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III. La retórica como depósito de fórmulas adquiridas

relación codificada puede ser llenada de modo inesperado por cualquiera.

Por otra parte, la retórica no codifica las relaciones de lo inusitado que se oponen a todos los sistemas de expectativas del código o de la psicología de los oyentes: solamente codifica las que, aun siendo inusitadas, pueden integrarse en el sistema de expectativas del oyente. A diferencia del discurso poético, que apoyándose en zonas de mínima redundancia (respetando al mínimo las expectativas del destinatario) impone al lector un esfuerzo interpretativo, una readaptación de los códigos que (en el arte contemporáneo) puede llegar a limites extremos de soportabilidad, la retórica codifica un tipo de información juiciosa. Lo inesperado se regula de tal manera que tanto lo inesperado como lo informativo intervienen, no para provocar o poner en crisis lo que ya se sabe, sino para persuadir, es decir, para reestructurar en parte lo que ya se sabe.

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II.3. Naturalmente, todavía queda lugar para una retórica nutritiva, que persuade reestructurando en lo posible lo que ya es conocido; es la retórica que partiendo de premisas admitidas, las somete al examen de la razón, con el apoyo de otras premisas (como quien critica el lugar de la cantidad para apoyar el de la cualidad: «no debéis hacer esto porque lo hace todo el mundo y si lo hacéis vosotros, sois unos conformistas; debéis hacer lo que os distinga de los demás, porque el hombre solamente se realiza plenamente en los actos de responsabilidad innovadora»).

Pero existe también una retórica consoladora, que se apoya en la retórica del sentido b como depósito de cosas conocidas y adquiridas y finge informar, innovar, simplemente para excitar las expectativas del destinatario y, confirmando sus sistemas de esperanzas, hacerle consentir en lo que —consciente o inconscientemente— ya estaba de acuerdo.

III. La retórica como depósito de fórmulas adquiridas

III.1. En la acepción b, la retórica (depósito de formas adquiridas) es un inmenso almacén de soluciones codificadas, es decir, de fórmulas. Llega a aglutinar incluso ciertos códigos que

tradicionalmente no habían sido clasificados en el ámbito de las convenciones retóricas, tales como: 1) Soluciones estilísticas ya experimentadas y que precisamente por ello a los ojos del destinatario connotan “artisticidad” en bloque (el arte kitsch se basa en el uso de estos sintagmas con valor estilístico adquirido; en vez de proponer formas nuevas, halaga al público proponiendo formas ya experimentadas y cargadas de prestigio) [confróntese Eco, 1964]. 2) Sintagmas con un valor iconográfico fijo, tal como aparecen en los mensajes figurativos en los que “natividad” se connota a través de una disposición de los personajes que obedece a ciertas reglas y convenciones; la “realeza” se sugiere por medio del recurso a posiciones y elementos de ambientación que constituyen un “lugar común”, etcétera). 3) Connotaciones prefijadas con valor emocional fijo: la bandera en un campo de batalla, la referencia a la familia o al amor materno, términos como “honor”, “patria”, o “valor” (la prueba de que el término tiene un valor emocional prefijado la da una simple conmutación del significante sin que se altere mucho el significado, como cuando decimos “país” en lugar de “nación”). 4) Pruebas extra-técnicas (como las llama Aristóteles), es decir, el recurso a soluciones de efecto emotivo seguro, más allá del valor comunicativo de los signos.

III.2. Los artificios aptos para provocar emociones no deberían catalogarse fuera de los sistemas de signos, ya que los signos tienen entre sus funciones propias, la de provocar emociones; más allá de los sistemas de signos sólo podrían existir estímulos. Una cebolla me hace llorar a título de estímulo, en cambio, la imagen de una escena desgarradora me hace llorar cuando la he percibido como signo.

No obstante, existen algunos sistemas de estímulos, sobre todo en las artes visuales, que funcionan como signos sin que aparentemente puedan ser codificados como tales, aunque susciten emociones. Estos estímulos pueden provocar: 1, reacciones inconscientes (son aquellos símbolos que el psicoanálisis clasifica, bien como símbolos del lenguaje personal del enfermo, bien como símbolos arquetípicos); 2, reacciones senso-motrices (estímulos violentos, como una luz que hace parpadear, o un grito repentino que sobresalta).

Este tipo de estímulos puede ser considerado: a) desde el punto de vista del destinatario; b) desde el punto de vista del emisor. a) Desde el punto de vista del destinatario, evidentemente se trata de condicionamientos extra-semióticos, pero que intervienen para determinar la selección de subcódigos connotativos para descodificar los aspectos ségnicos del mensaje: disponen emotivamente para

interpretar el mensaje de cierta forma, y por ello se introducen en el circuito comunicativo. b) Desde el punto de vista del emisor, hemos de suponer que articula estos estímulos porque conoce sus efectos. Por lo tanto, los articula como signos, a los que asigna una respuesta codificada y los dispone para promover determinadas selecciones interpretativas en el destinatario. Aunque en su destino no aparezcan como signos, en su origen se manipulan como a tales y por ello, su organización debe ser estudiada siguiendo la lógica del signo. Probablemente podrían llegar a ser definidos en términos de oposiciones y diferencias (sonido agudo -grave, rojo de fuego contra verde esmeralda, excitación contra calma, etc.).

En todo caso, se consideran sistemas de estímulos presignificantes y se utilizan precisamente porque han sido codificados como tales.

En otros términos, cuando en un intervalo televisivo se intercalan escenas de agua corriente y borbolleante, estas imágenes, además de denotar «agua» sirven de estímulos que predisponen a la calma y a la distensión; pero la semiótica sólo puede tomarlas en consideración cuando el emisor ha utilizado el estímulo como convencionalmente capaz de producir determinados efectos. No queda excluida la posibilidad de que, al menos en determinados arquetipos suficientemente teorizados, el mismo destinatario los entienda como signos convencionales y que al reconocimiento siga su efecto inconsciente.

De todas maneras, diremos que la comunicación es vaga (y la diferencia entre los significados pretendidos por el emisor y los que introduce el destinatario se acentúa) cuando el sistema, o el pseudosistema de los estímulos presignificantes no está controlado o no puede estarlo.

Todo ello prescindiendo de la hipótesis de que las señales sensomotrices y la misma dinámica de lo inconsciente puedan ser descritos en los términos de la teoría de la comunicación.

En este caso, la lógica de los estímulos sería la misma que la de los signos explícitos y convencionales y por lo tanto, hemos de examinar unos y otros independientemente de la intención y conocimientos del emisor y del destinatario.

Por ello, algunas corrientes del estructuralismo con base psicoanalítica (como la de Jacques Lacan), intentan buscar para los comportamientos del inconsciente el mismo tipo de reglas que rigen los códigos convencionales (que así se convertirían en profundamente

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