La Tierra Apocalíptica

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2º Libro de la Trilogía

El Enigma Doctrinal Carlos B. Delfante La Tierra Apocalíptica

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No creo que Dios quiera exactamente que seamos felices, quiere que seamos capaces de amar y de ser amados, quiere que maduremos, y yo sugiero que precisamente porque Dios nos ama nos concedió el don de sufrir; o por decirlo de otro modo: el dolor es el megáfono que Dios utiliza para despertar a un mundo de sordos; porque somos como bloques de piedra, a partir de los cuales el escultor poco a poco va formando la figura de un hombre, los golpes de su cincel que tanto daño nos hacen también nos hacen más perfectos. Clive Staples Lewis

Índice Preámbulo

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El Secreto Escondido

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Los Manuscritos Robados La Tierra Apocalíptica

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Los Códices Desvirtuados

47

Cruzando Extremadura

84

La Sombra de la Cruz de Anu

108

La Osadía de los Soberanos

127

Las Mil Biblias

160

La Bula Exigit sinceras devotionis affectus

183

Los Perseguidos

205

Decadencia de la Inquisición

237

Tierra Delegada

269

Las Reducciones Jesuitas

321

La Supresión de la Compañía

372

Una Cansina Peregrinación

391

La Pisada del Padre Lucas

411

Entresijos Finales

444

Referencias Bibliográficas

451

Biografía

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En el jardín de la Iglesia se cultivan: las rosas de los mártires, los lirios de las vírgenes, las yedras de los casados, las violetas de las viudas. San Agustín

Preámbulo En las páginas del segundo libro que compone la trilogía “El Enigma Doctrinal”, el lector encontrará una narrativa que desanuda los sucesos que ocurrieron durante varios siglos del segundo mileno de la era cristiana. “La Tierra Apocalíptica” es una obra de ficción que tiene inicio durante el periodo final de la Orden del Temple y de las ocupaciones posteriores de algunos de estos Caballeros en España, donde en data incierta se llegó a ocultar el tan buscado pergamino que contiene el “Enigma Doctrinal” que ahora busca indagar el minucioso clérigo que integra los cuadros de la otrora policiaca

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“Suprema y Sacra Congregación de la Inquisición Universal” del Vaticano. Como el contenido de dicho pergamino puede poner en peligro los pilares de esa cultura de fe, el Vaticano no está dispuesto de forma alguna a que ésta sea cuestionada, y eso lo lleva a reanudar la revisión y actualización de los manuscritos que habían sido elaborados anteriormente por el Camarlengo del Papa Pablo IV en fines de 1964. El padre Paolo Dell Messi, al dar continuidad a los estudios sobre las pistas que puedan llevar a la Iglesia a encontrar el pergamino, recorre a través de los años las contingencias ocurridas durante la Inquisición española, sus persecuciones, sus castigos y finalmente la tan deseada decadencia, así como otras efemérides posteriores que lo hace desembocar inesperadamente en un nuevo mundo que él llamó de Tierra Apocalíptica. A partir de ahí, toma suma importancia en el relato la obra y el trabajo de la “Congregación de Jesús” en las Misiones Jesuitas de la Banda Oriental, cuando se detalla con esmero el surgimiento de las reducciones por donde de manera insólita estuvo por acaso el pergamino perdido. La cansina persecución atrás de una estatua de la virgen “Nuestra Señora de las Angustias”, venida por acaso desde el Viejo Mundo, había llevado al Camarlengo a peregrinar de un lado a otro por diferentes territorios por La Tierra Apocalíptica

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entonces hostiles, hasta que da de cara con el responsable de su última custodia, el padre irlandés Lucas C. Marton. Mientras tanto, sigue su curso en la Santa Sede el Concilio II, en cuanto el paleólogo sacerdote Paolo da continuidad a sus estudios y ve surgir otros conflictos de intereses afines a la Curia, y las tramas paralelas al Concilio que envuelven denuncias que incluyen evidencias sobre la homosexualidad en el clero. Sin embargo, todo nos lleva a creer que el extraviado pergamino parece esconder una siniestra maldición.

1 El Secreto Escondido En aquella tarde fría de los finales días de un crudo otoño en el Vaticano, el padre Paolo Dell Messi, que en ese momento se encontraba en su sala de trabajo en la “Congregación de la Doctrina de la Fe”, se mantuvo algún tiempo recostado silencioso contra el respaldar de su silla adoptando una postura más bien meditabunda y con una melancolía dibujada en el rostro. Mientras perduró por incierto periodo en la licencia de cualquier movimiento corporal, de cierta forma su indolencia estaba contrariando abiertamente con la determinación de sus palabras La Tierra Apocalíptica

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anteriores, las mismas que lo habían dejado con el pensamiento concentrado en aquellas últimas frases que habían sido registradas en el libraco que hacía muy poco acabara de leer. La culpa de haberlo dejado absorto en su meditada reflexión, no era más que la comprobación constante en las cláusulas conclusivas del manuscrito, el mismo que mencionaba que el cardenal Masella indicara una clara alusión de quien era en realidad el guardián del tan buscado pergamino que hablaba del taxativo “Enigma Doctrinal”. Y para su sorpresa, era nada menos que el maestre provincial de Castilla y León, Fray don Guido de Garda, en el año 1178. -¿Cómo es posible que la verdad no hubiese salido a flote en aquél momento, principalmente, si el viejo papiro fuera depositado en manos de un hombre de Cristo? -fue lo primero que Paolo llegó a preguntarse sin se alucinar en colores, cuando logró recapacitar con más calma sobre el contenido de su interpelación. En realidad, todo su estado anímico era consecuencia y causa de lo que se mencionaba en aquellos mismos manuscritos que llegaban a indicar igualmente que a fines del año 1178, fray Guido de Garda, un superviviente de mil batallas en Tierra Santa y cuyas cicatrices eran capaces de hablar por sí solas sobre la defensa de las murallas de la La Tierra Apocalíptica

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rediviva Jerusalén, al retornar de su odisea cristiana había terminado por recibir del mismísimo rey Fernando II de León, la ciudad de Ponferrada, con la noble misión de proteger a los peregrinos que por entonces deseaban alcanzar la muy santa ciudad de Santiago de Compostela. -Si es así, me es permisible pensar que fray Guido -evaluó Paolo con cierta reticencia-, el gran maestre templario que por entonces encabezaba la Orden en la mencionada región, y el mismo que había recibido el pergamino de manos de su fallecido amigo Odón de San Amando, ¿también hubiese sido atacado por la codicia? -Por lo que se describe, es evidente que él trajo junto a todos sus escasos perteneces el tan buscado mensaje que fuera redactado un día por los esenios, y que le fuera confiado secretamente por su aliado antes de morir. -Entonces, ¿por qué razón mística él decidió mantener el secreto en su poder? -llegó a cabecear el padre Paolo con aire enigmático-, y éste hombre de Dios pasó a dar prioridad a la busca de una atalaya que tan sólo tenía como objetivo proteger los pasos de los peregrinos, además de que, para poder llevar esa misión a buen puerto, se vio obligado a peinar toda aquella inhóspita región en busca de un buen montículo donde construir una fortaleza desde la que se pudiese vigilar el camino de Santiago.

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Al alcanzar ese punto indescifrable y oscuro de su raciocinio, Paolo dio de hombros y dejó escapar un suspiró hondo, concluyendo: -Seguramente nunca lo sabremos. Por su vez, entendía que en algún punto de la historia se había perdido la investigación del cardenal, pues según constaba en aquella misma crónica que acabara de leer, que los hechos terminaron por conducir a fray Guido, cuando por fin hubo encontrado el lugar que lo convenció, el que no era más que un túmulo con unos restos romanos, y hasta anteriores, a actuar de manera determinada, dando entonces la orden de comenzar las tareas de construcción y escondiendo de todos el mensaje que contenía el papiro. No en tanto -notó que había registrado el cardenal en sus apuntes-, se sabe que mientras sus hombres ejecutaban los trabajos preliminares, de pronto los alcanzó un acalorado terrateniente local llamado Daniel El Terrible, y les ordenó parar con aquellas obras, por creer que aquel enclave no era digno para los templarios. -Sin embargo -recapituló Paolo-, lo que se vio, es que frente a la osadía de aquel amo y señor de las tierras, así como quien oye llover, este corajoso frey y gran maestre desenvainó más que ligero su espada, apuntó al Terrible y, llevándose su dedo índice a la sien, le dijo terminante: “vuestra locura es la que os salva”. La Tierra Apocalíptica

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-¡Bueno!, esta anécdota, de ser cierta -ultimó Paolo junto con una mueca de sonrisa jactanciosa-, nada más nos resume cual era en el fondo el carácter de un guerrero medieval recontra marcado de cicatrices, o tal vez la de un simple verdugo sabandija que se escondía bajo el nombre de Dios para practicar cualquiera de sus brutalidades. Y la que poco o nada debió diferenciarse de todos los otros guerreros santos que también salpicaron en aquel tiempo el mundo islámico y que tenían en su Dios la razón de cualquier locura. En verdad, el relato que constaba en el manuscrito de Masella mencionaba con todo detalle, que a fines del siglo XII, en época de plena Reconquista española durante el reinado de Fernando II de León, el soberano había decidido entregar la ciudad de Pons Ferrata (Ponferrada) a La Orden del Temple a cambio de que ésta ofreciese protección a los peregrinos compostelanos. En aquel entonces, como fray Guido de Garda era el maestre templario de León, a su regreso de oriente y aun fiel a su compromiso cristiano, no hace más que encabezar el recorrido de los diferentes caminos que eran utilizados por los peregrinos y que conducían a Santiago a su paso por El Bierzo. Sin embargo, al recorrer el Camino Francés, le fue oportuno comprobar que este tenía una variante que era la más utilizada en invierno y que dejaba la Vía militar La Tierra Apocalíptica

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romana en Astorga y continuaba por la Vía Nova, la cual tenía menores cotas y pendientes más suaves, además de ella pasar por otros poblados tales como: Combarros, Manzanal, San Juan de Monetealegre, Torre, Bembibre, San Miguel de las Dueñas y Ponferrada. Así pues resultó que este frey pudo comprobar como a dicha variante se le unía, en Torre, otra vía que venía de Asturias a través de La Espina y un ramal que venía de La Cepeda a través de La Granja, y al que posteriormente se le unía un ramal en Navaleo proveniente de Matavenero, lugar por el que cortaban algunos peregrinos la subida a Foncebadón. Al ver con pasmo aquel intríngulis de caminos, el fray decidió que Torre era un lugar estratégico desde el que se podía dominar una amplia zona y que, dado que los inviernos en León eran tan crudos y largos, esos eran los caminos que se utilizaban durante un mayor número de meses en el año. Fue cuando entonces se decidió por la construcción de una pequeña fortaleza militar. El cardenal Masella había llegado a registrar en sus apuntes, que el mismo Guido de Garda, al encontrarse supervisando la construcción de dicha fortaleza, en cierto momento se presentó ante él una altanera comitiva que era encabezada por un terrateniente local llamado Daniel El Terrible, cuando de pronto escuchó que el audaz individuo La Tierra Apocalíptica

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le exigía, sin pelos en la lengua, que se paralizara aquella construcción, ya que el lugar elegido por Guido, a su entender, no era el más idóneo, pues todos los vecinos opinaban que esta debería ser construida en el paraje de Albares y no allí, ya que suponían que Torre no era un pueblo digno para que en él vivieran los caballeros templarios. Frey Guido, quien, como ya lo he mencionado -había sostenido el cardenal-, hasta entonces había defendido las murallas de Jerusalén y tenía su cuerpo repleto de recuerdos de las luchas en que había estado presente, no tenía por costumbre admitir reproches a las decisiones que tomaba a su antojo, por considerarlas de antemano acertadas, de modo que, con un gesto que pareció amenazador a la vista de todos, tomó con su mano izquierda la empuñadura de su espada mientras se colocaba el dedo índice de su mano derecha en la sien haciéndolo girar en señal de locura, tras lo cual dijo a quien quisiese oírle: “Vuestra locura es lo que salva vuestras vidas”. Y así fue como el paraje de Torre (Turris Mauri) se había convertido de la noche a la mañana en el lugar de paso de miles de peregrinos; pero todo mudó tras la caída de la Orden del Temple el 3 de abril de 1312, cuando esta hermandad terminó por ser desposeída de todos sus La Tierra Apocalíptica

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bienes, y donde varios de sus caballeros, incluido su gran maestre, llegaron a perecer en la hoguera al ser acusados de herejes, momento en cual algunas de sus pequeñas fortalezas llegaron a ser derruidas en definitiva, mientras que algunos de los caballeros lograron huir llevando consigo algunos perteneces y misterios. De aquella época medieval nada ha quedado en Torre -alcanzó a reconocer el cardenal en sus apuntes-, y yo mismo he tenido la oportunidad de ver con mis propios ojos aquello que pudo haber sido una posada medieval y que apareció bajo los escombros de lo que hoy se llama “La casa de la RENFE”, cuando terminó por perderse para siempre en aras del progreso y la modernidad donde hoy se levanta el edificio del ayuntamiento. Por su vez, los propios inquisidores no han dejado en Torre ni siquiera aquel cartel que había cerca del lavadero de Silván y que rezaba: “Camino de Santiago”. -Sé muy bien que la Orden del Temple fuera fundada por nueve caballeros franceses, en Palestina en el año 1118 -llegó a recapitular Paolo cuando recordó lo que se mencionaba en los manuscritos leídos anteriormente por él, al momento en que se puso de pie y empezó a fregarse las manos para ahuyentar el frio-. E inicialmente con el objetivo de proteger a los peregrinos que viajaban hasta Tierra Santa -susurró abriendo aún más los párpados-. Por La Tierra Apocalíptica

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entonces, su líder, un tal Hugo de Payens, la llamó “Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón”, lo que, convengamos -murmuró entre dientes-, es un nombre un tanto esotérico que tuvo poco de pobre pero sí bastante del rey Salomón, ya que ellos tuvieron su sede en Jerusalén, bien encima de los restos del antiguo templo de dicho rey; un santuario tan añorado por los judíos, que ahora luce como la Mezquita de la Roca. -Sin embargo -prosiguió meditando a pasos lentos en la sala- los templarios pronto se hicieron conocidos por los alrededores de la Tierra Santa por su manto blanco con su cruz roja y, por qué no, por la fogosidad que ellos ponían en los combates contra los infieles. De hecho, ellos pronto se convirtieron en las unidades mejor preparadas de las que participaron en las cruzadas y ocuparon algunos de los castillos que aún pueden verse en pie, como el de Beaufort, en el Líbano. Pero, como se sabe -asintió en silencio-, eso de “Pobres Caballeros” se convirtió en una verdad a medias, o mejor, en una mentira a medias, porque caballeros sí eran, más bien por aquello del caballo, pero de pobres opino que ellos no tenían mucho, ya que aquellos miembros que no participaban en los combates, lograron levantar una intrincada red económica que creó nuevas técnicas financieras, y hasta soy capaz de decir que son el germen del actual sistema bancario. La Tierra Apocalíptica

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-Empero -prosiguió murmurando, ahora con el ceño fruncido y siendo lacónico con sus conclusiones-, también sabemos que aquella orden guerrera que se encargaba de proteger al mismísimo Dios de sus enemigos mientras iban montados en briosos corceles, de pronto comenzó a languidecer pasado algo más de un siglo de existencia, principalmente cuando los infieles les arrebataron los Santos Lugares, y ellos, como alternativa, terminaron volvieron a Europa para vengarse de cierta manera en los infieles patrios todas las afrentas de los infieles lejanos. -No me asombra para nada que entrenados como estaban a proteger peregrinos, y ahora especialmente en lo tocante al territorio español, que estos terminasen por hacerse fuertes en la ruta a Santiago y pasasen a dominar la región del Bierzo durante décadas. Tanto es así -llegó a mascullar el absorto Paolo entre pensamientos- que en la propia Ponferrada terminasen por enclocar parte de su leyenda española al levantar un castillo que enseñorea la ciudad y poblando de monasterios los alrededores. -Sin embargo, igualmente se sabe que con el paso del tiempo -agregó meditabundo-, sus grandes habilidades económicas pudieron ganarles también otros enemigos, como lo fueron los reyes europeos, endeudados como los de la actualidad, y sobre todo el francés Felipe IV.

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-Pienso que estos hidalgos reales, tan pobrecitos y endeudados, ya que entre ellos no hicieron más que confabular en cómo hacer para aplastar a los barbudos de la cruz roja… -se dijo luego de realizar una corta pausaresultó en que los templarios terminasen por ser acusados de sacrilegio, de herejías varias y hasta de sodomitas, resultando con que sus bienes acabasen siendo repartidos entre otras órdenes, sobre todo la de los Caballeros Hospitalarios, una otra hermandad que a posterior también fue perseguida con ojeriza y saña, hasta que ella terminó por desaparecer sin más contemplaciones. -No obstante, lo que en realidad tenemos aquí en las palabras del cardenal Masella -agregó concienzudo-, es que todos los años, bajo la primera luna llena del verano, la imagen física de Fray Guido de Garda, maestre de la orden de los Caballeros Templarios, regresa a la ciudad de Ponferrada para rubricar el pacto de eterna amistad y entregarle la custodia de los símbolos sagrados de la Tierra Santa: el Santo Grial y el Arca de la Alianza; cuando entonces los vecinos de la ciudad le salen al paso ataviados a la usanza antigua, lo que termina por crear un clima un tanto fantasmagórico e irreal que alcanza su clímax en el antiguo castillo, donde se celebra un juicio que abre el calendario de comilonas y bebilonas al uso en la comarca. Y a su vez, las calles del casco histórico se La Tierra Apocalíptica

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llenan entonces de los nuevos templarios del siglo XX, donde niños cargan pesadas espadas, y los abuelos parecen salidos directamente de la muralla antigua, mientras que el viejo castillo se convierte en un remedo de aquellas épicas reuniones de los templarios. -En todo caso, al leer lo que indica Masella, yo pienso que sería oportuno preguntase: -¿Cuál sería el comportamiento de estos mismos pueblerinos, si por un acaso alguien les hiciese ver la verdad a la luz de la razón y llegase por esas vías a su conocimiento, de que un famoso pergamino que pretende desde el inicio del catolicismo dar un ultimátum la fe, logró de alguna forma mantenerse escondido en aquel mismísimo castillo durante mucho tiempo? -alcanzó a cuestionarse finalmente, escondido detrás de una mueca que llegó a parecer sardónica, justo en el instante que escuchaba sonar la insistente y asonante campanilla de su teléfono. -¿Quién será? -mencionó imprudente antes de estirar la mano para alcanzar el aparato.

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2 Los Manuscritos Robados A través de aquella llamada terminó por enterarse que el cardenal Jozef Tomko requería su perentoria presencia en su despacho. Pero en un primer momento no pudo figurarse cuál sería el motivo de tan circunspecta convocatoria. Empero, luego presumió que si tenía en cuenta la modulación de las palabras con que el prelado se había pronunciado por el aparato y los dictámenes que soltó con voz grave, algo más transcendental debería estar aconteciendo en esos momentos en la Congregación. La Tierra Apocalíptica

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No le llevó más que algunos minutos librase de sus cometidos y juntar de prisa algunos papeles que mantenía desparramados sobre la mesa, guardándolos a seguir, como le mandaron, bajo llave. Segundos después, con una mirada entre ceñuda y preocupada, echó un ligero vistazo alrededor de la habitación y partió a cumplir con la intimación con pasos firmes. -¡Pronto!, aquí estoy -se anunció con voz destacada así que transpuso la puerta del cómodo y prolijo recinto de trabajo de su superior. Esa voz sonora que repentinamente se explayó por la estancia, obligó al cardenal Tomko a apartar su vista de la carta que en ese instante mantenía entre sus manos, y lo observase sin extrañeza con los lentes de lectura apoyados en la punta de la nariz. -Por favor, entra, Paolo… Siéntate allí -le indicó aquel hombrecito de cuerpo frágil al estirar su mano izquierda-. Pero antes -añadió al momento con voz grave-, ciérrame bien la puerta -palabras que profirió con los ojos dirigidos hacia el vano de entrada. -Usted dirá, Jozef. He venido lo más rápido que pude, no sin antes tomar la precaución que usted requirió -alcanzó a mencionarle Paolo, al mismo tiempo que cerraba la pesada mampara que los aislaba del corredor.

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-¿Qué sabes tú de la Vulgata? -mencionó el prelado justo cuando su pupilo tomaba asiento frente a su pupitre. -Si no me engaño, creo que es uno los compendios Lanzarote-Grial, también conocidos como el ciclo de La Vulgata, o Pseudo-Map, que por su vez son una de las mayores fuentes de la leyenda del rey Arturo, ya que se trata de una serie de cinco volúmenes, o de siete u ocho en ediciones más modernas, y la cual fue escrita en prosa en Francia, presumiblemente en el siglo XIII -le recitó. Al escuchar su respuesta, Jozef abrió los ojos con desmesura, y luego dijo: -En cuanto a lo que tú me has manifestado, no niego que estés con la razón, Paolo -asintió el prelado mientras exponía un rictus de risa en sus labios, al paso que se puso a corregirlo: -Por supuesto que yo no me refería a la obra que relata la historia de la búsqueda del Santo Grial por parte de los caballeros de la Mesa Redonda, del mismo modo que nos menciona el hipotético romance que existió entre Sir Lanzarote del Lago y la reina Ginebra; aunque al contrario de lo que tú piensas, la autoría de dicha obra fue erróneamente atribuida al galés Walter Map. -¿Y sabes por qué? -insinuó con la mirada fija en su pupilo-. Pues esta presunción es débil, porque la fecha de la muerte de Map en 1210 lo descarta como autor. No obstante, no niego que el Lanzarote-Grial sea una de las La Tierra Apocalíptica

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mayores fuentes en que se apoyó Thomas Malory para su obra Le Morte d'Arthur. -Me disculpe, Jozef -buscó justificarse Paolo por causa de su error de interpretación-. Creo que me apresuré en responder -enmendó frunciendo el ceño en señal de disimulo. -Más bien, cuando yo te hice la pregunta, Paolo, me refería a la Vulgata, la traducción de la Biblia hebrea y griega al latín que fue realizada a finales del siglo IV, más exactamente en el 382 d.C. por Jerónimo de Estridón -le informó sin más rodeos. -¡Ah! Opino que usted se refiere a la obra que un día fuera encargada por el papa Dámaso I dos años antes de su muerte en 384. -¡Exactamente!, muchacho. Pues tu bien sabes que esta versión tomó su nombre de la frase vulgata editio, o edición para el pueblo, y que es una de las obras que se escribió en un latín corriente en contraposición con el latín clásico de Cicerón, un leguaje que Jerónimo de Estridón dominaba muy bien. -¡Claro! -alcanzó a exclamar Paolo de forma vibrante tras la explicación-, ya que el objetivo que se buscaba con la Vulgata era que esta fuese más fácil de entender, y se convirtiese en una obra más exacta que sus predecesoras.

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-Sí, pero además -agregó el cardenal con inflexión paternal-, porque la Biblia latina utilizada antes de la Vulgata, la Vetus Latina, no fuera traducida por una única persona o institución, y tan siquiera se editó de forma uniforme. Lo que en realidad, la vicisitud de aquella época también hacía que la calidad y el estilo de los libros individuales variasen mucho de versión para versión. -Eso es comprensible, Jozef -le aseveró Paolo junto con una mueca que realizó al enarcar las cejas-, pues teóricamente las traducciones del Antiguo Testamento provenían casi todas de la Septuaginta griega -una explanación que realizó con conocimiento de causa. -Espero que sepa disculpar mi precipitación, Jozef, y que también le pregunte: ¿a qué se debe todo esto? -halló que debía increpar luego de expresar su concordancia anterior, y aprovechando que su superior lo miraba con atención extremada. -¡Oh!, sí… Ciertamente que yo no te he llamado para discutir este tema -le aclaró prontamente Tomko, cuando de pronto pasó a exponer una fisonomía más preocupada. -¡No me asuste! -dejó escapar Paolo al ver su aspectoPero por la alarma de su voz, puedo presumir que existe algo mucho más grave en el fondo en todo esto. -En verdad, te confieso que todo ha comenzado hace algún tiempo atrás, justamente cuando uno de los tantos La Tierra Apocalíptica

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ejemplares del Upanishad, pieza fundamental de los Rig Vedas, la serie de tratados que forma la base de la religión hindú, fue robado de una biblioteca particular ubicada en un templo sagrado de la ciudad de Golconda, en la India -le relató el cardenal, que había aproximado su cuerpo al borde de la mesa, al mismo tiempo que bajaba su tono de voz para declarar su confidencia. -Tengo entendido que con el nombre de Upanishad -le expuso Paolo como si buscase confirmar su pensamiento-, se designa a cada uno de los casi 150 libros sagrados del hinduismo, los que fueron escritos en idioma sánscrito, y que se calcula que remontan entre los siglos VII y V a.C. -Para ser más exacto, existen 150 Upanishads, o 108 según el número cabalístico establecido por la tradición. Pero en realidad, la mayoría de los ellos están escritos en prosa con algunos rasgos poéticos -le explicó Jozef, ya con la fisonomía más relajada. -No en tanto -le continuó explicando-, las extensiones de los diversos libros es bastante variable, pues se piensa que su presentación, tal como la conocemos hoy día, se adoptó entre los años 400 y 200 a.C. Y en efecto, representan un aspecto del hinduismo védico casi tardío; no obstante, algunos estudioso crean que algunos de esos textos fueron compuestos en el siglo VI o VII a.C.

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-Si no me engaño -principió a mencionar Paolo, que había hurgado en su mente por datos específicos mientras Jozef desenvolvía su explanación-, se dice que para los hindúes, estos textos fueron todos escritos por Viasa, a finales del Dvápara Yuga, entre los 3200 y el 3100 a.C., aproximadamente -añadió casi convencido de lo que decía, y frunciendo el ceño mientras escarbaba en la memoria. -Sin embargo -agregó luego, si bien lo hizo con voz que sonó dubitativa-, también se menciona que la mayoría de los historiadores actuales creen que fueron compuestos del siglo VI a.C. en adelante. -Pues te diré que con esas definiciones que tú me expones tan claramente, estás en el camino correcto, Paolo -le aseveró su superior-. Empero, no quiero que pienses que este tema es lo que más nos preocupa en el momento. -Sí… Claro -titubeó-. Entonces, ¿se refiere al robo? -le preguntó de sopetón-. ¿Pero cómo es que no se ha comentado nada de este hecho? -alcanzó a pronunciar a seguir, observando de manera abatida a su superior. -Pues todo nos lleva a creer que este robo se ha querido mantener guardado como secreto de estado por orden directa del Nizam, Sir Osman Ali Khan, más conocido como Asaf Jah VII, pero que ha nacido con el nombre de Usman Ali Khan Bahadur, y el mismo hombre

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que llegó a ser el último Nizam, o gobernante, del Principado de Hyderabad y de Berar. -No tengo la menor idea de quién pueda ser este hombre, ni donde queda su principado -manifestó Paolo, exponiendo una mueca de vacilación en su fisonomía. -Pues déjame entonces que te tome unos minutos y te lo explique mejor en un breve relato, Paolo -solicitó su superior-. Por tanto, te diré que este excéntrico personaje llegó a gobernar Hyderabad entre 1911 y 1948, hasta que un día su principado fue absorbido por la India actual -le advirtió Jozef, con voz meticulosa-. Por aquél entonces, él era apodado de Su alteza real el Nizam de Hyderabad, y más tarde llegó a ser un parlamentario bajo esa nueva administración, y posteriormente llegó a ser condecorado con la Orden del Imperio Británico y la Orden de la Estrella de la India. -¿Es una figura tan importante así? -especuló Paolo con la mirada atenta. -Sí, mucho más de lo que tú te imaginas, Paolo. Fíjate que durante su reinado como Nizam, más que nada, él alcanzó reputación y fama por ser el hombre más rico del mundo, con una fortuna que estaba estimada a comienzos de la década de 1940, en dos mil millones de dólares norteamericanos, lo que, por si a ti te parece que es poco dinero, significaba un dos por ciento del valor de la La Tierra Apocalíptica

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economía de Estados Unidos en ese momento -terminó por revelar Jozef en medio de una sonrisa. Al escuchar tan astronómica cifra y su comparación, Paolo accedió con la cabeza, al momento que dejó escapar un tenue silbido de sorpresa. -Sin embargo -agregó el cardenal- por esa época, el tesoro del nuevo gobierno independiente de la Unión de la India solo informaba de un ingreso anual de 1 billón de dólares norteamericanos. Empero, mismo así Sir Osman Ali Khan apareció retratado en la portada de la revista TIME. Paolo estaba como que deslumbrado con el relatado de su superior, por lo que se mantuvo en silencio y sólo asintió con un nuevo movimiento de cabeza. -Se cree que el Nizam permaneció siendo el hombre más rico del sudeste asiático hasta el momento presente -continuó a relatarle el cardenal con voz pausada-, aunque todo indica que su fortuna ha descendido a un poco más de un billón de dólares a causa de las numerosas disputas legales entre sus descendientes, mismo que este hombre aun no haya muerto. -Y por lo que usted cuenta, es de suponer que este Nizam del principado de Hyderbad tenía su propia biblioteca -raciocinó el sacerdote en voz alta, a la vez que agregaba de manera comedida: La Tierra Apocalíptica

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-Sin embargo, usted mismo ha mencionado que eso “no es lo que más nos preocupa en el momento”. -¡Sí! -asintió Jozef-, pues hace sólo un par de meses, una otra obra histórica también ha sido robada. Paolo, al hacer una mueca con la boca, llegó a mostrar toda su sorpresa ante la mención de una nueva sustracción de auténticos compendios religiosos antiguos, pero se contuvo de plasmar un comentario, y prefirió aguardar por el resto del relato que seguramente vendría. -Y mismo que no exista una interligación entre ambas obras, esta vez ha sido el Sefer ha-Zohar, o mejor dicho, el Zohar Tikkunei, un breve apéndice que llegó a ser escrito algunos años después del libro principal -le expuso el cardenal, al momento que fue juntando sus manos y entrelazando los dedos, como si esperase que su pupilo tuviese la respuesta que él quería escuchar. -¿Por acaso usted se refiere al Zohar que fue escrito en arameo, el idioma que se hablaba en Palestina en el siglo II? -consiguió pronunciar el sacerdote con tono de alarma después de dar un respingo en su silla, pues se sintió pasmado por la revelación. -Correcto, Paolo, y aunque la identidad del autor de esta obra continúa siendo objeto de disputa, por lo general, su confección suele atribuirse a un oscuro rabino español del siglo XIII, llamado Moisés de León. La Tierra Apocalíptica

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-Si no me lleva a mal, Jozef, ¿se puede saber de dónde se lo han llevado? -intentó averiguar Paolo mientras cerraba un poco la piel que cubría sus ojos como quien quiere darle más dramaticidad al tema. -Bueno, parecería que el año pasado, la Universidad de Chicago llegó a recibir el referido Tikkunei desde su homónima de Oxford, que lo tenía muy bien guardado en la biblioteca Bodleiana de la mismísima universidad. -¿Y se puede saber por qué motivos les fue prestada dicha obra? -preguntó sin cualquier discreción. -Dan a entender que su traslado fue permitido por el rector de aquella institución, para que la pudiera estudiar un grupo de eruditos judío-americanos, entre los que se destacaba el rabino Jacob Sternem. -¿Pero a quién se le podría ocurrir querer robar un compendio que sólo encierra la clave oculta que permite desentrañar los significados secretos de la Torá? -Puede que te sorprenda, pero es posible que sea algún adicto al estudio de la Cábala, o algún individuo o grupo de personas que creen que este libro, si correctamente descifrado, pueda de alguna manera proporcionar a la humanidad la respuesta al misterio de la creación, la identidad de nuestro creador y la naturaleza exacta de la relación que existe entre el ser humano y Él.

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-Vaya, pienso que eso es decir bastante -comentó Paolo, revelando su talento para declaraciones modestas. -Pero aun siendo así, no alcanzo a sospechar quién pueda haberlo robado -agregó pensativo. -Nosotros imaginamos que sean los mismos que hace un par de días se han llevado uno de los códice de la Vulgata -le confidenció Jozef. -¿Otro?... ¿Adónde ocurrió esta vez? -se le antojó expresar, balbuceante y con la voz sobresaltada. -Esta obra, como tú bien lo debes saber, es de suma importancia para la Iglesia Anglicana de Inglaterra, y en consecuencia para el Trono de dicho país, y ha sido retirada hace tan sólo un par de semana de dentro de la Biblioteca Medicea Laurenziana que está en la ciudad de Florencia. -¿Y cómo fue que desapareció? -La noticia que ha llegado a nuestras manos no lo menciona, Paolo, ni se ha dado a conocer más detalles al respecto; pero se sabe que la Vulgata se conservaba en una bóveda y no estaba expuesta al público, de modo que los únicos que podrían echarla de menos, por ahora, serán algunos eruditos -puntualizó el cardenal, haciendo revolotear los ojos de manera cómica. -Y, del mismo modo como ha ocurrido con los otros manuscritos desaparecidos -llegó a conjeturar Paolo con La Tierra Apocalíptica

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fértil imaginación-, es fácil de suponer que tampoco se haya querido divulgar la noticia de su extravío. -¡Exactamente, Paolo! Tú lo has dicho todo -confirmó el prelado con un leve movimiento de cabeza. -Por ende, opino que es de esperar que las autoridades que trabajan con sigilo en estos casos puedan recuperar dichos manuscritos antes que resulte necesario anunciar su desaparición -continuó a mencionar Tomko bajo la mirada atenta del sacerdote-. Hasta el momento, empero, si es que los cleptómanos tenían esa intención, no se ha recibido ninguna solicitud de dinero a cambio de la devolución de estas obras. -Pues yo estimo que a medida que vaya transcurriendo el tiempo, ha de ser cada vez menos probable que estos supuestos maleantes se propongan a pedir un rescate o cualquier tipo de compensación que no sea necesariamente dinero -reflexionó el sacerdote, con la cara compungida. -Puede que sí, pero también se dice que los referidos manuscritos han sido asegurados por varios millones de dólares junto a la firma Lloyd´s de Londres… -¡Ridículo! -exclamó Paolo-. Esas obras valen mucho más por su contenido, que por su valor material. -Por supuesto que sí, pero tenemos que considerar que en el mundo existen aquellos acaudalados coleccionistas individuales que consideran todas estas obras como una La Tierra Apocalíptica

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aportación inapreciable a su biblioteca particular -le contestó Jozef-. Hombres para los cuales el dinero carece de importancia, y que quizás estarían más que dispuestos a encargar el robo de semejantes artículos. -¡Encargar el robo!... ¿A quién? -Bien, es de pensar que sea a bandidos expertos en esas artes de manos largas, por supuesto -le repuso el cardenal, a la vez que pensaba qué obtuso llegaba a ser Paolo en ocasiones. -¡Sí! ¡Sí! Por supuesto que a ladrones -enmendó el sacerdote-. Disculpe, creo que me expresé mal, Jozef -se corrigió al instante-. Más bien, yo estaba pensando si no habría sido alguno de esos enigmáticos grupos que se le ha dado por perseguirnos últimamente -explicó a seguir con el rostro cariacontecido. -Quizás, puede que con tus propias palabras hayas llegado precisamente a la raíz de nuestros temores, Paolo -ponderó el cardenal, ahora con voz grave. -No en tanto, para darte un poco de tranquilidad, por orden directa de nuestro pontífice, la Dirección de Servicios de Seguridad y Protección Civil, junto con la Guardia Suiza Pontificia y los Organismos vaticanos interesados que se ocupan de la seguridad y el orden público, han puesto a todo su personal disponible a trabajar en esto. Además, el Cuerpo de la Gendarmería, La Tierra Apocalíptica

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que se ocupa de las tareas propias de la policía, incluidas las de policía de frontera, judicial y fiscal, ya vigila con cien ojos la seguridad de los lugares y de las personas, el mantenimiento del orden público, y la prevención y represión de reos, en colaboración directa con los órganos judiciales y las autoridades competentes de la Santa Sede -Gracias por su esclarecimiento, Jozef. Yo tan sólo quise ser lógico en mi pensamiento, aunque no sabría decir por qué, ya que presiento que existe alguna relación entre lo que usted me ha relatado hoy y lo que ha venido ocurriendo desde que hemos retomado el estudio sobre el paradero del “Enigma Doctrinal”. Al escucharlo pronunciar su inclinación, el cardenal advirtió que una vez que su pupilo abandonaba de a poco su renuencia inicial, sus reacciones se habían suavizado al punto que su sincera modestia y su inteligencia parecían resultar considerablemente más atractivas. -Cuando tal tipo de sentimiento procede de los niveles más profundos de la intuición, Paolo, es aconsejable que tomemos todas las precauciones posibles y plausibles, y eso es justamente lo que yo aconsejaría a cualquiera que pertenezca a esta institución -expresó a seguir. -De ahí su recomendación para que se mantengan en el archivo general todas las obras que no estén siendo indispensables en el estudio del tema -concluyó Paolo, sin La Tierra Apocalíptica

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llevar en cuenta la mirada severa de su superior, a la vez que ponderaba que aquél era un tipo de hombre que no teme defender aquello en lo que cree. -Por supuesto que no está por demás decirte que, de ahora en adelante, todos nosotros debemos andar con mil ojos en la calle -alcanzó a advertirlo el cardenal en tono de resolución marcial y a la vez pausada. Al finalizar aquella frase que sonaba semejante a una tácita advertencia, de repente la campanilla del teléfono se hizo escuchar estridente y con cierta insistencia en la sala, antes de que el cardenal tuviese oportunidad de tomar el auricular y acercárselo a la oreja. De manera inadvertida, Paolo llegó a especular que tal vez nuevas informaciones le estarían siendo anunciadas a Jozef por aquel anónimo interlocutor, pues pudo percibir como el semblante de su superior se contraía ante una supuesta disconformidad. Al instante apartó esa idea al razonar que a lo mejor no era nada de lo que él estaba teorizando. No en tanto, se dio cuenta que, con un ligero ademán de mano, el cardenal le estaba indicando que se retirara de la sala, connotación que muy pronto se confirmó cuando Jozef tapó el vocal del auricular y le anunció que necesitaba privacidad, no necesitando con ello anunciar que daba por encerrada la reunión.

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Si bien Paolo estaba tan asombrado como Jozef con respecto a los hechos que éste le había relatado, mientras caminaba a pasos lentos por el corredor del segundo piso, tuvo que reconocer que todas las conclusiones del cardenal eran correctas, excepto dos: la extraña desaparición de un ejemplar de los Upanishads, y la preocupación exacerbada con respecto a los manuscritos que habían sido elaborados por el camarlengo Benedetto Aloisi, el cardenal Masella, los cuales se encontraban en su poder. Cuanto al primero de los propósitos que discordaba de su superior, tenía por base de que el tema principal de los Upanishads nada más era que la naturaleza del brahmán, el alma universal, y la doctrina fundamental expresada es la identidad del atman con el brahmán. -En realidad -farfulló entre pensamientos moviendo apenas los labios-, es sabido que los Upanishads expresan las formulaciones de esta verdad doctrinal, aunque también en él se traten otros temas como la naturaleza y el propósito de la existencia, las diversas formas de meditación y culto, escatología y salvación, donde se llega a exponer de manera bastante detallada la teoría de la transmigración de las almas. Por tanto -determinó absorto en un instante de su pausado caminar-, los Upanishads reconocidos como tales, son los que reflejan aspectos concretos del pensamiento védico y están, por tanto, La Tierra Apocalíptica

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conectados a uno de los cuatro Vedas, a saber: Rigveda, Yajurveda, Sâmaveda y Atharvaveda. -Aunque en realidad -enmendó luego a seguir de su conclusión anterior-, frente a la religión oficial expresada en los Vedas, los Upanishads tan sólo presentan una nueva cultura ligada al mundo de los artesanos y comerciantes de las ciudades del norte de la India, los cuales habían concebido en su momento formas de vida y de gobierno más flexibles y participativas. -Y si no estoy engañado -retrucó sobre su cavilación anterior-, y creo que no -alcanzó a murmurar meneando la cabeza-, estos eran grupos de religiosos que, fatigados por las interminables y mágicas liturgias de la religión oficial, se retiraron a los bosques para vivir como ascetas o ermitaños, y pasaron a elaborar conclusiones propias que luego difundieron a los demás. -Aunque es bien posible llegar a imaginar que al estar inseridos en ese ambiente, eso pudo suponer un cierto rechazo a la religiosidad y ceremonias de los Vedas, y por tanto ellos reaccionaron contra el poder de los sacerdotes brahmanes, cuando entonces se escribirían los Upanishads juntamente con la aparición de nuevos grupos religiosos, como el Jainismo y el Budismo por el 600 a.C. -¿No te parece que una capilla suele ser el mejor lugar para meditar, que eso de querer andar haciéndolo aquí en La Tierra Apocalíptica

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los pasillos de la Congregación, Paolo? -le susurró de pronto el padre Agustoni, que en ese instante había salido de la secretaria del cardenal Alfredo Ottaviani, y se había desconcertado al notar a Paolo caminando taciturno y meditativo. -¡Hola, Agustoni! -alcanzó a manifestar con sorpresa el absorto sacerdote al escuchar el rapapolvo de su colega. -Creo que me distraje con contemplaciones místicas que no llevan a nada -se disculpó con voz recompuesta. -Y por supuesto, al verte aquí, con esa cara, juzgo que eran quietismos tan espirituales, que de alguna manera consiguieron apartarte del mundo actual. ¿O será que soy yo quien está delirando, Paolo? -opinó en medio a una sonrisa sutil -En verdad, estaba recapacitando un poco sobre los conceptos filosóficos que contienen los Upanishads, y las concepciones que dieron lugar a una de las seis doctrinas ortodoxas dárshanas del hinduismo, que en realidad, son más conocidas como “el Vedanta” -subrayó al fin. -¿Por acaso tú me estás señalando que frente al politeísmo de los Vedas, la doctrina upanishádica llegó a defender la existencia de una divinidad brahmán única y absoluta, y la que a veces se identifica con el creador del universo, Brahma, y a veces con su conservador, Vishnu, en cuanto que en otras con su destructor, Shiva? La Tierra Apocalíptica

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-En realidad, Agustoni, tú, y casi todos aquellos que no practicamos esa fe sabemos, es que para esa nueva doctrina, todo aquello que sucede a nuestro rededor está constantemente cambiando, como si siguiese un ciclo que se repite -le explicó Paolo con convicción-. Aunque en ese ciclo -le aclaró-, cada ser persigue realizar su dharma, aquello para lo que él está hecho. Como ejemplo, te diría que el dharma del agua es fluir; el del fuego, quemar; el del pez, nadar; el del ave, volar; por lo que para ellos el dharma del ser humano consiste en alcanzar la salvación y unirse a la divinidad. -No sé bien a qué viene todo esto ahora, Paolo, pero puedo agregar que en el segundo libro de los Upanishads, la divinidad se describe así: “El Absoluto es como un terrón de sal que se disuelve en el agua y no hay manera de retenerlo en las manos; pero que si se extrae el agua, la sal queda ahí. Así es ese gran ser infinito, ilimitado” -buscó esclarecer Agustoni con persuasión, al momento que añadió:- Ten en cuenta que en los Upanishads se menciona que el hombre está conectado con la divinidad y puede llegar a identificarse con él “a través del hilo que une este mundo con el otro mundo y con todas las cosas”. Y para su creencia, la salvación consiste en comprender que la realidad eterna es igual al atman, el alma de cada individuo. La Tierra Apocalíptica

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-Bueno, sí, no dudo nada de lo que me explicas -le insinuó Paolo con rostro compungido-. Pero a decir verdad, mi amigo, todo esto ha venido a flote por nada, salvo a causa del reciente desaparecimiento de uno de esos famosos libros -explicó con calma-, y por consecuencia, es lo que me llevó a realizar un ejercicio de raciocinio sobre el contenido de esos manuscritos históricos. -Con lo que me acabas de sentenciar, advierto que ya te han informado sobre los últimos acontecimientos -le expuso el secretario, poniendo cara de circunstancia. -¡Así es, Agustoni! Acabo de salir del despacho del cardenal Tomko -mencionó Paolo, bajando el tono de voz como si buscase esconder la confidencia. -¡Inacreditable! ¿No te parece? -alcanzó a comentar Agustoni con un dengue de admiración, mientras movía su cabeza de un lado a otro en busca de posibles delatores. -Yo diría más bien, ¡Misterioso!, mi amigo -enmendó Paolo mientras subrayaba su último vocablo, llevando la mano derecha en dirección al cuello para colocar su dedo indicador entre el collarín blanco y la piel de su garganta. -Pero más misterioso suele parecernos, el hecho de haberse guardado secreto desde el desaparecimiento de la primera obra… ¿No te parece?

