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ZORBA EL GRIEGO: UN HIMNO A LA VIDA PLENA Alberto Rengifo

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MISCELÁNEA

MISCELÁNEA

ZORBA EL GRIEGO: UNA NOVELA EN LA QUE SE CANTA UN HIMNO A LA VIDA PLENA

Alberto B. Rengifo A.

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Introducción

La historia de este ensayo comienza con un mensaje enviado a mi whastapp por un amigo a quien estimo mucho. El mensaje tenía que ver con la famosa danza de Zorba el griego, que ha quedado inmortalizada gracias a la película –basada en la novela homónima– que se filmó en 1964, en la que aparecen danzando Zorba y su amigo y patrón, el escritor. Al mirar esta escena mi mente recordó, como por un ensalmo, la novela que escribió Nikos Kazantzakis en 1946.

Recordé haberla leído alguna vez. Comienzo a buscarla, no la encuentro en mi biblioteca. Y en estos momentos de pesadilla por el COVID 19 no me queda más que acudir al internet. Encuentro dos versiones: una, traducida por la barcelonesa Selma Ancira, que no la puedo descargar, y otra, pero que no indica el nombre del traductor; únicamente dice: “descargado por E-Book”. Me quedo con esta versión y empiezo la fascinante aventura de releer esa novela.

Pretendo con este trabajo compartir, más que un análisis literario propiamente dicho, las impresiones que ha producido en mí tan fascinante lectura; para ello, me detendré en las relaciones que tienen entre sí los dos personajes principales de la obra, el surgimiento de su amistad, algunas vivencias que marcan sus vidas, y determinaré sus diferentes visiones sobre la existencia misma.

Deseo con todo el corazón que estas palabras huidizas contagien el fervor por leer una de las novelas más hondas y apasionantes que ha escrito un gran heredero de la escritura griega: Nikos Kazantzakis. Seguramente, cada lector encontrará su propia “veta”, que le hará caminar en pos de vivir intensamente la vida del universo entero.

El nacimiento de una amistad

Dos son los personajes principales de la obra: un joven escritor y Alexis Zorba. El primero (cuyo nombre nunca se menciona) desea hacer un alto en su profesión de escribir, pues está harto de las palabras, no quiere seguir siendo una “rata devoradora de papel”1. Quiere vivir de otra manera; desea impregnarse de lo sencillo, de lo cotidiano, “poner carne en su alma” (p. 62). La oportunidad de alejarse de ellas se le había presentado al arrendar una mina de lignito en Creta. Por esto, se encuentra sentado en un rincón del cafetín portuario, esperando la embarcación que le conducirá a

1 Zorba el griego, E-book. p. 6. De aquí en adelante se harán citas de esta publicación electrónica, indicando, entre paréntesis, el número de página en que aparecen.

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su destino. Lleva consigo, a más de su equipaje, un manuscrito inconcluso sobre Buda, en el que ha trabajado desde hacía dos años, y a su compañera de viaje: La divina comedia. Justamente cuando se disponía a leer unos versos de esta magna obra, “un desconocido, aparentemente sexagenario, de muy alta estatura, seco, de ojos desencajados, tenía pegada la nariz al vidrio y me miraba. Traía un envoltorio sujeto entre el brazo y el costado” (p. 7). Este desconocido era Alexis Zorba.

