
13 minute read
CLEMENTE I: ¿PAPA DE ROMA Y OBISPO MONÁRQUICO EN EL PRIMER SIGLO CRISTIANO?
from Anawin nº14
La “Primera carta (1) de Clemente a los corintios” (1Clem) o, más correctamente, pues así lo señala su encabezamiento, la “Epístola de la Iglesia de Roma a la Iglesia de Corintio” (1Clem), fue redactada probablemente entre los años 95 al 98 de nuestra era, razón por la cual el texto que nos ocupa debe situarse bajo los reinados del último emperador de la dinastía Flavia, Tito Flavio Domiciano (95 - 96) y del emperador que lo sucedió tras su asesinato, Marco Coceyo Nerva (96 - 98) quien, curiosamente, a pesar de vivir una época tan convulsa y traicionera, tuvo la “fortuna” de fallecer de muerte natural.
1Clem conoció un destino elevado y honorable pues gozó de especial favor, así como de una enorme autoridad, en la antigua cristiandad, ello especialmente en el seno de las comunidades egipcias coptas y sirias dónde su texto fue considerado durante muchos siglos como parte legítima e integrante del Nuevo Testamento.
Advertisement
El prestigio y la reputación de 1Clem están especialmente reseñados por la enorme cantidad y por la extraordinaria calidad de los testimonios escritos que expresamente lo citan. Los más importantes de ellos son, en el siglo segundo, Hegésipo, Dionisio de Corinto e Ireneo de Lyon. En el tercero, Clemente de Alejandría, Tertuliano y Orígenes. En el siglo cuarto, Eusebio de Cesarea y, en los albores del siglo quinto, Epifanio de Salamina.
Respecto 1Clem es especialmente relevante el testimonio que nos proporciona el obispo Dionisio de Corinto, consignado por el gran historiador de la Iglesia Eusebio de Cesarea en su magna “Historia Eclesiástica”. En efecto, ya que, en una época cercana al año 170 de nuestra era, Dionisio nos explica que la epístola constituía la base de toda la liturgia operante en una comunidad tan antigua e importante para la historia del cristianismo como fue la de Corinto.
Dr. Miguel Angel Arisó Teólogo, filósofo e historiador catalán.
No en vano el profesor jesuita, P. Jules Lebreton, después de haber disertado muy atinadamente respecto al papel nuclear que juega la economía trinitaria en la carta de Clemente, destaca sobremanera su importancia litúrgica, especialmente la denominada “Gran Oración Clementina” inserta en los capítulos 59 – 61.
No cabe ninguna duda: nos hallamos ante el documento que más y mejor nos informa acerca de la primitiva liturgia romana. Sin embargo, en realidad, prácticamente nada sabemos acerca de Clemente. De hecho, nos hallamos ante un personaje hiperbólico y desfigurado en gran manera, a caballo entre la historia, el mito y la leyenda, no sabiendo casi nunca donde empieza una y donde terminan las otras.
Tomando como base proyectiva la enorme y extendida fama de Clemente, se han llegado a exagerados extremos hoy imposibles de aceptar. Así, tanto se le ha atribuido la autoría de la bíblica “Epístola a los hebreos”, como se le ha identificado siendo un colaborador directo de Jesús. Además, con el paso del tiempo, y en base al prestigio de Clemente, se elaboró todo un “corpus” de literatura romancesca y fantasiosa denominada “Pseudo Clementina”, repleta toda ella de anacronismos e inexactitudes históricas que no aportan prácticamente ninguna luz verdadera acerca de la obra y la persona de Clemente romano.
Por si ello fuera poco, también la fábula se ha cebado con este nuestro insigne personaje. Destacan en este sentido las “Recognitiones”, que pretenden narrar históricamente las aventuras y desventuras de aquellos que supuestamente compusieron su familia.
Hay que señalar no obstante que algunos pocos especialistas, en absoluto carentes de conocimiento, tales como por ejemplo nuestro antiguo profesor – hoy emérito - de literatura apócrifa y Neotestamentaria de la Universidad de Ginebra, Enrico Norelli, opinan que de entre toda esta maraña de literatura fantasiosa, podrían hallarse, quizás, algunas informaciones verídicas e históricas sobre Clemente. Ello exigiría un trabajo tan arduo de “deforestación” y subjetividad exegética que hasta el día de hoy ningún especialista se ha atrevido a emprender.
