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Bargalló en la Ciudad de México

ÓSCAR ÁNGELES REYES*

Décadas atrás, la península de Baja California estaba parcialmente aislada resto del país, la literatura que desarrollaba en la localidad er resultado de las urgencias expresivas, de la contemplación del medio natural de las emociones. Las referencias artísticas que tenían nuestros coterráneos eran anacrónicas, y en ese caldo nutritivo, pero sin sentido, desarrollaban su poesía y su narrativa. En la Historia mínima (e ilustrada) de la literatura Tijuana, Humberto Félix Berumen refiere: “aislamiento que resultará visible también cuanto a las formas poéticas y narrativas […], una literatura desfasada […], el desfase es temporal pero principalmente estético, en cuanto a calidad, modelos literarios asumidos, temas abordados y tipos de lecturas”. Sin embargo, la transformación del medio social, de las comunicaciones, la presencia de personajes que pieron entender la realidad o el medio de otr manera —pensemos en Rubén Vizcaíno Va lencia—, y una generación que se entendió con estos cambios, creo un espacio donde las fronteras y los centros pertenecieron a una extensa red de conexiones donde cualquier monstruosidad es posible, y lo monstruoso es lo singular, entonces lo diferente y lo bello. Por ejemplo, ¿qué clase de efecto retorcido y extraordinario nos da el evento de un tijuanense en el Distrito Federal (ahora Ciudad de…)? Félix Berumen nos da una pista para entender también: “En la Ciudad de México participaron con otros poetas en el taller de poesía de Huberto Batis”, refiriéndose a Soto Ferrel, René Gutiérrez, Raúl Rincón, Eduardo Hurtado y el propio Cortés Bargalló todos ellos antologados en la mítica Siete poetas jóvenes de Tijuana—; “Eduardo Hurtado y Luis Cortés Bargalló decidieron permanecer en la Ciudad de México, desde donde siguieron participando con los escritores de Tijuana”

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Para mis obsesiones, fascinante. Resalto que mi experiencia es inversa, decido viajar de la Ciudad de México a Ensenada, ni siquiera a Tijuana; lo mismo soy resultado de la interacción con Huberto Batis en mi paso por letras hispánicas, y en el contexto del suplemento Sábado, de Unomásuno, y me desenvuelvo en Baja Califor- nia como un escritor —de los que llamo modestos—. Y hay varias maneras de abordar el “dato”; todas me gustan.

La primera. Existe muy poca información sobre el devenir de Bargalló en el taller de Batis —que no era exclusivo de poesía, incluso hay quien lo refería como taller de cuento—. Adolfo Castañón, en La razón, nos da una idea de cómo se desarrollaban sus reuniones: rotski, la poetisa en Los detectives salvajes —, Alfonso René Gutiérrez y el misLuis Cortés Bargalló (algunos de esos a la postre serían colaboradores en suplemento Sábado, como es el caso de Bargalló). Entrevistado por Enrique Mendoza en Zeta, Bargalló lo cuenta en primera persona: “Fue un taller que duró poco más de dos años, entre el año 71 y 73. Huberto Batis, en ese momento, pues estaba en el centro de su actividad editorial, era director de la revista de Bellas Artes, después de ahí también estuvo metido por supuesto en el suplemento (México en la Cultura, de Novedades) de Fernando Benítez. Conocía a todo mundo y tenía interés por los jóvenes, algo que me pareció extraordinario”.

“Somos escritores sociales, animales literarios, creadores que prefieren la manada para abarcar más, para entender más y decir más entre todos”

“El taller de Huberto Batis tenía lugar todos los sábados hacia las doce del día, en su casa de Tlalpan, en la calle de Matamoros. A aquella casa de varios pisos, llena de libros y revistas, estaban invitados algunos alumnos elegidos por aquel preceptor riguroso y lleno de historias”, entre esos elegidos estaban: Guillermo Sheridan, Magdalena Sofía Cárdenas, Francisco Hinojosa, Gabriela Dupeyron, Alberto Ruy Sánchez, Margarita de Orellana, Alberto Blanco, Coral Bracho, Marcelo Uribe, Maricruz Patiño, José Manuel Pin-

Segundo. Todas las referencias, escasas, que hay sobre la presencia del poeta bajacaliforniano en la Ciudad de México son habituales: enumeran autores, lecturas, publicaciones, el derrotero de personajes en la vida cultural de México, digamos. Pero es casi nada lo que sabemos de las discusiones, de la influencia de la gente en corto, de las sensaciones, es decir, a un nivel de historia personal. Las trayectorias de los artistas no son únicamente sumatorias, la riqueza está en los detalles que suelen perderse con el tiempo y con las mismas vidas. Sin embargo, es ahí donde encuentro una alusión que me parece luminosa para entender la influencia no únicamente en el territorio del arte y la creación, sino al nivel de la existencia. Tomás Calvillo —fundador de la revista El zaguán, en 1975 (Bargalló participó en su consejo de redacción), y que en su primer número publicó un poema inédito de Octavio Paz—, escribió en Los poetas, los amigos: “Como tijuanense en la Ciudad de México, Luis Cortés me enseñó el desenfado, la soltura del desparpajo, que no se desbarrancaba como el desmadre y sí ayudaba a aligerar el peso de la gravedad de nuestra cultura del altiplano, asentada en el ombligo del conejo de la luna”, y cuenta que leyó los poemas de Bargalló “a la velocidad de la luz donde el paisaje se revela como la metáfora de la propia naturaleza de las palabras” Ya no únicamente es el poeta, también es la persona que escribió: todoestodo@gmail.com

¿Y si en verdad la tarea no es ninguna y todos los sueños, y todas las palabras detonan como una parvada por los huecos del cielo, para perderse ahí en esa página lavada con los trabajos y los días inútiles, ya reconciliados ya plenos en su falta de sentido?

¿Cómo se puede cuantificar el grado de influencia de un poeta o escritor? Está la parte curricular, por supuesto, lo otro resulta incalculable, pero un vistazo a los tejidos profundos de la sociedad cultural mexicana nos da una idea de la complejidad de vínculos y también de lo sorpresivo que puede ser (en Las aventuras de los cobardes exploro esas posibilidades). Me detengo a pensar que la labor de quien busca lo humano es el trabajo de un novelista, cosa bien sabida.

Por último. ¿Por qué escribimos de los nuestros, por qué nos afanamos en seguir la trayectoria de los de acá? —que ya vemos que también son de allá—. Será porque en el gran espacio de las letras y de la geografía, necesitamos no sentirnos solos; somos escritores sociales, animales literarios, creadores que prefieren la manada para abarcar más, para entender más y decir más entre todos; en ese ecosistema literario se da el flujo energético de las ideas, las alianzas, los cruces que posibilitan la diversificación.

*Escritor y biólogo por la UAM

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