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San Valentín revive en el templo de Elorrio
San Valentín de Berriotxoa, el santo de Bizkaia revivió entre nosotros. A través de una interpretación cálida y cercana, el actor que lo encarnó logró que el santo misionero, volviera a caminar por el templo donde se guardan sus reliquias. Compartió recuerdos, sabiduría y una mirada llena de esperanza para la Iglesia de hoy. Fue como si el tiempo se hubiera detenido y durante unos minutos, San Valentín volvió a tener voz.
Todo comenzó en su propio sepulcro. Con una sonrisa cercana y un tono de reconexión íntima, pronunció aquellas primeras palabras que resonaron como un abrazo: “Hemen gara barriro. Zenbat gomuta! Zenbat bizipoz!” (“Aquí estamos de nuevo. ¡Cuántos recuerdos! ¡Cuánta alegría!”). En ese instante, la distancia entre el pasado y el presente se desvaneció.
Con gesto sereno y mirada cómplice, nos guio por su casa —nuestra iglesia—, destacando sus bóvedas de crucería, sus más de 18 metros de altura y la historia viva que late en cada piedra. Recordó con humor su viaje a Asia “Bai Asiaraino joan nintzan”— y bromeó sobre las reliquias que viajaron de vuelta a Vietnam, preguntando al obispo Joseba si notó que faltaba algún trozo. Risas que aliviaron la emoción.

Pero San Valentín no vino solo para hablarnos de arquitectura o anécdotas. Su mensaje era otro: el de la fe en movimiento. Desde el presbiterio, con un tono más íntimo y reflexivo, compartió su vocación: “Nire bokazino senak zuenagaz sintonizetan dau” (“Mi vocación sintoniza con la vuestra”). Y entonces llegó una de sus frases más recordadas: “Porque el amor, cuando es verdadero, no necesita gramática”.
Hablamos de sinodalidad, y él, con la sencillez de quien lo vivió antes de que existiera la palabra, la definió así: “Es lo que hacíamos en el taller de mi padre: trabajar juntos, escucharnos, equivocarnos y volver a empezar”.
Tres testimonios tomaron entonces la palabra. Personas de las comunidades que están trabajando por la sinodalidad, por mantener vivo el plan, por pensar en la Iglesia en Bizkaia del presente y el futuro. Gente de hoy, con proyectos y sueños. Y entre intervención e intervención, San Valentín dejó perlas como esta: “Cuando uno escucha, no solo oye palabras. Oye heridas, sueños, preguntas. Y también silencios. Y en esos silencios, muchas veces, habla Dios”.
Nos recordó que la Iglesia no se mide por sus muros, sino por sus pasos. Y que la verdadera Iglesia se hace en la calle, con los pies descalzos pero el corazón alegre, como él hizo en Vietnam.

Al final, a modo de resumen, nos regaló tres claves:
1. Caminar juntos —el Sínodo como peregrinación del alma—.
2. Tener un plan —el plan diocesano como mapa y brújula—.
3. Mirar con esperanza —“La esperanza no es un sueño, sino una mirada firme hacia lo que aún no ha llegado”.
Y antes de despedirse, nos miró a los ojos y nos nombró: “Sois los Valentines y Valentinas del siglo XXI. Alkar hartuta, batera” (“Cogidos de la mano, juntos”).
San Valentín se fue, pero su mensaje sigue encendido: somos Iglesia en salida, en camino, en sinodalidad •
