran circulación entre pueblos. De hecho, el apellido “Fonseca” es de origen portugués, gallego e italiano, con la variación Fonseka encontrada en Sri Lanka. El apellido es también común entre judíos sefardíes. Es una zona de castillos, feudos, fortalezas, catedrales y construcciones medievales que aún permanecen en pie entre las sierras. Allí hay dos ciudades centrales e ineludibles para la reconstrucción del origen de los Fonseca1 en Argentina: Zamora y Valladolid. Separadas por apenas 100 kilómetros, dos ciudades muy golpeadas por las crisis económicas y la posterior caída de Fernando VII en manos de Napoleón.
Es en ese contexto, en ese mundo, en el que Demetrio Raimundo Fonseca Hernández —nacido el 22 de diciembre de 1880 y bautizado el 25 de diciembre del mismo año por sus padres Antonio Fonseca y Teresa Hernández, ambos de origen portugués, en la Iglesia de San Frontis de Zamora (construida en el siglo XIII)— decide abandonar Zamora con su mujer Ana Escudero, nacida el 7 de marzo de 1884 en Valladolid; hija de Bernarda y José Escudero, iguales de apellido pero sin un parentesco evidente. Demetrio y Ana se casaron un 5 de junio de 1905 en la ciudad de Zamora y tuvieron cuatro hijos: Antonio, Irene, Luisa y Bernarda. Por el contexto antes mencionado,
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1. Este apellido tiene un origen extranjero: de acuerdo a lo que informa el genealogista Piferrer, en tiempos del rey don Alfonso VI, llegaron a España dos príncipes de la casa real de Hungría a pelear contra los moros. Pierres y Payán eran hermanos y dieron tales pruebas de arrojo y valentía, que merecieron que el rey los premiase dándoles el lugar de Fuentesaca o Fonseca y el coto de Coutiño, en Galicia. Al repartir entre ambos hermanos estos heredamientos, ocupó Fonseca a Pierres y sus descendientes tomaron por apellido Fonseca, así como los descendientes de Payán tomaron el de Coutiño. Ocurre que, como en otros casos, no todos los genealogistas se muestran de acuerdo en el origen de este apellido: unos lo hacen originario de Portugal, otros del rey don Ramiro II de León; pero por lo general, son más los que admiten la versión anteriormente reseñada, es decir, la de los hermanos procedentes de Hungría. Esta versión es avalada por un genealogista e historiador, tan serio y acreditado como Fray Felipe de la Gándara. Don Pedro de Fonseca fue un eminente prelado, obispo de Sigüenza, cardenal de la Santa Iglesia del título de San Angel y legado del papa Martín V, al emperador de Constantinopla, para tratar de la unión de la Iglesia Griega con la Iglesia Católica. En este viaje le acompañó un deudo suyo, de quien procedió la casa de Fonseca que se estableció en Francia, y reconoce como tronco a don Rodrigo
2. Propiedad de la Compañía Anónima Vapores Vinuesa (Sevilla), construido en 1908 y torpedeado por un submarino el 8 de febrero de 1937 y embarrancado en la desembocadura del río Gayá en Altafulla, durante la Guerra Civil Española.
3. Entre 1882 y 1960 arribaron al puerto de Buenos Aires, principal puerto de Argentina, 2.313 barcos que transportaban nuevos inmigrantes.
4. Tienda departamental, símbolo de la exclusividad y el refinamiento, que se convirtió en ícono muy arraigado y lugar de reunión de varias generaciones de argentinos. Abrió en 1914, cerró en 1998 y en 2020 planeaba reabrir sus puertas. La sola mención del nombre Harrods
Saavedra. casa de los padres de Antonio Fonseca p. 14 / mapa 1 decidieron subirse al barco Navarra2. Ese barco hizo doce viajes entre Europa y Buenos Aires, entre 1906 y 1914. En uno de ellos viajaban Demetrio y Ana, que desde Vigo llegaron a Buenos Aire sel 14 de noviembre de 19083 .
Como la gran mayoría de las familias inmigrantes, cuando llegaron se establecieron en barriadas periféricas al centro de la capital que les eran asignadas por el gobierno. Eran lugares menos poblados y con espacio suficiente para plantar sus huertas y criar sus gallinas. La familia Fonseca se instaló en el barrio de Saavedra, en el confín norte de la Ciudad de Buenos Aires, en un chalé de la calle Manuela Pedraza. En aquel entonces era un barrio sin asfalto, en desarrollo y precario. Fundado en febrero de 1891 junto con la estación de tren que lleva su nombre, se lo denominó Saavedra en honor al primer presidente argentino. Allí, Demetrio y Ana desarrollaron los oficios que habían aprendido en su tierra. Demetrio siguió el oficio de peluquero, Ana amaba la costura y tejía muy bien —de hecho para comprar su pasaje a Buenos Aires había tenido que vender su máquina de coser—.
Pero cuando parecía que la vida en el Nuevo Mundo de a poco encontraba su rumbo, Demetrio murió de forma prematura y Ana quedó viuda, sola con cuatro hijos y muy lejos de su tierra natal. Sin embargo se repuso como lo han hecho todas las mujeres que la sucedieron en la familia. Consiguió trabajo en la tienda Harrods4, un gran almacén de origen inglés que fue icónico en la ciudad de Buenos Aires. Y Antonio, el único hijo varón, tuvo que salir de forma precoz al mercado laboral y abrirse paso a los codazos para construir las siguientes páginas de la historia Fonseca. Una historia paradójica, que comienza cruzando el océano y 100 años después, las generaciones que le sucedieron, volverán al mismo punto. Así comienza entonces la historia.
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