
2 minute read
CUARTO OSCURO
from Ágora número 31
by Ágora Colmex
Carmen Macedo Odilón
“estás Loca, yo no sé qué piensa la gente de tu edad… Lo hubieras tenido y me lo dabas… Yo no te eduqué así. ¿Y luego qué?, ¿estabas abierta de patas en la mesa de un cuarto oscuro, desangrándote y nosotros, tu familia, sin saber? ¿Qué tal si te hubieras muerto?... Estás loca, bien pinche loca…”
Advertisement
Dijo tu madre, quien repudia lo que hiciste, Alejandra. Luego te advirtió callar porque “así” ya nadie te iba a querer.
¿Preguntó si te dolió? ¿Si le contaste “al padre” o si ya te repusiste? No, Alejandra, no te tuvo compasión porque tú misma no se la tuviste a “tu hijo”.
¿Cómo duermes por las noches, Alejandra? ¿Sigues pensando en la culpa?, ¿recreando todo de nuevo?
La especulación, después las náuseas matutinas que fueron la última irregularidad de tus ciclos anacrónicos. La duda, luego la prueba de embarazo, luego otra porque mojaste mucho la primera y pensaste que lo habías arruinado, fnalmente la digital. Entonces… la negación.
¿Pasaste muchas noches en vela, Alejandra? ¿Te dieron miedo las semanas que podrías tener de embarazo? ¿Qué hiciste luego de saber que esperabas un hijo?
En tu cuarto, después de medianoche, con el celular bajo las cobijas, buscaste si ya tenía corazón en el día uno o hasta la semana ocho, u once porque los “expertos” en las redes sociales no se ponían de acuerdo. Que si siente o no, que si habla o no...
¿Y tú qué querías hacer, Alejandra? ¿Por qué no se lo dijiste a nadie?, ¿tanto miedo tenías?
Decidiste no seguir. ¿Buscaste la clínica en internet o la viste en la calle?, ¿llamaste a pedir informes o fue una cita a ciegas?, ¿acudiste sola?, ¿y ese religioso de la puerta que te pidió no tomar el camino del asesinato? Recuerdas haber querido quitarle su pancarta, hacerla pedazos y obligarlo a tragarse cada uno de ellos. Sin embargo, entraste a la clínica, Alejandra, más convencida que antes.
¿Estuvo frío el gel que te pusieron en el vientre? ¿Viste al bebé en el ultrasonido? A las ocho semanas, lo más que distinguiste fue una mancha que no se parecía a lo del internet: ni dedos, manos, cabeza o “épale mi piernita”.
¿Te abriste de piernas y te metieron un gancho? o ¿te rasparon?, ¿hubo mucha sangre, Alejandra? Te dieron el medicamento y fuiste a casa con las indicaciones, el seguimiento y número de emergencia.
¿Lloraste, Alejandra? No, pero te dio la impresión de que todos te miraban y aquel religioso seguía pidiendo por ti. ¿Agachaste la cabeza? No. Tuviste antojo de una nieve y la comiste antes de lo demás.
¿Gritaste, Alejandra? ¿Nadie preguntó por qué te encerraste a media tarde en un cuarto oscuro? ¿Te retorciste por los fuertes cólicos? ¿Sangraste? Sí, mucho, hasta que lo expulsaste. ¿Viste con detenimiento a tu hijo? Nunca lo llamaste así, era una cosita babosa del tamaño de una uva.
¿Cómo dormiste, si dormiste, esa noche, Alejandra? Tranquila, porque todo había acabado.
¿Por qué le contaste a tu madre?, ¿creíste que ella lo entendería?, ¿que haría a un lado su devoción y los preceptos de su dios imaginario para abrazar a su hija? ¡Ay, Alejandra, hasta parece que no la conoces!
¿Te arrepientes de no haber pausado tu residencia escolar, ni haber tenido un hijo que no querías por fallo del método, Alejandra? ¿Lamentas no haberle contado a “aquel”? No, no y no
¿Te cuento algo, Alejandra? Yo no me arrepiento de nada y tal vez no te lo dices muy seguido, pero te quiero y te admiro a diario, cada vez que te observas al espejo.