Una vez, hace mucho tiempo, llegó a Draciu, la ciudad de los dragones, un dragón diferente. Se llamaba Héctor.
Su única diferencia era que, por la boca, en vez de echar fuego como todos los dragones de la ciudad, derramaba agua.
Héctor era muy valiente y amistoso. Al llegar a la ciudad, salió a dar un paseo, y pensó que haciendo esto podría hacer nuevos amigos para jugar, y así darse a conocer.
A lo lejos, vio a un pequeño grupo de dragones jugar entre ellos. Sin pensárselo, corrió a presentarse. Los dragones fueron muy agradables y lo invitaron a jugar.
Uno de los dragones que estaba con Héctor propuso un nuevo juego: pasarse bolas de fuego. Héctor intentó jugar, pero se dio cuenta de que no podía porque apagaba las bolas de fuego con su agua.
Cuando llegó el turno de Héctor, no fue capaz de jugar como ellos, y al no ser capaz de seguir su juego, se empezaron a reír de él por ser diferente.
Héctor, triste y enfadado, se fue a casa. Cuando llegó, sus padres le preguntaron:
—¿Cómo ha ido con tus nuevos amigos? ¿Te lo has pasado bien?
A lo que Héctor respondió:
—Al principio sí, pero después se han reído de mí por no poder jugar a pasar bolas de fuego. Estoy muy triste y enfadado. Así nunca voy a encontrar nuevos amigos para jugar. ¿Por qué me pasa esto a mí? ¿Por qué soy diferente a los demás? Vosotros sois mis padres y podéis jugar con el fuego. ¿Por qué yo no puedo?
Sus padres, al escuchar esto, rápidamente lo intentaron consolar.
