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Carlos B. Delfante

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Cuando la edad enfría la sangre y los placeres son cosa del pasado, el recuerdo más querido sigue siendo el último, y nuestra evocación más dulce…, la del primer beso. Lord Byron

ÍNDICE Flashes Mundanos

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El Enigma de la mujer

5

Día de Azar

17

El Superdotado

31

Jugadora Audaz

42

Comprobación Matemática

54

Mañas de Paisano

68

Por Causa de la Jaqueca

86

Opinión Irrefutable

97

El Retrato

108

Ímpetu Juvenil

118

El Enanito y el Ganso

128

Los Náufragos

143

Conflicto de Intereses

157

Acto de Resentimiento

168

Nota del Autor

176

Biografía

177

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Cuando crezcas, descubrirás que ya defendiste mentiras, te engañaste a ti mismo o sufriste por tonterías. Si eres un buen guerrero, no te culparás por ello, pero tampoco dejarás que tus errores se repitan. Pablo Neruda

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El Enigma de la Mujer

Un determinado día, un joven muchacho se hallaba conversando relajadamente junto a la rueda informal de varios familiares, en la cual, inclusive, se encontraba también su viejo bisabuelo. El anciano, mientras tanto, prefería permanecerse silencioso prestando atención a las conversaciones sobre las historias de juerguistas que ellos narraban. Los miraba quieto, silencioso con aquel par de ojitos marchitos escondidos atrás de parpados arrugados que ni la piel de los perros Shar Pei, mientras mantenía una expresión imperturbable estampada en su ajado rostro.

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Con el correr de los minutos la entretenida plática se fue extendiendo en los más diversos temas posibles, pero obviamente, como siempre ocurre en una reunión entre hombres, ésta luego terminó derivando en asuntos sobre las preferencias explicitas de hombres y sobre las diversas teorías de “cómo saber realmente lo qué es, que la mujer realmente quiere ser en la vida”. Al abordar el tema, el viejito, que se encontraba sentado en su cómodo silloncito de mimbre, manteniendo el bastón preso entre sus rodillas y con las manos deslucidas entrelazadas sobre el mango del cayado, como si pretendiese con dicha postura mantener el equilibrio del cuerpo y la rigidez de la columna vertebral, se antenó. De repente él tosió, carraspeó, largó una flema en un intento de clarear la garganta, y a continuación hizo sonar su voz frágil dirigiéndose a su bisnieto: -Querido Miguelito. La verdad sobre las mujeres… ¡Tú no la conoces!... Y son muy pocos los hombres en el mundo… ¡los que han alcanzado a comprender el dilema!

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Las palabras y las risas dieron de inmediato lugar a un sepulcral silencio en el ambiente, y todos juntos, sin excepción, volvieron sus rostros hacia el lugar donde se encontraba el sabio anciano para, atentos y ensimismados, descubrir por su boca cuál era la razón que él desvendaría después de su repentina interrupción. -¿Y por acaso usted la sabe?... ¡Abuelo! –se escuchó que alguien del grupo preguntaba, y cuya voz indicaba que se sentía estupefacto al darse cuenta que el anciano estaba al tanto del significado de aquella frase. -Si ustedes tienen paciencia y quieren escucharme… Se los diré con mucho placer -les respondió el viejito en un tartajeo. -¡Si! ¡Sí! Cuéntenos -se escuchó pronunciar a casi todos al unísono, incentivando al abuelo a que les contase la tal disyuntiva sobre el tema que estaban discutiendo. -Hace mucho tiempo… Mucho, cuando yo aún era joven y fui a luchar en la guerra… Estuve en un país lejano…, y fue allí que alcancé a descubrir la verdad… -enunció el viejito con su voz desvigorizada, mientras captaba la atención de los presentes. -¿Y por casualidad, eso ocurrió con usted? ¡Abuelo! –alguien interpeló, impacientemente.

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-¡Pero joder! -él rezongó poniéndose más tieso-. No me interrumpan… Ya lo sabrán a su tiempo… -protestó subiendo el tono de voz. -¡Disculpe!, es que no alcancé a comprender si eso le pasó a usted, o fue… -comenzó diciendo el mismo del grupo que había interrumpido antes, mientras de inmediato resuena un -¡Shhhhh! Déjenlo hablar, gente… ¡Por favor! -En realidad, era una leyenda que contaban los de ese pueblo… -comenzó a narrar el anciano-. Algo que había pasado allí… muchos años antes, quizás siglos… Y decía más o menos así: -El rey Glowertson, que no era más que un jovencito de poca edad…, cierto día salió a cazar ciervos de manera furtiva, y terminó por perderse en el bosque del reino vecino… Para su mala suerte, el monarca de ese otro condado, siendo un hombre con un genio terrible…, pudo haberlo matado en el acto… pues ese era el castigo que aquel rey practicaba con los que violaban las leyes de su potestad -detalló el hombre ante el silencio del grupo.

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-Pero mientras el viejo rey lo interrogaba…, se sintió conmovido al percibir la juventud y la simpatía que demostraba el otro joven soberano. Así que, a cambio del funesto castigo, el viejo rey le ofreció a Glowertson su libertad… El joven se alegró, pero el rey avisó que se la otorgaría siempre y cuando el muchacho descubriese la respuesta para una duda que él tenía. Y fue cuando le dijo: -“Joven Glowertson… te doy el plazo máximo de un año para que me traigas la respuesta correcta sobre ¿Qué es lo que aspira realmente la mujer en su vida?... Si tú no lo haces…, te ahorcaré, te mataré, y después, tomaré todas tus propiedades”, -anunció el abuelo, dando más énfasis a la última frase. La turba, atenta, ni chistó. -Obviamente -prosiguió contando el anciano-, que el joven monarca aceptó de inmediato el desafío; pero indudablemente, semejante pregunta lo dejó perplejo…, pues era incuestionable que hasta para el hombre más sabio le sería imposible contestarla correctamente… Pero mismo así se inclinó en aceptar el reto, en vez de tener que morir ahorcado siendo tan joven. -Más que de prisa, este joven regresó sobrecogido y preocupado a su reino, cuestionándose de que modo haría para descubrir la respuesta.

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-Así pues, no perdió tiempo, y rápidamente comenzó a interrogar a su gente. Le preguntó a la princesa, a los sabios, a los monjes, al capitán de la guardia, al bufón de la corte… en suma, a todos…, inclusive a los plebeyos, pero descubrió que por entonces nadie supo darle una respuesta incontestable. -En realidad, lo único que consiguió de concreto…, fue la recomendación y el consejo de que consultara lo cuanto antes a la vieja bruja de su condado…, ya que todos atinaban a mencionar que sólo ella sería capaz de darle la respuesta exacta…, aunque coincidían en avisarle que el precio que esa hechicera le exigiría, sería bien alto, ya que era famosa en todo el reino por la exorbitancia de los valores que cobraba por sus servicios. -En lugar de obedecer, el joven Glowertson prefirió aguardar por el pasar de los meses, para ver si lograba descubrir por otro lado la tal respuesta. Inclusive, pasó a investigar por sí mismo, haciendo aquella pregunta a todo viajante que atravesaba su reino. -Pero el tiempo fue pasando, y faltando un par de semanas para que venciese el plazo del año convenido con el otro rey…, Glowertson no tuvo más remedio que ir a consultar a la bruja adivinadora. Y así, vencido por el apremio, le contó su emergencia. Flashes Mundanos

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-La hechicera pensó… pensó… y por fin accedió en darle la respuesta correcta, pero con la condición -le dijo ella-, de que primero el joven rey aceptase su precio por el favor que le concedería. -Cuando el rey al fin concordó, ella le dijo: -¡Me quiero casar con Johannson! -¡No!... Es el más noble gentilhombre de mi reino… Es mi consejero particular… ¡Él es mi mejor amigo que tengo! –le respondió rápidamente el rey, sintiéndose desconcertado por la desfachatez del pedido. -Entonces, joven rey, si tú no estás dispuesto a concederme su mano como reembolso por mis servicios… ¡Entonces no hay respuesta! –llegó a expresar la bruja, de manera arrebatada. -El rey Glowertson la miró horrorizado y con medida atención… Ella era feísima, jorobada… tenía un solo diente, despedía un hedor nauseabundo… hacía ruidos asquerosos con la boca… Supuso que nunca se había tropezado con un ser tan repugnante… con una criatura tan repulsiva, y obviamente, eso lo hizo sentirse acobardado ante la perspectiva de tener que pedirle tal sacrificio al amigo de toda su vida…, para que éste asumiese un compromiso que resultaba en una carga de pesar tan terrible -fue narrando el viejito en su tartamudeo. Flashes Mundanos

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-Frente al contratiempo -continuó-, el joven rey fue obligado a contarle la verdad a su amigo Johannson…, quien de inmediato le afirmó que tener que realizar dicho acto, en realidad no resultaba un sacrificio excesivo, mientras que a cambio de él…, su rey preservase su vida, su reino y su amistad. -En virtud del corto espacio de tiempo que restaba para la finalización del plazo concedido, la boda de ellos fue marcada para la semana entrante… Y una vez consumado el casorio, la bruja hechicera, haciendo mención a su sabiduría diabólica, le dijo al rey: -¡Majestad! Lo que toda mujer realmente quiere en la vida, es… ¡Ser la soberana de su propia vida! -¿Estás segura de tu afirmación? -preguntó el rey. -¡Sí, mi gran rey! –ella le respondió precisa, y toda la corte y los súbditos del reino quedaron sabiendo que la bruja adivinadora había dicho una gran verdad…, y por tanto, el joven rey Glowertson estaría libre del castigo prometido… Cuando el jovenzuelo fue a llevarle la respuesta al odioso monarca vecino…, éste comprendió la veracidad de aquella respuesta y le perdonó la vida devolviéndole la libertad.

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-¡Pero! -agregó el viejito abriendo bien los ojosAquella boda y su fiesta fue un verdadero oprobio… Toda la corte asistió en pleno y nadie se sintió más destrozado entre el sentimiento de alivio y la angustia, que el propio rey Glowertson… por haber colocado a su mejor amigo en esa patética situación. -Mismo así, en la boda el joven Johannson se mostró digno, devoto, gentil y respetuoso…, mientras que la vieja bruja…, en medio del banquete, hacía gala de los peores modales que tenía mientras engullía la comida con las manos sin utilizar platos ni cubiertos…, hablando a los gritos, y emitiendo todo tipo de ruidos en cuanto dispersaba olores desagradables entre los convidados. -¿Y qué tiene todo esto a ver con el dilema que nosotros aventamos? –le preguntó Miguelito, que era el bisnieto del anciano, exponiendo las palabras con un acento de desconcierto, al no comprender el significado de la historia relatada. -¡Todo el que se apura, hijo mío… come crudo!... ¡Que joder! –le respondió el anciano, irritado y con su voz monótona y pausada, agregando: -¡Yo todavía no terminé! –le avisó a los del grupo, y luego enseguida prosiguió con la narrativa, sin llevar en consideración la interrupción que le habían hecho. Flashes Mundanos

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-Terminada la fiesta, luego llegó el momento de consumar el acto en la noche de bodas… y Johannson…, preparado para ir al lecho nupcial…, aguardaba anhelante por la llegada de su esposa, a que ésta se reuniera con él… - Algunos minutos después, lo que se presentó ante fue una mujer verdaderamente muy hermosa, más bien con aspecto de doncella…. Realmente, era la mujer más atractiva que un hombre desearía ver y poseer -afirmó el abuelo. -Ja, Ja, Ja, Ja… -todos se pusieron a reír a carcajada suelta, justo cuando uno del grupo pregunta de modo incrédulo: -¡No me va decir ahora, que el sapo la beso! -¡Joder! No terminé, hombres… ¡Esperen! -el viejito expresó alígero y con el ceño más arrugado de lo ya lo tenía, y continuó contando: -El joven se quedó estupefacto y boquiabierto por la belleza que tenía ante sí… y le preguntó lo que había sucedido con ella. La mujer le respondió que como él había sido extremamente cortés e inmensamente fiel a su majestad…, ella, como recompensa a su conducta…, se presentaría la mitad del tiempo con su aspecto horrible… mientras que la otra mitad lo haría demostrando esa fisonomía atractiva que ahora poseía. Flashes Mundanos

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-No en tanto, ella le avisó que había una cuestión que faltaba resolver… y ahora cabía a su esposo decidir con cual semblante prefería que ella se presentase durante el día…, y cual otro designaba para que lo asumiese durante las noches… -Incontinenti, el perplejo muchacho se apresuró a hacer cálculos… llegando a madurar cosas como: ¡Qué pregunta más cruel ella me hace!, y luego preguntarse: ¿Será que quiero tener durante el día, a una mujer adorable… bonita… para poder exhibirla ante mis amigos y mi familia? -Pero a su vez comprendía que al escoger esa opción…, ésta le otorgaba tener que dividir el lecho y la privacidad de la alcoba con una bruja desgreñada y espantosa… -Pero si escojo esa espeluznante bruja para compartir mis días… -caviló el joven-, por otro lado podré tener a ésta bellísima doncella compartiendo todos los momentos íntimos de mi vida conyugal –alcanzó a especular. -Empero, el noble Johannson, dentro de su humildad característica…, replicó que hallaba mejor dejar que ella optase por si misma, en honor al loable comportamiento demostrado por ella esa noche.

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-La doncella, al escuchar las palabras del joven, le anunció que sería una hermosa dama… ¡siempre!… de día y de noche, porque él la había respetado y le había permitido que… “Ella fuese dueña de su vida” -¡Ahora, joder!... Díganme ustedes si son capaces: ¿Cuál es la moraleja de esta historia? –les preguntó el anciano, mientras fue repasando su cansada mirada por el rostro sorprendido de todos los presentes. -¿Qué moraleja…? Esto es un chiste… ¿No era una broma? ¿Pensé que no estaba hablando en serio? –fueron diciendo unos y otros, mostrándose desconcertados por el relato que acababan de escuchar, y por la propia pregunta que el hombre les hacía. Todos se miraron entre sí, sorprendidos, y luego surgió otra vez silencio sepulcral en la habitación, prefiriendo aguardar a que el viejito retomase calmamente la palabra, cuando al fin les dijo: -La moraleja, hijos míos, es que en realidad… “Poco importa si la mujer es bonita… o es fea…, porque, en el fondo… en el fondo… ¡Siempre es una bruja!”

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DĂ­a de Azar

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El hombre era un conceptuado profesional en su área de actuación, reconocido también por sus extravagancias y genialidades en el círculo de amistades que poseía. Incluso, era socio de uno de los más calificados escritorios de abogados de la ciudad, que a su vez mantenía excelentes contactos de representación y asesoramiento con otros bufetes internacionales. Adolfo era un hombre bien apersonado, y hasta un poco puntilloso, podría decirse, aunque algunas veces demostraba tener un carácter arrogante cuando pretendía defender sus derechos. Así mismo, no dejaba de ser un tremendo apasionado por su hobby, al punto de no perderse la oportunidad de poder practicarlo. Así pues, como en la semana entrante el calendario marcaba que había un fin de semana largo, de aquellos en que los días se enmiendan con un día feriado dejando un día muerto en el medio; el hombre pensó que dispondría de cuatro excelentes días para gozarlos con un buen reposo y la práctica de su deporte favorito. Consecuentemente, Adolfo se preparó previamente para poder aprovecharlo al máximo, sin llegar a desconfiar que tal iniciativa pudiera depararle sorpresas indeseables.

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Meticulosamente, en la víspera de su partida, inspeccionó y separó sus pertrechos, revisó su escopeta, las municiones, la bolsa de suministros, las tarjetas de crédito, el dinero, los documentos y autorizaciones de cacería. En fin, todo lo que necesitaba para poder practicar la caza de patos silvestres, su pasión. Sin embargo, lo único que lamentaba, era que ésta vez no podría contar con la presencia de su perro Atila, el fiel compañero de su hobby. En verdad, Atila era un sabueso español de pura raza, con talla media, de tórax largo y redondo, con un esqueleto compacto y de miembros fuertes y fácilmente adaptables a diferentes tipos de terreno. El animal, era muy cariñoso con el hombre, pero esta vez, debido a la necesidad de realizarle una pequeña cirugía en su pata, este se vería obligado a permanecer de reposo en el canil, dejando a su dueño desamparado. Al otro día tempranito, casi de madrugada, Adolfo cargó sus enseres en la camioneta Toyota 4x4 SW de cabina doble; el vehículo que disponía para uso exclusivo en aventuras, y partió diciéndose a si mismo: -¡Ojalá que esta vez tenga suerte! De cualquier modo, creo que pasaré un buen rato y me distraeré -concluyó alegre cuando dio partita a la camioneta. Flashes Mundanos

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Sin embargo, el primer día hábil después de aquel feriado largo, los empleados de la oficina lo vieron llegar medio deprimido, caminando con dificultad, arrastrando una pierna que mal podía apoyar en el suelo, y con el cuerpo medio doblado. -¿Qué le pasó, Adolfo? –fue la pregunta que todos le hicieron al acudir a su oficina en busca de los motivos que lo habían dejado con ese aspecto tan maltrecho. -¡Nada, gente! –regañó entre dientes, mostrando una clara fisonomía de aborrecimiento, y tentando postergar la narración de su epopeya. -¿Cómo… nada? ¿Qué fue lo que te pasó? ¡Adolfo! –le pregunta en tono preocupado, uno de los socios más importantes de su buró. -Después te cuento -le respondió Adolfo con voz de exasperación, mientras se servía un vaso de agua, y retiraba un analgésico del bolsillo de su chaqueta. -Como a ti te parezca… Pero… ¡Si preferís!, nosotros podemos ir para mi escritorio y allí charlamos tranquilos, -le expuso el hombre con astucia, convidándolo a que su compañero le relatase los hechos en particular, sin necesidad de que los otros empleados quedasen sabiendo de sus peripecias.

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-¡Para mi… está bien! Después voy por allá… ¡Ay! –le contestó Adolfo, mientras gemía y hacía una mueca para tragarse el medicamento. Posteriormente, cuando se sintió un poco más aliviado de los dolores, marchó rengueando hasta la sala de su compañero, ya con el propósito de relatarle sus vicisitudes, aunque en el fondo de su alma, aun se sentía sumamente ultrajado. -¡Qué cara que tenés!... ¡Estás hecho pelota, viejo! Eso, para no decirte otra cosa… porque la verdad… ¿Qué quieres que te diga?... ¡Se te ve muy mal! –expresó entrecortadamente su socio, y haciéndole ademán para que se ubicara confortable en el sillón destinado a las visitas. -¡Mira!... ¡Ni me hables! Estoy recaliente… Y por encima, todavía todo maltrecho, -expuso Adolfo de manera descontrolada, mientras recordaba los hechos que lo habían dejado en ese estado miserable. -Dale… anímate un poco, viejo, que mientras nos tomamos un café, vos me expones las cosas con calma –le manifestó su compañero, quien en ese momento buscaba una manera de reconfortarlo.

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-Te acordás, que te dije que pretendía aprovechar el fin de semana largo para irme de cacería… ¡Bueno! En realidad era para poder dar unos tiros por ahí -comenzó a relatar Adolfo, mirándolo fijamente con una cara absorta. -¡Sí! ¿Pero no me digas que tuviste un accidente? –le preguntó de inmediato el otro, como si estuviese queriendo anticiparse y adivinar los hechos. -¡No! ¡No! Ojalá que hubiese sido así… Tal vez no me sentiría tan mal, si todo hubiese sucedido de esa manera… ¡Pero en verdad fue peor! -respondió Adolfo, que demostraba cierto resentimiento en las palabras que pronunciaba. -¿Peor que un accidente? -le preguntó su socio-. Entonces… ¡Debe haber sido alguna tragedia!... Aunque no parece que sea para tanto… No se te ve tan mal como para llegar a ese punto –expuso, a causa de su profesión, de una forma analítica, mientras conjeturaba por la profundidad el hecho. -Uno bien puede llamarle tragedia, cuando una cosa te toca en el fondo del alma, en la autoestima… en tu propio orgullo… -fue mencionando Adolfo con voz pausada, reflexiva, sintiéndose un poco más aliviado de aquel odio interno que acumulaba hacía tres días.

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-Mirándolo desde ese punto de vista… Es posible. Pero también es probable que no sea nada que no se pueda exigir reparo, -interpretó su amigo, que en ese momento, factiblemente, estaba pensando en el posible desarrollo de alguna demanda judicial para buscar resarcirse el daño originado. Pero no lo mencionó, y agregó: -¡Pero dale!... Cuéntame de una vez, que estoy ansioso por saber lo que te pasó. -Como te estaba diciendo… Decidí irme de caza, pero como no tenía a Atila para acompañarme, preferí irme a una otra región…, una zona que fuese buena para la práctica de mi deporte, pero que en realidad tuviese cierta infraestructura para yo que también pudiera descansar. -¡Sí! ¡Sí!... Hasta esa parte ya lo sé… -respondió ávidamente el otro abogado. -¡Bueno! Esta vez preferí un otro paraje, y luego de llegar, cuando yo estaba caminando por una carreterita de morondanga que llevaba para el lado del río…, unas cinco o seis leguas del pueblo…, o más…, pues buscaba evitar el contacto con algún ser humano por las cercanías… No que eso me incomodase, pero lo hice para evitar un descuido…, un accidente…, ese tipo de cosas con las que hay que tener ciertos cuidados cuando estás con un arma en la mano. Flashes Mundanos

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-Comprendo… comprendo… -le afirmó el otro, mencionándolo sólo como incentivo mientras iba subiendo y bajando la cabeza para confirmar la precaución de Adolfo. -Creo que hasta ese momento… yo debo haber dado un par de tiros… tal vez alguno más… pero de repente, ¡Bum!, bajé de primera a un hermoso pato… ¡Bello tiro! Sólo, que para mí mala suerte, el hijo de mala madre fue a caer en un área sembrada del otro lado de la cerca… Claro que no muy distante de donde yo me encontraba. -¡Ah! No tuve dudas… Di media docena de pasos, trepé el cercado y salí decidido a recuperarlo… -expresó Adolfo de manera precisa, mientras acompañaba su narración blandiendo la cabeza desde la derecha para la izquierda, y viceversa, como si estuviese negando la actitud precipitada que había tomado. En ese momento hizo una pausa para meditar, ambos sorbieron el café, y él suspiró hondo y continuó diciendo: -No te imaginas como lamenté no haber tenido a Atila junto a mí… -expresó de forma concisa, mientras hacía una nueva pausa en la narración. -¡Hasta ahora!... no veo el porqué… -agregó el otro.

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-Por qué si él estuviese conmigo… nada de lo que te voy a contar, tuviese acontecido aquel día… -añadió Adolfo de una forma melindre, mientras continuaba a lamentarse profundamente por no haber contado con la ayuda de su bien entrenado can de caza. -¡Comprendo!... Si hubieses estado con el perro, no necesitarías saltar el alambrado… En todo caso, mejor que me cuentes el resto de la historia, que todavía me tienes en veremos… -le reclamó el socio, interesado por escuchar el relato completo. -Como te decía… Salté la cerca y ya estaba a medio camino de donde había caído el maldito pato…, cuando de pronto escuché el barullo de un motor, y noté que venía un tractor en mi dirección, y, arriba de él…, venía montado un enorme granjero. -Cuando aquella máquina ruidosa llegó hasta donde yo estaba, el sujeto apagó el motor del tractor y se bajó parsimoniosamente… Era un hombre enorme… de esos de tamaño “Extra Large”, de unos dos por dos metros en lo ancho y a lo largo… Y se me vino con los puños de las manos apoyados en sus caderas, mirándome fijo. De repente me dice: -¿Qué hace usted aquí?

