
2 minute read
VIGILIA PASCUAL: “SI HEMOS MUERTO CON ÉL, VIVIREMOS CON ÉL” (Rm 6,8).
Por Pbro. Cango. Francisco Escobar Mireles
La Pascua es el centro del año litúrgico: la prepara la Cuaresma; el Triduo Pascual es su celebración, que culmina en la Vigilia Pascual; y se prolonga en la cincuentena pascual. La Resurrección de Cristo es liberación de la muerte y paso de este mundo al Padre, de la vida mortal a la vida gloriosa y definitiva. Pascua del Señor y Pascua de la Iglesia, que se irradia a todas las palabras, oraciones, celebraciones, sacramentos y símbolos de la Iglesia. La Vigilia Pascual plasma el sentido de la historia personal y colectiva, a partir del memorial de la Pascua de Cristo y de la iniciación bautismal con la que estamos insertados en la Pascua.
Advertisement
Todo es nuevo y confiere novedad a la Iglesia: la noche se vuelve clara como el día porque la luz pascual inunda de Cristo-Luz del Génesis al Apocalipsis; el Resucitado por su Espíritu enciende el fuego nuevo en los corazones; el agua nos regenera en Cristo, fuente de vida nueva; el Crisma santo da la unción espiritual al bautizado; y el banquete nupcial de la Iglesia en la Eucaristía anticipa las Bodas del Cordero en la eternidad; el pregón pascual y el solemne aleluya son el himno de los redimidos, el canto nuevo de los peregrinos hacia la patria.

La victoria salvadora de Cristo sobre el pecado y la muerte es la clave del sentido de la vida: aceptar la muerte para resucitar, cambiar el sentido y destino de todo lo corrompido y corruptor en un dinamismo y cultura de Resurrección. Ser hombres vivos, resucitados, no abocados a la muerte, contagiando, con luz en los ojos, la alegría del corazón, y siendo fuertes testigos de Vida ante la adversidad: eso es vivir en la lógica de la Pascua, con el amor del Resucitado.

No arrastrados por un torrente de muerte, sino arrebatados en un torbellino del Espíritu que afirma una humanidad nueva y renovada. Todo se contiene y concentra en la humanidad de Cristo resucitado, sacramento de todos los dones celestiales y terrenos, el pasado, el presente y el futuro. Nuestra existencia, unida a Cristo por el Bautismo y la Eucaristía, refleja su Pascua. Si vivimos con Él, reinaremos con Él. Cristo nos ha introducido ya en su gloria; la vida del cristiano participa ya de la eternidad en la que Cristo vive y actúa.
Nuestro pueblo se siente más identificado con el Cristo muerto que con el Resucitado. Pero demos el paso de la muerte a la vida, vivamos una pascua gozosa incrustando los sufrimientos pasajeros en la eternidad. No seguimos a un derrotado en la Cruz, sino a quien triunfó sobre la muerte y nos precede en el camino de la victoria. Son sus signos emblemáticos: el Cirio Pascual y la fuente bautismal; un sonoro “aleluya” por nuestros logros, y flores nuevas de alegría.

La Pascua invita a salir de lo viejo, caduco, cerrado, muerto, a no quedarse en lo pasado, a vencer el instalamiento y conformismo. Tras caminar por los oscuros desiertos, es hora de avanzar hacia la conquista de la tierra prometida y anhelada, o regresamos a la esclavitud de Egipto. María participa ya en cuerpo y alma de esa victoria pascual, por su cercana colaboración en la obra de su Hijo.