Así aparece el segundo personaje principal, Alexis Zorba, quien está en búsqueda de trabajo. Por esto, a través del vidrio de la puerta del cafetín del puerto, mira al escritor con “sus ojillos burlones, ávidos, fulgurantes” (p. 7). Una vez adentro, sin titubear y cuando se entera de que el escritor va a Creta, le solicita que lo lleve con él para servirle en cualquier trabajo que sea menester; pues él, Zorba, dice que no solo sabe hacer muy buenas sopas, sino también que se desempeña en cualquier oficio en el que se necesite usar los pies, las manos, la cabeza. Además, le comunica al escritor que es un muy buen minero, pues entiende de metales, sabe hallar las vetas, abrir galerías, bajar a los pozos sin miedo. Además, Zorba sabe tocar el santuri2 con pasión y posee una peculiar visión sobre la vida. Todas estas razones hacen pensar al escritor que

este Zorba era el hombre que había estado buscando tanto tiempo sin hallarlo. Un corazón viviente, una boca ancha y glotona, una gran alma en bruto todavía unida por el cordón umbilical a la madre Tierra. El sentido de las palabras arte, amor, belleza, pureza, pasión, me lo estaba aclarando este obrero con las voces humanas más sencillas (p. 11).

Y sin vacilar lo contrata:

Zorba –le dije, aguantando el deseo de echarme en sus brazos–, Zorba, estamos de acuerdo, te vienes conmigo. Tengo lignito en Creta, tú vigilarás a los obreros. Por la noche nos echaremos ambos en la arena: no tengo en este mundo ni mujer, ni hijos, ni perros; comeremos y beberemos juntos. Luego tú tocarás el santuri (p. 12).

Así nace una entusiasta relación entre el académico y el hombre rural que disfruta la vida con sus cinco sentidos, una relación que paulatinamente se convertirá en amistad, que con cada acción vivida se irá afianzando, hasta convertirse en una genuina y motivadora realidad.

Las vivencias de estos dos amigos: la relación con Madame Hortensia

La primera vivencia que comparten es la relación con Madame Hortensia, dueña del albergue donde se hospedan. Ella había sido una cantante francesa que recorrió los teatros de París a Beirut, viviendo momentos de gran placer y riqueza. Cuando las fuerzas navales de las cuatro grandes

2 Un tipo de instrumento de cuerda de percusión con orígenes mesopotámicos o iraníes.

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potencias –Italia, Rusia, Francia e Inglaterra– anclan en el puerto de Suda con el fin de reprimir una nueva rebelión de Creta, Hortensia también arriba a este puerto. Conoce a los cuatro almirantes y mantiene con ellos una estrecha amistad que le permite vivir en opulencia y dicha. Pero cuando el conflicto armado acaba y se van sus cuatro almirantes, Hortensia queda anclada a ese puerto y su vida de esplendor poco a poco se va oscureciendo; toda su existencia comienza a marchitarse.

La llegada del escritor y de Zorba a su albergue la reanima, porque con ellos revive sus recuerdos y vuelve a sentirse útil y atrayente, especialmente cuando Zorba la corteja, con intenciones lascivas, pero también con una marcada presencia de cierta ternura. Los domingos se reúnen para comer, beber un buen vino y gozar de la vida:

El domingo nos emperejilábamos ambos como novios: nos afeitábamos, nos poníamos camisa blanca recién planchada y nos íbamos al caer de la tarde, a casa de doña Hortensia. Ese día sacrificaba por nosotros una gallina, nos sentábamos los tres juntos nuevamente, comíamos y bebíamos; Zorba alargaba los desmesurados brazos hacia el pecho hospitalario de la buena señora y tomaba posesión de él. Cuando, ya entrada la noche, regresábamos a nuestra ribera, la vida nos parecía sencilla y llena de buenos propósitos, vieja sí, pero muy agradable y acogedora, como lo era doña Hortensia (p. 45).