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-Lo que pasa, es que yo cacé un bien pato allí… -comencé a responder, intentando explicarle esa actitud mía de “in fraganti”. -¡Sí! Pero esta tierra es mía… ¡Aquí está prohibido cazar! –expresó el granjero bastante encolerizado. -Déjeme que le explique, don… -dije yo para calmarlo-. Lo cacé allí… en la carretera… ¿Ve?... Lo que pasa, es que el animal voló y cayó aquí, dentro de su tierra. Pero mi intención era solamente agarrarlo… ¡Así que cómo puede notar, no estoy cazando en su propiedad! -intenté decirle conservando la calma, y manteniéndome comedido con mis palabras y gestos. -¡Lo siento! pero no puede llevárselo… Está dentro de mi propiedad… Así que ahora es mío –me respondió aquel hombre de manera tosca, huraña. -Te juro, que su actitud me enervó… me sacó de quicio…, pero mismo así me contuve para no crear un lío mayor con ese mastodonte humano sin cerebro -le explicó Adolfo al socio, con ceño de enfado. -¿Y a partir de ahí, ustedes se agarraron a las trompadas?... ¡Lo mínimo! –comentó el otro abogado, ya previendo los motivos del porqué, que su compañero estaba tan dolorido.

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-¡No! Fue peor… Espera que te cuento el resto -le dijo Adolfo, pretendiendo dar continuación a su relato. -Cuando percibí que aquella discusión iba por mal camino, y que el hombre no aceptaba entrar en razones… lógico que por los buenos modales…, de inmediato le dije que yo era un gran abogado y lo amenacé diciéndole: -¡Señor! Si usted no me deja pasar y agarrar mi pato…, yo le voy hacer un pleito… y al final me voy a quedar con todas sus propiedades… y hasta con su maldita tierra –le expuse furioso y casi gritando. -¡Ja! ja, ja, ja… -comenzó a reírse el granjero-. Aquí en el campo, mi amigo… nosotros estamos acostumbrados a resolver las cosas de otra manera, -me afirmó el paquidermo, riéndose a carcajadas. -¡Ah!... ¿No me diga?... ¿Cómo lo hacen? –le pregunté sórdidamente. -Por aquí, mi amigo, todas las cosas se arreglan entre las partes, y aplicando: “La Regla de las Tres Patadas” – me vociferó él, como si yo fuese una persona con problemas auditivos. -Mire, don… No me venga con ñanga pichanga… Todo eso que menciona lo acaba de inventar usted, y además, yo no soy su amigo… ¡Hágame el favor! –le respondí furioso. Flashes Mundanos

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-Pues yo le diré que es bien simple… y luego todo se soluciona… -me expuso con acentuación más contenida. -¡Ah, sí!... No me diga… ¿Y cuál es esa tal “Regla de las Tres Patadas”? –le pregunté, intentando demostrar mi buena voluntad. -¡Fácil! fácil… -me dijo él-, Yo lo pateo tres veces; y enseguida, usted me patea tres veces a mí…, luego, yo lo vuelvo a patear; y así sucesivamente… ¡Hasta que alguno de nosotros dos se dé por vencido! –me explicó sonriendo. -¡Ja! ja, ja, ja. -Quien reía ahora era el socio-. Adolfo, ¿no me digas que caíste en esa chambonada? –le dijo de pronto el compañero, después de escuchar el relato y largar a reírse animadamente previendo los motivos de tal la tragedia. -¡Viejo! Te juro que lo miré a los ojos y pensé conmigo: “Este hombre es grande, pero es viejo… Por otro lado, yo estoy en buena forma… y esto no durará mucho tiempo”. Aunque en verdad no me agradaba mucho la idea de aquella solución, pero, inconscientemente terminé por decirle que aceptaba. -¡Bueno! Creo que entonces podemos empezar con eso de una vez… Yo no tengo el día entero para perder – pronuncié, casi sin darme cuenta.

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-Así fue que, sin mediar más palabra, el granjero se acercó frente a mí… y con aquellas botas enormes, que después me parecieron ser macizas y de tamaño 50…, me dio una tremenda patada en la rodilla -menciono, poniendo instintivamente la mano a la articulación golpeada. A esas alturas, mientras Adolfo le contaba su historia, su socio, anticipándose al gran finale, se retorcía en la silla, dando carcajadas, y sujetándose la barriga que balaceaba como un budín de gelatina en cuanto reía. -Pero antes de que yo tuviera tiempo de caer al piso, -le describió Adolfo-, el hombre se arrimó aun más… y me dio un descomunal puntapié en los testículos, que me dobló y me dejó de cuatro… El barullo de las carcajadas ya se escuchaba por los corredores de la oficina, en cuanto ellos dos dejaban correr lágrimas por las mejillas. Pero las del amigo, eran de risas, mientras que las de Adolfo eran de un odio furibundo. -Pero como faltaba una patada… mientras yo me contorcía de dolor, arrodillado en el suelo… el hombre dio la vuelta por detrás de mí… y con aquella bota inmensa…, me dio una soberana patada en el culo, que me hizo caer como unos cinco metros adelante…

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-¡Pará! ¡Pará!... que me estoy ahogando –le gritó el socio, solicitando un tiempo para recuperarse del transe en que se encontraba. -Bueno -murmuró Adolfo sin darle importancia-. Yo debo haber quedado como unos seis o siete minutos allí… desparramado en la horizontal, tal cual como si yo fuese una bolsa de papas. Sin embargo,… con mucho esfuerzo me levanté como pude, mientras el hombre permaneció impasible frente a mí, mirándome fijo con las manos en los bolsillos… observándome serio y orgulloso… sin decir un ay, o dar un pío siquiera. -Cuando finalmente yo logré ponerme de pie… comencé de a poco a saborear mi venganza, pues hay que reconocer que, de una manera deplorable, había alcanzado a comprender como eran las reglas del juego -mencionó Adolfo haciendo una mueca de reproche. -Entonces, hinché lo más que pude el pecho de aire, y le avisé un poco agresivamente: -¡Ahora me toca a mí!... Prepárese. -¿Y de ahí?... ¿Se fueron a los puños? -¡No!... El hombre, sin mover siquiera un pelo, continuó parado inconmovible frente a mí. Empero, con una voz calma y hasta educada, me respondió:

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-¡No se moleste… don! ¡Llévese su pato!... Yo desisto…. Me doy por vencido.

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El Superdotado

La institución educacional a la que me refiero aquí, poseía un relativo renombre en la ciudad, no solamente por causa del tipo de pedagogía que aplicaba en la enseñanza, sino que también lo era por causa del nivel intelectual de sus catedráticos y empleados, y por toda la infraestructura colocada a disposición de los alumnos. Hasta es posible afirmar que ella mantenía una composición de reglas dogmáticas al propio estilo inglés, conjuntamente con el género suizo. Claro que todas esas condiciones eran repasadas al valor de las mensualidades que sus administradores cobraban religiosamente a los esforzados padres de los discípulos, en el sentido exacto de la palabra. Flashes Mundanos

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Pero en este colegio concurría un inquieto alumno que estaba cursando el primer grado. Era un jovenzuelo al que últimamente se le había dado por manifestar un comportamiento perturbador y rebelde. Un poco agitado, podría decirse considerando su escasa edad, y el que dos por tres se mostraba nervioso y se envolvía en discusiones y peleas con los otros compañeros de clase. Un cierto día, su maestra fue obligada a entremeterse un poco más enérgicamente, interfiriendo personalmente en una nueva discusión acalorada que se había desplegado entre Dieguito, que era el nombre del chico peleador, y otro de sus colegas del curso primario. -¿Y ahora qué? Dieguito… -le dijo ella de forma enérgica-. ¿Cuál es el problema entre ustedes? -Fue él… profesora…. ¡Fue él quien comenzó! – acusó el niño con voz llorosa, buscando defenderse de la posible reprimenda. -¡Yo no hice nada! –respondió el otro de inmediato, mirando a la maestra con ojos asustados. -¡Dieguito! Decime la verdad… A mí me parece que fuiste tú… ¿Por qué motivo, ustedes dos se estaban peleando? -expuso ella de manera recia, y acentuando las palabras de un modo amenazador, por considerar el carácter indisciplinado que Dieguito siempre presentaba. Flashes Mundanos

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-Yo le dije que soy demasiado inteligente para estar en el primer grado… y él me dijo una mala palabra… Por eso comenzamos a pelearnos –declaró Dieguito, en cuanto se refregaba los ojos pretendiendo secarse alguna lágrima invisible. -Yo ya te avisé que no iba a tolerar más, este tipo de actitudes tuyas… ¡Yo te lo dije mil veces! Así que ahora, te me vas de inmediato a la sala de la tía Rita y me esperás allá. ¿Comprendiste? –decretó la maestra, mientras lo encaminaba a la sala de la psicóloga de la escuela. -Pero profesora… mi hermana está en tercero y yo… soy mucho más inteligente que ella… ¡Yo quiero ir para el tercer grado también! –retrucó Dieguito de forma exaltada, reafirmando su deseo y defendiendo su ambición. Pero como la cuestión que envolvía a ese alumno acomplejado ya era de conocimiento de la dirección de la escuela, la especialista en comportamiento juvenil decidió una vez más fomentar una entrevista con el niño, intentando descubrir los motivos reales que afectaban de algún modo su carácter y el comportamiento. Los dos permanecieron reunidos por un lapso de más de una hora, cuando al fin, Rita, la psicóloga, lo dispensa, y le pide para que él aguarde en el corredor por la decisión final. Flashes Mundanos

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-¡Mira!, para mí… Dieguito es un niño sano… sin problemas de familia o algún otro complejo que le cause un desvió el carácter. En todo caso, debes considerar que él sólo mantiene una cuestión de manera inconmovible, y afirma que eso tú ya lo sabes… -le dijo la psicóloga a la maestra del chico, dando su veredicto final sobre la entrevista. -¡Sí!... Me imagino que el nene también te dijo que es tanto, o más inteligente que su hermana… -¡Exacto…! –respondió Rita. -Y, por tanto…, él reivindica que debería estar en el tercer grado… junto con su hermana… -pronuncia la maestra, con entonación exasperada. -¡Eso mismo! Veo que tú ya lo sabes… Entonces, ¿no entiendo por qué motivo me lo enviaste? –expresó la especialista, defendiendo la aptitud del niño y censurando el comportamiento de su educadora. Cuando la profesora finalmente percibe que no puede resolver el problema del chico junto a la pedagoga; las dos entran en acuerdo y resuelven llevar el caso a la dirección del colegio, considerando que allí sería posible, con la experiencia del director, de que se estableciese un dictamen justo para el caso.

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Así pues, en la reunión que las dos mujeres realizaron junto a la máxima autoridad escolar, quedó determinado que el director en persona iría realizar un test de conocimientos, donde, dependiendo de los resultados alcanzados por el niño, entonces podría determinarse el fallo correcto. En todo caso, todos ellos concordaron que, seguramente, el jovenzuelo no lograría responder a todas las preguntas de manera considerada, y por tanto, les sería más fácil convencerlo a continuar en el primer grado. El mencionado test quedó marcado para el día siguiente, y llegado el momento, allí estaba Dieguito, sentado en la antesala, esperando sosegado y campante por el momento de su llamada. Cuando todos estuvieron prontos, lo hacen pasar y le explican cuál era la propuesta del test de conocimientos, que, evidentemente, el niño concuerda en que se lo hagan, no sin antes preguntar de manera segura y concisa: -¿Pero si yo paso… me colocan en tercer grado? -¡Si!, pero primero, tu tienes que responder a todas las preguntas de manera correcta… -le propuso flemático el director, bajo la mirada atenta de las mujeres. -¡Óptimo!... Para mí está bien… ¿Cuándo lo harán? –quiso saber Dieguito, seguro de sí y preocupado por descubrir cuando le harían el test. Flashes Mundanos

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-Ahora mismo… si te parece bien… ¿estás pronto? – insinúa la psicóloga, mirando a los ojos del chico y después hacia los otros presentes en la sala. -Ok… ¡Está bien!... Por mí pueden empezar ya – expresa Dieguito en tono desafiador y manteniendo la serenidad, pero sin alcanzar a comprender el desafío que tenía delante. -El que te va hacer las preguntas… ¡soy yo!, y si tu no sabes la respuesta, debes decirme… ¡Paso!... Para que yo pueda continuar con las siguientes… ¿Está bien así? – le expuso el director pausadamente, estableciendo las reglas del juego. Y se dio inicio al examen, lanzando el desafío: -Haber Dieguito… ¿cuánto es tres por tres? -Nueve… señor director. -No necesitas llamarme de “señor director” al fin de cada respuesta, Dieguito. Me responde sólo el resultado… ¿Entendido? -avisó el hombre. -¿Y cuánto es seis por seis? -preguntó a seguir. -Treinta y seis. -Si yo tengo doce naranjas, y le doy una para cada uno de los que están en esta sala… ¿Cuántas me quedan? -Nueve naranjas -revela el niño, serio.

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El director continúa promulgando una pregunta tras la otra por más de media hora, abordando los más diversos temas escolares que solamente un alumno de tercer grado, y bien instruido, sería capaz de responder correctamente. Así que, el hombre dio por terminado el test, viendo que Dieguito había respondido correctamente a todas las preguntas sin cometer ningún error y sin vacilar un instante siquiera. Las dos pedagogas estaban atónitas, no podían creer que el chico se saliese tan bien. -¡Por favor!... Aguarda un poco en la antesala, que nosotros ya conversamos contigo –le indicó el director a Dieguito, preparándose para determinar su fallo junto a las mujeres, después que el chico saliera. -¡Señoras!… Ante la evidente sabiduría del niño, la cual nos la ha demostrado de manera tan vehemente…, creo conveniente que lo pasemos al tercer grado –propuso el director con voz gutural, pero como si se sintiera importunado por el tiempo perdido al ser expuesto a un problema de tan fácil solución. La profesora, contrariada con el dictamen dado por el director, vota en contrario, y expone su parecer a la disposición recomendada por el decano, lo que terminó por ocasionar una corta discusión entre los tres presentes a la reunión. Flashes Mundanos

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Pero en fin, como la responsabilidad mayor era la de la propia profesora, el director cede y todos concuerdan con que su maestra proceda a la realización de un nuevo conjunto de preguntas. A seguir, hacen que Dieguito entre nuevamente en la sala, y la maestra le propone realizar un nuevo ejercicio, afirmándole que éste sería definitivo. Cuando el niño concuerda, ella le explica que mantendrá las mismas reglas que el señor director había aplicado en el test anterior, y caso él le respondiese a todas las preguntas correctamente, entonces no habría ningún impedimento para que él pasase al mismo grado que su hermana. -¡Como usted desee profesora! ¿Lo hacemos hoy? – le contestó el niño, con aquella misma actitud sobria que había demostrado anteriormente. -¡Está bien! Vamos a comenzar… Respóndeme: ¿Lo qué es que la vaca tiene cuatro, y yo tengo sólo dos? El director se acomoda en la silla, ajusta los lentes y, contrariado, se dispone a interrumpir a la maestra, cuando oye que Dieguito responde prestamente sin titubear: -Las piernas. -Bien, ahora veremos: ¿Qué tienes en tus pantalones, que no hay en los míos? –le pregunta ella, encarándolo fijamente los ojos. Flashes Mundanos

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Al escuchar la pregunta, el director pone cara de asombro, e intercambia rápidamente la mirada entre la profesora, la psicóloga y el niño, y viceversa, sin saber exactamente qué actitud él debería asumir en ese instante. -Los bolsillos largos –alega el chico, manteniéndose firme en su silla. -Ahora dime -ordena la maestra, chupada porque el niño no se equivoca-: ¿Lo qué es que entra al centro de las mujeres, y sólo detrás del hombre? En ese instante, el director casi se cae de la silla. Se fastidia con lo que oye, retira los lentes, los limpia, se los coloca nuevamente, justo cuando la tez de su rostro comienza a ponerse levemente colorada, pero en eso escucha la voz de Dieguito respondiendo calmamente: -La letra “E”… profesora. -¡Bien! ¿Y en donde las mujeres tienen el cabello más crespo? –le pregunta nuevamente, mientras en ese instante la psicóloga se tapa parte del rostro con un pañuelo para esconder una carcajada que ya intentaba escapársele de los labios, a la vez que el director comienza a mostrar un rostro sudoroso y unos ojos de incredulidad por todo lo que estaba escuchando. -¡Esa es fácil, profesora! En África –le responde Dieguito sin dudar. Flashes Mundanos

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-Seguimos… -dijo la maestra, enfadada- ¿Lo qué es blando, y que en la mano de la mujer se pone duro? –ella lo interpela de nuevo, justo cuando el director contiene la respiración, toma un lienzo para limpiar los lentes por la enésima vez mientras pone los ojos al cielo. -El esmalte de uñas –le responde el chico, solemne y sin balbucear, manteniendo en la silla la misma postura recta que había asumido al inicio de la inquisición. -Y ahora dime: ¿Qué es lo que tienen las mujeres en el medio de las piernas? –lo intima la maestra, en cuanto al director se le cruzan los ojos, quedando visco de pavor por la pregunta realizada. -También es fácil… ¡Las rodillas –dijo sin dudar. -¿Y lo qué tiene la mujer casada, que es más ancha que la de una soltera? -insistió la maestra. -La cama –responde de prisa Dieguito, mientras Rita se siente abismada por lo que está oyendo, y el director, revirando los ojos, demuestra cada vez más un desasosiego espeluznante. -Bien, ahora dime: ¿Qué palabra comienza con “C”, termina con la letra “O”, es arrugado, y todos lo tenemos atrás?

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-Mmm… ¡El codo! –responde Dieguito, mientras se escucha una tos nerviosa e insistente partiendo de la boca del director, al que las gotas de sudor ya empezaban a mojarle el cuello de la camisa. -Dime… ¿Y qué empieza con “C”, tiene un hueco en el medio, y yo se lo dí a varias personan para que lo gozaran? –lo interroga nuevamente la maestra. A esas alturas el director se afloja la corbata, se limpia de nuevo los lentes, se seca el sudor, que a estas alturas ya era un sudor frío, mientras la otra mujer se tapa el rostro para esconder una nueva tentativa de soltar la carcajada. -Un CD… profesora. El hombre no aguanta más. Ya está a punto de desmayar, la presión arterial le comienza a subir, se siente mareado, suda copiosamente. Ya no consigue soportar aquella situación. De pronto, encolerizado, golpea con su puño en la mesa y grita para la profesora: -¡Pare!... ¡Pare!... Póngame a ese chico directamente en el sexto grado… ¡Por favor! -¡Más cómo! –intenta protestar la maestra. -¡Mire!... El chico se lo merece… ¡Fíjese usted, que yo mismo he acabado de fallar en todas las respuestas!

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Jugadora Audaz

-¡Por gentileza!... ¿Podría hacerme el favor, de conducirme hasta vuestro presidente? –solicita una gentil anciana a un comedido funcionario del banco, después que ella ingresara por el pórtico principal de las dependencias de aquella corporación financiera.

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En realidad, estamos hablando de la casa matriz de un conceptuado banco suizo situado en la capital de aquel país. Así pues, dicha corporación contaba con una excelente tradición en administrar importantísimas y suculentas cuentas bancarias; de las cuales, muchas de ellas, tenían un origen algo nebuloso, mientras que otras tantas eran fondos provenientes de la práctica de actividades más oscuras aun. Una cuestión que esta longeva señora llevó mucho en consideración, mientras establecía su plan de acción. Cuando la viejita ingresó al banco, llevaba aferrado en una de sus manos un lujoso maletín de cuero negro brillante de la marca YSL, y los atuendos que vestía demostraban, más allá de su elegancia, que poseía una distinción de persona de grandes recursos financieros. Aquella estampa de señora simpática se destacaba con delicadeza por debajo del pequeño sobrerito de fieltro gris, el que le dejaba a muestra unos cortos bucles de un pelo totalmente blanco, que le hacía resaltar más aún unos diminutos ojitos de un celeste grisáceo. No ostentaba joyas en demasía, ni tampoco alhajas muy llamativas. Todo en ella hacía parte de un conjunto sumamente discreto y aristocrático.

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Aunque era de estatura baja, ella no demostraba fragilidad en su disposición física, ni un sobrepeso descomedido que desentonase. Era, por así decir, como si fuese una muñequita de porcelana, delicada, sutil, fina, y que despertaba en las personas un interés de querer conversar con ella, pero que a su vez le permitía pasar desapercibida entre el prójimo. -El señor presidente, no atiende sin solicitar una entrevista previa –le informó sonriente el muchacho que la recepciona. Cuando ella dejó escapar de entre sus labios un sombrío mohíno de disgusto, el joven agrega: -¿Pero tal vez yo mismo pueda ayudarla?... ¿Qué motivo lleva usted a estar interesada en solicitar una entrevista con nuestro presidente? -Es que yo pretendía abrir una cuenta especial en esta institución -le indicó ella en un balbuceo, mientras pronunciaba su deseo como si lo dicho fuese un susurro confidencial. -Si tiene el gusto de acompañarme, señora, verá que tenemos personas especializadas en ese tipo de servicio… Yo mismo puedo conducirla hasta ellas con mucho placer –le explicó el funcionario, mostrándose solicito con la nueva cliente. Flashes Mundanos

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-¡No!... Estoy interesada en abrir una cuenta de ahorros… ¡Es una suma muy importante!, y por eso estoy segura que merezco un atención diferenciada –pronunció la viejita de forma segura, intentando ser convincente. -No sé bien lo que para la señora puede parecer mucho dinero… Pero a decir verdad… -el funcionario comenzó a explicar de manera comedida,- …el señor presidente sólo atiende casos muy especiales… y por cuestiones que envuelven muchísimo dinero, señora… ¡No sé si usted me entiende! –ratifica el apuesto joven, intentando hacerla deponer su intención. -¿Qué puede usted saber lo que es mucho dinero para mí?... Le aseguro que mi caso es muy importante y muy especial… y por ese motivo, quiero ser atendida por él, -le afirmó enérgica y decidida, mostrando convicción en sus palabras. Después de algunas otras tentativas infructíferas de argumentación con el fin de disuadir a la señora, y ante tanta insistencia por parte de ella, el muchacho se vio en la obligación de consultar con algún jerarca, para evitar crear una insatisfacción mayor a la anciana. Una decisión sabía que tomó, visto y considerando que en aquel lugar de trabajo siempre surgían figuras realmente extrañas para él.

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Minutos más tarde, se presentó ante ella un otro hombre, esbelto, bien trajeado y con una fisonomía donde rebozaban trazos anémicos, tal era la palidez y la blancura de su tez, pero que mostraba una esmerada cordialidad en su voz, con la cual se presentó, diciendo: -Je suis M. Arthur, “Directeur General”... Qui peut être utile à Madame? Cuando notó el asombro que su frase produjo en la anciana, rápidamente corrigió el idioma, repitiendo: Soy el señor Arthur, “Director Administrativo”… ¿En qué puedo ser útil a la señora? -¡Si! mejor así…, porque yo no comprendo muy bien su lengua, y todavía hablo el francés peor aún, -confirmó ella, sintiéndose satisfecha por la repentina mudanza de pronunciación realizada por el interlocutor. La anciana le repitió cuál era su intención allí, y utilizando la misma argumentación anterior, a la vez que recibía del hombre el mismo tipo de disculpas que ya había escuchado algunos minutos atrás. Tiempo pasó, hasta que el gerente francés se vio frente a un nuevo dilema, por lo cual, ante la terquedad de la mujer, sólo cabía la contingencia de consultar al presidente de la institución.

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Finalmente, y no antes de ella demostrar mucha insistencia y testarudez, la anciana fue conducida a la oficina de jerarca máximo de la institución; pues al fin de cuentas, para ellos prevalecía el axioma que indica que: “el cliente, siempre tiene la razón”. Cuando por fin estuvieron a solas, el presidente, un hombre con cara de bovino al camino del matadero, ojos grandes, regordete, sumamente flemático, le preguntó a la anciana a cuanto alcanzaba el valor que pretendía ingresar en su cuenta, y de qué manera ella pretendía transferir los recursos, así como cuando sería realizada la operación. -La primera… Ahora mismo, y son 180.000 libras esterlinas, -ella dijo de forma segura al aproximarse al enorme escritorio, donde vació de vez el contenido de su coqueta bolsa negra encima del mismo. Con el debido sigilo que el caso requería, y contando con la amplia experiencia que todo presidente posee para el trato de ese tipo de cuestiones, el hombre sintió inmensa curiosidad por descubrir cómo era posible que una persona tan esdrújula, hubiese conseguido tanto dinero, y aun así, transportándolo de manera tan imprudente.

