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LA UNIVERSIDAD Y EL “SISTEMA” EDUCATIVO PREUNIVERSITARIO: En espera de una relación responsable y efectiva José Jaime Rivera, Ph.D

LA UNIVERSIDAD Y EL “SISTEMA” EDUCATIVO PREUNIVERSITARIO: En espera de una relación responsable y efectiva

Es habitual escuchar las referencias a la existencia de sistema educativo preK-20 que se visualiza como un continuo que transcurre desde la actividad preescolar de un educando hasta el nivel doctoral y postdoctoral. La imagen es simple y simplista. Presume la capacidad para moverse a lo largo de ese continuo a voluntad del estudiante quien podrá detenerse en el punto en que lo determine y donde puede entrar y salir según sus circunstancias y decisiones. El mismo uso de la palabra sistema presume que se trata de un conjunto de unidades articuladas que persiguen un fin común. Lamentablemente para la sociedad y los estudiantes, esta imagen es, generalmente, quimérica. La realidad es que en Puerto Rico no existe tal sistema articulado e integrado. No podemos hablar del sistema puertorriqueño de educación, porque aquí no existe un sistema educativo si aplicamos la definición de sistema. Precisamente, pensarlo como sistema nos lleva a simplificar su análisis, a sobreestimar algunas conductas y a subestimar otras. Para lograr colaboración y complementariedad entre organizaciones y niveles educativos tienen que darse condiciones que no están presentes en el conglomerado actual. De heJosé Jaime Rivera, Ph.D. Presidente Universidad del Sagrado Corazón

cho, prefiero hablar de que hay un conglomerado de educación usando este concepto como se define en la geología [RAE]: (a). Masa formada por fragmentos de diversas rocas o sustancias minerales unidos por un cemento. (b) Aglomerado: Geol. Roca formada por fragmentos de otras rocas, unidos por un cemento, por lo general poco consistente [énfasis dado].

Cada componente de este conglomerado trabaja típicamente en forma aislada y no tiene ni protocolos ni estructuras rutinarias de articulación real. Me refiero a la comunicación y articulación que debe existir diariamente entre las escuelas elementales y las intermedias, las intermedias con las superiores y todas ellas con las universidades y demás componentes de la sociedad. ¿Con cuánta frecuencia los maestros de escuela elemental se reúnen con los de las escuelas intermedias hacia donde fluyen sus estudiantes? ¿Con cuánta frecuencia lo hacen los de las escuelas intermedias con los de escuela superior, o éstos últimos con sus pares universitarios? ¿Cómo y cuándo validan sus esfuerzos para saber si el flujo de sus estudiantes en ese continuo de preescolar a universidad es efectivo y eficiente entre su nivel y el próximo? Cabe señalar que corresponde fundamentalmente a los administradores valorar, diseñar, operacionalizar y promover estos protocolos de articulación, pero, también, corresponde a los maestros exigirlos y gestarlos. Les adelanto que esta articulación es posible y que la vivencia producto de este proceso es sumamente enriquecedora para todas las partes. La experiencia de la Universidad del Sagrado Corazón con la Alianza Metropolitana para la Reforma Escolar de 1994 al 2008 y la de nuestro Instituto de Política Educativa para el Desarrollo Comunitario [IPEDCo] que surgió como institucionalización de proyecto de la Alianza, lo evidencia.

Nada me gustaría más que mis colegas educadores demuestren que estoy equivocado; que sí tenemos un sistema pre K-20; que sí existen procesos articulados de interacción entre los tres niveles escolares y entre las escuelas y las universidades; y que me presenten evidencia generalizable, confiable, representativa, de esfuerzos sostenidos y consistentes de que existe esta articulación con las cualidades mencionadas. Es evidente que existen proyectos como Gear-Up, Talent-Search y Upward-Bound, todos ellos iniciativas del Departa

mento de Educación federal que las universidades hemos aprovechado para brindar apoyo a estudiantes, maestros y escuelas.