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-Yo no alcanzo a razonar a quién le interesaría echar el guante a un número de manuscritos tempranos que atestiguan la Vulgata y que sobreviven hoy. -En realidad, Paolo -le corrigió el secretario-, fechado en el siglo VIII, el códice Amiatinus es el manuscrito completo más antiguo, ya que el códice Fuldensis, que data aproximadamente del 545, es anterior a éste, aunque los evangelios en realidad son una versión corregida del Diatessaron -buscó esclarecerle, empero, al finalizar su declaración, tomó a Paolo del brazo y lo convidó a continuar su plática en otro lugar. -¿Por qué no te vienes unos minutos a mi sala y, mientras nos tomamos un té caliente, aprovechamos para conversar un poco más sobre todo esto? Aquí no me parece ser el lugar más correcto de hacerlo -puntualizó. Paolo concordó satisfecho con la propuesta y lo acompaño. Una vez que se encontraban seguros en la sala de Agustoni, le expuso sin remilgos: -Creo que es inevitable que nosotros mismos nos adjudicarnos nuestra propia parcela de culpa en todo esto, ya que durante la Edad Media, la Vulgata sucumbió a los cambios inevitables que fueron forjados por el error humano durante el incontable copiado del texto que fue realizado en los monasterios a través de Europa.

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-Nuestra, propiamente no, Paolo, y sí de nuestra inmortal Iglesia -se apresuró a corregir Agustoni-, ya que por la imprudencia de algunos de nuestros antepasados no existía una única Biblia “Vetus Latina”, pues hay una gran colección de textos bíblicos en forma de manuscritos que contienen testimonios de traducciones al latín de pasajes bíblicos anteriores a Jerónimo. -Acepto urbanamente tu corrección, mi amigo, pues bien sé que desde sus días más tempranos, las lecturas del Vetus Latina fueron introducidas en la clerecía. Tanto es así, que tras comparar el evangelio de Lucas en Lucas 24:4-5 en manuscritos de la Vetus Latina, Bruce M. Metzger contó “no menos de 27 lecturas distintas”. -Con ese nombre colectivo que le fue otorgado a los textos bíblicos en latín que fueron traducidos antes de que la Vulgata de san Jerónimo se convirtiera en el estándar de la Biblia para los cristianos latino-parlantes en occidente, se permitió que las notas marginales terminaran por ser interpoladas erróneamente en el texto -le enlució el secretario, al momento que se aproximaba de la mesa trayendo dos pocillos de té humeante. -Claro, ninguna de aquellas copias era igual a la otra -agregó Paolo, mientras colocaba dos terrones de azúcar en su pocillo-. Fíjate que cerca del año 550, Casiodoro hizo la primera tentativa de restauración de la Vulgata a su La Tierra Apocalíptica

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pureza original; en cuanto que Alcuino de York llegó a supervisar personalmente los esfuerzos realizados para copiar una Vulgata restaurada que él mismo se encargó de presentar a Carlomagno en 801. -Sí, y recuerda también que tentativas similares fueron repetidas por Teodulfo, el obispo de Orleans a fines del siglo VIII; y por Lanfranc, arzobispo de Canterbury dos siglos más tarde; o hasta por San Esteban Harding, el abad de Císter en inicios del siglo XII; y del diácono Nicolás Maniacoria ya sobre el principio del siglo XIII. -¡Qué excelente memoria tienes, Agustoni! -exclamó Paolo, al advertir la exactitud de las citaciones aludidas. -No te diviertas tanto a costillas de mí, amigo mío, que tan sólo guardo en la retentiva los datos que hicieron parte de mi tesis años atrás -se justificó el secretario junto con una sonrisa tierna y una mirada que parecía paternal. -Así pues, lo que en realidad tenemos frente a este testimonio de traducciones previas, no es más que el lastimero resultado de muchos estudiosos que terminaron por agregar, con frecuencia hasta por demás, citas o pasajes bíblicos que aparecieron en los trabajos de los Padres Latinos, algunos de los cuales son idénticos a ciertos grupos de manuscritos -alcanzó a recitar Agustoni con todo convencimiento.

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-Por tanto -añadió de manera suspicaz-, muchas de todas aquellas versiones Vetus Latina no fueron por lo general promulgadas como traducciones de la Biblia para ser usadas en la Iglesia entera, sino preparados ad hoc para el uso local de comunidades cristianas, o para ilustrar otros discursos cristianos, o hasta mismo algunos sermones. Paolo, que escuchaba atentamente la recitación de su compañero, halló conveniente exteriorizar su idea: -Pero hay algunos textos que más parecen haber sido llevados a un más alto valor, como los son algunos manuscritos de los evangelios en latín que contienen los cuatro evangelios canónicos, aunque estos difieren sustancialmente unos de otros en la traducción; mientras otros pasajes bíblicos, sin embargo, difieren sólo en ciertos fragmentos. -Tú ya lo debes saber, claro -insinuó Agustoni-; pero te recuerdo que el lenguaje de las traducciones Vetus latina tienen muy mala calidad, como el mismo Agustín de Hipona lo llegó a lamentar en De Doctrina Christiana 2,16 -le explicó con calma; pero luego de sorber un poco de té, enmendó: -En ellos abundan los solecismos gramaticales y algunos reproducen el griego o el hebreo literalmente tal cual aparecen en la Septuaginta. E igualmente -agregó, sosteniendo el pocillo en el aire con el meñique en ristre-, varias traducciones Vetus latina reflejan algunas de las La Tierra Apocalíptica

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versiones circulantes de la Septuaginta, como por ejemplo los manuscritos africanos, como consta en el Codex Bobiensis, que preservan fragmentos del estilo de texto occidental, mientras que algunos de los manuscritos europeos están cercanos al estilo de texto bizantino -le explicó mientras asentía con la cabeza-. Aunque haya en ellos muchas características gramaticales que vienen del uso de formas gramaticales del latín vulgar -puntualizó mientras depositaba el pocillo en la mesa. -Empero, aunque con el advenimiento de la imprenta se redujo mucho el potencial del error humano y aumentó la consistencia y la uniformidad de los textos -acotó Paolo, que se esforzaba para recordar algunos puntos del tema-, las ediciones más tempranas de la Vulgata reprodujeron simplemente los manuscritos que estaban disponibles más fácilmente para los editores. Así pues, de los centenares de ediciones que surgieron, creo que la más notable de todas ellas es la de Mazarin, que fuera publicada por Johann Gutenberg en 1455, y la que se tornó famosa por su belleza y antigüedad. -No estoy en desacuerdo con tu punto, pero ten en cuenta que en 1504 llegó a ser publicada en París la primera Vulgata con variantes de lectura, y uno de los textos de la Biblia Políglota Complutense fue una edición de la propia Vulgata, la cual fue hecha con los manuscritos La Tierra Apocalíptica

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antiguos y la que posteriormente fue corregida para convenir con el griego. Empero -dijo al arquear una ceja-, terminó por ser Erasmo quien publicara una edición corregida y cotejada con el griego y el hebreo sólo en el año 1516; mientras que en 1547 surgía la edición crítica de Juan Hentenius de Lovaina. -¿Y ésta obra que fue substraída de Florencia, a que edición pertenece? -le preguntó Paolo, entendiendo que era el momento oportuno de indagarlo, ya que a su parecer la conversación se estaba extendiendo en una retórica. -A decir verdad, no está muy claro todavía, pero tengo entendido que el primero que se llevaron fue “El Libro del Esplendor”, una compilación de escritos del siglo XII realizada en España. -No, ese fue el Zohar -corrigió Paolo-. Te pregunté por la Vulgata… ¿Cuál de ellas? -¡Bah! -soltó Agustoni de ojos bien abiertos-. Tú ya sabes que se habla que fue el Codex Amiantinus, la versión más antigua de la Vulgata, ya que se trata de un códice que data de alrededor del siglo VIII, y el que fue manufacturado en pergamino en el monasterio de JarrowWearmouth, situado en Northumberland -alcanzó a comentarle Agustoni con precisión metódica. -Y si en realidad nosotros estamos hablando de ella -agregó-, te diré que tiene un formato de 50 x 34 La Tierra Apocalíptica

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centímetros y consta de 1029 hojas apergaminadas, entre las cuales está ilustrada una representación esquemática del templo de Jerusalén, además de contener dos miniaturas de página completa. -¡Ajá! -concordó Paolo inclinando suavemente su rostro, al tiempo que agregaba con una punta de sorna en la voz-: Una Biblia escrita en latín, en versión Vulgata; y cuyo texto está escrito con letras unciales a dos columnas, con 44 líneas cada una. -No sea por ello -perfeccionó Agustoni, sonriendo, al percibir que su pupilo conocía el tema casi al dedillo-. En todo caso, este documento es la copia del Codex Grandior que fue confeccionado a mediados del siglo VI en Calabria por encargo del secretario del rey Teodorico, aunque también se piensa que podría ser la copia de un documento más antiguo que fuera escrito un día por San Jerónimo. Y fíjate que extraño eso puede parecer, pues se cuenta que el abad Ceolfirdo partió para Roma con el documento, para presentarlo como regalo al papa Gregorio II, aunque nunca llegó a entregarlo. -No, no lo dudo -asintió Paolo-. Pero como ese manuscrito reapareció como por arte de magia en el siglo IX en la abadía de San Salvatore, que estaba ubicada en el monte Amiato, de allí su nombre, “Amiatinus”, el lugar donde permaneció preservado hasta 1786, cuando La Tierra Apocalíptica

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entonces pasó a mejor resguardado en la ciudad de Florencia, dentro de la Biblioteca Medicea Laurenziana -contrapuso Paolo, quien buscaba aseverar sus palabras con un movimiento de cabeza mientras los ojos le brillaban. -¡Sí! -terminó por confirmarle el secretario-. Pero ten en cuenta que durante mucho tiempo, se creyó que este documento había sido creado alrededor del año 540 por un seguidor de San Benito, hasta que investigadores alemanes notaron sus similitudes con los documentos datados en el siglo VIII. Sin embargo, puedo afirmarte que para nosotros, este documento sigue siendo la versión más antigua de la Vulgata.

3 Los Códices Desvirtuados La Tierra Apocalíptica

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Cuando finalmente Paolo retornó a su despacho, ponderó que por el avanzado horario de la tarde no hacía sentido ponerse a revisar los viejos manuscritos del cardenal que tenía sobre su mesa. Así pues, de modo determinado y buscando obedecer cuanto antes lo que fuera dispuesto por sus superiores, reunió algunos de los libros que mantenía en su sala, y luego se encaminó hacia el archivo general de la Congregación para depositarlos a buen resguardo. No en tanto, una vez que se encontró en aquella colosal biblioteca y metido en medio a tantos compendios antiguos, sintió curiosidad por examinar algún tratado que hablase un poco más sobre la Vulgata, suponiendo que podría leerlo tranquilamente por la noche en la soledad de sus aposentos. Consecuentemente, en cuanto él consultaba de modo diligente las impecables capas de las obras que estaban disponibles en aquellas descomunales estanterías, pronto se sintió fisgado por un título. El mismo hacía alusión a la Revisión de la Vulgata - Enciclopedia Católica, a inicios del siglo XX, momento en decidió tomarlo entre manos. Por la noche, y una vez que se encontraba reclinado sobre la almohada, tomó entre manos el libro que había retirado de la biblioteca y se entregó a la lectura. Pronto La Tierra Apocalíptica

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descubrió que en la primavera de 1907, la prensa pública internacional anunciaba que el papa Pío X había decidido iniciar los preparativos para una revisión crítica de la Biblia en latín. Fue cuando tuvo oportunidad de constatar que el redactor del libro contaba que la necesidad de tal revisión había sido ampliamente reconocida en su momento y, de hecho, constituyó un importante tema en el programa de la Comisión Bíblica que había establecido el papa León XIII antes de fallecer en julio de 1903. Pero a pesar de los cuidados que se le había concedido durante cuarenta años al texto de la edición auténtica emitida por el papa Clemente VIII en 1592, se había reconocido desde el principio, que el texto tendría que ser revisado algún día, ya que de cierto modo esta revisión clementina era inferior a la versión sixtina procesada en 1590, pues de cierta forma la había sustituido precipitadamente. Muchas generaciones han pasado sin la realización de esta esperada revisión -continuó leyendo Paolo con agrado e interés-, y las últimas décadas han sido eminentemente un plazo para el examen crítico de los textos clásicos y otros, y últimamente se ha instado frecuentemente a las autoridades eclesiásticas de que ha llegado el tiempo cuando se deben aplicar los principios bien establecidos de la crítica textual para determinar el texto latino más correcto de la Sagrada Escritura -mencionaba el autor. La Tierra Apocalíptica

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Los individuos privados, como el sabio barnabita Fray Carlo Vercellone -esclarecía-, habían hecho algo a fin de preparar el terreno para dicha obra mediante la colección de variantes de manuscritos y textos, y estas obras habían recibido el agradecimiento y otras señales de aprobación de las autoridades de la época, pero no se tomó ninguna acción oficial hasta que el papa Pío X anunció su intención de prepararse para la revisión. Así pues, en mayo de 1907, los abades presidente de las distintas congregaciones benedictinas que se habían reunido en Roma, recibieron una

comunicación

directa

del

cardenal

Rampolla,

solicitando a la Orden en nombre del Papa, para que comenzaran con las primeras etapas en el proceso de revisión de los textos de la Vulgata. Paolo continuaba absorto en la lectura, y se enteró que si bien los Padres reconocían plenamente que esta obra necesariamente sería ardua, larga y costosa, decidieron votar unánimemente por la aceptación de la honrosa tarea que así se les encomendó; y en el otoño del mismo año, Francis Aidan, el Cardenal Gasquet, fue nombrado jefe de una pequeña comisión de benedictinos para organizar el trabajo, por considerarse éste el mejor medio de cumplir con los deseos del Papa, y para determinar los principios sobre los que debía proceder el trabajo de las revisiones.

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Paolo consideró que las primeras hojas del texto eran estrictamente informativas sobre las preliminares que se habían realizado en aquel momento, hasta que de pronto le despertó curiosidad una frase que decía lo siguiente: Puesto que se ha expresado duda considerable sobre el alcance exacto de la actual Comisión, puede ser útil aquí establecer claramente que su fin no era producir una Biblia Latina a ser propuesta como un texto oficial para la aprobación de la Iglesia, sino meramente dar un paso preliminar hacia la versión oficial. El objeto se establece claramente en el cargo que el Papa dio a la Comisión; el cual era determinar lo más exactamente posible el texto de la traducción latina de San Jerónimo, realizada en el siglo IV, ya que todos admiten que este texto es una necesidad absoluta como base de cualquier revisión más extensa y crítica. -Sin embargo -razonó mentalmente Paolo al finalizar la lectura de aquella frase-, el texto latino de la Sagrada Escritura había existido desde los primeros tiempos del cristianismo, y San Agustín y San Jerónimo no conocieron al traductor o traductores. Sin embargo, el primero de ellos llegó a decir que la antigua versión latina ciertamente provenía “de los primeros días de la fe”; mientras que el segundo menciona que “ha contribuido a fortalecer la fe de la Iglesia naciente”. Por tanto -murmuró a seguir-, está La Tierra Apocalíptica

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más que claro que la disposición de este grupo no era producir una nueva Biblia Latina. -Veremos que otros pareceres constan aquí -balbuceó, al momento que retomaba la lectura en el parágrafo en que el autor hacía mención de que hechos y copiados sin supervisión oficial, esos textos occidentales pronto se volvieron corruptos o dudosos, y para la época de San Jerónimo ya habían variado tanto, que los eruditos llegaron a declarar que había casi “tantas variantes como códices”. Esto afirma en parte lo que llegó a declarar el filólogo, helenista y cronólogo inglés Richard Bentley en su comunicado al arzobispo Wade, cuando le expuso que eso fue “lo que obligó a Dámaso, obispo de Roma, a emplear a San Jerónimo para que ajustara la última traducción revisada de cada parte del Nuevo Testamento al griego original, y comenzara una nueva edición de la tan castigada y corregida”. Y esto mismo hizo San Jerónimo, según lo declara en su prefacio “ad Graecam Veritatem, ad exemplaria Graeca sed Vetera”. Ya por el año 1907 -indicaba el autor del texto que ahora Polo leía con cierta avidez-, los estudiosos estaban prácticamente de acuerdo en cuanto a la competencia de San Jerónimo para la obra que le había encomendado el papa Dámaso. Además, éste tenía acceso a los manuscritos griegos y otros, incluso en ese momento considerados La Tierra Apocalíptica

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antiguos, que ahora no se sabe que sí existían; y pudo comparar docenas de textos importantes, al tener la “Hexapla” de Orígenes y otros medios de determinar el valor de su material que no poseemos nosotros ahora. Eso torna evidente que el texto puro de San Jerónimo debe formar la base de cualquier versión crítica de la Biblia Latina, y, lo que es más, que debe tenerse en cuenta en cualquier edición crítica de la versión griega de “Los Setenta del Antiguo Testamento” y los diversos textos griegos del Nuevo Testamento, cuyas copias manuscritas no son más antiguas que la traducción al latín de San Jerónimo hecha sobre copias antiguas en ese entonces. Paolo dejó aparecer un mohín en su faz cuando terminó de leer el texto, pero no se detuvo y continuó a ojear lo que constaba en el párrafo siguiente del libro que sostenía entre manos, donde se mencionaba que ya en 1716, el gran erudito Richard Bentley notó la importancia de la traducción de San Jerónimo… “Era evidente para mí”…, llegó a escribir dicho escritor cuando una copia vino primero de la mano de ese gran Padre, “…y esta debe coincidir exactamente con los ejemplares griegos más auténticos. Pero si ahora pudiese ser recuperado, con certeza sería el mejor texto y garantía para la verdadera interpretación de los varios supuestos”.

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-No lo dudo -dejó escapar Paolo de manera instintiva, pero no apartó la vista de la obra que continuó a leer, donde se mencionaba que, sustancialmente, sin duda, el actual texto clementino auténtico representa el que produjo San Jerónimo en el siglo IV, pero no es menos cierto que el texto impreso necesita un examen más cuidadoso y cuantiosa corrección para hacerlo concordar en mucho con la traducción de San Jerónimo. No se sabe si existe alguna copia del texto actual -alertaba el escritor-; y las corrupciones introducidas por los escribas en los siglos posteriores a San Jerónimo, e incluso el trabajo bien intencionado de los diversos correctores, han hecho muy difíciles y delicadas las labores de tratar de recuperar el texto exacto de los manuscritos existentes. -¿Cuánto de buenos o malos escribas habrán puesto la mano y los ojos en esos documentos? -alcanzó a especular sin mayor entusiasmo. Pero en la frase siguiente notó que el redactor de la obra mencionaba que por tanto, éste es el trabajo que debe hacerse como primer paso en la revisión de la Vulgata. Y, en consecuencia, será el objetivo de la actual Comisión para determinar con toda exactitud posible el texto latino de San Jerónimo, y no ambicionar producir una nueva versión de las Escrituras en latín. Por supuesto, se piensa que es completamente otra cuestión el determinar en qué medida San Jerónimo estuvo correcto La Tierra Apocalíptica

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en su traducción; y resolver esto, sin duda será obra de alguna comisión futura. -Evidente que eso era lo mínimo que se podría esperar de ellos -concluyó Paolo al virar la página. Así pues, en el otoño de 1907 -continuó a leer-, el autor de este artículo llegó a Roma para los preparativos necesarios al comienzo de la obra que le fue confiada a la Orden Benedictina. No en tanto, desde el principio, Pío X manifestó su interés personal en el trabajo y discutió varios puntos de detalle, dejando claro que deseaba que el trabajo de revisión se realizará con el aporte disponible de los métodos científicos más capacitados de los tiempos modernos, y que no se escatimara en gastos para que se lograse garantizar un trabajo minucioso y preciso en la recopilación y comparación de manuscritos. -Bueno, por lo menos en aquel momento no se les antojó restringir los recursos de lo que mejor se disponía al inicio del siglo -llegó a balbucear Paolo con los ojos agrandados, cuando finalizó la lectura de último párrafo. Luego de emitir su suspicaz pensamiento, se acomodó mejor en su cama para entregarse a leer a partir del punto en que el autor declaraba que el 3 de diciembre de 1907, el propio Papa le dirigió una carta a la Comisión a fin de dejar claro, de forma tan pública como fuese posible, su propio y personal interés en la obra. Y en ella expresó su La Tierra Apocalíptica

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deseo de que se hiciese un examen exhaustivo en las bibliotecas públicas y privadas de toda Europa para que se arrojase luz sobre cualquier manuscrito desconocido hasta el momento, y para que fuese posible proporcionar copias fidedignas y colaciones de los más importantes textos antiguos. Incluso -aclaraba el escritor-, buscó instar a todos los prójimos que de alguna manera podrían ayudar en la promoción de este trabajo a así hacerlo, ya fuese por servicio personal o por ayudar a sufragar los gastos con sus limosnas, momento en que les concedió a todos su bendición apostólica. Antes del inicio del año 1908 -llegó a observar Paolo a seguir-, la pequeña Comisión había iniciado sus sesiones en Roma, donde se ocuparon principalmente durante algunos meses en considerar la mejor manera de comenzar el trabajo. Incluso, con el fin de reunir las intercalaciones de los varios manuscritos, se determinó imprimir una edición del texto clementino para ser usada por los implicados en el trabajo. Tres métodos parecían abiertos: las variantes podían ser escritas en hojas de papel con referencia a un texto ya impreso; o por este medio el texto elegido podría ser impreso para trabajarlos de tal modo que las variantes de manuscritos pudiesen ser entradas a las hojas según preparadas. El propio Papa llegó a escoger este último método, porque deseaba que se adoptara el La Tierra Apocalíptica

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mejor sistema, a pesar del gran gasto que esto conllevaba al imprimir la Biblia completa. -Lo que me hace pensar que fue una determinación muy sabia para coronar tanto esfuerzo -raciocinó Paolo, al notar el denuedo del Papa con un asunto tan importante. Al retomar la lectura, constató que la impresión de esta Biblia había tomado un tiempo considerable, y no fuera hasta el otoño de 1908 que ella estuvo lista para su distribución. La edición -indicaba el libro con un detallamiento puntilloso-, se ha impreso de tal manera que la impresión ocupa aproximadamente un tercio de cada página, y el resto se ha dejado en blanco; no hay letras mayúsculas ni paradas; y ninguna palabra se divide entre dos líneas. De este modo se puede corregir más fácilmente el texto impreso de acuerdo con cualquier manuscrito con el que se compare. Si hay una letra mayúscula en los manuscritos, se indica con dos rayas debajo de la letra impresa; pero si una palabra o letra, etc., es diferente en los manuscritos, se corrige en la hoja impresa del modo usual que se corrige una hoja de prueba. Las adiciones de palabras o frases o su ausencia en el manuscrito se muestran en la forma habitual. Por tanto, cuando las hojas impresas han sido plenamente cotejadas, si esto se hizo correctamente, el resultado es que la copia corregida de la Biblia o cualquier libro de la Biblia representan, o debería La Tierra Apocalíptica

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representar, exactamente el manuscrito. Para garantizar un trabajo preciso -anunciaba el escritor-, se estableció la norma de que no se aceptaría como siendo definitivo ningún cotejo de cualquier manuscrito, a menos que la recopilación hecha por un trabajador fuese revisada por otra persona. -Muy criteriosos… Muy criteriosos -llegó a opinar el impresionado Paolo con una afirmación de cabeza-. En realidad, parece que ellos fueron escrupulosos y celosos al extremo -exteriorizó a seguir. La Biblia -continuó leyendo en la página siguiente-, al ser impresa de esta manera, terminó por ocupar casi 5,000 páginas; destacándose que el Antiguo Testamento ocupó aproximadamente 4,000; los Salmos 299 páginas, y las Epístolas de San Pablo 278 páginas. -¡Qué enormidad de carillas! -expresó al descubrirse sorprendido con tan exorbitantes datos, pero prosiguió devorando las letras del texto que indicaban que la versión de los Salmos que fue preparada para los trabajadores, se organizó de una nueva forma que ha demostrado ser muy útil en la práctica. Por ejemplo, el propio San Jerónimo fue el responsable de tres versiones de los Salmos. Su primera recensión la hizo sobre la versión latina en uso en este tiempo. Luego la comparó con el griego de la “Versión de los Setenta”, y emitió sus correcciones, que fueron La Tierra Apocalíptica

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aceptadas y pasaron al uso, especialmente en Italia, llegando a ser conocida como la “versión romana”. Sin embargo, al poco tiempo San Jerónimo descubrió que las correcciones que había realizado no eran las más adecuadas, y por ello realizó una segunda recensión con más correcciones del griego, que posteriormente fue aceptada en Francia, y la cual resultó en la versión más usada en la Galia cristiana, etc., y se llegó a conocer como la “galicana”. Poco a poco esta recensión terminó por sustituir

la

“versión

romana”

que,

sin

embargo,

permaneció en uso en Roma durante un tiempo considerable, y en la actualidad (1907) todavía se utiliza en el Oficio Divino que se canta en la Basílica de San Pedro. Por consiguiente, no se puede desconsiderar que la “versión romana” fue la que San Agustín de Canterbury trajo a Inglaterra cuando vino de Roma, y al parecer siguió siendo la versión más común en ese país hasta la conquista normanda. Paolo dejó escapar un nuevo mohín ante la minuciosa explicación del escritor, y continuó a entretenerse con la parte que mencionaba que las dos versiones que realizó San Jerónimo al corregir la antigua versión en latín a la vista de la versión griega, naturalmente contenía muchas cosas que eran iguales. Por tanto -había registrado el responsable por elaborar aquél relato-, para demostrar esto La Tierra Apocalíptica

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de un vistazo, la parte común ha sido impresa en el centro del texto y las variantes a cada lado, en uno las variantes de la “Romana”, en el otro las de la “Galicana”. Así pues, con la ayuda de este impreso es posible ver de una vez qué versión hay que cotejar, y el espacio vacío en la página sirve para el cotejo de cualquier versión. No obstante, cuanto a la tercera versión realizada por San Jerónimo en un período posterior de su vida, se tradujo directamente del hebreo -aclaró el escritor-. Y no obstante San Jerónimo considerara que esta versión representaba realmente el verdadero sentido del salmista, ella nunca fue aceptada por la Iglesia para uso práctico, aunque se encuentran en algunas Biblias, especialmente de origen español, ya sea como una adición a la “versión galicana” usual, o en lugar de ella. Por eso que a los efectos de cotejar este salterio de San Jerónimo a partir del hebreo, fue necesario imprimir el mejor texto del mismo por separado. Paolo consintió en silencio lo que acabara de leer, y al iniciar la lectura de una nueva página, tuvo la oportunidad de observar que la impresión de esta Biblia durara casi doce meses, y la preparación del texto y las correcciones de las hojas de prueba por sí solos no fueron tarea fácil… Otra vez Paolo volvió a impresionarse con los datos, pues constaba en la obra que se llegaron a imprimir cien copias La Tierra Apocalíptica

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en el mejor papel de tina para ser utilizado en el cotejo de los manuscritos más importantes; además de doscientas en papel ordinario para libros para los menos importantes; y cien en papel fino para llevarlo a varias bibliotecas con mayor facilidad, y al contrario del esfuerzo que habría demandado en caso de las Biblias fuesen impresas en papel más pesado. -Basta con que imaginemos tamaña obra -musitó. Estas hojas para cotejo -vio mencionado a seguir-, han estado en uso desde principios de 1909, y ya las copias cotejadas, que han sido devueltas a San Anselmo en Roma, forman una considerable colección de unos sesenta y cinco volúmenes. ¡Fiuuuuuuuuuuu! -fue el rayano silbo que resonó en la silenciosa habitación cuando dejó escapar la admiración por entre sus labios, quedando con los cachetes inflados y la boca en forma de “O”, aunque en realidad esa onomatopeya sonase más retórica que otra cosa. Sin embargo, no perdió tiempo con el éxtasis, ya que se sintió atrapado por el parágrafo siguiente donde el escritor señalaba: Cuando se reciben las hojas terminadas, se encuadernan fuertemente en volúmenes que contienen porciones de la Biblia que ocupan quizás seis o siete volúmenes. Así, cuando se termine el cotejo completo del manuscrito ya comenzado, habrá más de un centenar de La Tierra Apocalíptica

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volúmenes encuadernados en las estanterías de la sala de trabajo en Roma. Pero para determinar la importancia de cualquier texto, obviamente, es de gran valor poder determinar de qué lugar o país provino originalmente el manuscrito. Esto a veces es muy difícil, y cualquier ayuda en la solución de esta cuestión es de gran utilidad, ya que con frecuencia muestra la influencia de que fue objeto el manuscrito en el proceso de preparación. Se entiende ahora que “capítulos” o “breves”, o como bien podríamos llamarlos de “tablas de contenido”, que en las Biblias más antiguas se encuentran antes de cada libro de la Sagrada Escritura, son de gran valor para determinar el lugar o país de origen. Y puesto que estos “capitula” no eran parte del texto sagrado, a menudo variaba en número y forma de expresión, de acuerdo con el deseo de la autoridad dedicada a la copia de un manuscrito. -¡Oh! Cuantas veces ya he manoseado yo estos libros, sin detenerme a pensar en todos estos detalles que se describen -profirió con los ojos radiantes al recordar las horas que había dedicado a preparar su tesis. -Por otro lado -agregó-, cuanto a la última referencia, es de imaginar que el escriba ordinario, sin duda, copiaba exactamente lo que estaba ante él, incluso los “capitula” del volumen particular -razonó de modo oficioso.

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-Y particularmente pienso que cualquier hombre especialmente erudito, o alguien interesado en el texto sagrado por alguna razón u otra, no dudaría en hacer sus propias divisiones y expresar allí el contenido a su propio modo. Y estos mismos resultarían probablemente en copias posteriores realizadas por otros escribas locales, y las variaciones posiblemente determinarían ahora la localidad donde se realizó el manuscrito. Apartando sus intrusas cavilaciones sobre lo leído, luego observó que se mencionaba que a los efectos de la recopilación y organización de las diferentes versiones de estos “capitula”, se habían elaborado tablas en las que se pudiesen observar fácilmente los cambios realizados. Ya la recopilación de estas porciones extra-bíblicas de los manuscritos más antiguos ha sido tan considerable, que se ha hecho posible organizarlas provisionalmente en un volumen que se estaba imprimiendo para ayudar a los investigadores en las diversas bibliotecas para clasificar, al menos en primera instancia, los manuscritos que pasan por sus manos. Paolo analizó con cuidado los criterios que habían sido mencionados en el texto, pero sin detenerse esta vez a cabildeos sin necesidad, continuó leyendo a partir del punto que indicaba que otra obra que había sido necesaria emprender de inmediato a fin de ayudar al trabajador en La Tierra Apocalíptica

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las bibliotecas de Europa, era una lista a mano provisional de los manuscritos bíblicos latinos, biblias enteras, partes o fragmentos de Biblias. Por tanto, en esta lista se espera dar indicaciones de dónde, y si todos, han sido registrados o publicados estos manuscritos, y que gradualmente la Comisión sea capaz de recolectar y publicar un cuerpo de todos los manuscritos y fragmentos bíblicos latinos. Empero -había resaltado el escritor-, la preparación de esta lista manual no está muy avanzada. -Sí, pues puede que en el curso de las investigaciones de los manuscritos de la Vulgata -ponderó Paolo- fuese probable que salieran a la luz muchos fragmentos de la antigua versión latina y otros documentos importantes. Pero mientras meneaba su cabeza, rápido notó que la frase que se iniciaba a seguir en la referida obra, aludía que, por otra parte, había sido necesario, a fin de determinar el texto de San Jerónimo, conocer las versiones de la Escritura que él tuvo para trabajar, y por ello la Comisión había determinado publicar de tiempo en tiempo la más importante de ellas bajo el título general de “Collectanea Biblica Latina”. Nuestra intención, es que en esa colección pudieran aparecer dos antiguos salterios casinenses editados por el abad Amalle; fragmentos de la antigua Biblia latina desde el margen de la Biblia León, y un manuscrito encontrado por Dom Donatien de Bruyne La Tierra Apocalíptica

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en España; además del Pentateuco de Tours, editado por Dom Henre Quentin. No en tanto -se resaltaba a seguir-, pronto se le hizo evidente a la Comisión, lo cuanto era necesario utilizar la fotografía en la labor de cotejo, pues resultó ser obvia la utilidad que podría llegar a tener una gran colección de representaciones fotográficas de manuscritos bíblicos. -Aunque nadie es absolutamente exacto en el cotejo, y cuando se comparan los diferentes cotejos, algunas veces deben surgir dudas sobre la variante correcta -murmuró Paolo, que se sentía atrapado por la lectura. Pero exactamente sobre su reciente pensamiento, pronto tuvo oportunidad de notar que el texto mencionaba que si la colación es una que se ha hecho de una transcripción en alguna biblioteca muy distante, es imposible al momento resolver la duda sin gran dificultad además del gasto de mucho tiempo y problemas. Sin embargo, la posesión de una copia fotográfica del manuscrito es lo que permite que se verifique la variante en pocos minutos. -¡Ah! Claro, claro -dejó escapar, al comprender mejor los motivos que los obligaba a tener a mano una colección de representaciones fotográficas. Por otra parte -continuaba a explicar el redactor del texto-, las copias fotográficas ayudan considerablemente La Tierra Apocalíptica

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en el proceso de cotejo. Y si la fotografía es realmente buena, es más fácil trabajar con ella que con el manuscrito, y el trabajador no se verá atado a las horas y días de la biblioteca en la que se preserva lo que podría llamarse de original. Por otra parte, las fotografías también se pueden enviar a personas dispuestas y capaces de hacer el trabajo, ya que éstas posiblemente no pueden concurrir al lugar donde está el manuscrito. Para tales efectos -se indicaba a seguir-, se resolvió adquirir el mejor aparato posible, y Dom Henri Quentin se encargó de velar por el departamento de la comisión; y el Monseñor Graffin, que tenía una larga experiencia con el proceso de negro y blanco en la copia de manuscritos orientales, puso sus conocimientos a disposición de la Comisión, y los resultados obtenidos han sido incluso mejores de lo previsto; por lo que la máquina utilizada fue capaz de producir copias en cualquier tamaño deseado, y hay ahora volúmenes encuadernados de fotografías desde tamaño folio a octavo pequeño. -Nada mal -dedujo Paolo tras un bostezo-. Quizás un día pueda manosearlas y entretenerme con ellas. Luego de exteriorizar su endeble deseo, notó que el relato citaba que copias de muchos de los manuscritos bíblicos más importantes ya han sido tomadas en París, Londres, Roma y otros lugares, y recientemente se añadió La Tierra Apocalíptica

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a la creciente colección de la Comisión una reproducción fotográfica completa del Códice Amiatino, con sus varios cientos de folios. Por ende, la lista confeccionada en noviembre de 1911 produjo algún ciento de volúmenes encuadernados de fotografías. Muchos de éstos ya han sido comparados, y otros esperan ser despachados a los colaboradores para someterse al proceso. -A lo mejor, sin darme cuenta, puede que ya tenga visto algunas de ellas -balbuceó al recordar que era posible que hubiese examinado esas reproducciones en algún momento. Pero un esclarecimiento a seguir, indicaba que debido a los defectos de los propios manuscritos y, a veces, por supuesto, en las fotografías, ha sido necesario cotejar la copia con el texto original. Evidente que cuando existe algún defecto o lugar de duda en cuanto a la variante de la fotografía, la interpretación se consigna en el margen de la fotografía montada. Cuando esto se ha hecho, el resultado es que la copia resulta en una reproducción tan perfecta del texto original cómo es posible obtener, y las colecciones de fotocopias y manuscritos cotejados con los textos impresos de la Biblia preparada por la Comisión, forman una masa de material para fines de trabajo, tan bueno como es posible adquirir.

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-Sí. Ha sido un trabajo de negro -dejó escapar sin mala intención, al momento que se corrigió-: ¡No! ¿Qué estoy diciendo? Más bien, un trabajo de esclavos. Luego de menear la cabeza totalmente en desacuerdo con lo mencionado de forma tan irracional, dirigió sus ojos al relato que mencionaba en ese instante que, además del material para la revisión del texto actual, la Comisión se había esforzado durante los últimos dos años por reunir una colección de todos los textos bíblicos ya en imprenta. Este ha sido un proceso difícil y costoso -se aclaraba-, pero ha habido progresos considerables con esta rama de la obra, y la presente colección en los estantes de la sala de trabajo en Roma, ya ha demostrado cuán útil y necesario es tener todos estos textos a la mano para referencia. El proceso de recopilación de las variantes de los diferentes manuscritos con el propósito de comparación comenzó casi de inmediato -buscaba explicar el redactor-. A principios de 1911 se preparó un volumen de prueba de un libro del Antiguo Testamento, con columnas para una treintena de variantes de manuscrito, y se han hecho amplios registros para continuar y ampliar el proceso. La experiencia adquirida por el volumen de prueba, muestra que con este método será posible dividir los manuscritos comparados por familias, y por otra parte determinar las mejores lecturas. La Tierra Apocalíptica

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Paolo salteó de pronto algunas carillas de un contenido que le pareció irrelevante, hasta parar en el punto que mencionaba que el trabajo de explorar las diversas bibliotecas de Europa se había comenzado casi de inmediato, pues el contenido de la mayoría de ellos ya estaban organizados y catalogados, pero el redactor mencionaba que en su mayor parte, los diversos manuscritos bíblicos en latín no habían sido lo suficientemente estudiados o cotejados como para permitirle a la Comisión prescindir de un examen más completo y una comparación minuciosa, lo cual se puso en marcha en varios lugares a la vez. La mejor colección de tales manuscritos estaba en la Biblioteca Nacional de París; y desde 1909 a 1912 dos, y a veces tres benedictinos, han estado trabajando en esta preciosa colección de tesoros bíblicos. Las autoridades les han dado a los trabajadores todas las facilidades para fotografiar y comparar cualquier manuscrito deseado. De este modo, la Comisión dispone ahora de fotografías completas de varios de los códices más importantes, y la colación de todos estos ya está terminada, o en proceso de ser realizada por los colaboradores.

