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El huérfano

EL HUÉRFANO

No importa lo mucho que escriba el novelista o divague el poeta. Nadie, sólo el huérfano sabe lo que pesa y dura hasta el último final la orfandad.

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El huérfano debe combatir solo y aparte contra el mundo, el dolor, la vida —esa pesadilla atestada de gentes y de ruidos, de befas e ironías de cuchillo— .

Allí está, tan cerca del odio, del desprecio, del abuso. En sus ojos hay no sé cuánta muerte, cuánta soledad, cuánta pereza andada en desconfianza. Hay no sé cuánto. No sé cuánto… II

—Respiro un solvente impregnado de sueños en el que se han vertido los juegos de color en movimiento que el desamparo, con la inocencia, me arrebató: esclavo de un de un de trapo roto. Y ese trapo roto soy yo.

Entre ellos, una estopaes sólo eso. Para mí, media naranja es una máscara, pues en sus calles no quieren verme.

Este hueco en el concreto es mi trinchera.

Porque no tengo nada, porque para míno hay mañana, hoy bajo el puente donde he vuelto a comernada, el áspero vapor inhalo y me esfumo hasta no verme.

PERRO DE LA CALLE

Husmeando un basurero, con el hocico sucio, hay un perro sin amigo, sin nombre y sin hogar. Las costillas se pegan a su piel luciendo igual que un clavicordio primitivo: ¡es casi un esqueleto andante!

Sus ojos enfermos supuran lagañas verdosas. Grandes garrapatas (lapas vampirícas, botones de sangre henchidos) le absorben los escasos nutrientes adheridas al pellejo por la sarna herido.

Sus patas enlodadas por el errar nos traen ideas de lo que vivir sin tener a donde llegar es.

Su cola, sus orejas mutiladas, nos revelan que alguien, alguna vez, creyó poseerlo y dispuso de él como de un juguete vivo.

Sus patas arqueadas tiemblan ahora en el frío como lo harían dos carrizos en el légamo.

Quisiera recordar su tierna indigencia, su infancia canina de la calle, su desasosiego en los dominios del mal, en este apretado y rojo cinturón de miseria.

Hoy anda por aquí, saluda con una mirada lastimosa, quitado de toda la pena que es élmismo. Pero tal vez el exterminador, esta misma tarde, venga por él a aplicar con electrodos en su cabeza la nueva ley de “Cero tolerancia”. ¿A dónde van los perros de la calle cuando mueren? ¿Hay un cielo que los espera, abierto, por todo el martirio que realizaron en vida?

Incapaz de llevarme su fotografía, dibujo con letras esta calcomanía adherida a este panfleto que el viento lleva de esquina a esquina, de mano alsuelo.

Estampa que, para cumplirse a sí misma,

sólo la voluntad de la lectura salvadora espera.