Fotografía Contemporánea Uruguaya - Ana Casamayou

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ANA CASAMAYOU FOTOGRAFÍA CONTEMPORÁNEA URUGUAYA


FOTOGRAFÍA CONTEMPORÁNEA URUGUAYA 2016: Diana Mines, Rober to Schet tini, Magela Ferrero 2017: Jorge Ameal, Héc tor Borgunder, Annabella Balduvino 2018: Panta Astiazarán, Nanc y Urrutia, Diego Velazco 2019: Juan Ángel Urruzola, Carolina Sobrino, Iván Franco 2020: Álvaro Zinno, Solange Pastorino, Leo Bariz zoni 2022: Carlos Contrera, Lilián Castro, Daniel Caselli, Matilde Campodónico 2023: Ana Casamayou, Magdalena Gutiérrez, Carlos Porro


Retrato de Ana Casamayou con la obra Desexilio. Año 2001. Foto: Andrés Pittier. 1


Sin título. Fotografía utilizada en el afiche de Muestra Cinema Santa Lucía del año 2002. Año 2002. 2


San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Año 1995. 3


De la serie Hijo y padre. Año 1997. 4


De la serie Hijo y padre. Año 1997. 5


Domingo de lluvia. Puente Buschental. Año 1995. 6


Con vista a la bahía. Año 2006. 7


De la muestra La Aguada a través del lente. Año 2019. 8


Fútbol infantil. Año 1991. 9


Bellos. Año 2001. 10


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La mujer de la calle Florida. Año 2001. 12


Mano a mano. Año 2008. 13


De la serie Olor a adolescencia. Año 1995. 14


Violencia. Año 2006. 15


De la serie Náufragos en la ciudad. Año 2013. 16


De la serie Náufragos en la ciudad. Año 2013. 17


Nélida (Chela) Fontora. De la serie La Estrella-La fuga masiva de presas políticas. Año 2009. 18


Alba Antúnez. De la serie La Estrella-La fuga masiva de presas políticas. Año 2009. 19


Marlen Marrero. De la exposición Hijas del vidriero del colectivo En Blanca y Negra. Año 2016. 20


Rosana Munin. De la exposición Hijas del vidriero del colectivo En Blanca y Negra. Año 2016. 21


Lorena Macedo. De la exposición Cosas de mujeres del colectivo En Blanca y Negra. Año 2018. 22


María (Chiquita) Barrera. De la exposición Cosas de mujeres del colectivo En Blanca y Negra. Año 2018. 23


Ana Casamayou. Escollera Sarandí. Año 1995. Foto: Fernando Morán. 24


“Para mi trabajo fotográfico fueron muy importantes las exposiciones colectivas de mujeres fotógrafas que se hicieron después de «Campo minado». (...) Había cosas de las que quería hablar o que me interesaban, y ahí me sentía escuchada. (...) en igualdad de condiciones. Ahí los intercambios y decisiones eran horizontales. Y sentía que en colectivo marcábamos una presencia de algo que estaba faltando y que causaba expectativa”. ANA CASAMAYOU

17 de mayo de 2023. Entrevista a Ana Casamayou realizada por Alexandra Nóvoa. Centro de Fotografía, Montevideo.

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Empecemos por tus orígenes familiares y barriales Nací en setiembre de 1948, en Montevideo. Mis padres vivían en Pocitos. A los pocos meses nos fuimos a La Blanqueada, a una casa con jardín y fondo, en Larrañaga y Cádiz. Allí viví hasta los 12 años. Hasta mis siete años fui criada entre varones; tenía tres hermanos. Luego nacieron mis hermanas mellizas y cuando nació mi hermana chica yo tenía 12. Luego nos mudamos a Carrasco, a la calle Bolivia y Basilea, cerca de la playa. Mi padre era médico neumólogo, montevideano. Mi madre era ama de casa, siempre soñó con estudiar Medicina. Ella era de Flores, vivió hasta los 12 años en Trinidad. ¿Dónde estudiaste? De chica fui a un colegio de monjas y en cuarto de liceo pasé al Liceo 15. Luego fui al iava, que para mí fue todo un descubrimiento. Ahí conocí a medio Montevideo. Después me metí a estudiar en la Facultad de Química, pero fue poco. Empecé en el 69 y en el 71 caí presa. ¿Eras militante gremial o de alguna agrupación? Sí, tuve militancia gremial muy intensa en el iava y después en la Facultad

de Química. Después estuve en el mln (Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros). Caí presa el 4 de julio de 1971, saliendo de la casa de una pareja de compañeros, cerca de mi casa. Caí con Floreal García, que años más tarde fue secuestrado en Argentina y traído a Soca, donde lo fusilaron en 1976 junto a su compañera y otros tres uruguayos. Nos detuvieron policías de particular (tiras) que nos llevaron a Jefatura de Policía (Cárcel Central). No recuerdo cuántos días estuve en Jefatura, cuatro o cinco días. Mi padre llegó a verme allí. Luego nos llevaron a unas cuantas mujeres, en general de mi edad –en ese momento tenía 22 años– a la cárcel de Cabildo (de reclusión de mujeres), regenteada por la Congregación del Buen Pastor (aunque en ese momento a las presas políticas ya nos custodiaban funcionarias policiales del Ministerio del Interior). Ahí estuve hasta la madrugada del 30 de julio, en que nos fugamos. Imagino que esa experiencia junto a mujeres debe haber sido importante para los trabajos que desarrollaste posteriormente en fotografía, en donde ocupan un rol fundamental, tanto como compañeras de trabajo

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fotográfico como retratadas. Sí, porque, si bien militando siempre tuve algunas compañeras mujeres, lo de la cárcel fue vivir colectivamente; ni siquiera teníamos celdas que nos aislaran. Había un dormitorio grande y uno chico, un comedor donde comíamos todas juntas y donde llegábamos a ver tele. En la experiencia de la militancia las mujeres éramos menos que los varones. Pocas teníamos responsabilidad o visibilidad. Durante mi militancia en el mln, nunca había oído hablar (ni se me ocurrió preguntar) sobre las condiciones de reclusión de las compañeras. Y sí, escuchaba montones de anécdotas de los compañeros en la cárcel de Punta Carretas. Cuando llegué a Cabildo me sorprendió ver el grado de organización que tenían y que se reflejaba en la vida diaria (cocina, estudio, trabajo, mantenimiento físico). Dentro de la cárcel estábamos organizadas en talleres a los que llamábamos sindicatos. Yo me anoté en el de tejido, donde hacíamos crochet (aprendí ahí). Estaba Jessie Macchi, a la que admiraba mucho, aunque solo la conocía por la prensa. Después, sobre las mujeres, y yendo a mi infancia, mi madre no pudo estudiar lo que quiso porque su madre consideraba que había actividades