Esta sencilla relación entre Zorba y Hortensia se va fortificando con el tiempo; tanto que, cuando Zorba tiene que irse a la ciudad de Candía en búsqueda de un cable adecuado para su proyecto, Hortensia –llamada Bubulina por Zorba, le despide con tristeza y le pide que se cuide y que regrese lo más pronto posible. Por esto, cuando Hortensia, pasados algunos días, no tiene noticias de Zorba acude donde el escritor para preguntarle si había una carta para ella. El escritor, compadecido, inventa y le lee una supuesta carta en la que Zorba le expresa que no puede vivir sin ella, que se está volviendo loco y que su recuerdo le hace llorar. Hortensia recibe feliz esta noticia, pero indaga si no dice nada más la carta; entonces, el escritor cae en cuenta de que hay una cosa muy importante que desea escuchar Hortensia. Y sin vacilar lee una supuesta proposición de matrimonio. Hortensia la recibe con felicidad. “¡Esa era la gran alegría, ese el puerto deseado, ese el lamento de toda su vida! ¡Hallar la tranquilidad, tenderse en un lecho honrado, nada más!” (p. 45).

Sin embargo, esta mentira piadosa origina un grave compromiso para Zorba: casarse con su amada Bubulina, de modo que en un momento de lástima y resignación propone a Hortensia casarse a la luz de las estrellas, en la playa, sintiendo el aroma del mar. Y en una ceremonia improvisada, en la que el escritor les pone los anillos y sirve de testigo, Zorba, oficiando de sacerdote, realiza la tan ansiada ceremonia: “El servidor de Dios, Alexis, queda desposado con la servidora de Dios, Hortensia, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén. ¡La servidora de Dios, Hortensia, queda desposada con el servidor de Dios, Alexis!” (p. 176). Hortensia siente una enorme dicha. Desde ese momento, la vida le será más apetecible porque tiene un marido de verdad. Su corazón ya no estará solo y ya no vivirá de los recuerdos.

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Pero todo termina, nada es eterno, y la vida de Madame Hortensia también llega a su fin, pues producto de un fuerte resfriado, que se convierte en neumonía, muere. Zorba y el escritor asisten a sus últimos momentos. Zorba, afligido, le murmura a la agonizante que él está presente: “se inclinó hacia ella, tocóle con la callosa manaza la frente que ardía, separó los cabellos pegados al rostro y con los ojos de pájaro llenos de lágrimas, murmuró: –Calla, calla, querida, aquí estoy yo, Zorba, no tengas miedo” (p. 212).

Una vez que muere Hortensia, son testigos de una tradición singular de la gente de Creta: comer y beber los alimentos y bebidas que ella tenía en casa y danzar en honor de la difunta. Y luego, llevarse todo lo que podría serles útil. Hasta puertas y ventanas las cargaron al hombro.

Entonces, las almas de los dos amigos se sobrecogen, no tienen respuesta para la muerte. En silencio, abandonan la habitación de Madame Hortensia; solo queda en la mente del escritor que la vida se presenta “abigarrada, incoherente, indiferente, perversa, despiadada” (p. 212). Zorba, en cambio, reflexiona: “Un puñadito de tierra”, piensa, “un puñadito de tierra que sentía hambre, que reía y besaba. Un terrón de lodo que lloraba. ¿Y ahora? ¿Quién demonios nos trae a esta tierra y quién demonios nos lleva de ella?” (p. 214).

El asesinato de la viuda

Uno de los personajes importantes de esta novela es la viuda. Seguramente, debió haber perdido a su esposo hacía algunos años. Vive un tanto alejada del centro del poblado, y su casa tiene un huerto lleno de limoneros y naranjos. Es esbelta y animosa, camina con paso elástico. El pícaro Zorba está convencido de que la viuda desea que el escritor la visite; pero este no cede a la insinuación. En todo caso, es un secreto a voces que hay muchos jóvenes del pueblo que sueñan con poseer a la viuda, que muchos de ellos están locamente enamorados y que darían su vida por estar con ella. Tal es el caso de Pauli, hijo de Mavrandoni, uno de los notables del pueblo, quien, para no seguir sufriendo su amor no correspondido, se ahoga en el mar, lo cual origina una conmoción en el pueblo. Hombres y mujeres sacan a relucir su odio por la viuda. Incluso una de las mujeres insinúa que si hubiese hombres de verdad matarían a la viuda. El escritor pide calma al pueblo: “–¡Qué vergüenza, amigos! –les grité–. ¿Por qué queréis culpar a esa mujer? Estaba escrito. ¿No os contiene, entonces, el temor de Dios?” (p.132). Nadie contesta. Queda flotando en el ambiente que cuando se presente la ocasión, la viuda será asesinada.

