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I. De la señal al signo
2. El universo del sentido
I. De la señal al signo
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I.1. Supongamos que el destinatario del mensaje que procede del embalse no sea una máquina, sino un ser humano.
Conociendo el código, sabe que /ABC/ corresponde a «punto cero» y que las otras señales corresponden a otros niveles de mínimo y de máximo peligro.
Supongamos ahora que el hombre recibe la señal /ABC/. En este caso, comprenderá que el agua ha llegado a nivel 0 (peligro), pero no se limitará a ello. Por ejemplo, puede alarmarse. Esta alarma no puede ser catalogada entre las reacciones emotivas independientes de los fenómenos de comunicación, porque se funda precisamente en un fenómeno de comunicación. Para él, el símbolo ABC, puro acontecimiento físico, además de ser el significante del significado denotativo «nivel 0», denota «peligro». Con la máquina, esto no sucedía; la máquina recibía /ABC/ y de acuerdo con ciertas instrucciones, reaccionaba de manera adecuada. Recibía una información, no un significado; la máquina no sabía lo que significaba /ABC/, no comprendía los términos «nivel 0» ni «peligro». Se limitaba a recibir tantos bits computables por el ingeniero que cuidaba de las posibilidades de transmisión a través del canal, y actuaba en consecuencia.
A nivel de la máquina, estábamos todavía en el universo de la cibernética, que se ocupa de las señales. Al introducir al hombre hemos pasado al universo del sentido. Ha quedado abierto un proceso de significación, porque la señal no es únicamente una serie de unidades discretas, computables por bits de información, sino que es también una forma significante que el destinatario humano deberá llenar con un significado.
I.2. Veamos si es posible, en una primera aproximación, explicar cómo se realiza este proceso de significación. El destinatario humano atribuye un sentido a la señal /ABC/ porque posee un código. Este código, de momento puede considerarse como una lista de equivalencias (entre ellas /ABC/ = «nivel 0»). No es un sistema de oposiciones (como se ha visto en A.1.IV.2.). Más bien es la regla de equivalencias, término por término, entre dos sistemas de oposiciones: uno, el de las señales (según el cual /ABC/ contrasta en el sistema de las demás señales) y el otro, el de los niveles (según el cual, /nivel 0/ contrasta en el sistema de los demás niveles y se diferencia, por ejemplo, de /nivel +1/).
Al código que posee el destinatario lo podemos llamar código denotativo. Pero aquél ha de poseer otro código, que construye sobre la base del precedente. En realidad, «nivel 0», que era el significado denotado por /ABC/, se transforma a su vez en un significante /nivel 0/ = «peligro». El significado «peligro» pasa a ser elemento de un nuevo sistema de valores (por ejemplo, /peligro/ vs. /seguridad/) que se convierte en el significado connotativo de un significado denotativo subyacente. La relación entre denotación y connotación se presenta como un sistema de superposiciones que puede expresarse gráficamente de esta manera:
s S
s S
s S
Supongamos que nuestro destinatario humano, una vez recibida la comunicación de «peligro» la asocia inmediatamente con la conjunción «tocar alarma». En este caso, hemos de suponer que en su patrimonio de saber se ha integrado otro código connotativo que le permite establecer una relación de equivalencia entre /peligro/ y «tocar alarma». Naturalmente, hablamos de código en la medida en que esta equivalencia ha sido institucionalizada (es decir, que no se tienen en cuenta las reacciones idiosincrásicas del destinatario, que bien pudiera haber establecido una equivalencia muy personal debido a una
perturbación psíquica, entre /peligro/ y «espera exultante de una catástrofe»).