propias de mujeres y otras (la mayoría) que eran para hombres. Mi madre siempre hizo mucho hincapié, en mi crianza y en la de mis hermanas, en que las mujeres íbamos a tener más dificultades en esta sociedad. Entonces mis padres trataron de darnos herramientas. Más tarde, como militante y antes de tener hijos, me sentía a la par que los varones para las actividades. Pero la maternidad me significó un antes y un después. Difícil de explicar. Hay cosas reales y otras culturales, como un mandato ancestral que te choca, porque ¿cuánto hay de instinto y cuánto hay de mandato en cómo entrás a sentirte? En cuanto a cómo te percibís individual y también en lo social, en los roles que cumplís… ¿Cómo recordás la fuga? Siempre digo que para mí la fuga fue la mejor forma de recuperar la libertad. Debo de haber tenido miedo, pero era mucho más fuerte lo que significaba salir así. Ya estaban las medidas prontas de seguridad y después vino el golpe de Estado. En la época en que yo caí, a las compañeras que liberaban las llevaban a algún cuartel y de ahí les ofrecían la salida del país o seguir presas. Pero la mayoría de nosotras no queríamos irnos del país, queríamos


seguir la lucha. Luego de la fuga estuve un año y medio clandestina en Montevideo, deambulando por las calles. En la medida que fueron cayendo locales y compañeros del mln pasé a arreglarme por mi cuenta. Mi familia me pasaba plata y alquilaba un cuarto en la casa de una gente que ni sabía quién era yo. Creo que eso me salvó. Fue una época de esperar y esperar, estaba peligrando caer presa todos los días. Al año y medio en que tenía contactos intermitentes con compañeros del mln, desde la dirección de la organización me plantearon que debía irme del país. Querían sacar a todos los clandestinos, porque éramos pesados para una organización que estaba siendo tan perseguida.

estaba muy cambiada y no era muy conocida, pero a él lo estaban pasando por televisión. Salimos, increíblemente, por el Aeropuerto de Carrasco. Llegamos a Santiago de Chile. En ese momento estaba el gobierno de Allende y había muchas dificultades. Había una guerra contra el gobierno, paro de camioneros, no se conseguían las cosas, todo era mercado negro. Era una situación muy tensa. Estuve en Santiago de Chile y, después, un tiempo en la montaña, en el sur de Santiago, en un campamento de gente compañera. Ahí me sentí muy cómoda, había mucha gente joven y al fin no me sentía tan perseguida. En Santiago no llegué a integrarme a la militancia.

Al poco tiempo tuviste que irte del país. Me fui a finales de 1972. El día en que me fui conocí al padre de mis hijos, me lo presentaron en un bar. Se llamaba Antonio Bandera Lima. Era cañero de Bella Unión y estaba muy buscado. Yo no sabía quién era. Me habían consultado antes si no tenía problema en salir del país con alguien que nunca había viajado en avión. En el aeropuerto, yo veía que sudaba y pensaba: «¿Qué le pasa a este hombre? Algo pasa». Yo

Tu recorrido siguió por México. Luego de Chile viví en Cuba y Colombia, antes de llegar a vivir en México, donde finalmente, junto a mi compañero y Pedro y Elisa, nuestros hijos, nos refugiamos y conseguimos asilo político. Allí nació Eduardo, nuestro tercer hijo. En general vivimos fuera del DF (donde estaban la mayoría de exiliados). Nos fuimos a Cuernavaca y luego a pueblos más chicos. Me separé del padre de mis hijos cuando ellos tenían dos, siete y nueve años; eran chicos todavía. Ahí me quedé

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viviendo en México, porque no podía regresar, pero yo había salido de Uruguay con la decisión de volver. En México estuve en contacto con muchos uruguayos.

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¿En qué trabajabas? Cuando me separé empecé a trabajar en distintas cosas. En un momento trabajé con Federico Fassano, en sus oficinas en Le Monde Diplomatique, como secretaria, aunque no tenía ninguna formación de ese tipo. Luego pasé a una editorial de uruguayos que habían formado equipos de vendedores. Vendíamos una enciclopedia sobre vida sexual, hacíamos ventas masivas en oficinas. Ahí me asocié con una argentina y nos fue muy bien. Y en México, cuando ya me estaba aprontando para volver a Uruguay (1984) conocí a Carlos Amérigo, que era fotógrafo. Me lo presentó Anke [van Haastrecht], la mujer del Sabalero. Yo con ellos tenía muy lindo vínculo, porque nos ayudaron a vender chorizos caseros a uruguayos y a argentinos, primero con el padre de mis hijos y después un tiempo sola. Anke me puso en contacto con Carlos para que me tomara unas fotos para trabajar de extra de cine, rubro en el que trabajaron varios uruguayos. Con el tiempo hicimos pareja con Carlos y él se interesó por

venir a Uruguay. Era hijo de republicanos españoles que se habían exiliado en México. Además, integraba el colectivo Raúl Sendic de México, en el que había uruguayos y mexicanos. Conectamos por varios lados. ¿Carlos Amérigo se había formado en fotografía en México? Sí, él nació en México, en 1944. Cuando lo conocí estaba a la cabeza de un laboratorio fotográfico y tenía un socio capitalista, que era el que había puesto la plata, con el que tenía un compromiso hasta fines del 86. ¿Ya era parte de la agencia fotográfica Cámara2? Sí, con Jesús Carlos, que era un fotógrafo brasileño. Después se sumó Francisco Matta, que era más joven que ellos. Cuando me junté con Carlos, ahí me apasionó la fotografía. ¿Fue tu primer contacto con la fotografía? Sí. Además, cuando empezamos a salir yo ya tenía a los tres chiquilines y había estado trabajando en distintas cosas. La fotografía me interesó mucho y empecé a ir seguido al laboratorio de Carlos, a


trabajar fotos en blanco y negro, a imprimir. Me integré con ellos a Cámara2. Yo era totalmente novata en fotografía. Usaba una cámara Minolta de Carlos y también empecé a tomar fotos. ¿En qué consistía Cámara2? Era una agencia. En México había mucha actividad fotográfica. Carlos estaba más dedicado al laboratorio, porque trabajaba como gerente en un laboratorio fotográfico comercial. Jesús Carlos era fotógrafo de prensa. Con Carlos hicieron esta asociación que consistía en tomar fotos y ofrecerlas. Recuerdo mi primera salida con ellos –yo todavía no salía con la cámara–. Tenían que sacar fotos para un libro de campesinos en México, que es un país campesino. Salimos un día al mediodía a Morelos, que es lo más cercano al DF, a pleno sol. ¡No había un alma! Salimos en la camioneta de Carlos y de pronto vieron a un campesino que venía por la carretera y lo acribillaron a fotos. Luego le hablaron, por supuesto. Esas fotos las tenían encargadas, pero, si no, ¿las ofrecían a distintos medios que quisieran temas sobre el país? Claro, tenían un archivo, que era el que ofrecían consultar, donde tenían