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-Y sin duda, se puede afirmar sin llegar a equivocarse, que estos hicieron un óptimo trabajo -opinó Paolo, que ya sentía los parpados pesados. En Londres -agregaba el texto-, las autoridades del Museo Británico también le permitieron fácilmente a la Comisión hacer lo deseado para obtener copias y colaciones. Conjuntamente a ello, el verano pasado Dom Henri Quentin viajó con la cámara fotográfica por Italia, y en Florencia obtuvo una copia de gran tamaño de la célebre “Biblia Amiatina”, que ahora está en la Biblioteca Laurenciana de esa ciudad. -Bueno, esto ya lo sabía -decretó Paolo de modo absoluto, y a seguir se entregó a leer la parte en que decía que podía ser útil escribir unas palabras sobre la historia casi romántica de ese manuscrito, especialmente, puesto que puede ser muy posible que se encuentre entre los manuscritos más importantes para el texto de la Vulgata. Con referencia al “Códice Amiatino” -se mencionaba en el renglón siguiente-, llamado así porque en algún tiempo perteneció al monasterio de Amiata, fue muy utilizado por los revisores del siglo XVI que produjeron la versión sixtina de 1590. En ese entonces se le consideraba un manuscrito italiano excelente, y fue estimado así hasta tiempos muy recientes. Sin embargo, ahora se sabe que el volumen fue realmente copiado en el norte de Inglaterra La Tierra Apocalíptica

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hacia el año 700. Sin embargo, en la segunda página del códice hay una inscripción que dice que cierto abad, Pedro Lombardo, le regaló el volumen al monasterio de Amiata de San Salvador. Algunos años atrás el célebre De Rossi, al examinar estas líneas, señaló que no eran las líneas originales, y que, en particular, el nombre del abad Pedro se había escrito sobre una tachadura y que el nombre original se mencionaba algo así como “Ceolfridas”. Esta conjetura fue confirmada por el erudito de Cambridge, el doctor Hort, quien señaló que estas mismas líneas con cambios en esos lugares donde se habían efectuado cambios en el original, aparecían en las antiguas vidas de los abades de Wearmouth y Jarrow, donde se decía que estas habían estado en la copia de la Biblia llevada desde Inglaterra a Roma en el año 715 d.C. como un regalo al Papa. Contra su voluntad, en ese momento Paolo echó un bostezo, pero buscó luego concentrarse en la lectura que ya apuntaba que la historia de este precioso volumen era clara, ya que San Benito Biscop, el fundador de los monasterios gemelos de Wearmouth y Jarrow, fue varias veces a Roma en el siglo VII y trajo de allí muchos manuscritos. San Beda, que escribió acerca de los abades de su monasterio, menciona que en una ocasión Biscop regresó con una gran Biblia “de la nueva traducción”, es La Tierra Apocalíptica

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decir, la Vulgata de San Jerónimo, de la cual el sucesor de San Benito Biscop, Ceolfrido, había hecho tres copias en Wearmouth: una para cada uno de los monasterios y la tercera destinada como regalo al Papa. Por su vez, al abad Ceolfrido renunció a su abadía en 715, y decidió hacer una visita a Roma a fin de llevarle al Papa la Biblia que había preparado para él. San Beda describe la salida en viaje con uno de sus monjes y llevando el gran volumen. No en tanto, San Ceolfrido murió durante el viaje, y es dudoso si la Biblia llegó alguna vez a Roma; de cualquier modo, todo rastro de ella se perdió hasta que en realidad fue reconocida en el “Códice Amiatino”, por medio de la erudición de De Rossi y el Dr. Hort. -Aunque en verdad no existan legajos documentales que así lo comprueben -terminó por justipreciar Paolo, al momento que viraba la página para continuar leyendo que el libro en cuestión es de gran tamaño, ya que cada página mide diecinueve y media por trece y media pulgadas y está escrito en la letra uncial más regular en dos columnas por página. No obstante no se supiese que existía ni siquiera un fragmento de las otras dos copias que menciona San Beda, hasta hace muy poco. Empero, en 1910, el escritor de este artículo recibió, debido a la generosidad de Mr. Cuthbert Turner, de Oxford, dos grandes fotografías de una página de una Biblia, la cual es sin duda un fragmento La Tierra Apocalíptica

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de uno de esos dos manuscritos. Algunos años antes, Canon Greenwell, de Durham, había obtenido la hoja de una encuadernación de un antiguo libro de cuentas que había sido encuadernado en New Castle en el año 1798. Sin embargo, parecería que en ese tiempo existían algunas porciones de estos preciosos códices; y es posible, por supuesto, que se puedan hallar otras partes en otras ataduras. Con respecto a la hoja que halló Canon Greenwell, ésta ha sido adquirida por el Museo Británico. Paolo hojeó ligeramente un par de páginas más, dispuesto a abandonar la lectura, pero de pronto llegó a una explicación sobre los Evangelios, en donde se hablaba de

otro

célebre

manuscrito

conocido

como

los

“Evangelios de Lindisfarne”, el cual fuera escrito también en el norte de Inglaterra alrededor del mismo tiempo (700 d.C.), donde se señalaba que proveyera una bella página en la historia del texto sagrado. Ese maravilloso manuscrito, que está entre los tesoros del Museo Británico, fue escrito por el obispo Eadfrith de Lindisfarne alrededor del 700 d.C., e iluminado por su contemporáneo, Etewaldo. Las iluminaciones, que manifiestan características del arte irlandés -se aclaraba en el texto-, son de una belleza excepcional, y en algunos aspectos no son superadas por ningún otro manuscrito contemporáneo. Por consiguiente, La Tierra Apocalíptica

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la historia del volumen merece una breve reseña. Estuvo en Lindisfarne hasta que la invasión de los daneses en 875 obligó a los monjes a llevárselo junto con la urna de San Cutberto. La tradición dice que mientras los monjes huían de los daneses, al llegar a la costa occidental del continente tuvieron la intención de llevar sus tesoros a Irlanda. Al hacer el intento, se vieron obligados a regresar, pero no antes de que el volumen de los Evangelios que llevaban hubiese caído al mar. Fue recuperado de manera maravillosa, y su epopeya llegó a ser relatada por Simeón de Durham en el siglo XII. Es extraño decirlo, pero algunas de las hojas en blanco que aparecen al final del libro, en realidad parecen mostrar signos de manchas de agua. -¡Mmm! Esto también parece ser una suposición, ya que tampoco hay documentos comprobatorios -catequizó con una punta de resignación y claras señales de sueño debido a lo avanzado de la hora. No en tanto, continuó leyendo a partir del punto que explicaba que el gran interés del volumen, además de sus méritos artísticos, se encuentra en sus imágenes de los evangelistas, y demás etc. Mientras que los bordes de estos cuadros son característicos de la exquisita labor de patrón entrelazado de los escribas irlandeses, las figuras en sí son muy diferentes y son sugerentes a la vez de los modelos La Tierra Apocalíptica

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bizantinos. En todo caso, ha sido durante mucho tiempo un rompecabezas para los arqueólogos poder explicar la existencia de esos modelos en el norte de Inglaterra en la primera parte del siglo VIII. Es raro que tan satisfactoria respuesta pueda darse a un problema de esta naturaleza. El texto de los Evangelios fue copiado de un volumen traído a Inglaterra por los misioneros romanos, y por lo tanto proviene del sur de Italia, y probablemente habría tenido iluminaciones hechas siguiendo el estilo bizantino de arte. Le debemos este conocimiento a las investigaciones del Sr. Edmund Bishop, que fueron publicadas por primera vez por Dom Morin en el “Revue Bénédictine”. Los “capitula” del Evangelio (las indicaciones de las porciones de los Evangelios a ser leídas en las iglesias) siguen el uso de Nápoles, y el calendario del volumen le permitió al señor Bishop dar el lugar exacto como la isla de Nisita, en la Bahía de Nápoles. -Bueno, por lo menos no estoy muy equivocado en mi juzgamiento -murmuró Paolo, al tiempo que continuó leyendo en la parte que mencionaba que rellenar aquella historia fue fácil, pues el abad Adriano, quien acompañó a San Teodoro el Griego a Inglaterra cuando fue enviado como arzobispo de Canterbury, fuera abad de Nisita. Así pues, san Benito Biscop, que actuaba como su guía a Inglaterra, les dio la bienvenida a sus monasterios en el La Tierra Apocalíptica

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norte, y no puede haber duda de que el abad Adriano llevó allí el volumen con los modelos bizantinos hecho en el sur de Italia, los que sin duda fueron copiados por los escribas irlandeses como los vemos hoy en el Libro del Evangelio de Lindisfarne. -Excelente análisis -llegó a ponderar Paolo junto a otro bostezo mientras se pasaba la mano por el rostro. Mismo así, continuó a leer que en Roma se había hecho un cotejo parcial y una copia fotográfica completa de la importante Biblia de San Pablo Extramuros. Esta es una excelente copia de la Biblia de Alcuino, con muchas letras y páginas bellamente iluminadas. Probablemente -constaba a seguir-, el mejor ejemplo de esta Biblia es el códice grande en Zúrich, una copia fotográfica que también se ha asegurado, junto con una comparación del Octateuco hecha para la Comisión por el asistente del bibliotecario, el Dr. Werner. Un tercer ejemplar es el más conocido de los tres, y es el que hoy está en la Biblioteca Vallecelliana, en Roma. Así pues, en cierto momento, el Padre Bellasis del Oratorio hizo una comparación del Pentateuco de este último para la Comisión, pero aún no ha sido fotografiada, debido a las dificultades puestas por los custodios del mismo. La Comisión llegó a la conclusión de que el cotejo de estos tres manuscritos sería suficiente para determinar el tipo de La Tierra Apocalíptica

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las correcciones realizadas por Alcuino. Estas serían de interés para los ingleses, ya que para propósitos de su revisión, Alcuino mandó pedir a las bibliotecas de Inglaterra la mejor evidencia en manuscrito. En todo caso, la copia de la Biblia de Alcuino en la Basílica de San Pablo, en Roma, llega a tener un interés especial, ya que en el siglo XIII, el obispo de Gradisson de Exeter ordenó que se corrigieran todos los ejemplares de las Sagradas Escrituras en su diócesis, de acuerdo con una copia del texto de la Biblia. -Sin duda, fue una sabia determinación -murmuró el somnoliento Paolo, antes de leer que mientras en Italia Dom Quentin fue al monasterio de La Cara y fotografió la interesante Biblia de origen español, que ha estado durante mucho tiempo en posesión del monasterio allí. La mayor parte del texto ha sido también cotejado en el manuscrito por Dom Cottereau, quien ha pasado muchos meses en el monasterio para ese fin. Se suponía que sería probable hallar una gran cantidad de material importante en la catedral y otras bibliotecas de España; y en la primavera de 1909, Dom de Bruyne emprendió un voyage littéraire a ese país a nombre de la Comisión. En verdad, su objetivo era examinar los manuscritos bíblicos conocidos existentes y ver si podía

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hallar otros. Así pues, indicó en su informe para la Comisión: “He tenido una excelente guía en las Handschriftenschätz Spaniens de R. Beer. Las dos lacunae más importantes en él, se refieren a los manuscritos de Roda y Urgel. Se podría pensar que estas dos importantes colecciones han desaparecido o se han perdido. Yo, sin embargo, las hallé intactas o casi intactas, la primera en la Catedral de Lérida, guardada en un librero especial; la segunda en el mismo Urgel. En la mayoría de las bibliotecas de España se pueden hallar catálogos suficientemente buenos”. Por su vez -aclaraba el escritor-, pensamos que sería de interés dar una lista de las bibliotecas de España que fueron examinadas por Dom de Bruyne en el curso de su viaje; ya que Dom de Bruyne resume así los resultados de su viaje a España: “Tengo descripciones de todas las Biblias, más o menos en general, según su edad e importancia. Algunos de los volúmenes han sido cotejados, ya sea completamente o en parte. Todas las hojas de un palimpsesto bíblico (Escorial, R. II, 18, y León, archivos La Tierra Apocalíptica

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de la catedral, 15) han sido identificados; el texto de Baruc, hasta ahora sólo conocido por el Códice Gothicus Legionensis, que había sido publicado por Hoberg a partir de una copia en el Vaticano hecha en el siglo XVI, ha sido cotejado con el manuscrito en León y comparado con otras copias independientes que descubrí. En Sigüenza hallé una copia en árabe-latín de San Pablo, la cual fue publicada en el Revue Biblique en 1910. Las interesantes notas marginales de la misma Biblia de León, publicadas en parte por Carlo Vercellone a partir de una copia del siglo XVI en el Vaticano, fueron revisadas y completadas con el manuscrito original; y encontré un texto independiente en manuscrito de estas notas en Madrid, de modo que ahora será posible dar una edición

crítica

de

estos

importantes

fragmentos”. Por su vez, Dom de Bruyne está preparando la edición de fragmentos del antiguo texto en latín, y a su debido tiempo esta será publicada en la propuesta serie de textos y estudios llamada la “Collectanea Biblica Latina”, ya proyectada por la Comisión. La Tierra Apocalíptica

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-Me parece interesante poder observar aquí, cómo existen manuscritos o fragmentos de códices que se encuentran repartidos por las más diversas diócesis de la Iglesia -caviló Paolo, dando vuelta algunas páginas que no estaba dispuesto a leer. Pero de pronto paró en un punto que mencionaba lo siguiente: Durante el 1911, la Comisión pudo añadir a su colección de comparaciones las de Mr. Pierpont Morgan, quien amablemente permitió que Mr. Hoskier examinara y cotejara esos manuscritos para la Comisión. La primera es el precioso códice conocido como los “Evangelios Dorados”; y el sr. Samuel Berger ha dicho de este volumen: “En el importante y antiguo grupo de manuscritos escritos en letras doradas, el más antiguo es más allá de toda duda, el famoso manuscrito Hamilton, 251”. En la venta de la colección Hamilton en 1890, este volumen fue comprado por un prestigioso caballero americano llamado Thomas Irwin de Oswego. A su muerte, fue comprado por Mr. Pierpont Morgan y añadido a su colección. El cotejo hecho para la Comisión por Mr. Hoskier, ha sido publicado recientemente en un magnífico volumen en folio con varios facsímiles a color. El propio Mr. Hoskier le preparó un prefacio con una amplia introducción tanto paleográfica como crítica. En este mismo volumen está el cotejo de un fragmento de los La Tierra Apocalíptica

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Evangelios, también en posesión de Mr. Pierpont Morgan. Este fragmento de diecisiete hojas, está escrito en notable manuscrito uncial fino, y el resto del manuscrito se halla en el “Musée Germanique” de Nuremberg. Un cotejo de esta parte fue hecho en 1881, e impreso por Dombart en el “Zeitschrift für Wissenschaftliche Theologie” (De Codice Cremifanensi Millenariio, Pars. I). -¡Oh! Cómo ha pasado volando la hora -alcanzó a exclamar Paolo en medio a un largo bostezo-. Pero aún me queda una docena de páginas por leer… Bueno, mejor lo termino ya -dispuso tajante, y acomodó su cuerpo para entregarse a leer a partir del parágrafo que mencionaba que el trabajo de cotejo es necesariamente largo y tedioso. Requiere gran cuidado y una observación minuciosa, puesto que nada es demasiado pequeño para ser pasado por alto, ya que se puede hallar la cosa más insignificante que arroje luz sobre el problema, o que ayude a identificar un manuscrito. Por ejemplo, unos pocos trozos de unas hojas rotas en un manuscrito de San Pablo, en Monza, nos han ayudado a aclarar un punto importante en discusión. La adición a mano de un corrector irlandés del símbolo para autem (pero) en un Heptateuco muy antiguo en la Biblioteca del Vaticano, es la única indicación cierta de que el volumen había estado en un tiempo bajo las influencias célticas, y esto inmediatamente lo relacionó La Tierra Apocalíptica

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con la colonia de San Columbano, en Bobbio. De igual modo, en los fragmentos de la antigua versión Ítala, en los márgenes del Códice Toletano y en otro manuscrito en Madrid, aparece la palabra molécula, la cual no aparece en ningún diccionario, pero sí aparece en una de las inscripciones en Pompeya: mula docet muleculam. De Rossi conjeturó que era una palabra en latín bárbaro para “mosca”, y esta explicación fue aceptada hasta el presente, cuando, a partir del griego del pasaje de la antigua Ítala, evidentemente significa “mula joven”. Así, tenemos que la oración de Pompeyo adquiere claridad. -Lo que demuestra la importancia de la paleología, y de tener un buen paleólogo en el equipo -murmuró Paolo, con el pecho ensanchado de inmodestia. Al retomar la lectura de las últimas páginas, constató que decía que de tiempo en tiempo en el curso de las investigaciones en las bibliotecas, la Comisión se había encontrado con fragmentos de Biblias que muestran cuán preciosos manuscritos han sido destruidos; a la vez que se han hecho otros y más nuevos textos para usarse en alguna iglesia o monasterio, parece que ha habido poca vacilación en usar las copias más antiguas con propósitos de encuadernación, o, en aras del pergamino, tachar el escrito original y ponerle otro texto encima. Así sucede con las encuadernaciones de los libros en Durham y en Worcester, La Tierra Apocalíptica

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donde se han hallado algunos preciosos fragmentos de Biblias muy antiguas. Los fragmentos que se recuperaron en Worcester de este modo, posiblemente son hojas de una Biblia presentada a Worcester por el rey Etelredo en el siglo X. Quizás el fragmento más curioso de un Libro del Evangelio que ha llegado a la atención de la Comisión, es una porción de un fino manuscrito español de gran tamaño. Ése, que contenía todo el Evangelio según San Juan, había sido arrancado de un volumen de tal modo que varios fragmentos del Evangelio según San Lucas habían sido dejados en hojas rotas de fino pergamino. Por demás está decir que la Comisión trató en vano de localizar el resto del texto de donde este fragmento visigótico había sido tan cruelmente arrancado. Frecuentemente -mencionaba en la última página del libro-, a la Comisión se le ha preguntado cómo se sufragan los enormes gastos de esta obra. Es obvio que fue considerable el costo de imprimir el texto de la Biblia Clementina, así como el de reunir las comparaciones, especialmente porque parte de la impresión fue sobre el mejor papel de tina, para evitar el peligro de pérdida debido a lo perecedero de un papel de calidad inferior. El aparato fotográfico fue también un gran costo inicial, y aunque las fotos se tomaron al menor costo posible, la producción de Biblias completas ascendió a una gran La Tierra Apocalíptica

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suma. Además de esto, está el costo de montar y encuadernar las fotografías en volúmenes, aparte de la encuadernación de volúmenes de cotejos completados. Esto es lo que puede ser llamado de la parte mecánica del trabajo; y el trabajo de investigación y colación es por supuesto hecho gratuitamente, pero hubo que pagar los viajes necesarios para hacer las debidas investigaciones en las bibliotecas de Europa, así como el apoyo de los eruditos comprometidos en la obra. Para sufragar estos gastos, el papa Pío X le encargó al presente escritor que apelara a la generosidad de los católicos y otros a través del mundo. Pues pensó que era tan obvia la necesidad de tales revisiones del texto latino de la Sagrada Escritura, que los fondos serían provistos por lo dispuesto generosamente. Desde el principio, el propio Papa declaró que él sería responsable como último recurso; pero hasta aquí, la generosidad de los fieles, particularmente en América, han capacitado al escritor para hallar el dinero requerido para mantener la obra en marcha luego que el Papa incurrió en el gasto inicial de imprimir el texto para los cotejos… Fue lo último que Paolo examinó aquella noche. El libro ahora yacía caído en el suelo y la luz encendida.

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4 Cruzando Extremadura -Buenos día, padre Paolo -alcanzó a pronunciar el encorvado conserje Sandro cuando reparó en la fisonomía del sacerdote que entraba a pasos casi acelerados por la galería de la Congregación, no sin dejar de notar la expresión adormilada que éste cargaba. -Para usted también, caro Sandro -le respondió el recién llegado, que no tenía la pretensión de encubrir sus ojos rojizos, y no disimulaba una piel macilenta colada a una cara de poco descanso. En realidad, las pocas horas de sueño no le habían inhibido el cuidado que debía tener con todo lo que lo cercaba. Y fuera ese mismo tino lo que lo llevó a prestar atención a los dos coches que estaban aparcados uno en cada esquina y de frente para el portón de la hermandad. Al mirarlos de reojo, pudo notar que dentro de cada uno se encontraba un par de sujetos de sombrero y gabardina, de ojos vigilantes en todo lo que movía por aquella calle. -Veo que ahora nos cuidan con esmero -le comentó a Sandro en voz baja y una sonrisa cáustica.

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-Sí. Por supuesto, padre -asintió el conserje, quien con riguroso disimulo depositó su vista en el mostrador. -Nos dicen que de aquí en adelante tenemos que estar atentos a todo y con mil ojos -agregó enseguida con voz grave y cerrando el ceño. Paolo asintió con la cabeza, a la vez que pensó para sí: -en esta casa no se pierde el tiempo-; y dio de hombros ya dispuesto a subir las escaleras hacia su despacho. Se sintió jadeante con el esfuerzo que realizó, pero al igual que lo sucedido cuando se había despertado aquella mañana, se negó una vez más a admitir que se sentía laso por causa de las pocas horas dedicadas al sueño. En contraposición, se juzgaba satisfecho por haber tenido oportunidad de apreciar un extracto de informaciones muy peculiares sobre la Biblia, un tema que lo entusiasmaba. Por supuesto que tampoco le importaba que su semblante pareciese lánguido y decaído. Sabía que había tenido buenos motivos para ello. Una vez que se acomodó en su silla de lectura junto a una rebosante taza de café con muy poco azúcar, mostró toda su disposición para emprender la lectura del ejemplar que había sido confeccionado por el cardenal Masella, y el que debía continuar a leer y analizar para entender los intricados pasos que había tomado el pergamino perdido desde su origen en Judea. La Tierra Apocalíptica

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Al manosear la primera página, llegó a observar con interés lo que allí constaba, ya que el cardenal anunciaba que él no había encontrado atribuciones documentales que fuesen capaces de mostrar el motivo que llevara al frey Guido de Garda a esconder el pergamino a su retorno de Jerusalén, ni cómo había cedido un día la protección del mismo al Maestre don Martín Martínez. -¡Opa! Ya cambió de manos -silabeó Paolo sin retirar los ojos del libro. En verdad -relatara Masella-, lo único que pude encontrar sobre Frey Martín Martínez, fue un registro que hace mención de este quinto Maestre de Calatrava y primero de los que se llamaron Maestres de Salvatierra, el cual fuera favorecido con el castillo de Salvatierra en la era de mil doscientos treinta y seis, año del Señor de mil ciento noventa y ocho. Sin embargo, no me fue difícil suponer que por haber sido amigo íntimo de Guido desde otras épocas y ambos profesasen el mismo cargo en “la Orden del Temple”, además de haber sido un otro superviviente de mil batallas en Tierra Santa; que Frey Martín hubiese ayudado a su afecto durante un tiempo en la noble misión de proteger los peregrinos que deseaban alcanzar la ciudad de Santiago de Compostela. Por alguna razón fundamental que escapa a nuestro conocimiento, antes de fallecer, de La Tierra Apocalíptica

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alguna manera Guido terminara por confiarle al frey Martín la posesión del enigmático documento. Lo que sí he descubierto -continuó leyendo Paolo-, es que Martín Martínez tuvo allí en Salvatierra su Convento como parece ocurrir por la tercera regla o forma de vivir, y más claramente por la confirmación de ella echa por el papa Inocencio III en el año siguiente de mil ciento noventa y nueve, que en su encuentro habla con este Maestre y dice estas palabras: “Recibimos debajo la protección de San Pedro y San Pablo y nuestra, el lugar de Calatrava y también el de Salvatierra en el cual estáis dedicados al culto divino para servir a Dios”. -Bueno, percibo que ya nos fuimos más al sur de España -dedujo Paolo al localizar mentalmente el citado lugar en el mapa de la Península Ibérica. En documentos que he podido revisar -mencionaba el renglón que Paolo continuó a leer después de finalizado su raciocinio-, muestran que por esto, el Rey don Alfonso, confirmando la donación que don Rodrigo Gutiérrez, su mayordomo, hizo a esta Orden del castillo de Dueñas que el mismo Rey le había dado, y llama a esta Orden, “Orden de Salvatierra”. También consta en la cabeza de una otra escritura, que se dio relación al Papa del estado de esta La Tierra Apocalíptica

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Orden, y en ella hay las siguientes palabras: “Declaramos los hechos de los “Freyles de la Caballería de Calatrava”, los cuales después que el castillo de Calatrava es tomado de los paganos, son dichos Freyles de Salvatierra”. -Más bien, puede que esto tenga alguna relación directa con las batallas que fueron trabadas contra los musulmanes -llegó a evaluar Paolo con escepticismo, rascándose inadvertidamente la perilla. Buscando describir mejor el castillo de Salvatierra después de mi visita -había puntualizado el cardenal Masella en su libro-, puedo afirmar que este se encuentra situado sobre un pequeño montículo a los pies del monte volcánico de Atalaya, a unos 5 km de la localidad de Calzada de Calatrava, al sur de la provincia de Ciudad Real, y se halla próximo al castillo-convento de Calatrava la Nueva; donde por un momento pensé que allí algún día hubiese estado escondido el pergamino, ya que cerca de él pasa una de las más importantes vías naturales que cruzan Sierra Morena y unen la Meseta Central con la Depresión del Guadalquivir, mientras que el acceso al castillo podía realizarse por la carretera local que lleva desde Calzada de Calatrava a Belvís. Con todo, tras pasar el puerto de Calatrava, y en el lado izquierdo -siguió indicando el cardenal-, pude distinguir el castillo sobre un cerro de rocas. En realidad, La Tierra Apocalíptica

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dicho baluarte fue construido por los moros en torno a los siglos X o XI sobre una otra construcción existente que era de origen romano. No en tanto, este fue conquistado por los cristianos en el año 1198, siendo recuperado por los musulmanes en el 1211 y reconquistado definitivamente por los cristianos en 1226. Pero el referido castillo había alcanzado una gran importancia estratégica por ser un importante recinto fortificado que se encontraba situado sobre el Cerro de la Atalaya, y el que durante la Edad Media formara parte de la red de fortalezas musulmanas que custodiaban la parte norte de Sierra Morena; teniendo por tanto un papel importante en las batallas de Alarcos (1195) y las Navas de Tolosa (1212), puesto que suponía para los cristianos un excelente observatorio militar que estaba rodeado de otras pequeñas fortificaciones cercanas, como las de Castilviejo, Castillejo de Don Alonso y La Mojina, y para los musulmanes por causa del control de las fuerzas cristianas que se dirigían hacia Al-Ándalus. Al momento de mi vista -había asentado el cardenal en sus hojas- pude notar que aún quedan restos de dos recintos amurallados que contienen un patio entre ambos y dependencias de las que se pueden apreciar algunas bóvedas de cañón completas. Se conservan tres torres, dos murallas, cámaras subterráneas y aljibes construidos en mampostería; y en el ala suroeste del mismo se eleva la La Tierra Apocalíptica

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torre de homenaje, de unos 12 metros de altura y construida con cuarcita y piedra volcánica unidas por argamasa de cal y arena. Así pues, mismo habiendo servido un día de guarida para esconder el pergamino, el castillo de Salvatierra hoy se encuentra en estado de ruina progresiva y su titularidad es privada. Por lo demás, supe que está protegido por la Declaración genérica del Decreto de 22 de abril de 1949, que trata sobre el Patrimonio Histórico Español. -Esto no es más que un otro eslabón perdido de toda esta epopeya del pergamino -concluyó Paolo, al momento que miraba apenado el fondo de su taza de café vacía. Luego que retomó la lectura, constató el relato de un otro documento que hacía constancia de que en mil doscientos cuarenta y dos, el Maestre de Salvatierra don Martín Martínez, recibió por familiares de la Orden a don Pedro Fernández de Castro y a doña Jimena Gómez su mujer, y a don Alvar Pérez y doña Ello Pérez de Castro sus hijos, y ellos dieron a esta Orden el lugar de Aldea nueva de Campo Mollado, y ya en mil doscientos cuarenta y cinco, el mencionado Maestre, dejando en Salvatierra por su lugarteniente a don Ruy Díaz, Comendador mayor, se dirigió al Reino de Aragón para dar orden en reducir a su obediencia a don García López de Moventa que se hacía llamar Maestre de Alcañiz y tenía con este título usurpada La Tierra Apocalíptica

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la villa y encomiendas de esta Orden en aquel Reino. El Rey don Alfonso de Aragón que favorecía a don García López, hizo con el Maestre que le dejase aquella villa con las condiciones que antes se mencionan. No en tanto, estando el Maestre en Aragón asentando este negocio, murió de manera siniestra y fue sepultado en Alcañiz, habiendo gobernado esta Orden diez años. -Y por lo visto, éste se llevó junto con él el secreto que tanto se busca -masculló Paolo con un leve sonriso, justo cuando se levantaba para buscar otra reconfortante taza de café medio amargo, un antídoto que él tanto necesitaba en ese momento para despabilar su cuerpo. Al retomar la lectura minutos después, percibió que el redactor del manuscrito había pasado a concentrar la busca del pergamino en una región en la cual por aquella época había florecido innumerables conflictos entre cristianos y musulmanes, y en donde destacaba que los árabes terminaron por introducir mejoras en la labor cotidiana de aquel periodo, como lo eran las mejoras que hicieron a la forma de arar romana. Así pues -aclaraba Masella-, uno de los pueblos con más mozárabes fuera Salvaleón, sobre el que también se puede agregar que fue abrigo de otros muchos mozárabes. No en tanto, alrededor del 1230, el rey Alfonso IX de León conquistó toda la zona, pero antes de lograr expulsar a todos los moros, hizo una gran matanza La Tierra Apocalíptica

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de todos ellos, un acto que terminó por suministrar el tétrico nombre a una región: Valle de Matamoros. Diez años después -continuaba a indicar el relato-, este mismo rey realizó una gran campaña militar para asegurar definitivamente la zona, la misma que después terminó por ceder a la Orden del Temple. Y lo que resulto, es que al llegar los templarios, hubo en consecuencia un engrandecimiento y repoblación de la zona con emigrados de otros lugares. Entre diversos hechos, los templarios fundaron Zahínos, que hasta entonces era una fortificación militar después convertida en castillo, y alrededor de él creció el pueblo. Continué durante un tiempo sin lograr descubrir con quién y a dónde había ido a parar el papiro -recalcaba Masella en su obra-, sin embargo, poco después descubrí que cuando en 1312 el papa Clemente V resolviera disolver la Orden del Temple, éste estableciera que se pasaran todas sus posesiones españolas a la corona. Empero, luego me enteré que en Jerez de los Caballeros, los templarios se acuartelaron y resistieron hasta que acabaron todos degollados en una torre del castillo, la que ahora le da nombre a la llamada Torre Sangrienta. Así pues, años más tarde, cada una de estas posesiones ya formaba parte de territorios distintos: Oliva de la Frontera y Valencia del Mombuey y, mucho más La Tierra Apocalíptica

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tarde, Salvaleón, que pertenecían al Ducado de Feria, Valle de Matamoros y Jerez de los Caballeros, todos pertenecientes a la Orden de Santiago, en cuanto Fregenal de la Sierra e Higuera la Real pertenecían a Sevilla. A título de registro, hago constar que de esta última comarca salieron muchos conquistadores con rumbo hacia América, como Alonso Rodríguez Santos, Hernando de Soto... Pero el más conocido de todos es Vasco Núñez de Balboa, nacido en Jerez de los Caballeros, pues este buen hombre conquistó Panamá y descubrió el océano Pacífico. Al enterarme de tales acontecimientos en la referida región -llegó a registrar Masella en aquel escrito que Paolo ahora leía con antojo-, por un momento alcancé a pensar que me encontraba a camino seguro hacia el local donde tal vez podía estar escondido el pergamino, pues diversas muestras de la Prehistoria se han encontrado en Jerez de los Caballeros, en Higuera la Real, en Valencia del Mombuey, Oliva de la Frontera y Fregenal de la Sierra, que de cierta manera alimentaban mi intuición. Por ejemplo, en el Santuario de Nuestra Señora Virgen de Gracia (Oliva de la Frontera), pueden ser encontradas dos tallas humanas de medio cuerpo que se supone sean ídolos de la época celta; mientras que en Oliva también persiste otra costumbre celta, la de hacer una candela en la feria de San Marcos, que se cree que era La Tierra Apocalíptica

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concebida para purificar el ambiente de los espíritus malignos. Por su vez -continuaba relatado-, en Higuera está el Castro Celta de Capote; y en Valencia se ha encontrado el dolmen funerario de la “Piedra Pinchá”, que data del Neolítico. En cuanto que en Jerez se han encontrado restos arqueológicos en el dolmen del Toriñuelo y en la finca Valcavado, finca que la gente suele llamar “Valcavao”. Por otro lado, documentos comprueban que en esta localidad hubo fenicios, que conocían bastante bien la zona y que le dieron nombre a Jerez, llamándola Ceret. Además, en Fregenal de la Sierra se encontraba el Castro Celta de Nertóbriga. -Bueno, es de suponer que debido al ajetreo durante todas esas contiendas hispano-musulmanas, eso haya sido de cierta forma la causa que terminó por postergar la aparición del pergamino… ¿O será que la avidez de ciertos hombres de la Iglesia haya podido más y tenga calado más hondo de lo que supongo? -se cuestionó Paolo con el rostro circunspecto y la mirada detenida en la ventana. -¿Y si en verdad no fue la avidez su causa, y sí el temor que causaba el contenido del papiro, lo que en realidad los llevó a querer esconderlo en un lugar y otro hasta llegado el momento de poder entregárselo a alguien de confianza en el Vaticano? -alcanzó a razonar en un La Tierra Apocalíptica

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murmurio, rodeado de una perplejidad que de pronto tomó cuenta de su semblante. -Pero si su contenido lo hace suponer siniestro, ¿qué hubiese ocurrido en aquella época, si éste cayese en las manos equivocadas? -continuó a cavilar, vacilante, ante un dilema que jamás alcanzaría a descubrir. -Todo lleva a creer que al ser repasado sucesivamente de mano en mano a diversos clérigos del Temple desde el momento en que Odo puso sus manos en él, su contenido pueda representar un testimonio mucho más significativo para la Historia del cristianismo -concluyó exasperado, mientras tomaba un nuevo sorbo de café. Al reiniciar la lectura, prestó atención a la mención de que por esa época, la comarca Sierra Suroeste había pertenecido primero a Hispania Ulterior, mientras que después, una parte perteneció a Lusitania y otra a Baetica. Los pueblos de la comarca existentes entonces eran conocidos por estos nombres: Jerez de los Caballeros: Fama Iulia Seria; Oliva de la Frontera: Caesaróbriga y Fregenal de la Sierra: Concordia Iulia. No en tanto, -se aclaraba en el texto-, en algunos otros pueblos de la comarca se cree que ellos tienen un origen romano, como es el caso de Salvaleón; ya que en Jerez de los Caballeros se han encontrado mosaicos en el barrio del Pomar, estelas funerarias, calzadas de alto empedrado y los puentes del La Tierra Apocalíptica

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Pontón y Viejo. Por su vez, en Oliva de la Frontera se han encontrado 250 hornos de fundición de cobre, una explotación minera del mineral antes mencionado, y de tumbas próximas a las minas además de monedas de todas las épocas. -¡Já! -rio Paolo con ganas-. De repente no era más que el escondite secreto de algún antiguo filibustero fenicio o mauritano -determinó entre risas. Desde un principio -comenzó a leer nuevamente luego de abandonar su postura sarcástica-, tuve la sensación de que, por ser una región extremadamente católica desde los inicios, el escondite del pergamino no debía estar muy lejos, y eso se confirma, porque en Jerez de los Caballeros hay varias inscripciones sobre este asunto, como la que se encuentra en la columna de la iglesia de santa María de la Encarnación, que data del día 25 de diciembre del 556; así como también hay inscripciones en una lápida en la finca de Alcobaza del año 514 y otra en la dehesa de la Mata del año 662. Evidente que en mi constante peregrinaje a la zaga del documento perdido -declaraba Masella-, me fue posible realizar innumerables visitas a diversos locales y, en uno de ellos, a tan solo 2 km de Oliva de la Frontera, pude percibir lo que se encuentra en la finca Valcavado que, aunque pertenece a Jerez de los Caballeros, se encuentra La Tierra Apocalíptica

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más cerca de Oliva. Por sí sólo, esto no significa nada -había subrayado el camarlengo-, pero en ella existen dos columnas idénticas que indican la interdependencia. Tanto, que sobre una de ellas hay una inscripción de Teodomiro del año 662; y en el santuario de la Virgen de Gracia hay una celosía de origen visigodo, como las que también existían en este tiempo en Fregenal de la Sierra y Salvaleón. Dejo constancia -avisaba el cardenal-, de que por me encontrar atrás de los pasos del Frey don Martín Martínez, el cual alrededor de 1243 mandaba en Castilla, Aragón y Portugal, mi marcha un día me llevó a la región de Extremadura, y, adosada a una vieja fortaleza templaria, pude encontrar la iglesia de Santa María de la Plaza, que está situada en el centro de Fregenal de la Sierra. Dicho templo es considerado como la Iglesia Mayor de la población, y como la más antigua e importante de la región, apareciendo adosada al Castillo, ya que fue construida hacia 1260 por la orden de Santiago. No en tanto, me sentí decepcionado, pues esta fuera remodelada en el siglo XVIII, de donde le procede el retablo mayor. De la iglesia primitiva sólo se conserva la fachada principal, la portada que mira a la plaza y la torre. La actual presenta una nave central rectangular con una capilla adosada por el lado de la epístola, conocida como La Tierra Apocalíptica

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capilla del Sagrario. En el interior, la bóveda de medio cañón con lunetos cubre la nave central y los seis retablos adosados al muro (Retablo del Cristo de la Caridad, de María Pastora de las Almas, de las Ánimas, de San Pedro, de la Virgen de la Soledad y de San Antonio Abad), excepto el ábside que está cubierto por una cúpula sobre pechinas. En el retablo mayor, fechado en el siglo XVIII, llaman la atención cuatro columnas que soportan un arco mixtilíneo. El conjunto tiene como imagen principal a la Virgen María, y a su derecha e izquierda Santa Lucía y San Lázaro respectivamente. Allí sobresale también por su interés artístico, la escultura del Cristo de la Caridad, del siglo XVI, y la imagen de San José, y se destacan también los lienzos de la Virgen de Guadalupe, del siglo XVII, situados en el coro, y los de San Antonio Abad y la Virgen Pastora, fechados en el siglo XVIII. Por su vez, el órgano es obra de José Larrea, labrado en Llerena en el siglo XVIII. Los confesionarios, ambos muy ricamente adornados, son atribuidos a Enrique Granero. En la capilla del Sagrario, del siglo XVIII, se encuentra la imagen de la Virgen del Rosario y un pequeño mausoleo de una abastada familia de la época, así como las imágenes de San Sebastián y San Roque y un cuadro de la Virgen de los Remedios, patrona de la ciudad, de quien se desconoce su autoría. La Tierra Apocalíptica

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-Tengo entendido que Extremadura es una comunidad autónoma española situada en la zona suroeste de la Península Ibérica -llegó a mencionar Paolo en un bisbiseoY si no me engaño, está compuesta por las dos provincias más extensas de España: Cáceres y Badajoz, y por tanto, cuna de los más famosos conquistadores del Nuevo Mundo, como Francisco Pizarro y Hernán Cortés, quienes conquistaron el Imperio Inca y el Imperio Azteca respectivamente; aunque se sabe que otros muchos y no menos importantes conquistadores también salieron de Extremadura -agregó en un meneo de cabeza. No obstante a todo lo que mencionaba Masella es su relato, Paolo sabía muy bien que no estaba siendo iluso con sus presunciones, pues en un tiempo había estudiado que entre los pueblos prerromanos más importantes que llegaron a habitar Extremadura, se encontraban los vettones o Vettoni, que habitaron las actuales provincias de Cáceres al norte y Salamanca, la provincia de Ávila y parte de la de Toledo; en cuanto que los lusitanos o Lusitani, los sujetos más arquetípicos de Extremadura, se extendían por casi la totalidad de la actual Extremadura y centro de Portugal, no obstante estos no eran más que pueblos pastores dedicados al pillaje y la guerra; donde cabe destacar la imagen del líder lusitano Viriato y su resistencia férrea frente a los romanos. La Tierra Apocalíptica

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Sabía igualmente que por otro lado, situados más al sur, próximos al Guadalquivir, se encontraban los célticos o Celtici, que eran principalmente urbanos y ofrecieron poca resistencia a las tropas romanas, por lo que no fueron obstáculo para el avance de éstas. Minutos después, cuando se concentró nuevamente en los manuscritos, pudo acompañar el aparte que indicaba que la tierra de esa confederación lusitana había sufrido desde el inicio una romanización completa y profunda. El grado de romanización alcanzado y la extensión de la provincia Ulterior -mencionaba el texto-, aconsejaban un gobierno aparte, formándose la Lusitania en provincia aparte ya en tiempos de Augusto (siglo II a C.). Por tanto, la provincia de Lusitania ya acogía gran parte de Extremadura, y Portugal central. En consecuencia, con la llegada de los romanos se construyeron numerosas vías de comunicación y grandes urbes, destacando a Emérita Augusta, que fuera fundada en el 25 a. C., tornándose esta ciudad muy significativa en el Imperio romano y capital de Lusitania, y por ende pasó a ser una de las provincias en que se dividió definitivamente la Península Ibérica, siendo su aspecto más importante la adopción de la lengua del Imperio, base de todos las futuras lenguas de romances peninsulares. Fue así que la capital de la provincia de Lusitania, Emérita Augusta, se convirtió pronto en una La Tierra Apocalíptica

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ciudad rica y brillante que en nada tenía que envidiar a las otras dos capitales de provincia hispanas, Tarraco y Corduba; además de tener una amplia y cuidada red de comunicaciones que la cruzaban para enlazarla con las restantes capitales de provincia y con otras ciudades. Allí, la Ruta de la Plata unía Asturias con Emérita y con Itálica; otras rutas conducían a Corduba; otras a Olisipo, a Conimbriga, pasando por el famoso puente de Alcántara. Por su vez, Mérida canalizó el comercio y la vida de la provincia hacia Roma, norte de África y Grecia, y no cabe duda que se alcanzó un alto grado de bienestar, ya que esto lo demuestra el circo de Mérida, capaz de acoger a 30.000 espectadores. Se estima que su población llegó a superar los 50.000 habitantes en época romana, colocándola como la 9ª ciudad más importante de su época en todo el Imperio romano, incluso más que Atenas… Por todo lo que he mencionado -llegó a recalcar el cardenal con trazo grueso-, ¿qué mejor lugar para esconder un tesoro, o un misterio? Al enterarse del razonamiento de Masella, Paolo dio señales de querer anotar algún dato extra en su block de apuntes, pero luego desistió de la idea al dejar caer el útil de escritura sobre la mesa, concentrándose de inmediato en el parágrafo en el cual el cardenal mencionaba que durante el periodo de Vespasiano se había dado un otro La Tierra Apocalíptica

