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La entrevista a Emiro Urdaneta

La gran tragedia del lago

En el año 1957 (a veinte años de la tragedia de la “Ana Cecilia”), el señor Emiro Urdaneta, uno de los sobrevivientes del naufragio, en entrevista ofrecida a un reportero de Panorama, refería sobre el tema lo siguiente:

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“Nunca se pudo precisar el número de pasajeros , ni tampoco se pudo precisar jamás el número de víctimas que arrojó el inesperado desastre”. (Panorama, 08-08 57: p. 18),

Según Emiro Urdaneta fueron tres las horas patéticas en las que se vio al borde de la muerte como protagonista y espectador al mismo tiempo del drama dantesco que tuvo como esencia la impenetrable oscuridad de la noche y la violencia del lago cubierto de una fuerte tempestad. Sin duda alguna Urdaneta refería que el naufragio lo provocó el exceso de pasajeros y el fuerte viento que se desencadenó esa noche. La embarcación tenía capacidad apenas para 60 pasajeros y esa noche viajaban en el orden de 240 personas, muchas de ellas se vieron en la necesidad de viajar montadas sobre el techo. Urdaneta explicaba al reportero que como la mayoría de los pasajeros él aprovechaba la salida a última hora de la “Ana Cecilia” para retornar el lunes a sus labores, después de aprovechar el fin de semana compartiendo con sus familiares residenciados en Maracaibo. En la entrevista decía.

“ Salimos a las 10 en punto... La piragua enfiló primero rumbo hacia el faro y luego dobló hacia el sur para cortar mejor la violenta marejada.”

A la pregunta ¿ iban muchos borrachos? Que le hizo el reportero respondió:

“ Yo recuerdo que algunas personas iban bebiendo. Entre ellas un amigo mío junto con otros compañeros me dijo que se habían tomado dos botellas de aguardiente y llevaban una patilla para

comérsela en el camino.”

Pocos instantes después de la partida entre los pasajeros cundió cierto nerviosismo ante lo fuerte de la tormenta por lo que muchos solicitaban al capitán que se regresara, pero:

“Arturo Soto desoyó el pedido sensato, estimulado por las bravuconadas de unos pocos pasajeros que querían demostrar su condición de hombres ante la inminencia del peligro.”

Cuando se le preguntó a Urdaneta la hora del naufragio manifestó:

“Mi reloj ha debido detenerse en el momento en que caí al agua, y señalaba cuando estuve a salvo en el puerto las 10 y 15.” Relató también que después de la solicitud de regreso lanzada a voz en cuello por varias personas, el capitán en vez de regresar aceleró aún más la marcha de la piragua y luego subió a la escotilla para tratar de calmar a los pasajeros que se balanceaban en masa al mismo ritmo que llevaba la nave. Uno o dos minutos después se produjo el vuelco. Poco antes la cocina de la “Ana cecilia” se había hundido en el agua y creo que alguien con anticipación se lanzó a las olas previendo la desgracia.”

Tratando de reproducir con marcada exactitud la escena final en el interior de la motonave, continuaba narrando:

“La enorme masa de pasajeros se movía de un lado a otro al ritmo del vaivén del barco. Las voces de alarma se entremezclaban con el golpe de las olas y el trepidar cansado de las máquinas. Mis amigos partieron de un puñetazo la patilla con que coronarían su fiesta...”

Según el entrevistado fue en ese preciso instante cuando se volteó la embarcación:

“ ...Yo recibí un golpe, pero la desesperación y el contacto con el

La gran tragedia del lago

agua salobre estimularon mis fuerzas hacía un único objetivo: salvar la vida.”

Al preguntar el reportero ¿Se salvó nadando?, respondió el sobreviviente:

“Jamás en mi vida me preocupé por aprender a nadar. Siempre he creído que me salvé por obra gracia de la virgen de Chiquinquirá y de la Santísima Trinidad a quienes invoqué con todo el fervor de mi alma.”

Ya en el agua, Emiro Urdaneta sintió el roce de algo a lo que se aferró con todas sus fuerzas y en medio de la oscuridad rogó que se le ayudara para no perecer. Se había aferrado a la ropa de alguien que estaba montado a horcajadas sobre la proa de la piragua volteada. Prosiguiendo con su relato comentaba:

“Ese día yo llevaba pajilla y ropa blanca como era mi costumbre. Aquel hombre piadoso me gritó que me quitara la ropa para que me pudiera defender mejor. El mismo me arrancó a tirones parte de ella, hasta que logré subirme en el casco de la piragua donde había más de 20 personas, pero una repentina marejada los barrió a todos y la “Ana Cecilia” inició un movimiento que dejó visible solamente el bauprés.”

Una vez más el entrevistado fue ayudado hasta alcanzar la cadena del ancla y allí permaneció con el rostro azotado por las olas y el inclemente viento, con el alma conmovida por la angustia.

¿Quién lo rescato de ese sitio? Preguntó el reportero.

“Habían transcurrido más de 3 horas después del naufragio, cuando la oscuridad fue cortada por los reflectores de la ‘Ana María Campos’. Ya antes un monitor petrolero nos había alumbrado con sus faros, pero siguió su camino sin hacer nada por salvarnos. Me lanzaron un cabo para que pudiera llegar hasta la

nave salvadora, pero me faltaron las fuerzas y un marino se arrojó al agua y sosteniéndome por la cintura me condujo a bordo, donde poco a poco se iban reuniendo los que escaparon de la espantosa tragedia.”

El rescate de los sobrevivientes duró hasta las primeras horas de la mañana del día lunes y prosiguió todo el día pero ya con la sola esperanza de recoger las víctimas. En el resguardo se contaron más de cien sobrevivientes muchos de los cuales no aparecían en la lista de pasajeros consignada en ese organismo. En una casa de “Boburito” fueron colocando los cadáveres de más de 70 personas. De ellos 13 no pudieron ser identificados y se les sepultó en una fosa común. Sobre la ciudad y por todo el país se propagó el vivo dolor que desencadenó la terrible tragedia lacustre que a 64 años del suceso aún se encuentra en la memoria de algunas personas. Dentro de los comentarios que se suscitaron a raíz del hecho se decía que la tragedia se terminó de consolidar cuando la piragua luchando contra la ondulante marea y los fuertes vientos en la oscura y fatídica noche chocó sorpresivamente con una cabria (Iguaran, Abraham: informante). Los abuelos de Abraham también le hicieron referencia de una anécdota sobre la piragua en cuestión informándole que luego del naufragio a la “Ana Cecilia” la rescataron y la trasladaron hasta el muelle. Días después, fue varada para restaurarla y hacerle algunas reformas de manera que no fuese reconocida. Para lograr esto último también se le cambió el nombre por el de “La Unión”. Después de los respectivos cambios, en una oportunidad en que un señor de nombre Armando Negrón (familiar de una de las víctimas) que para ese momento contaba con la edad de 24 años, se embarcó como pasajero. En el viaje lo acompañaba un primo que al llegar a su destino, luego de haberse desembarcado le participó que esa piragua era la antigua “Ana Cecilia” reformada. Inmediatamente de haberse enterado y ya en tierra firme, le respondió con estas palabras:

“ Mijo, si me lo decíis allá cuando partimos me embarco con la verga”.