diferentes temas fotografiados. De esos primeros contactos con la fotografía y con los fotógrafos en México recuerdo también un remate de fotografías donde se compraban las fotos entre ellos. Ahí había fotógrafos que no eran solo de prensa y documentales. Después vi otras muestras, y una de Pedro Meyer me impactó. Toda la fotografía era en blanco y negro, sobre Estados Unidos, México, Costa Rica y algún otro país latinoamericano. Me llamaron la atención las fotos de Estados Unidos, porque yo hasta ese momento, como aficionada, lo que veía de Estados Unidos eran fotografías de edificios y avenidas; no veía gente (después conocí la obra de fotógrafos norteamericanos que sí fotografiaban personas). Me llamaba la atención que Meyer tomó fotos a gente muy obesa encerrada en un cuarto. Sus fotos eran muy impactantes. Transmitían una sensación tremenda de soledad, de personas en cuartos que ni podían salir. ¿Cuándo sacaste tus primeras fotos trabajando? Fue en 1985, después del terremoto en México. Ahí salí a tomar fotos con ellos. Fue una experiencia muy fuerte. Vi algunas imágenes muy duras –creo que

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fotografiamos, pero no mostramos– de gente entre los escombros. Después tomamos muchas fotos de personas trabajando y buscando gente. Fue una explosión de solidaridad. Vimos gente escarbando en los escombros solo con sus manos. Al principio las calles fueron tomadas por la gente. Solo con el correr de los días se desplegó un rescate más organizado. En esos momentos, yo uní lo que había sido mi vida en clandestinidad en Montevideo, el cómo me movía. Había aprendido a moverme de una forma que era medio invisible y eso lo sentí con este registro posterior al terremoto. Cuando salíamos a fotografiar, a mis compañeros les asombraba que –en los lugares que había guardia para que no se pasara a zonas peligrosas– no parecían registrarme (yo no tenía acreditación de nada). Era como que pasaba naturalmente. ¿Hasta cuándo duró esa agencia? No sé, nosotros estuvimos hasta que nos vinimos a Uruguay. No recuerdo cómo hicieron con los archivos. Habrán quedado con Jesús y con Francisco, aunque en general cada uno se quedaba con su material. Lo que yo tomé ahí no recuerdo haberlo traído. Tampoco recuerdo que Carlos haya traído; eso me llama la atención.

¿Hay archivo suyo acá? Capaz que quedó sí. A lo mejor lo tiene quien fue luego su pareja. O su hijo Jorge, que vivió en Chile, un tiempito en Uruguay y luego años en Estados Unidos. Cuando llegamos a Uruguay, Carlos trabajó un tiempo en Mate Amargo. A lo mejor también tienen ese archivo. Cuando nos separamos, cada uno se quedó con su parte del archivo, que antes teníamos juntos. Del material de Carlos no tengo nada. Volvamos a tu retorno a Uruguay. Se habilita tu vuelta y te venís con Carlos y tus hijos. ¿Se instalan acá con la idea de trabajar en fotografía? ¿Qué sabían ustedes de lo que estaba pasando acá en ese ámbito? Sí, fui amnistiada en el 85. Veníamos con la idea de trabajar en fotografía. Mi familia y los conocidos nos mandaban decir que era una locura venir a Uruguay a trabajar en el rubro. Antes de volver no sabíamos mucho qué había en fotografía. Cuando llegamos empezamos a conocer acá. Porque la gente que estaba en el exilio no sabía mucho de lo que pasaba. Sí conocíamos por ejemplo a Fassano, que puso el periódico La República (1988). Carlos no quiso estar, porque se


quedaban con los negativos como archivo del periódico. Fue la única condición por la que no trabajó allí. Llegaste en un momento en el que volvieron varias personas del exilio que desarrollaron su carrera fotográfica acá y no la habían hecho antes de su salida del país. Por ejemplo, Jorge Ameal, Daniel Caselli, Óscar Bonilla, Carlos Contrera, Annabella Balduvino, Carlos Sanz, Rodolfo Musitelli, Daniel Stapff. ¿Te sentís parte de esta generación? Capaz que, sin darme cuenta, con la gente que había estado en el exilio teníamos algunos puntos en común. Ahora sí, mirado a la distancia, veo que veníamos con el empuje de que en otros lados la fotografía tenía cada vez más peso. Recuerdo que de Uruguay conocía, por las publicaciones de los coloquios, fotos de Roberto Fernández y de Heidi Sigfried. Durante ese tiempo en México más que nada conocí a fotógrafos documentalistas en blanco y negro. De Pedro Meyer, antes de venir, tengo idea que llegué a ver algún trabajo digital en color. En Uruguay, a los fotógrafos que volvieron del exilio, a algunos de ellos, por ejemplo Óscar Bonilla y Rodolfo

Musitelli, los vimos mucho al principio. Ellos venían de Europa y con contactos de allá. Me acuerdo de que formaron la agencia Prisma; después supe que con Daniel Caselli y Jorge Ameal. Yo volví a un país nuevo. Era casi una extranjera, no conocía nada. Me había ido con 23 años y volví con 38 años y con tres hijos a un país que no conocía. Venía con todo por conocer. ¿Qué exposiciones llamaron tu atención cuando volviste a Uruguay? La que me impactó fue la de mujeres «Campo minado», que se hizo en el 88. En ese momento conocía poco de fotógrafas mujeres. En México había visto alguna exposición de Graciela Iturbide y no mucho más. Había estado en contacto con feministas, pero no fotógrafas. «Campo minado» me impactó, porque era una muestra imponente de once fotógrafas, un colectivo de mujeres que era algo que no había visto en México. También me llamaron la atención las exposiciones del grupo 936, de Roberto y Mario Schettini, Benjamín Castelli, que eran del Foto Club. En cuanto al aspecto gremial y a los contactos generados acá, desde que llegué de México estuve afiliada a afpu, mientras existió.

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¿Tuviste contacto con el Foto Club? Nos relacionamos con Foto Club, sí; en esa época Diana estaba ahí. Todo el mundo nos recibió bien, pero Diana fue muy abierta e incluso invitó a Carlos a dar una clase en el Foto Club. Y a mí siempre me dio para adelante.

