-¿Por qué?, ¿tuvo que viajar de prisa? –inquirió a seguir. -En realidad, no. La verdadera causa del atraso, fueron las sotanas. El hombre me miró un poco trastornado y creo que se quedó sin comprender mi alegato, pues su mirada incitaba a que continuase relatándole el caso. -¿A ver?, cuéntenos como fue. -Resulta que yo fui a visitarla un poco antes de su marido fallecer. Cuando fui conducido al dormitorio, el hombre estaba arropado en su cama, sudando bajo las mantas o acaso gimiendo al tener que soportar los últimos estertores de su enfermedad. Pero no estaba solo – pronuncié con acentuación melodramática. -Lógicamente, estarían: su esposa, sus hijos, otros allegados –quiso adivinar Pierre, mientras percibí que se deleitaba con mi narración. -La verdad, no. En aquel momento el moribundo estaba franqueado por cuatro frailes que rodeaban su lecho y hacían aspavientos con sus manos, mientras rezaban oraciones, echaban agua bendita al enfermo y elevaban plegarias a Dios por la salvación de su alma. Y pese a las circunstancias, aquella era una escena tragicómica. Daba para notar que había algo de artificial en aquellos monjes Logogrifos en el Vagón del “The Ghan”
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