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DUARTE EL LIBERTADOR, RUTA DEL
Sócrates Suazo Ruíz
Coronel, ERD
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Duarte El Libertador
RUTA DEL GRAL. JUAN PABLO DUARTE AL CIBAO 21 DE JUNIO 1844
Desde este escenario, el más memorable y emblemático lugar, cuna de la Independencia nacional, próximo al mausoleo donde descansan las cenizas venerables de los fundadores de la República, que nos recuerda con el eco infinito de su esfuerzo que, la Patria es inmortal; desde esta puerta histórica, alzo mi voz para proclamar con todas las energías de mi alma un sonoro ¡Viva Juan Pablo Duarte, Padre de la Patria!
El momento es propicio para recordar que Simón Bolívar, en carta de fecha 6 de marzo de 1826, le expresó al General José Antonio Páez, lo siguiente: “Yo no soy Napoleón ni quiero serlo; tampoco quiero imitar a César. Tales ejemplos me parecen indignos de gloria. En cambio, el título de Libertador es superior a todos los que ha recibido el orgullo humano”.
En nuestro caso, la insignia que siempre ha debido destacar al General Juan Pablo Duarte es la de “Libertador de Santo Domingo”. Así lo destacó con valentía, Duarte no es sólo el Padre de la Patria, es el Libertador de los dominicanos. Pues es este título, la acreditación sublime que infla de orgullo a todos los nacidos en esta tierra. Siempre se ha tenido la falsa creencia de que el Libertador es el General que ha ganado las batallas de las guerras de la Independencia, sin embargo, antes de que un soldado se lance a una contienda donde está en juego su vida, debe tener una conciencia, una razón o sentimiento que lo motive a combatir. Sin esa fuerza inspiradora, nadie, absolutamente nadie, gana una guerra. Es decir, que sin el profundo sentido del concepto de nación y sin el liderazgo que Duarte pudo inyectarle a sus seguidores, hubiese sido imposible vencer a los enemigos.
Duarte es el clarín motivador para que un ejército se llenara de fuerza, valentía y orgullo para que los dominicanos no perdieran ni una sola de las batallas. Y esa es su grandeza. Hay que decirlo sin mediocridades, el General Juan Pablo Duarte es el Gran Libertador de los dominicanos. Otros pudieron ser los héroes que empuñaron las armas, pero el real Libertador, lo repito, es Juan Pablo Duarte. Por tanto, llamo la atención a todos los historiadores de
Latinoamérica, que en el listado en el que aparecen los grandes libertadores de este continente, figure el nombre del Padre de la Patria y fundador de República Dominicana Juan Pablo Duarte, como nuestro Libertador de Santo Domingo.
Me atrevo a ir un poco más lejos en mi juicio sobre Duarte, si usamos el método comparativo al estilo del historiador griego Plutarco, en su obra cumbre “Vidas Paralelas”, si tomamos la lista de los libertadores de América y los comparamos uno por uno con nuestro Padre de la Patria, desde el punto de vista de la ética, los valores morales y las virtudes cívicas, proclamo con la mayor satisfacción del mundo que, Juan Pablo Duarte es, sin discusión ninguna, el “Paradigma Ético de América”. Por encima de él sólo las lumbres de las estrellas y los divinos resplandores del Señor.
Prosigo con palabras atrevidas y en cierta forma, desafiantes: estoy frente a un reto y proclamo sin miedo que, hay que rescatar a Duarte, no porque su pensamiento haya naufragado, sino porque muchas de sus ideas esenciales están secuestradas, atrapadas y encerradas en el olvido y la decidía colectiva. Este rescate de Duarte es tan trascendente como salvar la República de su muerte moral. Es evidente que nunca como ahora la sociedad dominicana ha estado más necesitada de respirar un aire totalmente oxigenado de ejemplo de vida ética como el que nos muestra Duarte en su rendición de cuentas de Sabana Buey, Baní, su actitud valiente y radical frente el Plan Lavaser de enajenar la bahía de Samaná a Francia o frente a la Anexión a España en 1861.
La vida de Duarte es algo más que un ejemplo moral, su existencia está enmarcada en la esencia de la ética, como un cuadro de Leonardo Da Vinci está igualmente enmarcado en la esencia de la estética, y desde cualquier ángulo se aprecia el arte sublime y eterno del genio italiano de la pintura. En el vivir de nuestro Padre de la Patria, en cada uno de sus pasos por este préstamo que es el viaje por la vida, la ética y la estética se abrazan para formar una unidad corporal y espiritual, llamada: Juan Pablo Duarte.
DUARTE POR LOS CAMINOS DEL CIBAO
Hemos sido convocados a esta puerta sagrada, para conmemorar la salida de Duarte hacia las tierras del Cibao, después del golpe de Estado promovido por los patriotas trinitarios y que presidió el General Francisco del Rosario Sánchez y que motivó un recorrido de Duarte por los pueblos del Norte, para sumar fuerzas y reencausar la verdadera Independencia de la República, que había sido desnaturalizada por Tomás Bobadilla, Pedro Santana y las fuerzas conservadoras.
Los poetas nacionales Pedro Mir y Manuel del Cabral, parecen confluir como meandros de un río en sus poemas y con lírica elevada Manuel dice en “Compadre Mon”:
Por una de tus venas me iré Cibao adentro. Y lo sabrá el barbero, aquel que los domingos te podaba las barbas, como quien poda un árbol de la Patria.
Duarte fue a sembrar en la tierra fértil del Cibao su fe revolucionaria, su templanza e integridad y su absoluta confianza en que los dominicanos no tenían que hipotecar la soberanía nacional para salvar la República, y quiso que lo supiera hasta el barbero y todo aquel que creyese en el sagrado destino del país, Duarte sabía que sus ideas iban a germinar en un movimiento revolucionario que reencausara la nación por el sendero de la auténtica Independencia.
Con razón los versos de Pedro Mir vibran como las cuerdas de un violín: “Cuatro cordilleras cardinales
y una inmensa bahía y otra inmensa bahía,
tres padres de la Patria como islas adyacentes
y un asombro de ríos verticales
y Duarte bajo los árboles y Duarte
bajo los ríos y en la falda del monte
y al pie de la colina y detrás del horizonte
y Duarte desde el cantío de los gallos
y Duarte bajo el galope de los caballos
y Duarte sobre el día, bajo el mapa, alrededor
y debajo de todas las huellas y en medio el amor.
Desde el corazón de la República, desde aquel Cibao adentro donde late con fuerza el corazón de la dominicanidad, hay que reconocer que Juan Pablo Duarte, como pensador, fue un visionario, cuyas frases retumban igual que el sonido de la historia, en la conciencia del pueblo. Por eso, siglos después, “los ojos de los hombres” han vuelto a mirar el rostro del Libertador de Santo Domingo, para alimentarse con el néctar divino y reivindicador de sus pensamientos.
Las huellas sembradas por Duarte en los senderos fecundos del Cibao parecen germinar en este tiempo presente. Ahora están sonando los redoblantes de una Patria agradecida de su digno ejemplo ético. Las aves vuelan sobre esta Puerta del Conde. Ya las palomas están anunciando que las pisadas de Duarte por los trechos del Cibao hacen renacer nuestra inquebrantable fe en un país y en una República, mil veces inmortal.