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paso en la romanización, al conceder el derecho de ciudadanía latina a todos los habitantes de la península ibérica, facilitando de este modo a que los hispanos pudieran acceder a un cargo público. Sin embargo, sabemos que en el siglo III d.C. comenzaron los problemas, ya que bandas germánicas, constituidas por bárbaros, saquearon la provincia a su paso. Ello aconsejó fortificar las ciudades; y de este tiempo datan las murallas de Mérida, Coria y Cáceres. Sé que estoy retrocediendo mucho en el tiempo, ya que todo esto ha sucedido entre seis o siete siglos antes de que el pergamino pisara estas tierras, pero considero su revisión trascendente, porque el temido peligro llegaría finalmente en el siglo V -aclaraba el cardenal Masella-, dejando a la provincia abandonada y en ruinas; como la ciudad de Norba Caesarina, que se extinguió; y otras, como Augustobriga, Cáparra y Iulipa cayeron en el olvido, a pesar de quedar en pie formidables monumentos. Así pues, la Lusitania terminó por ser invadida primero por los alanos y después por los suevos; y con estos sucesos entramos en la época visigoda. -En verdad, no comprendo cual ha sido la intención de don Benito en querer retroceder hasta las orígenes y ponerse a narrar la historia primaria de esta región -musitó Paolo con longanimidad, justo cuando dejó escapar un La Tierra Apocalíptica

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bostezo que sonó más bien como si fuese un suspiro de resignación. -Tal vez su intención haya sido la de intentar resaltar que en casi todas esas comarcas, durante mucho, mucho tiempo, llegaron a convivir, no muy pacíficamente que digamos, el Islam, el Judaísmo y el Cristianismo, lo que terminó por ser llamado de las tres culturas -concluyó, en un momento en que la falta de horas de sueño durante la noche anterior, de alguna manera ya comenzaba a pasar recibo en su organismo. Buscó desperezarse, estiró los brazos al cielo, meneó la cabeza para desentumecer un poco el pescuezo, y luego aproximó su cuerpo a la mesa para continuar leyendo a partir del punto que mencionaba que con la llegada de los sarracenos, la Lusitania visigótica pasó a ser Cora, una división territorial, nombrando a Mérida su capital hasta la caída del Califato de Córdoba, donde se constituye el Reino Taifas de Badajoz. Por tal motivo fue que en Extremadura se llegó a conservar numerosas huellas del periodo musulmán de más de 500 años en la zona, hasta 1248. Y para destacar algunos de los existentes, se puede citar la Alcazaba de Mérida como siendo la primera alcazaba de la Península Ibérica, así como los restos de la fortaleza de Alange, la Alcazaba de Badajoz, el Aljibe de Cáceres, el castillo de Trujillo y, en Galisteo, las murallas La Tierra Apocalíptica

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de la época almohade, que llegó a ser confeccionada a base de piedras de río. Así pues, en 1031 fue creado el Reino de Taifas de Badajoz, que recuerda geográficamente y es el mismo territorio en extensión que el de Cora, la división territorial de Mérida; la cual llegó a ser una de las más extensas y poderosas de la península, llegando a tener una extensión mayor al área actual de la región extremeña. No en tanto -apuntaba el cardenal-, tenemos que la reconquista de lo que actualmente es Extremadura (la parte oriental del reino Taifas de Badajoz) la disputaron el reino de Portugal con el rey Alfonso Enrique a la cabeza, contando con la ayuda del guerrero Geraldo Geraldes, conocido como Geraldo “sin Pavor”, y el Reino de León, comandado entonces por el Rey Fernando II. Empero, definitivamente la conquista la lleva a cabo el Reino de León, en su segunda etapa como reino independiente. Primero fue Fernando II de León en 1169 y después Alfonso VIII de León (incluido en el orden dinástico español como Alfonso IX) en 1229, quienes tomaron Cáceres; pero en 1213, el propio Alfonso VIII de León había tomado Alcántara. A ésta ciudad la convirtió en la sede de la Orden Militar de San Julián de Pereiro, posteriormente llamada Orden de Alcántara. Además, Alfonso VIII de León pudo llevar a cabo también la La Tierra Apocalíptica

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conquista de Mérida, muy importante para los monarcas leoneses por ser la sede episcopal de un obispado visigodo, lo cual lo encadenaba a la antigua tradición eclesiástica mozárabe, en cuanto la región de Badajoz sería reconquistada por Alfonso IX de León el 19 de marzo de 1230. Por su parte, la corona de Castilla también avanzó en la reconquista, y en el año 1186 el rey Alfonso VIII de Castilla alcanza a fundar la ciudad de Plasencia sobre un asentamiento anterior, para así garantizar y asegurar la posesión de Gredos y del Valle del Jerte. Es cuando se establece la Vía de la Plata como frontera entre los reinos de León y Castilla. Es necesario resaltar aquí -subrayó el cardenal cuando concibió el manuscrito que Paolo ahora revisaba-, que las llamadas tres religiones lograron de alguna manera convivir pacíficamente durante toda esta época, y aunque ahora me esté adelantando bastante a otra era, eso ocurrió hasta que los Reyes Católicos, después de finalizar lo que convinieron

llamar

de

Reconquista,

decretaron

la

conversión al Cristianismo o la expulsión de todo individuo judío o musulmán que no aceptara la nueva doctrina oficial. Por su vez, la parte occidental del Reino Taifas de Badajoz terminó por ser reconquistada por Enrique de Borgoña, el cual recibió para su dominio el condado La Tierra Apocalíptica

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portucalense (Oporto y tierras circundantes), con el título de “Conde de Portus Cale”. No obstante, es sabido que este condado se convertiría en un reino independiente años después, y comenzaría su expansión hacia el sur hasta llegar a Faro. -Creo que voy a dar por encerrado mi trabajo de hoy -determinó Paolo, cuando ya extremamente cansado, percibió que le faltaban fuerzas y voluntad para mantener los parpados abiertos, con lo que se le hacía difícil mantenerse concentrarse en la lectura. Empero, en un nuevo arrojo de ánimo, decidió leer algunas páginas más, momento en que encontró escrito que un otro rasgo característico de la región, fuera la emigración masiva hacia América, donde muchos de los emigrantes fueron hombres en busca de la fortuna y fama que España ya no podía ofrecer tras la caída del Reino nazarí de Granada en 1492, el mismo año que se descubrió América. -¡Sí!, y entre los conquistadores que llegaron a América, se pueden destacar a varios extremeños, como Hernán Cortés, el conquistador de México; a Alonso Valiente, secretario de Hernán Cortés, que además contribuyó en la conquista de San Juan Bautista o Puerto Rico, la Nueva Galicia, Honduras, y auxilió a descubrir el Canal viejo de Bahama -raciocinó Paolo en un esfuerzo La Tierra Apocalíptica

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final y repetitivo para concluir su pensamiento mientras cerraba el manuscrito. -¡Ah! Y a Francisco Pizarro, quien anexionó los territorios Incaicos al Reino de España; a Ñuflo de Chaves, explorador y conquistador español del Paraguay y la zona suroriental de la actual Bolivia, que es recordado como fundador de la ciudad a la que le dio el nombre de su tierra natal, Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, nada más para satisfacer su ilusión y perennizar en aquellos alejados territorios el nombre de su solar nativo… -¡Ah!, tampoco puedo olvidarme de Pedro de Valdivia, el tenaz conquistador de Chile, que la bautizó como Nueva Extremadura, y cuya capital al principio sería llamada de Santiago de Nueva Extremadura -remató, al mismo momento que pasaba llave a la puerta de su sala.

5 La Sombra de la Cruz de Anu

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-¡Usted!.. ¡Alto ahí! -Paolo escuchó que le gritaban, justo cuando distinguió que había gente corriendo hacia él. -¡Eh!... ¡Usted! -le volvieron a gritar desde lejos. En un primer momento supuso que no era necesario que parase para identificar el dueño de aquella voz que partía a no más de cincuenta metros de distancia. -Son hombres… Por lo menos dos, quizás más -llegó a especular con vacilación, al notar que sus largas sombras se proyectaban fantasmagóricas sobre los edificios. -Por lo menos, un perseguidor, seguro… O tal vez sean más de dos -murmuró dudoso mientras apuraba sus pasos por aquella mal iluminada calle. Con todo, estaba confiado en sí mismo, conocía todos los edificios de aquella calle, cada puerta, cada ventana, cada recoveco. En su trotada ya cada vez más apresurada, Paolo dobló una, luego dos esquinas, cruzó una galería desierta, saltó a otro callejón, se internó en la segura oscuridad de un umbral y buscó aplastar su espalda contra la pared de ladrillos, inmóvil y alerta. Un cuchillo, ancho y reluciente, apareció muy pronto en su mano, dándole coraje para imaginar que si alguien era capaz de seguirlo hasta allí, seguramente ese individuo acabaría con el cuello cortado de oreja a oreja. Paolo apuró un poco más su oído para distinguir el ruido de pasos y voces que venían desde la esquina, voces La Tierra Apocalíptica

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que llamaban unas a otras, que volvían atrás en sus pasos y luego se alejaban. Para su mayor seguridad, aguardó diez minutos en aquella paralizada posición, cuando al fin recogió el cuchillo en su vaina luego de deducir que los extraños lo habían perdido. -El camino de casa ya está despejado -llegó a rematar, sintiéndose determinado a marcharse de allí. No en tanto, cuando se dispuso a salir de su seguro recoveco, de pronto escuchó el inconfundible barullo del percutor de un revólver siendo engatillado, seguido del brusco contacto de su cañón sobre la sien. -No se mueva, señor Dell Messi -le dijo al oído una voz que le sonó afable-. No deseo matarlo… No después de todo el esfuerzo que nos ha costado encontrarlo. -¿Quién es usted? -indagó el sorprendido Paolo. -Considéreme un amigo… ¿Me entiende? Paolo distinguió que la voz de aquel extraño tenía un acento exótico. -¿De dónde? ¿Alemán? ¿Polaco? ¿Ruso? -intentó cuestionarse antes de responder. -¡Ajá! -pronunció al fin, concordante. -Bien. Creo que ya puede volver la cabeza -le ordenó el desconocido, sin desengatillar el revólver. -Sí, no hay duda de que su acento es decididamente alemán -sancionó el asustado sacerdote al escuchar la nueva frase; razonando que el propio Dante Alighieri, La Tierra Apocalíptica

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entre sus Güelfos Blancos, había tenido también soldados y mercenarios a sus órdenes, una hueste de inmigrantes que platicaban igual que ese sujeto que ahora le hablaba a su espalda. Mientras se volvía, lo miró apenas con el rabillo del ojo. Le pareció joven, de su misma edad, tal vez; poca cosa más alto, pero con cabello rubio y abundante. Observó que tenía ojos azules, luminosos; y era ancho de hombros. Hombros como de los que se entregan a la práctica del fisiculturismo -dedujo con presunción. No en tanto, también notó que el desconocido tenía apariencia elegante; vestía buen traje. -¿Qué quiere de mí? -le preguntó al fin. Sin apartar el revólver de la cabeza del sacerdote, el hombre hizo deslizar la boca del cañón sobre su frente hasta llegar a la cuenca del ojo derecho, donde la dejó apoyada. -Puede llamarme Otto -pronunció a seguir, esbozando una sonrisa. -Entonces… ¿Qué quiere?... Otto. -Tan sólo quiero ayudarlo, señor Dell Messi. -¿Ayudarme? ¿Y eso? -le respondió mirando el arma. -Antes que nada, permítame confesarle que soy un admirador de su trabajo. De hecho, quiero ayudarlo. -¿Qué sabe de él? ¡De mí trabajo! La Tierra Apocalíptica

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-Llevamos cierto tiempo observando lo que usted hace en la Congregación. Y nos ha interesado mucho ver cómo progresa su… carrera -le explicó el desconocido con ironía en la voz. -¿Ah, sí? -Pues sí. Y aunque no debería mencionarlo aquí, nos interesa mucho la clase de trabajo a que usted se dedica. Y debo indicarle que lo que hemos visto nos ha gustado -sancionó Otto a seguir, manteniendo su sonrisa. -Si, como dice, me ayuda, ¿qué saldrá ganando con ello? -insinuó Paolo, dubitativo. -¿En qué puedo ayudarlo? -apuntó Otto-. En cosas que usted nunca se imaginaría. Paolo tan sólo arqueó sus cejas tras la respuesta, justo cuando el extraño hombre le propuso taxativo: -¿Por qué no viene conmigo ahora, y así hablamos de ello con más tranquilidad? -¿Para dónde quiere que yo vaya? -le insinuó con voz segura, aunque Paolo no se sintiese así. -¡Venga! Caminemos un poco. No estamos lejos -le propuso Otto, tomándole el brazo. En un instante, Paolo distinguió que en los ojos claros de Otto había algo oscuro, insinuante, pero que le pareció pavorosamente divertido. Para su sorpresa, él, que no era hombre que estuviera acostumbrado a confiar tan deprisa La Tierra Apocalíptica

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en alguien que acababa de conocer, no pensó en discutir la propuesta de Otto. No necesitaron caminar mucho por la Via Vittorio da Feltre, pues luego llegaron a la esquina de la Fontana del Colosseo, doblaron a la derecha y anduvieron una cuadra más hasta alcanzar la esquina con la Via del Colosseo, cuando entonces se detuvieron frente a la puerta de un edificio que tenía los dos primeros pavimentos de piedra gris y los otros 4 restantes de ladrillos. La construcción tomaba cuenta de toda la cuadra; frente, por tanto, del viejo Coliseo. Mientras estudiaba aquella enigmática fachada, Otto lo hizo pasar a su despacho en el quinto piso. Paolo notó que en el rótulo de la puerta no contaba más que su nombre y una sola palabra: COLECCIONISTA. Inclusive, pudo distinguir que Otto era uno de los únicos ocupantes de ese piso en uno de los edificios de oficinas más requeridas de la zona. Pero debido a lo avanzado de la hora, no observó signos de vida en ningún despacho. -Con qué es un coleccionista -murmuró Paolo para sí, luego de notar la inscripción del cartel; pero una vez que se encontraron en la mal iluminada estancia, pudo observar que la actividad allí era frenética. Media docena de hombres introducían libros y papeles en cajas que luego sacaban en carretillas al corredor. También le llamó la La Tierra Apocalíptica

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atención que todos ellos vistiesen de negro y llevaran guantes. Rápidamente, la sala de recepción ya se encontraba vacía, a excepción de una larga mesa de roble macizo ubicada en el centro; sobre la mesa, había un manipulador telegráfico del cual colgaba una tira de papel marcada con puntos y rayas de un mensaje ha muy poco recibido. -Cómo puede notar, acabo de regresar de un viaje de negocios por el extranjero -le explicó Otto-, y como usted mismo puede percibir, señor Dell Messi, me encuentra en pleno traslado de mis oficinas. -Y dale con querer llamarme por mi apellido -refutó el sacerdote en silencio, pero asintió con un gesto, sonrió y no dijo nada. Desde que se habían puesto a caminar juntos, él había llegado a la conclusión de que cuantas menos preguntas le hiciera a Otto, mejor. No tenía dudas que aquel hombre desprendía un aura de poder y seguridad en sí mismo que hacía que él se sintiera estúpido, -pero al mismo tiempo afectuosamente atendido, como se puede sentir un perro favorito- pensó con lógica. Sin embargo, alguna cosa en su interior insistía en indicarle que no debía preocuparse; que podía relajarse y confiar en aquel individuo. Por ende, puede decirse que en

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su compañía, Paolo se sentía tan cómodo y calentito como un gato echado en un almohadón de dormir. Otto no se molestó en presentarle a los hombres que había en aquel lugar, y lo dejó unos momentos a solas para dirigir, con bruscas órdenes en alemán, el trabajo que se realizaba en el despacho interior. En ese momento, Paolo vio uno de los hombres que pasó cargando una caja en los brazos arremangados. Pero lo que le llamó la atención, fue el extraño tatuaje que éste lucía en la parte interior del brazo izquierdo: un círculo rojo, que estaba atravesado por una extraña cruz. -Esa es la Cruz de Anu, utilizada tanto por los asirios como por los caldeos para representar su dios Anu, y ese símbolo sugiere la irradiación de la divinidad en todas las direcciones del espacio -justipreció Paolo en un primer momento-. Ese es “el dios más alto de los cielos”, que se supone era padre de los dos dioses que gobernaron luego la tierra -ajustó a seguir, con el rostro circunspecto. -¡Qué extraño! -musitó absorto, al momento que buscó apartarse cortésmente a un lado para dejar paso a otros dos individuos que entraron empujando un carrito lleno de cajas. Ese torpe movimiento lo condujo sin querer hacia la mesa donde reposaba la tira de papel telegráfico, y no resistió la tentación de inclinarse para echar un ligero

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vistazo en sus signos, pues tenía alguna noción de cómo interpretar los enigmas de aquellos papeles. Pero apenas si había descifrado la frase “Traiga el libro de inmediato…”, cuando el crujido de una tabla del piso le anunció el retorno de Otto al recinto. Fue el tiempo justo para que se apartase de la mesa y bajara la vista al suelo intentando examinar distraídamente las puntas de sus zapatos que aparecían escasamente bajo el ruedo de su sotana, pretendiendo con su gesto trasmitir un aire de inocencia. -Chico travieso -lo retó Otto con acento de broma, cuando pasó como ráfaga a su lado y luego tomó asiento detrás del escritorio. Al escuchar el regaño, Paolo no tuvo más que dejar escapar una sonrisa avergonzada y esbozar una tímida mueca, incapaz que se sintió de poder disimular su culpabilidad, mientras en ese momento su mente lo llevaba a pensar: -¿Será que los libros robados están con él? -Percibo que usted es un chico travieso, ¿verdad, señor Dell Messi? -manifestó Otto, que no mostró señal de enfado, pues lo había pronunciado junto con una sonrisa pacata en su semblante. -Sí, señor -Paolo confirmó ruborizado.

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-¿Sabe? A veces, a los chicos traviesos se les castiga -llegó a comentar Otto, mientras cogía la tira de papel entre los dedos y la examinaba con rapidez. Por el aspecto de su fisonomía, Paolo parecía torpe y confuso, pero al parecer eso no le importaba demasiado pues presumía que no había nada que temer. Vio cuando Otto terminó de leer la tira, y observó sorprendido que la estrujó rápidamente en su mano, encendió una cerilla, la aproximó hasta la pelota de papel que luego arrojó al suelo, en llamas. Enseguida lo vio conectar el telégrafo y ponerse a teclear un mensaje; pero Paolo, mismo que prestase atención al deletreo, no logró identificar las palabras; y en esas estaba cuando Otto empezó a hablar y eso le impidió concentrarse. -Le gusta el sacerdocio, ¿verdad, señor Dell Messi? -Oh, sí, mucho -le respondió con satisfacción impresa en el rostro. -Le gusta el orgullo que le da esa autoridad -prosiguió diciendo Otto, con la misma sonrisa burlona. -¿Cómo será que se las arregla para hablar y emitir código morse al mismo tiempo? -caviló taciturno, al ver que el extraño se despachaba tan diligente. -Ajá -halló por bien responder. -Seguramente, la sensación de poder -insinuó Otto. -Sí -concordó Paolo en voz baja segundos después. La Tierra Apocalíptica

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-Formar parte de algo mayor que uno mismo -sugirió Otto-. La sensación de que la vida tiene un sentido. -Sí, eso me gusta -concordó Paolo mirando al suelo. -Un soldado leal a Dios… Cada instante de vigilia dedicado a un propósito a las órdenes de un designio que puede exceder su capacidad de comprensión -propuso Otto, con la vista clavada en el teclado. -¿Cómo? -Codo a codo con otros hombres de igual mentalidad que usted, marchando hacia delante, dedicados tan sólo a servir a los mismos ideales elevados. -¿A qué se refiere? -pronunció Paolo, pues el tema empezaba a resultarle demasiado recargado para su gusto. Otto no hizo más que soltar una carcajada y luego lo miró con una sonrisa paternal. -Sí, supongo que le gustaría ser un nuevo soldado en un ejército diferente, ¿verdad, señor Dell Messi? -Sí, supongo que sí -le respondió con una mueca, aunque no estaba muy seguro de lo que afirmara. Al

final

de

cuentas,

habían

surgido

tantos

inconvenientes durante el Concilio, mientras nuevas fuerzas de un clero progresistas buscaban mudar todo, que cualquier cosa que le fue dicha por Otto había terminado por dejarlo confuso.

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-Claro que no me refiero a un ejército que sea dirigido por un gobierno lejano y obtuso, lleno de oficiales obesos e incompetentes, atiborrado de curas cobardes, obscenos y corruptos que temen a su propia sombra. -Ah, sí… ¿Entonces a quién? -inquirió Paolo, confuso con lo que Otto mencionaba. -Yo me refiero a un ejército completamente distinto, señor Dell Messi. Uno en el que usted pudiera sentir que pertenece plenamente. -Eso no existe… -Un ejército en el que -lo interrumpió Otto, con voz grave-, en lugar de ser castigado por la cualidades únicas que hacen de usted lo que es, fuera recompensado. Un ejército que le permitiera, no, que lo alentara a seguir con su… trabajo personal -subrayó con énfasis. -Eso sí le gustaría, ¿no es así, señor Dell Messi? Paolo entornó los parpados; un temblor de excitación le recorrió la espalda cuando captó el significado del tono de voz de aquel desconocido, ya que no de sus palabras; sin embargo, se vio impulsado a concordar. -Sí, señor. Me gustaría mucho -dejó escapar. -Pues le diré que reclutamos en todo el mundo -le confesó Otto-. Claro que no hay muchos hombres que satisfagan nuestras estrictas exigencias. Sin embargo -le agregó con entonación pausada-, después de haberlo La Tierra Apocalíptica

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observado de cerca durante estos meses, yo me atrevo a decir con cierto grado de seguridad que usted… es de la talla que buscamos -le acentuó al fin de su oración recogiendo su eterna sonrisa. -Quizás usted se equivoque conmigo -reconvino Paolo, encarando su astuta mirada. -Tengo mucha experiencia en ese asunto, señor Dell Messi. No me subestime -increpó Otto, de nuevo con la sonrisa burlona de siempre estampada en su faz. -¿Y cómo dieron conmigo, si se puede saber? -pensó que era conveniente preguntar. -Tenemos ojos y oídos en muchos lugares -expuso Otto-. Por tanto, la persona adecuada siempre termina por despertar nuestra atención. -Sí, pero… -La observamos, la estudiamos, si eso es lo que quiere saber -interrumpió Otto, taxativo-. Es como hemos hecho con usted. -Pero no hace mucho que yo retorné a Roma. -Eso no importa mucho. No viene al caso -le explicó el extraño, con la mirada severa-. La cuestión es que si nosotros juzgamos que la persona es digna, pasamos a la fase en que ahora se encuentra usted, señor Dell Messi. En ese justo momento, Paolo buscó tragar saliva. Se sentía un ser pequeño, maravillado, flotando en un estado La Tierra Apocalíptica

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hechizado, como si un ángel hubiera descendido del cielo sobre él y lo hubiese tocado. Sin embargo, esas palabras embaucadoras lograron de algún modo apagar otras menciones más graves, como los extensos tentáculos de aquella enigmática cofradía, los miles de ojos y oídos que escrutaban todo y a todos, el acompañamiento silencioso sobre el trabajo que algunos desempeñaban. Pero Paolo no se dio cuenta de ello. En ese instante, Otto terminó de enviar el mensaje que había tecleado, y se inclinó hacia un lado para arrancar de un tirón los cables del telégrafo de la pared, entregándole el manipulador a Paolo. -Guárdelo en aquella caja, si es tan amable, señor Dell Messi -solicitó en tono cordial. -Enseguida, Otto -le respondió Paolo, que al momento miró alrededor para identificar la caja a la que se había referido-. ¡Aquí no hay…! -Allí dentro, si no me lleva a mal -le indicó Otto ante su vacilación, y sin mirarlo le señaló el despacho interior, mientras él comenzaba a vaciar de papeles los cajones. Paolo sólo asintió y buscó entrar luego en el despacho llevando el manipulador telegráfico en la mano; pero de pronto notó que una docena de manos extrañas se cerraron rápidamente sobre él, lo alzaron en vilo y lo tendieron de vez sobre la grande mesa, abierto de brazos y piernas. La Tierra Apocalíptica

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Una luz tenue se filtraba por la persiana, lo que no le permitió identificar a los agresores. Apenas, entre sus intensos tironeos para zafarse, alcanzaba a distinguir el contorno de sus siluetas. -Pero… llevan máscaras -pobremente logró distinguir, cuando advirtió una máscara negra que sólo dejaba ver sus ojos por la ranura. Más que rápido, una mano enguantada le cubrió la boca, y Paolo pasó a debatirse con ferocidad al momento que una descarga de adrenalina corrió por sus venas; pero no consiguió moverse ni un centímetro. Lo tenían como clavado en la mesa, y ello de pronto hizo acudir a su mente la imagen de una vaca en el matadero, con su cabeza firmemente sujeta, esperando a que un maldito martillo le rompiera el cráneo. -¿A qué huele esto aquí? -se preguntó de rebato, al descubrir un olor penetrante en el aire, caliente, sulfuroso, como si fuese de ascuas encendidas. Pero el rostro de Otto luego se cernió sobre él, severo, decidido. Éste ya no sonreía cuando introdujo su mano por el interior de la sotana y desenvainó el cuchillo que Paolo llevaba encima. Segundos después, obedeciendo a una señal silenciosa que fuera dada por el cabecilla, los demás hombres le subieron las mangas y la parte inferior de la La Tierra Apocalíptica

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sotana, cuando entonces le bajaron los pantalones hasta los tobillos. Paolo empezó a lanzar gritos y aullidos de terror y desesperación; y repentinamente sintió que la vejiga se le vaciaba involuntariamente. Al sostener en su mano el arma que le había quitado, Otto pasó a examinar el cuchillo, cuando leyó la marca del fabricante estampada junto a la empuñadura, soltando a seguir una sonrisa. -¡Mmm! Un arma muy satisfactoria -pronosticó-. ¿Tú sabías que todos los cuchillos de la marca Böker tienen un Arbolito grabado en su hoja? Paolo sólo agrandó sus ojos para mirarlo. No podía responder. Tenía la boca tapada. -El motivo se debe a que en la ciudad alemana de Solingen, en el siglo XVII, había un sólido castaño que brindaba su sombra a la pequeña fábrica de la familia Böker, el cual sirvió de inspiración para la marca y logotipo de sus cuchillos y navajas. Pero hoy en día, a la marca Böker se le conoce también en muchos países por el nombre de “Arbolito”, por causa de ese castaño que aparece grabado en la hoja de todas las piezas que allí se fabrican.

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Mientras Otto perdía tiempo pronunciando su arenga sobre los detalles de aquella arma, Paolo continuaba a debatirse buscando soltarse de sus agresores. -Sí, muy satisfactorio -agregó, examinando la lámina. -Si fuera un violín, seguramente sería un Stradivarius, ¿no le parece, señor Dell Messi? -decretó tras una nueva sonrisa burlona. -¿Qué diablos le estaba diciendo Otto? ¿Qué quería de él? -se cuestionó mentalmente, mientras intentaba mirar frenéticamente alrededor en busca de ayuda. -¿Qué pretenden hacerme? ¿Por qué nadie acude en mi ayuda? -continuó debatiéndose sin lograr zafarse de aquellos delincuentes. En ese momento, Otto cortó el elástico de la prenda interior que su rehén utilizaba, la empujó hacia los lados con la punta del cuchillo, y a seguir deslizó la lámina con delicadeza sobre sus genitales. En un respingo instintivo, Paolo encogió su cuerpo. -¿Ha considerado por un instante en el terror abyecto, el miedo de morir, señor Dell Messi? -¿En el dolor que experimenta el moribundo cuando le hacen los primeros cortes? No en tanto, mientras el bravucón coleccionista le hablaba, Paolo sólo llorisqueó y gimió de pavor por lo que imaginaba que vendría después. La Tierra Apocalíptica

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-Relájese -sugirió Otto- Sospecho que usted no tiene más remedio que escuchar y obedecer -llegó a articular con desdén. Luego a seguir, le realizó un ligero corte en el muslo con la hoja del cuchillo. Paolo no sintió dolor, pero sintió que comenzaba a correr un hilillo de sangre del corte, y este formaba un charco entre sus piernas. Otto se inclinó sobre él y le habló al oído con voz seductora, casi un susurro. -Usted sabe muy bien que todo placer tiene su precio, así como todo pecado su recompensa, señor Dell Messi… ¿No concuerda conmigo? -Ya ni sé más en qué concordar -pensó, ya que no podía responder. -Bueno, tienes que tener en cuenta que los ritos de iniciación son antiguos e misteriosos, tan insondables para nosotros, como lo es el rostro de Dios. Y a pesar de todo, lo celebramos, porque es así como se ha obtenido siempre el ingreso en nuestra hermandad. -¿Qué hermandad? ¿La que adora a su dios Anu? -quiso protestar sin lograr ser claro en su pronuncia. -Usted tiene que ser bautizado con el líquido de su propia sangre y de su propio miedo -agregó Otto, sin interesarse en responder a la pregunta de Paolo-. Esa es la única manera en que usted puede sernos de utilidad, mi La Tierra Apocalíptica

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amigo. Sólo así llegará a ser más útil de que jamás imaginó. -¡Yo ya soy útil a quien sirvo! -protestó el subyugado Paolo con algo de prepotencia. -Poco me importa lo que usted diga y piense -retrucó Otto acentuando su risa. -No olvide que aquí, la desobediencia no se tolera, y que la muerte siempre podrá alcanzarlo. La violencia puede descender sobre usted con la velocidad de una idea. -¿Cómo le ocurrió al padre Tamayo? -insinuó Paolo, como si estuviese echándole en cara los padecimientos de su antecesor en la Congregación. -¿Él también fue alcanzado por vuestra intimidación? -Sus pensamientos ya no le pertenecen, señor Dell Messi. Ahora, su mente y su espíritu son propiedad de un poder superior. Sé muy bien que la servidumbre siempre ha sido su objetivo, y en este momento ella se convierte en realidad. -De ninguna manera -volvió a refutar, sin fuerzas. -Confíe en que su vida lo ha conducido a este instante, porque es lo que usted mismo deseaba. Por tanto, lo único que se le está pidiendo ahora es reconocimiento y entrega absoluta… -¡Nunca! -apenas logró gritar Paolo con el semblante desfigurado. La Tierra Apocalíptica

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En ese momento, Otto clavó el cuchillo en la mesa entre los muslos del sacerdote, y el apurado filo cortó de nuevo la carne y provocó un flujo más intenso de sangre. -Sé uno de nosotros y vive para siempre -expresó el pseudo coleccionista con voz grave. -¡Ayyy! -alcanzó a gruñir Paolo; y medio cegado por las lágrimas, volteó su rostro al notar que uno de aquellos hombres se aproximaba de él con un hierro de marcar, candente, para aplicárselo en su brazo izquierdo. -¡Noooo! -logró clamar en un aullido impresionante, anticipándose de algún modo al dolor lancinante que seguramente le causaría aquella insignia de metal incandescente en el bíceps. Entonces puso los ojos en blanco y comenzó a sacudir las piernas con furia, mientras con los puños crispados y los brazos agitándose en contracciones espasmódicas, hacía que la cabeza se moviese de un lado a otro, golpeándola contra la mesa. De sus labios brotaron espumarajos de saliva, y unos gritos animales, violentos y lastimeros estrangularon su garganta. Cuando Paolo abrió de repente los ojos, se encontró inmerso en la penumbra de su cuarto, sentado de cuclillas en su cama, tanteando con sus manos un cuerpo dolorido totalmente bañado en sudor, palpitante y fatigado por causa de su espeluznante pesadilla.

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6 La Osadía de los Soberanos -Otra noche pésima -alcanzó a mascullar Paolo con voz afligida. Estaba paralizado por la horrible visión de sí cuando se miró en el espejo del baño antes de afeitarse. Tenía el rostro demacrado, los ojos circundados por una sombra oscura, y sentía la garganta reseca. Estático, realizó una corta pausa durante la cual trató de concentrarse en los aspectos prácticos, y añadió: -¿De dónde saqué toda esa enajenación? Seguramente debo haber quedado sugestionado con toda esa historia de los desfalcos que se han realizado. -Mencionó mientras se pasaba la espuma en el rostro, no sin dejar aparecer una leve sonrisa. -¡Qué locura! -volvió a sonreír, ahora con la frente cubierta de minúsculas gotas de sudor, la respiración entrecortada, y una expresión de miedo en los ojos cuando recordó el susto que se había llevado gratuitamente. -Qué sed tengo -comentó con voz queda, momento en atinó a llenar un vaso de agua directo de la canilla, y se puso a beberla ansiosamente.

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De inmediato su respiración se volvió más pausada y regular, y las arrugas de la frente desaparecieron. La expresión de miedo se había desvanecido. -Puede que Jozef Tomko se ría de mí, si le cuento esta historia… Ni que decir del cardenal Ottaviani, ya que éste es bien capaz que en dos patadas me ponga de patitas en la calle -continuaba a rumorear de mejor humor mientras se dirigía a la Congregación. Sin embargo, luego al llegar, contrariando de vez su expectativa, no fue capaz de contener la agitación de su mente y fue directo a la sala del padre Agustoni, su único amigo y confidente en aquella comunidad. -Para mí, esa no ha sido una pesadilla, Paolo. Más bien, yo diría que fue una verdadera enajenación de tu parte -alcanzó a exclamar su confidente, luego de haber dado oídos atentamente a todo el relato de su congénere. Paolo asintió en silencio, al momento que escuchaba a Agustoni prorrumpir haciendo una pregunta relativa a su nocturna alucinación: -¿Qué fue lo que te llevó a pensar en tu sueño, que ellos pertenecían a una secta del Dios Anu? -No sé bien, Agustoni… Pero te aseveró que todo ello me ha dejado confuso. -No creo que llegue a tanto, Paolo -intentó confortar el secretario-. Pero lo más extraño de todo lo que tu La Tierra Apocalíptica

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cuentas, es que el Dios Anu fue uno de los más antiguos dioses del panteón sumerio; y tu bien sabes que él formaba parte de una tríada de grandes dioses, junto a Enlil, dios del aire y la atmósfera y a Enki, también conocido, en acadio, como Ea, el dios de la tierra o de los “cimientos”. -Sí, lo sé -le respondió Paolo con voz embargada. -Tú también debes saber que él era considerado como el padre y primer rey de los dioses; y que Anu es asociado con el templo E-anna de la ciudad de Uruk, o la Erech bíblica, en el sur de Babilonia. Y hay buenas razones para creer que ese lugar sería la sede original del culto a Anu. En todo caso, si esto fuese correcto, entonces la diosa Inanna o, en acadio, Ishtar, de Uruk, puede, en algún momento, haber sido su consorte. -Bueno -alcanzó a murmurar Paolo en un cabeceo de asentimiento-. Se creía que él tenía el poder de juzgar a los que habían cometido delitos, y que había creado las estrellas como soldados para destruir a los malvados. -Y que su atributo era la tiara real; y su sirviente y ministro era el dios Ilabrat -enmendó Agustoni-. Aunque posteriormente fue asimilado por el dios Assur, en asiriobabilónico, y por el dios Marduk, en kasita-babilónico. -Ya he leído un poco sobre este propósito, amigo mío -rectificó Paolo de inmediato-, y sé que el equivalente semítico occidental de Anu, sería el dios Ël. El que La Tierra Apocalíptica

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también parece tener una cierta equivalencia con el dios Dagón de los filisteos y fenicios… ¿Pero qué queréis que te diga? No sé de donde saqué todo esto ahora, ni si esa secta en realidad existe. -Correcto, Paolo, te comprendo -le dijo en un tono proverbial-. Noto que hay algo de confusión en tu mente. En todo caso, y sobre lo que me has dicho, te diré que al igual que los demás dioses celestes, con el tiempo, Anu dejó de desempeñar un papel capital y entró en el denominado síndrome del “deus otiosus”, o “dios ocioso” -manifestó con voz encumbrada-. Por eso, lo que no tengo claro aún, es ¿por qué se te ha ocurrido sacar a luz en tu pesadilla a esa secta del Dios Anu? -Ya te expliqué. También no lo sé, mi amigo, aunque se supone que en un principio, esto se deba más bien a la revisión de los manuscritos del cardenal; pues antes del 2500 a.C., Anu era el dios más importante del panteón sumerio, y de la “Tríada Sumeria” de dioses principales; pero luego en tiempos acadios y babilonios, fue perdiendo relevancia y fue sustituido por Enlil o Enki en este papel, y luego por los distintos dioses regionales como Marduk, Assur, y etc. No obstante a esto -le mencionó al enarcar los ojos y con una mirada confusa-, Anu siempre tuvo un papel preponderante en todos los panteones como el demiurgo o dios original del Universo, aunque sus La Tierra Apocalíptica

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características

concretas

nunca

estuvieron

muy

definidas… -Sí, pero la leyenda cuenta -interrumpió el secretario-, que era hijo de Anshar y Kishar, y él fue quien dio el “poder de los cuatro vientos” o el “poder de Anu” a Marduk, para éste poder enfrentar a Tiamat luego de ser enviado por Anshar en una misión de paz, en la que fracasó. Así pues, su lugar de culto se centró en Uruk y sus seguidores eran principalmente los Annunaki o Anunna, quienes junto a Enlil, dan a varios dioses sus regiones terrenales de influencia -desarrolló Agustoni con el ceño arrugado, para luego añadir-: En todo caso, se cuenta que con el establecimiento de los nuevos imperios asirio y babilónico, los roles de los primitivos dioses son supeditados tanto al Assur como al Marduk, aunque es muy posible que ambos sean el mismo dios, donde éstos aparecen como herederos-reinantes de los antiguos dioses mesopotámicos, quedando Anu/Dagan, ya asimilados entre ellos. Paolo lo escuchaba declamar en silencio, absorto en su propio desorden mental, con la mirada circunspecta y sin demostrar si su mente estaba concentrada en las palabras del secretario o dispersa en otras cavilaciones. -Sí. Puede que sea algún resquicio de lo que anduve leyendo algunas semanas atrás en los manuscritos -se La Tierra Apocalíptica

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excusó, cuando su amigo concluyó la disertación-. Pues recuerdo que en uno de los libros de Masella se mencionaba que en las inscripciones reales de finales del II milenio y principios del I milenio a.C., tanto en Asiria como en Babilonia, estos aparecen como los electores de los reyes; y hacia el 883-859 a.C., Assurnasirpal II de Asiria, del imperio neoasirio, se declara el Amado de Anum y Dagan, colocándolos a estos como entes divinos primigenios creadores del mundo. Y estas mismas teogonías continuaron en el tiempo en Oriente Próximo y Mesopotamia, con pequeños cambios, hasta la llegada del periodo helénico y seléucida. -Puede que ser que sí, Paolo; pero no sé qué te dio por nombrarlos justamente a ellos, ya que todas las sectas son grupos que surgen en el ámbito religioso-eclesial, aunque actualmente se ha utilizado el concepto en el ámbito político-social también. Y es más, sabes que en el lenguaje común se usa cada vez más como un eslogan para señalar a ciertos grupos que se consideran peligrosos. -Por supuesto, Agustoni. Sé muy bien que una secta no es más que un grupo de individuos que se ha separado de las grandes Iglesias, o mejor dicho, de las Iglesias tradicionales; y que generalmente, estas “sectas” suelen tener ideas religiosas desequilibradas, o el rechazo de toda comunicación espiritual con personas que piensen de otra La Tierra Apocalíptica

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manera. Un entusiasmo exagerado al presentar y realizar la propia y radical visión - completó. -¿En qué parte de la revisión se encuentra tu trabajo ahora, Paolo? -le preguntó el secretario, buscando con su indagación dar por encerrado el asunto de esa mañana. -Pues te diré que ando por el periodo en que el papa Clemente V ordenara la supresión y condenación de los Caballeros del Temple. Pero todo indica que el pergamino que buscamos fue escondido por alguno de ellos en una región al sur de España -le exteriorizó Paolo, ya con el semblante más recompuesto. -No era para menos que así ocurriese -declaró el secretario enarcando una ceja-. Por aquella época existían numerosas disputas de derechos ocasionadas entre los cardenales franceses e italianos que se dieron antes y durante el Cónclave que fue celebrado en Perugia. Pero recuerda que el papa Clemente estuvo durante todo su pontificado sujeto a los deseos del rey Felipe IV, y nada más ser coronado, su primer acto fue el nombramiento de nueve cardenales franceses cercanos al monarca. -Sí, concuerdo -asintió Paolo en un murmurio que sonó casi cándido. -Y lo que en realidad resultó por causa de sus riñas personales -prosiguió exponiendo el secretario-, es que él se convirtió en una mera herramienta en manos del rey La Tierra Apocalíptica

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Felipe, y por de pronto en 1306 anuló las sentencias eclesiásticas que este rey consideraba contrarias a sus propio intereses, especialmente las bulas “Clericis laicos” y “Unam Sanctam” que antes había promulgado el papa Bonifacio VIII. En verdad, eso pasó a ser el aspecto más importante de su pontificado, junto con la eliminación de la Orden del Temple y el traslado de la sede pontificia a Aviñón -completó elevando la cabeza. -Bueno, te doy las gracias por permitirme que mis sueños te tomasen demasiado tiempo, Agustoni -expresó Paolo con respeto, al momento que se levantaba de su silla y se dirigía con pasos vacilantes hacia la puerta. -Está más que en la hora que nos ocupemos de nuestras atribuciones -ponderó a seguir con una sonrisa casi indulgente y un saludo de cabeza. -Ven cuando tú gustes, Paolo, y, principalmente, si tienes otras historias dantescas con las qué entretenerme -le enunció el secretario junto a una sonrisa que muy pronto se convirtió para ambos en carcajada. -Acepto el reto, mi amigo. Pero como tú eres mi confesor, sabes muy bien que debes guardar secreto de lo que te he contado. Que esto quede entre nosotros -propuso el visitante antes de abrir la puerta. La oportunidad que Paolo tuvo de desahogarse de las mortificaciones nocturnas con alguien de su confianza, La Tierra Apocalíptica

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pareció haberle tirado un peso de sus hombros. Un peso muerto e innecesario que en nada contribuiría para su labor, por lo que el joven sacerdote se encaminó más dispuesto a continuar con su tarea. Una vez que se ubicó frente al gran libro que tenía en su mesa, entró de vez en la lectura de un apéndice en el cual el cardenal Masella había registrado que antes de continuar a mencionar sus andanzas por el extenso territorio español, era imprescindible repasar los años finales de la Orden del Temple. Por lo que en el añadido de su obra constaba lo siguiente: El 13 de octubre de 1307 -iniciaba el relato-, Felipe IV de Francia, conocido como “El Hermoso”, al verse endeudado con la Orden del Temple, ordenó el arresto de todos los templarios que se encontrasen en territorio francés, acusándolos de herejía, aunque su verdadera motivación fue hacerse con los numerosos bienes que dicha Orden tenía en Francia y evitar el pago de las deudas que mantenía con la misma. La detención de los templarios franceses sin contar con la debida autorización del pontífice -había asentado el cardenal-, de quien dependía directamente aquella Orden, forjó a que el papa Clemente protestase. Felipe logró luego convencerlo cuando le presentó las confesiones, abdicando de mencionar que ésta habían sido obtenidas bajo tortura, La Tierra Apocalíptica

