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La Palabra de Dios es mensaje de fraternidad universal
LA PALABRA DE DIOS
es mensaje de fraternidad universal
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Por P. Wilhelmus Agato, cmf
“Desde la conciencia de nuestra debilidad te pedimos que nos mantengas atentos a tu gracia: que la asidua meditación de tu palabra nos recree, y que la convivencia fraterna nos estimule a dar aquel testimonio de amor que el mundo necesita para creer…” (Directorio Claretiano 69).
“Te doy gracias, Padre, porque me has dado hermanos. Todos son un regalo para mí, un verdadero sacramento, signo sensible y eficaz de la presencia de tu Hijo” (Directorio Claretiano 71).
La caridad de Cristo nos urge a la fraternidad. Si la envidia es una pasión que escinde y divide a los hombres, la amistad, por el contrario, une y estrecha las relaciones cordiales. La fraternidad es una ligazón muy honda y firme. La verdadera amistad conserva, pese a los momentos que crean una distancia o lejanía entre los seres. No dejemos de ser amiguísimos y derramarnos en confidencias recíprocas.
El Papa Francisco en su Carta Encíclica ‘Fratelli tutti’ propone estar atentos ante algunas tendencias del mundo actual que desfavorecen el desarrollo de la fraternidad universal. Se pregunta: ¿Qué significan hoy algunas expresiones como democracia, libertad, justicia, unidad? Estas, han sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumento de dominación, como títulos vacíos de contenido que pueden servir para justificar cualquier acción (Cfr. 14). En el mundo actual los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad se debilitan, y el sueño de construir juntos la justicia y la paz parece una utopía de otras épocas. Impera una indiferencia cómoda, fría y globalizada, hija de una profunda desilusión que se esconde detrás del engaño de una ilusión. Creer que podemos ser todopoderosos y olvidar que estamos todos en la misma barca (Cfr. 30).
La Palabra de Dios es mensaje de fraternidad universal; cuando escuchamos la anterior expresión: ¿qué sentimos? Quizás hay duda y violencia en nuestro interior, porque la Palabra de Dios nos muestra la humanidad real y enseña que la fraternidad no es un dato meramente natural, es un todo que trasciende y se construye día a día. Fraternidad necesita proyecto y proceso; necesita crecimiento y donación.
Vivir como hermanos es posible, pero es el resultado de un camino exigente, en el que debemos superar nuestra propia violencia. Aún en las familias de sangre, se trata de adoptarse, elegirse, para llegar a establecer un vínculo de amistad.
En el Antiguo Testamento (en el Génesis), se expresa que Dios crea la humanidad a su imagen. Es lo que fundamenta la fraternidad; ser hermano, es reconocer en el otro la imagen de Dios. En el Nuevo Testamento, la fraternidad es algo constitutivo de la Iglesia. Las dos únicas veces que se encuentra la palabra fraternidad (en griego, Adelphotès) es en la primera epístola de Pedro (Cfr. 1Pe 3, 8) y se emplea como sinónimo de Iglesia.
Para seguir a Cristo, ante todo, la comunidad cristiana debe ser fraterna. Por eso, ser discípulo es llegar a ser hermano y hermana, hasta amarnos “cordialmente los unos a los otros”, según San Pablo (Cfr. Rm 12, 10). Esta visión se apoya en la práctica de Jesús, que llama hermanos a los que le siguen: “Ve a mis hermanos” dice a María Magdalena la mañana de la Resurrección (Cfr. Jn 20, 17). Sin negarlos, Jesús relativiza los vínculos familiares para privilegiar la relación fraterna con los que le siguen. Aún más, se da una relación establecida por la fe: “El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre” (Cfr. Mt 12,4950). Por eso, la fraternidad nos lleva a abrirnos al Padre de todos y a ver en el otro a un hermano, a una hermana para compartir la vida o para sostenerse mutuamente; para amar, para conocer.
Pero, también la Iglesia valora la acción de Dios en las demás religiones, sin olvidar que para nosotros cristianos la fuente de la dignidad humana y de la fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo.
Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma raza humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos. Que la Palabra de Dios y la fraternidad nos urjan en este tiempo. Vivamos esta fiesta en honor al nacimiento de Cristo con la expresión máxima del Amor y acerquémonos a todos los que nos rodean con alegría y con fraternidad.