Con el fin de elucidar su verdadera identidad se le ha pretendido identificar – naturalmente siempre sin éxito definitivo – con numerosos y

famosos personajes de entre los cuales destacaremos por su importancia solamente dos. El primero, el Cónsul Titus Flavius Clemens, esposo de Flavia Domitilia, hermana del emperador Domiciano. Flavio Clemente fue decapitado en el año 95 o tal vez 96 por orden de su cuñado, el susodicho emperador, a causa de haber abrazado el cristianismo. Flavia Domitilia, la noble romana flaviana casada con Flavio y como dijimos mismísima hermana del emperador, también se había convertido al cristianismo, profesando en consecuencia la fe cristiana. Tras numerosos avatares que ahora no podemos consignar, salvó su vida “in extremis” siendo conmutada su pena por la de deportación de por vida a la pequeña ínsula de Ponza, en el Lacio, lugar donde murió después de los años siendo hoy en día considerada parte integrante del martirologio romano.
Empero si el autor de la epístola que nos ocupa hubiera sido de extracción culta, noble y Flavia, sin duda su propio estilo literario y sus formas argumentales lo hubieran rápidamente traicionado, pues el texto, siendo igualmente cristiano, habría resultado ser mucho más culto, clásico y romano.
En segundo lugar, también se ha querido asimilar a Clemente con el misionero colaborador que acompañó al apóstol san Pablo en alguno de sus viajes misioneros: Fl 4, 3:
Asimismo, te ruego también a ti, compañero fiel, que ayudes a éstas que combatieron juntamente conmigo en el evangelio, con Clemente también y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida.
Fue de hecho Orígenes (siglos II – III) el primero que sentó tradición en orden a la identificación de este Clemente con el autor de la epístola que estudiamos. No obstante, antedicha afirmación del ilustre alejandrino no deja de ser más que una aventurada hipótesis que probablemente pululara por el Norte de Egipto en sus días, pero que tropieza con demasiados obstáculos históricos como para ser cierta.
Sea como fuere, la verdadera identidad de este misterioso, aunque celebérrimo personaje, resistiéndose a cualquier análisis pormenorizado, permanece oculta y desconocida... Y tal vez fuera precisamente ella su intención, pues no nos proporciona en su escrito, en contra de la costumbre histórica, prácticamente ningún tipo de información acerca de su persona y obra.
De Clemente sabemos únicamente que fue presbítero /obispo de Roma en el primer siglo cristiano. Tanto Ireneo de Lyon como Eusebio de Cesarea le asignan el tercer lugar en la lista episcopal romana de los sucesores de Pedro, después del mismo apóstol, de Lino y de Anacleto. No coinciden con antedicha lista ni Jerónimo, quien lo cita como el segundo, después del episcopado de Lino, ni tampoco el africano Tertuliano, quien todavía retrasa más su episcopado al señalar que fue investido presbítero / obispo por el mismo san Pedro.
Cinco hipótesis han sido propuestas con la finalidad de intentar conciliar antedichas contradicciones. La primera de ellas entiende que Anacleto, Cleto (cabría la posibilidad de que el segundo fuera simplemente un diminutivo del primero) y el mismo Clemente hubieran sido los obispos dirigentes del colegio presbiteral (o colegio de ancianos) romano en el mismo intervalo temporal.
La segunda interpreta que mientras Clemente sucedía a Pedro, Lino y Cleto hubieran desarrollado labores de asistencia hacia el primero.
Una tercera hipótesis propone que Clemente hubiera sido originalmente ordenado por san Pedro, habiendo dimitido posteriormente en favor de las personas de Lino y de Cleto.
La cuarta posibilidad se fundamenta en la coexistencia en Roma de dos tipos diferentes de obispos: uno que sucedería a Pedro, de cariz manifiestamente judío, y otro que sucedería a Pablo, de origen pagano - cristiano. Ambos obispados se habrían unificado bajo el pontificado de Clemente.