Y la ocasión llega cuando en la celebración de Pascuas que se realiza en el pueblo la viuda entra a la iglesia llevando una brazada de flores de limonero. Cuando sale al umbral de la iglesia, se percata de que la gente del pueblo desea su muerte; por esto se azuza a los jóvenes a matarla. Mavrandoni pide a Manolakas que haga justicia por la muerte de su primo. De nada le sirve a la viuda pedir clemencia en nombre de Cristo. Manolakas se dispone a matarla, pero la voz y presencia de Zorba se lo impide; en una mortal pelea, Zorba arrebata el cuchillo y no deja que se la asesine. Sin

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embargo, de nada sirve esta hazaña, porque Mavrandoni, ágil como un halcón, de un solo tajo corta la cabeza a la viuda. Y exclama: “-Pongo sobre mi conciencia el pecado, arrojando la cabeza al suelo, a la entrada de la iglesia. ¡Luego se persigna!” (p. 201).

Zorba y el escritor, ante tan horrendo espectáculo, optan por irse a su barraca en la playa, en silencio y con lágrimas en los ojos, a rumiar su congoja y su descontento ante esa injusticia que no pudieron evitar. Esta tragedia les une más y sienten crecer su amor por la vida, pero también su respeto ante el insondable misterio de la muerte.

La explotación de la mina de lignito

Como sabemos, la explotación de la mina de lignito3 es el motivo clave que relaciona a Zorba y al escritor y posibilita el nacimiento y fortalecimiento de la gran amistad entre ellos. El escritor contrata a Zorba para que dirija esta explotación. El macedonio, llegado el momento, toma las riendas del trabajo y se convierte en el organizador y trabajador más tenaz de esta obra. Así, se encarga de decidir, ejecutar, dar las órdenes pertinentes a unos treinta obreros y motivarles con su ejemplo: “Al amanecer, Zorba se levantaba, cogía el azadón, entraba en la mina antes que los obreros, cavaba una galería, la abandonaba, encontraba una veta de lignito que brillaba como hulla y poníase a bailar jubiloso” (p. 42).

El escritor, en cambio, se limita a pagar los gastos incurridos. Delegada la responsabilidad a su amigo, él disfruta vivir una realidad que le hace inmensamente feliz. Sus diálogos con Zorba llenan su alma de sosiego y de una vitalidad que nunca antes había sentido y logra comprender la realidad primigenia de los seres y las cosas.

Los trabajos de explotación de la mina de lignito avanzan sin mayores tropiezos; salvo aquella vez que en se derrumba una galería de la mina. Afortunadamente, no hay muertes que lamentar gracias a la pericia y arrojo de Zorba, quien, al darse cuenta de un inminente derrumbe, ordena salir a todos y consigue calzar un grueso tronco como apoyo del arco que cedía, lo cual, permite ganar unos segundos para que todos pudiesen salir, salvo él mismo, que logra salir ileso. Por esto recibe la admiración y gratitud de todos.

Después de este incidente, los obreros vuelven a trabajar con afán, “…se ponían al ritmo de su actividad, y el combate se proseguía en las entrañas de la mina, a la blanca luz de las lámparas de acetileno, donde Zorba era caudillo y luchaba cuerpo a cuerpo al frente de sus huestes” (p. 147). Siempre animoso e imaginativo, Zorba concibe un proyecto: instalar un cable teleférico desde la montaña hasta la costa, a través del cual se transportaría la madera necesaria para las galerías e,

3 Carbón fósil, de color negro o pardo.

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incluso, después se podría vender el material sobrante a los constructores de viviendas. El escritor lo aprueba, y Zorba no solo que consigue la firma de autorización para tal obra de parte de los monjes dueños del pinar, sino que con todo entusiasmo empieza la construcción del cable aéreo con sus pilares y poleas. Y el día esperado llega. Las autoridades, los trabajadores, los monjes con la estatua de la Virgen y el pueblo entero asisten a semejante hazaña.

