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COSTALES TUNEADOS
Amenudo los cofrades solemos confundir palabras, conceptos y términos como devoción, fervor y fe. Del mismo modo, desde el mal llamado” mundo de los hombres de abajo”, o “mundo del costal” o “la trabajadera”, también se confunden, con frecuencia, estos conceptos y términos.
Desde aquella década de finales de los 70, en que el movimiento de hermanos costaleros surgió en nuestra ciudad, emulando lo ocurrido en Sevilla, y otras ciudades y provincias, creo que nuestras hermandades han progresado convenientemente en lo referente a la salida profesional.
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Los hombres de abajo, jornaleros y obreros, en la mayoría de los casos movidos por el suplemento salarial que les suponía el jornal por sacar esta o aquella cofradía, ya demasiado hacían con sacar nuestros Sagrados Misterios y Palios, frecuentemente, en doble jornada laboral, partidos por el azadón o la pala, y luego por los palos paralelos de las trabajaderas.
El movimiento de jóvenes hermanos costalero dio un impulso a la forma, y el fondo, y también al sentir y la devoción de nuestras salidas procesionales de palios y misterios.

Pero no fue todo oro lo que reluciría. Aquellos jornaleros quedaron relegados de la noche a la mañana, ocupando sus puestos brazos jóvenes, quizás demasiado jóvenes, con más corazón, empeño y sentimiento, que fuerza física. Y de aquellos pasos, y pesos, y trabajos sin apenas conocimientos, estas lesiones...
Pero prosigamos, desaparecieron los costaleros pagados, mal pagados, y surgió con ímpetu el movimiento de hermanos costaleros que, con el paso del tiempo, se fueron, en la medida de la dedicación y el aprendizaje, profesionalizando en sus trabajos y quehaceres.
De aquellos primeros años de costales de arpilleras mal encajados e incluso sin forro, pasamos a los actuales costales precisos en medidas, y preciosos en formas y maneras. Muchos completamente adornados, incluso pintados algunos, o tuneados, -permítanme la expresión- al gusto y la medida de cada cual o cada quién. De aquellas primeras fajas, a las actuales terapéuticas, o los cinturones de cuero, sobre faja, al modo y a la moda de aquellos braseros y cargadores de antaño. De los vaqueros maltrechos, a las equipaciones, perfectamente, uniformadas y adaptadas. De las camisetas viejas, a las actuales de algodón, ya sean de manga corta o tirantas, y con el cuello al revés para que el dobladillo posterior quede exento y no haga daño al costalero, y sudaderas impresas con el escudo de la hermandad, han transcurrido años, décadas, de aprendizaje y evolución.
Pero a veces, no todo lo que evoluciona lo hace para bien, o del todo bien. Lamentablemente.
Partiendo de la premisa que les expongo, a mi forma de ver y sentir la Semana Santa que vivo y profeso, los costaleros, forman parte de la nómina de penitentes de nuestras Hermandades como un penitente más, como el nazareno de cirio, o el que abraza su cruz, o acaricia una vara, por responsabilidad, antigüedad, o compadreo, -que también este término es muy dado al uso y frecuencia en el mundo de nuestras queridas y solemnes hermandades-.


El costalero es un penitente más cuya penitencia no queda exenta de un rudo, pero glorioso trabajo y esfuerzo, cargar sobre su cuello con las imágenes devocionales, nuestros Sagrados Misterios y Palios procesionales.
El trabajo de abajo es un trabajo riguroso y comprometido, y no exento de controversia, y malas interpretaciones, por parte de una y otra parte, y me refiero al propio mundo del costal, y al de las juntas de gobierno que deben lidiar con cuadrillas que, a veces, intentan sobrepasar, y exceder, su propias responsabilidades y oficio, usurpando con acritud atribuciones, y tomando, o intentando tomar, decisiones que no les atañen, o que, si lo hacen, no les corresponden.
Tampoco exentos de razones, aquellos otros que opinan que el hombre de abajo es mejor, debe ser, o sería mejor, más preciado y valorado que el nazareno de arriba. Quién afirma estas cuestiones, a mi humilde entender se equivoca. Todos somos penitentes en pos de una cruz.
Sencillamente, el hombre de abajo tiene un papel de gran responsabilidad en la cofradía. A cambio, también ostenta un gran privilegio, portar lo más preciado, lo más querido para nuestras Hermandades. Los tesoros más importantes y codiciados, nuestras devociones más profundas, a Cristo y María. Un duro trabajo, pero sin distinciones señores, sin distingos. Sin tu eres mejor o peor que yo. Desde el corazón y con cabeza.
Lo que nos mueve, lo que nos lleva y motiva a realizar cada año, al final de cada Cuaresma, a realizar ese camino de penitencia en pos de nuestro Señor, el día que nuestra Hermandad sale a la calle, para mostrar al pueblo el misterio de su Pasión, cada cual sabrá.