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Mientras ella iba acomodando hábilmente los fajos de billetes en simétricas pilas, todas frente al hombre, el presidente no se contiene y le pregunta con modulación apacible: -¡Señora!... Me sorprende, y mucho, que usted lleve tanto dinero encima… Disculpe que parezca indiscreto y se lo pregunte… Pero… ¿De dónde lo ha sacado usted? La anciana lo mira a los ojos y hace cara de asombro, como si le sorprendiese la irreflexión del hombre. Entonces ella carraspeó con la intención de clarear la voz, y le contestó serenamente: -Soy una jugadora compulsiva… Hago apuestas. Para quien los largos años de profesión ya lo habían adiestrado a tratar con tantas figuras disímiles, la respuesta no debería sorprenderlo, pero viniendo de una anciana con apariencia tan débil, jamás podría imaginárselo. En todo caso, el bichito de la curiosidad lo picó, y el hombre prosiguió dando cuerda al asunto, pues al fin de cuentas, él también era un individuo que vivía de apuestas. ¿Apuestas?... ¿Qué tipo de apuestas hace usted? –le preguntó de forma interesada, mientras acomodaba mejor su cuerpo en su regio sillón de terciopelo verde musgo, pretendiendo escuchar más plácidamente el sorprendente relato que seguramente vendría a seguir. Flashes Mundanos

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-De cualquier tipo…. Además de jugar en los casinos… participo de cualquier tipo de apuestas… ¡Con quién sea! –le informó ella de manera llana, pausada, segura y convincente. Enseguida agregó: -¡Por ejemplo!... Yo le apuesto a usted, aquí y ahora, 25.000 dólares a que tiene una deficiencia física que no la quiere asumir. -¡Bueno! Si nosotros hubiésemos apostado, señora… ciertamente usted perdería ese valor –le respondió el presidente de inmediato, con una amplia sonrisa en su rostro rechoncho, que le hacía resaltar más aun aquel par de ojos de buey muerto que el hombre tenía. -¡Vio! -dijo ella- En todo caso, afirmo y apuesto por el valor que le mencioné…, que los testículos de usted…, “son cuadrados” –expuso la viejita con aquella firmeza inalterable, y encarando la mirada de asombro con la cual él la observó. El presidente, al oír la bravata, no se contuvo y largó una sonora carcajada, y a continuación expresó: -Esa es una apuesta estúpida, señora… Usted nunca podrá ganar haciendo apuestas de ese tipo… -expresó él, sintiéndose molesto por la provocación, y conjeturando mentalmente lo que la anciana le había dicho.

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Durante los instantes que siguieron, se formó un silencio lacónico entre las partes, como si el punto de la conversación hubiese llegado a un clímax. Jugadora obstinada, ella no dudó, y no dejó pasar la oportunidad de desafiarlo nuevamente. Así que, dispuesta, aprovechando el momento del apogeo en la entrevista, le expuso imperturbable: -¡Bueno!... Me gustaría saber si usted está dispuesto a aceptar mi apuesta, La fisonomía del hombre se entumeció, surgió un nuevo silencio en la sala, en que décimas de segundo parecieron ser horas de angustia y duda en su cabeza; pero, prevaleció en él el espíritu de todo jugador pertinaz, dejándose dominar por la oportunidad de vencer una apuesta tan proparoxítona. -¡Por supuesto!... Le apuesto 25.000 dólares a que mis pelotas no son cuadradas –expresó de forma taxativa. -¡Óptimo! De acuerdo… Pero como hay mucho dinero en juego… ¿Puedo venir mañana a la diez de la mañana?... Entonces veremos quien ganó. -Por mi está bien -asintió el presidente.

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-Pero yo me reservo el derecho de traer mi abogado para que haga de testigo… Evidentemente, usted también podrá traer el suyo -afirmó ella con voz pausada, guardando un cierto aire de convencimiento de quien posee la verdad en sus afirmaciones. -¡Por supuesto, señora!... Faltaba más… Pero yo dispenso mi abogado y los testigos de mi parte…, con su procurador presente, para mí ya será más que suficiente – respondió el presidente confiado, como quien guarda para sí la evidencia de conocer sus cualidades. Durante el resto del día, el hombre permaneció en su oficina, mortificado por su ímpetu y con aquellas palabras que le atormentaban su cabeza. No obstante, al final del expediente, ya en su casa, aquella noche el presidente demostraba un alto grado de nerviosismo, sintiéndose incrédulo, neurasténico; hasta que, por vía de dudas, se consideró en la obligación de realizar un minucioso examen de sus genitales. Con un espejo en la mano, pasó durante un largo tiempo volviéndose de un lado a otro, una y otra vez, hasta que finalmente quedó absolutamente convencido de que sus testículos no eran cuadrados. Ya no tenía dudas, sabía que ganaría la apuesta.

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A la mañana siguiente, algunos minutos antes de las diez horas, la viejita se presentó a la oficina del presidente como habían combinado, y acompañada de su abogado y dispuesta a cumplir su parte del trato. Una vez dentro de la misma, y sólo después que se realizaron las presentaciones oportunas, ella tomó la iniciativa y, con un tono de voz seguro, volvió a repetirle la apuesta del día anterior. -¡25.000 dólares, a que los testículos del presidente son cuadrados! –expuso mientras miraba los ojos de ambos señores, una y otra vez. Quebrado el silencio que se siguió, el presidente confirmó con una señal de cabeza en forma positiva, y preguntó: -¿Está segura de que usted quiere continuar con esto, señora? -La honra de un jugador, vale mucho más que lo que colocamos en juego… Y si me disculpa la indiscreción… ¡Por favor!... Bájese los pantalones para que todos lo puedan ver –indicó ella de forma evidente y directa, mientras lo miraba fijamente a los ojos.

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El presidente aceptó, se los bajó, y la viejita dio unos tres pasos hacia delante para poder mirarle los genitales detenidamente, hasta que inclinó su rostro para observar el diminuto reloj pulsera que llevaba en su brazo. A seguir, levantó la mirada y preguntó: -¿Los

puedo

tocar?...

Usted

comprenderá…

-pronunció pausadamente en cuanto retiraba de su cartera, un par de guantes de látex descartables. -¡Bien! De acuerdo… 25.000 dólares es mucho dinero y comprendo que usted quiera estar completamente segura –expresó el hombre, que se sintió un poco angustiado por la escena que se estaba desarrollando. En ese mismo instante, en cuanto ella lo revisaba, se dio cuenta que el abogado se estaba golpeando la cabeza contra la pared, repitiendo frenéticamente: ¡No lo puedo creer!... ¡No lo puedo creer!... –en cuanto alzaba las manos al cielo en forma de suplica divina. -¿Pero, qué le pasa a su abogado? –grita colérico el presidente, al ver al otro hombre en medio de un transe de locura. -¡Nada!... No le haga caso…

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-¡Como, que nada!... ¡Como, que nada! –responden los dos hombres, uno con acento de perplejidad, mientras que el otro lo decía de forma angustiada. -En realidad, yo he realizado una apuesta con él… ¡Por eso que él se ha puesto así! –pronunció ella de forma imperturbable ante la situación. -¡Cómo, que no me haga caso!... –continuaba a vociferar el abogado. -¿Usted apostó con él?... –preguntó el incrédulo presidente, mostrándose desorientado, mientras se agacha para recoger sus pantalones. -¡Sí!... Yo le aposté 100.000 dólares a que hoy, a las diez de la mañana en punto, tendría las pelotas del presidente de este banco…. En mis manos.

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Comprobación Matemática

El mes de diciembre recién estaba principiando, pero el niño ya comenzaba a mostrar las primeras señales de inquietud, por causa de la navidad. Obviamente, lo que a él más lo excitaba era la llegada de Papá Noel, y con ella, en su joven inocencia, vendrían los tan soñados regalos que éste siempre le traía, atendiendo parte de los pedidos que siempre le hacía en una carta mal garabateada. -¡Mamá!... ¿Será que puedo pedirle a Papá Noel una bicicleta? -dijo cierta mañana, cuando se le dio por abordar el tema por la primera vez.

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-¡Sí, mi amor! Pero todavía hay tiempo… no te preocupes –le respondió la madre de forma afable, como intentando postergar la preocupación que demostraba su hijo. -¡Mamá!... ¿Y si le pido el equipo deportivo y la pelota número cinco? –pronunció el chiquillo, frenético, a la mañana siguiente, apenas se levantó. -¡Claro! ¿Pero tú no le ibas a pedir otra cosa? – manifestó su madre, recordando todos los otros pedidos que el niño había pronunciado antes. -¡Sí!.., Pero éste es otro… yo ya los anoté como papá me enseñó… tengo la bici roja, el monopatín, el futbolito… ¿Qué más era? Ah... ya me acordé… el teléfono celular… y ahora…, el equipo completo y la pelota de cuero –le relató a su madre de forma pausada, enumerando una a una sus soñadas pretensiones. -A mi me parece que es mucha cosa, Pablito… ¿Ya le hablaste a tu padre sobre todo eso? –pronunció la mujer, advirtiéndole por la larga lista de pedidos que él estaba preparado; y ya previendo mentalmente que ése año, definitivamente, tendrían que proponerle al chico a que ingresase en la realidad de la vida.

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-Papá me dijo que fuese anotando todo lo que a mi me gusta… porque igual…, siempre Papá Noel me termina trayendo las cosas que él puede… -le contestó el hijo, un poco conforme con su filosofía simplista, porque en realidad ya sabía que una gran parte de sus deseos serían como siempre postergados. -¡Mira, viejo!.. Creo que está en la hora de que le expliques a Pablo, que Papá Noel no existe… Ya está más crecido. Y pienso que ha llegado el momento de que lo hagas… -le dijo una noche la realista esposa a su marido, en su renovada perorata nocturna; que era justamente el momento en que ambos abordaban los problemas comunes de pareja. -No le quites la ilusión, vieja… ¿Vos lo descubriste a que edad?... Pablo recién tiene siete años… Déjalo que sueñe un par de años más… Todavía es un niño –defiende el hombre, intentando postergar un asunto melindroso de abordar y el que, obviamente, él pretendía aplazar, porque queriendo o no, sabía que de algún otro modo su hijo lo descubriría un día; y todo eso mientras continuaba leyendo la sección política del diario.

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-¡Asumí tu papel!... No seas irresponsable con el nene… al final de cuentas… ¡También es hijo tuyo! – acusó la esposa, intentando remover a su marido de su indiferencia, mientras ella se lijaba las uñas, sentada, de babydoll, al borde de la cama. -¡Si vos lo decís! -balbuceó el esposo sin apartar los ojos del periódico. -¿Qué ya es hora de contarle a Pablo? –le preguntó ella, mientras observaba con atención el estado de sus uñas. -¡No!... De que es hijo mío -contestó él, sin retirar los ojos de su lectura, pero aguardando paciente por el ataque de histerismo que vendría enseguida por parte de su esposa. -¡Hazme el favor! ¡No seas estúpido!... Siempre el mismo guarango… ¡Que odio que me das! -ella responde de forma colérica, notando que era imposible mantener la conversación en mejor nivel.

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Probablemente el hombre buscase fugarse del tema, pretendiendo esconder su propio desengaño, cuando aun siendo muy chico, terminara por descubrir la verdad de forma adversa; pero es posible, que la falta de tacto para ese tipo de explicación viniese de su entrenado razonamiento lógico, apoyado en la trigonometría y de la matemática, la base de su profesión actual. La verdad, es que tanto le exhortó e insistió la mujer durante largos días y noches, que él se sintió obligado a poner un punto final en el asunto. Le llevó algunos días más, pensar sobre la manera correcta de decirlo, las palabras que debería pronunciar para no despertar un trauma precoz en su hijo; todo ese tipo de cosas y pensamientos que merodean la cabeza de un padre, cuando se ve acosado a solucionar un asunto familiar. -¿Ya conversaste con el nene?... ¡Mira que la fecha se nos viene encima!... Si no lo haces vos -amenazó ella-, yo se lo digo directo… Le cuento que los regalos se los damos nosotros… y pronto –volvió a decir la esposa una noche, al notar que su esposo no se resolvía a encarar la cuestión. -Cuando Pablo toque el tema… voy hablar con él… -respondió el hombre, percibiendo que no le quedaban más excusas. Flashes Mundanos

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-¡Fíjate la lista que hizo!… ya tiene más de diez pedidos de regalos… y cada uno más caro que el otro… Yo creo que sos vos, el que tiene que sacar a relucir que el tema –insiste en afirmar ella. ¡Está bien!... Mañana lo haré –le contestó el marido, sin apartarse de su lectura predilecta. Al otro día, como era domingo y careciendo de alternativas con las qué poder postergar el asunto, medio a contra gusto, el padre llamó a su hijo para mantener una “conversación de adultos”, según él le expresó. Después del preámbulo inicial, el hombre intentó desarrollar una conversación en la cual lograse explicase al niño, con comprobación científica, la no existencia de Papá Noel, mencionando que esta habían sido realizada por unos estudiantes de una universidad cualquiera de un país que él inventó en el momento. -Pablo… ¿Ya a te diste cuenta, que existen más de dos mil millones de niños en el mundo? –comenzó por decir, un poco nervioso. -¿Eso es mucho? –el chico le respondió intrigado, sin comprender lo qué eso tenía que ver con el tal estudio sobre Papá Noel.

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-Es lo que quiero que tú comprendas, hijo… por eso te pido que acompañes mi razonamiento… Date cuenta que, de esos dos mil millones de chicos…, Papá Noel no visita a niños musulmanes, budistas, judíos, y algunos de otras religiones, lo que, digamos… le reduce el trabajo que tiene

que

hacer

en

la

noche

de

navidad

en,

aproximadamente, unos 19%. -¿Y cuántos quedan? -el niño le pregunta ansioso. -Hay que hacer un cálculo, que da como resultado… un total de 380 millones de niños para visitar… Pero, si usamos una tasa promedio de 3,5 niños por hogar…, significa que daría un poquito más de 108 millones de residencias –continuó disertando el padre, acompañando la explicación lógica con un lápiz y un papel, el cual iba rellenado de números y cálculos, ante la mirada absorta de su hijo. -¡Pero!... Nosotros podemos tener en cuenta que, por lo menos, medianamente…, exista sólo un niño bueno, en cada una de esas casas… –prosiguió a explicar el hombre, cuando Pablo lo interrumpe para preguntar: -¿Pero aquí sólo estoy yo?

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-¡Sí! ¡Sí!... pero concéntrate en ésta explicación primero, Pablito… ¿Dónde estábamos?... Ha, sí…, vamos a suponer que Papá Noel tiene 31 horas de navidad disponibles para poder realizar su trabajo… porque para eso partimos del principio, que gracias a las diferentes zonas horarias y la rotación de la tierra…, y porque asumimos él que hace su viaje en el sentido de este a oeste… ¿No te parece lógico? –le explica, mientras dibuja un redondel para describir el mundo y unas flechas para significar el sentido del viaje. -¿Qué es zona horaria y la rotación de la tierra? –le pregunta el niño, sin alcanzar a comprender los cálculos que el padre le dibujaba. -Eso es otra cosa… Es como se define las horas que cada país tiene, y las vueltas que da el mundo… Pero después te lo explico mejor… Ahora, lo que yo te quiero mostrar, es otra cosa…, así que quédate quieto y escucha – dijo el hombre de manera firme, enérgica, intentando hacer que su hijo no se apartase de su teórica explicación, mientras la esposa lo escuchaba estupefacta desde el otro lado de la habitación. -¡Cuántas vueltas para decir la cosa, mi Dios! ¿Será que no era más fácil ser directo? –se preguntó ella, en cuanto zurcía una ropita del nene. Flashes Mundanos

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-¿Dónde paramos?... Ha, sí… entonces, tenemos, según los cálculos, 968 visitas por segundo, y como dijimos…, que por cada casa cristiana hay un niño bueno…, Papá Noel tiene un milésimo de segundo para estacionar el trineo… bajarse… entrar por la chimenea… dejar los regalos bajo el arbolito… o en otro lugar cualquiera…, comerse algunos de los bocadillos que los niños le dejan…, salir corriendo… trepar de nuevo por la chimenea… subirse al trineo… y llegar a la casa siguiente –le expone el hombre, describiendo metódicamente los pasos del legendario personaje. -¡Papá!... Nosotros no tenemos chimenea… y en la casa de Gustavo y Arnaldo tampoco hay… -interrumpe el niño, cada vez más confuso con los cálculos de su padre. -Es una manera de decir… ¡nene!, una suposición… ¿Me entendes? –avisa el hombre, sintiéndose interrumpido a todo instante, mientras la mujer, absorta en sus quehaceres, piensa para si: -¡Bien hecho! ¿Quién lo manda ser difícil?

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-Bueno, prosigamos… Asumiendo que cada una de esas 108 millones de paradas que él tiene que hacer, están distribuidas geográficamente por todo el mundo…, lo cual desde luego, sabemos que es falso… pero que igual lo aceptamos como verdadero para el propósito de nuestros cálculos…, estamos hablando de algo como… alrededor de 1.248 kilómetros entre casa y casa… Eso nos daría un viaje total de casi 121 millones de kilómetros, sin contar las paradas para ir al baño… los descansos… y ese tipo de cosas –dijo el padre, mientras daba vuelta la hoja, porqué de ese lado ya la había completado con sus anotaciones y cálculos. -Esto significa, que el trineo de Papá Noel… se tiene que mover a una velocidad de 1,040 kilómetros por segundo… o sea, 3,000 la velocidad del sonido… ¿Comprendiste? -No mucho, papá -murmura el niño, absorto. -Bueno, mira… Para propósitos de comparación…, tomemos el vehículo más vertiginoso que ha construido el hombre… el Ulysses Space… que se mueve a una velocidad de 43,84 kilómetros por segundo, en cuanto que un reno convencional…, puede correr, como máximo… a 24 kilómetros por hora.

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-¿Eso es muy ligero? ¡Papá! –balbucea el chico, si llegar a comprender la comparación. -Después te digo… Ahora, si le añadimos la carga que lleva el trineo…, tendremos otro elemento interesante para analizar… Vamos asumir, Pablo…, que cada niño… sólo pidió un juguete de tamaño mediano… como… la caja científica “Mi Alegría”… que debe pesar más o menos… digamos… 1 kilo. Entonces, el trineo estaría cargando más de 500,000 toneladas, sin contar con Papá Noel… Ahora… lo interesante, es que aquí, en la tierra, un reno normal…, no puede cargar más de 150 kilos… ¿No te parece? -¿Qué pesa más… la tonelada o el kilo? –le pregunta el hijo, sin alcanzar a comprender tantos números y tantas cuentas que su padre garabateaba frente a él, mientras que la madre, ya demostrando serios señales de irritación, pensaba: -¡A éste le parece que para explicar, es más fácil complicar! La culpa es mía, por estúpida… quién me mandó insistir… ¡Pobre nene!

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-Una tonelada son mil kilos… pero continuemos con esto aquí… Pensa conmigo, que mismo asumiendo que el reno “volador” pudiese jalar diez veces el peso normal…, entonces concordaras conmigo…, que el trabajo no podría ser hecho sólo por… 8 o 9 renos… ¿no te parece? -Para eso ser posible… Papá Noel necesitaría 360,000 renos, lo que incrementa la carga… sin considerar el peso del trineo… en otras 54,000 toneladas, algo así como casi 10 veces, el peso de un barco grandote… como aquel “Titanic”. -¡Ah! Como aquel de la película… ¿el que se hundió? -¡Exactamente, hijo! Ahora…, si tenemos 600,000 toneladas viajando a 1,040 kilómetros por segundo… eso crearía una resistencia al aire…, enorme, lo que calentaría los renos de la misma forma como… Como se calienta la cubierta de la nave espacial cuando ingresa en la atmósfera terrestre en la vuelta de sus viajes a la luna… ¿Entendiste? -¡Sí! ¡Sí!, papá –respondió el niño de manera rápida, al notar que por fin su padre estaba hablando de algo que él estaba al corriente.

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-¿Falta mucho todavía?... Está casi en la hora de la leche, es mejor que te apures con eso… -le informó la mujer, sumamente irritada al reparar el camino por el cual la conversación se había desviado. -Aun no consigo imaginar adonde él quiere llegar, con tanta estupidez que habla… -pensó ella a continuación de su interrupción, mientras miraba al hijo con una contemplación serena, y meliflua. -Por tanto, Pablo, los dos renos de adelante…, a esa velocidad… absorberían 14.3 quintillones de joules de energía por segundo cada uno… -iba diciendo el hombre, cuando la mujer, con un alarido, lo interrumpe, bajo la mirada atónita del niño, preguntando: -¿Qué le decís al nene…? ¿Qué es, eso de joules…? -¡Hay mi Dios! ¡Que aguante que hay que tener!... -reprocha el marido, dirigiéndose a ella.

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-Esa es una unidad de energía que se introdujo con ese nombre, en homenaje a Joule, que no era ni sabio, ni científico, pero que consiguió demostrar, en 1847, que siempre que se consumían 41.800.000 erguíos de energía de cualquier tipo, se producía una caloría…, y ésta relación entre energía y calor, se denomina… “equivalente mecánico del calor”… Por tanto, un joule es igual a 10 millones de erguíos, y una caloría equivale a 4´18 julios o joules… -¿Y todo ese bla… bla… bla… para llegar adonde? Me querés decir pedazo de un… -Contrólate… ¡Cuidado el nene! –avisó el marido, viendo que su mujer estaba perdiendo los estribos. -Como te iba diciendo, Pablito… ellos, los renos… se calcinarían casi instantáneamente, exponiendo al calor a los renos siguientes…, y creando ensordecedores “booms” sónicos… y así, el equipo entero de renos se vaporizarían en… digamos… 4.26 milésimas de segundo… que sería… más o menos… cuando Papá Noel llegaría para realizar la visita de número cinco. -Decime pedazo de… un energúmeno… ¿No era más simple hablarle al nene de otra manera?… -volvió a interrumpir la mujer, ya enajenada por todas las idas y venidas de la ficción que él contaba. Flashes Mundanos

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-¡Pará! no me interrumpas que ya termino… ¡Mirá Pablito!... Como si no importara para nada todo lo dicho anteriormente…, el resultado de la desaceleración de 1,040 kilómetros por segundo en 0.001 de segundo…, Papá Noel estaría sujeto a fuerzas centrifugas de 17,500 g ´s… -Pero si suponemos que él pesa alrededor de unos 120 kilos…, porqué es gordito, rosado… y vive tomando mucha Coca Cola… creo que estaría más o menos en ese peso, Por tanto, él terminaría incrustándose en la frente del trineo con una fuerza de… ¿a ver, déjame calcular? a… 2,315,015 kilogramos-fuerza… Golpe éste que acabaría por romperle instantáneamente la cabeza, sus huesos y sus órganos… reduciéndolo a una masa amorfa aguada y temblorosa… -¡Pobrecito!... ¿Duele mucho? –exclama el niño, con los ojos lacrimosos, como si fuese él quien estaba sintiendo el dolor del golpe. -¡Si hijo! pero quédate tranquilo, que si Papá Noel en realidad alguna vez existió… Hoy por hoy… ¡Él ya está muerto!