Finalmente, la quinta hipótesis apunta al hecho de que la iglesia de Roma habría estado dirigida por un colegio de ancianos u obispos (presbyteroi, episkopoi). Un obispo habría realizado la función de presidencia de anterior colegio. Lino, Cleto y Anacleto habrían sido obispos presidentes. Empero, y al mismo tiempo, habría existido también en la ciudad de Roma la figura del sucesor del apóstol Pedro, caracterizada por una función carismática de tipo itinerante y de supervisión. Lino habría sido entonces el primer obispo presidente mientras que a la par nuestro Clemente – como quiere Tertuliano – habría sido ordenado por Pedro como su sucesor. Con el paso del tiempo, la función itinerante y de supervisión habría decaído fijándose en la ciudad de Roma, circunstancia por la cual se vació de sentido hasta su misma desaparición la figura del obispo presidente.
Lejos de pretender redactar un tratado teológico, Clemente de Roma escribe su epístola de manera enérgica pero ponderada, parenética e incisiva, en forma de alegato en favor de la unidad perdida en ocasión de la rebelión en la ciudad de Corinto de ciertas personas contra sus obispos / presbíteros.
Es menester realizar llegado este punto ciertas clarificaciones terminológicas que – de ser obviadas – podrían dificultar el ulterior desarrollo de nuestra exposición. Los plurales presbíteros, del griego “presbyteroi”, y obispos, también del griego “episkopoi”, indican tanto desde la perspectiva clementina como también desde la perspectiva neotestamentaria exactamente la misma categoría de ministros, a saber: aquellos que tienen como deber principal el cuidado y la vigilancia espiritual de la comunidad. No existe todavía por lo tanto ninguna diferenciación ni ningún orden prelativo – y mucho menos de naturaleza jurídica – entre los primeros y los segundos y viceversa.
El problema surge cuando estos ministros (presbíteros / obispos) legalmente instituidos por la comunidad de Corinto son injustamente depuestos de sus funciones. Ante semejante hecho, Clemente reaccionará señalando que nadie puede deponer a los obispos / presbíteros sin que previamente medie una causa mayor o sin existir ninguna prueba de que los anteriores hayan cometido algún acto de prevaricación.
Según razona concatenadamente Clemente, los obispos / presbíteros fueron instituidos directamente por los apóstoles. Los apóstoles lo fueron por el mismo Jesús quien, a su vez, lo fue por su Padre, Dios. De todo ello se subsume que los obispos / presbíteros son también instituidos por Dios mediante la elección de la comunidad.

Aquí lo verdaderamente importante a destacar es que hallamos en este encadenado razonamiento el primer testimonio escrito del denominado principio de la sucesión apostólica: los obispos / presbíteros, al ser investidos como ministros con la aceptación y participación de toda la comunidad, están precisamente por ello habilitados para ejercer esta función, y a estos anteriores les sucederán otros y a estos otros más por voluntad divina.
La situación vivida por la iglesia de Corinto es la propia de una comunidad cristiana surgida del paganismo. En efecto, puesto que mientras en contexto judío y también – aunque en menor medida - judeocristiano la función levítica sacerdotal se consideraba instituida por Dios hacia su pueblo de por vida, no sucedía en cambio lo mismo en el paganismo, al ser en este caso la ciudad la encargada de elegir y de sufragar a sus propios ministros religiosos en función de sus necesidades y siguiendo siempre criterios de duración limitados.
Por esta razón el sacerdocio pagano era contemplado siempre como un acontecimiento de carácter temporal y hasta contingente, mientras que, muy al contrario, el judío era valorado como indeleble y vitalicio. Son precisamente estas influencias paganas las que 1Clem trata de evitar enseñando que el sacerdocio imprime un carácter indeleble de por vida que no puede ser removido sin mediar causas mayores, aunque la naturaleza de dichas causas no sean en ningún momento explicitadas por Clemente.
La 1Clem, extendida a lo largo de 65 capítulos, exhibe una “auctoritas” similar a la utilizada por el redactor del cuerpo deuteropaulino en las denominadas epístolas pastorales. Nótese además que los problemas experimentados por la comunidad de Corinto son de naturaleza prácticamente idéntica a los que san Pablo pretende solventar con la redacción de su primera epístola canónica dirigida a los mismos corintos desde la ciudad de Éfeso.
¿Qué acción disciplinaria recomienda Clemente? No puede ser otra en su opinión que la inmediata reposición de los presbíteros / obispos depuestos injustamente añadiendo además la pena de exilio para los insurrectos. Clemente se presenta por lo tanto utilizando un “ius imperatore” y una “potestas” similares a las de un emperador romano, léase, en contexto teológico eclesial, un papa y / o un obispo monárquico.
