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Las versiones sobre el naufragio

La gran tragedia del lago

Los hechos según las crónicas

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La mayoría de los pasajeros que viajaban en la “Ana Cecilia” la noche fatídica del 8 de agosto de 1937 eran trabajadores petroleros que por la mañana debían asistir a su sitio de trabajo ubicado en los campos petroleros de la costa oriental del Lago de Maracaibo. Algunos cumplían labores en el Central Venezuela, industria azucarera ubicada en el Batey, Distrito Sucre del Estado Zulia, mientras que otros eran comerciantes que vendían sus productos o mercancía en esa zona. Estos trabajadores que tenían a sus familias residenciadas en Maracaibo. Luego de culminar sus labores de la semana llegaban a la ciudad el día sábado por la tarde, por eso acostumbraban a viajar a última hora (por las noches) para poder aprovechar al máximo el poco tiempo que compartían con sus familiares. ( Exp. N° 63 del naufragio de la “Ana Cecilia”, 1937.A.H.Z.). La motonave zarpó aproximadamente a las diez de la noche. Sus pasajeros en su mayoría estaban urdidos en llegar a su destino porque muy temprano por la mañana debían de cumplir con sus labores cotidianas. Estos trabajadores a pesar de que trabajaban en la costa oriental del lago no tenían aún sus residencias fijas en esa zona porque para ese entonces las compañías petroleras apenas si estaban iniciando el proceso de construcción de viviendas para sus trabajadores, por lo que no contaban con suficientes viviendas para designarles a todos su personal. La “Ana Cecilia” tenía capacidad para 112 pasajeros, pero esa noche la cantidad de personas que necesitaban viajar era mayor, tanto era así que sobrepasaba el cupo de la nave. Dado la urgencia de los trabajadores, el dueño y Capitán de la nave:

... “hombre experto en esas lides, aprovechándose de la situación sobrepasó el cupo de pasajeros que le había asignado el Resguardo Marítimo al extremo de permitir más de 200 pasajeros a los cuales fue ubicando sobre el techo, en el lugar donde iba la

carga e inclusive sobre el área donde estaba ubicado el motor...” (Urdaneta, 1988: 181).

Según declaraciones de algunos sobrevivientes, la embarcación tenía a bordo para el momento del accidente más de 220 personas, sin incluir la tripulación que estaba compuesta de diez individuos, pero en la lista entregada por el Capitán al Supervisor de guardia de nombre, Carlos Luis Graterol, solo aparecían registrados justamente 102 que era el cupo real de la nave. Según Barrientos Reinaldo, Graterol no constató la veracidad del listado. A lo que este señor la recibió de parte del capitán se limitó solamente a darle una rápida hojeada, tomó el sello y lo estampó en tres copias. Con este requisito cumplido quedó la nave autorizada para zarpar hacia su destino (Barrientos, ídem). Sobre el mismo punto, Ciro Urdaneta refiere que ese día la motonave ni siquiera cumplió con su horario normal de salida puesto que su salida estaba pautada para las 10 de la noche y sin embargo partió con media hora de retraso. Además de esto:

“...el celador de guardia en el Resguardo Marítimo, Carlos Luis Graterol no le puso ninguna objeción a la lista que registraba solamente 102 pasajeros pero que muchos testigos presentes al momento de la partida de la piragua manifestaron que a simple vista se observaba el exceso de pasajeros. Sin embargo se le dio el visto bueno, colocando su firma a la lista que le presentó Soto por lo que este dio la orden de zarpar...” (Urdaneta, ob cit: 182).

Al momento de la partida, se observaba a los familiares que acudían a despedir a sus seres queridos agitando sus manos a manera de despedida, sin tener la mínima idea de que a muchos de ellos nunca los volverían a ver con vida y quizás ni siquiera muertos. La mayoría de los pasajeros iban en cubierta observando como desaparecían las siluetas de sus familiares, en la medida en que se iban alejando de costa firme. 0tros conversaban mientras se tomaban algún licor que llevaban consigo. De pronto comienza a soplar un fuerte viento como anunciando un fuerte chubasco. La agitación de las aguas y el oleaje lacustre se hacían cada vez más fuertes por lo que la piragua se empezó a agitar fuertemente de lado y lado cual pez recién sacado del agua. Los viajeros que

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aún se encontraban en cubierta sentían como se mecían de un lado a otro sin poder hacer absolutamente nada. Esta situación los desesperó tanto que comenzaron a dar gritos y aterrorizados le pedían al capitán que devolviera la piragua. El dueño de la nave, acostumbrado a franquear este tipo de situaciones no percibía ninguna señal de peligro por lo que optó por ordenarles que se calmaran y que trataran de quedarse lo más quieto posible, La tranquilidad del capitán preocupó aún más a los pasajeros que entre sus desesperación no hacían más que gritar y llorar ante la desgracia que les esperaba. En vista de esto el capitán obligó a los pasajeros a bajar y según palabras de algunos sobrevivientes expreso:

“Lo que deben hacer es acostarse” y finalmente los amenazó con un tiro sino cumplían sus órdenes.” (Urdaneta, ob. cit.).