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MaĂąas de Paisano

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La imagen de aquel lugar me pareció impresionante, ya que el territorio tenía más de siete mil hectáreas de campo, y casi la mitad de la estancia era compuesta de un monte nativo repleto de chañares, jarillas, espinillos, entre muchos otros tipos de arbustos más, que innúmeras veces formaban matorrales cerrados, espesos, con algunos lugares extremadamente tupidos; encerrando aun dentro de ellos retratos de vernáculos aborígenes. La propia aridez del suelo colaboraba para completar el espectáculo, porque debido a la asombrosa escasez de lluvias en la región, que no alcanzaban a rebasar los cuatrocientos milímetros anuales, dejaba la superficie polvorienta, sucia, resignando a minúsculas partículas de una ceniza volcánica, entremezclada con tosca y arena, a quedarse suspensas en el aire, flotando permanentemente a merced del viento en un vaivén enloquecido dentro de nubes opacas. Todavía, dentro de lo inhóspito de todo el ambiente que me circundaba, sin lugar a dudas, era posible notar esparcido por todo el territorio, un tapiz de canto rodado que confería al suelo una textura singular y diferente. Pero, para quien debía circular por allí, esa no parecía ser una tarea fácil de desempeñar; al menos para cualquiera de aquellas personas. Flashes Mundanos

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-¡Hay que tener cuidado! –me dijo de pronto don Froilán, cortando el silencio con su voz ronca, grave, profunda, cuando de rondón, con la mano extendida, me señaló más allá del lugar a donde habíamos llegado. -Este monte es casi impenetrable… La arboleda toda está plagada de espinos… y el único espacio, más o menos claro para pasar… son esas picadas que se ven por allí, -agregó de modo pausado, calmo, como si fuese un conocedor nato del territorio y sus reservados misterios, mientras me indicaba, con el mentón, el lado por el cual podía ser atravesado. -Pero seguramente… ¡Usted lo conoce! –le respondí, como queriendo aseverarle la confianza que yo había depositado en él. -¡Sí! Le diría que hasta casi demasiado –me confirmó, adusto. En todo caso, a mi entender, juzgaba que ese hombre tenía

una

perspectiva

diferente

de

ver

la

vida,

permitiéndose observar sólo el cincuenta por ciento de los hechos, o tal vez un poco menos; y eso, porque justamente a causa de una fatalidad ajena a su voluntad, desde hacía algún tiempo le faltaba el ojo derecho. Eso resultó que a partir de entonces, se obligase permanentemente a mirar las cosas por el lado izquierdo. Flashes Mundanos

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-¿Fue aquí su desventura? –le pregunté, cargando mis palabras con una cierta dosis de ansiedad al querer descubrir el origen cierto de su destino, y el que lo había marcado exageradamente para el resto de su vida. -¡No!... Pero era casi igual… -me confirmó sin demostrar recelos en la acentuación de sus palabras, y un poco, como si todo hubiese ocurrido tal cual siendo una predestinación del destino. Continuamos avanzando a paso de marcha, dando rienda suelta a los alazanes que, de tiempo en tiempo, insistían en pescuecear y relinchar, mientras seguíamos envueltos por aquel silencio que ni nuestras mismas voces se animaban a cortar, dejándonos con los oídos atentos a cualquier barullo que viniese del matorral. Algún tiempo después, como si el hombre quisiese primero

merodear

por

su

mente

y

sondear

los

pensamientos antes de querer emitir cualquier palabra durante el periodo que transcurrió, de pronto me dijo con acentuación de advertencia: -Y porque no le di atención… y me distraje mirando otras cosas. -¿Pero no fue un animal, lo que lo atacó? –indagué presuroso, como para no perder la oportunidad de que fuese él mismo, el que me contase la historia. Flashes Mundanos

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-¡No!, a él… ¡lo maté con mi cuchilla! -me dijo taxativo, cambiando de mano las riendas y llevando de inmediato el brazo derecho hacia la espalda, como para confirmar el lugar donde lo tenía acomodado. -Me quiso agarrar desprevenido… y cuando lo vi… rebenqueé el caballo para salir del apuro… Pero luego me dí vuelta para ver si el bicho se me largaba de atrás… y en eso…, la rama de un chañar se me cruzó en el camino. -Una espina me vació el ojo, y el golpe y el dolor me derribaron de la montura… Pero yo enseguida manoteé la daga, porque el puma se venía arriba… y ahí mismo, caído…, lo esperé… ¡Y lo maté…! -agregó con palabras parsimoniosas. Pero mientras él me contaba la historia, vi que no apartaba la vigilancia del borde de los matorrales. De pronto me corrió un chucho por la espalda, como si el escalofrío hiciese que yo mismo sintiese el dolor de la herida y un cierto pavor en mi alma; o como si estuviese viendo el animal en pleno salto, pronto para caer sobre mí. Mientras yo cavilaba la historia en mi imaginación, vi que don Froilán miraba hacia el horizonte, dando una ojeada para la tenue línea que se juntaba a perder de vista en el infinito, y se entretenía observando los nubarrones que se espesaban cada vez más. De pronto, me dijo enigmático: Flashes Mundanos

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-¡Vea, amigo!... Aquí, cuando llueve… ¡Estamos jodidos!... Mejor apurar el paso… -y taconeó su tostado, enderezando para una picada que se habría entre la espesura de los matorrales. Por esos días, yo estaba acompañando al hombre en su recorrida para reunir la hacienda, pues había que embarcar unas tres o cuatro jaulas de vacunos, y tenía curiosidad en ver cómo era que se juntaba el ganado en esos parajes indómitos. Así que ahora, conforme su orientación, rumbeábamos apurados para el lado del molino que quedaba distante a un par de leguas de allí. -Siga atrás de mí por la misma trilla… no me pierda de vista un instante…y cuídese de la enramada… -me ordenó con su voz seca, áspera, enseñándome el modo como yo debía proceder dentro de la picada. Los costados de esa picada estaba formada por un monte tupido de espinillos; y adentro habían jabalíes y pumas en abundancia, según me contó; mientras que afuera, sólo estábamos el hombre y yo. Mientras andábamos, me entretuve a pensar que más valía que a ningún ternero se le diese por adentrase al monte, sino, solamente dos podrían irlo a buscar: “el hombre, o el propio Satanás”; ya que ese era el único destino probable del pobre animal si lo atacase la fiera. Flashes Mundanos

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Viéndolo cabalgar a mi frente, noté que el hombre disfrutaba de una espalda enorme, larga y ancha, que se dibujaba claramente por debajo de un poncho de paño leve, desde donde salían un par de brazos gruesos como dos troncos de algarrobo, llenos de cicatrices y tendones. La cabeza la llevaba cubierta por un sombrero de felpa negro de copa alta, que dejaba que por los lados se le escurriesen unas chuzas de pelo largo y canoso. No me cabía duda, pues se notaba claramente que don Froilán era una figura que estaba acostumbrada a enfrentar el sol, las lluvias y cualquier intemperie; inclemencias que a través del tiempo lo habían dejado con una tez ajada y curtida por los vientos, los aguaceros y la resolana inclemente del lugar. La energía de su carácter se revelaba por intermedio de una boca de labios apretados, un mentón prominente y rígido, una nariz adunca, grande, y ese corpachón titánico que lo dejaba siempre pronto para matar o morir, frente a cualquier emboscada que se le presentase de manera inesperada. -¡Allá está!... Es el primero -dijo, rompiendo la monotonía que nos rodeaba, y apeándose del caballo con una agilidad que asustaba.

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-Quédese en la montura que ya nos marchamos enseguida –me ordenó, mientras se dirigía a cerrar la tranquera de los bebederos. Al retornar, montó su caballo con la misma agilidad que había demostrado cuando se bajó, y con un brusco tirón de riendas, buscó enderezar el animal para la desembocadura de otra picada. -Ahora nosotros vamos por aquí… -dijo, mientras indicaba, con un ligero ademán, para el lado que deberíamos marchar. -Luego encontraremos al otro molino –agregó en tono preciso. En ese momento me invadió una nueva curiosidad, y de pronto me sentí anhelante por preguntar el motivo de tener que cerrarle las aguadas al ganado. De pronto, me pareció que mi pregunta lo desencajó de su monotonía, y la respuesta no se hizo esperar, para manifestarme, con una voz un poco incrédula por mi investigación, diciéndome: -¿De que forma haría usted para juntar el ganado? -¡Qué sé yo!... Ni me lo imagino… -afirmé, en medio a un balbuceo que me hizo pensar en la ignorancia de mi pregunta.

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-No hay otra forma… La peculiaridad del terreno y el clima… nos obliga a ir cerrándoles las aguadas… Así, el ganado se queda en la vuelta… sin poder entrar -comentó, y luego agregó: -¿Ya vio como hace el ganado para matar la sed? -¡Si!, los bichos van a las aguadas… al riacho, o las lagunas –le respondí, aun sin comprender por qué les cerraban el paso a los molinos. -¡Aquí! sólo están las aguadas… No tienen otro modo de beber… y ellos aparecen a determinadas horas del día… Como encuentran las tranqueras cerradas, se quedan medios muertos de sed alrededor del brete… -me explicó de manera escolástica, el tipo de maña que se utilizaba en la región. -¡Usted verá!... Con una combinación de tranqueras, los vamos emboscando justo sobre cada picada… Las picadas desembocan en un brete grande que da para los lados del embarcadero… De ahí…, es sólo cuestión de arrearlos –continuó a revelarme la pericia con que se desempeñaban.

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-Por eso… cuando le dije hace un rato, que si llovía, estábamos embromados… Es que aquí, cuando llueve…, se hacen charcos de agua y los animales no salen del monte… -prosiguió charlando, demostrando la perspicacia con la que solucionaban ciertos inconvenientes. Así, marchando por el medio de esas picadas apretadas, continuamos la recorrida hasta terminar con la tarea de cerrar las empalizadas y dejar que el ganado se juntase solo. Conforme don Froilán ya lo previera, al otro día se haría más fácil el resto de la tarea. -¡Dígame don!... ¿Cómo cazan ustedes los jabalíes y los pumas? –se me antojó preguntarle, buscando satisfacer mi curiosidad por los métodos que estos duchos hombres utilizaban por esos parajes, y también para llenar el tiempo que nos envolvía. -Puma es más difícil de cazar, mi amigo… Porque generalmente son bichos ariscos y no se dejan ver tan fácilmente… ¡Ahora!, para los jabalíes… hay muchas maneras de hacerlo… Algunas con cierta agitación… otras… ni tanto –afirmó el hombre, manifestando una relativa indiferencia en las palabras que pronunciaba.

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-Pero comúnmente ustedes lo hacen utilizando jaurías de perros, escopetas… Providencian ese tipo de organización, -dije, intentando querer descubrir esa tal de “muchas maneras”, que él había comentado. -Lo común… común… es ponerles “tumberas”… Eso es lo que hacen los lugareños por acá, pero hay varias maneras de hacerlo… -contestó rápidamente. -¿Qué son las “tumberas”? -Son un tipo de escopeta de fabricación casera…, Son cargadas con cartuchos de calibre 12 y munición Brennek… -agregó, con palabras que me despertaron más curiosidad sobre todo el misterio que rodeaba la cuestión. Es posible que en ese instante, mi rostro demostrase un cierto aire de asombro por las palabras que expresaba, lo que automáticamente lo llevó a darme una descripción completa del asunto, sin necesidad de que yo se lo preguntase nuevamente.

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-En ciertos lugares de los alambrados cercas de las casas… los lugareños dejan unos huecos… ni muy grandes ni muy estrechos… pero suficiente para que un jabalí lo intente atravesar… La “tumbera”, se deja fija del lado de adentro, apuntando para la boca del agujero… con un resorte en el gatillo… que se dispara a través de un alambre estirado rente al suelo de manera que entorpezca el paso del animal… Entonces, el bicho intenta pasar… lo toca, y ¡BUM!... Lo tumba de un tiro –dijo con voz pausada y un cierto regocijo en las facciones, y hasta me pareció que con una leve mueca de sonrisa en los labios duros. -¡Y esa munición que le ponen!... ¿Cómo son? -Los cartuchos se rellenan con una bala de plomo… Son unas balas especiales… que tienen unas estrías helicoidales que las van haciendo girar con un efecto aerodinámico… por eso el nombre que tienen… ¡Y a esas…! no existe tamaño de bicho que se resista -comentó, mientras con los dedos iba haciendo indicaciones del tipo y tamaño de las balas y los efectos móviles que éstas describían en el aire.

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-Cuando el primer jabalí pasa…, éste acciona el gatillo y termina muriendo… Los otros se escapan en estampida… y al otro día, es solo recorrer las trampas… Pero por el barullo que emiten las escopetas, ya por la noche se escucha bien cerca de las casas, si ha caído alguno –terminó por relatar. -¡Pero eso no es cazar!... Así no tiene gracia… -argumenté sucinto. -¡Bueno, hombre!... Eso lo hacen para defenderse… cerca de las casas… ¡Nada más!... Pero como usted me preguntó por la manera más común… ¡yo se lo conté! -comentó don Froilán con una entonación medio malhumorada, como quien pretende defender una usanza del lugar. -¿Y la manera común?... ¿La tradicional?…, con perros y escopetas… ¿Cómo la hacen? –indagué a seguir, pretendiendo de esa manera pacificar el malestar creado anteriormente. -¡Depende! Da para ir con vehículos adaptados… da para ir de a caballo… puede hacerse por la noche, a la encandilada… ¡Pero eso sí!... siempre hay que llevar los perros –dijo de manera casual, buscando dar determinada importancia a la compañía de los canes.

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-A la encandilada, lo deben hacer con vehículos… ¡me

imagino!

–comenté

de

manera

específica,

averiguando de manera a poder dar riendas al asunto. -¡Sí! Se va de camioneta o tractor… normalmente se utiliza un faro piloto auxiliar… de luz más potente… los perros siempre van adelante… ¡Mejor dicho!, el rastreador va adelante y el resto de la cuadrilla va atrás… hasta el momento en que el batidor detecta donde están los chanchos salvajes. -Cuando él los alerta con sus ladridos, los otros se largan atrás en una loca carrera… rodeándolos para que los chanchos no huyan… En ese momento, encendemos el farol para localizar la manada… y, desde el coche, con un rifle con mira telescópica… ¡Pha! ¡Pha! ¡Pha!... los abatimos… un, dos, tres…, cuantos de… -pronuncia ya más satisfecho, como si estuviese vibrando con la emoción que le causa la casería narrada. -¿Pero se necesitan dispositivos especiales? Digo, en armas, tipo de balas, luz… ¡Esas cosas todas! -busqué indagar, y hasta sintiéndome asombrado con la sapiencia que don Froilán demostraba sobre el tema. -Todo depende da la destreza del cazador -me dijo categórico, y agregó:

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-El farol… sería bueno si éste diese un buen foco… para allá de los quinientos metros… como mínimo, pero si tiene un filtro de color rojo… ¡mejor!... Eso da algunos segundos de ventaja, pero su foco tiene que ser concentrado… para que quede nítido el blanco. -Otra cosa importante, es el arma… Cualquier tipo sirve… el rifle automático, el de monotiro, o hasta una escopeta… pero claro que ésta tiene que estar cargada con aquel tipo de bala de que le hablé… Todas las armas largas son válidas… siempre y cuando, el calibre que se utilice sea bastante contundente como para no dejar al macareno herido… -Hay gente que se arriesga usando los .243W… disparándoles directo a la cabeza… pero es preferible usar un calibre más grueso… con balas de punta chata y expansiva… Es mucho más seguro. -Los perros también son importantes… Nosotros por aquí, normalmente usamos galgos, dogos… cruzados o puros… eso no importa mucho siempre y cuando ellos sean duchos en la jauría… rápidos y de buenos colmillos y mordeduras –dijo, y de inmediato da un tarascón al aire, como para demostrar la destreza que los cuscos necesitaban, y a seguir, me largó una sonora carcajada; vaya uno a saber recordándose del por qué. Flashes Mundanos

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-¿Usted ya vio algún chancho de esos… cuando está herido? –Preguntó a continuación. -¡Esos sí, que son un peligro! –afirmó rotundamente, abriendo aun más el parpado del ojo sano, intentado demostrar el riesgo que significaba. -¡No!, ni vivo, ni muerto… y mucho menos herido – le respondí absorto. -Pues… fíjese que estos bichos son vivísimos… desconfiados… y si es viejo, y tiene dudas de existe alguna trampa… él no dudará en mandar el escudero por delante… y sin lugar a dudas, no vacilará en sacrificarlo… pero puede apostar, que él no se la jugará –comenzó a contar do Froilán, destacando las suspicacias del animal. -¡Bueno!... por ser astuto y desconfiado, es que él llegó a viejo… ¿No? –le aseveré de manera analítica, casi intuitivamente.

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-¡Es verdad, compañero!... Pero nunca se olvide que es un animal terrible… principalmente cuando está herido y lucha por su vida… Y puede creerme, que él nunca dudará de atacar y defenderse cuando sea necesario… Por eso es importante tener un buen cuchillo… una daga tamaño familia… como un recurso más para echar mano cuando surja un momento imperioso –me dijo, mientras que retiraba la enorme cuchilla de dos palmos de largo, que llevaba atravesada en la cintura. -¡Si esa no mata!... ¡Por lo menos degüella! – expresé, sintiéndome admirado por el tamaño del arma de hoja ancha, gruesa como punta de lanza, con un cabo de hueso que se escondía por entero detrás de su manopla. -Pero eso de perseguir los bichos a la encandilada no tiene mucho divertimiento… -dijo a seguir, como quien quiere demostrar que existían otras alternativas más deportivas y entretenidas para cazarlos. -De a caballo… ¡me imagino! ¿Pero debe ser bastante peligroso? –pregunté ansioso, suponiendo el coraje y la destreza que sería necesaria para llevar adelante tal lid. -¡Aquí, en estos campos, no da! –respondió de inmediato, para corregir mi errónea presunción-. Hay muchos arbustos -agregó. Flashes Mundanos

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Ya estábamos llegando cerca de los galpones, y las nubes condensadas de agua de un vecino temporal ya tomaban cuenta del lugar y acentuaban aún más las otras nubes, las de un polvo espeso y cada vez más opaco que se levantaban en torbellino, como pretendiendo querer huir de la tormenta. -Vamos ver si dentro de unos días, organizamos alguna salida con las camionetas… ¡Y a brazo limpio nomás! –me dijo, escondiéndose detrás de una sonora carcajada, que le dejaba expuestos los enormes dientes amarillentos, con que rellenaba aquella boca estrecha.

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Por Causa de la Jaqueca

-¿Cómo estás, Rubiralta?... Que placer me da encontrarte por aquí… ¿Qué contás de tu vida? –proclama el amigo, al notar su presencia en la misma librería a la cual él acudía normalmente para comprar sus libros.

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-¡Oh! Carballo… Que grata sorpresa de verte… ¿Todo bien contigo?... ¿La familia bien?... Me imagino -expresa el otro con un poco de asombro, al reparar la figura de su grande compañero de antaño. -Están todos bien… ¡por suerte! -le respondió Rubiralta, y agregando su ideología en tono socarrón mientras mantenía su mano derecha apoyada en el antebrazo de su amigo: -La verdad, es que yo ando con un tremendo dilema… No se si dejo que la vida me lleve…, o la vivo toda hasta la muerte. -Este, sin duda alguna, es el mismo Ruriralta que yo conozco… Los años pasan, y vos seguís siendo el mismo irónico de siempre… -expresa Carballo en forma cordial y agradable, que más parecía ser una hipocresía en retribución al mordaz comentario que el otro había expresado. -¿Estás apurado?… ¿O nos tomamos un café, y así charlamos un poco? –convidó el bromista, queriendo aprovechar la oportunidad para colocar las confidencias al día.

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-¿A ver qué horas son? Si, dale…, todavía tengo tiempo… ¡Vamos! yo invito –expresó de forma convicta el recién llegado, no antes de consultar su reloj y percibir que podía extender su ociosidad momentánea. Al final se decidieron, y fueron al Alfredo´s Café, que por ser la hora que era, se encontraba bastante colmado de consumidores. Así mismo, ellos consiguieron una mesa algo aislada, que era para poder conversar separados del murmullo del ambiente. El primer pocillo de café se lo bebieron mientras conversaban sobre cosas rutinarias de la vida familiar de cada uno; no en tanto el segundo, lo saborearon un poco más demoradamente, mientras iban repasando hechos vividos en épocas de universidad, juventud y jarana. En ese ínterin, mientras palabras van y palabras vienen de parte de ambos, muchas de ellas rodeadas de risas y algunas carcajadas, consiguen ir repasando las anécdotas e intrigas del pasado y del presente, y abordando algunas confabulaciones para enunciar sus sueños futuros, hasta que llegan al momento de evocar el nombre de otros camaradas de similares bullicios de viejos tiempos.

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-Al que yo encontré hace poco tiempo atrás…, fue a Camarguito… Seguramente vos te acordás quién es – prorrumpe Carballo, poniendo una cara trágica, triste, por recordar el sinsabor de su encuentro anterior con el otro amigo. -¡Sí! el que yo llamaba de “CDH”… ¿No es ese? – mencionó Rubiralta, para definir la persona cuya imagen le venía a la memoria. -¿CDH?... ¿De dónde sacaste eso? ¿Qué significa? -¡Culo de hierro!…, que era como yo lo llamaba, porque el miserable vivía sentado leyendo y estudiando… ¡Un come libros! –se corrige sarcásticamente, al definir el apodo que le había colocado al antiguo colega de universidad. -¡Bueno! Si se los comía…, la verdad que le hizo muy bien, porque Camarguito ahora tiene un tremendo éxito en su carrera… Tenés que verlo con la pinta que anda… Ni que hablar del par de gomas que se compró… ¡Un cochazo! –comenta Carballo, haciendo mención a la buena salud económica que el otro amigo demostraba actualmente. -¡Ah!... No me digas… ¿En que anda metido? – pregunta el amigo, interesado por querer descubrir los motivos que lo condujeron al éxito. Flashes Mundanos

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-Tiene un alto cargo de jerarca en el gobierno… ¡Pero ni todo son rosas! Porque, la verdad…, lo noté bastante decaído… anímicamente, claro… ¡Pobre tipo! no es para menos –mencionó el informante, exponiendo un sentimiento de pena en sus palabras. -¡Ah, sí!... ¿Que le pasó? -Me contó que hacía muy poco tiempo que había retornado de un viaje al exterior… Parece que se había ido un par de años a Francia… para recuperase del trauma que había sufrido después de la operación –continuó diciendo con cara de consternación, en cuanto sorbía un poco más del café casi frío que aún le quedaba en el pocillo. -Debe de haber sido una cosa brava… porque para pasarse dos años en Francia… Primero tiene que tener guita, y segundo… debe haber sido una enfermedad grave… ¡Supongo! –afirma Rubiralta, ya dejando de lado la sonrisa irónica que se delineaba en su faz. -A mi me gustaría verte a vos… como es que te comportarías si te pasa una cosa de esas. -¡Pero pará! Ni que le hubiesen sacado un pedazo… ¿O fue? -exclamó sorprendido. -¡Sí! El más importante. -No alcanzo a comprenderte… ¿De qué hablas?

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-Él me contó, que desde hacía mucho tiempo… antes de la operación, claro… que venía sufriendo de unos tremendos dolores de cabeza… que algunos especialistas lo habían comenzado a tratar por algo así como… jaquecas de origen nervioso… ¿Sí, creo que era algo así? – empieza a relatar Carballo, conservando la entonación de desconsuelo, por causa de la congoja de su compañero. -Entonces, lo operaron del bocho… ¿No te dije que era un come libros? –insinúa el otro, dando énfasis al apodo que él le había puesto antes. -Mucho peor… porque ahora… a mi me parece que el resultado se le está reflejando en el cerebro mismo… Pero espera que te cuento más –prosiguió diciendo, dando inicio al relato que el amigo le había confiado. -Parece que la cosa ya había comenzado a afectarle la salud, el trabajo, la vida amorosa… Y que el problema se agudizó a tal punto, que ya no conseguía mantener el discernimiento…, hasta que finalmente los médicos le recomendaron que fuese a una clínica especializada… Uno de esos lugares donde sólo hay especialistas en asuntos de la cabeza… Pero no confundas con sanatorio para tratamiento mental… que eso son otros quinientos… -le afirmó, tentando remover alguna duda sobre el lugar adonde Camarguito se hizo el tratamiento. Flashes Mundanos

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-Parece que allí le hicieron una batería de estudios…, radiografías, tomografías, muestras de sangre, de heces, de orina… Bueno, me dijo que lo dieron vuelta como una media… Hasta que un día…, por suerte…, el médico que lo trataba, le dijo que tenía el diagnóstico exacto del mal que lo aquejaba… pero que él debería ser operado para poder extirpar el mal por la raíz. -Entonces, yo tengo razón… ¡Como mínimo! Él tenía un tumor… -¡Nada que ver!... El médico le dijo que, para curarse definitivamente de los dolores de cabeza… ¡Tenían que castrarlo!, porque él sufría de una rara enfermedad en la que los testículos oprimen la base de la columna vertebral y eran los causantes de esos dolores infernales que él sentía. El clínico hallaba que, al removerlos, sería una condición de remediar su situación… -¡Phaa, que mierda!... Ahora te entendí –exclama Rubiralta, dándose una palmada con la palma de la mano en la cabeza, reconociendo la idiotez que había dicho anteriormente.