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Pasemos a Dimensión Visual, la escuela de fotografía que inauguraste junto con Carlos Amérigo al poco tiempo de llegar a Montevideo (1988). ¿Cómo fue el proceso hacia la concreción del proyecto? Cuando llegamos de México vivimos en El Pinar, con una tía que se animó a recibirnos a los cinco. Con Carlos veníamos a echar redes por todos lados de que queríamos trabajar como fotógrafos, en medios de prensa, en publicidad, en lo que fuera. Y surgió la posibilidad de presentar un proyecto por medio de la Comisión de Repatriación. Se podían presentar proyectos que fueran financiados y luego pudieran sustentarse solos. Porque de alguna forma los desexiliados veníamos a abrirnos camino, a crear nosotros mismos nuestra fuente de trabajo. Nosotros traíamos nuestro equipo fotográfico, fundamentalmente de Carlos. Traíamos proyectores, diapositivas y todo

el archivo de él. Armamos el proyecto a instancias nuestras, pero con otros desexiliados, Cristina Conde, María Luisa Marisa Adano y Alejandro del Castillo. Sabiendo que al principio íbamos a meter todo para, por lo menos, sustentarnos nosotros dos y, de acuerdo a como fuera, podía haber actividad para algún otro socio. Cuando nos aprobaron el proyecto alquilamos una casa en Uruguay y Ejido, donde instalamos la escuela. Eso fue fines del 88. Nosotros habíamos llegado en noviembre del 86. Traíamos ahorros para esa etapa de transición, porque sabíamos que queríamos trabajar de eso. En ese momento Carlos empezó a trabajar también en Mate Amargo como fotógrafo, y yo, con el tiempo, empecé a hacer notas ahí. Además de Dimensión, que en un principio nos daba pocos ingresos, teníamos ese sueldo también, hasta que no continuó lo de Mate Amargo. ¿La idea original era instalar una escuela de fotografía? Al proyecto lo planteamos primero como de producción de audiovisuales y estudio fotográfico. No habíamos pensado especialmente en enseñanza, pero la incluimos entre los objetivos. Con Carlos, en México, se había formado gente en


laboratorio, pero no en cursos armados. En Montevideo trabajamos con serpaj en algún audiovisual –diapositivas con audio–, por ejemplo, de Villa García. Carlos tomaba las fotos y yo hacía los guiones, estaba más en lo escrito. Traía audiovisuales hechos por él con diapositivas y canciones. Desde el principio agarrábamos todo lo que podíamos en fotografías. La foto de sociales fue algo – como para otros fotógrafos– que significó un ingreso a lo largo de todo este tiempo. ¿Por qué se decantaron por la enseñanza? Decidimos dedicarnos a la enseñanza porque vimos que en lo publicitario y en cuanto a estudios fotográficos ya había gente trabajando. En enseñanza estaba solo Foto Club y algún fotógrafo que daba algún curso. No había tanto y sentíamos que había una propuesta para hacer. Carlos tenía experiencia; había formado gente que se le había acercado al laboratorio. Yo desde lo social, en El Abrojo, comenzaba con actividades relacionadas con la educación popular. Así empezamos. Por ese entonces Prisma ya estaba como agencia; también Eduardo Baldizán y Dominique (el suizo) por Ejido; Gustavo Caggiani y Jorge

Caggiani con estudio publicitario; Óscar Bonino (por Ciudad Vieja); Guillermo Robles, que tenía su estudio muy cerca de Dimensión. Y Eloy Yerle, con su estudio en bulevar España. Después había gente trabajando en laboratorio, como Roberto Schettini (no recuerdo si ya estaba en esa época) en Montevideo Color (Konica). ¿Quiénes integraban el plantel docente de Dimensión Visual? Al principio los docentes fuimos Carlos y yo. Empecé como docente de laboratorio. Además, a los alumnos les imprimíamos las fotos de una semana a otra; se necesitaba laboratorista. También estaba Cristina Conde, que había sido fotógrafa antes de exiliarse en México, pero trabajaba en administración en una empresa. Con el tiempo comenzó a ir los sábados y a estar en contacto con los alumnos. Además de ser fotógrafa, sabía de laboratorio. Con el tiempo empezó a trabajar gente que había estudiado en Dimensión, como Sandro Pereira y Daniel Sosa, fundamentalmente en los cursos regulares. Pero en talleres ocasionales comenzaron a participar Ricardo Antúnez (Fotografía de Familia), Iván Franco (Fotografía de Prensa) y más adelante Lilián Castro (Fotografía de Sociales), María Luisa

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Adano (Fotografía Color), Jorge Sayagués (Fotografía Digital), Estela Peri (Video). Además, desde el principio, invitábamos a mucha gente para hablar sobre fotografía, como Mario Marotta, Diana Mines, Roberto Fernández. También invitamos a exponer a varias personas: Mario Batista, Rodolfo Fuentes (diseñador gráfico, no se llama a sí mismo fotógrafo), Daniel (no recuerdo el apellido), un fotógrafo de modelos, Nancy Urrutia. Después se formó Aquelarre y ahí conocimos a Annabella Balduvino y a Carlos Sanz.

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¿Qué fotografía enseñaban en Dimensión Visual? Como comentaba, sobre fotografía en Uruguay conocíamos poco, pero sí bastante de fotografía latinoamericana, que para mí era importante, porque estaban los coloquios en Cuba y México, y se llegó a hacer otro en Brasil. Ese fue un aporte de nuestra parte. Al principio la historia de la fotografía la daba Carlos y con el tiempo la empecé a dar yo. Usábamos mucho el libro Hecho en Latinoamérica y tomábamos diapositivas de ahí. Carlos sabía, además, por haber participado en alguna actividad. Era una movida de la fotografía latinoamericana, sobre todo documental. Por entonces se enseñaba

fotografía en general desde lo europeo y norteamericano, que es una parte importante de la fotografía, pero me parece que estuvo bueno traer ese material acá y sobre todo la certeza de que se estaba haciendo fotografía en Latinoamérica y todos esos intentos de intercambio. ¿Cuándo cerró Dimensión Visual? Al tiempo de separarnos como pareja con Carlos, mudamos Dimensión Visual a la calle Florida, como por 1998. Funcionando ahí Carlos se enfermó y estuvo varios meses sin ir. Quedamos Cristina Conde y yo dando clases con los demás docentes. Cuando Carlos se reintegró, nos planteó dividir la sociedad. Le pagamos su parte y él abrió otra escuela. Cristina y yo seguimos más de un año y, luego de la crisis, ella se fue al exterior. Luego nos mudamos de la calle Florida a bulevar España, a un local compartido. Cerramos como en 2003. A partir de ahí continué por mi lado, dando clases en distintos lugares de Montevideo: Taller de Diseño Digital, el Ateneo, el Teatro Florencio Sánchez en el Cerro. Como autora, ¿qué tipo de trabajos fotográficos fue importante conocer? Me doy cuenta de que fui muy influida