Financiado con fondos públicos o de fundaciones, ofrecemos adiestramientos, cursos y talleres a miembros de las escuelas. Organizamos foros y encuentros con el fin de analizar la situación de la educación y para ofrecer ideas sobre cómo enfrentar los retos que vivimos cada día. Las universidades hacemos investigaciones sobre temas educativos, montamos proyectos con escuelas y hacemos otras gestiones para apoyarlas. Pero esto no es ni ha sido suficiente.

Aunque estos ejemplos pueden y deben ser parte de una relación fructífera y sistemática, el mero hecho de que las universidades formemos la clase magisterial; que usemos las escuelas como centros de práctica para nuestros programas de formación de maestro; establezcamos proyectos en las escuelas con fondos externos para validar hipótesis sobre procesos específicos para mejorar la docencia en general o en alguna disciplina en particular; probar ideas sobre cómo mejorar las escuelas y sus servicios; t ofrezcamos programas de capacitación y adiestramiento a los maestros u otro personal de las escuelas no implica, por sí sólo, ni demuestra que existe un proceso articulado y sistemático de comunicación y colaboración entre los componentes del continuo. Las universidades, también, usamos las empresas, agencias públicas y organizaciones de diverso tipo como centros de práctica para distintas profesiones, hacemos investigación en diversos contextos organizacionales y vendemos proyectos de capacitación y adiestramiento a las corporaciones y agencias públicas. ¿Es esto lo que define la articulación escuelas-universidades? ¿Son estas iniciativas suficientes? ¿Son estos los esfuerzos que debemos hacer ante el nivel de desempeño de nuestras escuelas y de nuestras universidades y ante las implicaciones de estos niveles de desempeño educativo para la justicia social, la movilidad socioeconómica de nuestra juventud y la calidad de vida de nuestra gente? La respuesta es, evidentemente ¡NO!

Si usamos como criterios: (a) el desempeño de los estudiantes de nuestras escuelas públicas y privadas en las pruebas estandarizadas para admisión a las universidades que brinda el College Board y (b) las tasas de graduación de los componentes del conglomerado educativo [escuelas y universidades] tenemos que concluir que los resultados evidencian una tragedia nacional. ¿Cómo podemos los educadores puertorriqueños vivir cada día con estos resultados? ¿Qué diríamos de un médico o de un hospital o de un sistema de salud donde se muere el 50% de los pacientes? ¿O de unos arquitectos, ingenieros o contratistas a los que el 40% de sus proyectos tienen vicios de construcción o se declaran no habitables?

¿Qué nos dicen estos resultados sobre nuestra práctica; sobre nuestras propias competencias para llevar a cabo la misión con la que nos hemos comprometido profesionalmente? ¿Qué nos dicen estos datos sobre las estructuras que hemos creado para atender las encomiendas que la sociedad nos ha asignado y sobre los procesos existentes para alcanzar los objetivos de educar una población? ¿Qué nos dice este resultado sobre la naturaleza de la sociedad que lo acepta y no se rebela?

En primer lugar, tenemos que reconocer que los resultados que estamos alcanzando en el campo de la educación a todos los niveles son alarmantes. Llevamos años viviendo estos resultados a todos los niveles. Basta con recordar que las tasas de graduación de las universidades no son mejores que las del sistema de educación pública y en muchos casos son aún más bajas. La realidad es que esta situación debe tratarse como trataríamos una violación a los derechos civiles. En gran medida de eso se trata, ya que la vida que le espera a un ciudadano sin una educación de calidad que lo lleve a graduarse de escuela superior y alcanzar algún grado postsecundario es una vida de marginación socio-económica, de mayor probabilidad de sufrir problemas de salud, de vivir de la economía subterránea, en la subcultura de la dependencia o, en su peor caso, una vida que dependa de la narcoeconomía. No hay más.

