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Paulina Schumann

Cuando una estrella del firmamento finiquita como tal, aun habiéndose producido esto hace mucho, mucho tiempo, nuestros ojos, no obstante, siguen percibiendo su luz. Igualmente sucede con las estrellas del Circo. He aquí la realidad iniciada, para la historia del mayor espectáculo del mundo, de Paulina-Luisa Andreu Busto; Paulina Schumann, tras su matrimonio, en 1946, con Albert Schumann, director del más importante circo de Copenhague, hasta 1969.

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El 9 de octubre del 2020 terminó su ciclo vital (con 99 años) esta estrella de la Pista. Mas su luminiscencia sigue ungiendo con su estro, con su numen artístico, el universo de nuestro círculo mágico, desde aquellos principios de 1921 en que viniera ya iluminada en su propia genética, palpitantes de gozo en los astros paternos de José Andreu Charlie Rivel - y la no menos estelar, por añeja dinastía, Carmen Busto.

En la persona de Paulina Schumann está quintaesenciada lo más prístino y pulido de la realidad del auténtico Circo; de lo más álgido, de lo más poético y, a un tiempo, de lo más terrenal; pero siempre de exquisita aristocracia espiritual y artística. ¿Qué de menos habría de esperarse de alguien que es prolongación del pálpito lírico de aquel que fuera, quizás, el mejor payaso español, que en el siglo XX tan bella y humanamente enriqueciera - aún másese útero que es el interior de un circo, donde ciertamente volvemos a gestarnos…? res. Y así se vio gozosamente cautivada entre las audaces redes de la acrobacia; mas, ésta, adobada por un cuidado magisterio en las disciplinas de la música y la danza, que en su infancia recibió en Berlín… Ello moldeó su cuerpo y su alma con la fusión cualitativa de un delicado florilegio frutal que, sin demora, perfumó de notable categoría sus iniciales actuaciones. Ya con apenas 6 años, en 1927, en el Albert Hall, de Londres, salió por primera vez ante el público con su padre, concursante éste a un premio por la mejor imitación de Charlie Chaplin. José Andreu utilizó el maquillaje y traje que ya usaba en la parodia sobre aquél, y subido al trapecio; pero antes del hecho en sí, se presentaba ante el respetable acompañado de la pequeña Paulina, ataviada como Jackie Coogan, el muchachito de la célebre película El Chico. Un año más tarde, en el Empire de Paris —y esta vez con más protagonismo—, caracterizada de negrita interpretó una graciosa imitación de los bailes y ritmos de la entonces celebérrima Josephine Baker, acompañada por su hermano Juanito, de cuatro años, a la batería; demostrando ambos tener grandes dotes para la música.

Su formación en música y danza clásica fue cimentación sobre la que Paulina Schuman levantaría una nueva arquitectura en la estética del Circo; estética ésta que, aun estando ya presente en lo que tiene de esencia este espectáculo, no obstante, no había sido desvelada merced a una cultura, entre las familias circenses, que adolecía de un exceso de tradición, sin saber ver lo que por naturaleza artística le correspondía. Paulina Schumann, con inteligencia y sensibilidad, exhuma este brillo que le era connatural a las venas auríferas del Circo.

Con el matrimonio Paulina Andreu-Albert Schuman, dos sensibilidades, un tanto opuestas, en principio, se fusionan —según el historiador Rafaele Ritis— para más alta virtud del Circo: la rigurosa —quizás fría—, nórdica, de los Schumann, con la más vitalista, colorista, sensual y a un tiempo profundamente espiritual de la mediterránea, en la artista Paulina Andreu.

Esta síntesis floreció con gran fruto en este formar parte en la dinastía Schumann, que fundara Gottnold Schumann, e introducirse —tras también sus actuaciones de bailarina funambulista—, en el mundo fascinante de los caballos, que la familia danesa ostentaba como auténtica Escuela de Caballería de las mejores de Europa.

Así, Paulina Schumann, consciente su suegro de las especiales dotes de su nuera, amén de la belleza y elegancia de la misma, le pide que se prepare para montar un número ecuestre con un grupo de 6 caballos en libertad; a lo que ella, aun siéndole disciplina nueva, accede, no sin antes pedirle total licencia en su concepción estética de puesta en escena y coreografía, hasta entonces bastante inmovilista en el circo conocido. Y es que la hija de Charlie Rivel, conocedora desde su más tierna edad del mundo escenográfico teatral, tenía gran seguridad en sí misma a este respecto; por lo que pone firme atención no sólo sobre el adiestramiento técnico del caballo, sino en la música, iluminación y coreografía que debe fundirse en unidad con los corceles sobre la Pista. El resultado se materializa en la conversión del escenario circular en áulico o palaciego espacio donde magisterio de técnica ecuestre y puesta en escena establecen un estrecho lazo donde cada una de ellas siguen, no obstante, con su protagonismo; pero en acertada sinfonía. Sí: sinfonía. Esta es la palabra que de sus propios labios escuché cuando la conocí en el Primer Congreso internacional de Amigos del Circo, celebrado en Madrid en Octubre de 1988. Paulina Schuman tenía entonces 67 años. Y aquel concepto musical de sinfonía, que ella no sólo aplicaba al actuar ecuestre, sino que extendía, incluso, al buen ordenamiento de los distintos números de toda una función, me impresionaron en aquella mujer todavía de gran belleza, delicadeza y elegancia: materialización ante mis ojos de una verdadera y sabia aristócrata del Circo, que te acariciaba con sus límpidos ojos azules… Amén de algunas coreografías compuestas hasta por 40 caballos en Pista, de distintas razas y color en pelo, de caleidoscópico ballet equino, un notable logro fue también, en 1965, el de un número en libertad basado en la Rapsodia Azul, de Gershwin: caballos desnudos de todo atavío, entre lumínicos efectos atmosféricos de flotante bruma…; semilla estética que muy pronto heredarían sus posteriores alumnos.

Entre este sahumerio virtual danzando entre y con los caballos de esta gran estrella del Circo, acróbata funámbula danzante, así como diosa entre corceles desprendidos del Olimpo, veo en mi mente titilar a Ésta al son lento de un violonchelo, fundiéndose toda esta escena ecuestre y de belleza onírica con el no menos poético de una amazona que deviene paulatinamente en hija-madre de un gran payaso anciano, tierno y rabioso como un niño, que, ora tañe las cuerdas de una guitarra española, ora pulsa teclas moviendo el fuelle de una concertina, que se interrumpe con un elevado Ahúúú… del viejo augusto, no sabemos si lastimero o de impotencia ante la imposibilidad de expresar mejor la Belleza de estos dos grandes astros del Circo, poniendo, nosotros, en torno de la Pista, un círculo de melancólicos sauces fluorescentes en memoria de la gloria de Paulina-Luisa Andreu Busto; más conocida, desde y con los corceles, ¡oh, victoriosas criaturas!, al decir del poeta Juan Gil Albert, como Paulina Schuman, que supo embridarlos para el Circo con toda la belleza y el amor de Afrodita, la cual los viera nacer, tal ella misma, entre las ondas espumosas del mar…