por mi pasaje por México. Aunque haya sido un año y poco lo que estuve, siento que me marcó que allá estuvieran trabajando con fotografía documental y con fotografías muy fuertes. Después, en México conocí a los clásicos europeos y de Estados Unidos. Me impactó mucho la fotografía de Brasil, que creo que conocí por el libro Hecho en Latinoamérica. Me impactó que siempre fotografiaron mucho a los trabajadores, desde la época en que Marc Ferrez –el fotógrafo oficial del emperador– los fotografiaba, hasta Salgado. Eso lo sentí más que en otros países de Latinoamérica. Desde siempre el tema de los trabajadores está muy presente en la literatura, en el arte en general en Brasil, más que en otros lados. Incluso lo noté en algunas fotonovelas que vi acá. ¿Qué marca y guía tu obra personal a lo largo del tiempo? Para mi trabajo fotográfico fueron muy importantes las exposiciones colectivas de mujeres fotógrafas que se hicieron después de «Campo minado». Las feministas mexicanas me habían marcado mucho y me acompañaron en momentos difíciles, cuando con el padre de mis hijos estábamos pasando mal a nivel

económico y de seguridad, en unos pueblitos al margen de todo. Fueron muy solidarias y combatientes. Fue ahí que me pareció que todo aquello que desde chica sobrevolaba en mí tomaba cuerpo. Había cosas de las que quería hablar o que me interesaban, y ahí me sentía escuchada. Las fotógrafas uruguayas marcaron presencia en aquella muestra de «Campo minado» y, a partir de ahí, en las demás muestras colectivas de fotógrafas participé en todas. Sentí que era algo que se necesitaba. Como yo había empezado de grande a hacer fotografía, no sé si hubiera seguido desarrollando mi trabajo si no fuera por esas muestras. Los alumnos y la gente de Dimensión Visual me decían: «¿Por qué esa necesidad de juntarse ustedes solas?». No sabía explicarlo, pero era un lugar donde me sentía en igualdad de condiciones. Ahí los intercambios y decisiones eran horizontales. Y sentía que en colectivo marcábamos una presencia de algo que estaba faltando y que causaba expectativa. ¿Sobre qué temas exponías? En general eran temas libres los de esas exposiciones. Al principio exponía fotografía documental y, muchas veces, con textos. Cuando llegué hice mucho

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documental en la calle. Me parecía que el estudio no era para mí, eso de tener todo bajo control no era lo que más me atrapaba. Me gustaba más la fotografía en la calle, con todos sus imprevistos. En un momento, Graciela Lopater, que es profesora de arte y fotógrafa, me preguntó: «¿Cuándo vas a hacer tus fotos?». Y las exposiciones de mujeres para mí fueron muy buenas para sacar cosas personales. Sentir que tenía un espacio donde expresarme libremente me dio la posibilidad de mostrarme, como en mis desnudos de la serie «Olor a adolescencia», que hice a partir de un texto que tenía escrito. Fue empezar a exponerme, incluso a jugar con el humor. Con las mujeres fotógrafas sentí esa libertad de creación que me llevó a mostrarme en una etapa como la menopausia, en que sentía cosas que había escrito en un texto. Lo leí con ellas y veía que había una empatía y un entender que yo trabajara ese tema. Después yo me buscaba la forma de trabajarlo. También sentí la necesidad de fotografiar cómo las mujeres vemos a los hombres o cómo los veía en distintos momentos. No recuerdo si en el momento lo sentí así, pero lo compartí con las fotógrafas y en ese espacio nunca me sentí censurada. Y eso que a

veces se dice de que las mujeres somos muy censuradoras. Ahí había libertad. Entonces le tomé fotografías a mi hijo y a su padre en el momento en que decidió irse a vivir con él. Tenía 16 años y había decidido irse a vivir con el padre a Santa Catalina y a mí me dolía toda esa situación. Eso lo mostré en la muestra «Cómplices». Es un trabajo con una impronta documental muy potente. Sí, con influencias de la fotografía que había conocido en México, pero también de lo que Ricardo Antúnez planteaba en el taller de fotos de familia, que podía haber otras formas de tomar fotos de familia. Eso me había quedado picando. La fotografía no solo en los acontecimientos felices. La ida de mi hijo, por ejemplo, fue un momento doloroso, y la fotografía me ayudó a procesar esos encuentros. «Bellos» es un trabajo en que tomo vellos de hombre. Hay fotos de mujeres tomadas por hombres que me encantan. No siento que porque un hombre fotografíe a una mujer la toma como un objeto, incluso cuando se transmite deseo o erotismo, y siento que nosotras también tenemos ese derecho y que está bueno compartirlo.


También tenés series que parten de retratos a mujeres. Sí. En algún momento tomé «La Estrella (Fugadas)» a presas políticas de la cárcel de Cabildo con las que participé de la fuga. Éramos 38 y 38 años después salí a fotografiarlas. Y, además de las muestras puntuales en las que me reunía con otras mujeres fotógrafas, en un momento Adriana Cabrera me llamó para sumarme a un grupo de fotógrafas en el que estaban Lilián Castro, Estela Peri y Sandra Araújo, a las que yo ya conocía. Ellas habían expuesto con otras fotógrafas el 8 de marzo de 2016 en la Plaza Cagancha. Creo que habían pensado en mí porque me habían oído expresar que eran ambientes en los que me gustaba trabajar. Hicimos dos instalaciones urbanas, una publicación y algún otro trabajo juntas. La primera fue «Hijas de vidriero», en 2016. Fue en el acto del 1° de Mayo, en la plaza del mismo nombre, donde presentamos gigantografías de mujeres trabajadoras. Ese año el Pit Cnt no iba a tener oradoras mujeres, así que el reto fue visibilizarnos (a las trabajadoras) con esas imágenes frente al estrado. Las pidieron desde otros lugares del país, donde también las expusimos. Más adelante las imprimimos también en formato más chico y continuamos con

una muestra itinerante. En ese trabajo habíamos partido de cero en todo: el tema, el título, qué fotografías íbamos a tomar y cómo y dónde las íbamos a exponer. Para 2018, en que habíamos acordado que cada una eligiera un tema para trabajar –yo había tomado el de mujeres rurales, que continúo hasta ahora–, Adriana nos propone hacer en colectivo el tema de mujeres en política, que ella había elegido. Aprovechamos el tiempo antes de las elecciones internas para que no se uniera con nada partidario y plantear algo sobre la presencia de la mujer en el terreno de la política. La forma que encontramos fue tomarlas con la banda presidencial. Ahí hicimos «Cosas de mujeres», que se expuso en la Plaza Independencia. Las dos intervenciones urbanas fueron una experiencia totalmente distintas a cualquier otra muestra anterior. ¿Hay algo más que te interese destacar de tu desempeño como fotógrafa? Sí. Algo que fue muy importante en el desarrollo de mi trabajo fotográfico fue que muchas veces interactué con gente de otras disciplinas, como diseñadores gráficos. Esa diversidad me enriqueció mucho. El primer trabajo fue «Ilusiones ópticas», con Alejandro Sequeira, para

