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Una nota sobre San Fumat

Juan Granero Bellver

¿Qué definela fiesa? ¿De qué material social está forjada? ¿Dónde empieza y dónde acaba? ¿Qué nos dice sobre aquellas y aquellos que la celebran, que la enaltecen, que la festejan? ¿Cuál es, de tenerlo, su sentido último? Son cuestiones, todas ellas, planteadas por las Ciencias Sociales en general y la Antropología Social en particular. Si bien para el celebrante de la fiesa (póngase por caso de San Fumat), puede parecer connatural hacer y vivir tal o cual festividad, de tal o cual manera, para el científio social, por otro lado, que hace de la fiesa —uno de— sus objetos de conocimiento, la susodicha deviene espacio-tiempo privilegiado a través del cual estudiar lo social en su propio desenvolvimiento.

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Existe cierto quorum dentro de la literatura especializada a la hora de comprender la fiesa como un “drama social” a través del cual una sociedad concreta dramatiza, pone en tensión y negocia colectivamente algunos de los valores que la constituyen en tanto tal. No solo eso. Parece ser que la gran mayoría de sociedades — por no decir la totalidad de ellas—, tanto en el pasado como en el presente, se han surtido de la fiesa (o de rituales de rebelión análogos a ella) para pensarse a sí mismas; tensionar las más férreas reglamentaciones sociales; instaurar un “tiempo fuera del tiempo” desde el cual, siempre colectivamente, poner en circulación discursos y prácticas no normativas. O, hablando en plata: toda sociedad necesita y ha necesitado, eventual y ritualmente, subvertir el orden usual de las cosas.

Desde hace más de una veintena de años, cada primera semana de febrero, algo de lo inmediatamente expuesto arriba sucede en Chella. Y es que, cada primera semana de febrero, en plenas fiesas patronales — día arriba día abajo según el calendario — reemerge en “el lugar”, San Fumat. Indefectiblemente, decenas de jóvenes disfrazados se darán cita, a altas horas de la madrugada, en los aledaños del auditorio municipal. Parapetados tras la imagen de San Fumat, la misión última del colorido pasacalles no será sino la de tomar en ordenada masa las calles de la localidad al tiempo que se deja tras de sí una vaharada de marihuana sin principio ni final apaente.

La fuerza —y vigorosidad— de San Fumat, en tanto ritual festivo, no se halla en unos orígenes insondables en el tiempo. Nada más lejos de la realidad. La fiesa nace en los albores del presente siglo, de manos de algunos jóvenes —festeros— de la localidad que, conscientemente, deciden que hace-falta-hacer-esta-fiesa. Sin más. En concreto, se estima que el día de la Candelaria, aparte de la procesión de turno, no existe ningún tipo de espacio festivo para la juventud. Y es por ello por lo que se crea San Fumat. Sin ambages: por y para el esparcimiento de aquellos que, quizá sin saberlo, acababan de instituir en el pueblo una nueva devoción.

Parece ser que, originalmente, la fiesa toma como modelo otra —no se nos enfade nadie— celebrada en una población vecina cuyo nombre aquí nos podemos ahorrar. No obstante, esta cuestión no es importante en absoluto. Desde sus inicios, San Fumat, queda instituida como fiesa por y para las chellinas y chellinos; tanto su nombre como algunos de sus primigenios “elementos rituales” —tales como la presencia de puros caliqueños en la celebración— dan cuenta de que, desde el primer halo de vida, San Fumat serviría, sobre todo, para exaltar la pura y llana identidad local.

Uno da cuenta, curiosamente, al preguntar a algunos de sus más lozanos celebrantes, de que hoy por hoy, nadie conoce al detalle sobre fechas, nombres y motivos de su fundación. Ni falta que hace. Una vez más, ello no es importante en absoluto.

La fuerza —y vigorosidad— de San Fumat, reside tanto en su ductilidad como en la informalidad inherente a su despliegue ritual. Ductilidad en un sentido de apertura radical a la creatividad para aquellos que la celebran —la fiesa no ha dejado de incorporar y prescindir de “elementos rituales” según la edición. Informalidad en un sentido de renuencia rayana en lo metódico por seguir su curso paralelamente al de la administración local —tanto del Ayuntamiento como de las sucesivas comisiones de fiesas.

Sin dejar de ganar adeptos y, pese haber habido por medio una pandemia vírica de alcance mundial, hoy San Fumat se perfilacomo una fiesa exuberante de vida. Sus celebrantes —los de ayer y los de hoy— se arrejuntan cada primera semana de febrero y, con sus propias manos, son capaces de re-crear una fiesa sin igual, movilizando por el camino, siempre colectivamente, la identidad local.

Quizá ello es lo que definea la fiesa. Quizá su sentido último radica en la capacidad de instaurar un “tiempo fuera del tiempo” en el que, de pronto, tomamos conciencia de las relaciones sociales que nos definen San Fumat no es sino una excusa —¡bendita excusa! — para, con cada nueva edición, recordar que lo que nos une es más de lo que nos separa. Y, quizá, entre los rescoldos de la hoguera, intuir que uno no es chellino, sino que llega a serlo. �