El aparato teleférico estaba pronto con todos sus pilares, cable y poleas que brillaban al sol mañanero. Enormes troncos de pino, apilados en la cima de la montaña, y un conjunto de obreros esperaban allá arriba el momento de colgar los troncos del cable para lanzarlos hacia el mar (p. 228).

Desgraciadamente, las tres primeras pruebas resultan un fracaso, y la cuarta y última sella el descalabro total:

Desprendióse el cuarto tronco. Un ¡crac! terrorífico retumbó en el espacio; luego otro ¡crac! y todos los pilares, uno tras otro se derrumbaron como una construcción hecha con naipes. –¡Kyrie eleison! ¡Kyrie eleison!4– chillaron obreros, aldeanos y monjes, huyendo tumultuosamente (p. 232).

Solos, completamente solos en la playa, quedan el escritor y Zorba; no hay lugar para el lamento, la vida continúa; cada uno corta una porción de cordero que se había estado asando para la ocasión y con un buen trozo de pan y un vaso de vino le hacen frente a la adversidad. El escritor pide a Zorba que le enseñe a bailar; este, ni corto ni perezoso, lo hace con entusiasmo. Y los dos bailan en aquella playa llena de guijarros. “Nos lanzamos a bailar ambos juntos. Zorba corregía mis pasos, serio, paciente, con cariño. Yo cobraba ánimos y sentía libre el corazón como una avecilla” (p. 235). En un determinado momento, Zorba pide bailar solo, para con esta danza agradecer a su patrón por su amistad y por los instantes vividos: “Dio un salto y fue como si le saliesen alas en los pies y en las manos. Al brincar, muy erguido, separado del suelo, sobre el fondo del cielo y mar, asemejábase a un arcángel rebelde. Pues la danza de Zorba era todo desafío, obstinación y rebeldía” (p. 235).

Así termina la aventura de la explotación de la mina de lignito. Lo que viene después es la tierna separación de estos dos hombres que vivieron momentos que les permitieron adentrarse en los repliegues de sus corazones, para encontrar que la amistad es y será la más rica veta a la que hay que aferrarse. El escritor jamás olvidará a esa persona vital, espontánea, solidaria, portadora “de todos los bienes que alegran al hombre: la risa clara, la buena palabra, los manjares sabrosos” (p. 63). Por esto, después de cinco años de aquella despedida, escribe un manuscrito que evoca

4 Kyrie eleison es el nombre común de una importante oración de la liturgia cristiana, también denominada «Señor, ten piedad». Su origen es muy antiguo, incluso precristiano.

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las horas que juntos vivieron en la costa de Creta, que recoge “los dichos, los gritos, los gestos, las risas, los lloros, las danzas de Zorba, esparcidos en el tiempo y en el espacio, para salvarlos del olvido” (p. 251). De esta forma podrá llevar su imagen y sus palabras guardadas eternamente en su corazón.

Zorba, en cambio, nunca se olvida de escribirle alguna que otra carta donde le informa de sus labores, de sus proyectos y de sus amores. Por ello, el escritor se entera de que se ha casado con Liuba y que espera un “Zorbita” del vientre de esta bonita eslava de no más de veinticinco años. Pero también, con tristeza, a través de una cartita escrita por el maestro de escuela de cierta localidad donde vivía Zorba, se entera de que el pícaro macedonio ha muerto. Ante esto, pide al maestro que escriba que Zorba, hasta el postrer instante, conservó todos sus sentidos y pensó en su amigo. Así partió ese hombre que le dejaba como un regalo imperecedero uno de los objetos que más amó: el santuri.