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una muestra colectiva en la que él creó obras con mis fotos y mi texto. También para otra muestra colectiva, a partir de fotografías y textos míos expusimos un libro artesanal con Dea Picos y María Eugenia “Maquenia”. En otro momento fue «Anclada», una obra en conjunto con Graziella Deambrosi, que también es diseñadora. Expusimos una gigantografía y un libro. Me estimula muchísimo trabajar con gente de otras disciplinas con la que comparto sensibilidad. También trabajé en la muestra «Mano a Mano», a partir de textos de Daniel Porteiro, poeta, sobre gente en situación calle. 40


Nací el 28 de setiembre de 1948. Mi madre era Elena Del Pino y mi padre Eduardo Casamayou. Fui la tercera entre siete hermanes y la mayor de las mujeres. Siento que tuve una linda niñez, en la que me sentí cuidada y estimulada. Crecí sabiendo que vivía en una sociedad en la que iba a tener mayores dificultades que mis hermanos varones para desarrollarme en algunos aspectos. Esto, transmitido fundamentalmente por mi madre. Desde chica me gustó estudiar, escribir y leer. Opté por la carrera de química al concurrir al iava y llegué a cursar dos años de Facultad de Química. En 1971 fui detenida por mi actividad política en el mlnTupamaros y más tarde salí del país. Años después fui refugiada por Naciones Unidas y fui amnistiada recién en marzo de 1985. Formé pareja con Antonio Bandera Lima, con quien tuve tres hijes: Pedro, Elisa y Eduardo. Pasé por varios países de Latinoamérica. México fue el lugar donde viví más años. En México, ya separada de Bandera, formé pareja con Carlos Amérigo, fotógrafo mexicano. Con él me inicié en la fotografía e integré la agencia Cámara 2, con la que cubrí el terremoto de 1985. Cuando retorné a Uruguay, regresé con él y mis hijes. Al regreso, con Amérigo y otres desexiliades

–Cristina Conde, María Luisa Adano y Alejandro del Castillo– fundamos Dimensión Visual. Allí estudiaron fundamentalmente jóvenes, entre los cuales hubo varios que luego se desarrollaron como fotógrafas y fotógrafos profesionales. También di cursos en el teatro Florencio Sánchez del Cerro, en la Asociación de Jubilados y Pensionistas del Cerro, en el Ateneo de Montevideo, en el Taller de Diseño Digital, en la Casa de la Cultura de Treinta y Tres, en Casa de la Cultura de Santa Lucía (Canelones) y en la Casa de la Cultura de San José. Trabajé en la edición y producción fotográfica de los mensuarios locales De aquí y de allá (de Treinta y Tres, entre 1998 y 1999) y Panorama de La Aguada (2006 y 2007). Además de mi trabajo profesional en Uruguay, desde 1988 desarrollé militancia social en la oenegé El Abrojo, fundamentalmente en el área Mujer y en Comunicación. Participé en múltiples muestras fotográficas colectivas con alumnes y colegas; fundamentalmente con fotógrafas. También integré jurados de concursos fotográficos en el Lawn Tennis de Carrasco, en la Liga Marítima, Concurso Artístico Consumo Cuidado (JND), en el Salón 71 de Foto Club Uruguayo (2011) y en el concurso fotográfico convocado por los treinta años de El Abrojo (2018).

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Entre 2012 y 2018 formé parte del programa Compartiendo Afectos, que desarrollaba la Red de Género del Municipio B. Una de las propuestas era la intervención en espacios públicos, con el objetivo de visibilizar y destacar el protagonismo de las mujeres. En ese marco, coordiné un espacio lúdico llamado Autorretrato, en el que, a partir de retratos individuales o colectivos, buscábamos que las mujeres fueran parte activa de esas tomas fotográficas y decidieran cómo mostrarse. En 2016 me integré al Colectivo en Blanca y Negra, con Sandra Araújo, Adriana Cabrera, Lilián Castro y Estela Peri. Ese colectivo realizó, entre otras actividades, las intervenciones urbanas «Hijas de vidriero» y «Cosa de mujeres», con la idea de visibilizarnos a las mujeres. En la primera, se podía ver a mujeres en distintas ramas de actividades; en la segunda, alejada del período electoral y excluyendo a candidatas partidarias, se tomó a mujeres con la banda presidencial. Para mí la fotografía, además de pasión, fue una actividad de continuo aprendizaje. No solo en la parte creativa, conceptual y técnica, sino como forma de expresión y relación con la sociedad. Lo mismo me pasó con la enseñanza de la fotografía –a pesar de no tener formación académica para esta actividad–, ya que la trasmisión de lo técnico y

lo conceptual pasó a permear toda mi actividad en el campo de la fotografía. Ya jubilada y abuela de seis nietes, continué con actividades colectivas en fotografía, como la coordinación del trabajo «La Aguada a través del lente», que se expuso en el Centro Cultural Terminal Goes en 2021. Actualmente me ocupa un trabajo sobre mujeres rurales, un proyecto comenzado en 2017.


Muestras individuales 2009 La Estrella-La fuga masiva de presas políticas. Diseño y armado: Germán Parula. Museo de la Memoria, en el marco de Fotograma-09. 2009 La Estrella-La fuga masiva de presas políticas. Diseño y armado: Germán Parula. Centro Cultural Terminal Goes. 2010 La Estrella-La fuga masiva de presas políticas. Diseño y armado: Germán Parula. Se expuso en fucvam y en la Asociación de Jubilados de la Industria Frigorífica (ajupen foica), Cerro de Montevideo. 2010 La Estrella-La fuga masiva de presas políticas. Diseño y armado: Germán Parula. Regional Norte, udelar, Salto. 2013 Náufragos en la ciudad. Expuesta en el Centro Cultural Terminal Goes, en el marco de Fotograma-13. 2015 Fugadas (La Estrella). Fundación fucac. Muestras colectivas Desde 1988, con Dimensión Visual, expuso en muestras en la Galería del Notariado, Chac Mol, La Creperie, Cinemateca, Arena Libros, Cabildo, Parque Hotel, Casa de la Cultura de Santa Lucía. Además, hizo muestras itinerantes en el Parque Rodó, en el Día del Patrimonio y en otras fechas de la escuela (en la sede de Avenida Uruguay y, poste-