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con lo que consiguió que finalmente se promulgase la bula “Pastoralis praeminen”, por medio de la cual quedaba decretada oficialmente la detención de los templarios en cualquier territorio cristiano. Año después, y aun presionado por el rey francés -continuó a mencionar el camarlengo en su escrito-, el papa Clemente V convocó mediante la publicación de la bula “Regnums in coelis” el Concilio de Vienne que, celebrado entre 1311 y 1312, alumbraría la bula Vox in excelso por la que se suprimía la orden templaria. Ya en 1309, éste decide trasladar la sede papal de Roma a la ciudad de Aviñón, que por entonces no era territorio francés ya que pertenecía al Reino de Nápoles. Ese traslado tuvo inicialmente un carácter provisional, motivado por la situación de inseguridad y caos en que se encontraba una Roma inmersa en luchas e intrigas políticas, y también para aprovechar la relativa cercanía con Vienne donde, en 1311, se celebraría el concilio ya convocado. Pero lo que se inició como un acto pasajero, por de pronto se convirtió en permanente hasta 1377, resultando que durante siete pontificados, Aviñón fuese la sede pontificia, cuando dicho periodo pasó a ser conocido históricamente

La Tierra Apocalíptica

como

“La

segunda

cautividad

de

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Babilonia”. Ese periodo finalizaría cuando el papa Gregorio XI retornó a Roma. Sin embargo, en lo tocante a la región en que he concentrado mis buscas -llegó a registrar el cardenal-, el 18 de marzo de 1311 Clemente V promulgaba la bula “Dudum et eliciendum”, dirigida exclusivamente a la Península Ibérica en respuesta al retraso en la obtención de confesiones de los templarios. En ella se menciona: “... Vistas y revisadas las actas que nos habéis enviado, tenemos la vehemente presunción de que tales frailes y orden son culpables de los crímenes e infamias que se les imputan, de manera que si hubieran sido sometidos a tortura, que con poca prudencia y negligentemente no aplicasteis, probablemente tendríamos ahora toda la verdad... Es por esto por lo que os ordenamos que los interroguéis exponiéndolos a la tortura y a los tormentos... y que seguidamente nos enviéis... las actas de sus confesiones”. Así pues, al hacer un repaso de los días finales del Temple, transcribo -acentuaba Masella- que al amanecer del día 13 de octubre de 1307 se terminó por producir en Francia un acontecimiento de un alcance considerable: La Tierra Apocalíptica

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“todos los templarios franceses fueron arrestados en sus residencias”. La acción fue dirigida por el propio rey de Francia, de quien Bernard Saisset, obispo de Pamiers, dijo “no es ni un hombre ni un animal, sino una estatua”, que organizó la redada con mano de hierro. La orden de arresto fue considerada inaceptable por causa de la presión política que era ejercida por los templarios; pero en realidad ésta tenía su origen en ese deseo del rey de apoderarse de sus riquezas, como se había apoderado ya de las de los judíos franceses en 1306, y por tanto el rey no dudó en destrozar una Orden de caballería que contaba con doscientos años de antigüedad, al fundarse tan sólo en “presunciones e intensas sospechas”. El ministro y jurista francés Guillermo de Nogaret -resaltaba el cardenal-, fue el encargado de dirigir la investigación, y se ocupó personalmente de acusarles, aunque es sabido que éste estuvo bajo la excomunión formal de la Iglesia desde el principio hasta el fin de los procesos, por haber sido descomulgado formalmente por el papa Benedicto XI por secuestrar y agredir a su antecesor, el papa Bonifacio VIII en el llamado Atentado de Anagni. Sin perder un minuto de su tiempo, el día 14 de octubre, el rey hizo difundir desde París un manifiesto en el que explicaba que los templarios detenidos eran La Tierra Apocalíptica

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culpables de idolatría, de apostasía, de prácticas sexuales vergonzosas y de ritos abominables. El monarca tampoco dudó en utilizar a varios de nuestros hermanos predicadores para convencer a la población parisina de lo bien fundado de dichas acusaciones, ni en escribir varias cartas para conseguir que los gobiernos extranjeros detuviesen a los templarios en sus propios Estados. Pero a pesar de ser yerno de Felipe el Hermoso, el rey de Inglaterra, Eduardo II, se apresuró a poner en guardia a varios soberanos a propósito de las calumnias propagadas por el rey de Francia. A partir del 19 de octubre, y hasta el 24 de noviembre de 1307 -resaltaba el cardenal-, el inquisidor Guillermo de París interrogó nada menos que a 138 templados en la sala capitular del Temple de Paris, donde 36 de ellos murieron a consecuencia de las torturas que les fueron infligidas. La actitud del Papa fue registrar débilmente su protestó contra estos suplicios en una carta del 27 de octubre de 1307, pero éste parece de pronto haberse arrepentido, pues el día 22 de noviembre ordenó a todos los príncipes cristianos la detención de los templados que habitasen en sus territorios. En febrero de 1308, cuando los caballeros iban a ser puestos a disposición del poder pontificio, pues el papa Clemente V reclamaba también sus bienes, los templarios La Tierra Apocalíptica

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franceses revocaron las confesiones que habían hecho con anterioridad. Sin embargo, en marzo de ese mismo año, Felipe el Hermoso convocó los Estados Generales en Tours, donde les reitera su condena. En el mes de mayo, el Papa se entrevistó con el rey de Francia, que no se mostraba dispuesto a ceder la fortuna del Temple. Pero al sentirse presionado por el rey para que juzgase a la orden con la mayor severidad, Clemente fue cediendo, hasta que repuso en sus cargos a los inquisidores que había depuesto anteriormente, a la vez que instituyó otras comisiones eclesiásticas, la primera de las cuales abrió sus sesiones en Paris, en agosto de 1309. En todo caso -mencionaba el texto-, después del juicio contra el maestre de la orden, Jacques de Molay, los templarios intentaron organizar de cierta manera su defensa. Pero nuevamente el rey reaccionó, y el 12 de mayo de 1310 algunos templarios fueron quemados cerca de la puerta de Saint-Antoine. Así pues, durante el Concilio de Viena, ocurrido el 22 de marzo de 1312, y ya habiendo cedido totalmente a las presiones de Felipe, es que Clemente V hizo aprobar la supresión de la orden por intermedio de la bula Vox in excelso, por la cual los bienes de los templarios fueron concedidos a la “Orden del Hospital”. Tan siniestro proceso alcanzó su punto culminante el 18 de marzo de La Tierra Apocalíptica

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1314, con la muerte en la hoguera del maestre Jacques de Molay. Paolo ni piscaba. Estaba absorto con los detalles del texto que ahora mencionaba, que había sido con la referida bula que se determinara la disolución formal de la Orden de los Caballeros Templarios, eliminándose de forma eficaz el apoyo papal para ellos, cuando se abolieron los mandatos otorgados a los mismos por los Papas anteriores en los siglos XII y XIII. En síntesis -había registrado Masella-, en la Vox in excelso se hizo constar las siguientes clausulas: …En vista de las sospechas, la infamia, las fuertes insinuaciones y otras cosas que se han presentado contra el otro (...) y también la recepción secreta y clandestina del hermano de esta Orden; teniendo en cuenta, además, de los serios escándalos que han surgido de estas cosas, que no parecía que se fueran a detener mientras la Orden siguiera existiendo, y el peligro para la fe y las almas, y las muchas cosas horribles que se habían hecho por los hermanos de esta Orden, quienes cayeron en el pecado de la apostasía malvada, el crimen de la idolatría detestable, y el La Tierra Apocalíptica

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ultraje execrable de los Sodomitas (...) no sin amargura y tristeza en el corazón es que abolimos la citada Orden de los Templarios, su constitución, sus hábitos y su nombre, por un decreto irrevocable y perpetuamente válido; y la sometemos a una

prohibición

aprobación

del

perpetua

con

la

Sagrado

Concilio,

estrictamente prohibiendo a cualquiera a presumir entrar a la mencionada Orden en el futuro, o recibir o vestir sus hábitos, o a actuar como un Templario. Cabe mencionar que a la emisión de esta bula le siguió un período de cinco años de represión y juicios contra los Templarios -comentaba el cardenal-, durante los cuales fueron acusados de diversos delitos de blasfemia y herejía. Sin embargo, todas sus confesiones se obtuvieron mediante el uso de la tortura y otros métodos que fueron desarrollados diestramente por la Inquisición. -No sé por qué -replicó Polo-, pero tengo certeza de que en ese periodo, los tipos de martirios que fueron infligidos contra los templarios, ya deberían estar más desarrollados que aquellos que fueron practicados por la Inquisición creada por medio de la bula papal Ad abolendam promulgada a finales del siglo XII por el papa La Tierra Apocalíptica

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Lucio III, como instrumento esencial para combatir la herejía albigense en el sur de Francia -llegó a meditar al desperezarse, y con una punta de escepticismo en su rostro. Luego a seguir, acomodó mejor su cuerpo en la silla, y continuó a leer a partir del punto que mencionaba que, tan sólo como contexto histórico, valía la pena nombrar que Clemente V fuera quien había marcado el destino de la Orden de los Caballeros templarios, y que estos terminaron por ser abolidos sin la aprobación previa del Concilio, ya que únicamente se había pronunciado el consistorio reducido. En realidad, el silencio al cual la asamblea fue forzada no gustó a todos -advertía Masella en el texto-. El Concilio de Vienne, urbe que por aquel entonces era la ciudad del imperio, se inició en octubre de 1311, y desde el punto de vista del Papa y del rey de Francia, ésta estuvo a punto de acabar mal. Llegó a reunir a unos doscientos obispos, y fuera convocado para examinar tres asuntos básicos: el caso de los Templarios y el examen de las acusaciones en su contra; el lanzamiento de una nueva cruzada; y la reforma de la Iglesia. Sin embargo -Masella asentara en el papel-, el principal objetivo de la reunión fue, bajo cualquier óptica, resolver el problema generado por la Orden del Temple. La Tierra Apocalíptica

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Por un lado, el rey Felipe deseaba que el Papa condenara de una vez a la Orden, pero la mayoría de los grupos religiosos eran contrarios y deseaban la realización de un juicio que estuviera acompañado de un debido proceso, de manera que la defensa de los templarios estuviera garantizada. Además, nueve templarios hicieron el viaje para defender a la Orden, y afirmaron que entre 1500 y 2000 de sus hermanos estaban reunidos en Lyon y sus alrededores, listos para testificar en defensa de la Orden. Por consiguiente, Clemente V, por temor a un golpe de Estado, le escribió al rey Felipe en diciembre de 1311 para informarle de la llegada de los templarios, y ordenó que se los encarcelara. Sin embargo, a muchos religiosos les parecía que un proceso y una defensa podrían limpiar el nombre de los templarios de una serie de acusaciones. Empero, el rey de Francia contraatacó al mes siguiente, y convocó a los Estados Generales el 10 de febrero de 1312 en Lyon, muy cerca de Vienne. Estos Estados Generales aprobaron el principio de la supresión de la Orden, e ingeniosamente, Felipe no perdió tiempo y le escribió al Papa para transmitirle esa reclamación y solicitarle la creación de una nueva orden. Este era uno de los deseos, ya antiguos, del rey de Francia, que también pretendía instalar a uno de sus hijos al frente de la nueva Orden. La Tierra Apocalíptica

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Desde luego, acompañado por una fuerte escolta, el rey Felipe llegó a Vienne el 20 de marzo en un despliegue de fuerza que dejó pocas opciones al consejo y a los prelados -aclaraba el cardenal-. Dos días más tarde, el consistorio secreto terminó aprobando la supresión de la Orden, con mayoría de cuatro quintos de los votos. Muchos se opusieron a la decisión del Papa, a veces con ironía y a veces con vehemencia. Un ejemplo fue el monje cisterciense Jacques Thérine, que enseñaba teología en la Universidad de París, que molesto con la supresión de la Orden, terminó por publicar un manifiesto titulado “Contra Impugnatores Exemptiorum”, en la que plantea la cuestión de la culpabilidad de los templarios, la que pone en duda. -Pienso que aquí deben ser registrados algunos otros cuestionamientos oportunos -deliberó Paolo, ensimismado con lo que acabara de leer. Determinado, acabó por tomar su block de anotaciones para escribir: Mismo que ya se esté al tanto de los orígenes de esta hermandad -comenzó a redactar con voluntad explícita-, es pertinente registrar algunas preguntas, como por ejemplo coloco en primer lugar: ¿Quiénes eran los tan temidos templarios? La historia nos muestra que agrupados en torno a Hugo de Payens, algunos caballeros realizaron el voto La Tierra Apocalíptica

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supremo de proteger los caminos que llevaban a Jerusalén que habían sido recuperados por los cruzados en el 1099. Por ende, en 1119 se fundó la Orden del Temple en el mismo Jerusalén, donde se organizó y se dotó de su primera regla. Reconocida en 1128 por el concilio de Troyes, al que asistió San Bernardo, la Orden conoció acto seguido un gran éxito, gracias sobre todo al notable organizador que fue Robert de Craon, quien obtuvo del Papa numerosos e importantes privilegios espirituales y materiales, y en especial una total independencia con relación a los obispos. Por supuesto que la expansión de aquellos “caballeros pobres de Cristo” fue extraordinaria. No en tanto, al grupo inicial de guerreros protectores de los caminos, se fueron incorporando otros con cualidades también notables, y entre estos vale destacan a los banqueros, administradores y constructores, por lo que los templarios terminaron implantándose en toda Europa, llegando a reunir una fortuna considerable. La segunda pregunta es: ¿Por qué se enfrentó el rey con ellos? Se da por supeditado que en la época del rey Felipe el Hermoso, las finanzas reales tenían la consistencia de una verdadera vorágine gelatinosa. Además, el rey de Francia parecía obsesionado por el problema del dinero, que buscaba

incansablemente

La Tierra Apocalíptica

allí

donde

éste

pudiese Página 146


encontrarse, no dudando en apoderarse de él mediante la manipulación en provecho propio de las leyes civiles y religiosas. La malsana avaricia del monarca, observada ya por sus contemporáneos, es reconocida en la actualidad por todos los historiadores objetivos. Empero, todo muestra que la desgracia de los templarios consistió en poseer riquezas sobrestimadas, codiciadas estas por el mismo rey. El papa Clemente V muestra que no parecía menos interesado en ellas que el rey de Francia, quien no logró plenamente su objetivo, pues una parte importante de los bienes de los templarios acabaría más tarde en manos de otra Orden: los hospitalarios. La tercera pregunta que cabe aquí es: ¿Por qué ellos no se defendieron? En realidad, los templarios se vieron traicionados, sin duda, por algunos miembros de la Orden ávidos de los bienes materiales y espirituales a los que no tenían acceso, y confiados en que el rey de Francia sabría agradecerles su prevaricación. Cabe mencionar que por ese entonces, la mayoría de las encomiendas de la Orden en Europa eran grandes dominios rurales muy pacíficos de aspecto y fortificados en menor escasa medida. En realidad, los caballeros del Temple no constituían una fuerza militar capaz de oponerse a una intervención que fuese realizada por tropas reales. Sin embargo, y La Tierra Apocalíptica

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según parece, los templarios por de pronto se vieron sorprendidos por la amplitud de las detenciones, y no adivinaron en ningún momento el trágico destino que de ellas derivaría. La cuarta interrogación dice respecto a: ¿Cómo se realizó el proceso? Más allá de ciertas rencillas del soberano contra el Gran Maestre y de la deuda del monarca, ambos (rey y Papa) ansiaban la riqueza acumulada a lo largo de los siglos por los “pobres caballeros de Cristo”. Y parece que nada mejor que aliarse para combatir un enemigo común para luego repartirse el botín. Además, todo indica que la estrategia estaba servida: la Inquisición se encontraba en su apogeo y, por ende, bastaba con acusar de hechicería a la Orden y poner en marcha el macabro mecanismo para que los Templarios fueran abandonando este mundo, la Orden decayera y su inmensa riqueza pasara a mejores manos (por lo menos, en opinión del Papa y del rey). Clemente V, sin un leve dejo de cualquier piedad cristiana y sin hacerse rogar, redactó una lista de acusaciones que dicho sea, eran todas basadas en testimonios de espías infiltrados en la Orden y en la confesión de un templario arrepentido, y envió órdenes selladas y secretas con tales imputaciones con la imposición de ser abiertas el 13 de octubre de 1307. Al La Tierra Apocalíptica

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amanecer de aquel día, los documentos sellados se abrieron y se encontraron acusaciones varias hacia los templarios, quienes, tiempo atrás, habían servido para defender el poder de la Iglesia y, por ende, del Papa. La siguiente pregunta es: ¿De qué los acusaron? Como en 1307 el poder y la riqueza de la Orden eran excesivos, el papa Clemente V no vaciló en ordenar su impiadosa matanza, la cual fue justificada por una larga lista de inculpaciones infundadas. Es sabido que las acusaciones contenían 127 artículos, que se dividían en 18 bloques cuyos títulos fueron los siguientes:… Al finalizar su punto, Paolo suspendió su lápiz por algunos segundos, frunció el entrecejo buscando con ello concentrar aún más su pensamiento, y luego recomenzó a escribir nuevos comentarios mencionando: -“Negaban los sacramentos”, y en consecuencia sus eucaristías eran pura hipocresía, algo que parece ser improbable, pues los respetaban tanto que incluso cuando no tenían capellanes, se los suministraban sacerdotes de otras órdenes. -“Escupían sobre la cruz” como primer rito de acceso a la orden. Pero parece que ellos se olvidaron que hasta no mucho tiempo atrás, este signo no era considerado sino como el instrumento de tortura en el que había muerto el Hijo de Dios, y que como tal, estaba sujeta a una La Tierra Apocalíptica

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consideración ambivalente. Cabe resaltar que la cruz fue instaurada como símbolo del cristianismo por Constantino. Anteriormente a él, las señas de identidad utilizadas más frecuentemente fueron el pez, el cordero y una representación más o menos abstracta del pan que utilizó Jesús para instituir la Eucaristía como sacramento durante la Última Cena. -“El ceremonial de ingreso”, ya que la Orden incluía el llamado “beso negro”, o sea, en el ano del oficiante (nada raro, puesto que se consideraba como una prueba necesaria para mostrar obediencia, humildad y sumisión). De todas maneras, no es fácil determinar que tal práctica fuera empleada por ellos frecuentemente. Posiblemente era un rumor más que otra cosa alimentada por su secretismo. Las ideas occidentales no permitían tanta liberalidad con lo que realmente era un rito importado de otras culturas asiáticas y africanas. Es posible que sucediera alguna vez, pero también es improbable. Mejor pensar que era una exageración popular sin base real. -“Sodomía”, consta que a veces los soldados aliviaron sus necesidades sexuales con sus propios compañeros. Una consecuencia de las campañas largas y de que no había mujeres disponibles allá donde iban. No en tanto, ello no se consideraba exactamente homosexualidad, sino más bien atender a la propia fisiología. En todo caso, la La Tierra Apocalíptica

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única alternativa de que disponían era violar a las mujeres de los vencidos. Los maestres entendían que ni siquiera el voto de castidad libraba a los hombres de la llamada de sus hormonas. Esto sin descartar que realmente estas prácticas se daban entre la “clase de tropa” más que entre los dirigentes. No en tanto, Nogaret había obtenido algunos testimonios particulares de templarios de base, y con ellos montó un proceso injusto a sabiendas que implicaba a toda la Orden. Por su vez, cabe registrar que el rey Felipe IV no fue precisamente un ejemplo de moral cristiana, sino todo lo contrario. No obstante, deberían haber invocado el Nuevo Testamento en el pasaje donde se habla de “la paja en el propio ojo” y “la viga en el ajeno“. Empero, sabemos que el concepto de “virtud” ha estado siempre sujeto a interpretaciones interesadas a favor del interpretante. -“Renunciar a Cristo”. Dentro de toda práctica iniciática, se conoce lo que llamamos la “muerte”, que consiste en despojarse de todo lo anterior para vestirse con las nuevas ropas de la sabiduría y la espiritualidad. No podemos ignorar que el Temple rendía culto y utilizaba con frecuencia como patrón a San Bartolomé. Este santo había sido torturado de un modo muy particular y simbólico: desollado. Por ende, estamos ante otro símbolo más que otra realidad, la serpiente que muda su piel. El La Tierra Apocalíptica

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hombre se desprende de su vida pasada para acceder a una nueva realidad espiritual. Por tanto, considero que ellos no renunciaban a Cristo, sino a su ceguera espiritual anterior. -“Obtención de riquezas mediante una alianza con el Diablo”. Ya hubiera querido el rey Felipe que Satanás se le hubiera presentado y le hubiera enseñado un pacto que incluyera llenar sus arcas de “metálico”. No en tanto, fue este rey algo sinvergüenza, capaz de alterar la aleación de las monedas, instituir una estafa para poder “sanear” sus finanzas, experto en convertir su reinado en una rapiña permanente de todo cuanto pudiera aliviar su situación de mal gestor. Se trata más bien de un rey simoniático y corrupto como pocos en la historia, capaz de envenenar a un Papa y de provocar el germen de un cisma que sumió a la Iglesia en grandes contradicciones hasta terminar en el episodio del papa Luna, ya en el Renacimiento. -“Adoración a Baphomet”. ¿A Mahoma? ¿A un busto parlante dotado de sabiduría, que podía responder a las preguntas que se le hacían? Nada de eso -asentó Paolo-. Estamos hablando de Abraxas, el principio gnóstico de la dualidad. El conflicto entre un cuerpo que es vehículo del alma y el espíritu, cuya verdadera naturaleza inmaterial le lleva a buscar a Dios como semejante (así nos lo cuentan los libros sagrados: “Dios hizo al hombre a su imagen y La Tierra Apocalíptica

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semejanza“). En resumen, se puede decir que existe un dios de la Luz, denominado Baphomet, Lucifer, Iblis, Prometeo…, que aparece no sólo entre los templarios, sino que también en los Illuminati, los rosacruces, la masonería…, por tanto, hablamos de la Luz y la iniciación. Como conclusión, igualmente cabe decir que, en el psicoanálisis, la figura del dios de la Luz tiene su importancia para Freud. De manera no sistemática, a lo largo de su obra y su correspondencia, Freud elaboró un psicoanálisis aplicado al dios de la Luz, que él denominó Satán, ya que como hebreo así lo conocía en su tradición. Primero, descubrió que éste era una representación del inconsciente. Después, lo asoció al padre malo. Los Illuminati aceptan lo primero, porque es cierto que existe una relación entre el inconsciente y el dios de la Luz Baphomet. Con el tantra y la cábala, el iniciado penetra su inconsciente y descubre a Baphomet en su interior. Pero discrepan de lo segundo. El padre malo no es Satán, sino el dios esclavista; para ellos el dios de la Luz sería el abuelo, con quien pacta el hijo que lucha contra su padre (dios esclavista), en pleno proceso de rebelión. Pero no seré yo quien entre o levante en esta polémica. Para mí, la apreciación más correcta, es que Baphomet significa bautismo de Luz y Sabiduría. La Tierra Apocalíptica

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-“Sic transit gloria mundi”, a ellos le fue aplicada una expresión del latín que significa literalmente “Así pasa la gloria del mundo”, o “Para mayor gloria de Dios”. Sin embargo, se ha vuelto costumbre oír que Jacques de Molay, cuando estaba siendo quemado, antes de morir emplazó a Felipe IV, a Nogaret y a Clemente V para que se reunieran con él en el infierno antes de un año. Así sucedió, todos murieron en ese plazo, como si la maldición hubiera recibido el beneplácito del mismísimo diablo, ansioso de terminar con todos los protagonistas de estos hechos. No obstante, cuatrocientos setenta y nueve años más tarde, cuando el último de los Borbones fue ajusticiado por la plebe en París utilizando la guillotina, alguien entre los asistentes gritó: “Jacques de Molay, ya has sido vengado“. Paolo detuvo su alucinado ritmo de escribir y releyó lo que su voluntad le había llevado a redactar casi sin pausa. El raciocinio de lo que había transcripto a su block, lo llevó a mencionar con voz precaria: -¿Significa esto que la transformación había tenido lugar y lo que realmente desapareció fue el nombre, pero no el espíritu que la Orden y su empeño de seguir influyendo en la política futura de Europa? Sin darse cuenta de lo que hacía, Paolo asintió con un leve movimiento de cabeza, como si con él concordara en La Tierra Apocalíptica

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su plenitud con lo expresado; lo que luego lo llevó a profesar en un murmurio: -En realidad, lo que puede ser apreciado, es que en estos mismos principios se inspiraron hitos posteriores como la abolición de la esclavitud, la Independencia norteamericana, la Revolución Francesa o la Declaración Universal de los Derechos Humanos -palabras que pronunció con convicción. -En todo caso -se preguntó a seguir-, ¿Desaparecieron los templarios? Ciertamente que no -se auto respondió con seguridad-. Pues es sabido que la destrucción de la Orden del Temple en Francia no se vio acompañada en otros lugares por la muerte de todos los templarios. Algunas ramas de la Orden continuaron existiendo en otros países de Europa, incluso en la clandestinidad. Y no se puede negar, por otra parte, las estrechas vinculaciones de los templarios con las comunidades de constructores que conocieron una prolongación histórica con los gremios y ciertos ritos masónicos -concluyó, para luego a seguir coger el lápiz de la mesa y debruzarse ante el block de notas para registrar: Sin embargo, se hace imprescindible agregar a todo esto, lo que el frey José Luis Ruiz Romero, maestre español de la Orden ha explicado recientemente por carta, cuando mencionó que podemos rompernos las cabezas La Tierra Apocalíptica

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pensando en la manera de unificar al Temple, pues esta Orden es la panacea de todos los bienes espirituales y materiales. Por lo visto -ha mencionado el frey en su cartauna vez producida, la Orden, cual ave fénix, renacerá de sus cenizas y se hará poderosa, como antaño. Unos dicen que quienes impiden la unificación son los cargos de las distintas organizaciones, que no admiten abandonar sus “privilegios”, cosa que yo no entiendo, puesto que el único privilegio que veo es el de una foto más o menos aparente. Otros están “construyendo” organizaciones templarias poderosas para, llegado el día, estar entre los primeros de la fila, ya que piensan que a más miembros más poder en el futuro. Mientras tanto, se encargan de absorber a otras organizaciones menos poderosas, que se deslumbran con el poder de la grande. Momentáneamente -continúa a respaldar el frey José Romero-, no importa distorsionar la verdad, la Historia, pisotear la Regla y, si hace falta por sus propios intereses, pisotear al mismísimo “Evangelio de Jesucristo”. Vez por otra se escuchan frases como: “No se puede reeditar el Temple porque fue disuelto y abolido. Pero sí rescatar su espíritu”, sin darse cuenta de que en ésta misma frase está la respuesta verdadera a la unificación que tanto desean.

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Efectivamente, el Temple fue suspendido, y lo fue por un Papa de la Iglesia Católica, (Romana, por supuesto, para no herir sensibilidades) -un paréntesis que el mismo frey hizo cuestión de registrar en su carta, acrecentó Paolo a su redacción-. Por lo tanto, quien tiene el poder de abolir, suspender o condenar, es el único que tiene poder para aprobar, perdonar y levantar la dicha suspensión, es decir: el Papa…, y eso es precisamente lo que molesta a muchos, que la llave para abrir la puerta del Temple la tiene aquél que en su escudo figuran las llaves del Reino de los Cielos. Se confunden las cosas, se tergiversa la Historia y, siempre, con un propósito concreto: atacar a la Iglesia -hace cuestión de mencionar frey Romero-. El Temple fue una Orden Religiosa que nació dentro de esa Iglesia, sostenida por el Derecho Eclesial, con una Regla que lo primero que nos dice es la manera de rezar el Oficio Divino, donde sus ritos de iniciación y juramentos están configurados con frases relativas a la fidelidad al Papa y sus sucesores, fidelidad al Cister, fidelidad a la Madre…, y así sucesivamente. Por tanto, la Historia del Temple está irremisiblemente unida a la Iglesia a la cual perteneció y pertenece. Siempre me ha llamado la atención que en esas organizaciones no apareciera la palabra Maestre, (curioso, La Tierra Apocalíptica

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porque en la masonería sí que aparece). La respuesta que me han dado algunos cuando he formulado la pregunta, es que sólo uno es el Maestro: Jesucristo, cosa que era obvia hasta para los Grandes Maestres del Temple -apunta el frey, a lo que agregó algunas preguntas en abierto: ¿Por qué tanto miedo a esa palabra? ¿Por qué no empezar por poner las cosas en su sitio? ¿Por qué tanto miedo a las palabras Orden Religiosa? ¿Por qué se quiere hacer del Temple una Organización en paralelo? ¿Por qué les gustan tanto a estas organizaciones los desfiles? ¿Por qué se utilizan espadas en las investiduras templarias, cuando jamás se utilizaron en la historia real? En todo caso, se hace imprescindible recordar aquí, que la espada se utilizaba para nombrar caballeros, y que ésta era el requisito primero para poder entrar en el Temple como tal, además de mencionar que a los caballeros los nombraba la nobleza. Creo que ha llegado la hora de poner las cosas en su sitio -llegó a aquilatar Romero en su carta-, de comenzar a poner en práctica real la Regla en su parte Religiosa y adaptar la parte Militar a los servicios para los que fue creada la Orden: “la protección, ayuda y cuidado de los caminos de peregrinación, que, por cierto hay muchos y muy abandonados. Cuidado de Iglesias y monasterios que

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se caen a pedazos…, en fin, un conjunto de cosas que se adaptan perfectamente a la Regla Primitiva”. En resumen, toda Unificación es buena siempre que sea basada en la verdad incuestionable de que el que tiene la llave que abre la puerta del Temple no es otro, le pese a quien le pese, que el Papa -finalizó el frey Romero en su puntual argumentación sobre este asunto. -Pronto, creo que todo esto ya es suficiente como complemento al capítulo en cuestión -balbuceó Paolo, dando por encerrado su trabajo esa tarde.

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7 Las Mil Biblias -¿Esos ahí, son tus apuntes? -le preguntó de repente el padre Agustoni aquella mañana, luego de haber ingresado al despacho de su congénere. -¡Oh!... ¡No! -le manifestó Paolo, titubeante, que sin querer terminó realizando un movimiento inconsciente para colocar su mano derecha encima de los blocks de notas que tenía esparcidos sobre su mesa de trabajo. -Son tan sólo esbozos de lo que acredito debe ser incorporado más tarde a esta obra -explicó ante la mirada confundida de su colega-. De cualquier modo, si ellos terminan por ser aprobados, aun no sé cómo se hará para añadirlos a los manuscritos del cardenal Masella. -¿Quieres leerlos? -completó, sintiéndose un poco abochornado por su maquinal movimiento de brazo-. Pero seguro que tú no estás aquí en mi estancia para ello -dedujo con voz mustia.

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-No, gracias, Paolo. Ahora no tengo tiempo. Pero sí, ciertamente me gustaría poder verlos en otro momento -le confirmó Agustoni con voz indulgente. -Entonces, cuando tú quieras, mi amigo. Pero te ruego que lo hagas aquí, por causa de las encargos que nos han sido impuestos sobre cualquier documento. -Bueno, sí, lo sé, Paolo -acentuó el secretario al hacer un mohín-. Sólo he pasado por aquí para saber si tú te encuentras bien, y de paso enterarme si por acaso tienes algunos otros relatos insólitos de tus desvaríos nocturnos -le recalcó el secretario, junto con una sonrisa mordaz. -¿Tú también, Bruto? -articuló Paolo, serio. -Ni de lejos, mi amigo; porque mismo que estemos en Roma, tú no eres Julio César ni yo soy el hijo de Servilia; así como tampoco vine a matarte -enmendó Agustoni entre risas, virando su espalda para retirarse del aposento. -Te dejo en la paz del Señor -le comentó en cuanto trasponía el umbral. -¡Amén! -le retrucó Paolo en un silabeo, quien a su salida permaneció algunos segundos cavilando sobre las palabras tolerantes que había emitido su semejante, el cual de manera poco evidente había escondido su extrañeza ante la actitud inconsciente de su condiscípulo cuando quiso proteger sus apuntes como si estos fueran una reliquia muy sagrada. La Tierra Apocalíptica

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-Qué tonto he sido con él -balbuceó a seguir con un sentimiento afectado, justo cuando arrimaba para sí el libraco que debería leer esa mañana. Al iniciar su trabajo, notó que la primera frase aleccionaba sobre una referencia en la cual Benedetto Aloisi, al ir tras los precarios pasos del frey Martín Martínez, su marcha lo había conducido a una pista que imaginó segura en la región de Extremadura. En principio, cuando hacía constancia en su narración, de que en las cercanías de las diferentes poblaciones que componen el Partido Judicial de Fregenal de la Sierra, era donde se situaban las ruinas casi totalmente soterradas y aún poco investigadas de un castro celta llamado Nertóbriga, el que tras la conquista romana pasó a denominarse NertóbrigaConcordia Iulia. Dicha ciudad -explicaba en el texto-, había formado parte de la Provincia Hispania Ulterior en los dos primeros siglos antes de la era cristiana, y a la postre fue encuadrada administrativamente en la Baetica, de la que formó parte durante más de siete siglos, hasta el comienzo del periodo andalusí. Después de realizar nuevas investigaciones -asentó el cardenal en su manuscrito-, se ha descubierto que en ella hubo una importante Torre de vigilancia utilizada primero por los visigodos y a seguir por musulmanes. Así pues, de la era musulmana se destaca La Tierra Apocalíptica

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una necrópolis; pero las únicas referencias que hacen los cristianos sobre esta ciudad, es el nombre Castillo de Valera, que fue datado por los Caballeros del Temple. Ya no había duda alguna para mí, de que el pergamino perdido se encontraba en esa región -había declarado el prelado encargado de la investigación-, principalmente, porque la ciudad de Fregenal y las demás que componen el Partido Judicial, fueron conquistadas por Fernando III al contar con la ayuda de la Orden del Temple, aunque la primera aparición de Fregenal en los registros históricos conste de 1283, cuando ésta población fue donada por Alfonso X de Castilla a la Orden por el trabajo de estos durante la Reconquista. En este traspaso entraba también la ciudad de Jerez de los Caballeros, cercana a Fregenal. No en tanto, posteriormente la población de Fregenal pasó a pertenecer de nuevo al reino de Sevilla en 1312; y en el siglo XV su jurisdicción se extendía a tres lugares: Higuera, Bodonal y Marotera, dos de ellos pertenecientes al partido judicial; excepto uno por su desaparición. Sin embargo, además de concentrarse allí un alto contingente de templarios, ésta, así como las de otras poblaciones de la región, pasaron a ganar importancia por la contribución que sus vecinos dieron a la conquista y colonización de América, donde además es menester decir que fue de gran significación numérica, puesto que 105 personas salieron La Tierra Apocalíptica

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un día de allí a tierras indianas, y, mencionando por su trascendencia, que entre los más importantes de ellos figuraban Don Alonso Rodríguez Santos y Benito Arias Montano, hijo del anterior y sobrino del gran humanista del mismo nombre. En tiempo, cabe destacar que Arias Montano fue, además de humanista, un hebraísta, biólogo y escritor políglota español que trabajó junto a Felipe II en la Biblioteca del Real Monasterio del Escorial; y quien llegó a concurrir al Concilio de Trento y se encargó de la edición la “Biblia Regia”, la cual estaba traducida a 12 idiomas diferentes. Pero además de Arias Montano, Fregenal contó con otro gran hombre como Juan Bravo Murillo, un importante político, jurista y economista español que fue Presidente del Consejo de Ministros de España (equivalente de la época a Presidente del Gobierno o Primer Ministro) durante el reinado de Isabel II, aparte de haber sido el primer ministro de Fomento en España. Puedo destacar que entre sus obras más destacadas están el Canal de Isabel II, que hoy día dota a Madrid de aguas que no son del Manzanares; y la construcción de nuevas carreteras en España. Otro de sus logros fue el conseguir crear puerto franco en Canarias. De igual modo, esta ciudad es patria del célebre Cipriano de Valera, un religioso, filólogo y humanista La Tierra Apocalíptica

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español, profesor en Londres, Oxford y Cambridge, que fuera revisor de la traducción de la primera Biblia castellana completa, la cual hiciera su paisano el montemolinés Casiodoro de Reina, y que se publicó por primera vez en Basilea en 1569. No en tanto, ambos, siendo monjes de un monasterio de Sevilla, hallaron refugio en un día en Europa, ya que la siniestra Inquisición pretendió apresarlos por sus ideas afines a la Reforma. Es oportuno registrar -mencionaba el cardenal-, que desde 1594 a 1833, las autoridades eclesiásticas pensaban que cualquier fiel debía tener acceso al texto sagrado, y no sólo los clérigos versados en lenguas clásicas; de ahí que acometieran la paciente tarea de traducción-revisión. Hoy día, la versión de la Biblia conocida como “Reina-Valera” o “Biblia del Oso”, con posteriores revisiones, sigue vigente en todas las comunidades protestantes del mundo hispánico. En ese momento Paolo dio un respingo en su silla y abrió los ojos con una desmesura exagerada, al ver allí registradas menciones sobre los sacros libros del Viejo y Nuevo Testamento. -Pero esta Biblia, que también es conocida como la Biblia del Oso, no es más que la primera traducción completa al español, y la que fue publicada el 28 de septiembre de 1569, donde reconocidamente se sabe que La Tierra Apocalíptica

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su traductor fue Casiodoro de Reina; y usualmente nos referimos a ella como Reina-Valera por haber sido Cipriano de Valera quien realizara la primera revisión de la misma en 1602 -insinuó para sí con un meneo oscilante de cabeza. Presa de un arrebato, Paolo aproximó hacia sí el block de notas, y se puso a redactar con entusiasmo lo que él estaba al tanto sobre la “Bliblia del Oso”. Frunció el ceño y comenzó: Existe un conocimiento fundado de lo que ha quedado célebre como la Reina-Valera, y que tuvo una amplia difusión durante la Reforma Protestante del siglo XVI. Sin embargo, hoy en día, la Reina-Valera, con sus varias revisiones a través de los años, es una de las biblias en español más usadas por gran parte de las iglesias cristianas derivadas de la Reforma (incluyendo en ellas las iglesias evangélicas), así como por otros grupos de fe cristiana, como suele ser la Iglesia Adventista del Séptimo Día, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, los Gedeones Internacionales y tantos otros cristianos no denominacionales. Al terminar de registrar la oración, absorto, Paolo suspendió el lápiz en el aire por unos segundos y dejó escapar el hálito en un suspiro profundo. En seguida

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reanudó su composición al estar totalmente seducido por lo que pretendía anotar en aquellas hojas blancas. Casiodoro de Reina -comenzó a escribir-, fue un monje jerónimo español del Monasterio de San Isidoro del Campo, que tras tener que partir al exilio para escapar de las persecuciones de la Inquisición, trabajó durante doce años en la traducción de la Biblia. Esta biblia, denominada Biblia del Oso, fue publicada en Basilea, Suiza. Empero, ella es citada con tal mote por causa de la ilustración en su portada, donde hay un oso que intenta alcanzar un panal de miel colgado de un árbol. En todo caso, cabe destacar que colocaron esa ilustración en la frente, un logotipo del impresor bávaro Mattias Apiarius, para evitar el uso de íconos religiosos, porque en aquel tiempo estaba prohibida cualquier traducción de la Biblia a lenguas vernáculas. La traducción del Antiguo Testamento -continuó a registrar de cuerpo encorvado sobre la mesa-, como en verdad así lo llegó a declarar expresamente Casiodoro de Reina en su “Amonestación del intérprete de los sacros libros al lector”, se basó en el texto masorético hebreo (edición de Bomberg, 1525). No en tanto, como él consideraba que la Vulgata latina ya había cumplido su papel y contenía errores y cambios en demasía, prefirió usar como fuente secundaria la traducción al latín de Sanctes Pagnino (Veteris et Novi Testamenti nova La Tierra Apocalíptica

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translatio, 1528), porque “al voto de todos los doctos en la lengua hebraica es tenida por la más pura que hasta ahora hay”, corrigiendo la versión masorética cada vez que se aparta de las citas del Antiguo en el Nuevo Testamento. También es sabido que tuvo siempre a mano la “Biblia de Ferrara” para resolver las dudas (Abraham Usque y Yom-Tob Athias, 1553), una traducción del hebreo al judeoespañol usada por los judíos sefardíes, y la cual Reina consideraba “obra de la mayor estima, por dar la natural y primera significación de los vocablos hebreos y las diferencias de los tiempos de los verbos”. Al colocar el punto final en la frase, Paolo realizó una nueva pausa y concentró su mirada en el oropel que pendía del techo, como si con esa actitud buscase refrescar a través de él su memoria; momento sublime en que dejó escapar un pensamiento en voz alta. -¡Sí!... Seguramente aquí me falta colocar algunos otros esclarecimientos -concluyó, ya convencido de su análisis. Al reiniciar la escrita, redactó: Para la traducción del Nuevo Testamento, Reina se basó en el Textus Receptus (Erasmo 1516, Stephanus, 1550), en la Políglota Complutense y en los mejores manuscritos griegos que en ese tiempo se conocían. Al parecer, tenía a la vista las versiones del Nuevo Testamento de Juan Pérez de Pineda, de 1556, los de La Tierra Apocalíptica

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Francisco de Enzinas de 1543, y traducciones de Juan de Valdés. Así pues, las dos primeras ediciones, la de Casiodoro de Reina (1569), llamada la Biblia del Oso, y la de Cipriano de Valera (1602), llamada la Biblia del Cántaro, contenían todos los libros incluidos en la Biblia Vulgata latina de Jerónimo de Estridón, que era el texto oficial de la Biblia para la iglesia católica romana. Es decir, que incluía nueve libros deuterocanónicos católicoortodoxos y otros tres, propios del canon largo seguido por iglesias cristianas ortodoxas. En la revisión de Valera, no obstante, estos libros se situaban a modo de apéndice en una sección aparte. -¡Vaya! -exclamó pocos segundos después de concluir su frase-. Creo que aquí me falta destacar la verdadera importancia que tuvo el texto de Reina en aquella época. Pero antes de comenzar a escribir hizo punta en su lápiz y, una vez pronto, garabateó: Antes de la Reforma Protestante, las traducciones de las Sagradas Escrituras en lenguas modernas generalmente tomaban como base textual a la Vulgata. No obstante, la obra de Reina fue la primera traducción de la Biblia completa en español hecha desde los idiomas hebreo y griego, ya que la Biblia Prealfonsina y la Biblia Alfonsina, las primeras versiones de la Biblia completa en español fueron traducciones realizadas desde el latín. Así pues, La Tierra Apocalíptica

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antes de la Biblia del Oso existían solamente versiones desde los idiomas hebreo y griego al español de partes de la Biblia, como la Biblia de Alba y la Biblia de Ferrara (Antiguo Testamento), y los textos de Juan Pérez de Pineda y Francisco de Enzinas (Nuevo Testamento). Por lo demás, la Biblia de Reina refleja la belleza literaria del llamado “Siglo de Oro” de la literatura castellana, lo que permitió que en la obra “Historia de los heterodoxos españoles”, el erudito católico Marcelino Menéndez Pelayo alabase desde un punto de vista literario a la Biblia del Oso, a la que consideró estar mejor escrita que las versiones católicas de Felipe Scío de San Miguel (1793) y Félix Torres Amat (1825). No obstante, Cipriano de Valera comenzó en 1582 la primera revisión de la Biblia de Reina y la concluyó en 1602 -anotó Paolo a continuación-. El título original de la revisión de Valera fue La Biblia que es, los sacros libros del Viejo y Nuevo Testamento, segunda edición. Ésta se publicó en Ámsterdam, Holanda, y llegó a ser la versión de la Biblia en castellano más difundida durante varios siglos. Era conocida también como la Biblia del Cántaro debido a la ilustración que constaba en la portada: un hombre que está plantando un árbol mientras que otro hombre lo riega con agua que sale de un cántaro.