Por otra parte, el destinatario podría haber aceptado otra equivalencia institucionalizada: la señal de peligro no le connota el tener que tocar la alarma, sino disponer determinadas operaciones técnicas encaminadas a reducir el peligro. En tal caso, aplicaría otro código connotativo que impondría la equivalencia /peligro/ = «levantar la compuerta X». Cada uno de estos códigos no excluye el otro. El destinatario puede poseer dos códigos que funcionan al mismo nivel alternativamente, y decidir cuál de los dos debe utilizar en la situación en que se encuentra. De esta manera, hemos introducido un nuevo concepto, el de la situación en que se recibe la comunicación: la situación se presenta como un contexto extrasemiótico que determina la elección de un código con preferencia a otro..
Si bien los dos códigos connotativos de que hemos hablado son alternativos, el código denotativo de base parece que no lo es: /ABC/ significa «nivel 0» para todos los que poseen el mismo conjunto de nociones. Así pues, podemos establecer que existe un código denotativo básico sobre el cual se construyen otros códigos menores, con frecuencia opcionales (y que hemos llamado connotativos), los cuales se han de considerar como subcódigos. Al patrimonio del saber de un comunicante pertenecen un código y una serie de subcódigos cuya elección (para dar sentido a un mensaje) está determinada por una serie de circunstancias extrasemióticas (de momento) y que pueden resumirse en dos categorías generales: la situación de comunicación y el conjunto del patrimonio del saber que permite al destinatario elaborar las valoraciones y las selecciones correspondientes.
I.3. Todo lo expuesto se refiere al caso de que en lugar de un destinatario-máquina, pongamos un destinatario-hombre. Como hemos visto, se pasa del mundo de la señal computable por unidades de información física transmitida al mundo del sentido (cualificable en términos de connotación y denotación). Pero lo que hemos dicho nos ayuda también a comprender lo que sucede cuando —en lugar de la fuente-acontecimiento físico y del transmisor-máquina— ponemos a un ser humano.
En tal caso podremos decir que fuente y transmisor se identifican en el hombre, el cual se conviene en el emisor del mensaje (aun cuando en el propio emisor puede distinguirse el cerebro como fuente y el aparato fónico como transmisor).
Pero cabe preguntarse si, cuando el hombre habla, es libre de comunicar todo lo que piensa o está condicionado por el código. La dificultad de identificar nuestros pensamientos solamente en términos lingüísticos nos hace sospechar que el emisor del mensaje es hablado por el código. Los mecanismos, los automatismos del lenguaje impulsarían al que habla a decir determinadas cosas y no otras. En este sentido, la verdadera fuente de la información, la reserva de información posible, sería el mismo código. Recordemos que el código es un sistema de probabilidades superpuesto a la igualdad de probabilidades de la fuente, pero a su vez es también sistema de igualdad de probabilidades respecto a una serie no infinita (en el sentido de un infinito discreto) pero muy amplia de mensajes posibles.
Este problema esta en el fondo de la reflexión filosófica sobre el lenguaje, y ha sido abordado de maneras distintas. De momento lo dejaremos de lado, y definiremos al emisor como a un parlante sometido a todos los condicionamientos biológicos y culturales del caso y del cual se puede sospechar que en la mayor parte de las situaciones habla por los automatismos del código [cfr. por ejemplo, Lacan, 1966]. No obstante, cuando nos ocupemos del emisor lo identificaremos con la fuente de la información (al menos en el sentido de que, aun hablando por el código, el que habla superpone las reglas y el sistema de probabilidades del código a la riqueza de informaciones posibles y que se hubieran podido generar de no haber sido controlado por éste).
I.4. Este análisis explica de manera elemental toda la complejidad del proceso que da sentido a un mensaje. Pero ninguno de los términos que hemos utilizado (significado, denotación, connotación, código, subcódigo, situación, patrimonio del saber) ha sido definido. Todo lo más, se ha indicado la posición de cada una de estas entidades semióticas en el proceso de comunicación, pero no hemos dicho qué son.
La definición rigurosa de estas entidades es una tarea tan difícil que se puede afirmar que ni la lingüística, ni las ciencias de la información, ni la semiótica en general, han conseguido definirlas con la exactitud