riormente, en la calle Florida, Montevideo). 1993 Ilusiones ópticas. Fotografías y textos: Ana Casamayou. Diseño: Alejandro Sequeira. Muestra colectiva de Dimensión Visual. Cabildo de Montevideo. 1994 Fotos de ida. Proyecto colectivo Fotografías de ida y vuelta. Cabildo de Montevideo. 1995 Fotos de ida. Proyecto colectivo Fotografías de ida y vuelta. Casa de la Cultura Jesús Reyes Heroles, Coyoacán, México. 1995 Fotos de vuelta. Proyecto colectivo Fotografías de ida y vuelta. Cabildo de Montevideo. 1995 A ojos vistas. Muestra de mujeres fotógrafas. Atrio de la Intendencia de Montevideo. 1996 10 de la muestra: 50 años de los derechos de la mujer. Anexo del Palacio Legislativo. 1997 Cómplices. Muestra de mujeres fotógrafas. Atrio de la Intendencia de Montevideo. 2001 Cuarto creciente. Muestra de mujeres fotógrafas. Atrio de la Intendencia de Montevideo. 2003 Uy, el momento que nos tocó vivir. Atrio de la Intendencia de Montevideo. 2004 NosOtras. Muestra de mujeres fotógrafas. Sala del Ministerio de Educación y Cultura, Montevideo. 2004 Anclada. Diseño: Graziella Deambrosis. Libro y gigantografía expuestos en NosOtras. Muestra de mujeres fotógrafas. Sala del Ministerio de Educación y Cultura.

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2008 Mano a mano. Fotografías de Ana Casamayou y poemas de Daniel Porteiro. Sala de Exposiciones del Teatro Florencio Sánchez. 2008 Mano a mano. Fotografías de Ana Casamayou y poemas de Daniel Porteiro. Plaza Matriz. 2012 Miradas sureñas. Quito, Ecuador. 2015 Miradas simultáneas. Fotogalería del CdF (Prado), Centro MEC de Florida y Casa Machango, San Carlos. 2015 Hijas de vidriero. Colectivo en Blanca y Negra. Intervención urbana en la Plaza Mártires de Chicago, en el acto del 1.° de Mayo. 2015 Hijas de vidriero. Colectivo En Blanca y Negra. Encuentro feminista. Facultad de Ciencias Sociales, udelar. 2016 Hijas de vidriero. Colectivo en Blanca y Negra. Regional Norte, udelar, Salto. 2016 Hijas de vidriero. Colectivo en Blanca y Negra. Muestra itinerante. Centro Cultural Goes. 2016. Hijas de vidriero. Colectivo En Blanca y Negra. Muestra itinerante. Centro Cívico Luisa Cuesta. 2016. Hijas de vidriero. Colectivo en Blanca y Negra. Shopping Melancia, Rivera. 2016 Fotografías amables. Fotógrafa invitada en el taller de Lilián Castro: El lente de Eva. Casa de la Cultura del Prado. 2017 Hijas de vidriero. Colectivo en Blanca y Negra.

Salón de los Pasos Perdidos. Palacio Legislativo. 2018 Cosa de mujeres. Colectivo En Blanca y Negra. Intervención urbana en Plaza Independencia. 2021 La Aguada a través del lente. Fotoamig@s. Centro Cultural Terminal Goes. 2021 Hijas de vidriero. Colectivo En Blanca y Negra. Muestra itinerante y charla en el marco de Salto a Freire, organizado por la Asociación Magisterial de Salto (fum-tep). Museo de Bellas Artes de Salto. Publicaciones s/f. Vergüenzas. Libro artesanal. Diseño: Maquenia. Tapa artesanal: Dea Picos. Expuesto en una muestra colectiva de Dimensión Visual. Cabildo de Montevideo. 2018 30 años, 30 historias. Cobertura fotográfica del libro por los treinta años de la oenegé El Abrojo.


FOTOGRAFÍA CONTEMPORÁNEA URUGUAYA

Desde el inicio, en 2002, el CdF ha generado y difundido textos para la reflexión y el estudio de la historia de la fotografía uruguaya. En esa línea, crea espacios para que se conozca y se consolide la fotografía local contemporánea, y busca avanzar en la investigación y modelar un mapa del campo fotográfico histórico y contemporáneo. Esta colección reúne testimonios de fotógrafos/ as de Uruguay que, tanto por su trayectoria autoral como por su aporte docente, han contribuido significativamente a la construcción del espacio fotográfico del país. Cada ejemplar incluye una entrevista en la que el fotógrafo/a es consultado/a sobre su relación con la fotografía. Se incluye la formación, el lugar de la técnica en la obra, las etapas del proceso creativo, las diferentes búsquedas, el manejo de la edición y de la posproducción, la influencia de otros autores, la vinculación con colegas, la experiencia laboral y docente, entre otros temas. A la entrevista se suman imágenes que sintetizan las etapas y búsquedas en la producción de la persona entrevistada—seleccionadas con un criterio que permite reconocer los cambios en el tiempo— y una reseña biográfica que reúne datos y fechas destacadas.

Las publicaciones tienen un doble propósito: generar textos y fuentes para la historia de la fotografía y conservar la memoria sobre esa historia. Entendidas como documentos, son portadoras de informaciones para revisar, construir y cuestionar la historia de la fotografía local. Además, en el futuro, acercarán la comprensión de las particularidades del pensamiento fotográfico del presente.

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El sentido del Centro de Fotografía de Montevideo (CdF) es incentivar la reflexión, el pensamiento crítico y la construcción de identidad ciudadana a partir de la promoción de una iconósfera cercana. Esto implica, por un lado, poner en circulación imágenes vinculadas a la historia, el patrimonio y a la identidad de los uruguayos y latinoamericanos, que les sirvan para vincularse entre sí y que los interpelen como sujetos sociales, en el entendido de que, pese a que su cotidianidad está marcada por la circulación masiva de imágenes, pocas tienen que ver con esos aspectos. Por otro lado, ese objetivo implica la necesidad de facilitar el acceso, tanto de los autores de imágenes uruguayos y latinoamericanos como de los ciudadanos en general, a las herramientas técnicas y conceptuales que les permitan elaborar sus propios discursos y lenguajes visuales. Sobre la base de estos principios y desde enfoques y perspectivas plurales nos proponemos ser una institución de referencia a nivel nacional, regional e internacional, generando contenidos, actividades, espacios de intercambio y desarrollo en las diversas áreas que conforman la fotografía. El CdF se creó en 2002 y es una unidad de la División Información y Comunicación de la Intendencia de Montevideo. Desde julio de 2015 funciona en el que denominamos Edificio Bazar, histórico