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-Bueno, Camarguito me confesó que después que le dieron la noticia, quedó anonadado y deprimido, y estuvo, por un tiempo… reluctante en hacérsela, pero las jaquecas eran cada día peor, inaguantables, llegando a sentirse preso en la desesperación y desmoralizado. -Finalmente él cedió, y la cirugía fue marcada y realizada conforme lo previsto. Pero después de que la hicieron, me dijo que continuó a sentirse abatido, triste, desanimado, como si faltase algo en él, aunque los dolores de cabeza…, esos desaparecieron. -¡Obvio! no… como vos dijiste… “le faltaba la parte más importante” –expresó el otro, mientras demostraban consternación por el hecho en si. -Además me contó que pasó unos meses así… como perdido, abrumado, triste, y fue ahí que decidió irse para Francia…, para aprovechar la oportunidad de una beca o una especialización cualquiera… -comentó Carballo, que estaba con los brazos sobre la mesa jugando con el vasito de agua, y con la mirada perdida en el vaivén del líquido. -Ese es el caso típico, en que, cuando te pasa una cosa así… ya no podes decir: “Me corto un huevo”…, porque ya no los tenés más… -expresó Rubiralta, riéndose a carcajadas del mal ajeno.

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-Pero lo peor de la historia… ¡No para por ahí! – apuntó el otro, como dando a entender, que el hecho de la amputación no había sido el único mal que afligía al ahora castrado amigo. -¡Pero hay que joderse! Pobre hombre… o que se yo… ¿Cómo es que se le dicen ahora a un tipo así? ¿Fallado?... ¿O será, deshuevado? -expuso el otro, mostrándose inquieto por la situación que el amigo le apuntaba. -Bueno… ¡En fin! parece que los aires de allá le hicieron bien… y me contó que un día, después de mucho reflexionar… tomó una decisión con la cual pretendía mudar definitivamente su apariencia… Que estaba decidido a emprender una nueva vida… a disfrutar de ella a cada momento… Que sería una nueva persona… -comentó Carballo, cuando el otro lo sorprende con una voz de espanto, diciendo: -¡Pará!... ¿No me digas que se operó otra vez, para volverse mujer? –mencionando la frase mientas abría unos ojos de espanto, imaginándose lo peor.

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-No en ese sentido… ¡Nabo!... Una mudanza de carácter… de calidad… de perfil… una manera nueva de comportamiento… Pero esperá que ya te cuento el resto de lo que me dijo –expresó Carballo llamando la atención de su amigo, por éste haber llevado la cosa al pié de la letra. -Él me habló que un cierto día, pasando frente a una tremenda sastrería… se decidió a comprar un par de trajes, pues fue justo ahí, cuando comentó para sí: “Creo que esto es exactamente lo que yo necesito para empezar una vida nueva”. -¡Ahhh!… Entonces ¡Aclará! -exclamó el otro, más aliviado con la circunstancia. -Me dijo que cuando entró en la tienda, lo atendió un tipo muy puntilloso… conocedor de su oficio…, y en el momento que comentó su intención, el hombre le indicó: -¡Muy bien, señor! De una vueltita para ver… ¡Sí! Su talla es 44. -Camarguito le contestó: ¡Exacto! ¿Cómo lo supo? -Es mi trabajo, señor –le repuso de inmediato el vendedor sin mudar su fisionomía.

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-Entonces se probó algunos trajes y todos le cayeron perfectamente…, como si hubiesen sido hechos para él… y mientras estaba indeciso mirándose en el espejo, dudoso por escoger entre dos colores diferentes…, de repente aparece el vendedor y le comenta: -¿Qué tal le parecería llevar una camisa nueva? -Pues él, en un primer momento se quedó pensando por unos instantes y por fin concordó, diciéndole: -Claro, ¿por qué no? -El vendedor lo observó sin detrimento y apuntó: Veamos… Usted necesita una de 34 de mangas y 16 de cuello… -Camarguito le contestó: ¡Exacto! ¿Cómo lo supo? -Es mi trabajo, señor –respondió de inmediato el vendedor, donándole una sonrisa. -Entonces se probó un par de camisas, y éstas le quedaron perfectas… Otra vez, el vendedor lo mira y comenta: -Creo que le convendría también tener zapatos nuevos… Así lucirá muy apuesto. -Camarguito no lo pensó dos veces, y le respondió: ¡Por supuesto!... Por favor, elíjame algunos a tono. -¡A ver! Su talla debe ser… nueve y medio…

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-Camarguito me confesó, que quedó estupefacto por ver que el hombre acertaba con todas sus medidas, y que nuevamente fue obligado a contestarle: -¡Exacto! ¿Cómo lo supo? -Es la experiencia en mi trabajo, señor. Tantos años en lo mismo, que uno ya sabe sólo con mirar a la persona –le expresó de inmediato el vendedor. -Para completar, mientras se admiraba los zapatos nuevos, de cuero italiano, parece que el vendedor le comentó por qué no aprovechaba y se llevaba alguna muda nueva de ropa interior, que así tendría un surtimiento completo… que la calidad era excelente… y esas insistencias todas que todo vendedor experimentado siempre aplica. -Bueno, Camarguito me dijo que en ese momento le vino a la mente esa cosa de la operación que acababa de sufrir, y que pasados algunos instantes, decidió por aceptar la oferta. Así que cuando expresó que estaba de acuerdo, el vendedor lo observó y le dijo: -¡Muy bien, señor! Veamos…su calzoncillo debe ser de talla 36.

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-Camarguito, al escucharlo, se rio en la cara del hombre, y le dijo con acento gozoso: ¡Compañero!, por primera vez… Noto que usted se equivoca… Yo he usado talla 34 desde que tengo dieciocho años. -¡Bueno! Pienso que también el tipo pueda haberse equivocado, porque no sabía que Camarguito había sido castrado -mencionó Rubiralta, atento al cuento. -No, pará… Él me contó que el hombre movió la cabeza en señal de negación a su corrección, y le respondió educadamente: -No es posible que usted use talla 34, señor… Porque

el

calzoncillo

sería

demasiado

apretado…

Entonces ¡éste le presionaría los testículos contra la base de la columna vertebral! y eso, a usted… Seguramente, “le produciría una terrible dolor de cabeza”

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Opinión Irrefutable

Desde hacía varios días que los asesores directos del gabinete del gobernador venían mostraban señales de preocupación, así como los integrantes de la alta dirección del Partido político, también. Durante las últimas semanas, las partes de ambos sectores venían intercambiando distintas opiniones, y habían participado en reuniones exhaustivas, tenían hecho millares de sugerencias, pero indudablemente, todos mostraban una severa inquietud por el rápido deterioro de la imagen pública del actual administrador del país.

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Apoyados en pesquisas de evaluación de la opinión pública, ellos analizaban los números y las informaciones, mientras que los marketineros políticos del momento intentaban delinear planos de posibles acciones, con la intención de reverter aquella situación, los que por su vez los sometían al dictamen de las mentes eruditas que hacían parte de la alta cúpula. Indudablemente, todos eran unísonos al opinar, que alguna cosa debería ser hecha,… ¡Y ya!; porque estaban sientes de que la onda de negativismo se estaba instalando como un carcoma maligno en el seno del propio gobierno, y sin lugar a dudas eso afectaría directamente en los resultados de las próximas elecciones. Revisaron rubros, planes, métodos y políticas de trabajo, los programas de salud implementados, las gestiones de los más diversos sectores y autarquías, las diligencias realizadas en el área de seguridad pública y educacional, y otras actuaciones más, que hacían parte de la doctrina de acción que había sido meticulosamente planeada para la actual administración.

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El nivel de las pesquisas de desempeño alcanzó a involucrar los senadores, los diputados, los gobernadores, los intendentes, los ministros y los secretarios del propio partido, inclusive, a los miembros de los partidos adversarios. Nadie había quedado afuera de la reflexión revisionista. Cruzaron las informaciones por categorías sociales, por diferentes regiones del país, por edades, por sexos, por etnias y por todo lo que les fue posible; y de ahí fueron surgiendo ideas y nuevos métodos y concepciones, que las sometían a juzgamiento de las eminencias pardas de la cúpula, y entre ellos, al propio presidente. Cuando las discusiones finales concluyentes y apuntaron para las series de medidas correctivas que deberían ser implementadas de inmediato, se involucró en ellas la propia actuación del presidente junto a los sectores de población donde se encontraba la mayor resistencia. -¡Señor Presidente!... Creemos que usted va a tener que comprometerse con el cumplimiento estricto del calendario que le vamos a preparar –le dijo uno de sus asesores directos, y responsable por la imagen del primer mandatario.

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-No tengan duda que lo haré –le respondió el presidente con una voz grave, pero serena, como cabe a una persona coherente. -No se olvide que muchas veces…, eso implicará en tener que exponerlo a una agenda estresante, agotadora…, y por veces fastidiosa. Sin embargo, su presencia en esos lugares…, posibilitará que cambiemos el curso de las cosas –expuso lacónico, el hombre que ocupaba la función de director del partido político del mandatario. -Es parte del gravamen que la función nos exige… ¡Quédense tranquilos! Pondré todo de mí para reverter el cuadro de tendencia… -exteriorizó el jerarca de forma simpática, queriendo demostrar su compromiso con lo que le fuese designado. -¿Aunque eso implique en mucha exposición ante niños?…

¿Principalmente

de

las

regiones

menos

remediadas, que hoy son nuestro talón de Aquiles? –le preguntó el individuo que era responsable por la área de propaganda.

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-No veo motivo para perder tiempo con eso… Al fin de cuentas, los niños no votan…, y tampoco estarán prontos para votar en las próximas elecciones… ¿Por qué no ponen a mi mujer para hacer esas cosas? –raciocinó el presidente, sintiéndose intrigado y molesto por el tipo de comentario que le habían hecho. -Es que todos nosotros concordamos… que esa es la manera más directa de poder alcanzar a los padres de esos chicos… Principalmente si lo hacemos en las escuelas… Eso también demostraría que estamos muy interesados en los

progresos

¡Especialmente

intelectuales cuando

el

de propio

nuestros

niños…

presidente

está

involucrado en un plan de tan amplia envergadura! – afirmó el hombre que oficiaba de director del partido. -¡Bueno! Si es así, cuenten conmigo…, no se puede apartar todo lo que es fastidioso… inoportuno, y quedarnos sólo con la parte buena.

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Realmente, cuando el máximo jerarca respondió, no se imaginó que lo que vendría por delante sería algo más que estresante y fastidioso, pues todas las oportunidades que a partir de ahí comenzaron a surgir, tanto como las conmemoraciones, eventos, fiestas, inauguraciones, y otras efemérides por el estilo, en las cuales fuese posible involucrar la presencia del mandatario, allá estaba él, sonriente, amable, cordial, oficioso, complaciente y, principalmente, accesible a preguntas que, obviamente, no podrían quedar sin respuesta. Pero entre esas idas y venidas, resultó que un determinado día se dio la oportunidad de exponer al mandatario en una de las tantas escuelas del suburbio, y entre la programación prevista, se exigía que participase en el desarrollo de una aula, interviniendo directamente junto a los alumnos. Como éste era un colegio de enseñanza primaria, los marketineros resolvieron que sería menos riesgoso para el presidente, que visitase una clase de cuarto grado, principalmente, porque a esa edad el nivel intelectual de los chicos aun no estaba muy desenvuelto, y por consecuencia, seguramente no surgirían aquellas preguntas embarazosas de siempre.

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La llegada de la visita al aula, se produjo durante el desarrollo de una discusión temática de palabras y significados. Por tanto, la maestra, después de realizadas las presentaciones, cantar el himno y efectuados los saludos pertinentes a tan ilustre visitante, siguiendo las orientaciones del protocolo, le preguntó educadamente al gobernante: -¡Señor presidente!... Sería una honra para nosotros, si vuestra excelencia aceptase participar en la discusión del significado de algunas palabras. -¡Por supuesto! -le respondió sonriente- Me siento orgulloso de la oportunidad que me dispensan… ¿Seré yo el que las explique? –le pregunta, como pareciendo que era algo casual. -¡No! ¡No! ¡Señor presidente!... Es suficiente con que el señor las elija, para que los alumnos nos describan el significado de ellas, -corrigió la maestra, mencionando su frase con un acento apaciguador y tranquilizador, lo que significaba que el hombre evitaría ser sorprendido con alguna desafección. En ese instante, el ilustre líder de la nación pide un ejemplo del vocablo “compota”, y de inmediato, los niños, con un aleteo de brazos en alto al igual que un picaflor, piden la palabra para exponer sus ejemplos. Flashes Mundanos

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-A ver, esta joven tan simpática… ¿Qué tienes para decirnos? –indica el gobernante, escogiendo a una niña a su derecha. -“Compota”, es lo que mi mamá hace con la fruta…, cuando la cocina con azúcar –dijo la chica, con voz trémula por la aprehensión que sentía al estar frente al mandatario. -¡Muy bien! Buen ejemplo… ¿Cómo te llamáis? –la interroga el noble líder, con una sonrisa en los labios. -Josefina… Señor… ¡Presidente! –respondió esta, titubeante y trémula por la excitación que sentía al hablar con el hombre mas importante de la república. -¡Está bien!... Ahora vamos a ver un ejemplo de “tragedia” –vuelve a pedir el jerarca, para que algún otro alumno de la clase pueda responder. -¡Yo! ¡Yo! profesor… –vociferó de pronto un niñito en forma apresurada, y que se había puesto de pié en el fondo del recinto; y tal fue su apuro, que terminó confundiendo las funciones del mandatario. -¡Si, mi querido amiguito! Vamos a ver que tienes para decirnos… -enunció el gobernante en tono cordial, buscando cautivar la atención de todos, y así, poder causar una buena impresión.

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-Si un amigo mío está jugando a la pelota en la calle… y de repente lo atropella un auto… ¿Eso es una tragedia? -¡No! Eso… podríamos decir que es… ¡sería más bien “un accidente”! –le responde al chico, intentando colocar términos menos rebuscados, como para que todos allí lo comprendieran fácilmente. No en tanto, cuando percibe que por causa la respuesta errada mencionada por el niño, todos los alumnos se ríen en forma de chacota. Él intenta calmarlos dando unos cortos golpecitos en forma de aplauso, y dirige rápidamente su mirada hacia la profesora, expresándole: -Sus pequeños diablillos están bastante alegres… ¡por lo menos!..., es lo que parece. La maestra acude en su ayuda, y empleando un tono enérgico, se impone sobre el barullo de las risas, anunciando con voz potente: -¡A ver!... todos sentados en sus lugares y en silencio, vamos ver… ¿quién otro puede dar un ejemplo? -A mi… ¡Profesora!... A mi… -solicita una niña que estaba sentada en la fila de adelante, moviendo su mano como si fuese un abanico. -¡Está bien!... Ahora te toca a ti…

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-Entonces… si un ómnibus de transporte escolar… choca y se desbarranca de un precipicio… y después murieron todos sus ocupantes… ¿Acaso eso sería una tragedia? –expresa ella con voz melodiosa, mientras va acompañando su disertación con las manos, como pretendiendo demostrar el hecho narrado. -Me temo que no… Eso sería otro accidente… que bien podríamos llamarlo de… ¡Una gran pérdida! Al presenciar una nueva respuesta equivocada, el silencio tomó cuenta de la situación, y el presidente percibió que el aula se le estaba convirtiendo en un incómodo mal estar, y nuevamente la maestra acudió en su ayuda, preguntando: ¿Será que no hay nadie que pueda dar una respuesta correcta? –cuando busca tomar la iniciativa, e interpela directamente a unos de sus alumnos, diciendo: -A ver, tú… Rosita… ¿qué puedes decirnos? La niña se levanta medio en contra de su voluntad, y dijo: -Mi papá se subió al techo para arreglar la antena de la TV…, pero tropezó en el la terraza…, y cuando se cayó al patio…, se rompió una pierna y no pudo ir a trabajar… ¡Mi mamá dijo que fue una verdadera tragedia!

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-¡Bueno! Seguramente ella lo dijo en un sentido figurado, porque… eso más bien sería… “un accidente domestico” –corrigió el hombre de forma plausible, y luego agregó: -Les voy a dar una pista… ¡está bien! -“Tragedia…, es una expresión dramática, que representa una acción importante…, sucedida entre personajes ilustres y capaz de excitar el terror o la compasión…, y que es muy utilizada en poemas, o en dramas” –les dijo el mandatario, de manera pausada, y paseando la mirada por los rostros de los chiquillos. -¡Yo! ¡Yo! Señor… ¡Por favor! –clamó otro niño desde el fondo del aula, como si la pista dada le hubiese despertado de pronto la memoria, y se animó para emplear la idea en el ejemplo que relataría. -¡OK!... Tu… ¿Cómo es tu nombre? -Me llamo Fideluccio –dijo seguro de sí. -Entonces Fideluccio… ¿Qué tienes para dar como ejemplo?

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-Supongamos, que el señor presidente y todo su gabinete… salen de viaje… en un avión… y cuando están volando… le tiran un misil… ahí, el avión explota… se cae y se hace añico… y todos se mueren… Esto por casualidad ¿podría ser considerado una tragedia? –expone el joven, colocando un cierto énfasis en las palabras de su descripción. -¡Excelente!... Fantástico -respondió el gobernante, aún impresionado por haberse sentido envuelto en el tipo de ejemplo que había sido dado, pero ya repuesto, retoma la palabra, y le pregunta nuevamente al niño: ¿Y podrías decirme por qué sería una tragedia? -¡Oh, sí!... claro –le respondió el chico, agregando: -Porque en primer lugar… no sería un accidente… y en segundo lugar… porque “tampoco sería una gran pérdida”.

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El Retrato

En el presente, era más bien un hombre de aptitudes y genio recio, brusco; el cual, con el pasar de los años, había terminado por esgrimir un temperamento que se le había ido modelando en la convivencia de la caserna y el cuartel, aunque de alguna forma él conseguía dominar el constante malhumor que lo acompañaba. En realidad, poco quedaba en el presente de aquel individuo impetuoso, agresivo, corpulento y vigoroso de otrora.

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Su patente militar, ya en el ocaso de su vida, correspondía

al

grado

de

General

de

División,

Comandante en Jefe del Batallón de Caballería, y quien en su debida época había sido el principal baluarte de sustentación de los derechos territoriales, además de una figura importantísima en las luchas internas por el poder. Pero muchos aún lo respetaban por causa del grado, y no por el hombre que había en él. Su participación directa en batallas, principalmente al inicio de la carrera militar, le habían dejado marcas imposibles de apagar, y las que más parecían ser filigranas realizadas por hierros y aceros de sables, dagas, lanzas y cuchillos, figurando ser como sellos en la piel y los que había ido coleccionado uno a uno durante las cruzadas en que había participado. Sin embargo, el impío paso de los años castrenses terminaron por acentuarle el ego, hasta llegar al punto actual de llevarlo a dedicarse en querer cultivar su autoestima y esos ideales del pequeño superyó, llegando a proponerse dejar para la historia imágenes gravadas y escritas de sus epopeyas guerreras de antaño.

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-“Ellos me recordarán por lo hice por mi país… pero principalmente,… si el mensaje se los dejo yo” – repetía constantemente a quién quisiese escuchar o no su aseveración. Como era poseedor de considerables bienes raíces y una acaudalada fortuna, donde algunos acervos, los menos, habían sido heredados, mientras que los otros fueron en retribución por sus leales servicios; terminó por ser él mismo quien autofinanciase sus pretensiones para lograr llevar adelante su consigna; y ello requería la constantemente presencia de los más renombrados escritores y pintores de su tiempo, para que estos pudiesen registrar sus memorias. Por dicho motivo, un cierto día mandó convocar ante sí la presencia de un célebre pintor, con la intención de que éste le plasmase un cuadro en donde pudiese ser apreciada la imagen de un aguerrido comandante en pleno calor de las luchas… Por supuesto, la suya. Cuando el diestro artista llegó, al presentarse, el General le expone impertérrito y altanero: -Te mandé llamar, para que pintes un retrato mío para ser colgado en la galería de los héroes de la nación.

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-¿Y de qué manera nuestro “Gran General” piensa, que debe ser la representación? –expresó el artista, ya sabiendo de antemano el genio irascible que tenía el hombre. -¡Bueno!... -hizo alusión de meditar el general- Yo quería algo como lo que hizo Blanes… cuando retrató al Comandante Urquiza en el fragor de sus batallas,… o como la pintura del General Artigas en la Puerta de Ciudadela –le expuso el General, insinuando su idea, aunque reconocía que no tenía el mismo porte físico de aquel Gobernador, ni el artista era el celebre maestro que lo había retratado. -Pero tú debes hacerme el favor… -solicitó el militar- …de colocarme un poco más apuesto… No es necesario que acentúes mucho mi ojo tuerto… y esconde el muñón de mi brazo izquierdo… y hasta podrías aumentar un poco más mi estatura… El pelo…, bueno, lo quisiera algo más negro… pero sin exagero… ¿Eh?... ¿Creo que ya me entiendes? –le exteriorizó el General, acentuando las palabras, y dando la indicación de cuáles eran las correcciones que deberían ser realizadas en la obra.

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-¡Ah!... ¡Ya sé! Lo pondré de pié, al lado de su caballo… como si ambos estuviesen enfatizando el final de una batalla… -declamó el servicial pintor, pretendiendo exteriorizar su vaga idea. -¡Pero! ¿Qué es esto?... ¿Qué hago?... ¿Será que tengo que hacer venir un pintor tan bueno… para luego tener que decírselo todo yo? –apuntó el general riendo, como si fuese una forma burlona de insinuar lo que esperaba del retratista. -¡No es necesario, mi General!, ya comprendí su pedido… y tampoco es necesario que le ocupe su tiempo y usted pose para modelo… Produciré la obra desde mi imaginación –le contestó el retratista, buscando generar sosiego en la expectativa del guerrero. -Entonces… ¡Usted ya sabe lo que yo quiero! – determinó el hombre, con acento áspero y recio.

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El artista comenzó a trabajar, preparando primero el esbozo del gran retrato ecuestre que le habían solicitado, adonde fue desparramando sobre la tela unas largas rayas de carbón en rápidos trazos extensos, como para que formasen apenas unos rasgos esenciales de la imagen, deteniéndose sólo para perfeccionar unos pocos detalles. Pero un determinado día, mientras estaba concentrado en sus quehaceres, percibe que el General lo estaba espiando de reojo desde el otro ángulo del salón, y quien, al verse descubierto, lo interrumpe diciendo: -¿Puedo verlo? -No puedo negárselo, señor… pero un artista… no debería mostrar jamás su propia obra inacabada –le retrucó el pintor, insinuando por lo poco que podía ser visto, pero accediendo al capricho del hombre. El General echó una ojeada de soslayo, frunció el seño, se aproximó del pintor y puso su mano sobre el hombro de éste, momento en que el artista quiebra el silencio diciendo: -No está completo, señor… No es más que un bosquejo interrumpido… Cuando yo le coloque los colores y los volúmenes… todo cambiará.