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Esto afirmaría, según lo mencionan algunos expertos, que con dicha ilustración se estaría aludiendo a la primera de Corintios 3:6. Por tanto, es a partir de la Biblia del Cántaro que se han realizado diversas revisiones a lo largo de los años. -Creo que con esto ya es suficiente -murmuró al terminar de escribir la última frase-. Y no voy a mencionar a Benito Arias Montano -añadió a su intención-, porque su trabajo se dio por orden del rey Felipe II para que se encargase de la Biblia Regia, -agrego. -En todo caso, pienso que por ser imprescindible, es necesario que hable algo de la Biblia Regia, un verdadero hito en la erudición bíblica -sancionó casi enseguida, al recordar una otra mención que fuera realizada de una manera que le pareció superficial por parte del cardenal Masella cuando elaborara su manuscrito. Al pronunciar su intención, Paolo cogió nuevamente el lápiz y encorvó su espalda para aproximar mejor su cuerpo a la mesa. En ese momento, su actitud de escribir sin sosiego indicaba el ánimo que lo estimulaba a redactar todo lo que podía sobre un tema que conocía bien, ya que otrora había sido su tesis al finalizar sus estudios. Con una sonrisa casi infantil dibujada en la faz, encabezó su frase mencionando:

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La Biblia Regia, también conocida como Políglota de Amberes, fue impresa por Platin de 1568 a 1572, y contiene todo el texto bíblico de la Biblia Políglota Complutense, que se realizó en Alcalá por encargo del cardenal Cisneros en 1514; siendo esta última una biblia con versiones en hebreo, caldeo, griego, arameo y latín, y de la cual se hicieron sólo 600 ejemplares que fueron impresos por Arnaldo Guillén del brocar. Además, la Regia también incluye el Tárgum arameo de Jonatán y la Versión Peshitta siriaca de las Escrituras Griegas Cristianas o Nuevo Testamento. No obstante, debo aludir que el texto hebreo está dotado de signos de puntuación vocálica, revisado a partir de la versión en esta lengua por Jacob ben Hayyim, y se convirtió en base sólida para posteriores versiones de la Biblia. En un todo, la Biblia Regia constaba de ocho volúmenes en los que se completan las paráfrasis caldaicas y otras glosas mencionados anteriormente. Todo el trabajo hasta su publicación definitiva, se extendió por cinco años, cuando al final se imprimieron 1213 ejemplares. Esta obra fue redactada bajo la dirección del biblista y erudito Benito Arias Montano, e impresa por el maestro Cristóbal Plantino. En cuanto a su nombre, se la denominó Biblia Regia porque su patrocinador fue el rey Felipe II, y recibió

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el nombre de Políglota de Amberes por haber sido impresa en esa ciudad, entonces perteneciente al Imperio español. Como la edición de la Biblia Políglota que fuera encargada por Cisneros se había agotado enteramente, y los muchos sabios que en el siglo XVI se dedicaban al estudio de la Sagrada Escritura en sus primitivos idiomas no lograban un ejemplar ni a peso de oro, solamente un Rey se atrevió a reproducir entonces lo que un Arzobispo de Toledo había hecho antes a sus expensas a principios de aquel siglo. Por tanto, Felipe II, fue el que acometió aquella empresa literaria valiéndose de Arias Montano para llevarla a cabo. No en tanto, no se sabe qué motivos tuvieron Felipe II y Arias Montano para realizar la reimpresión en Amberes y no en Alcalá, puesto que en este punto seguían los brocar con los cuales se había hecho la edición Complutense y se conservaban aun los tipos que fueron fundidos a expensas de Cisneros, ya que a posterior Montano terminó por entregar esos mismos tipos a la casa de Plantino en Amberes. En todo caso, consta que este hecho resultó ser muy perjudicial a la tipografía española, pues desde entonces principiaron a decaer las ediciones de lenguas orientales en España. Y la raíz del problema, supuestamente se debe a que Arias Montano se llevó junto a los tipos, los códices que habían servido para la edición Complutense y algunos La Tierra Apocalíptica

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otros que habían llegado tarde, conjuntamente con otros siete códices que Cisneros había comprado en Venecia por cuatro mil escudos de oro (cantidad exorbitante para aquellos tiempos) -hizo cuestión de señalar Paolo después de mencionar el valor que fuera pago en aquel entonces-; y con los cuales y algunos otros que fueron adquiridos por el propio Felipe II, es que Arias Montano logró dar la edición aún más correcta. Los trabajos de ésta obra comenzaron el año 1571 y se dio en cinco tomos, habiendo además impreso Arias Montano la preciosa interlineal de Sanctes Pagnino y un Diccionario para el uso de aquella edición, formando así un total de ocho volúmenes. Arias Montano invirtió seis años en la reimpresión de la Biblia Regia, y durante ese tiempo estudió once horas diarias. Por ende, parece no haber sido en vano todo su esfuerzo, pues una vez finalizada la obra, la universidad de Lovaina aprobó y encomió aquel trabajo que la Santa Sede recibió también con singular placer. Se consigna que fuera el propio rey Felipe II quien se dignara a comunicarle a Arias Montano de su puño y letra, las instrucciones acerca de la impresión, y más en especial en una correspondencia fechada el 25 de marzo de 1568. Igualmente le ordenó invertir 6.000 escudos en la compra de otros manuscritos para la Biblioteca de El Escorial.

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Casi a la par con ello, el rey también comisionó al célebre Ambrosio de Morales para que éste realizara su viaje santo a las diversas iglesias de la Corona de Castilla y echase en ellas los cimientos del Real patronato, a la vez que hacía imprimir con todo esmero las obras de san Isidoro en la imprenta de Martínez (1582) que a partir de entonces la declaró Real. -¿Y si a todo esto le agrego aquella leyenda que circula desde los viejos tiempos? -se cuestionó Paolo luego de terminar de releer y revisar sus apuntes. -Mismo que no exista un testimonio documental, es muy factible que la historia sea verdadera -llegó a estimar vacilante, mismo que anteriormente ya hubiese criticado idéntica estipulación del cardenal Masella. -Mal tampoco le hace, sino más bien incrementa todo el relato y enaltece los acontecimientos -ponderó casi determinado. Empero, antes de ponerse a escribir, permaneció por cortos minutos con el pensamiento vago, irresoluto y dudoso, hasta que de pronto se acomodó mejor en la silla y viró la incompleta hoja que había terminado de utilizar. Una vez resuelto, se puso a escribir lo siguiente: Cuentan que una nave zarpó cierto día de España a principios del siglo XVI con rumbo a la península itálica. En su bodega, entre otros cacharros, el barco llevaba un La Tierra Apocalíptica

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cargamento que consideraban de inmenso valor, a saber, gran parte de los ejemplares de la Biblia Políglota Complutense que fueron impresos entre 1514 y 1517. Sin embargo, de repente se desató una violenta tormenta; y aunque la tripulación luchó para salvar la embarcación, esta se hundió con su valiosísimo cargamento -llegó a citar Paolo en el primer párrafo. Debido al adverso desastre -registró a seguir-, se hizo necesaria una nueva edición de la Políglota. Años después, por fin, el maestro impresor Christoph Plantin aceptó el reto. Pero como necesitaba de alguien que le financiara la colosal tarea, pidió el patrocinio del rey Felipe II de España. Empero, antes de decidirse, el monarca quiso consultar a varios eruditos españoles, entre ellos el renombrado biblista Benito Arias Montano, quien le respondió: “Además del servicio de Dios y provecho de la Iglesia universal, resulta también de aquí una gran gloria al real nombre de Su Majestad y a la estimación y reputación de su persona”. Por consiguiente, ya se imaginaba este soberano que la edición revisada de la Políglota Complutense sería un impresionante logro cultural de su reinado, y así decidió apoyar sin reservas el proyecto de Plantin; cuando La Tierra Apocalíptica

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entonces le encargó a Arias Montano la enorme tarea de editar lo que llegó a conocerse posteriormente como la Biblia Regia, o la Políglota de Amberes. El propio rey estaba tan interesado en el progreso de la Políglota, que pidió que le enviaran una copia de cada hoja en etapa de corrección. Por supuesto, Plantin no quería retrasar su obra esperando a que las hojas viajaran de Amberes a España para que el monarca las leyera y corrigiera y luego las devolviera. Así que, Felipe recibió solo la primera hoja salida de la prensa y tal vez algunas de las páginas preliminares. Mientras tanto, Arias Montano realizaba la verdadera corrección de pruebas con la valiosa ayuda de tres profesores de Lovaina y la hija adolescente del impresor. En todo caso, por ser un amante de la Palabra de Dios, Arias Montano parecía sentirse muy a gusto entre los eruditos de Amberes. Su amplitud de miras le granjeó el cariño de Plantin, y ambos fueron amigos y colaboradores durante el resto de sus vidas. De todos modos, agrego que Arias Montano no solo se destacó por su erudición, sino también por mostrar el gran amor que le tenía a la Palabra de Dios. Tanto es así, que desde muy joven anhelaba terminar sus estudios académicos a fin de entregarse exclusivamente al estudio de las Escrituras.

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Sin embargo, Arias Montano creía que la traducción de la Biblia debía ser lo más literal posible. Por tanto, procuró traducir exactamente lo que estaba escrito en el texto original para que el lector tuviera acceso a la verdadera Palabra de Dios. Podría decirse que siguió así el lema de Erasmo, quien había instado a los eruditos a “predicar a Cristo desde las fuentes”, es decir, desde los textos originales. Puede que por eso se afirme que durante siglos, el significado de los idiomas originales de las Escrituras había permanecido oculto al pueblo por las dificultades que suponía entender las traducciones latinas. No obstante, para lograr la composición de la Biblia, Arias Montano consiguió todos los manuscritos que Alfonso de Zamora había preparado y revisado para la impresión de la Políglota Complutense, y los utilizó para la Biblia Regia. Tal vez por eso que al principio se suponía que la Biblia Regia fuera una segunda edición de la Políglota Complutense, pero ésta se convirtió en mucho más que una simple revisión, pues de la Políglota Complutense se tomaron el texto hebreo y el griego de la Septuaginta; y luego se añadieron nuevos textos junto con un amplio apéndice. Cuando se dio terminó a la obra, esta nueva políglota constaba de ocho volúmenes, y la impresión tomó cinco años, un período muy corto si se tiene en consideración la La Tierra Apocalíptica

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complejidad del trabajo por aquellos tiempo. Empero, mientras la Políglota Complutense gozaba del baldón de ser un “monumento del arte tipográfico”, la nueva Políglota de Amberes la terminó por superar en mérito técnico y contenido; algo que acabó por convertirla en otro hito en la historia de la imprenta y, más importante aún, en la preparación de nuevos textos maestros refinados de la Biblia. Pese a ello, se sabe que no faltaron los ataques de los enemigos de la Palabra de Dios, y de émulos que le acusaron a la Inquisición a pretexto de que Montano había torcido el sentido de la Sagrada Escritura en muchos parajes. Por tanto, no es de extrañar que pronto surgieran enemigos de la traducción fiel de la Biblia, aunque la Políglota de Amberes contara con la aprobación del Papa y Arias Montano gozase de una muy bien merecida reputación de respetable erudito. Sin embargo, mismo así este fue denunciado a la Inquisición. Los opositores dijeron que su obra presentaba el nuevo texto revisado de la versión latina de Santos Pagnino como una traducción más exacta del texto original en hebreo y griego que la Vulgata, que se había traducido siglos antes. Inclusive, lo acusaron de recurrir a las lenguas originales con el objetivo de producir una traducción exacta de la Biblia, un procedimiento que por entonces era considerado herético. La Tierra Apocalíptica

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La Inquisición incluso llegó a afirmar que el rey Felipe no había ganado mucha honra en haberse puesto su real nombre en esta obra; y dijeron, además, que ellos lamentaban que Arias Montano no le hubiera concedido suficiente autoridad a la Vulgata oficial. Sin embargo, el papa Gregorio XIII, que conocía la virtud y el saber de Arias Montano, le absolvió imponiendo además silencio a sus detractores. Así que -registró Paolo en una vibración anímica inaudita-, a pesar de todas las acusaciones que fueron levantadas, no se encontraron suficientes pruebas para condenar a Arias Montano ni a su Políglota; y finalmente la Biblia Regia fue bien acogida por el público y se convirtió en una obra de consulta obligatoria en varias universidades. Por tanto, aunque la Políglota de Amberes no se concibió para el público en general, ésta pronto se convirtió en una herramienta útil para los traductores de la Biblia. Y así, al igual que su predecesora, la Políglota complutense, contribuyó al refinamiento de los textos de las Escrituras que había disponibles; y asimismo ayudó a los traductores a mejorar su comprensión de las lenguas originales. Por consiguiente, es oportuno mencionar que las futuras traducciones bíblicas en varios de los principales idiomas europeos se beneficiaron de esta obra; como por La Tierra Apocalíptica

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ejemplo, Te Cambridge Historia of te Bable señala que la Políglota de Amberes fue una valiosa ayuda para los traductores de la conocida Biblia inglesa King James Version (o Authorized Version), de 1611, a la hora de traducir las lenguas antiguas. De igual modo que la Biblia Regia también ejerció profusa influencia en dos de las importantes obras políglotas que fueron editadas en el siglo XVII. Por supuesto -registró con convicción luego a seguir-, que una de las muchas ventajas de la Políglota de Amberes fue que, por primera vez, puso la versión siriaca de las Escrituras Griegas a disposición de los eruditos europeos. El texto siriaco se colocó al lado de una traducción literal en latín, lo cual fue muy útil, pues la traducción siriaca era una de las más antiguas de las Escrituras Griegas Cristianas. Esta versión, que data del siglo V de nuestra era, se basó en manuscritos que se remontan al siglo II; y de acuerdo con lo que menciona The International Standard Bible Encyclopedia, “el valor de la Peshitta (siriaca) en la crítica textual es de reconocimiento general. Constituye además una de las más antiguas e importantes fuentes de información sobre las tradiciones de la antigüedad”. Por consiguiente - hizo cuestión de puntualizar, por hallar que así daba más veracidad a su comentario-, esta La Tierra Apocalíptica

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leyenda muestra que ni el mar embravecido ni los ataques de la Inquisición española impidieron que en 1572 renaciera una versión mejorada y ampliada de la Políglota Complutense en la forma de la Biblia Regia. La historia de la Políglota de Amberes es otro ejemplo de los esfuerzos que hombres sinceros han hecho para defender la Palabra de Dios. Fuera que lo supieran o no, la labor desinteresada de estos hombres dedicados reflejó la veracidad de las siguientes palabras proféticas de Isaías, escritas hace casi tres mil años: “La hierba verde se ha secado, la flor se ha marchitado; pero en cuanto a la palabra de nuestro

Dios,

durará

hasta

tiempo

indefinido”… (Isaías 40:8).

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8 La Bula Exigit sinceras devotionis affectus -En fin -declamó un Paolo esperanzado, tras colocar las manos y cruzar los dedos en la nuca para desperezarseSi el cardenal Ottaviani llega a aprobar la mitad de mis acotaciones, ya puedo considerarme feliz y satisfecho con mi labor- reconsideró, rematando su pensamiento con señales de satisfacción en el rostro. -No en tanto, no puedo olvidarme de que mi tarea no es sólo revisar todo esto y preparar enmiendas o tachas, sino más bien seguir atentamente la pista hasta que ella me lleve al encuentro del pergamino perdido -llegó a evaluar enarcando sus cejas. -¡Mismo que para lograrlo me lleve la vida toda! -finalizó al soltar un suspiro de resignación.

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Después de externar su conformismo o resignación, Paolo volvió a concentrarse en la lectura del manuscrito, donde tuvo la oportunidad de constatar que el cardenal Masella había registrado que tenía plena convicción de que él estaba en la pisada correcta, y que el antiguo papiro había sido llevado un día para Fregenal de la Sierra. Por diversos motivos -explicaba-, desconfiaba que el mismo debería estar escondido en alguno de aquellos siete u ocho edificios religiosos patriarcales que existían en aquella ciudad, si es que éste ya no habría caído un día en manos seculares. -No lo creo -llegó a balbucear incontrolable-, aunque de manera alguna se debe descartar esta hipótesis -alcanzó a deducir enseguida buscando corregir su reflexión. -¿Por qué no podría ocurrir algo en ese sentido, si sabemos que desde siempre han existido los testarudos coleccionistas acaudalados que se sienten cegados a poseer ciertas obras de gran valor, gran belleza o ambas, y los que, al verse ofuscados por su omnipotencia, terminan por contratar a un experto ladrón para obtenerlas? -¿Por acaso aún no tengo fresco en mi retentiva el reciente ejemplo de las virtuosas obras robadas? -llegó a murmurar, como si buscase dar mayor valor a su aprecio. -Sin embargo, muy bien sé que los expertos en robo de arte de Interpol, el FBI y Scotland Yard no creen que La Tierra Apocalíptica

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existan grandes millonarios andando por ahí de manera inescrupulosa, encargados de robar arte alrededor del mundo para colgarlas en su comedor o exponerlas a sus amigos en sus lindas bibliotecas. -En todo caso, hay que considerar que la adicción a robar no es más que un desorden psíquico por el cual el afectado es incapaz de resistirse a robar cosas -enmendó a seguir, concentrado en el análisis del tema. -Aunque a los adictos podemos concederles diferentes grados, ya que algunas personas roban para coleccionar, mientras otros no se preocupan con lo que toman; no obstante los demás, los más simplones, de cierta manera ya se acostumbraron puramente a obtener lo que quieren gratis. Y eso tiene un nombre: ¡cleptomanía! -llegó a acentuar al final de su suposición. -Con todo, tengo entendido que la cleptomanía es un desorden de control impulsivo serio que termina por dejar en el individuo una sensación de culpabilidad. Y eso, por supuesto, es una cuestión muy seria, puesto que ese desgobierno le da a la persona la fama de criminal, aunque en su subconsciente él no quiera ser así -raciocinó con rostro severo. -Así pues, además de ser un horrendo acto penalizado en el séptimo mandamiento de la Santa Iglesia y el octavo de la Biblia, y mismo que los objetos robados tengan o no La Tierra Apocalíptica

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mucho valor, robar es una actividad que seguramente perjudicará el futuro existencial del individuo -concluyó de manera prudente. -Que sea, pero creo que es mejor que siga con lo mío -asentó conclusivo con un movimiento de cabeza, al dirigir nuevamente sus ojos al libro que tenía por delante. El primer lugar en el cual me detuve a investigar, por su propia obviedad -había registrado el cardenal en su texto-, fue el castillo-fortaleza de Fregenal, ya que esta construcción fuera encomendado a la Orden del Temple en el siglo XIII, fecha en la que aparecen las primeras referencias documentadas sobre el edificio. En realidad, el recinto dispone de siete torres, de las cuales sobresale la torre del Homenaje, sobre la que se edificó un campanario con reloj en el siglo XVIII. La Torre del Polvorín, la segunda en orden de importancia, dispone bajo los balcones del campanario de la iglesia, de un reloj. Al edificio se accede por una portada con arco ojival, construida en sillería, y sobre la misma se observa un escudo atribuido a los templarios y un matacán. Dentro de la fortaleza se encuentra la Plaza de Toros, construida en los años finales del siglo XVIII, y adosada a la misma la Iglesia de Santa María y la Casa Parroquial, en cuanto el Mercado de Abastos, ya es de comienzos del siglo XX.

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No en tanto -mencionaba el libro-, al no encontrar constancia o indicios de que en la referida fortaleza permanecía guardado el pergamino perdido, eso me llevó de rayano a pensar en dos hipótesis: que alguien lo hubiese trasladado para otra región con la intención de huir de la Inquisición, o que lo hubieran escondido en algún templo cuando la Orden del Temple fue desmantelada por el Papa. Pero mis dudas pronto se disiparon cuando pude detectar que a inicios del siglo XIV, por motivos que no tuve oportunidad de fundamentar, había residido entre las paredes de aquel castillo un diestro artesano que en su juventud fuera alumno Giovanni Pisano, un gran escultor italiano, pintor y arquitecto que había recibido su formación en el taller de su padre, el también famoso escultor Nicola Pisano. A lo que parece, este escultor sin nombre definido, por algún motivo peregrino gozaba de la simpatía y el aprecio de aquellos últimos templarios, quienes, además de proteger su vida, le demandaron que se dedicara a la labor de esculpir diversas imágenes de figuras santas; las que a posterior serían remitidas con destino a otras nuevas capillas. Como ya era de mi conocimiento de que por aquellas épocas se utilizaba el artificio de esconder secretos de manera disimulada dentro cámaras celadas existentes en La Tierra Apocalíptica

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las tallas sagradas que se fabricaban en Italia, eso me llevó a sospechar que era muy factible que este escultor conociese la maña del entallado y que algún fraile previsor le exigiese fabricar algo así, por lo que el pergamino terminó siendo introducido secretamente por el cauto frey dentro de la estructura de alguna de las obras que este escultor realizó. Por consiguiente, luego opté por seguir mi segunda conjetura, pasando entonces a dirigir mi atención a la Iglesia de Santa María de la Plaza, ya que ella era considerada la Iglesia Mayor de aquella población, y como la más antigua e importante, que demás está decir, aparece adosada al mencionado castillo. A este edificio se accede por una portada en forma de arco apuntado de estilo protogótico, y presenta una nave central rectangular con una capilla adosada por el lado de la epístola, conocida como capilla de la virgen del Rosario. Existe el retablo mayor, fechado en el siglo XVIII; y el conjunto tiene como imagen principal a la Virgen María. Sobresalen también por su interés artístico la escultura del Cristo de la Caridad, del siglo XVI, y la imagen de San José; y en el orden pictórico se destacan los lienzos de la Virgen de Guadalupe, del siglo XVII, situado en el coro, y los de San Antonio Abad y la Virgen Pastora, fechados en el siglo XVIII… No obstante, esta capilla fuera levantada La Tierra Apocalíptica

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a finales del siglo XIII y remodelada en el siglo XVII, no he encontrado registros en ella que indicasen que tallas de aquel castillo tuviesen sido un día enviadas de alguna forma para decorar estos altares. -¡Qué interesante! ¡Muy perspicaz! -balbuceó Paolo arqueando sus cejas, y por recodar que esos entalladores mencionados, junto con otros del calibre de Giovanni di Balduccio, quien también se convirtió en escultor famoso, y del arquitecto y escultor Agostino da Siena y el pintor Pietro Lorenzetti, habían contribuido con magníficas obras de la más alta calidad y con similares cámaras secretas, para enaltecer basílicas, catedrales y templos de Italia. -Sin embargo -agregó con algo de escepticismo-, no creo que lo que se menciona Masella sobre la Leyenda Negra de la Inquisición tuviese influencia directa sobre el acto de querer esconder el pergamino perdido dentro de una representación santa; pues tengo la clara impresión que la Inquisición española en las artes, sólo ocurrió a mediados del siglo XVI, coincidiendo de alguna manera con la persecución de los protestantes, ya que es cuando empiezan a aparecer en las plumas de varios intelectuales europeos protestantes, una imagen de la Inquisición que exagera sus rasgos negativos con fines propagandísticos. En ese momento, Paolo cruzó sus brazos y descansó durante un tiempo su mirada en la ventana, entregándose a La Tierra Apocalíptica

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cavilar que uno de los primeros en escribir acerca del mismo tema había sido el inglés John Foxe, quien dedicara un capítulo entero de su libro The Book of Martyrs a la Inquisición Española. -Además -murmuró en un susurro mustio-, otra de las fuentes de la Leyenda Negra de la Inquisición fue Sanctae Inquisitionis Hispanicae Artes, que fuera firmada con el seudónimo de Reginaldus Gonzalvus Montanus, ya que se menciona que ésta fuera probablemente escrita por dos frailes protestantes españoles exiliados, Casiodoro de Reina y Antonio del Corro -continuó a musitar en silencio, mientras sus ojos permanecían clavados en algún punto enigmático de la ventana. Como si algo le hubiese perturbado la concentración y los pensamientos, de repente Paolo empujó hacia atrás su silla, se levantó y, luego de cruzar sus manos en la espalda, se puso a caminar por la sala meditando sobre ese libro que llegó a tener un gran éxito y fuera traducido al inglés, francés, holandés, alemán y húngaro, y el cual había contribuido a cimentar la imagen negativa que en Europa se tenía de la Inquisición, donde holandeses e ingleses, rivales políticos de España, fomentaron también esta leyenda negra. -Inclusive -alcanzó a afirmar con voz inaudible-, otras fuentes de la Leyenda Negra proceden de la misma Italia, La Tierra Apocalíptica

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cuando ocurrieron los intentos del rey Fernando el Católico de exportar la Inquisición Española a Nápoles y con ello logró desencadenar varias revueltas, y aun en fechas tan tardías como 1547 y 1564, momentos en que acontecieron levantamientos antiespañoles cuando en la misma península itálica creyeron que iban a establecer la Inquisición. -Empero -subrayó a seguir con una fisonomía grave-, en Sicilia, donde sí se llegó a establecerse, hubo también varias revueltas contra la actividad del Santo Oficio, en 1511 y 1516; y no dejan de ser numerosos los autores italianos que en el siglo XVI se refieren con horror a las prácticas inquisitoriales. -Si mal no recuerdo -expresó con la frente fruncida-, creo que fue durante el siglo XVII que se realizaron varias representaciones de autos de fe, como el óleo de grandes proporciones pintado por Francisco Ricci, que representa el auto de fe celebrado en la Plaza Mayor de Madrid en 1680. Y junto a las obras del pintor Francisco de Goya, especialmente en los Caprichos, es que este tipo de iconografías logran subrayar, sobre todo, la solemnidad y espectacularidad de los autos de fe. -Elemental que con el paso de los años -continuó a ponderar en su cavilación-, la crítica a la Inquisición pasó a ser una constante entre los diversos intelectuales de la La Tierra Apocalíptica

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época. Pero la Inquisición española, o Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición -hizo cuestión de aclarar durante su análisis sintáctico que no valía de nada, pero que lo hizo sonreír-, fue una institución fundada oficialmente sólo en 1478 por los Reyes Católicos para mantener la ortodoxia católica en sus reinos, y la que tenía sus precedentes en instituciones similares ya existentes en Europa desde el siglo XII, especialmente en la que fuera fundada en Francia en el año 1184, aunque ésta estaba bajo el control directo de la monarquía. No obstante, ha quedado registrado que éste, como tribunal eclesiástico, sólo tenía competencia sobre los cristianos que eran bautizados; y, durante la mayor parte de su historia, sin embargo, al no existir en España ni en sus territorios dependientes la libertad de cultos, su jurisdicción se extendió en la práctica a la totalidad de los súbditos del rey de España. -Creo que lo mejor, es que asiente un tipo de promemoria específico sobre este punto -aquilató definitivo luego de concluir su pensamiento, y al momento que viraba sus talones y se encaminaba a tomar lugar en su mesa de trabajo. Dispuesto a redactar lo que recordaba específicamente sobre la actuación Tribunal del Santo Oficio en España, y mismo sabiendo que sus apuntes podrían ser censurados La Tierra Apocalíptica

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por el cardenal Ottaviani, el tan severo y a la vez tierno prefecto de la Congregación, empezó a escribir con firmeza de empeño: La institución inquisitorial no fue en verdad una creación española -hizo cuestión de colocar al inicio-. La primera inquisición, la episcopal, fuera creada por medio de la bula papal Ad abolendam, promulgada a finales del siglo XII por el papa Lucio III como un instrumento para combatir la herejía albigense en el sur de Francia. No en tanto, cincuenta años después, en 1231-1233, el papa Gregorio IX instauró mediante la bula Excommunicamus la que fue denominada de Inquisición Pontificia, y la cual terminó por establecerse en varios reinos cristianos europeos durante la Edad Media. Por ende, esta también se instauró en la Corona de Aragón, siendo su principal representante Raimundo de Peñafort. Pero con el tiempo, su importancia se fue diluyendo, y a mediados del siglo XV era una institución casi olvidada, aunque legalmente vigente. En aquel momento, los encargados de vigilar y castigar los delitos de fe cabían a los obispos. Sin embargo, durante la Edad Media, en Castilla se prestó poca atención a las herejías; y se puede afirmar que en esa región no hubo nunca tribunal de la Inquisición Pontificia.

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Como por esa época una gran parte de la península ibérica ya había sido dominada por los moros, las regiones del sur, especialmente los territorios del antiguo Reino nazarí de Granada tenían una gran población musulmana. Así pues, hasta el año 1492, Granada permaneció bajo dominio árabe, mientras que las grandes ciudades, en especial Sevilla y Valladolid, en Castilla, y Barcelona en la Corona de Aragón, tenían grandes poblaciones de judíos, que habitaban en las llamadas “juderías”. Puede manifestarse que durante la Edad Media -continuó a redactar Paolo con cierto entusiasmo-, se había producido una coexistencia relativamente pacífica, aunque no exenta de incidentes, entre los cristianos, judíos y musulmanes en los reinos peninsulares. Incluso, por aquel entonces había una larga tradición de servicio a la Corona de Aragón por parte de judíos, tanto es así, que el padre del rey Fernando, Don Juan II de Aragón, llegó a nombrar a Abiathar Crescas, un hombre de comprobado origen judío, como el astrónomo de la corte. Por su vez, otros judíos también llegaron a ocupar muchos puestos importantes, tanto religiosos como políticos. En Castilla, incluso, había un rabino no oficial, pero que era un judío practicante. Al colocar el punto final en la frase, entendió que era mejor parar de escribir, cuando realizó una pausa para La Tierra Apocalíptica

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poder releer lo escrito. Sintiéndose conforme con lo que vio, continuó a asentar en las hojas de su block, que no obstante a lo mencionado, a finales del siglo XIV ocurrió en algunos lugares de España una ola de violencia antijudía, que fue alentada por la predicación de Ferrán Martínez, el arcediano de Écija. Los pogromos que sucedieron fueron especialmente cruentos de junio de 1391, ya que en Sevilla fueron asesinados cientos de judíos, y se destruyó por completo la aljama, en cuanto que en otras ciudades, como Córdoba, Valencia y Barcelona, las víctimas fueron igualmente muy elevadas. Una de las consecuencias posteriores a los disturbios, fue la conversión masiva de judíos. Antes de esta fecha, los conversos eran escasos y apenas tenían relevancia social; pero desde el siglo XV puede hablarse de los judeoconversos, también llamados “cristianos nuevos”, como siendo un nuevo grupo social que era visto con recelo tanto por judíos como por cristianos. Sin embargo, lo que se vio, es que al convertirse, los judíos no solamente conseguían escapar a eventuales persecuciones, sino que incluso lograban acceder a numerosos oficios y puestos de trabajo que por entonces les estaban siendo prohibidos por normas de nuevo cuño, y las que aplicaban severas restricciones a los judíos. La Tierra Apocalíptica

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Puede decirse que no fueron pocos los conversos que alcanzaron una importante posición en los reinos hispanos del siglo XV; ya que entre los conversos estaban, entre muchos otros, los médicos Andrés Laguna y Francisco López Villalobos, el médico de la corte de Fernando el Católico; los escritores Juan del Enzina, Juan de Mena, Diego de Valera y Alfonso de Palencia y los banqueros Luis de Santángel y Gabriel Sánchez, quienes se ocuparon de financiar el viaje de Cristóbal Colón. Los conversos, no sin oposición -hizo cuestión de registrar Paolo a seguir- también llegaron a escalar puestos relevantes en la jerarquía eclesiástica, convirtiéndose a veces en severos detractores del judaísmo. Inclusive, algunos de ellos fueron ennoblecidos, llegando al punto que en el siglo XVI varios opúsculos pretendían demostrar que casi todos los nobles de España tenían ascendencia judía. A raíz de ello, surgió la revuelta de Pedro Sarmiento (Toledo, 1449) la que tuvo como principal elemento movilizador el recelo de los cristianos viejos hacia los cristianos nuevos, sustanciado en los estatutos de limpieza de sangre que se extendieron por multitud de instituciones, prohibiéndoles su acceso. -En verdad -murmuró Paolo al suspender nuevamente la escrita-, es que no existe unanimidad acerca de los motivos por los cuales los Reyes Católicos decidieron La Tierra Apocalíptica

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introducir en sus territorios la maquinaria inquisitorial; empero, es sabido que algunos eruditos investigadores han planteado varias posibles razones -alcanzó a deliberar con un asentimiento de cabeza. Una de las hipótesis posibles para la fundación de la Inquisición en España -asentó en el papel luego de tomar nuevamente el lápiz- fue el establecimiento de la unidad religiosa, puesto que el objetivo de los Reyes Católicos era la creación de una maquinaria estatal eficiente, y una de sus prioridades era lograr la unidad religiosa. Además, eso tenía la ventaja de que la Inquisición permitía a la monarquía intervenir activamente en asuntos religiosos sin la intermediación del Papa. La segunda suposición -anotó luego a continuación-, era para lograr debilitar la oposición política local a los Reyes Católicos. Ciertamente, muchos de aquellos que en la Corona de Aragón se resistieron a la implantación de la Inquisición lo hicieron invocando los fueros propios. Otra de las suposiciones que se han llegado a levantar -comenzó a escribir luego de haberse puesto a tamborilear con su lápiz en la mesa, una melodía que llegó a sonar voluble durante unos segundos-, era la de querer acabar con la poderosa minoría judeoconversa. Tanto es así, que en el reino de Aragón fueron procesados miembros de familias influyentes, como Santa Fe, Santángel, Caballería La Tierra Apocalíptica

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y Sánchez, entre muchos otros más. Aunque puede que esto se contradiga, sin embargo, con el hecho de que el propio rey Fernando continuase a querer contar en su administración con numerosos conversos. Otra de las conjeturas sobre ello -y no menos improbable, llegó a enunciar Paolo mentalmente en un silabear-, era el asunto de la financiación económica, puesto que una de las primeras medidas que se tomaban con los procesados era la confiscación de sus bienes, lo que indica, por consecuencia, que no se descartarte en todo o en parte esta posibilidad. -En todo caso, pienso que no puedo dejar de detallar como fue que se creó la actividad de la Inquisición en aquellas tierras -formuló pensativo, ya que se sentía entusiasmado en redactar de alguna manera lo que sabía y consideraba relevante. Nuevamente se acomodó el lápiz entre sus dedos, y comenzó: Más bien, todo comenzó por ajustarse cuando el fray dominico sevillano Alonso de Hojeda logró convencer a la reina Isabel, durante su estancia en Sevilla entre 1477 y 1478, de la presencia de prácticas judaizantes entre los conversos andaluces. No en tanto, un informe posterior, remitido a solicitud de los soberanos por Pedro González de Mendoza, el arzobispo de Sevilla, y por el dominico Tomás de Torquemada, se llegó a corroborar este aserto. La Tierra Apocalíptica

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Por consiguiente, para lograr descubrir, localizar y acabar con los falsos conversos, los Reyes Católicos decidieron que el mejor camino para lograrlo era que se introdujera la Inquisición en los territorios de Castilla, cuando entonces requirieron al Papa su consentimiento. Para el beneplácito de los reyes -continuó a registrar un frenético Paolo en su block-, el 1 de noviembre de 1478 el papa Sixto IV promulgaba la bula Exigit sinceras devotionis affectus, por la que quedaba constituida la Inquisición para la Corona de Castilla, donde se definía que el nombramiento de los inquisidores era competencia exclusiva de los monarcas. Sin embargo, es sabido que los primeros inquisidores, Miguel de Morillo y Juan de San Martín, no fueron nombrados hasta dos años después, en septiembre de 1480, en Medina del Campo. Por tanto, en un principio, la actividad de la Inquisición se limitó a las diócesis de Sevilla y Córdoba, donde Alonso de Hojeda había detectado el foco de conversos judaizantes. En consecuencia, el primer auto de fe se celebró en Sevilla el 6 de febrero de 1481, cuando fueron quemadas vivas seis personas. Dicho sermón lo pronunció el mismo Alonso de Hojeda, de cuyos desvelos había nacido la Inquisición. Desde entonces, la presencia de la Inquisición en la Corona de Castilla se incrementó rápidamente, y para La Tierra Apocalíptica

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1492 existían tribunales en ocho ciudades castellanas: Ávila, Córdoba, Jaén, Medina del Campo, Segovia, Sigüenza, Toledo y Valladolid. Empero, el deseo de establecer la nueva Inquisición en los territorios de la Corona de Aragón resultó ser un poco más problemático -buscó aclarar Paolo-. En realidad, es que el rey Fernando el Católico no recurrió a nuevos nombramientos, sino que resucitó la antigua Inquisición Pontificia, tomando el cuidado de someterla a su control directo. Pero como era de esperar, la población de estos territorios se mostró reacia a las actuaciones de la Inquisición. Además, las diferencias y desajustes de Fernando con el papa Sixto IV hicieron que éste último promulgase una nueva bula por la cual prohibía categóricamente que la Inquisición se extendiese a Aragón. Así pues, en la referida bula, el Papa reprobaba sin ambages la labor del tribunal inquisitorial, afirmando que: “Muchos verdaderos y fieles cristianos, por culpa del testimonio de enemigos, rivales, esclavos y otras personas bajas y aún menos apropiadas, sin pruebas de ninguna clase, han sido encerradas en prisiones seculares, torturadas y condenadas como herejes relapsos, privadas de sus bienes y La Tierra Apocalíptica

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propiedades, y entregadas al brazo secular para ser ejecutadas, con peligro de sus almas, dando un ejemplo pernicioso y causando escándalo a muchos”. Sin embargo -secundó a escribir Paolo en un frenesí inaudito-, las presiones del monarca aragonés hicieron que el Papa terminara suspendiendo su más reciente bula, e incluso que promulgara otra el 17 de octubre de 1483, nombrando al penitente Torquemada como el inquisidor general de Aragón, Valencia y Cataluña. Con ello, la Inquisición se convertía en la única institución con autoridad en todos los reinos de la monarquía hispánica, y en un útil mecanismo para servir en todos ellos a los intereses de la corona. No obstante, los habitantes de las ciudades de Aragón continuaron a oponer resistencia, e incluso hubo conatos de sublevación, como en Teruel en 1484–85. Sin embargo, el asesinato en Zaragoza del inquisidor Pedro Arbués, el 15 de septiembre de 1485, hizo que la opinión pública diese un vuelco en contra de los conversos y a favor de la Inquisición. En todo caso, se sabe que en el territorio de Aragón, los tribunales inquisitoriales no hicieron más que cebarse especialmente con miembros de la poderosa minoría conversa, acabando con su influencia en la administración aragonesa. La Tierra Apocalíptica

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Como consecuencia, entre los años 1480 y 1530, la actividad de la Inquisición, aunque las fuentes discrepan en cuanto al número de procesos y de ejecuciones que tuvieron lugar en esos años -hizo cuestión de hacer constar Paolo en su relato-, se desarrolló un período de intensa actividad. Henry Kamen, el historiador británico, que es uno de los profesores del Consejo de Investigación Científica en Barcelona, se arriesga a mencionar una cifra aproximada, basada exclusivamente en la documentación de los actos de fe, apuntando 2.000 personas ejecutadas. De ellos, la inmensa mayoría eran conversos de origen judío. -En todo caso -alcanzó a murmurar Paolo para sí con dubitación si lo registraba o no-, yo particularmente pienso que esa cifra es muy pequeña si se lleva en cuenta lo ocurrido con la expulsión de los judíos y la persecución de los judeoconversos -musitó, mientras colocaba las manos detrás de su nuca y se tomaba un descanso. En ese justo momento pensó en continuar leyendo los manuscritos del cardenal y cumplir de cierto modo con su obligación, pero le parecía que el contenido que estaba desarrollando merecía otras consideraciones adicionales y puntuales, puesto que sólo a través de ellos se podría comprender mejor el supuesto por qué de la Inquisición

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española y el comportamiento de todos aquellos que eran contra su siniestra actividad. -Posiblemente todo esto que estoy escribiendo ahora no tenga nada que ver con la investigación que me fue confiada -caviló por un segundo-, pero puede que ello también me permita comprender mejor cual era la conducta y el estilo de quienes habían encontrado el pergamino en aquel entonces. -¿Imaginémonos -se auto preguntó de inmediato-, quién, en su sano juicio, siendo un fervoroso creyente de la doctrina católica ortodoxa de aquella época, le gustaría arriesgar su piel gratuitamente, al punto de confiar cualquier documento en su poder a alguien que no fuera de su hermandad? -Sí, porque todo me lleva a creer -raciocinó sin indulgencia-, que todos esos aguerridos y santos caballeros creyentes y cenobitas del Temple, que se encargaron de ir pasando sigilosamente el pergamino de mano en mano, no confiaban nada en los fanáticos religiosos beligerantes y oportunistas que comandaban la Iglesia desde el Vaticano -puntualizó con convencimiento. -Y ni que hablar de los que hacían parte de las Cortes -enmendó de ceño fruncido.