edificio situado en Av. 18 de Julio 885, inaugurado en 1932 y donde funcionara el emblemático Bazar Mitre desde 1940. La nueva sede potencia las posibilidades de acceso a los distintos fondos fotográficos y diferentes servicios del CdF. Gestionamos bajo normas internacionales un acervo que contiene imágenes de los siglos XIX, XX y XXI, en permanente ampliación y con énfasis en la ciudad de Montevideo. Además, creamos un espacio para la investigación y generación de conocimiento sobre la fotografía en sus múltiples vertientes. En el año 2020, el CdF resolvió liberar los derechos de las imágenes del archivo fotográfico histórico, para su uso colectivo en alta resolución. Esto implica que toda la sociedad pueda acceder sin restricciones a contenidos que le pertenecen. Contamos con los siguientes espacios destinados exclusivamente a la exhibición de fotografía: las salas ubicadas en el edificio sede –Planta Baja, Primer Piso, Segundo Piso y Subsuelo– y las fotogalerías Parque Rodó, Prado, Ciudad Vieja, Peñarol, EAC (Espacio de Arte Contemporáneo), Plaza Cagancha, Goes, Capurro, Unión, Santiago Vázquez (ubicada dentro de uno de los predios del centro de reclusión) y Parque Batlle concebidas como espacios al aire libre de exposición permanente. También gestionamos otro tipo de espacios expositivos como los fotopaseos del Patio Mainumby y la Plaza


de la Diversidad en Ciudad Vieja, el Parque de la Amistad, el Mirador de la Intendencia de Montevideo, el Jardín Botánico, el Intercambiador Belloni, la Terminal Colón, así como un espacio dentro del Centro Cívico Luisa Cuesta en Casavalle. A fines de 2019 el Centro de Fotografía se consagró como el primer Servicio de la Intendencia de Montevideo en ganar el Premio Nacional de Calidad que otorga INACAL (Instituto Nacional de Calidad). La institución está comprometida en el proceso de optimización de la organización y planificación del trabajo, y desde el año 2013 está certificada en Gestión de Calidad en todos sus procesos a través de la Norma ISO 9001:2015. Seguimos trabajando en equipo en la Mejora Continua de nuestros procesos de Calidad, con el foco puesto en la ciudadanía.

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Intendenta de Montevideo Carolina Cosse Secretaria General Olga Otegui Directora División Información y Comunicación Marcela Brener Equipo CdF Director: Daniel Sosa. Asistente de dirección: Susana Centeno. Jefa administrativa: Verónica Berrio. Coordinadora Sistema de Gestión: Gabriela Belo. Coordinadores: Mauricio Bruno, Gabriel García, Victoria Ismach, Lucía Nigro, Johana Santana, Claudia Schiaffino. Planificación: Luis Díaz, David González, Andrea López. Secretaría: Francisco Landro, Martina Callaba, Natalia Castelgrande, Andrea Martínez. Administración: Eugenia Barreto, Mauro Carlevaro, Andrea Martínez. Gestión: Federico Toker, Emilia Alfonso. Producción: Mauro Martella. Curaduría: Victoria Ismach, Lina Fernández, Carla Corgatelli, María Noel Gamarra. Fotografía: Andrés Cribari, Luis Alonso, Ricardo Antúnez, Lucía Martí. Ediciones: Noelia Echeto, Andrés Cribari, Nadia Terkiel. Expografía: Claudia Schiaffino, Brenda Acuña, Mathías Domínguez, Guillermo Giansanti, Martín Picardo, Jorge Rodríguez, Ana Laura Surroca, Belén Perna. Conservación: Sandra Rodríguez, Julio Cabrio, Valentina González. Documentación: Ana Laura Cirio, Mercedes Blanco Gonzalo Silva, Jazmina Suarez. Digitalización: Gabriel García, Luis Sosa. Investigación: Mauricio Bruno, Alexandra Nóvoa, Jazmina Suarez. Educativa: Lucía Nigro, Magela Ferrero, Mariano Salazar, Lucía Surroca, Romina Casatti, Maximiliano Sánchez, Nicolás Vidal. Mediateca: Noelia Echeto. Coordinación operativa: Marcos Martínez. Atención al público: Johana Santana, Gissela Acosta,Victoria Almada, Valentina Cháves, Andrea Martínez, José Martí, María Noel Dibarboure, Milena Marsiglia. Comunicación: Elena Firpi, Brenda Acuña, Natalia Mardero, Laura Núñez, Lucía Claro, Analía Terra. Técnica: José Martí, Leonardo Rebella, Pablo Améndola, Miguel Carballo. Actores: Darío Campalans, Karen Halty, Pablo Tate.

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Casamayou, Ana Ana Casamayou / Ana Casamayou; entrevista Alexandra Nóvoa; Intendencia de Montevideo, Centro de Fotografía.- 1a ed.- Montevideo: CdF Ediciones, 2023.48 p. : fot. ; 17 x 17 cm.- (Fotografía contemporánea uruguaya; 20) Entrevista realizada el 17 de mayo de 2023. ISBN: 978-9915-9536-4-9. CDU: 77-051(899) (047.53). 1. FOTOGRAFÍA CONTEMPORÁNEA - URUGUAY 2. FOTÓGRAFOS URUGUAYOS - S. XX-XXI.

© CdF Ediciones. Diciembre 2023. 500 ejemplares. Centro de Fotografía. http://CdF.montevideo.gub.uy. CdF@imm.gub.uy. Intendencia de Montevideo, Uruguay. Prohibida su reproducción total o parcial sin previo consentimiento. Realización: Centro de Fotografía / División Información y Comunicación / Intendencia de Montevideo. Realización de entrevista: Alexandra Nóvoa/CdF. Desgrabación: Jazmina Súarez/CdF. Edición de texto: Alexandra Nóvoa/CdF y Ana Casamayou. Corrección: María Eugenia Martínez. Texto final revisado por: Ana Casamayou. Digitalización: Gustavo Rodríguez/CdF. Diseño y supervisón de impresión: Nadia Terkiel/CdF y Andrés Cribari/CdF. Impresión: Gráfica Mosca. Montevideo - Uruguay. Depósito Legal 384.036. Edición Amparada al Decreto 218/96.


Ana Casamayou. 12 de setiembre de 2023. (Foto: 96767FMCMA.CDF.IMO.UY - Autora: Lucía Mar tí / CdF-Intendencia Monte video).



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