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TEMPLANZA

TEMPLANZA

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Dr. Mario Gómez Grimalt Secretario de Prensa CMT

Desde antiguo, la humanidad se dejó llevar por las pasiones. Es decir, sentimientos intensos que escapan a la razón, que producen un desborde emocional tan grande que impide razonar, con ideas desordenadas, no se piensa con claridad y las decisiones se toman por impulsos. Para Aristóteles la pasión pertenece al ámbito del placer y no las considera malas si es que pueden estar dominadas por el intelecto. Pero dentro de las pasiones enumera al deseo, temor, cólera, envidia, audacia, gozo, amor, piedad, pesar, odio y emulación. A lo largo de la historia cada una de estas pasiones llevó a expresarse en extremo, como guerras, muertes por envidia, odios ancestrales entre familias, hasta dejarse morir de amor como se relata en muchas novelas en donde no hay correspondencia sentimental. Distinto es cuando se analiza el objeto de la pasión, por ejemplo pasión por la música, la lectura, donde el sentimiento se vuelca en placer porque su elección ha sido racional y da como resultado un enriquecimiento tal que puede ser transmitido a quienes pueden alcanzar y percibir esas virtudes que tienen los dotados de estos talentos. Como vemos, las pasiones pueden conducirnos a extremos de armonía o de caos. Por suerte los seres humanos

contamos con un arma poderosa llamada templanza, una virtud muy olvidada, que es moderación y control de pensamiento, de los afectos, muy necesaria por ser un camino positivo para el dominio sobre uno mismo y sobre lo que el mundo y la realidad social nos ofrecen a diario. Los médicos antiguos consideraban que estábamos regulados por cuatro humores llamados temperamento y que el desequilibrio podía encender pasiones desenfrenadas dado el carácter irracional que las conducía. Este cuadro se repitió siempre, en cada parte de la historia aparecen conductas similares y pensadores que tratan de explicar su origen y su solución. Actualmente está el concepto de inteligencia emocional, que nos enseña a descubrir nuestras emociones y sentimientos, reconocerlos y manejarlos creando motivaciones propias. En fin, como decía San Agustín, la templanza es el dominio firme y moderado de la razón sobre las pasiones y sobre los otros movimientos desordenados del alma.