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-Esto ya es una obra prima… Es aquí donde has dado lo mejor de ti… El resto, cualquier uno puede imaginárselo –llegó a exclamar el general con entonación agradable, mismo sin alcanzar a comprender lo que estaba mirando. A partir de ese día, el pintor se concentró en criar los más mínimos detalles en la obra, buscando inspirarse en fragmentos de la historia que pudiesen realzar las imágenes que completarían el trabajo. El artista delineó los ojos para que pareciesen mostrar una mirada dilatada; creó algunos mechones de pelo que insinuaban estar siendo sacudidos por el viento; trazó las manos firmes del general y, en lugar del poncho, colocó un enorme manto rojo, haciendo que el General se pareciese al dios Zeus en la puerta del Olimpo. Entretanto, para destacar el caballo, se concentró, sobre todo, en el detalle de la cabeza, inspirándose en Bucéfalo, el magnifico rocín de Alexandre, el rey de Macedonia, llegando a representarlo con un realismo tan impresionante, que hasta sería posible decir que el animal, estaba a punto de saltar fuera del cuadro.

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Sin embargo, obstinado en querer hacerlo resaltar de la pintura, pintó la baba sanguinolenta que rodeaba la mordedura del caballo, como si con ello simulase el fragor de la batalla. Algún tiempo después, cuando el maestro ya había culminado la preparación del cuadro, hace que se lo lleven al patio exterior de la mansión, a plena luz del día, para que el augusto General, pudiese admirarlo. Mandó avisar al hombre que su obra estaba pronta, y que viniese a verla. Cuando el general llega, le pregunta: -¿Le gusta señor? -al mismo tiempo en que el artista pensaba para sí: -¡Una preciosidad! El General lo mira atentamente de un lado, da unos pasos, se aleja, luego lo mira del otro. No parece estar convencido con lo que observa, y permanece todo el tiempo, de momentos inclinando la cabeza hacia la derecha, otras a la izquierda, analizándolo en silencio. -¡Quedó esplendido!... ¿No le parece? –menciona el pintor, intentando con sus palabras quebrar el hielo que se había hecho entre ambos. -¿Puedo decir de verdad lo que yo pienso? –pregunta el General. -¡Por supuesto señor!

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-Pues bien… en mi opinión… ¡No se parece a mi! – juzgó el hombre, mostrándose insatisfecho por lo que veía. -¡Es cierto! Tiene usted razón, señor… -afirmó el artista, en cuanto exhibía una amplia sonrisa estampada en su rostro. -¿Y de dónde mierda usted sacó ese caballo? –el general le pregunta colérico, dirigiéndole una mirada malhumorada. -Bueno… es que… para intentar darle más realismo a la escena…, yo me inspiré en el gran “Bucéfalo” – asiente el maestro. -Mmm… ¿Y quién es ese? -¡El magnifico alazán del rey Alexandre!… El que participó en la expedición contra los persas… -le explicó el pintor, dando énfasis a las cualidades del animal que había escogido para acompañarlo.

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-Si a todo eso, usted le hubiese pintado una corona de oro, y un cetro… Creo que yo me parecería a un verdadero rey… -le comentó el general irritado, pues había notado que el hecho de haber mandado cambiar su verdadera estampa, había permitido que el artista lo dejase con el pelo más negro, la barba más cuidada, el colorido de su tez más sonrosado, y mucho más apuesto y sin cicatrices, pues al final de cuentas, él mismo ya no se reconocía en el cuadro. Como el cuadro se encontraba expuesto en el patio, a plena luz del día, mientras los dos hombres se encontraban cambiando opiniones sobre la impresión de la tela, resultó que tiempo después aparece un caballerizo llevando del cabestro el caballo del General. Cuando el animal pasa delante del cuadro, lo ve, y de pronto se para, empacándose como mula manca, comenzado a mover la cola y a sacudir la cabeza, en cuanto se pone a relinchar ruidosamente, causando sorpresa en todos los presentes. El artista hace pasear su mirada apresuradamente entre el hombre, el caballo y el cuadro, y, al detenerla nuevamente frente al General, le consulta: -¿Me es permitido a mi también… expresar lo que pienso, General? Flashes Mundanos

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-¡Claro! Sin lugar a dudas… puede decir nomás… -ordena el hombre, manteniendo el entrecejo fruncido, en señal de disconformidad con la situación. -¡Mire, mi General! A mí me da la impresión de que su caballo entiende mucho más de pintura de que usted – anunció largando una sonora carcajada. El General se sorprende y enarca sus cejas antes de decir: -¡Bueno! ¡Bueno! Al final, veo que tú siempre te salís con la tuya… Ya que lo has hecho… Me lo quedo.

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Ímpetu Juvenil

-Que te quede claro… ¡Ya te lo dije antes! La prueba de amor que vos querés… yo te la voy a dar únicamente el día que nos casemos –le dijo la muchacha, en respuesta al insistente pedido de su novio, para que ambos disfrutasen de relaciones más íntimas entre los dos.

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-Pero amorcito… vos calentás el agua para que otro se tome el mate… -le reclama el joven, haciendo mención al estado intransigente de sus sentimientos. -No te pongas cargoso… ¡No insistas! porque yo no te voy a dar oídos… ¿Me entendés? –le avisa ella, poniéndose en la defensiva, y tratando de quitarse de un tirón las ágiles manos del muchacho, que, de manera porfiada, pretendían escurrirse por entre el sostén. -No quiero los oídos…, amorcito… sólo quiero otra cosa –le respondió, mientras le besuquea el cuello de forma delicada, e insiste con la mano boba recorrer las zonas prohibidas del cuerpo de su amada. -¡No! No y no… porque los hombres son como el cigarrillo... primero se prenden… y luego después se hacen humo… -¡Ya te lo dije mil veces! Sexo, sólo después que nos casemos –revela ella, mostrando severidad en sus palabras.

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-Fofita… hasta ahora la ciencia no ha logrado descubrir… cómo es que un hombre puede saber lo que piensa una mujer…, con sólo escuchar lo que dice… Cada hombre quiere ser el primer amor de una mujer…, y cada mujer quiere ser el último amor de un hombre –le responde

el

novio,

mostrando

desfachatez

en

la

entonación. -¡Ves como sos!... Parece que eso… es lo único que te importa –llorisquea la joven, demostrando que se concibe entristecida por el comportamiento abusado del novio. Meses se pasaron en esa misma discusión, y la cosa no avanzaba más allá de abrazos, los besuqueos, mimos, caricias y algunos manoseos, roces y fruiciones que les hacía hervir la sangre, pero sin llegar al extremo, o lo que se podría llamar, de la complacencia final del acto carnal. Un determinado día, viendo que con la insistencia de su comportamiento no alcanzaba los resultados codiciados, y ante la repetición de la idéntica resistencia por parte de ella, el muchacho tomó la iniciativa, y le dice en tono malicioso: -¡Querida!... “El amor es como un lazo…, por más vueltas que le des… siempre termina en la argolla.

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-¿Qué querés decirme con eso? –ella le pregunta preocupada, por no llegar a comprender el significado exacto de las palabras, y por causa del doble sentido que se escondía en la frase. -Como vos no percibís…, yo te aseguro que la masturbación produce dos cosas… la primera es la pérdida de la memoria, mientras que la segunda... la segunda... y la segunda no me acuerdo cuál es… Por eso yo tengo miedo de que alguno de nosotros dos termine así –le responde el joven dando carcajadas, y notando la mirada rabiosa de su novia, cuando agrega: -Voy hablar con tus padres… Estoy decidido a decirles que nos queremos casar… Nosotros no podemos continuar así –comunica lacónico, mientras toma las manos de ella entre las suyas, y la besa delicadamente en los labios. -¡Ay, mi amor! Que feliz que me haces… ¿Y qué le vas a decir?... ¿Cuándo irás? –ella expresó en forma ansiosa, mientras la sonrisa se desparramaba por las fases, perdida entre colores y rubores. -¡Qué me quiero casar contigo!... ¿Qué más le puedo decir? –confiesa él, encogiéndose de hombros.

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-¡Sí!... Pero mi padre va querer saber de nuestros propósitos… ¿Eso no te da miedo? –le pregunta algo meditabunda, al descubrir el ímpetu del muchacho. -¡Nada que ver! amorcito…. ¿Vos sabes cuál es la diferencia entre el miedo, el terror y el pánico? -¡No! ¿Cuál es? -La diferencia es la siguiente: Miedo… es que te metan una sombrilla por el culo… Terror… es que intenten abrirla…. Y pánico… es que después de hacerlo… ¡quieran sacarla abierta! Así que… pienso que con intentar… nosotros no tenemos nada que perder – responde el acalorado joven entre sonoras carcajadas, en cuanto ella lo fulminaba con una mirada de odio. Así pues, una tarde, el muchacho, tomado de coraje, partió decidido a la casa de su novia, y al llegar a la puerta de la residencia, toca la campanilla lleno de intrepidez. Quien abrió la puerta fue el padre de la novia, y al verlo ahí parado, le pregunta: -¿Qué desea joven? -Pues verá… Usted debe ser el señor Alfredo… el padre de Cristina… ¿O me equivoco? –anuncia el joven, poniendo una cara deslavada.

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-Soy yo mismo… ¿Y usted qué desea? ¿Quiere hablar con ella?... Todavía no volvió del instituto… -le avisa el hombre, creyendo que el muchacho venía por su hija. -Óptimo… porque yo vengo a hablar con usted… sobre un asunto de nuestro interés –le dijo taxativo, en cuanto observaba la mirada pensativa del hombre. -Bueno, pase… pase… por aquí joven, vayamos a la sala y ahí me cuenta lo que quiere hablar conmigo –le exterioriza el padre, indicando el camino y señalando para el sofá donde debería sentarse. Una vez acomodados, el hombre rompe el silencio preguntando: -¿Y bien?... ¿Qué desea? El muchacho, que a esa altura ya era toda decisión, respira hondo y responde: -Mi nombre es Camilo… Yo soy el novio de su hija –advierte candido. -¡Aja!... Yo ni sabia que mi hija tenía novio… -opina el padre, mientras cierra aun más su ceño, como presagiando que luego tendría un mal momento.

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-¡Mire usted! Pues yo vengo a comunicarle que a su hija y a mí… nos gustaría compartir nuestras vidas… ¿me comprende?... Nosotros queremos casarnos… -le explica el muchacho, mientras emite un suspiro hondo, como quien al decirlo, se quita un peso de encima. El hombre lo observa en silencio, sintiéndose un poco enigmático por lo que acaba de oír, y después de esgrimir una sonrisa desganada, dijo: -Pues me parece muy bien, eso que ustedes se proponen… al final de cuentas… yo también fui joven y los comprendo –responde el padre buscando quebrar el hielo inicial, y dando coraje al joven para dejarlo un poco más a voluntad en la conversación. -¡Si! claro… esteee…. Mmm… Heee -el muchacho comienza a balbucear, como si su argumentación estuviese acabada. -¡Bien! Quédese tranquilo… cuénteme, muchacho… ¿Cómo es su nombre mismo? –indaga el futuro suegro. -Camilo, señor… mi nombre es Camilo… -le dijo como si estuviese tartamudeando.

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-¿Ya cuenta con un salario más o menos digno para poder sustentar a mí hija y los hijos que vendrán?... ¿Por qué me imagino que ustedes querrán tener hijos también? –indaga el hombre, sintiéndose un poco consternado por el impacto de la noticia recibida. El muchacho carraspea, se acomoda en el sofá y con todo el aplomo del mundo, le contesta con voz firme y sonora: -Aunque soy programador recién formado… ¡no gano mucho! Sin embargo… conversando con su hija… ella me ha comunicado lo que gana su distinguida esposa y usted… así que… confío en que podré tener una pequeña ayuda de ustedes para… digamos… pagar el agua… la luz… el teléfono… el supermercado… esas cosas que una pareja necesita… ¿Me comprende? -¡Mmm!… ¡Aja! Comprendo, sí… -le responde el futuro suegro, sintiéndose bastante sorprendido por la actitud del otro. -Y dígame… ¿Piensan comprar alguna casa… o departamento? O será que ya decidieron si prefieren alquilar algo… una cosa más simple para empezar… -pregunta nuevamente el hombre, intentando descubrir cuales eran los planes idealizados por la pareja.

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-Para decir verdad… aun no hemos pensado en nada de eso… Pues como usted escuchó antes…, le pedí una pequeña ayuda financiera para poder ir viviendo – responde, mostrando un poco de asombro. -¿Y en dónde piensan vivir después que se casen? – le interpela intrigado el futuro suegro. -¡Ah, sí, claro! Como le iba diciendo…, nosotros hemos pensado… que como esta casa es muy grande… y al fin de cuentas… ustedes serían dos personas solas… concordamos que aquí pueden vivir perfectamente dos matrimonios… Por lo tanto, no vemos necesidad de tener que alquilar cualquier cosa para vivir… entonces… decidimos que podemos alojarnos aquí perfectamente. -¡Muy bien! Óptimo… una buena sugestión… no cabe dudas… -expresa el hombre, mostrándose perplejo y desconcertado por la actitud y el coraje demostrado por el muchacho. -Pero dígame: ¿Por lo menos tiene automóvil? – interrogó de forma remilgada, al querer descubrir lo que joven pensaba sobre el asunto.

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-Mire… Yo no tengo coche… y hemos estado pensando, que si usted tiene tres… ¿para qué vamos a comprar otro?... ¿No le parece?... Usted nos deja el que les sobra, y nosotros economizamos y no necesitamos adquirir nada… Y después está todo eso que hay que gastar… que mecánico… que combustible… que seguro… y por ahí afuera. -¡Mmm!… ¡Aja! Comprendo… sí… sí… Es un punto sobre el cual no había reflexionado… Disculpe… -el hombre le responde sórdidamente, intentando burlarse del pensamiento del joven. -La verdad… es que nosotros no queremos causarles más gastos –afirma el muchacho, pretendiendo causar buena impresión. -¡Ah! ¿Ese es vuestro parecer?... ¿Y mi hija concuerda con él? –interroga el futuro suegro, dando línea al asunto. -¡Bueno! Claro que sí… Toda cuestión tiene dos puntos de vista… el equivocado… y el nuestro… Por lo menos nosotros pensamos así –le explica el joven, exhibiendo una cara imperturbable. Justo en ese momento, la esposa del hombre entra en la sala preguntando:

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-¿Estás ahí? Te busqué por toda la casa… –y de repente para, ve al muchacho sentado frente al marido, y agrega: -¿Se puede saber lo qué platican? -¡Oh! Si, Discúlpame vieja… me distraje… Estaba con la cabeza en otro lugar… Pero querida, que bueno que has llegado… Así aprovecho a presentarte al “señor Gallina”, que tiene la soberbia pretensión de ser el futuro marido de nuestra hija –le expone el hombre, mostrándose iracundo. -¿Cómo dijiste que se llama? –le pregunta la esposa, cuando en ese momento se ve interrumpida por la voz del joven. -Disculpe señor, pero ese no es mi nombre… ¿Por qué que es que usted me llama así? –le interrumpe el muchacho, sintiéndose bastante desconcertado. En ese instante, el hombre se pone de pié y lo encara diciendo: -Pero decime… ¡Pedazo de un infeliz! ¿Cómo mierda querés que te llame?... ¿Por acaso tenés alguna sugestión mejor? -Y puede llamarme por mi nombre… Camilo… o “mi yerno”… que se yo… Además, no entiendo porque usted insiste en llamarme de ¡Gallina!

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-¿Querés saber por qué? Porque en realidad, vos… hasta ahora… y por lo que vi… lo único que vos tenes intención de poner… son los huevos.

El Enanito y el Ganso

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En un país de África central, un hombre vivía con su familia en una casucha localizada un lugar apartado y cercano a la selva. Este hombre tenía tres hijos varones, Othalé, Azekel, y el menor de ellos, que se llamaba Azibó y parecía ser medio tarambana, era menospreciado por todos, y todos se reían de él y lo dejaban de lado a cada momento. Cuando un día, el hijo mayor, Othalé, tuvo que ir a cortar leña a la selva; su madre le preparó una tortilla de papas con huevos de pato silvestre, y le entregó una botella de vino casero, para que en su trabajo el joven no pasase ni hambre ni sed. Sin embargo, cuando Othalé ya se encontraba a punto de ingresar en la selva, se tropezó con un hombrecito diminuto, viejo, de pelo blanco, que le dio los buenos días y sorpresivamente, le dijo: -Dame un trozo de la comida que llevas en el canasto y déjame beber un poco de tu vino… Tengo muchísima hambre y también estoy sediento. Como el muchacho era medio inclinado a ser petulante y sabiondo, de pronto le contestó con cierto desden:

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-Si te doy parte de mi tortilla y de mi vino, no tendré lo suficiente para mí… ¡Retírate ya de mi camino!... ¡Viejo tolo! –le respondió, mientras hacía con su brazo un ademán de repudio. Luego se marchó campechano selva adentro, dejando al pobre enano allí plantado. Prosiguió su marcha hasta que al fin consiguió alcanzar el lugar adecuado para realizar su tarea; y sin perder tiempo, se puso a talar un árbol. No había transcurrido mucho tiempo, cuando, dando un mal golpe con su machete, se clavó el mismo en un brazo. Por causa de la herida que sangraba mucho, Othalé se sintió obligado a volver a su casa para que le curasen la herida. El padre, preocupado por lo que había sucedido, interroga a su hijo de manera impaciente, y queriendo comprender la historia. Después de escuchar la narración, su hijo intentó demostrarle que el hecho no había sido fortuito, ni tan sólo un simple accidente, diciéndole que quien se lo había provocado era el enano de pelo blanco que le interceptó el camino.

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Pero como había necesidad de conseguir la leña, el padre mandó a Azekel, el segundo de sus hijos, para que éste ejecutase la tarea de cortar leña en la selva. Para éste, la madre le preparó una porción de “ajomba de carne” envuelta en hojas de plátano, y le entregó una botella de “rooibos”, el té rojo africano, para que tampoco él no pasase ni hambre ni sed. Cuando Azekel iba caminando medio que distraído por el sendero que conduce a la selva, de pronto, también se encontró con el viejo hombrecito sentado sobre una piedra, que del mismo modo cómo lo había hecho con su hermano, lo paró y le dijo: -Dame un pedazo de tu comida y déjame beber un poco de tu vino; tengo mucha hambre y estoy sediento. Pero como el segundo hijo hallaba que era medio experto, él lo miró y le respondió: -Si doy algo para ti..., seguramente tendré menos para mí… ¡Lárgate, viejo fresco!... ¡Vete al diablo! Azekel retomó su marcha, hasta que también consiguió alcanzar el lugar adecuado para realizar su tarea; y sin perder tiempo, se puso a talar un árbol.

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Efectivamente, igualmente a él le llegó muy pronto el castigo, pues no habría dado más que un par de hachazos en el tronco, cuando se golpeó en la pierna con tanta fuerza, que sus gritos de dolor hicieron con que lo viniesen a buscar para llevarlo a casa. Cuando llegaron, y al ver el estado crítico de Azekel, Azibó, el tercero de los hermanos, de pronto dijo: -¡Padre!... Déjame ir a mí de ésta vez..., que yo voy a cortar la leña. Su padre lo miró, se rascó la cabeza, y le respondió: -Lo único que han conseguido tus hermanos, es hacerse daño… Olvídate de esas cosas… Principalmente de las que tú no entiendes nada –indicó el padre, dando media vuelta y dejándolo sólo. Azibó corrió detrás de su padre, y le suplicó con tanta insistencia para que le permitiera ir, que al final, el hombre concordó, pero le dijo: -¡Está bien!... Ya escarmentarás, cuando tú también te hagas daño. Como no había muchas vituallas a disposición, la madre fue obligada a prepararle una porción de “irio”, una mezcla de puré de patatas y maíz, que había cocinado con agua y sobre las cenizas; también le colocó en el canasto una botella de una cerveza agria, y haciéndola pensar: Flashes Mundanos

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-Si no es mucho, ni muy bueno..., por lo menos no sentirá ni hambre ni sed. Cuando estuvo pronto, Azibó partió feliz y contento a realizar su misión, y mientras iba tarareado una canción por la senda que lo llevaba a la selva, al igual como había ocurrido con sus hermanos, se topó con el enanito viejo y canoso, quien después de saludarlo amablemente, le dijo: -Dame un trozo de tu comida y un poquito de tu vino... Tengo mucha hambre y me muero de sed. -Pero –le respondió Azibó raudamente–, sólo tengo “irio” de patatas, hecha sobre las cenizas, y una botella de cerveza agria. Pero si te parece bien… nos sentaremos juntos y la comeremos… ¿Qué tal? Cuando el hombrecito aceptó, se sentaron, y en el instante que el muchacho destapó la canasta, al sacar la esmirriada porción, ésta se había convertido en una deliciosa tortilla de papas con mucha cebolla y condimentos, y la cerveza, ahora era una botella de un agradable vino. Comieron hasta la última miga y bebieron hasta la última gota; y después que se sintieron satisfechos, el enanito habló:

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-Como tienes un buen corazón, y estás dispuesto a compartir lo que posees… quiero que recibas tu premio... Allí hay un viejo tronco de árbol…, córtalo, y encontraras algo entre sus raíces –expresó calmoso, mientras señalaba el camino que Azibó debía seguir. Poco después el muchacho se acercó al árbol indicado y lo cortó. Al caer el tronco, vio que entre sus raíces había un ganso montaraz, que tenía todas las plumas de oro. Lo agarró, pensando en llevarlo a la ciudad para venderlo, y retornar a su casa con dinero y causar alegría en sus padres. Pero como ya se estaba haciendo la noche, decidió que era mejor ir en busca de un “lodges”, una especie de posada, adonde pretendía pasar la noche. Resultó que el hospedero que lo acogió, tenía tres hijas, que al ver el muchacho con su ganso de oro bajo el brazo, éstas sintieron enorme curiosidad por saber que clase de pájaro maravilloso era aquel, y a todas se les antojó quitarle una de sus plumas de oro. La mayor de ellas pensó: -¡Ya llegará la ocasión en que pueda arrancarle una!; y en uno de esos momentos en que Azibó tuvo que salir su cuarto, ella corrió para tomar el ganso por las alas y quitarle una pluma, pero cuando lo hizo, vio que la mano se le quedó pegada en las alas. Flashes Mundanos

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Al oír los gritos de su hermana, la segunda de las muchachas se acercó con la intención de salvarla y así, igualmente poder quitarle una pluma de oro al ganso; pero apenas había tocado a su hermana, también se quedó pegada. Rápidamente las dos clamaron por el auxilio de su otra hermana, y cuando ésta apareció, las dos le gritaron: -¡No te acerques!... Por todos los dioses… No te acerques a nosotras… es muy peligroso. Pero la codicia se despertó también en ella, y en ese momento tuvo la intención de arrancar una pluma, pero, lo que no alcanzaba a comprender, era el ¿por qué? que no podía acercarse a sus hermanas, y fue cuando pensó: -Si ellas están ahí… ¿Por qué no puedo estar yo también? –en el momento que se acercó y tocó a una de sus hermanas, de igual forma se quedó pegada. Cuando el joven Azibó volvió a su cuarto, se sorprendió al ver la escena de las tres muchachas presas a las plumas de su ganso, y en esa posición, las tres tuvieron que pasar la noche en pié.

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Como el muchacho quería vender su palmípedo para conseguir dinero, a la mañana siguiente lo tomó bajo su brazo y se marchó para la ciudad, sin preocuparse de que las tres hermanas lo seguían de atrás pegadas a su ganso. Las jóvenes tenían que seguirle siempre a todo correr, buscando no tropezarse entre ellas. En el medio del camino encontraron a un pastor que estaba en el campo, y al ver la procesión, exclamó: -¿Niñas descaradas, no tienen vergüenza?... ¿Por qué corren por los campos tras ese muchacho?... No me parece nada bien lo que están haciendo. Al notar que una de ellas suplicaba por ayuda, el pastor corrió y tomó a la menor por el brazo para poder apartarla, pero igualmente se quedó pegado, y él también tuvo que continuar corriendo detrás. Um poco después, la misma historia se repitió con un campesino, que al ver aquel cómico desfile, acudió corriendo en auxilio de ellos, pero, al agarrarse en la manga de la camisa del pastor, igualmente se quedó pegado.