En el enfrentamiento de los pasajeros con la tripulación la piragua no soportó más la fuerza del viento y de las olas. Se fue inclinando cada vez más de un solo lado hasta que sucedió lo inevitable. La “Ana Cecilia” se fue a pique en medio de la tempestad que cada vez se hacía más violenta, hundiendo lentamente en las aguas del lago (Urdaneta, ídem). Todo era un caos entre las tinieblas de la noche y el mal tiempo. En medio de esa oscuridad nada era posible, los gritos y los llamados de socorro se confundían. Muchos quizás no sabían nadar e inmediatamente desaparecían en las oscuras aguas del lago. Otros tantos se mantenían a flote esperando ser rescatados por alguna nave o canoa que los pudiese avistar. Algunos tuvieron la suerte de apoderarse de uno de los pocos salvavidas con que contaba la piragua o de un pedazo de tabla que antes del hundimiento había sido parte de la estructura de la nave. Supuestamente muchos se salvaron porque pudieron abordar un cayuco que fungía de barco salvavidas de la “Ana Cecilia” (Urdaneta, ídem).

Ciro Urdaneta bravo (ob. cit,) también recoge en su crónica sobre la “Ana Cecilia” el caso del sobreviviente Noé Negrón, pero difiere un poco de la versión anterior, cuando dice que, este sí pudo llegar nadando a tierra, pero con la ayuda de una tabla que se encontró y que cuatro horas después de avisar este señor se movilizaron varias lanchas y piraguas a motor. El cañonero “ José Félix Ribas” fue la nave que se encargó de remolcar antes del amanecer

a la “Ana Cecilia” hasta los muelles de “La Ciega”, así como también la prensa reseña que la primera lancha que hizo contacto con los náufragos fue la “Ana María Campos”. Otro caso que refiere el mencionado cronista fue el de una mujer que era buena nadadora (según comentarios posteriores) y fue rescatada por la tripulación de la lancha “Ana María campos”, pero su desesperación por no poder encontrar a sus dos hijos pequeños, la llevó a lanzarse de nuevo al lago, pero esta vez sí desapareció en la oscuridad de la noche. Luego se corrió la noticia de que los niños fueron rescatados vivos. La versión del último caso se presta a dudas. Su origen supuestamente está en los comentarios muchas veces inventados por algunas personas que en casos como este se encargan sin una razón lógica de tergiversar los hechos. Mi comentario al respecto está basado en la revisión, estudio, y análisis de los documentos oficiales existentes sobre el naufragio. Lo que me permitió concluir que: en primer lugar, en la noche de la tragedia de la “Ana Cecilia” no viajaban

Dibujo ingenuo sobre la tragedia de la Piragua “Ana Cecilia”, cortesía de su autor. Dr. Vinicio Nava Urribarrí, Capitán © de la Marina Mercante, Locutor y Doctor en Derecho. Año 2005

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niños ya que ningún documento hace referencia sobre pasajeros menores de edad, además de que en la lista de pasajeros, ni en los expedientes de las víctimas aparecen reseñados niños. En segundo lugar, en la nave siniestrada apenas si viajaban dos mujeres, una de nombre María Concepción Báez, soltera, que vivía en concubinato y tenía cuatro hijos y no dos como lo indican algunas versiones, su oficio era lavandera y si se dirigía a su sitio de trabajo, no podía entonces estar viajando con sus hijos. La otra mujer era Efigenia Ordóñez de la cual lamentablemente no se encontró ningún expediente que nos pudiera aportar información sobre su estado civil, profesión u ocupación, si tenía hijos, familiares, etc. Sin embargo en el diario panorama del día 10- 08-37, aparece una noticia sobre los sucesos donde aparece reseñado que fueron rescatados vivos de las oscuras y revoltosas aguas del lago dos niños que viajaban en la “Ana Cecilia”. Por otra parte, en conversación sostenida con el Dr. Vinicio Nava Urribarrí, sobre el caso de los niños, me refirió que los dos fueron salvados por su madre y uno de ellos tuvo una visión sobrenatural al ver en el cielo la imagen de su propia madre que se iba esfumando lentamente y según las versiones recogidas, esta señora luego de salvar a sus dos hijos, como era buena nadadora, se lanzó de nuevo al lago supuestamente para salvar a su esposo, pero murió ahogada en el intento. Volviendo al tema de la tragedia, las unidades de rescate laboraron sin descanso durante varios días recogiendo los cadáveres de los pasajeros dispersos en el lago, que perecieron en el naufragio. Los cuerpos los fueron acumulando en las playas de “Boburito”, al lado del malecón.