¿Qué opciones tenemos? En primer lugar, se requiere que los administradores y los miembros de nuestra clase magisterial y el personal del nivel preescolar hasta el grado 12, los profesores y administradores universitarios y el sector económico reconozcamos que estamos ante el mayor peligro para nuestra existencia futura como sociedad. Basta con entender las implicaciones de estos

resultados ante la tan anunciada sociedad y economía del conocimiento.

Las proyecciones económicas sobre el mundo del trabajo han documentado que más del 50% de los nuevos empleos que se crearán requerirán estudios universitarios. No voy a debatir la manoseada frase de que no todo el mundo es “material universitario” porque no es el tema. Lo que debe estar claro es que millones de empleos que existían hace menos de 25 años en Estados Unidos y Puerto Rico han desaparecido porque la revolución tecnológica los automatizó. La mayoría de esos empleos requerían escuela superior o algo de estudios postsecundarios y había empleos que no requerían escuela superior. Recordemos que la globalización ha reubicado en otras regiones del mundo millones de empleos en manufactura y servicios que también podían accederse con un grado de escuela superior o capacitación postsecundaria no universitaria. Esos empleos difícilmente regresarán a Puerto Rico.

Sabemos, también, que la globalización hizo desaparecer la “seguridad de empleo” que dependía del proteccionismo y que la revolución tecnológica terminó con la continuidad o durabilidad de los procesos productivos. Esto implica que los que encuentren trabajo tendrán múltiples carreras, cada una con requisitos de conocimientos y destrezas distintas; que trabajarán usando conocimientos y procesos con rápida obsolescencia; y que tendrán que tener conocimientos actualizados y pertinentes para mantenerse competitivos. Todo esto exige haber recibido una educación rigurosa que los prepare para desenvolverse en ambientes inciertos y para adaptarse al cambio continuo que requiere seguir aprendiendo a lo largo de la vida. Es cierto que habrá empleos que requerirán menos conocimientos y destrezas en algunos sectores de servicios, pero, también, es cierto que serán empleos con bajos salarios.

Sabemos que la mayoría de los empleos que brindan condiciones laborales atractivas requerirá una formación universitaria. Sabemos que no se tratará ya de tener un diploma universitario, sino de ser realmente competente y competitivo en un campo de actividad productiva. Por lo tanto, la necesidad de ofrecer currículos rigurosos y con requisitos de alta ejecución, es evidente, como es evidente, por sus implicaciones, que el estado actual de nuestro conglomerado educativo representa una amenaza para nuestra sociedad mayor que ninguna otra. la Equidad y Calidad Educativa (CECE), organizado por un colectivo multisectorial que abandera SAPIENTIS y del que forma parte la Universidad del Sagrado Corazón con el IPEDCo, ha formulado un planteamiento sobre la naturaleza de la situación que enfrentamos y la necesidad de una acción enérgica, articulada, sistémica y despolitizada. Igualmente, los diálogos transectoriales organizados por CAPEDCOM y El Nuevo Día en la Universidad del Sagrado Corazón han adoptado igual postura de urgencia y han identificado medidas concretas que debemos tomar como sociedad para evitar un desmembramiento social.

Afortunadamente, existen soluciones y hay ejemplos de modelos de articulación y eslabonamientos entre los tres niveles escolares y entre estos y las universidades. Mis conversaciones con distintos grupos comprometidos con la educación y los miembros de la Alianza Metropolitana, ahora ampliada bajo el nombre de EducAcción trabajan proyectos para forjar esa articulación que nos convierta en un verdadero sistema. El proyecto del Perfil del Egresado de Cuarto Año de Escuela Superior trabajado por el IPEDCo con representación multisectorial y con la participación de miles de estudiantes, maestros y personal de nuestras escuelas públicas en todos los municipios del País, representa uno de esos esfuerzos de articulación.

En un próximo artículo expondré la naturaleza de estos esfuerzos, sus resultados y las proyecciones de expansión que pueden tener.

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