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La extraña columna continuaba el camino de esta manera: Azibó adelante, y los otros cinco, uno atrás del otro, por detrás; cuando de repente surgen en su camino dos pueblerinos que marchaban con sus azadones al hombro, y al verlos se echaron a reír. El pastor y el campesino, al verlos, gritaron por ayuda, y cuando estos acudieron a liberarlos, en cuanto los tocaron, se quedaron pegados; así que cuando estaban llegando a las puertas de la ciudad, de este modo ya eran siete personas corriendo en fila detrás de Azibó y su ganso dorado. En esa ciudad estaba situado el palacio del rey que dominaba la región. Era un hombre codicioso, pero a su vez, tenía una hija que era tan, pero tan seria, que nadie podía hacerla reír jamás. Por tal motivo, el rey había proclamado una ley, en la que anunciaba que el hombre que consiguiese hacerla reír, se casaría con ella y heredaría su reino.

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Como el muchacho pretendía vender su ganso, al llegar a la ciudad, fue directo al portón del palacio a buscar una audiencia con el rey, llevando junto a toda su comitiva, caminando siempre uno detrás del otro. La hija del soberano, que estaba en una de las ventanas, al ver esa extraña comitiva, comenzó de pronto a reír a grandes carcajadas. Cuando el rey lo atendió, en la recepción, éste le comunicó que se quedaría con el ganso, pues él había sido encontrado en sus dominios. No en tanto, en virtud a su hazaña, prometió al joven que podría desposar a su hija por causa de la ley que había sido impuesta en su reino, pero, antes de ello ocurrir, él necesitaba cumplir con algunas condiciones previas. De esa manera, Azibó escuchó las palabras del soberano, que le dijo: -Primero. Tú tienes que traerme a un hombre que sea capaz de beberse una bodega llena de vino, en un sólo día. El muchacho se acordó del enano viejo, y pensó que éste podría ser capaz de ayudarlo. Corrió nuevamente a la selva, y al llegar al lugar donde había cortado el árbol, encontró a un otro hombrecito sentado sobre la misma piedra, pero lo notó con una expresión muy triste y de modo pensativo.

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Azibó le preguntó qué era lo que tanto le afligía, y a su vez, el enano le contestó: -Tengo muchísima sed, y no consigo saciarla con nada. Pero… ¿Qué hará sólo una gota sobre una brasa ardiendo?... Ya he vaciado un tonel de vino, y la verdad, que yo no soporto tomar agua fría. -¡Creo que yo puedo ayudarlo, señor! –respondió el muchacho, sentándose al lado del hombrecito. -¿Tú serías capaz? -le preguntó el impresionado enanito, observándolo con una mirada sospechosa. -Vení conmigo y podrás beber vino hasta que te hartes –dijo Azibó de forma indiferente, y a continuación, le contó el motivo. Cuando llegaron juntos al palacio, los condujeron a la bodega del rey, y el enanito se abalanzó sobre los grandes toneles, y bebió y bebió, hasta que su cuerpo estaba a punto de reventar; pero, al finalizar el día, el hombrecito ya había acabado con todo el estoque. El rey quedó boquiabierto al notar que aquel muchacho medio tarambana, había conseguido trasponer el primer decreto, pero de igual forma se tranquilizó; pues sabía que aun le faltaba franquear los otros dos. -¡Bueno! As vencido –dijo el soberano, y añadió:

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–Ahora tendrás que encontrar a alguien que sea capaz de comerse una montaña entera de pan. Azibó pensó, pensó, y salió corriendo nuevamente en dirección a la selva, y cuando llegó hasta la piedra cerca del árbol cortado, encontró a otro enanito flaco, sentado en el mismo sitio, que mientras se apretaba el cinturón, dejaba a muestra una expresión triste y demacrada. -¿Qué le pasa? Señor... –le preguntó el joven, con un acento amable, mientras se sentaba a su lado. -Ya he comido una cesta llena de irio, pero... ¿de qué me sirve, si tengo tanta hambre?... Mi estómago continúa estando vacío, y a cada día... tengo que apretarme cada vez más mi cinturón –comentó el enanito, haciendo muestra de su flacura. -¡Yo tengo la solución! Levántate y ven conmigo, pues así podrás comer hasta hartarte –dijo el muchacho, mientras lo tiraba del brazo para convencerlo. -¿Y cómo eso sería posible? -le preguntó el enanito mirándolo de forma dudosa. -Ven conmigo, que así tú podrás comer hasta empacharte –dijo Azibó de forma segura, y a seguir, le contó el motivo.

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Cuando llegaron al palacio, el soberano ya había mandado cocinar una montaña de harina, y con ella, habían preparado centenas y centenas de pan horneado. Sentaron al hombrecito frente a esa descomunal pila de panes, y él comenzó a comer, y comer, y al finalizar el día, todo el pan había desaparecido. Al ver el resultado, el rey pensó en silencio: -Este muchacho no parece ser tan atolondrado como se juzga, pero ya veremos que hace para salir bien de la tercera ordenanza. El soberano golpeó las manos y reunió su consejo, después mandó llamar a Azibó, y en frente a todos, le dijo pausadamente: -Ahora te falta cumplir el tercer decreto..., si vuelves vivo de él..., tendrás a mi hija como esposa. -Está bien. ¿Y cuál es la condición? –le preguntó Azibó de forma flemática. -¡Tendrás que jugar a la ruleta rusa africana! – determinó el monarca mirándolo serio. _ ¿A la qué? -preguntó Azibó, pasmado. -¡Te aviso que en esta prueba tendrás una chance en cuatro de salir vivo! –le informó el rey, mostrándose imperturbable.

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-¡Sí! ¡Sí!... ¿Pero cómo es que se juega? –interpeló el joven con una mirada preocupada, en cuanto se imaginaba como sería el desafío. -¡Es simple!... Te pondremos en un cuarto junto con cuatro mujeres lindísimas, maravillosas..., exuberantes..., pero solamente podrás elegir a una de ellas... y con la que escojas..., podrás hacer el amor hasta hartarte... pero..., desde ya te aviso..., tené cuidado… ¡Una de ellas es caníbal! -Mañana será el día establecido –avisó el rey ¡Prepárate! El muchacho pensó, pensó, se rascó la cabeza, y decidió ir nuevamente a la selva para ver si encontraba al hombrecito, y por si éste lo podía asesorar en el nuevo desafío. Cuando llegó, allí estaba otra vez el viejo enanito de pelo blanco, sentado placidamente en la misma piedra de siempre, y al ver llegar al muchacho, notó que éste tenía la fisonomía conturbada por la preocupación. -¿Qué te ha pasado, joven Azibó? –le pregunta el hombrecito. -Es que el rey me dio el último desafío..., pero tengo miedo de no poder cumplirlo –le comentó con nerviosismo en la voz. Flashes Mundanos

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-¡Mira!... Yo he bebido y he comido gracias a ti... lo que te agradezco enormemente... y todo lo que yo he hecho... fue para recompensarte, porque tú fuiste compasivo y bondadoso conmigo –expreso el enanito, demostrando un aire de pasividad y simpatía en sus palabras, y agrego: -¿Pero no sé lo que ahora tú te propones? El joven Azibó, a partir de ese instante comenzó a explicarle calmosamente y en detalles en que constituía su última prueba, y de su preocupación por el hecho de no saber cómo distinguir a la cruenta mujer. El enanito lo miró, lo miró, y a seguir le dijo con voz embargada: -Creo que ésta vez… yo no podré ayudare... amigo mío. -¿Por qué? –Azibó interpeló desesperado, viendo que se le derrumbaban las pretensiones. -¡Pues te diré!... ¡El problema radica en que soy eunuco!

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Los Nรกufragos

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En verdad, aquella empresa aérea tenía solamente unos pocos aviones en sus servicios de vuelo regular, y la casi totalidad de ellos estaban siendo utilizados para transporte de pasajeros y cargas, y los que habitualmente eran empleaban para recorrer las diversas islas que se sitúan en el Pacífico Sur. Empero, los recursos económicos que disponía la compañía, no eran muchos; y podría decirse lo mismo sobre de sus aeronaves, aunque de éstas debe reconocerse que, a pesar de ser viejas, los dueños de la empresa intentaban darle la mejor conservación posible. Sin embargo, algunas veces, muchos viajes se realizaban sin que los aviones estuviesen en las mejores condiciones de uso. En esta ocasión, estamos hablando de un SE 210 Caravelle VI-R, año de fabricación 1961. Un avión a reacción de corto/medio alcance y equipado de dos turborreactores Rolls-Royce “Avon”, de 4.500 Kg. de empuje, con capacidad de combustible de 18.500 Lts., lo que proporcionaba una autonomía para recorrer entre 1.800 a 2.500 Km., y alcanzaba una velocidad crucero levemente superior a los 800 Km/h. Dicha aeronave estaba acondicionada para acomodar 50 pasajeros, y podía llevar una carga útil de hasta diez toneladas. Flashes Mundanos

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Pero al dar inicio a esta historia, ese día las condiciones climáticas eran adversas para volar por aquella inmensa región del planeta, y el tiempo, desde hacía varios días se venía presentando desfavorable para el tráfico aéreo; pues mostraba alternancias atmosférica que variaban entre intensas precipitaciones diluvianas, fuertes tormentas eléctricas, bruscas granizadas, a veces hasta acompañadas de vientos feroces y huracanados y todo tipo de sorpresas. Pese a todos los contratiempos que existían, los esforzados empleados de la compañía hacían todo lo posible para poder mantener el servicio activo, batallando contra el destino para que fuese posible cubrir todos los trayectos en tiempo hábil, y así poder llevar y traer correspondencias, productos, mercaderías y pasajeros, entre las diversas islas desparramadas por ese pedazo del vasto océano. Como ya dijimos, ese día, en pleno vuelo, el copiloto notó que el aparato de radio del avión presentaba un desperfecto que lo dejaba inoperante por determinados momentos, y sumando a esa avería, el radar de orientación presentaba oscilaciones intermitentes que confundían a quien lo operaba.

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-¡Joe!... Creo que estamos con problemas… -dijo intempestivamente el copiloto cuando detectó la avería, mencionándolo de una manera fría e impasible. -¿Qué fue ahora, Paul? –le responde el piloto, mientras lee el resumen de notificación de vuelo, y se toma tranquilamente una taza de café. -¡Estamos solos con Dios! –le avisa el otro, con una modulación flemática e impertérrita. -¿Qué indica el panel?... ¿Algo nuevo… o son las mismas complicaciones de siempre? –interroga Paul, que, sabedor de viejos problemas, le quita importancia a las amenazantes palabras que su colega exteriorizaba. -Tenemos tormenta por delante… La radio tampoco reconoce los contactos… y como si eso no alcanzase, parece que el radar dejó de funcionar –informa Joe. -¡Tranquilo! Tranquilo… Esa tormenta debe ser momentánea…, son únicamente cumulonimbos, veras que es un poquito de lluvia y viento y nada más –le participa el piloto, demostrando estar un poco acostumbrado a esos imprevistos de viaje.

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-Bueno, quédate un poco solo con el bastón de mando… -solicita Paul-. No me confío mucho en el piloto automático… Mejor que yo vaya a avisar a Melisa para que ella no sirva nada de nada y comunique a los pasajeros… Principalmente para que ellos se pongan el cinturón… porque es muy probable que vayamos a bailar un poquito… -pronunciando su agüero mientras se desenreda de los cinturones de su asiento y se dirige para la puerta de la cabina de comando. Pero antes de salir de la cabina, se vira y pregunta: -Joe, ¿qué te gusta más?... Chachachá, rumba, foxtrot, “la haka”, o una “waiata” –indaga. -Ya veo que estás por dentro de los ritmos que se bailan por aquí… -contestó Paul, dando sonoras carcajadas de inconciencia en semejante situación. Cuando Joe llegó a la cabina de pasajeros, realizó una disimulada señal con su mano, para que la azafata viniese hasta el compartimiento de la cocina. Luego que ella se aproxima, busca explicarle en un cuchicheo los contratiempos que estaban enfrentando, y le avisa:

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-Paul dice que será una tormenta leve… pero a mí no me parece que será así… Sería mejor que tú recogieses todo el servicio y que mantengas a los pasajeros en sus lugares… ¡OK! –le informó, mientras se servía una taza de café, y mantenía la mirada fija en el largo corredor de la aeronave. Minutos después, volvió a la cabina. Pocos tiempo más tarde, el agua ya chicoteaba el fuselaje del aparato con impresionante furor, mientras el avión se proyectaba cada vez más hacía el interior de la nube, la que los abraza ávidamente con una impresionante sacudida. El impacto obligó al piloto a realizar una guiñada y con ella un Yaw, que desorienta el rumbo inicial de la aeronave, y enseguida genera un Roll que hace girar el aparato de manera tan violenta, que le revienta el timón de dirección. Ahora el aparato planea entre sacudidas, guiños y vaivenes interminables, sin control de dirección, sin comunicación, y sin alternativas de lograr obtener alguna orientación posible.

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Dentro de la cabina de comando se ven volar papeles, mapas, maletines, tazas de café hirviendo; sucesos no muy diferentes al estado de vicisitudes que estaban ocurriendo en el compartimiento de bagajes y carga, donde las amarras se habían soltado y una gran parte de la carga ya acompañaba el ritmo irregular de los movimientos de la estructura. -¡No tenemos más control!... ¡Paul, no tenemos más control! –le grita frenéticamente el piloto, mientras intenta mover los pedales y hace girar la rueda de compensación, en cuanto tira desesperadamente del bastón de mando para accionar los spoilers y los flaps, pero ya nada más responde a sus esfuerzos. La caída del aparato ya es eminente, los segundos que los separa del fin, parecen ser interminables; ya todo el interior del avión es de una oscuridad abismal, envuelta por un silencio tétrico que se ve quebrado constantemente por el golpe del equipaje que está suelto en la bodega. Hasta que finalmente se escucha un barullo ensordecedor en el interior del avión.

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Cuando la aeronave se estrella en el agua, la parte trasera del fuselaje ya se había desprendido antes de chocar, pero la delantera estaba casi intacta. Al final, perdidos en el mar, Paul, Joe y Melisa, consiguen sujetarse a un pedazo de los destrozos, pero sin condiciones de poder descubrir cuál había sido la suerte de sus pasajeros. Ellos derivan medio que sumergidos en el agua, alternando las posiciones adentro y afuera del resto del avión que les sirve de salvataje, pero vagando sin rumbo y sin orientación. Permanecen así por algunos días, hasta que consiguen divisar una isla. -¡Despierten!... ¡Despierten!... Remen con sus brazos para la derecha… Allá hay una isla ¡Miren!... ¡Miren! – vocifera Joe, en cuanto intenta despertar a sus compañeros para que lo ayuden a direccionar el pedazo de fuselaje que ahora era su balsa de salvamento improvisada. -¿Nos vieron?... ¿Nos vieron? -pregunta Melisa casi gritando, ya creyendo que algún grupo de rescate los había localizado. ¡Allí hay una isla! ¡Vamos!... ¡Vamos! –incentiva Joe, para que todos lo ayuden a sacudir las piernas en el agua y, de esa manera, tomar dirección hacía el montículo de tierra que a lo lejos emergía sobre la infinita línea del horizonte. Flashes Mundanos

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La adrenalina les devuelve un poco de las energías agotadas, y los tres comienzan a patalear alocadamente en el agua buscando exasperadamente alcanzar la costa. Cuando finalmente lo logran, se deparan que están en un lugar yermo, despoblado, totalmente vacío de vida humana. -¿Adónde estamos?... ¿Qué lugar es éste? –pregunta Melisa, permaneciendo acostada sobre la arena, y aún con la respiración agitada por el esfuerzo realizado. -No tengo la menor idea de donde estamos… ¿Qué lugar es éste, Paul? –interroga Joe, intentando descubrir si la experiencia del compañero sería capaz de suministrarles la orientación que buscaban. -¡Te juro que no se, Joe! Dimos tantas vueltas… y vagamos por el mar durante tantos días…, a veces para un lado, a veces para otro… que ya no se más adonde vinimos a parar –le confiesa el piloto, desconcertado, perdiendo la mirada más allá de los arrecifes que circundan la isla.

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Una vez que recuperan las fuerzas, se entregaron con afán a la tarea de exploración del indómito territorio que, para su sorpresa, muestra que la naturaleza había sido generosa en ese lugar tan solitario, y perciben que pese a todo, allí disfrutarían de buenas fuentes de agua potable e infinidad de frutas exóticas con lo que alimentarse. Los días fueron pasando penosamente, sin ellos lograr vislumbrar perspectivas de conseguir socorro, lo que al fin los obliga a aceptar que estaban en alguna isla apartada de cualquier ruta aérea o marítima. Tal hecho, y a causa del tiempo transcurrido desde el día que había ocurrido el accidente hasta el presente, al fin los convence a aceptar de que ya no los buscarían más. Como los tres eran jóvenes y fuertes, concordaron que podrían soportar la adversa situación y aguardar tranquilos por el futuro fallo del destino. Fue cuando decidieron organizar las tareas y la vida que se vieron obligados a llevar. No en tanto, con el transcurso del tiempo, llegan a construir algunos utensilios artesanales, con los que a partir de entonces dedican parte de los días a cazar y pescar. Además, contando con ingeniosidad y mucho esfuerzo, también irguieron una especie de choza como cabaña, utilizándose de todo lo que encontraron alrededor. Flashes Mundanos

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Pero los meses fueron pasando y ya todo era casi una rutina monótona de tareas y convivencia en aquella isla perdida, hasta que un día la azafata Melisa se decide a hablar con los otros dos compañeros, sobre un tema muy particular. -Vamos a ver, amigos… creo que todos ya sabemos que estamos solos… y es probable que sea para siempre… -les comienza a decir la muchacha, buscando encontrar las palabras correctas para exponer el tema. -A mi no me cabe la menor duda… ¿Y a ti, Joe? – le responde Paul, haciendo una mueca de conformidad. -Concuerdo… concuerdo… ¿pero no sé bien de qué nos quejamos? Hasta que tuvimos mucha suerte… -le expresa el otro, demostrando conformidad con la situación que les tocó vivir. -No me refiero a eso, Paul… Yo tampoco me quejo… Reconozco que dentro de todo, Joe… ¡Fuimos muy afortunados!... Nos alimentamos bien… tenemos como abrigarnos… Y hasta tenemos nuestra intimidad… ¡Todo está fenomenal! –continuó diciendo Melisa, con la voz un poco embargada y consternada, principalmente por ser ella la que tenía que abordar la cuestión.

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-¡Bueno! Tú misma dijiste todo… ¿No veo por qué preocuparnos? –le afirma Joe, mostrando un rostro beneplácito. -Saben que no me refiero a eso… pero… creo que todos tenemos ciertas carencias… y yo se que ustedes… por delicadeza, tal vez… no quieren hablar sobre ello… -les dijo la mujer, intentando llegar más cerca del asunto que la acongojaba. -La verdad… No estoy entendiendo nada… -expresó Paul, poniendo cara de tonto. -Que pasmados que son ustedes dos… ¿No se dan cuenta que me refiero a tener relaciones íntimas?… ¿Qué quieren que les diga?... ¡Yo siento falta! –explicó ella, mientras un leve rubor tomaba cuenta de su fisonomía. -¡Ahhh! –respondieron a coro los otros dos. -Cómo ustedes no quieren hablar de ello… mejor que lo haga yo… ¿A ver si están de acuerdo con mi idea? … Podríamos hacerlo alternadamente… Por ejemplo… tú lo haces los días pares… y tú los impares… –les explicó Melisa, intentando organizar un régimen que conformase a los dos amigos. -Pero… ¿Y si surge algún problema, cómo hacemos? –interpeló Paul, pareciendo que la idea de la mujer no le caía del todo mal. Flashes Mundanos

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-Y si surge cualquier problema… nos reunimos, lo hablamos… y lo solucionamos… Al fin de cuentas… somos todos adultos, y esto aquí… es una democracia… ¿No les parece? –sentenció la muchacha con frases entrecortadas, pero de manera inexorable y determinada. -A mí me parece bien -expresó Joe, dejando que se le escapase una sonrisa tímida entre los labios. -Para mí… ¡Está óptimo…! Concuerdo –dijo el otro, guiñando un ojo para su compañero. Todos quedaron de acuerdo y encantados por haber podido ser tan cuerdos y organizados, y por el hecho de haber abordado el asunto de una manera tan humana y comprensiva. A partir de aquél día, se pasan semanas y meses, respetando cada cual su turno; uno los días pares y el otro en los impares, con un respeto y un comportamiento ejemplar entre ellos. A decir verdad, fue un periodo fabuloso para los tres. Pero, por desgracia, al cabo de algunos meses, Melisa se debilita, contrae un virus que ellos no consiguen identificar, y ella cae enferma. Empero, la enfermedad avanza para desesperación de los muchachos, y después de unas semanas, Melisa fallece.

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Los dos hombres quedan terriblemente tristes, pero terminan por concordar que, mismo siendo una desgracia, la vida continúa. Por tanto, luego ellos vuelven a la misma rutina de antes. Una semana más tarde, uno de ellos se dirige al otro y le dice: -Escúchame… Sé que lo que te voy a decir es cruel… pero el tiempo pasa, y si es duro para ti… también lo es para mí, mi amigo. -¿A qué te referís? -¡Mira!... Me falta alguna cosa… Yo soy joven y no puedo seguir así… ¿No sé lo que vos pensas al respecto? -La verdad… sinceramente, te agradezco que hayas sacado el tema… porque yo también estoy pasando por la misma situación. -¿Entonces, vos pensas igual que yo? -¡Y si!... Si no funciona… siempre lo podemos volver a discutir… ¿No te parece? -De acuerdo… -¡Está bien!... ¿Pero cómo vamos hacer para organizarnos? -Tu los días pares… y yo los impares. -Para mí está bien… no tengo ningún inconveniente.

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Y así, los hombres pasan otro montón de semanas fabulosas, geniales, hasta que una noche, el clima entre los dos se puso tenso y uno decide hablar con el otro, y le dice: -¡Escúchame!... No te olvides que dijimos que si algo no iba bien, lo discutiríamos. -¡Sí! ¿Qué pasó? -Yo creo que esto no debe continuar más… -¿De qué me hablas? -Se que estamos solos y necesitados… pero creo que lo que estamos haciendo… no me convence… Va en contra de la naturaleza… -¡Mira!... ¿Queres que yo te diga la verdad? -¡Sí! Pues creo que hasta ahora, siempre discutimos los problemas y los solucionamos juntos… Me gustaría saber lo que tú opinas al respecto. -¡Si! Tienes razón…Me tranquilizas… Yo también estaba pensando como vos… -¿Lo qué? -¿Qué parásemos? Me gustaría que parásemos… De todas formas… ya no son las mismas sensaciones que antes… -¿Estás de acuerdo, entonces? -Si, ¿y tú? Flashes Mundanos

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-Yo también. -¡Bueno! Está bien… ¿Pero qué hacemos? -¡Mejor, la sepultamos! -¡Sí!... Creo que va ser lo mejor…

Conflicto de Intereses

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Renato estaba pasando por uno de aquellos momentos difíciles, como los que cualquier individuo a veces se obliga a enfrentar cuando está ante un dilema circunstancial, y en los cuales, sin darnos cuenta, ciertos hechos pasan a ocupar nuestros pensamientos y nos hace fabricar divagaciones imprevisibles; principalmente si la disyuntiva tiene que ver con el comportamiento que se debe asumir frente a una mujer. Cuando se reunió con su amigo, sin necesidad de dar muchos rodeos, el tema terminó viniendo a flote en el medio de la conversación que mantenía con Dagoberto, uno de sus mejores compañeros, y al que lo catalogaba como siendo su escrupuloso confidente. -Pero vos no te podes imaginar lo que puede ser peor… Principalmente cuando ella te dice directamente en la cara: ¡Tenemos que hablar!... Así, de sorpresa; con una espontaneidad, que la frase te genera un pánico interior que te desazona –le dijo Renato, intentando explicarle su situación y su punto de vista. -¡Sí! Yo me imagino que eso ocurre cuando los sentimientos de culpabilidad pasan a recorrer nuestra mente aceleradamente, buscando el motivo que justifique la frase –testificó su amigo, haciendo señal de afirmación con la cabeza. Flashes Mundanos

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-¡Claro! Pero…, si ella te dice así de repente: “Yo también te quiero… pero sólo como amigo”; justo cuando vos estás construyendo aquel idilio mental… cuando estás lleno de ilusión interna… -le explicó Roberto, cara de consternación. Pero como el amigo no dijo nada, emendó: -¿Eso no es peor?... ¿No concordas conmigo? – expresó de manera irascible, pretendiendo convencer al otro de su perspectiva. -Yo te entiendo… porque cuando te lo dicen, es que… para ellas… tú eres el tipo más simpático del mundo… pero de antemano ya te está avisando que no va a pasar nada entre los dos –reveló Dagoberto con su voz ronca. -Bueno, eso ocurre porque ella te considera como siendo el individuo que mejor la escucha… el que la comprende… el que más percibe sus sufrimientos… el que aguanta su ambigüedad… Pero cuando te habla de esa manera…, te está dejando bien claro que no va a salir contigo –agregó Renato, sintiéndose afligido frente a esa situación.

