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Profe, ¿y para qué me sirve esto?

Por Carlos Andrés Rojas Coordinador IB Colegio Alemán de Cali

Como docentes, varias veces hemos tenido que enfrentarnos a algunas preguntas incómodas por parte de los estudiantes, como: ¿cuál es la utilidad de aquello que estamos enseñando?, ¿para qué sirve aprender cálculo vectorial o los principales actantes en una obra literaria? Por lo general, nuestra respuesta a estas inquietudes se basa en la justificación de que lo aprendido hoy tendrá valor para los desempeños futuros de los estudiantes en su vida universitaria o laboral; aunque cierta, el problema con esta réplica es que no parece promover suficientemente la motivación de los estudiantes frente a los deberes académicos, por una sencilla razón: sus principales intereses están anclados en el presente y no en lo que podría pasar dentro de cinco o diez años. Esto, por supuesto, no significa que ellos no puedan imaginar la importancia de lo aprendido en la escuela para su futuro, pero quizás sí son muy conscientes de que no todos los contenidos impartidos son percibidos como relevantes, en la medida en que no siempre hay vínculos explícitos entre estos y sus intereses inmediatos o sus experiencias vitales.

Un buen ejemplo de ello es el meme elaborado de manera espontánea por estudiantes de grado 12° y ubicado en su salón de clase. En este se apela a una frase típica de las escuelas para justificar su función social: “La escuela te prepara para la vida”. De manera muy ingeniosa, los estudiantes acuden al sarcasmo frente a una situación de la vida real en la que los conocimientos aprendidos en las aulas no son útiles para resolver los problemas más acuciosos de la vida cotidiana. Por supuesto, sabemos que no todos los conocimientos pueden ser valorados por sus aplicaciones concretas en el día a día; sin embargo, la ironía del meme sirve como recurso mediante el cual los estudiantes nos interpelan sobre la necesidad manifiesta de que nuestras enseñanzas consideren, siempre que sea pertinente, la relación con los contextos inmediatos en los que ellos se desenvuelven.

Las valoraciones de nuestros estudiantes sobre lo que aprenden no es un tema menor, puesto que las investigaciones adelantadas por las profesoras Shumow y Schmidt, doctoras en Psicología Educativa y expertas en los procesos motivacionales relacionados con el aprendizaje, muestran que existe una estrecha conexión entre el interés que los estudiantes atribuyen a una situación de aprendizaje, lo motivados que estén por aprender y el compromiso cognitivo y emocional frente a dicha situación. Es decir que el interés, entendido como una reacción cognitiva y emocional hacia algún tema, es crucial en relación con la atención, el compromiso y el sentimiento positivo que un estudiante experimenta frente a un nuevo reto académico. Son distintas las maneras en que los estudiantes valoran lo que aprenden, de modo que las enseñanzas de un docente les resulten

relevantes. Una de ellas es identificar la utilidad de los conocimientos para su futuro o por qué reconoce que lo aprendido le servirá para comprender su propio entorno o le traerá bienestar. También, un estudiante puede considerar que lo visto en clase le resulta interesante porque al dominar los conceptos aprendidos refuerza la idea que proyecta sobre sí mismo, ser buen estudiante, por ejemplo. O podría comprometerse con una tarea porque ha decidido invertir una cantidad importante de recursos (temporales, físicos y emocionales), de modo que le parezca motivante finalizar lo que le ha costado tanto esfuerzo. En cualquiera de los casos mencionados, para nosotros los docentes es importante conocer los intereses individuales de los estudiantes y las valoraciones que hacen de sus aprendizajes, con el fin de crear situaciones que sirvan de puente entre ambos, para que estos perciban las enseñanzas como relevantes y se sientan motivados y comprometidos. ¿Significa lo anterior que debemos cambiar los contenidos y planear nuestras clases de forma que estén alineadas con los intereses de los estudiantes? Para responder quisiera traer a cuento una anécdota. Hace algunos meses participé en un encuentro académico con docentes de otras instituciones. Algunos de ellos se mostraron preocupados por el desinterés de sus estudiantes frente a los deberes escolares, aun si esto reportaba una baja calificación. Según los docentes, para los estudiantes la razón principal de su falta de intererés no era tanto el volumen de trabajo, sino el sentido de estas respecto a los objetivos de las clases o a su proceso de aprendizaje. Para motivar el intercambio de ideas, el tutor a cargo del encuentro enseñó unas imágenes de la exposición fotográfica titulada Gamers, creada por Phillip Toledano. En ella, el artista intenta recuperar las emociones a través de los rostros de personas que practican videojuegos. Luego, nos preguntó por qué estas personas se notan tan interesadas y comprometidas en una actividad a pesar de la aparente complejidad de esta, y cuál era la diferencia en relación con la reacción típica de los estudiantes frente a una tarea. Algunos asistentes, de manera muy aguda, señalaron que la analogía empleada no solo era imprecisa, sino también injusta, pues no se podían comparar los videojuegos con una tarea escolar. Pensaría que sus críticas a la analogía están fundamentadas, siempre y cuando creamos que la función docente consiste en entretener a los estudiantes o en modificar todo el currículo en función de sus intereses; sin embargo, vale la pena reflexionar si acaso no resulta más productivo para nuestras actividades escolares considerar cómo algunas de las tareas que asignamos, calibrando la distancia entre el nivel de reto y habilidad de los estudiantes, pueden promover experiencias de aprendizaje relevantes al estar relacionadas con los intereses de los estudiantes y sus valoraciones.

En ese sentido, quiero arriesgarme con una propuesta que, por supuesto, no es del todo novedosa, pues ya algunos docentes la han puesto en práctica, y está siempre sujeta a modificaciones. En principio, sugeriría destinar un breve espacio de la clase para indagar sobre los intereses de los estudiantes, sobre las actividades que les resulten llamativas de la asignatura y en las que sientan que han aprendido algo, además de conocer sus posibles orientaciones profesionales. Luego, aprovechar esta información para diseñar actividades que vinculen, en la medida de lo posible, los intereses de los estudiantes con los contenidos de las clases. Por ejemplo, en el año escolar 2021-2022, en la asignatura de Creatividad, Actividad y Servicio (CAS) se identificó que los estudiantes de grado 11° tenían un interés muy particular por la creación de contenidos audiovisuales. A propósito de la pandemia y la importancia de conservar las medidas de bioseguridad, se propuso que los estudiantes interesados diseñaran piezas publicitarias que promovieran las medidas de bioseguridad, como parte de los proyectos que deben presentar en la asignatura de CAS. El resultado lo pueden ver en la imagen que se presenta a continuación.

Por supuesto que hay otros factores motivacionales que no siempre están bajo el control de los docentes y que no alcanzamos a considerar en este texto; sin embargo, es importante que, con el fin de promover prácticas educativas que motiven el compromiso de los estudiantes respecto a los aprendizajes, identifiquemos sus intereses y metas y los consideremos en la planeación de las clases.

Meme creado en la clase de CAS por un estudiante de grado 11°, para promover las medidas de bioseguridad.

Meme creado en la clase de CAS por un estudiante de grado 11°, para promover las medidas de bioseguridad.

En el siguiente cuadro se pueden observar otras técnicas que permiten promover la relevancia de los contenidos de clase, según las profesoras Shumow y Schmidt (2014).