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AUTOANONIMATO

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PRECISIONES

PRECISIONES

Luis Fernando Cervantes Ramírez

en sUs ansias de lograr la eternidad comprendió que, sin un talento natural, nada podía hacer para perdurar en la mente de la gente. En su enciclopedia de grandes escritores —libro que descubrió un día por casualidad en el viejo librero de su padre— veía los retratos, bustos y fotografías que perpetuaban la efgie de sus creadores. En sus primeros intentos de narrar la vida, tuvo la sospecha de que ese no era el camino para él, pero fue necio. Años más tarde, sus esfuerzos en talleres y cursos revelarían poco a poco que, por más mejoras, no lograría pasar del montón. Sus torpes palabras no podían refejar el alma de su creador ni en las manchas de tinta ni en los blancos surcos que alimentaban éstas. Pese a sus avances, ningún relato logró cimbrar a sus lectores que no iban más allá de unos cuantos amigos y familiares. Ellos lo miraban con un cariño melancólico, semejante al sentimiento de regar un árbol navideño, el cual estará completamente seco para cuando se quiten las alegres luces multicolor.

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Secci N Literaria

Un día, como por mera curiosidad, se paró en la plaza pública con su ejemplar de la Teogonía de Hesíodo —también sustraído de la biblioteca paterna— y comenzó a leer a la inversa. Otro juego más entre sus iniciativas reiterativas para alcanzar la fama, pero esta vez dio en el blanco; o más bien, en congruencia con su experimento regresivo, el blanco dio en él. De la multitud de su colonia pasó a las tertulias y de ahí a ser objeto de reseñas y análisis dentro del mundillo de los literatos de su época; sus contemporáneos quienes, en sus inicios, se mostraron tan exigentes. Según quienes leyeron sus obras, sus cuentos —antes tan comunes, cotidianos y mundanos— vistos al revés se transformaron en textos crípticos, misteriosos y llenos de un esplendor que ya no refejaba las ideas sobre un fondo blanco, sino sobre ventanas negras para superar el mundo ilusorio de las dos dimensiones del papel. Según el autor consagrado, contrario al caso de los grandes nombres del diccionario de escritores, en su obra, los lectores no encontraban la interpretación del mundo por una cabeza ajena, sino un espejo de obsidiana que les mostraba sus propios temores, esperanzas y sueños efímeros. Desde los ofcinistas que pasaban apretones y bochornos en el transporte público, hasta los jóvenes universitarios con sus cervezas en mano, todos escuchaban al orador en el mal llamado jardín de las delicias.

Pero su mayor prodigio fue justo su condena. Sus familiares afrman que fue una gran ironía que el Alzheimer lo hundiera en las sombras del autoanonimato al fnal de sus días. Pero yo creo que, de tanto representar a los otros, terminó diluyéndose a sí mismo para vivir en el corazón de los demás. De cualquier forma, su nombre nunca será olvidado.

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