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-Lo peor, es que probablemente, ella luego ira a elegir a un impresentable que sólo querrá acostarse con ella… Y todavía… es bien capaz que cuando se mande la burrada de elegir ese otro con quien quiere salir… …. Te va a llamar a vos para pedirte consejo –legitimó su amigo, colocando las palabras de modo receloso. -¡Evidentemente! Es algo parecido a cuando haces una entrevista de empleo, y ellos te dicen: “Señor Pirulo… la verdad que usted es la persona idónea para el cargo… el que mejor currículo tiene… Pero, por ahora no lo vamos a contratar. Vamos a elegir un incompetente…. Pero, eso sí, quédese tranquilo… cuando él se mande una soberana cagada… ¿Lo podríamos llamar a usted para que nos saque del lío? –le dijo el flaco Renato, con una entonación jocosa, haciendo una parábola para explicar su enfoque, y continúa su disertación, agregando: -Yo me pregunto… ¿Qué es lo que he hecho mal? Hemos ido a divertirnos… al cine… hemos pasado horas tomando café… ¿Y a partir de cual café fue que nos hicimos amigos…? ¿Del quinto?... ¿Del sexto? ¡No! eso no se hace… uno tendría que ser avisado antes… Si supiese a partir de cuál café fue… te juro que me tomaba uno menos… porque seguramente a esta hora ya me estaría acostando con ella –expresa de forma incongruente. Flashes Mundanos

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-Renato… Vos tenes que entender, que para ellas… “un amigo”… es como un Tampax… con el que pueden ir a la piscina…, a cenar o a bailar… que pueden salir con él a cualquier lado… Pero justamente, lo único que no se puede hacer con él… es mantener relaciones sexuales… -alcanzó a filosofar Dagoberto, intentando justificar el comportamiento que una mujer tiene, con el que considera como su amigo. -¡Para mí!... La mina que hace eso… es una sádica – asevera el otro. -Pero… ¿Por qué lo decís? -Es que si lo pensas bien… Si para que una mujer te considere “su amigo”, eso consiste en arruinarte tu vida sexual… No quiero ni imaginar lo que ella hará con sus enemigos… -analizó Renato, con una voz irritada, a la vez que añade: -A mi me parece muy bien que seamos amigos… pero lo que no alcanzo a comprender es ¿por qué razón nosotros no podemos follar “únicamente como amigos”? -Yo creo que la amistad entre hombre y mujer no existe –testificó el otro, dejando la mirada vagar por el ambiente.

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-¡No!... Lo que ocurre, es que cuando ella te dice que únicamente te quiere “como amigo”… para ella… ¡significa eso y punto!... ¿No te parece? –interroga el flaco, colocando una cierta duda en el punto de vista. -¡Bueno, no sé!... Para algunos a veces no es bien así... Para ti puede significar que si una noche están en el parque o en la playa… los dos toman algunas copas de más… hay luna llena… los astros se han alineado… y hasta probablemente un meteorito amenace la tierra… Ahí vos te pones a pensar que, a lo mejor… capaz que conseguís enrollarte entre las sábanas con ella –diserta el amigo, justificado la actitud de segunda intención, ante una situación similar. -Entonces, eso uno se lo tiene que tragar… porque nunca perdes las esperanzas… Pero si ella se arregla con un Juan cualquiera… pensas… ¡ya se irán a pelear!... Así que cuando eso ocurre… uno pasa a atacar con la técnica de “consolador de corazones” –razona Renato, poniendo cara de circunspección. -¿De qué decís?

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-Es que me refiero a que si pasa eso… vos le decís: “No llores, mi querida amiga… Ese Juan cualquiera es un intemperante… un sinvergüenza… tú te mereces a alguien mejor, un tipo que te comprenda… un fulano que siempre sepa estar ahí cuando lo necesitas… Que sea alto… con pelo castaño… bien apuesto… que se llame Rodolfo… ¡Como yo! –agrega el flaco, intentando explicar su técnica de consolación. -¡Ahh! entendí… Pero por lo menos, siendo amigo… siempre podes meter cizaña para eliminar la competencia… -responde el otro, dejando escapar una risotada, por causa de su pensamiento antagonista. -¡Si! pero también se puede usar la técnica del “gusano miserable”… Porque en el momento que ella te dice: “Ay… que agradable que es fulano… ¿No te parece…? Y uno, no estando para nada de acuerdo, se ve obligado a responderle: ¿Verdad? ¿Fulano?... Sí… él es muy seductor… un poco bizco, me parece a mí… Y ella enseguida sale en defensa diciendo: ¡No! No es bizco… lo que pasa es que tiene una mirada muy tierna. -Yo diría que esa… más bien, es la técnica de un tipo despreciable.

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-Tú llámala como quieras, pero como te decía antes… entonces le tenes que responder: ¡Ah, claro!… de eso yo me di cuenta el otro día…, cuando él miraba aquella otra tipa… Pero ella continúa siendo ingenua y lo defiende, al momento que te responde: ¡No la miraba a ella!... Me estaba mirando a mí… Y vos tenes que afirmarle: ¡Ves cómo es bizco! -El colmo, es que las mujeres siempre consideran que tienen una relación “superespecial” con un amigo así… Que creen que pueden dormir con él en la misma cama… sin que pase nada –interrumpe Dagoberto, dando a entender que la imprecisión de las mujeres, es difícil de comprender. -¿Pero eso de súper especial, no sería más bien… que pase algo entre los dos? –le pregunta el flaco, sin alcanzar a comprender las palabras del amigo.

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Cuando Renato retoma la palabra, le dice: -¡Mira!... Suponte que un día… después de una fiesta… te quedas ayudándola a recoger las cosas, a ordenar un poco el lugar… como desde siempre lo has hecho… y al final… vos le decís: ¡Huy!... es muy tarde… ¡Mirá que horas es!... Obviamente que ella te va a decir: ¿Por qué no te quedas a dormir aquí?, y vos le respondes con cara de bonzo: ¿Y donde duermo… si aquí no hay lugar? –le explica Dagoberto.

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-¡Claro!... Pero antes que ella te de la respuesta, es justo el momento en que tu comienzas a imaginarte cosas…, o hasta que ella podría salirse con un: ¡Pues en mi cama… bobo! Y enseguida te empiezan a temblar las piernas… te entra un sofoco… y especulas… “Esta noche, se han alineado los planetas”. Pero enseguida te das cuenta que son precisamente los astros los que se han alineado… porque ella… como sos amigo… con toda la confianza que existe entre los dos, se queda en camiseta y bombacha… y uno, con todo lo que está pensando… con toda la alineación de lo que vos quieras… continuas a pensar: ¡Entonces yo también me voy a quedar en calzoncillos!... Y de esa manera te metes de un salto en la cama soñando con los planetas, y te cubrís rápido con la sabana… y te ves obligado a doblar ligero la rodillas para disimular tu estado de alineación… y, un momento después… ella también se mete en la cama, te da la espalda… te pega las nalgas contra tu pierna… y te dice delicadamente: ¡Hasta mañana Rodolfo!... y notas que enseguida se duerme. -¡Sí! bueno… pero ya estás a un paso… -comenta Dagoberto, mostrando sus dientes detrás de una carcajada.

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-¡Fenómeno! Pero un paso es un paso… y enseguida te pones a pensar: ¿Pero cómo es que ella hace para dormirse tan rápido? con una situación de esas. -¡Anda a saber!... A lo mejor no reza… está media alta de copas… tiene pie plano… ¡qué sé yo! -Cuando estás en una situación así… al principio no te atreves ni a moverte… Te quedas tieso para no tocar en nada… de manera que si hiciesen un concurso, nadie te iba a poder ganar… porque en ese momento… sos el tipo más caliente del mundo. -Y ni te cuento que larga se te hace la noche… ¿No? -Entonces…. Como no te podes dormir… te viene un montón de cosas a la cabeza… Esas bobadas que empezas a pensar… en algo como: ¿Tocar una teta con el hombro… será cosa de mal amigo? o algo como: ¿Y si es la teta… la que me toca a mi? Pero ni te digo lo que te ocurre cuando las nalgas de ella rozan contra tu pierna… Aunque en realidad, después de muchas horas de desvelo… la única pregunta que te haces, es: ¿Será que realmente soy tan chupa nabo así?... Porque vos no podes creer que estás en la misma cama con ella… y no pasa nada… ¡nada!

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-Comprendo… Lo que a vos te gustaría… es que ella se diese vuelta y te dijese: ¡Veni tonto!... Ya sufriste bastante… ¡Hacedme tuya de una vez! –comentó el otro, insinuando el tipo de pretensión que él amigo ensayaba. -¡Que va!... A las mujeres nunca les parece que uno ya ha sufrido bastante… Piensan que siempre vas a poder soportar más… ¡Y mira que sufrís!... Porque en realidad tenes la sangre del cuerpo todo… acumulada en el único lugar más tieso que palo de bandera. -Dicen que se han dado casos… de que hubo hombres que ante una situación similar… llegaron a reventar… -comenta Dagoberto, largando una sonora carcajada. -Y como si fuera poco… como si toda tu humillación no terminase ahí… a las siete de la mañana suena el timbre de calle… ¿Y ni te imaginas quien pode ser? –dijo Renato, mostrando estar irritado. -No se… ¿haber, quién podría ser a esa hora? -Ella va, atiende la puerta y te grita con aquella vocecita suave: ¡Ay!… ¡Mira!... Es fulano… -¿El tipo que está saliendo con ella? -¡Exacto!... Pero yo… ingenuamente, le pregunto: ¿pero tú no lo habías dejado?

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-¿Sabes lo que te responde?... ¡Ya te lo contaré en otro momento!, porque ahora estoy con prisa… te dice, poniendo una carita encantadora y guiñando los parpados apresuradamente. -No me jodas… ¿Y ahí? -Te dice que habían planeado ir a la playa… que se había olvidado de contártelo… y para colmo… como si fuera poco… todavía agrega: “Él iba a traer su perro… porque yo le dije que contigo, él iba a estar mejor que con nadie” –le expuso Roberto, notándose que estaba viablemente irritado. -Te imaginaras la cara que uno puede llegar a poner… porque a seguir ella seguramente te va a decir: ¿Qué pasa?... Tenes mala cara… ¿Dormiste bien?... ¿Estás bien del estomago? ¡Me imagino!... Es por eso que tú eres un buen amigo… ¿No? -¡Claro! Ahí te quedas con el perro… Que al final… ¡Para eso, él es el mejor amigo del hombre!

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Acto de Resentimiento

Invariablemente, todos los fines de semana, Mariuza se reunía con su barra de amigos para gozar de alegres trasnochadas, y casi siempre estas terminaban en una Discoteca para entretenerse entre bailes y agitaciones. Ella estaba en lo normalmente definimos como la flor de la edad, o sea con algo alrededor de veintiséis años. Recientemente, aunque sin mucha perspectiva de futuro, se había recibido con el título universitario de geóloga, y también tenía un trabajo estable que le proporcionaba una relativa condición económica para sustentar sus vicios y sus albedríos, sin la necesidad de tener que depender de terceros. Flashes Mundanos

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Pero, posiblemente debido a su talante introspectivo, mantenía hábitos de alimentación desreglados, los que con el pasar del tiempo terminaron por proporcionarle un cuerpo redondo, obeso, una curva sola. Aunque sin embargo, esa circunstancia medio inflada no había logrado apagarle la alegría, la inocencia, y la jovialidad de su temperamento. Empero, un hecho esdrújulo aconteció un cierto mediodía mientras ella se entregaba al deleite de comer, sentada en un elegante restaurante frente a una mesa abundante de manducatorias, cuando de pronto nota que un mendigo se le acerca y ve por los cristales que ella estaba comiendo opíparamente, puesto que su deducción se apoyaba en la vista que el sujeto tenía de una mesa repleta de varios platos llenos de comida solo para ella. Entonces el hombre se le acerca de manera sumisa y muy educadamente le dice: -¡Señora!, ya hace como seis días que yo no como – mientras él no consigue quitar los ojos de los platos de comida que había sobre la mesa. Mariuza lo mira de arriba abajo y, sin pestañar ni intimidarse, haciendo un piquito con los labios, le contesta: -¡¡Ay mijo!!... Qué fuerza de voluntad tú tienes. Flashes Mundanos

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Aunque en verdad el porte físico Mariuza fuese algo exagerado, esta tenía rasgos acentuados de belleza y femineidad tan característicos en toda mujer joven; y los que los hacía cuestión de resalar y los conservaba con coqueta dedicación. Vale decir que se destacaba en aquel rostro redondo un par de ojos de un marrón claro y transparentes como la miel, que más se asemejaban a un par de pequeñas bolitas y que le dejaban una mirada cautivante y hechicera. No obstante, pese a su media edad, en el presente momento no tenía pretendiente, pero tampoco nunca había alcanzado a tener un novio definitivo con quien compartir su sueño de un hogar con hijos. Aunque en realidad nada de eso conseguía sofocar su alegría y su feminidad, lo que ciertamente, nos permite afirmar, que ella estaba en paz con la vida y con ella misma. La casi totalidad de los integrantes de su grupo de amigos habían sido colegas de estudios en la universidad, siendo que algunos de ellos terminaron por agregarse al mismo grupo, por causa de ellos ser amigos de las parejas que se habían formado con alguno de estos.

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Como dijimos al principio, el último sábado habían decidido terminar su madrugada divirtiéndose en una Discoteca, quemando allí las energías entre demorados tragos, agitados bailes y sonoras carcajadas. Pero sucedió que en el medio de la noche, casi automáticamente Mariuza se levantó de su lugar en la rueda, para dirigirse parsimoniosamente al toilette femenino, con la intención de, entre otras cosas, de retocar su maquillaje. Estando allí, calmamente se paró enfrente al inmenso espejo que ocupaba toda la pared del baño, y en el cual había localizado debajo del mismo, una mesada de mármol de un tamaño descomunal. Prontamente, ella abrió la cartera y retiró su estuche de cosmética, para luego dar inicio al coqueto retoque de su maquillaje. Mientras se encontraba dedicada a esas correcciones de pintarse, retocarse, alisarse; nota que de pronto llega una exuberante pelirroja de ojos azules, que se coloca a su lado. Mariuza la mira de soslayo, y observa que la joven tiene una delicadísima cintura de alfeñique, lo que inmediatamente la obliga a preguntarse para sus adentros:

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-“¿Cómo es que ésta habrá hecho para conseguir poner ese despampanante cuerpo que tiene… y colocarlo dentro de esos ajustadísimos pantalones de cuero?”. Sin condiciones emocionales que le permitiesen dejar de observar tan estructural creación divina, percibe que la muchacha, inmediatamente después de retocar sus labios, se inclina frente al espejo y hecha un beso para si misma a través de este y destinado a la delgadísima imagen que se reflejada en el vidrio, cuando la escucha que dice en voz alta: -“Gracias… Diet Coke, por mantenerme así” Pero ella enseguida advierte que la joven da media vuelta sobre sus talones y se marcha tranquilamente. Mientras la ve salir, Mariuza se queda paralizada con lo que reparó, mientras mantiene el lápiz labial de forma suspendida con la mano en el aire, y sintiendo en ese momento unas tremendas ganas de darle una mordida de rabia. Ya más recompuesta de la escena que acabó de presenciar, pocos segundos después, mientras continuaba con su labor de maquillarse, de su otro lado se arrima una tremenda morena, la que visiblemente exteriorizaba un cuerpo dos veces mejor que el que tenía la pelirroja.

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Mariuza la observa de reojo, y mientras la muchacha se está empolvando; aprovecha para espiarle el cuerpo estructural que la chica exhibía, y en cuanto se entretiene embobada por la cintura estrecha que tenía; luego ve que la chica se mira de arriba abajo en el espejo, mientras va deslizando delicadamente las manos por su propio talle, como quien pretende acariciar la cintura y las caderas para sentirlas en su lugar. Para su sorpresa, ve que ella se inclina sobre la bancada, pone la palma de la mano bajo su boca, hace que espira un beso al aire, y a continuación lo sopla delicadamente hacia el reflejo de su imagen, y expresa con una vocecita grácil: -“Gracias… Reduce Fat Fast, por darme este cuerpo lindo y bonito”. Enseguida, ella da media vuelta y se va. Mariuza la mira y no lo puede creer. Se queda cortada, como si estuviese congelada, mientras sostiene el tubo de rimel en una mano y el pincel en la otra, en cuanto mantiene la mirada fija en la que se está yendo, sintiendo una tremenda puntada de rencor y odio en su interior.

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Suspira hondo, toma aliento y decide continuar con su labor, sintiéndose destrozada, claro, con un sentimiento que es mitad envidia, y la otra mitad con una antipatía descontrolada hacia la madre naturaleza. En cuanto continúa retocándose, observa que en ese instante atraviesa la puerta del baño una hermosísima rubia que tiene un cuerpo tres veces mejor que la joven anterior, y de pronto se acuerda que es la misma chica que hasta hace poco tiempo atrás estaba bailando en la pista de la Discoteca. Mariuza percibe que aun están vivos en sus oídos, los aullidos de placer y gozo que ésta despertó entre los muchachos mientras se contorsionaba bailando. De cerca y con la claridad de la luz, ve que tiene una piel suave, un cuerpo único, una cintura ultra delgada apoyada sobre un par de piernas altas y bien torneadas. -¡¡Bellísima!! –Mariuza piensa para sí al observarla. De pronto, la chica pasa en cepillo por sobre los dorados cabellos lacios, y Mariuza ve que, enseguida, la chica se mira al espejo para verse la silueta de ángel que posee, y casi instantáneamente coloca las palmas de las manos en sus nalgas y se acaricia el delicado y bien formado trasero que tiene… Luego la escucha que dice con entonación melodiosa: Flashes Mundanos

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-“Gracias… Silohuette 40 por dejarme así”. Cuando la muchacha se retira, el rostro de Mariuza ya esboza una profunda mueca amorfa de resentimiento y rabia, y ya se le destacan en su rostro los inmensos cachetes colorados de sangre e ira. Entonces, eufórica y colérica, junta más que rápidamente todos los productos de su kit de maquillaje, lo cierra con furor y lo revolotea por el aire, para luego guardarlo en su bolsa con violencia. Más bien… lo tira de forma furiosa dentro de su cartera, y, antes de partir, se echa detenidamente un último vistazo en el espejo, y decide romper el silencio, gritando para sí de forma furibunda: -¡¡¡Cómo me arruinaste el cuerpo… McDonald´s!!!

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Nota del Autor Una selección de cuentos cortos mencionados con sorna, jocosidad y gracejo componen el texto de “Flashes Mundanos”. Las historias relatadas tienen origen en la ficción del autor de la obra, que buscó por intermedio de ellas narrar los instantes frugales de lo frecuente de la vida popular, inventando los personajes y los cuentos que envolvieron las alegorías del libro. No puede ser considerado como responsabilidad del escritor, que algunas semejanzas encontradas por el lector, en parte o en un todo, éste pueda de cierta manera identificarse con los hechos narrados en el decorrer de las invenciones. Entretanto, es posible que algunas personas tengan vivenciado acontecimientos similares que asienten una relativa analogía con la descripción física de algún Flashes Mundanos

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individuo de la ficción. Sin embargo, el lector debe considerar que él mismo, al ser parte integrante de una sociedad muy diversificada, esté sometido a su oculta comparación con ciertos hechos de la vida.

BIOGRAFÍA DEL AUTOR Nombre: País de origen: Fecha de nacimiento: Ciudad:

Carlos Guillermo Basáñez Delfante República Oriental del Uruguay 10 de Febrero de 1949 Montevideo

Nivel educacional:

Cursó primer nivel escolar y secundario en el Instituto Sagrado Corazón. Efectuó preparatorio de Notariado en el Instituto Nocturno de Montevideo y dio inicio a estudios universitarios en la Facultad de Derecho en Uruguay. Participó de diversos cursos técnicos y seminarios en Argentina, Brasil, México y Estados Unidos. Experiencia profesional: Trabajó durante 26 años en Pepsico & Cia, donde se retiró como Vicepresidente de Ventas y Distribución, y posteriormente, 15 años en su propia empresa. Realizó para Pepsico consultoría de mercadeo y planificación en los mercados de México, Canadá, República Checa y Polonia. Residencia: Desde 1971, está radicado en Brasil, donde vivió en las ciudades de Río de Janeiro, Recife y São Paulo. Actualmente mantiene residencia fija en Porto Alegre (Brasil) y ocasionalmente permanece algunos meses al año en Buenos Aires Flashes Mundanos

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Retórica Literaria:

Obras en Español:

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(Rep. Argentina) y en Montevideo (Uruguay). Elaboró el “Manual Básico de Operaciones” en 4 volúmenes en 1983, el “Manual de Entrenamiento para Vendedores” en 1984, confeccionó el “Guía Práctico para Gerentes” en 3 volúmenes en el año 1989. Concibió el “Guía Sistematizado para Administración Gerencial” en 1997 y “El Arte de Vender con Éxito” en 2006. Obras concebidas en portugués y para uso interno de la empresa y sus asociados. Principios Básicos del Arte de Vender – 2007 Poemas del Pensamiento – 2007 Cuentos del Cotidiano – 2007 La Tía Cora y otros Cuentos – 2008 Anécdotas de la Vida – 2008 La Vida Como Ella Es – 2008 Flashes Mundanos – 2008 Nimiedades Insólitas – 2009 Crónicas del Blog – 2009 Corazones en Conflicto – 2009 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. II – 2009 Con un Poco de Humor - 2009 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. III – 2009 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. IV – 2009 Humor… una expresión de regocijo 2010 Risa… Un Remedio Infalible – 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. V – 2010 Fobias Entre Delirios – 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VI – 2010 Aguardando el Doctor Garrido – 2010 El Velorio de Nicanor – 2010

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La Verdadera Historia de Pulgarcito 2010 Misterios en Piedras Verdes - 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VII – 2010 Una Flor Blanca en el Cardal - 2011 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VIII – 2011 ¿Es Posible Ejercer un Buen Liderazgo? 2011 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. IX – 2011 Los Cuentos de Neiva, la Peluquera 2012 El Viaje Hacia el Real de San Felipe 2012 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. X – 2012 Logogrifos en el vagón del The Ghan 2012 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. XI – 2012 El Sagaz Teniente Alférez José Cavalheiro Leite - 2012 El Maldito Tesoro de la Fragata - 2013 Carretas del Espectro - 2013 Los Piratas del Lord Clive - 2013 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. XII – 2013 Apócrifos del Génesis - 2013 Representación en la red: Blogs:

AR http://blogs.clarin.com/taexplicado-/ UY http://blogs.montevideo.com.uy/taexplicado UY http://participacion.elpais.com.uy/taexplicado/ CH http://taexplicado.bligoo.com/ ES http://lacomunidad.elpais.com/gibasanez LA http://www.laopinionlatina.com

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TERRA http://taexplicado.terra.com/ Wordpress http://carlosdelfante.wordpress.com/ Revista Protexto http://remisson.com.br/

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