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-Pero, ¿no será que el cardenal Masella dejó pasar por alto esta evaluación de ex profeso? -Una interpelación que terminó por aquilatar a su análisis. -¿O será que soy yo, quien ahora está viendo sombras donde no las hay, y con ello cometiendo un grosero tropiezo en mi razonamiento? -murmuró con voz que sonó ronca. -Sin embargo, al leer de corrido el contenido de estos prolijos manuscritos que elaboró el camarlengo Masella, todo me induce a especular con convicción, que quienes se encargaron de ocultar sucesivamente el pellejo perdido, desaprobaban las órdenes pancistas de Roma y de todos aquellos poderoso que de una manera u otra le hacían la corte a los pontífices para beneficio propio. A partir de su última presunción, Paolo permaneció silente por algunos minutos, recostado en su silla y con la mente desperdigada entre cavilaciones profanas. Para ser más correcto en el detalle, su rostro exteriorizaba una carátula de exculpación que lo alejaba cada vez más de sus obligaciones.

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9 Los Perseguidos -¡Hola, mi amigo! Necesito conversar un poco contigo -le llegó a exhortar Paolo con cierta exaltación en la voz, cuando se encontró frente al padre Agustoni. -¿Ahora, Paolo? -aclaró el secretario, pensando que tal vez que el asunto no fuese motivo de sorpresa. -No, ya no… ¿Pero me gustaría saber si tú tienes un poco de tiempo libre después que formalicemos nuestras preces de fin de tarde? -le preguntó a seguir, mientras revelaba la apariencia de un rostro abatido. La Tierra Apocalíptica

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Por la modulación de voz que el joven sacerdote había utilizado para exponer la pregunta, a Agustoni le pareció que la desconfianza de Paolo se había convertido como en una especie de miedo. Puede que no sea miedo… Más bien una aprensión, o se trate de teorías que no están al servicio de los hechos -dedujo silencioso sin apartar su mirada. -Está bien, creo que podemos reunirnos más tarde en mi apartamento -asintió con voz afable mientras continuaba a ordenar con celeridad los diversos papeles y cartapacios que estaban desparramados sobre su mesa-. Pero cuando nos juntemos -buscó avisar-, no debemos caer en la tentación de un “dices-tú-diré-yo”. -¿Cómo, así? -Sí, me refiero a que evitemos entrar en un “yo afirmo, tú niegas, yo protesto, tú contestas”, ya que eso acabaría suministrando un pésimo resultado. -Concuerdo, Agustoni -llegó a admitir Paolo, evitando sonreír-, ya que nunca sabe cuándo una palabra llega a ser mal interpretada, si tendrá como desastrosa consecuencia echar a perder la más sutil y la más trabajada de las dialécticas de persuasión -explicó serio. -¿Qué tal si tú te vienes conmigo? -quiso proponer el secretario, en cuanto buscaba descubrir algún síntoma de la tribulación en la faz del joven sacerdote. La Tierra Apocalíptica

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-Pienso, que a no ser que mañana por la mañana tú tengas algún compromiso lejos de aquí, bien puedes dejar tu coche aparcado en la Congregación, y volver conmigo mañana -le sugirió éste ante la indecisión de Paolo. -Por mí, está bien… Acepto la idea -terminó por concordar segundos después el esquivo visitante, pero con una voz que llegó a sonar sin entusiasmo. ¿Qué bicho lo habrá picado? -alcanzó a presumir el secretario, curioso por saber lo que habría sucedido. Pero concluyó que era mejor no preguntar nada y esperar a que ambos estuviesen solos en el coche, momento en que buscaría descubrir cuáles eran las fantasías que daban vuelta en aquella cabeza. -Bien que tú podrías darme una mano para poder salir de aquí lo cuanto antes -le exhortó, mientras estiraba su brazo derecho para entregarle media docena de carpetas, orientándolo para que las colocara en el archivo. En esa estuvieron hasta que se marcharon, y salvo el intercambio de no más de una docena de palabras entre ellos, ambos sacerdotes mantuvieron silencio hasta que Agustoni salió con su coche del estacionamiento y se introdujo en el desordenado y caótico tránsito de un frio fin de tarde romano.

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-Bueno, pienso que ya puedes contarme sin recelos lo qué te aqueja y preocupa, Paolo -propuso finalmente el secretario sin apartar su vista del complicado tránsito. Poco a poco su acompañante le fue exponiendo con serenidad todas aquellas interrogantes que habían logrado confundir su mente; hasta llegar al punto en que hizo una asociación apócrifa de los judíos que fueron exterminados durante aquella época en España, con los de la reciente Segunda Guerra Mundial, no por el monto y sí por el mérito. -¡No, Paolo! Yo pienso que no -le retrucó Agustoni al momento-. Aunque es sabido que los judíos que por aquel tiempo continuaban practicando su religión, así como los de ahora, no fueron objeto de persecución por parte del Santo Oficio o nuestra Iglesia; no obstante deba reconocer que por aquella época se recelaba de ellos porque se creía que incitaban a los conversos a judaizar, lo que desembocó en el proceso del Santo Niño de La Guardia en 1491, momento triste en que fueron condenados a la hoguera dos judíos y seis conversos por un supuesto crimen ritual de carácter blasfemo. -Eso lo entiendo, Agustoni -le replicó su acompañante junto con un asentimiento de cabeza-, ya que en un principio no fue así, pues en marzo de 1492, apenas tres meses después de la conquista del reino nazarí de La Tierra Apocalíptica

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Granada, los Reyes Católicos terminaron por promulgar el Decreto de la Alhambra que trataba sobre la expulsión de los judíos de todos sus reinos. El aquel momento -acentuóse daba a los súbditos judíos un plazo hasta el 31 de julio de ese mismo año para elegir entre aceptar el bautismo o entonces abandonar definitivamente el país; aunque si así lo deseaban, les permitían que se llevasen todas sus propiedades, siempre y cuando estas no fueran en oro, plata o dinero -recalcó con voz más grave. -Bueno, pero la razón dada para justificar esa mesura en el preámbulo del edicto que mencionasteis -argumentó el secretario, siempre atento al tránsito-, era el temor de la “recaída” de muchos conversos debido a la proximidad de judíos no conversos que pretendían seducirlos, ya que mantenían en ellos el conocimiento y la práctica del judaísmo. Sin embargo -añadió mirando rápidamente a su acompañante de reojo-, pronto dio las cara ante el rey una delegación de judíos encabezada por Isaac Abravanel, que ofrecía una alta compensación económica a los Reyes a cambio de la revocación del edicto. Aunque según se cuenta, los Reyes sólo rechazaron la oferta por causa de las presiones del inquisidor general, quien irrumpió en la sala en el momento de la reunión y arrojó treinta monedas de plata sobre la mesa, preguntando cuál sería esta vez el precio por el que Jesús iba a ser vendido a los judíos. La Tierra Apocalíptica

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-En todo caso, y al margen de la veracidad de esta anécdota, no hay como negar que la idea de la expulsión procedió del entorno de la Inquisición -recalcó Paolo, que buscaba mantenerse exento del barullo de las estrepitosas bocinas de los coches que circulaban por la avenida. -Sí, pero tú debes tener en cuenta que la cifra de los judíos que salieron de España no se conoce, ni siquiera con aproximación -hizo cuestión de destacar Agustoni usando una voz suave. -Empero y como sea -resaltó a seguir con un acento que llegó a resonar grave-, hasta hoy nos vemos frente a las elevadísimas cifras que los historiadores de la época mencionan, tanto que Juan de Mariana habla de 800.000 personas, e Isaac Abravanel de 300.000. Sin embargo -ponderó disparándole una ligera mirada-, cuando nos apoyarnos en otras estimaciones más actuales, vemos como se reduce significativamente esa cifra, ya que Henry Kamen estima que, de una población que se aproximaba a los 80.000 judíos, cerca de la mitad de ellos, o sea unos 40.000, habrían optado entonces por la emigración. -Tengo entendido que los judíos españoles llegaron a emigrar principalmente a Portugal, de donde volverían a ser echados años después, en 1497, y a Marruecos. Aunque más adelante, los sefardíes que eran descendientes de los judíos de España, llegaron a establecer florecientes La Tierra Apocalíptica

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comunidades en muchas de las ciudades de Europa, como Ámsterdam, y hasta en el Norte de África, y, sobre todo, en el Imperio otomano. -Sí, obviamente, Paolo. No hay como negar que esa fuera una gran ola emigración que alcanzó a varios países europeos en un principio y a los demás después. Pero por otro lado, todos aquellos que optaron por quedarse en España pasaron a engrosar el grupo de conversos que fueron el objetivo predilecto de la Inquisición -le informó con una mirada adusta y una sonrisa límpida en los labios. -En verdad, ese destierro, -agregó al instante-, ocurrió más que nada porque todo judío que desease permanecer en el reino debería ser bautizado. Empero, si optaba en quedarse y el individuo continuaba a practicar la religión judía, era susceptible de ser denunciado. Lo que, visto por otro ángulo, Paolo, ya que en el lapso de tres meses se llegaron a producir numerosísimas conversiones…, algo así en torno de unas 40.000, si es que se acepta la cifra de Kamen, es de suponerse con lógica que gran parte de ellas no fueron sinceras, sino que obedecían únicamente a la necesidad de evitar el decreto de expulsión. -Concuerdo con tu exposición -asintió Paolo. -Óptimo -le agradeció-. Pero lo que en suma tenemos aquí, mi amigo, es que el período de más intensa persecución de los judeoconversos duró hasta 1530; La Tierra Apocalíptica

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aunque igualmente y en otros términos, se extendió desde 1531 hasta 1560 -fue explicando Agustoni con celeridad y sin tirar los ojos del parabrisas-. Sin embargo, se sabe que el porcentaje de casos de judeoconversos en los procesos inquisitoriales bajó muy significativamente, hasta llegar a ser sólo el 3% del total. -Pero tú también debes llevar en consideración que más tarde hubo un rebrote de las persecuciones -increpó Paolo con una mirada cerrada-, cuando se descubrió un grupo de judaizantes en 1588, en Quintanar de la Orden, y que durante la última década del siglo XVI volvieron a aumentar las denuncias. -Bueno, eso más bien se debió que a comienzos del siglo XVII empezaron a retornar a España algunos de los judeoconversos que se habían instalado en Portugal -le advirtió al minuto-. Es que ellos volvían a huir de las persecuciones que estaba realizando en el país vecino la Inquisición portuguesa que fuera fundada en 1532. Y por consecuencia, esto resulta en un rápido aumento de los procesos a judaizantes, de los que fueron víctimas varios prestigiosos financieros de España. Y muchos años más adelante, en 1691, cuando durante la realización de varios autos de fe, terminaron por ser quemados en Mallorca 36 chuetas o judeoconversos mallorquines. -Pero ya se vivía una otra época -alegó Paolo. La Tierra Apocalíptica

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-Por lo que sea, amigo mío. No discrepo -convino el secretario-. Pero lo que sabemos, es que décadas después las persecuciones fueron disminuyeron considerablemente. Tanto, que a lo largo del siglo XVIII ya se había logrado reducir significativamente el número de judeoconversos acusados por la Inquisición. Creo que el último proceso que fue establecido a un judaizante, fue el de Manuel Santiago Vivar, que tuvo lugar en Córdoba en 1818. Con esa última divulgación hermenéutica anunciada por Agustoni, el silencio los acometió, con lo que dieron por terminada la conversación sobre la cuestión a la que se habían entregado a rivalizar durante el recorrido. Ambos sacerdotes permanecieron mudos mientras el coche se aproximaba del aparcamiento del edificio. No en tanto, luego que uno y otro terminó de cumplir con sus similares obligaciones litúrgicas de fin de tarde, Paolo revolvió no demorarse con otras cosas, prefiriendo encaminar lo cuanto antes sus pasos al apartamento de su semejante, con el propósito de continuar desarrollando allí una mansa charla escolástica que de alguna forma le permitiese menguar un poco su aflicción. Estaba consiente que había permitido, aunque fuese involuntariamente, que su mente transitase por caminos que de alguna forma lo condujeron a la construcción de

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una sentencia equivocada y, por qué no, al incumplimiento de su voto eclesial. Como hacía pocos minutos que él había estado rogado de rodillas juntas a Dios para que éste le perdonase su inconsecuente tropiezo, suplicándole una vez más que lo apartase de tentaciones que lo hiciesen caer nuevamente en ese maligno vicio, cuando finalmente se aproximó a la residencia de Agustoni, su rostro estaba recompuesto y su aspecto exhalaba nuevamente un aurea de tranquilidad y paz interior. -Sentémonos aquí -le indicó su amigo y confesor con una mirada austera, así que Paolo entró en la sala. -Gracias -le contestó sin llegar a sentarse. -¿Qué te parece si nosotros nos tomamos una copa de vino mientras conversamos? -le propuso Agustoni a seguir, consciente de que su oferta no estaba violando cualquier norma, y al ver a Paolo parado a unos pocos pasos de sí, esperando, como si fuese un colegial, el reconocimiento de los adultos. -No, gracias -le respondió Paolo, tímido-. Pero quizás, si tú tienes un poco de agua mineral, acepto -propuso con voz indulgente. -¿Por acaso tú recuerdas cómo era el funcionamiento de la Inquisición en España? -llegó a preguntar el anfitrión

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de modo fortuito antes de retirarse a buscar una botella de Fiuggi y dos vasos. Pero Paolo no le respondió. Se quedó cavilando en silencio hasta que el secretario retornó a la habitación, y sólo entonces, con ojos iluminados, dejó escapar un: -¡Nada mal! -palabras que articuló con sorpresa al percibir la etiqueta de la botella. -Y mismo que esa marca sea un poco más cara que las otras aguas gaseosas -le comentó con agrado-, ha quedado comprobado que esa empresa llega a producir un agua oligomineral embotellada en vidrio, que es extraída de los manantiales de Roma… -Tal vez por ello sea la elegida del Vaticano -reveló al fruncir el ceño ante el silencio del absorto secretario. -Bueno, sí, a mí me cae muy sabrosa -indicó Agustoni-; aunque igualmente se comenta que esta agua ayuda a disolver los cálculos renales -añadió como quien habla con propiedad. -Bien que ella podría servir para eliminar los otros tipos de piedras que algunos han puesto en los caminos de la Curia -llegó a insinuar Paolo con una voz que sonó a sarcasmo. -¿Pero qué me dices tú de mi pregunta anterior? -halló por bien preguntar Agustoni, disimulando el comentario punzante de su visitante. La Tierra Apocalíptica

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-¡Ah, sí! -respondió Paolo al instante-. Creo que lo que todos debemos tener en cuenta, en primer lugar, es que la Inquisición no funcionó en modo alguno de forma arbitraria, sino más bien contemplando que ella actuaba conforme al derecho canónico. Pues sus procedimientos se explicitaban en las llamadas Instrucciones, las cuales fueron elaboradas y procesadas por los sucesivos inquisidores generales hasta llegar a Torquemada, Deza y Valdés. -Déjame recordarte algo Paolo, pues cuando yo te pregunté cómo era su funcionamiento, me refería más bien a que existía todo un ritual en el sumario de la causa. -¿Por acaso te refieres a eso de: acusación, detención, proceso, sentencia y otros etcéteras? -Exactamente, pues cuando la Inquisición llegaba a una determinada ciudad, su primer paso era el “edicto de gracia”. Y ocurría que tras la misa del domingo, cuando el inquisidor procedía a leer el edicto y se explicaban las posibles herejías, animaba con ello a todos los feligreses a que acudieran a los tribunales de la Inquisición para descargar sus conciencias. Y a eso se le denominaba “edictos de gracia”, ya que a todos los auto inculpados que se presentasen ante ellos dentro de lo que llamaban un “período de gracia”, que era de aproximadamente un mes, se les ofrecía la posibilidad de reconciliarse con la Iglesia La Tierra Apocalíptica

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sin castigos severos -le fue mencionando Agustoni sin pausa-. Claro que la promesa de benevolencia resultaba eficaz, y fueron cuantiosos los que se presentaron voluntariamente ante la Inquisición. -Pero -le resaltó, esta vez con un tono de voz más grave-, la autoinculpación no era suficiente, pues también era necesario acusar a todos los cómplices, con lo cual has de suponer, que la Inquisición pasó a contar con una inagotable provisión de informantes. No en tanto, con el tiempo, los “edictos de gracia” fueron sustituidos por los llamados “edictos de fe”, que fue cuando se suprimió la posibilidad de una reconciliación voluntaria. -Aunque en un principio -enmendó Paolo después de mantenerse extático durante la explanación, justo cuando su anfitrión se daba una pausa para tomar un poco de agua-, era consabido que las delaciones eran anónimas, y el acusado no tenía ninguna posibilidad de conocer la identidad de sus acusadores. -Sí, y por supuesto que ése era uno de los puntos más criticados por los que se oponían a la Inquisición, como por ejemplo ocurrió en las Cortes de Castilla en 1518. No hay duda de que en la práctica, eran muy frecuentes las denuncias falsas sólo para satisfacer envidias o rencores personales; y que muchas de las denuncias resultaron ser por motivos absolutamente nimios. No te olvides, Paolo, La Tierra Apocalíptica

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que la Inquisición estimulaba el miedo y la desconfianza entre vecinos, e incluso no eran raro que surgieran las denuncias entre familiares. -Pues eso es justamente lo que a mí más me angustia, mi amigo… -¡Oh! No. Eso no debe causarte desasosiego, Paolo -le aconsejó el secretario con voz paternal, pretendiendo con sus palabras interrumpir la aflicción del visitante-. Piensa que eran otros tiempos, otros hombres, otra Iglesia -llegó a ponderar con una cierta condescendencia. -¿Y qué me dices de la detención?

-Pues que, tras la realización de la denuncia -inició explicando Agustoni-, una vez que se daba inicio al proceso, cada caso necesitaba ser examinado por los llamados “calificadores”, a quienes les cabía la tarea de determinar si en realidad había sucedido herejía. Sólo a continuación es que se procedía a detener al reo. Pero bien sabes que en la práctica, sin embargo, resultaron ser numerosas las detenciones llamadas preventivas; y más aún de que se llegaron a dar situaciones de detenidos que esperaron hasta dos años en prisión antes de que los “calificadores” examinasen su caso. -¡Sí! Y también sé, que junto con esa detención, preventiva o no del acusado, la Inquisición le aplicaba el inmediato secuestro preventivo de sus bienes. La Tierra Apocalíptica

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-Bueno, pero eso solía suceder, porque en principio se había establecido que los bienes del detenido deberían ser utilizados para pagar, además de los gastos de su propio mantenimiento, las demás expensas procesales; aunque con tal práctica, muy a menudo los familiares del acusado quedaban en la más absoluta de las miserias. -Creo que fue sólo en 1561 que se llegó a dictar instrucciones para remediar esta situación -profirió Paolo, que permanecía atento al relato y de vez en cuando asentía con el movimiento universal de cabeza, y al momento que estiraba una de sus manos para coger el vaso de agua. -Todo el procedimiento -prosiguió narrando Agustoniera llevado en el secreto más absoluto, tanto para el público en general como para el propio reo, que tampoco era informado de cuáles eran las acusaciones que pesaban sobre él. Por tanto, este podía pasar meses, o incluso años, sin que se le informara acerca del por qué lo mantenían encerrado. Y mientras el preso permanecía aislado, y durante el tiempo que duraba su prisión, tampoco se le permitía acceder a la misa ni a los sacramentos. -Lo que no hay como negar que era un proceder muy radical -llegó a criticar Paolo-. Sin embargo, tampoco se puede omitir que los calabozos de la Inquisición no eran peores ni mejores que los de la justicia ordinaria. E incluso de que hay ciertos testimonios que afirman que sólo en La Tierra Apocalíptica

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ocasiones eran bastante mejores, y de que algunos de los detenidos morían en prisión, como era frecuente en la época. -Buen punto, Paolo -confirmó el secretario-. En todo caso, retomando otra vez el hilo del tema, el siguiente paso concernía al proceso inquisitorial; el que en realidad se componía de una serie de audiencias en las cuales declaraban tanto los denunciantes como el acusado. Además, es verdad que también se le asignaba al acusado un abogado defensor que era miembro del tribunal, si bien su función era prácticamente imaginaria, pues únicamente asesoraba al acusado y lo animaba a decir la verdad. No en tanto, la acusación era dirigida por el procurador fiscal, y los interrogatorios al acusado se realizaban en presencia del notario del secreto, que anotaba minuciosamente las palabras del reo. -Justo -exclamó el visitante-, y no es por menos que los archivos de la Inquisición, cuando comparados en relación con los de otros sistemas judiciales de la época, estos llegan a llamar la atención por lo completo y voluminoso de su documentación. -No tengo duda alguna cuanto a ello y el contenido de los legajos, Paolo, pues para defenderse, el acusado tenía dos posibilidades: los “abonos”, o sea, encontrar testigos

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favorables; o las “tachas”, que consistía en demostrar que los testigos de la acusación no eran fiables. -Pero para mí, lo nefasto del procedimiento como un todo, es que para interrogar a los reos, la Inquisición hizo uso de la tortura, aunque no de una forma sistemática. -En realidad, Paolo, ella se aplicó sobre todo contra los sospechosos de judaísmo y protestantismo, y más bien a partir del siglo XVI. Nada más por ponerte un ejemplo -ideó el secretario-, el historiador Lea estima que entre 1575 y 1610 fueron torturados en el tribunal de Toledo aproximadamente un tercio de los encausados por herejía. -Empero, se sabe que en otros períodos esa proporción varió notablemente -agregó Paolo enarcando la frente. -Yo opino que la tortura era qué como considerada un medio de obtener la confesión del reo, y no como un castigo propiamente dicho. Claro que también se aplicaba sin distinción de sexo ni edad, incluyendo tanto a niños mayores de 14 años como a ancianos -reconoció Agustoni. -Ese es un otro punto que me causa lástima, pues ellos bien que podrían haberse ahorrado algo del suplicio que era causado durante la aplicación de los procedimientos de tortura, pues es sabido que los artefactos de martirio que más les gustaba emplear a la gente de la Inquisición, fueron la “garrucha”, la “toca” y el “potro”. La Tierra Apocalíptica

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-En verdad, en eso estoy contigo, mismo que ahora esto nos parezca algo espantoso y nos apene más, por saber que aún hay gente de varios países que se esmeran en continuar a aplicar algún tipo de martirio en aquellos que están en contra de sus Gobiernos o de la ley. Pero en aquel tiempo, Paolo, era usual su uso, y el suplicio de la garrucha consistía en colgar al reo del techo con una polea con pesos atados a los tobillos, e ir izándolo lentamente para soltarlo de repente, con lo cual brazos y piernas sufrían violentos tirones y en ocasiones estos se dislocaban. Aparte de afirmarte que ese también era un procedimiento muy similar a los que utilizaban los capitanes de los navíos para castigar a los marineros ladrones e insurrectos. -No deja de ser una gran verdad lo que tú mencionas, Agustoni, y ello me aflige y me causa incertidumbre al ver como la humanidad no ha avanzado casi nada en eso de no generar dolor a sus semejantes. -Pero tú puedes dominar un poco esa aflicción que tanto abominas, si tienes en cuenta que ese tipo de proceder es un mal innato del propio ser humano, que se comporta peor que un animal irracional cuando se le antoja forjar el máximo de dolor posible a su semejante -le aconsejó el secretario-. Pero volviendo al tema, ya que nunca encontraremos una solución para este mal de la La Tierra Apocalíptica

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humanidad, mi amigo, te diré que el uso de la toca, o también algunas veces citada como “tortura del agua”, consistía en introducir una prenda o un paño en la boca a la víctima para obligarla a ingerir el agua que era vertida desde un jarro a fin de que el reo tuviera la impresión de que se ahogaba. No obstante, el potro era el instrumento de tortura que ellos más utilizaban. -Pero en fin -anunció Agustoni con acento de fastidio luego de cerrar los ojos y masajearse los párpados con suavidad, al sentir una pequeña puntada de dolor en las sienes-, pues una vez concluido todo el proceso -agregó-, los inquisidores se reunían con un representante del obispo y con los llamados “consultores”, que era un grupo de hombres expertos en teología o en derecho canónico en lo que se llamaba “consulta de fe”. Así pues, se votaba el caso en cuestión y se emitía la sentencia, que debía ser unánime. En todo caso, si existían discrepancias, era necesario remitir el informe a la Suprema. -¿Quieres que dejemos este diálogo para una otra oportunidad? -le insinuó Paolo, luego de haberlo visto friccionar los ojos-. ¿Te sientes cansado? -No, estoy bien, Paolo. Es un ligero dolor de cabeza -le participó el secretario de manera apática-. Es que en realidad -corrigió-, a mí también me angustia bastante ese tipo de conducta humana; pero tú comprenderás que no La Tierra Apocalíptica

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cabe a nosotros juzgar los actos y las sentencias de nuestros pares; y sí perdonarlos. El joven sacerdote lo miró con desazón, ya que él también concordaba con el veredicto mencionado. Y como que deseando suavizar el tema, emitió una alegación correlativa diciendo: -En todo caso, al presentarse el resultado final del proceso, el acusado podía llegar a ser absuelto. Aunque en verdad esas absoluciones fueron en la práctica muy escasas. -Más bien, yo te diría que en determinados casos, el proceso podía llegar a ser “suspendido”, con lo que en la práctica el acusado quedaba por así decir, libre, aunque continuase bajo sospecha y con la amenaza de que su proceso se retomase en cualquier momento -lo corrigió Agustoni-. En verdad, la suspensión no era más que una forma de absolver a alguien sin tener que admitir expresamente que la acusación había sido errónea. -Asimismo, lo que era más común por esa época, era el acusado llegar a ser “penitenciado” -increpó Paolo con ojos desmesurados-. Por eso que en el caso de llegar a ser considerado culpable, entonces debía abjurar públicamente de sus delitos, que podía ser de levi si era un delito menor, o de vehementis si el delito era más grave, además, claro está, de ser condenado a un castigo. La Tierra Apocalíptica

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-Bueno, sí, concuerdo; pero en todo caso, si ocurría la condena, los apenados podían correr el riesgo de ser varados, pues entre los castigos que se otorgaban se encontraba el sambenito, o sea un destierro que podía ser temporal o hasta perpetuo, o la aplicación de multas variadas, e incluso, en casos considerados gravísimos, la condena a galeras. -No sé cuál de todas ellas podría llegar doler más en el alma del sentenciado, o capaz aun de infringirle un mayor daño físico -comentó Paolo antes de llevarse el vaso de agua a la boca. -Sí, no lo dudo, Paolo, pero ten en cuenta que también el acusado podía llegar a ser “reconciliado”. Que por lo demás, aparte de la ceremonia pública en la que el procesado se reconciliaba con la Iglesia Católica, le podían aplicar penas más severas, encontrándose entre ellas largas condenas de cárcel o galeras, y la confiscación de todos sus bienes; de la misma manera que existían los castigos físicos, como los azotes. -No sé, Agustoni… Para mí, considero que el castigo más grave dado a un sentenciado, era con relación a la “relajación” al brazo secular, por lo que si quedaba confirmado, implicaba en su muerte en la hoguera. Pero creo que este castigo lo recibían los herejes impenitentes y los “relapsos”. La Tierra Apocalíptica

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-Además, de que su ejecución era realizada en plaza pública -le ilustró el secretario en un nuevo acote. -Sí, claro, eso también. No en tanto, si el condenado llegaba a mostrar su arrepentimiento, de alguna manera ellos le aminoraban en algo su sufrimiento. Pero me duele creer que primero lo estrangulaban mediante el Garrote vil antes de entregar su cuerpo a las llamas…. Si no, resultaba peor, porque el individuo terminaba siendo quemado vivo. -Tú bien sabes que fueron frecuentes los casos en los que, tanto por haber sido juzgados in absentia, o bien por haber fallecido antes de que terminase el proceso, algunos de los condenados llegaron a ser quemados en efigie. -Lo que sin duda le ahorraba todo el tormento -insinuó Paolo con un leve mohín de pena-. De todos modos, no recuerdo donde lo leí, pero sé que la distribución de las penalidades varió mucho a lo largo del tiempo, Agustoni. Y según lo mencionan algunos historiadores, las condenas a muerte fueron frecuentes sobre todo en la primera etapa de la historia de la Inquisición; no obstante conforme lo apunta García Cárcel, el tribunal de Valencia llegase a condenar a muerte antes de 1530, al 40% de los procesados, pero después ese porcentaje bajó hasta el 3%.

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-¿Y qué me dices sobre “los autos de fe”? -llegó a sondear el anfitrión con resolución en la voz, mientras llenaba nuevamente la copa de agua. -Por lo que sé, si la sentencia era condenatoria, esto implicaba que el condenado debía participar en la ceremonia denominada auto de fe, con lo que se solemnizaba su retorno al seno de la Iglesia en la mayor parte de los casos, o su castigo como hereje impenitente. -Es verdad. Pero recuerda que la aplicación de esos autos de fe podían llegar a ser privados, y por eso se les llamaba de “auto particular”; o en todo caso, públicos, los que se denominaron de “auto público” o “auto general”. Y si estoy engañado, el último auto de fe público tuvo lugar en el año 1691. -Puede que sí, o por lo menos así lo informan los registros. Aunque inicialmente esos autos públicos no revestían especial solemnidad ni se pretendía obtener una asistencia masiva de espectadores; empero, con el tiempo ellos terminaron por convertirse en ceremonias solemnes que llegaron a ser celebradas con multitudinaria asistencia de público, y en medio de un ambiente festivo. -Quizás es por eso que mencionan que el auto de fe era un espectáculo asaz barroco, que contaba con una puesta en escena minuciosamente calculada capaz de causar el mayor efecto posible en los espectadores. La Tierra Apocalíptica

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-¿Qué horrendo, no? -Y cómo no iba a ser espantoso, si frecuentemente estos autos solían ser realizados en un espacio público de grandes dimensiones, como lo era la plaza mayor de la ciudad, y por lo general ejecutados en días festivos. Si bien que los rituales relacionados con el auto empezaban ya la noche anterior con la llamada “procesión de la Cruz Verde” y duraban a veces el día entero. -¡Qué enajenación, mi Dios! -llegó a exclamar Paolo dando un respingo en su silla. Pero el afable y cordial secretario también quiso aprovechar el momento y se levantó de su silla para estirar sus piernas, instante en que se aproximó a la ventana, para luego girar repentinamente sobre sus talones e iniciar una disertación que a Paolo le sonó como una disculpa: -No podemos ser injustos, Paolo. Creo que debemos tener en cuenta que a pesar de ser muy competentes en los asuntos religiosos, la Inquisición en España fue más bien un instrumento que se colocó al servicio de la monarquía. Aunque en general, esto no significaba que ellos fuesen absolutamente independientes de la autoridad papal, ya que para desempeñar su actividad debía contar, en varios aspectos, con la aprobación de Roma. Y no obstante el Inquisidor General, el máximo responsable del Santo

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Oficio fuese designado por el rey, su nombramiento debía ser aprobado primero por el Papa. Paolo no le retrucó y permaneció enfrascado en un silencio abstracto. -Evidente que quien ejercía de Inquisidor General -prosiguió explicando Agustoni-, tenía en sus manos el único cargo público cuya competencia alcanzaba a todos los reinos de España e inclusive los virreinatos de su Imperio, salvo lo ocurrido durante un breve período que se extendió de 1507 a 1518, en que llegaron a existir dos inquisidores generales, uno en la Corona de Castilla, y otro en la de Aragón. Y tan amplia fue la competencia de ellos, que en ciertas ocasiones la corona utilizaba a la Inquisición para lograr detener a personas que habían sido condenadas en Castilla pero que se encontraban en zonas protegidas por fueros. -Por consiguiente, a lo largo de su existencia -reanudó el secretario al acercarse a Paolo con el dedo en ristre-, se llegaron a producir distintas fricciones entre Roma y los Reyes de España para delimitar a quien le cabía el control de la Inquisición. En todo caso, si por un lado el papa Sixto IV había promulgado una bula en 1478 por la que le otorgaba a la corona española plenos poderes para el nombramiento y destitución de los inquisidores, cuando él se enteró de los abusos que fueron cometidos por estos en La Tierra Apocalíptica

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Sevilla, buscó derogarla inmediatamente en 1482, bajo el pretexto de que los inquisidores se sometieran de allí en delante a los obispos de sus diócesis -completó como quien tiene autoridad en el tema. -Lógico que Fernando el Católico envió su protesta al Vaticano -hizo mención de aclarar al dirigirse otra vez a la ventana-, pero en ese momento el Papa le enfatizó que la inquisición ya llevaba tiempo actuando no por celo de la fe y salvación de las almas, sino por la codicia de la riqueza, lo que había resultado en que muchos verdaderos y fieles cristianos hubiesen sido encerrados, torturados y por fin condenados como herejes relapsos, siendo privados de sus bienes y propiedades, lo que en suma proporcionaba un ejemplo pernicioso y causando escándalo a muchos. Como ya llevaba algún tiempo en silencio, Paolo decidió expresar un complemento, por lo que inició su réplica con una voz que sonó aguda, por lo que le llevó a clarear la garganta para corregir la falla, y recomenzar diciendo: -Pero como respuesta al manifiesto de Sixto IV, de contiguo el rey acusó al Papa de querer favorecer a los conversos, cuando se permitió decirle con una cierta petulancia: “Tenga cuidado de no permitir que el asunto vaya más lejos, y de querer revocar toda concesión, encomendándonos el cuidado de esta cuestión”…

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-Sí, concuerdo contigo, Paolo; y creo que ya lo he mencionado, pues tú ya sabes que ante la demostración de tanta resolución por parte de Fernando el Católico, Sixto IV acabó por echarse atrás y dejar en manos de la corona el control de la Inquisición. Por tanto, en 1483 éste concedió a los conversos una bula que revocaba todos los casos de apelación que en ese entonces debían ser presentados ante Roma; así que once días más tarde la suspendió, alegando que había sido engañado. -Sin embargo, yo creo que una otra cuestión conflictiva entre ambos paladines fue el caso de las cartas que se enviaban a Roma -llegó exponer Paolo con el ceño fruncido-. Pues como la constitución del tribunal permitía que el acusado apelase a Roma, eso mismo fue lo que improvisaron muchos de los conversos en numerosas ocasiones. -Es verdad, pero recuerda que como las respuestas a las cartas resultaron ser contradictorias a las sentencias, el rey Católico acabó por amenazar con muerte a quien apelara sin contar con el permiso real, a la vez que le otorgó a la Inquisición el derecho a escuchar apelaciones -ilustró Agustoni con una sonrisa sugerente-. Por tanto, eso resultó en que, una vez más, la Santa Sede renunciara a otra cuestión sobre a quién en realidad cabía el gobierno del tribunal -agregó enarcando las cejas para acentuar su La Tierra Apocalíptica

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relato-. Como del mismo modo tuvo que claudicar una vez más ante la presión que fuera ejercida para que no se procesara a Bartolomé de Carranza, aun siendo éste obispo y de ser acusado injustamente. -Pero los obispos eran las únicas personas al margen del Santo Oficio -se opuso Paolo con ímpetu, y elevando la voz si querer. -Pero como tú puedes ver, no todo siempre sucedió como estaba previsto -le respondió Agustoni, que en ese momento cruzaba sus manos en la espalda-. En todo caso, el Inquisidor General presidía el Consejo de la Suprema y General Inquisición, creado en 1488, que estaba formado por seis miembros que eran nombrados directamente por el rey; y aunque el número de miembros de la Suprema varió a lo largo de la historia de la Inquisición, este nunca fue mayor que diez. Así que, con el tiempo, la autoridad de la Suprema fue creciendo, y debilitándose el poder del Inquisidor General. -Por lo que he leído, la Suprema llegaba a reunirse todas las mañanas de los días no feriados, y además los martes, jueves y sábados, dos horas por la tarde. Y creo que en las sesiones matinales se trataban las cuestiones de fe, mientras que por las tardes se reservaban a los casos de sodomía, bigamia, hechicería, y otros etcéteras.

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-Sí, pero ocurre que los diferentes tribunales de la Inquisición, aunque dependientes de la Suprema y que en sus orígenes eran itinerantes, se instalaban donde fuera necesario para combatir la herejía, no obstante más adelante estos llegaron a tener sus sedes fijas. Tengo entendido que en una primera etapa se establecieron numerosos tribunales, pero a partir de 1495 se manifiesta una clara tendencia a la concentración. Mientras el secretario le iba exponiendo su metódica y ordenada observación, Paolo levantó levemente el puño de su camisa para observar los punteros del reloj. Lo que vio, lo llevó decir: -Sé que ya es un poco tarde para que continuemos a debatir este tema, Agustoni -le insinuó con voz melindre al bajar su mirada al suelo-, pero quizás tú aun puedas esclarecerme una última cuestión -ponderó, al tiempo que le exteriorizó su pregunta sin más demora: -¿Cómo era la composición de los tribunales? -No hay problema, podemos continuar ya que soy de poco dormir -declaró el secretario, volviendo a tomar lugar en su silla-. Cada uno de los tribunales -principió a relatar-, contaba inicialmente con dos inquisidores, un “calificador”, un alguacil y un fiscal; pero con el tiempo fueron añadiéndose nuevos cargos. En verdad, los inquisidores eran preferentemente juristas más que La Tierra Apocalíptica

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teólogos, e incluso en 1608, Felipe III llegó a estipular que todos los inquisidores debían tener conocimientos en leyes. En todo caso, estos individuos no solían permanecer mucho tiempo en el cargo… Creo que para el tribunal de Valencia -dijo a seguir de una pausa-, como para darte un ejemplo, la media de permanencia en el cargo era de unos dos años. Por otro lado, la mayoría de los inquisidores pertenecían al clero secular, o sea que era sacerdotes que tenían formación universitaria. Pero no creas que ellos trabajaban gratis, pues su sueldo era de 60.000 maravedíes a finales del siglo XV, y de 250.000 maravedíes a comienzos del XVII. -Bueno… Sí… Obvio -concordó Paolo, titubeando y agrandado sus ojos cansados-. Si bien que, en realidad, existían claras responsabilidades para cada función dentro del tribunal. -Es verdad. Fíjate que el procurador fiscal era el encargado de elaborar la acusación, investigando las denuncias e interrogando a los testigos. Y por su vez, los calificadores eran generalmente teólogos; y a ellos les competía determinar si en la conducta del acusado existía en realidad algún delito contra la fe. No en tanto, los consultores eran juristas expertos que debían asesorar al tribunal en cuestiones de la casuística procesal. Aunque sin embargo, cada tribunal contaba además con tres La Tierra Apocalíptica

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secretarios: el notario de secuestros, quien registraba las propiedades del reo en el momento de su detención; el notario del secreto, quien anotaba las declaraciones del acusado y de los testigos; y el escribano general, que oficiaba de secretario del tribunal. -¡Ajá! -asintió Paolo, que a pesar de su agotamiento se mostraba sumamente interesado en escuchar. -En todo caso, el alguacil era el brazo ejecutivo del tribunal, y era a él a quien competía detener y encarcelar a los acusados. Otros funcionarios eran el nuncio, encargado de difundir los comunicados del tribunal, y el alcalde, que era el carcelero encargado de alimentar a los presos. -Pero creo que además de los miembros del tribunal, existían otras figuras auxiliares que colaboraban con ellos en el desempeño de la actividad inquisitorial, como lo eran por ejemplo los familiares y los comisarios -insinuó, como queriendo confirmar lo que ya sabía. -Es verdad, Paolo. Sólo dos… -¿Dos, qué? -preguntó desprevenido. -Dos figuras auxiliares, dije. Y aunque ese mote pueda inspirarnos a cometer errores de juicio, los llamados “familiares” no eran más que colaboradores laicos del Santo Oficio, y quienes debían estar al servicio de la Inquisición permanentemente. Sin embargo, para esos individuos, el hecho de poder convertirse en familiar era La Tierra Apocalíptica

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considerado un honor, ya que suponía un reconocimiento público de limpieza de sangre, mientras que eso también llevaba aparejados ciertos privilegios. Y te diré que si bien eran muchos los nobles que ostentaban el cargo, por el contrario, la mayoría de los familiares eran de extracción social popular -remató con voz trascendental. -¿Y los otros, los comisarios? -Bueno, los comisarios, por su parte -buscó esclarecer el secretario en medio a un bostezo-, eran tan sólo sacerdotes regulares que colaboraban ocasionalmente con el Santo Oficio. -¿Cómo, regulares? -Sí, eran habituales, o reglados que eran conocidos de los inquisidores -le advirtió sin detenerse mucho en el asunto, a la vez que añadía-: Pero yo considero que uno de los aspectos más llamativos de la organización de la Inquisición, y que no podemos dejar de mencionar bajo hipótesis alguna, era su forma de financiación; pues carentes de un presupuesto propio, estos dependían casi que exclusivamente de las confiscaciones de los bienes de los reos. Por tanto, no resulta sorprendente que muchos de los encausados fueran hombres ricos. -No, no necesitas responderme -sugirió-, pues sé que me dirás que la situación propiciaba abusos. Es evidente que sí, Paolo, como se puede destacar en el memorial que La Tierra Apocalíptica

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un converso toledano dirigió a Carlos I mencionándole: “Vuestra Majestad debe proveer ante todas cosas que el

gasto del Santo Oficio no sea de las haciendas de los condenados, porque recia cosa es que si no queman no comen”. -En todo caso, no voy a responderte en que categoría yo incluyo lo que me has mencionado, mi amigo, pero pienso que por hoy ya tuvimos bastante charla. -No sé cómo agradecerte que me hayas soportado todas esta horas -Paolo se disculpó a seguir, levantándose de su silla. -Bueno, yo también pienso que por lo avanzado de la hora, sería mejor que nosotros continuemos con otros dos dedos de prosa en una otra oportunidad -le respondió Agustoni, con voz cansada y ojos aletargados. -¡Concuerdo! -apuntó Paolo en medio a un bostezo-. Que descanses, te dejo con la paz del Señor -agregó, persignándolo de lejos con un ademán. -¡Amén! Iguales deseos para ti también -le respondió el secretario cuando tomaba con su mano derecha el picaporte, para abrirle la puerta a su visitante.