La cosmovisión de Zorba y del escritor

Cada uno de los personajes principales de esta novela tiene su propia cosmovisión, es decir, su particular manera de mirar las cosas y el mundo que lo rodea.

El escritor observa al mundo como esa realidad que le permite entrar en el paraíso de los libros, en el cual halla la explicación de todo: la presencia de Dios, del diablo, de la mujer, de la vida y de la muerte. No concibe un mundo simple, sencillo, vital; por esto, no lo disfruta. Y cuando se le presenta el violento deseo de la carne personificado en la viuda, se refugia en las palabras:

Yo copiaba lentamente, silenciosamente, este canto búdico, sentado en el suelo, junto al brasero encendido. Me esforzaba así, amontonando conjuro sobre conjuro, por alejar de mi espíritu a un cuerpo mojado por la lluvia, de ondulantes caderas, que durante todas las noches de ese invierno había estado pasando y volviendo a pasar ante mis ojos, en el aire húmedo (p. 93).

Asimismo, para que no le afecte el asesinato de la viuda, elabora toda una teoría en la que según las leyes generales del universo todo lo que ocurre es necesario. De esta manera, consigue que la imagen de la viuda repose en su memoria, tranquila, sonriente, convertida en símbolo. Se torna, entonces, en un gran espectador que aplaude la salvaje cotidianidad de Zorba y de los habitantes de Creta.

En cambio, Zorba vive a plenitud cada día de su vida. Ejercita los cinco sentidos. Encuentra la máxima felicidad en un vaso de vino, una castaña, un mísero braserillo, el rumor del mar, porque para esta clase de felicidad se necesita tan solo tener un corazón sencillo y frugal. Zorba es de los seres rurales que no creen ni en Dios ni en el diablo, o creen que los dos son una misma entidad.

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Unas veces actúa Dios y otras el diablo, entidades que todos los hombres llevan dentro. Él no vive para comer, como lo hacen un caballo o un buey; por esto, se crea diferentes obligaciones y es capaz de arriesgar el pan por una idea. No se regocija por el bien, pero tampoco se aflige por el mal. Le tiene miedo a la vejez porque la considera vergonzosa; por eso canta, baila, toma, ama para espantarla y retrasarla. Cree que la mujer es una eterna historia, no es una cosa humana, pero es una criatura a la que hay que acudir día y noche para llenarse de energía y eficacia. “La mujer es una fuente fresca: sediento, te inclinas hacia ella, ves el rostro reflejado en sus aguas y bebes; bebes y te crujen los huesos. Luego llega otro también acosado de la sed: se inclina, ve su rostro y bebe. Luego otro más... Una fuente es así. Una mujer también (p. 68)”.

Alexis Zorba piensa que la vida del hombre es una ruta que va a ratos cuesta arriba y a ratos cuesta abajo. La gente sensata avanza por ella con frenos; en cambio, él se desprende de todo freno, pues “todo hombre tiene su locura, pero la mayor locura de todas, a mi parecer, es no tener alguna” (p. 119).

Estas cosmovisiones diferentes nutren las almas de esos dos seres que se encontraron en un recodo determinado de sus vidas para enriquecerse mutuamente. Zorba adquirió el hábito de escribir cartitas para que sus vivencias no se perdieran en el olvido, y el escritor siguió escribiendo para recordar siempre a Zorba, a ese personaje cuyas palabras y acciones no solo que ensancharon su corazón, sino que también constituyeron bálsamo de paz y de sosiego para su alma. Jamás olvidará a ese macedonio que cantaba un himno a la vida plena con cada acción que realizaba, a “ese hombre, de infalible instinto, de primitiva mirada como ojo de águila, que cortaba camino por atajos seguros y llegaba, sin perder el aliento, a la cima del esfuerzo; más allá del esfuerzo” (p. 237).

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