Dicho esto, todos tenemos las mismas obligaciones, las mismas responsabilidades, y los mismos derechos para ocupar el lugar que a cada uno ocupa en la cofradía. Eso sí, sin esos privilegios debidos, que algunos pretenden, simplemente porque yo me pongo un costal, y me lo pongo a la moda, a la moda que se estila, a la moda de Sevilla.
-Muchos sobre los ojos, que a veces cuando van por la calle, parecen ir mirando a las farolas, porque ni ven, y un día desgraciadamente os vais a dar un golpetazo, que Dios me perdone, y os vais a partir toda la cara, a parte del dolor de cabeza-.
Costales tuneados, sí. Costales que deberían servir con orgullo, con honor, y privilegio al único propósito de cargar sobre su cuello a Cristo y a María. Ese es nuestro designio y única responsabilidad, y obligación.
Podrán ser de arpilleras, como aquellos primeros malhechurados, de aquella primera cuadrilla, histórica del paso de palio de nuestra Señora de la Paciencia. Malhechos y maltrechos, de mala calidad, de mala manera, sin conocimiento.
Podrán ser costales impresos con la cara de nuestra imagen devocional, la bandera nacional, honor patrio, la bandera andaluza, o incluso el logo del SAS, por haber aprovechado una sábana en desuso, suave y desgastada para aliviar y proteger el cuello del roce continuo de la trabajadera. De colorines o cuadros ingleses. Como cada uno quiera o entienda. Pero costales que deben servir con dignidad y decoro a un único propósito, pasear, con humildad a Dios y a su Bendita Madre, sobre nuestra cerviz.
Sin ningún tipo de superioridad, de reconocimiento debido. Es solo y llanamente un trabajo, un sitio, un lugar que ocupo con pasión, fe, y devoción, en la cofradía. Cada uno porta en su corazón, en su alma el motivo por el que cada año se pone a las órdenes de su capataz, y de la junta de gobierno, que, al mando del martillo, este representa. O las de penitente o diputado/a de tramo.
Esa es la única. La única, vuelvo a repetir, misión y visión, de porque el costalero necesita ocupar ese puesto en su cofradía, en su Hermandad. Y también, de porque su Hermandad, su cofradía, necesita a ese hermano penitente, llamado costalero, porque carga sobre el costal.

Se trata solo de una obligada simbiosis. El costalero es otro penitente más, un cofrade que ha optado por hacer su penitencia teniendo la gran suerte de ocupar un lugar de privilegio al ir más cerquita de sus devociones. Más cerquita que ninguno de los otros penitentes de la cofradía de las Imágenes devocionales que son el fervor, la devoción y la fe que debe mover nuestros corazones, nuestros cuerpos y nuestras almas, y que por tanto, por esa razón de peso, debería participar aún más intensamente de la vida espiritual de la Hermandad.
Dejemos que las juntas de gobierno cumplan con su penitencia de gobernar los designios y el rumbo del día a día de nuestras hermandades. Que nuestros nazarenos carguen con cirios, y porten cruces e insignias. Y que sean la fe, la devoción y el fervor, y no el compadreo, lo que dirijan a nuestros capataces y a sus cuadrillas. Y entre todos y todas, unidos sigamos cumpliendo los designios de nuestras milenarias hermandades. Y que no sean la presunción, el ego y el postureo lo que motive y dirija los corazones y las almas de quiénes cumplen con el bendito y honroso, pero también riguroso esfuerzo y trabajo de cargar sobre las trabajaderas que portan las devociones que mueven nuestras vidas, nos acompañan, protegen y santifican.
Menos costales tuneados, y costaleros que miran al cielo, simplemente porque el costal no les permite ver la verdad que tienen frente a sus ojos. Menos tatuajes en la piel para mostrar la fe que nos dirige. Y que esos tatuajes vayan a fuego grabados en nuestros corazones y almas cofrades. Que así sea. Amén.
Francisco de Paula Hidalgo Rosendo Hermano costalero ya jubilado