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Huellas
from BIPOC Lenses Issue 2
by bipoclenses
A Short Story Written By Lily Baeza-Rangel
Al igual que al resto de la población humana, la tecnología me facilita la vida todos los días. La electricidad me da la luz que necesito para completar mis tareas en las horas más inconvenientes de la noche; mi computadora me facilita escalar la montaña de tareas que nunca termina de acumularse, y mi teléfono inteligente pone el mundo entero al alcance de las yemas de mis dedos. Literalmente las yemas de mis dedos pueden desbloquear la información de todo el mundo gracias a la tecnología de lectura dactilar instalada en los dispositivos. Aunque esta función hace del diseño de los teléfonos iPhone uno de los más impecables inventos vistos por la humanidad, lo que Steve Jobs no tomó en cuenta es la desaparición mensual de mis huellas. No puedo decir exactamente a lo que se atribuye este raro fenómeno que le pasa a las yemas de mis dedos cada mes; quizá tocó muchas cosas y esto hace que se desvanezcan, o quizás es debido a la resequedad de mi piel causada por el frío terrible de Ohio combinado con el olvido constante de ponerme crema. Sin falla, una semana de cada mes me la paso en guerra conmigo misma porque no puedo desbloquear ninguno de mis dispositivos y porque soy terrible para recordar las contraseñas. Mis huellas inconfiables, que un día están y al otro no. Las que me causaron tanto estrés ese lindo día de Mayo cuando quería estar en cualquier lugar, menos rumbo a la cita de biometría en las oficinas de immgracion. Todavía me acuerdo como se me enchino la piel cuando el oficial tomó cada uno de mis dedos sobre tinta negra para presionarlos sobre el papel blanco. El papel blanco, como los oficiales blancos, que ahora tenían mis huellas. Pero en si no tenían nada. Pues ellos no saben mi secreto mensual y ni de chiste se los diría.
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Mi única explicación para esta intratable condición es que es la única conexión con mi querida abuela a quien no he visto en dieciséis años. Al parecer es la única otra persona en la familia quien también sufre de este problema mensual. Mi querida abuela, o ‘Abi’ como le decimos, cuya cara me cuesta recordar después de 16 años sin verla. La que cuido de mi desde que nací mientras mi madre averiguó cómo seguir adelante sin la persona que le ayudó a crearme. Con cada foto que nos manda parece más desgastada, como si la cámara le exigiera una onza de su juventud por cada retrato que se toma. La extraño mucho pero al mismo tiempo no sé en verdad quien es. No sé cuál es su color favorito, su platillo preferido, ni el sonido de su voz al decirme que me ama. Porque si me ama, ¿verdad? En estos momentos cuando la memoria me falla, trato de mirarme al espejo; me dicen que soy la viva imagen de ella en su juventud. Tenemos el mismo pelo rebelde, ni alisado, ni encolochado; la misma sonrisa desigual. Soy ella y ella es yo, pero aun así no se quien es. Ella como mis huellas desaparece, la única diferencia es que eso regresa y Abi no.