Ahora bien, respecto al juicio de Clemente las cosas no son tan sencillas … en realidad, el problema más espinoso que el estudio de esta carta nos plantea es el de determinar si la misma contiene o no contiene la primera prueba irrefutable y efectiva del primado del obispo de Roma o Papa sobre el resto de sus homólogos cristianos. Dicho de otra manera, si sus “órdenes” deben ser obedecidas y por tanto aceptas y aplicadas obligatoriamente por la comunidad de Corinto, así como también por parte de cualquier otro obispado cristiano.
La respuesta a anterior cuestión parece haber experimentado una notable evolución a través del tiempo, y si bien es cierto que la antigua crítica respondía sí abiertamente a la misma mediante autorizadas voces como fueron en su época las de Ernest Renan o Pierre Batiffol, no lo es menos


que actualmente la situación ha variado notablemente, tanto en el campo católico como en el protestante, posicionándose mayoritariamente en sentido contrario.
Históricamente, después de la desaparición de los apóstoles de Jesús de Nazaret, la dirección de las diferentes comunidades cristianas conoció diferentes fases. En un primer momento las comunidades judeocristianas conservaron una dirección de tipo colegial situando en su cabeza ancianos / presbíteros. Tal proceder fue sin duda adoptado a causa de las influencias judías proyectadas sobre el cristianismo.
Las comunidades cristianas de extracción pagana conservaron igualmente una organización directiva de carácter colegial en la cual las figuras de los obispos / presbíteros, asistidos en ocasiones en sus funciones por los diáconos, asumían la función de portavocía y de moderación eclesial. Ambos modelos organizativos coexistieron simultáneamente durante mucho tiempo, tendiendo a la unificación a lo largo del segundo siglo. De manera, que hablar de obispo (vigilante, inspector) o hacerlo de presbítero / anciano, significa identificar términos sinónimos.
Como ya escribimos en otro lugar en el caso de la comunidad a la cual la “Didaché” se dirige (2), con el transcurso del tiempo los ministerios itinerantes (apóstoles, profetas y doctores) desaparecerán en el uso de las responsabilidades eclesiales en beneficio de los ministerios fijos o estáticos, en su origen menos prestigiosos y reconocidos, obispos y presbíteros / ancianos.
Finalmente, la manifiesta superioridad numérica y en consecuencia el mayor peso específico de las comunidades cristianas de extracción pagana, a la sazón idénticas a la cual pertenece y a la cual escribe Clemente, terminarán por imponer su uso quebrando la sinonimia tradicional y adoptando el obispo una posición más preeminente que el anciano / presbítero, y terminando este último finalmente por desaparecer del primer eslabón de la autoridad eclesiástica. No obstante, solamente será con el correr del tiempo que los obispos se convertirán en monárquicos y que las pretensiones de primado del obispo romano sobre sus colegas cristalizarán.
Empero Clemente, su escrito y las comunidades cristianas que lo afectan, la de Roma desde la que escribe y la de Corinto hacia la que su exhorto se encamina, están ubicados todavía demasiado temprano en la historia como para ser contemporáneos de monárquica situación episcopal alguna.
No deja de sorprendernos el hecho de que la moderna crítica, a día de hoy, todavía no haya acuñado ninguna expresión que delimite y que defina la situación propia a los primeros estadios del episcopado, situación en la cual los obispos o supervisores transitan desde una situación primitiva de colegialidad presbiteral común en el judaísmo y patente en la época neotestamentaria (Ac 20, 28; Fl 1, 1), a la etapa propiamente monárquica, en la cual el “epískopos” se convertirá en el gestor único de la diócesis.
Per Semper vivit in Christo Iesu
Notas:
(1) A pesar de que desde prácticamente entrado el siglo XX los especialistas admiten ciertas diferencias entre los conceptos de “carta” y “epístola”, términos, en definitiva, igualmente traducidos al griego como ἐπιστολή (epistolé) y al latín como “epistola”, en nuestro texto utilizaremos indistintamente ambas dicciones considerándolas como sinónimas e intercambiables.
(2) “Los ministerios eclesiales en los orígenes cristianos: el caso prototípico de la Didaché”: “Escritorio Anglicano” (26 de Julio de 2018).