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Apenas había despuntado un pálido sol a la mañana siguiente, cuando Paolo despertó aletargado. Mientras desayunaba, pronto sintió enaltecer dentro de sí el deseo de pactar cuanto antes una junta con el cardenal Jozef. Su intención primordial era poder conversar sobre el estatus de su trabajo de revisión, aunque al mismo tiempo anhelaba confesarle que, por cuenta propia, se había distraído escribiendo un largo pro-memoria sobre la actuación del Tribunal del Santo Oficio en España, y simultáneamente mencionarle los otros esclarecimientos auxiliares que había realizado sobre la Biblia Políglota Complutense, la Biblia Regia, y la Políglota de Amberes. Horas más tarde y una vez que se encontraba en el despacho de su superior, al contar con el incentivo y la atención de Jozef, no perdió tiempo en construir una narración concisa, tomando el cuidado de que su relato abarcase todos los puntos del tema. Con todo, se arriesgó a incluir en él aquellos pensamientos censurables que había permitido que fastidiasen por momentos su mente. Jozef Tomko escuchó el relato en silencio, de manos unidas y con los lentes de lectura apoyados casi en la punta de la nariz, como si con la determinación de su

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postura quisiese representar a un maestro que está tomando la lección a algún alumno de teología. Sin embargo, mientras Paolo hablaba y hablaba, el cardenal se atenía a dar de vez en cuando un asentimiento mudo tan sólo moviendo vez que otra su pequeña cabeza. -¿Eso es todo, Paolo? -le preguntó finalmente sin mostrar entusiasmo, cuándo creyó que su discípulo había llegado al fin de su recitación. -Sí, Jozef. -Está bien, mi joven amigo. ¿Pero por acaso tú crees que ese tipo de meditaciones son reprochables e indignas de un sacerdote? -mencionó a seguir con una voz que sonó paternal a los oídos de Paolo. -Es que en verdad -buscó justificarse-, entiendo que con mi comportamiento he dudado de la palabra de un superior. Es más, me he dejado llevar por fluctuaciones maliciosas que en nada contribuyen a mi trabajo. -Cuando algo se pone en tela de juicio, muchacho -sancionó Jozef con una mirada fraternal-, es porque en realidad no hay, o no se tienen documentos fidedignos que puedan fundamentar lo mencionado. Por otro lado, es propio del ser humano ese derecho universal e inalienable el dudar, cuando en realidad no existe una comprobación que indique lo contrario… ¿Por acaso piensas que el digno

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cardenal Masella no sucumbió a dudas peores que las tuyas? -cuestionó a seguir. -En verdad, Jozef, yo he citado todo esto, porque ese modo de actuar me había dejado un poco perturbado. No en tanto, anoche me reuní con el padre Agustoni y tuve la oportunidad de conversar bastante sobre ello. Realmente -se corrigió a tiempo- hablamos mucho más sobre el desarrollo de la Inquisición durante aquellos años en España, que de otra cosa. -Me parece muy bien que lo hayas hecho. A veces es oportuno tener un confesor de confianza a nuestro lado. Al contar con la anuencia de Jozef, la expresión de su rostro mudó, principalmente porque se sintió más aliviado al notar que contaba con la conformidad de su superior, momento en que dejó escapar una sonrisa tímida antes de preguntar: -¿Y qué me dice sobre las anotaciones que realicé? ¿Quiere leerlas? Se las puedo traer para que las examine -le propuso con entusiasmo. -Me encantaría poder hacerlo ya, Paolo. Pero ahora no es un momento oportuno para mí -se disculpó el superior-. Empero, creo que pronto tendré oportunidad de hacerlo y darte mi parecer... Me interesa mucho -añadió. Al dar oídos a su evasiva, Paolo lo miró un poco desconcertado y no pudo esconder los trazos de esa La Tierra Apocalíptica

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decepción dibujados en su rostro, pero decidió aguardar en silencio a que el cardenal emitiera su apreciación final. -Estoy totalmente seguro que tú has redactado aportes significativos a los manuscritos de nuestro camarlengo Benedetto Aloisi. Sé que tienes cualidades para ello. Y ciertamente, cuando se lo cuente, se quedará orgulloso de tu trabajo -alcanzó a expresar con una mirada cordial y una sonrisa amable, como si intentase con ello levantar la moral de su pupilo y corregir su desaire. -Otra pregunta más -agregó Paolo, aprovechando el gancho del elogio-. ¿A usted le parece que yo debo continuar a escribir sobre los sucesos paralelos que ocurrieron en ciertas épocas? Ahora mismo, por ejemplo, yo pensaba en redactar algo que mencionase la represión al protestantismo, a los moriscos, y sobre los demás delitos que fueron infringidos por la Inquisición española, y lo qué los llevó a la decadencia y al fin de aquel periodo de persecución. -Me parece oportuno que lo incluyas -manifestó Jozef al concordar con la proposición-, aunque debes considerar si es necesario hacerlo, siempre y cuando eso haga sentido con el resto del texto -le encareció-. De mi parte, soy de los que piensa que no debemos mostrar arrepentimiento en nada de lo que fue realizado por los integrantes de nuestra

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Iglesia en tiempos remotos… Aunque la palabra final para autorizar cualquier divulgación está más arriba de mí. -¿Mismo que aquello que se llegue a ventilar nos pueda exponer a amonestaciones y a la desaprobación por parte de los más fervorosos cristianos? -le preguntó Paolo dando un respingo. -Bueno, por eso el Papa y sus staff tienen la palabra final, siempre -repuso en medio a un mohín. -En todo caso -llegó a mencionar antes de recibir cualquier comentario de su interlocutor-. Piensa por un momento: ¿qué culpa podemos tener nosotros hoy día, del comportamiento erróneo, inconveniente y desafortunado de algunos de los que antiguamente ocuparon un lugar en esta casa, Paolo? -inquirió sin aguardar respuesta-. Ten en cuenta que en los miles de sumarios de casos que fueron relatados en las llamadas “relaciones de causas”, se describen con minucias las diferentes etapas de la actuación inquisitorial, la cual obviamente evolucionó de diferentes maneras, yendo desde la indiferencia hasta la tolerancia, y pasando a su vez por la intransigencia -intentó explicar el cardenal con el rostro severo. -Lo que tenemos hoy, Paolo, es el resultado de una imagen matizada de la política religiosa del Santo Oficio que, en cada momento de su existencia, tuvo que adaptarse

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a los intereses de la Monarquía Hispánica y a los cambios ideológicos en Europa. -Bueno… Sí… Es que… -tartamudeó el sacerdote antes de ser interrumpido por la voz grave del cardenal. -En nuestro mundo moderno, Paolo, a través de diversos procesos, ya hemos logrado cambiar los valores y la forma de pensar drásticamente, y es por eso que no se puede hacer un estudio objetivo, y mucho menos lanzar un juicio, si no nos empapamos antes de la realidad que juzgamos. Querer realizar un juicio desde nuestra perspectiva histórica, creo que sería de una injusticia imperdonable. Además, en nuestro mundo actual, se castiga a los que difieren en materia de política o en materias económicas, pero resultaría paradójico pensar que se castigue a alguien por una diferencia teológica. Sin embargo, hace cuatro siglos no era así -acentuó Jozef con un ademán de mano-. En esos siglos y en siglos anteriores, un ataque a la teología oficial era considerado como un ataque directo al sistema social imperante, y bien sabes que diferencias en teologías, sumieron a países como Francia y Alemania en siglos de luchas y centenares de miles de muertos, muchos más de los que hoy son achacados a la Inquisición -hizo cuestión de recalcar. -En todo caso -prosiguió aclarando ante la mirada atenta y silenciosa de su pupilo-, lo que a nosotros cabe, es La Tierra Apocalíptica

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pedir perdón a la sociedad por los desdichados actos de algunos hombres de la Iglesia de corazón menos noble… No hay como negar lo que ocurrió, y no se puede esconder la verdad por más pésima que esta sea, mismo que nos duela y nos acongoje ver lo que algunos han hecho con otros seres humanos que discrepaban de sus opiniones, dogmas, credos e ideas -esclareció Jozef, que había echado su espalda hacia atrás y unido las puntas de sus dedos como si estuviese orando. -¡Amén! -le respondió Paolo dejando caer su mirada al suelo. Su rostro mostraba claros señales de congoja. -Entonces, si mi reflexión te satisfaz y de alguna manera responde a tus expectativas, creo que ya puedes continuar en lo tuyo -propuso Jozef con la mirada dura. -¡Oh! Sí, gracias, Jozef, por me permitir desahogarme un poco -expresó el sacerdote, mostrando más jovialidad. El ecuánime resultado de esas y otras respuestas a sus preguntas habían proporcionado otra vez color y concedido alegría al demacrado rostro de Paolo, dejándolo ahora más luminoso, dispuesto, enaltecido; de manera que el resto del camino hasta su recinto de trabajo fue, todo él, un continuo cavilar sobre el futuro que lo aguardaba. Así que, una vez que entró en él, de ánimo renovado, se sentó frente al gran libro que contenía los descubrimientos del camarlengo Masella. Empero, antes de tocarlo, evaluó con La Tierra Apocalíptica

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discreción si no sería mejor ponerse a escribir sobre la idea que le había expuesto a su superior. Una vez que quedó convencido de su juicio, aproximó su block de anotaciones, cogió el lápiz con cuidado y se puso a escribir con entusiasmo: Nuevos tiempos surgieron con la llegada del nuevo rey Carlos I a España en 1516 -dispuso por de pronto en su primera frase-. Por ende, el arribo de este monarca fue visto por los conversos como una posibilidad de que se diese un fin a la Inquisición, o hasta imaginar que al menos se reduciría su influencia en aquellos territorios. Sin embargo, a pesar de las reiteradas peticiones realizadas por las Cortes de Castilla y de Aragón, el nuevo soberano mantuvo intacto el sistema inquisitorial. Con todo, durante el siglo XVI el enfoque mudó y la mayoría de los procesos no tuvieron como objetivo castigar a los falsos conversos, una vez que la Inquisición se había revelado un mecanismo eficaz para extinguir los escasos brotes protestantes que por entonces aparecieron en España. Curiosamente, gran parte de estos protestantes eran de origen judío. Corriendo en ese sentido, el primer proceso relevante que fue tomado bajo esa nueva dirección, fue el que se dispuso contra una secta mística conocida como los alumbrados en Guadalajara y Valladolid. Esos procesos La Tierra Apocalíptica

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resultaron largos, y se resolvieron con la aplicación de penas de prisión de diferente magnitud, sin que ninguno de los integrantes de la secta fuese ejecutado. No obstante, el místico asunto de los “alumbrados” también colocó a la Inquisición en la pista de varios y numerosos intelectuales y religiosos que, interesados por las ideas erasmistas, se habían desviado de la ortodoxia, lo cual parece ser bastante llamativo y peculiar, porque tanto los reyes Carlos I como Felipe II fueron admiradores confesos de Erasmo de Rotterdam. De cualquier manera, entre los más notorios parece haber sido el caso del humanista Juan de Valdés, que debió huir a Italia para escapar al proceso que se había iniciado contra él, y el del predicador Juan de Ávila, que pasó cerca de un año en prisión. Dentro del marco de la represión al protestantismo -continuó a escribir con prisa y sin pausa-, ha quedado registrado que los principales procesos realizados contra grupos luteranos propiamente dichos, tuvieron lugar entre 1558 y 1562, a comienzos del reinado de Felipe II, y que fuera dirigido contra dos comunidades protestantes de las ciudades de Valladolid y Sevilla. En realidad, estos dos procesos significaron una notable intensificación de las actividades inquisitoriales, donde se celebraron varios autos de fe multitudinarios, algunos de ellos presididos por miembros de la realeza, y La Tierra Apocalíptica

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en los que se ejecutó alrededor de un centenar de personas. Después de 1562, aunque los procesos moderadores continuaron, la represión fue mucho menor, y se calcula que hasta finales del siglo XVI sólo una decena de españoles llegaron a ser quemados vivos por ser luteranos, aunque se les siguió proceso a unos doscientos en total. Lo que significa que con los autos de fe aplicados en mediados de ese siglo, prácticamente se había acabado con el protestantismo español, que fue, por otro lado, un fenómeno bastante minoritario. En ese momento Paolo dejó caer el lápiz sobre la mesa y se puso a releer lo que había escrito casi que de corrido. No se sintió del todo conforme con lo que había mencionado. Así que, luego de mover la cabeza en señal de discrepancia, agregó que entre 1517 y 1648, los tribunales del Santo Oficio de la Inquisición llegaron a condenar a más de 3000 protestantes, entre los cuales había 2500 extranjeros y sólo 500 españoles. Sin embargo -agregó convicto- puede observarse que el criptojudaísmo y el mahometismo no han dejado de llamar la atención de los historiadores de la Edad Moderna; en cuanto la tercera grande “herejía” de la época, el protestantismo, pocas veces constituyó el tema de un estudio detallado. No en tanto, en el marco de la Contrarreforma, la Inquisición trabajó activamente para evitar la difusión de La Tierra Apocalíptica

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ideas heréticas en España mediante la elaboración de sucesivos Index Librorum Prohibitorum et Derogatorum. Para ello, se publicaron índices en 1551, 1559, 1583 y luego, en el siglo XVII, en 1612, 1632 y 1640. Estos índices contenían listas de libros que se consideraban prohibidos por razones de ortodoxia religiosa, un hábito que ya era común en Europa una década antes de que la Inquisición publicara el primero de los suyos, que era, en realidad, una reimpresión del publicado por la Universidad de Lovaina en 1546, con un apéndice que estaba dedicado a los libros españoles. Lógicamente que los índices incluían una enorme cantidad de libros de todo tipo, aunque en realidad se prestaba especial atención a las obras religiosas y, particularmente, a las traducciones vernáculas de la Biblia. En consecuencia, se incluyeron en el índice, en uno u otro momento, muchas de las grandes obras de la literatura española; así como también varios de los escritores religiosos que hoy son considerados santos por la Iglesia Católica, vieron sus obras incluidas en el índice de los libros prohibidos. Sin embargo, en principio, la inclusión en el índice implicaba la prohibición total y absoluta del libro, so pena de herejía, pero con el tiempo se adoptó una solución de compromiso junto a los autores, consistente en permitir las ediciones expurgadas de algunos de los libros La Tierra Apocalíptica

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prohibidos. Pero a pesar de que en teoría las restricciones que el Índice imponía para la difusión de la cultura en España eran enormes, algunos autores, como Henry Kamen, opinan que un control tan estricto fue imposible en la práctica, y que existió mucha más libertad en este aspecto de lo que habitualmente se cree. La cuestión es polémica -agregó Paolo al razonar sobre el punto en cuestión-, pero uno de los casos más destacados y más conocidos en que la Inquisición chocó frontalmente con la actividad literaria, es el de Fray Luis de León, destacado humanista y escritor religioso, de origen converso, que sufrió prisión durante cuatro años por haberse metido a traducir el Cantar de los Cantares directamente del hebreo. No obstante a lo que se diga, es un hecho que la actividad inquisitorial no impidió el florecimiento del llamado “Siglo de Oro” de la literatura española, a pesar de que casi todos sus grandes autores tuvieron en alguna ocasión sus más y sus menos con el Santo Oficio. -Claro que la Inquisición no afectó en exclusiva a judeoconversos y protestantes -murmuró al sentirse un poco aprensivo-. No los puedo excluir -decretó, al momento que registraba en otra frase: Hubo un tercer colectivo que también sufrió sus rigores, aunque en menor medida. Se trata de los moriscos, La Tierra Apocalíptica

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es decir, aquellos conversos provenientes del Islam. En realidad, los moriscos se concentraban sobre todo en tres zonas de España: en el recién conquistado Reino nazarí de Granada, en Aragón y en Valencia. Oficialmente, se tiene que todos los musulmanes de Castilla se habían convertido al cristianismo en 1502; pero los de Aragón y Valencia, por su parte, fueron obligados a convertirse por un decreto del rey Carlos I en 1526. No obstante muchos moriscos mantuviesen en secreto su religión, pese a ello, en las primeras décadas del siglo XVI, época de intensa persecución de conversos de origen judío, estos apenas fueron perseguidos por la Inquisición. Había varias razones para ello, ya que en los reinos de Valencia y de Aragón, la gran mayoría de los moriscos estaban bajo jurisdicción de la nobleza, y perseguirles hubiera supuesto ir frontalmente contra los intereses económicos de esta poderosa clase social. No en tanto, en Granada, el problema principal era el miedo a que ocurriese una rebelión en una zona particularmente vulnerable, principalmente en una época en que los turcos aun señoreaban por casi todo el mar Mediterráneo. Al considerar el peso de todas las razones y ambigüedades en juego, se buscó ensayar con los moriscos una política diferente: la evangelización pacífica, una medida que nunca fue aplicada con los judeoconversos. La Tierra Apocalíptica

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Sin embargo, en la segunda mitad del siglo, avanzado ya el reinado de Felipe II, las cosas comenzaron a cambiar para estos conversos. Entre 1568 y 1570 se produjo la revuelta de las Alpujarras, una sublevación que terminó por ser reprimida con inusitada dureza. Pero además de las ejecuciones y deportaciones de moriscos a otras zonas de España que tuvieron lugar entonces, la Inquisición intensificó los procesos a moriscos a partir de 1570, época en la cual los tribunales de Zaragoza, Valencia y Granada los casos de moriscos pasaron a ser más abundantes. Empero, cabe destacar que no se les aplicó la misma dureza de penas que las concedidas a los judeoconversos y los protestantes, así como el número de penas capitales fueron proporcionalmente menores. La permanente tensión que causaba el numeroso colectivo de los moriscos españoles -hizo cuestión de resaltar Paolo en su relato-, forjó a que se buscase una solución radical y definitiva. Por eso que en abril de 1609, ya bajo el reinado de Felipe III, por fin se decreta la expulsión de los moriscos, la que fue realizada en varias etapas, hasta 1614, y durante la cual salieron de España cientos de miles de personas. Con todo, muchos de aquellos expulsados eran cristianos sinceros, ya que todos, por supuesto, habían sido bautizados y eran oficialmente cristianos. En realidad, sólo una mínima parte permaneció La Tierra Apocalíptica

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en la península, y durante el siglo XVII la Inquisición siguió algunas causas contra ellos, pero éstas tuvieron una importancia muy limitada. Tomando como base lo que informa Kamen en sus estudios, entre 1615 y 1700 los casos contra moriscos constituyeron sólo el 9% de los sumarios juzgados por la Inquisición. -¡Óptimo! -exclamó Paolo luego de releer todo lo que había sancionado sobre las hojas blancas. -En todo caso -llegó a murmurar vacilante-, presumo que los métodos que eran utilizados por los inquisidores no se restringió tan solamente a los conversos de las más diferentes razas, sino más bien aquello fue una verdadera caza de brujas -puntualizó al mover su cabeza con vaivén. -Creo que aún me queda por mencionar los otros delitos y hablar algo sobre supersticiones y brujería -sancionó con el rostro tenso mientras se rascaba la pera. -Acaso tal vez sea mejor que organice una sección aparte, donde pueda mencionar las supersticiones, e incluir en ella todos los procesos relacionados con la brujería -concluyó irresoluto mientras se recostaba en su silla y movía los brazos como si ellos fuesen aspas de un molino de viento, intentando con aquel balanceo desentumecer los músculos. Minutos después, como si algún recuerdo le hubiese llegado de sopetón a su mente, retomó el lápiz, le sacó La Tierra Apocalíptica

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mejor punta, y se entregó a escribir mencionando: La caza de brujas en España tuvo una intensidad mucho menor que en otros países europeos, más especialmente en Francia, Inglaterra y Alemania. Sin embargo, un caso que alcanzó destaque fue el proceso en el cual se juzgaron a las brujas de Zugarramurdi (Navarra). Por ende, en el auto de fe que tuvo lugar en Logroño en noviembre de 1610, se llegó a quemar a seis personas, y otras cinco en efigie, por estos ya haber muertos con anterioridad. Pero en general, sin embargo, la Inquisición mantuvo una actitud escéptica hacia los casos de brujería, considerando, a diferencia de los inquisidores medievales, que se trataba de una mera superstición sin base alguna. Por otro lado, Alonso de Salazar Frías, que después del proceso de Logroño hizo cuestión de llevar un edicto de gracia a varias localidades navarras, llegó a indicar en su informe que envió a la Suprema que: “No hubo brujas ni embrujados en el lugar hasta que se comenzó a tratar y escribir de ellos”. Aunque sabemos que la Inquisición fue creada más bien para evitar los avances de la herejía, esta también se ocupó de una amplia variedad de otros delitos que sólo indirectamente pueden relacionarse con la heterodoxia religiosa. Sobre el total de los 49.092 procesados en el La Tierra Apocalíptica

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período que va de 1560 a 1700, de los que hay registro en los archivos de la Suprema, se levantan datos que apuntan que estos fueron juzgados por los siguientes delitos: judaizantes (5.007); moriscos (11.311); luteranos (3.499); alumbrados (149); supersticiones (3.750); proposiciones heréticas (14.319); bigamia (2.790); solicitaciones (1.241); por ofensas al Santo Oficio (3.954); varios otros motivos (2.575). En suma, lo que percibimos de estas cifras -aclaró-, es que ellos nos demuestran que no sólo fueron perseguidos por la Inquisición los cristianos nuevos (judeoconversos y moriscos) y los protestantes, sino que muchos de los cristianos viejos también llegaron a sufrir su actividad por los más diferentes motivos. Así pues, cabe esclarecer que bajo el rubro de “proposiciones heréticas” se incluían todos los delitos verbales, desde la blasfemia hasta afirmaciones que estaban relacionadas con las creencias religiosas, la moral sexual o el clero. Por ejemplo, muchas personas fueron procesadas por afirmar que la “simple fornicación” (relación sexual entre solteros) no era pecado, o por poner en duda diferentes aspectos de la fe cristiana, tales como la presencia real de Cristo en la Eucaristía o la virginidad de su madre, María. También el propio clero, en ciertas ocasiones, llegó a ser acusado de proposiciones heréticas, pero en realidad La Tierra Apocalíptica

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estos delitos no llevaban aparejadas generalmente penas demasiado graves. -O sea, que la ropa sucia la lavamos en casa -murmuró Paolo, lleno de voluntad de transcribir su pensamiento. Por tanto -agregó con una sórdida sonrisa en los labios-, puede afirmarse que el comportamiento de la Inquisición era competente además en muchos delitos contra la moral, lo que muchas veces le ocasionaba un abierto conflicto de competencias con los tribunales civiles del reino. En particular, fueron muy numerosos los procesos por bigamia, un delito relativamente frecuente en una sociedad en la que todavía no existía el divorcio o la separación. No en tanto, la bigamia era asimismo un delito frecuente entre las mujeres; y en el caso de los hombres, la pena solía ser de cinco años de galeras. Igualmente se llegaron a juzgar numerosos casos en que incumbía la solicitación sexual durante la confesión, lo que por su vez nos indica que el clero era estrechamente vigilado. Una mención aparte merece la represión inquisitorial de dos delitos sexuales que en la época solían asociarse, por considerarse ambos, según el derecho canónico, contra naturam: la homosexualidad y el bestialismo. La homosexualidad, que en la época era denominada de “sodomía”, era castigada con la muerte por los tribunales civiles. Pero era una competencia de la Inquisición sólo en La Tierra Apocalíptica

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los territorios de la Corona de Aragón, desde que en 1524 el papa Clemente VII, en un breve papal, le concede a la Inquisición aragonesa su jurisdicción sobre la sodomía, estuviese ésta o no relacionada con la herejía. Sin embargo, en la zona de Castilla no se juzgaban casos de sodomía, a no ser que estos tuvieran alguna relación con desviaciones heréticas. Con todo, el tribunal de Zaragoza se distinguió por su severidad juzgando este delito, ya que entre 1571 y 1579 fueron juzgados allí más de un centenar de hombres acusados de sodomía, y al menos 36 de ellos fueron ejecutados. En total, entre 1570 y 1630 se dieron 534 procesos por sodomía, y fueron ejecutadas 102 personas. -Con todo, y mismo que estos comportamientos humanos viles y poco misericordiosos se hayan convertido en eternos desde que Adán y Eva fueron expulsos un día del Paraíso, se sabe que no hay mal que dure mil años -llegó a ponderar Paolo con una punta de sarcasmo al recordar las graves palabras de Jozef, cuando éste le había explicado que lo ocurrido en aquel periodo había sido el resultado de una imagen matizada de la política religiosa del Santo Oficio que, en cada momento de su existencia, tuvo que adaptarse como pudo a los intereses de la Monarquía Hispánica y a los cambios ideológicos que surgieron en toda Europa. La Tierra Apocalíptica

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-¡Vaya disculpa! -llegó a murmurar con la frente fruncida y cara de pocos amigos. -En todo caso, todo parece mudar con la llegada de la Ilustración a España, ya que de algún modo desaceleraron la actividad inquisitorial, y eso condujo a la decadencia de la Inquisición -llegó a pregonar con satisfacción, lo que lo llevó, en un arrebato de euforia, a ponerse a escribir nuevamente. En la primera mitad del siglo XVIII -empezó por registrar- se llegó a quemar en persona a 111 condenados, y en efigie a otros 117, porque la gran mayoría de ellos eran denominados “judaizantes”. No en tanto, durante el reinado de Felipe V, las condenas fueron más y el número de autos de fe alcanzó a 728 individuos. Sin embargo, en los reinados de Carlos III y Carlos IV sólo se llegó a quemar a cuatro condenados. Empero, -buscó aclarar en su redacción- todo lleva a creer que con la llegada del Siglo de las Luces, la estructura de la Inquisición se reconvirtió; principalmente, porque las nuevas ideas ilustradas eran la amenaza más próxima, por lo que ellos pasaron a considerar que estas debían ser combatidas de inmediato. Efectivamente, es sabido que las principales figuras de la Ilustración Española llegaron a ser partidarias de la abolición de la Inquisición; aunque eso no signifique que muchos de los La Tierra Apocalíptica

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ilustrados españoles llegasen a ser procesados por el Santo Oficio. Por ende, entre los que fueron alcanzados por su brazo, podemos nombrar a Olavide, en 1776; a Iriarte, en 1779; y Jovellanos, en 1796. Circunstancialmente, éste último iluminado alcanzó a elevar un informe al rey Carlos IV, en el cual le señalaba la ineficacia de los tribunales inquisitoriales y el total desconocimiento que los actuantes tenían, llegando a mencionarle: “…frailes que toman el puesto sólo para lograr el platillo y la exención de coro; que ignoran las lenguas extrañas, que sólo saben un poco de teología escolástica…”. Por supuesto que al actuar bajo esa nueva tarea, la Inquisición trató de acentuar su función censora de las publicaciones, pero encontró que el rey Carlos III había secularizado los procedimientos de censura y, en muchas ocasiones, la autorización del Consejo de Castilla chocaba con la más intransigente postura inquisitorial. Es que siendo la propia Inquisición parte del aparato del Estado por estar presente en el mencionado Consejo de Castilla, generalmente era la censura civil y no la eclesiástica la que terminaba imponiéndose. Esta pérdida de influencia puede explicarse también, porque la penetración de obras extranjeras ilustradas se La Tierra Apocalíptica

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hacía a través de miembros destacados de la nobleza o del gobierno, personas influyentes a quienes era muy difícil interferir. Fue así que entró en España, por ejemplo, la Enciclopedia Metódica, gracias a licencias especiales otorgadas por el Rey. No obstante, a partir de la floración de la Revolución francesa, el Consejo de Castilla, temiendo que las ideas revolucionarias terminasen por penetrar en territorio español, decidió reactivar el Santo Oficio, a quien se le encomendó encarecidamente la persecución de las obras francesas. Fue en ese sentido que en diciembre de 1789, un edicto inquisitorial que llegó a recibir todo el beneplácito del rey Carlos IV, por el cual del Conde de Floridablanca, dictaminaba que: “…teniendo noticias de haberse esparcido y divulgado en estos reinos varios libros ... que,

sin

contentarse

con

la

sencilla

narración de unos hechos de naturaleza sediciosos ... parecen formar un código teórico y práctico de independencia a las legítimas potestades.... destruyendo de esta suerte el orden político y social... se prohíbe la lectura, bajo multa, de treinta y nueve obras en francés”.

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No obstante a esos edictos, la actividad inquisitorial se vio imposibilitada ante la avalancha de información que cruzaba la frontera, llegando a reconocer en 1792 que: “… con la muchedumbre de papeles sediciosos...

no

da

lugar

para

ir

formalizando los expedientes contra los sujetos que los introducen...”. En verdad, la lucha en contra de la Inquisición en el interior de España se produjo casi siempre de una forma clandestina. Los primeros textos que cuestionaron el papel inquisitorial y alababan los ideales de Voltaire o del propio Montesquieu, solamente aparecieron en 1759. Empero, tras la suspensión de la actividad censora previa por parte del Consejo de Castilla en 1785, el periódico El Censor inició la publicación de protestas contra la actividad del Santo Oficio mediante la crítica racionalista e, incluso, Valentín de Foronda llegó a publicar Espíritu de los mejores diarios, un alegato en favor de la libertad de expresión que se leía con avidez en los ateneos; igualmente, el militar Manuel de Aguirre, en la misma línea, escribió “Sobre el tolerantismo” en El Censor, en El Correo de los Ciegos y en El Diario de Madrid. -Bueno, con esto, lo que tenemos en realidad es el tiro de misericordia y el fin de la Inquisición de una manera oficial -susurró Paolo, al momento que se levantaba de la La Tierra Apocalíptica

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silla para estirar el cuerpo y dilatar un poco los músculos adormecidos. En ese ínterin, buscó caminar un poco alrededor de la mesa, ordenar algunos documentos y, minutos después de haber meditado sobre la manera de como mencionar el fin de aquel periodo que se había extendido por siglos bajo la batuta de diversos reyes, se sintió dispuesto a continuar escribiendo nuevas reflexiones. Durante el reinado de Carlos IV y a pesar de los temores que les suscitaba la Revolución francesa -empezó a redactar -, se produjeron varios hechos que acentuaron el declinar de la institución inquisitorial. El primero de ellos, fue porque el Estado se vio obligado a dejar de ser un mero organizador social para preocuparse un poco más con el bienestar público y, para lograrlo, tuvo que plantearse el poder terrenal de la Iglesia, entre otras cuestiones en los señoríos y, de forma general, en la riqueza acumulada que impedía el progreso social. Por otro lado, la permanente pugna entre el poder del Trono y el poder de la Iglesia se inclinó cada vez más de parte de aquél, en donde los ilustrados encontraban mejor protección a sus ideales. Por ejemplo, el propio Godoy y Antonio Alcalá Galiano llegaron a mostrarse abiertamente hostiles a una institución cuyo único papel había quedado reducido a la censura, y la que mostraba una leyenda negra La Tierra Apocalíptica

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de España que no convenía a los intereses políticos del momento. Así que, en un documento que fue elaborado por estos, se anunciaba: “¿La Inquisición? Su antiguo poder no existía ya: la autoridad horrible que este tribunal sanguinario había ejercido en otros tiempos quedaba reducida, quedaba muy reducida... el Santo Oficio había venido a parar en ser una especie de comisión para la censura de libros, no más...”. De hecho, a esas alturas las obras que habían sido prohibidas por la Inquisición ya circulaban con fluidez en entornos públicos, como lo eran las librerías de Sevilla, Salamanca o Valladolid. A pesar de lo que venía ocurriendo entre la corte y la Iglesia, la autoridad de la Inquisición sólo fue abolida durante la dominación de Napoleón y bajo el reinado de José I entre 1808 y 1812. Pero fue solamente en 1813, que los diputados liberales de las Cortes de Cádiz lograron también su abolición oficial, en buena medida por causa de la propia condena que el Santo Oficio había realizado de la sublevación popular contra la invasión del francés. No en tanto, sabemos que su potestad volvió a ser restaurada cuando el rey Fernando VII recuperó el trono español en julio de 1814; aunque fue nuevamente esta La Tierra Apocalíptica

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terminó por ser abolida durante el periodo llamado de Trienio liberal. Posteriormente, durante la Década Ominosa -halló por bien agregar-, la Inquisición no fue formalmente restablecida, no obstante de facto volvió a actuar bajo la fórmula de las Juntas de Fe que aún eran toleradas en las diócesis por el rey Fernando, y las que tuvieron el triste honor de ejecutar al último hereje condenado, el maestro de escuela Cayetano Ripoll, que terminó por ser ejecutado en Valencia en julio de 1826; presuntamente, por haber enseñado los principios deístas. Por ende, todo ello sucedía en medio de un escándalo internacional explayado por toda Europa por causa de la actitud de despotismo que todavía pervivía en España. En todo caso, para hablar del fin de los actos del Santo Oficio de una manera oficial -intentó esclarecer Paolo sin dejarse llevar por sus arrobos-, es necesario mencionar que la Inquisición fue definitivamente abolida de aquel reino en julio de 1834 por medio de un Real Decreto que fue firmado por la regente María Cristina de Borbón durante la minoría de edad de Isabel II, y que contaba con el visto bueno del Presidente del Consejo de Ministros Francisco Martínez de la Rosa. Empero, es posible que algo semejante a la Inquisición actuase durante la primera Guerra Carlista en las zonas dominadas La Tierra Apocalíptica

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por los fanáticos carlistas, puesto que una de las medidas de gobierno que preconizaba Carlos María Isidro de Borbón era la reimplantación de la Inquisición. Pero estos ya no eran actos públicos a servicio del rey. Al realizar una recapitulación final sobre el número de víctimas de la Inquisición, el cronista Hernando del Pulgar, un contemporáneo de los Reyes Católicos, calculó que hasta 1490, o sea, sólo una década después del comienzo de su actividad, la Inquisición habría quemado en la hoguera a 2.000 personas, y reconciliado a otras 15.000. Con todo, las primeras estimaciones cuantitativas del número de procesados y ejecutados por la Inquisición Española las ofreció Juan Antonio Llorente, que fue secretario general de la Inquisición de 1789 a 1801, y quien publicó en 1822, en París, “Historia crítica de la Inquisición”. Según el testimonio de Llorente, a lo largo de su historia la Inquisición habría procesado a un total de 341.021 personas, de las cuales algo menos de un 10% (31.912) habrían sido ejecutadas. Con su propio puño y letra, Llorente llegó a escribir: “Calcular el número de víctimas de la Inquisición, es lo mismo que demostrar prácticamente una de las causas más poderosas y eficaces de la despoblación de España”. Sin embargo, el principal historiador moderno de la Inquisición, Henry Charles Lea, autor de “History of the Inquisition of Spain”, llega a La Tierra Apocalíptica

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considerar que estas cifras, que no se basan en estadísticas rigurosas, llegan a ser muy exageradas. -¿Qué más mencionaba aquel compendio que examiné recientemente? -se preguntó Paolo mientras se rascaba la cabeza en busca de datos adicionales. -Parece mentira que así, sin querer, antes de ingresar en esta Congregación, me haya detenido por pura curiosidad a leer un sumario específico sobre este asunto -meditó al momento que se levantaba y dejaba escapar de sus labios una sonrisa timorata. Mientras Paolo dejó vagar lentamente sus pasos por la sala, buscó concentrar su mente en datos, nombres, fechas que sirviesen para enriquecer un poco más su relato. No quería equivocarse. Pretendía ser fiel a una realidad de la cual tenía certeza que no se debía esconder. Algún tiempo se pasó hasta que finalmente se sintió conforme con lo que quería escribir en su block de rascuño. Lo primero que registró, fue que los historiadores modernos habían emprendido el estudio de los fondos documentales de la Inquisición. En los archivos de la Suprema, los que actualmente se encuentran en el Archivo Histórico Nacional de España -añadió a su primera frase-, se conservan los informes que anualmente debían remitir todos los tribunales locales, y donde se enumeran las relaciones de todas las causas La Tierra Apocalíptica

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desde 1560 hasta 1700. Ese material proporciona información de 49.092 juicios, que han sido estudiados por Gustav Henningsen y Jaime Contreras. Según los cálculos de estos autores, sólo un 1,9% de los procesados fueron quemados en la hoguera. Empero, los archivos de la Suprema apenas proveen información acerca de las causas anteriores a 1560. Para estudiarlas, es necesario recurrir a los fondos de los tribunales locales, pero la mayoría de ellos se han perdido, aunque se conservan los de Toledo, Cuenca y Valencia. Jean Pierre Dedieu ha llegado a estudiar los de Toledo, donde fueron juzgadas unas 12.000 personas por delitos relacionados con la herejía. Por su vez, Ricardo García Cárcel ha analizado recientemente los del tribunal de Valencia. De las investigaciones realizadas por estos autores, se deduce que el periodo que cubre de 1480 a1530 pertenece a la etapa de más intensa actividad de la Inquisición, y que en estos años el porcentaje de condenados a muerte fue bastante más significativo que en los años estudiados por Henningsen y Contreras. El propio García Cárcel alcanza a estimar que el total de procesados por la Inquisición a lo largo de toda su historia fue de unos 150.000. Pero si aplicamos el porcentaje de ejecutados que aparece en las causas de 1560 a1700 (cerca de un 2%), podría calcularse que una La Tierra Apocalíptica

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cifra aproximada puede estar en torno a las 3.000 víctimas mortales. Sin embargo, muy probablemente esta cifra deba corregirse al alza si se tienen en cuenta los datos suministrados por Dedieu y García Cárcel para los tribunales de Toledo y Valencia, respectivamente. Con base en los estudios de Henningsen y Contreras, García Cárcel, Wagner y otros más, aunque usando una extrapolación algo menor (125.000 procesados), Pérez ha estimado en menos de 10.000 las sentencias a muerte seguidas de ejecución. Sin embargo, a causa de las lagunas en los fondos documentales, es imposible determinar la exactitud de esta cifra y es probable que nunca se sepa con seguridad el número exacto de los que fueron ejecutados por la Inquisición. En todo caso, Stephen Haliczer, uno de los profesores universitarios que llegó a trabajar en los archivos del Santo Oficio -agregó Paolo-, indica que descubrió que los inquisidores usaban la tortura con poca frecuencia y que generalmente era aplicada durante menos de 15 minutos. Este historiador llega a firmar que de 7.000 casos en Valencia, en menos del 2% se usó la tortura y nadie la sufrió más de dos veces. Más aún, menciona que el Santo Oficio tenía un manual de procedimiento que prohibía muchas formas de tortura usadas en otros territorios de Europa. Además, subraya que los inquisidores eran en su La Tierra Apocalíptica

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mayoría hombres de leyes, escépticos en cuanto al valor de la tortura para descubrir la herejía. Una vez que dio por finalizado su relato, el cual reflejaba información de terceros y no su propia reflexión, Paolo releyó algunas de las páginas y efectuó dos o tres correcciones ortográficas, pero se dio cuenta que se había quedado consternado y pesaroso, principalmente por la manera que había desnudado los hechos. -Creo que debo agregar algo más -murmuró ceñudo-. Quizás necesito colocar una explicación que evite que el lector del documento piense erróneamente -ultimó de rostro tenso, al momento que tomaba otra vez el lápiz y registraba sobre la hoja blanca de su block: Así pues, todos los datos levantados pueden parecer que retratan los pasajes más obscuros de los más de 600 años de la Iglesia Católica en su lucha para ser la exclusiva representante del Cristianismo en el mundo; y que la Inquisición fue un sistema de terror en masa que estaba compuesto por cortes secretas. Por consiguiente, quien leer estos informes, puede pensar que se trataba de una institución que ultrapasó fronteras geográficas e históricas, que partió de la Francia medieval y llegó hasta el renacimiento italiano, y que esto es un relato que aborda la sangrienta historia de los arquitectos de la Inquisición a las víctimas de su ira. La Tierra Apocalíptica

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Efectivamente, no se busca aquí defender las razones y motivos que llevaron reyes, Papas o inquisidores a tales comportamientos, sino más bien la intención de registrar los sucesos que de alguna manera incidieron en el comportamiento de la población de aquel entonces.

11 Tierra Delegada La Tierra Apocalíptica

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Poco después, cuando Paolo se sintió con aliento para reiniciar la lectura del manuscrito, fue sorprendido al verificar que el cardenal había registrado el tamaño de su inquietud durante la elaboración del relato, ya que una vez convencido de que se encontraba en el lugar correcto, se había inclinado a visitar el restante de las construcciones que albergaban los tabernáculos cristianos por toda Fregenal, siempre en busca de datos que lo llevasen a las sagradas imágenes que otrora habían sido confeccionadas por el anónimo escultor de efigies que había residido en el castillo. Pero principalmente, porque había destapado el secreto por el cual se mencionaba que dentro de la hechura una imagen de “Nuestra Señora de las Angustias” se habría escondido de los inquisidores el famoso pergamino. -Bueno, su determinación no podía ser menor -susurró Polo con una sonrisa de desdén que no llegó a ser una desconsideración. Mis primeros pasos por aquellos días -fue lo que leyó en la frase siguiente así que se reintegró a su trabajo-, me llevaron hasta la escalinata de la Iglesia de Santa Ana, principalmente porque a mis ojos ésta me pareció austera, seria y que, mismo con sus paredes sin encalar, de alguna manera la hacía que se presentase impresionante dentro de todo el contorno de la ciudad. En verdad, es el templo con mayores dimensiones, y cuya construcción original data La Tierra Apocalíptica

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del siglo XIV, obviamente con posteriores intervenciones en los siglos XVI y XIX. Puede tal vez que haya sido por causa de su antigüedad que inicié allí mi busca. Haciendo una breve síntesis descriptiva -se había tomado el trabajo de registrar el cardenal-, la edificación de este templo presenta una planta de cruz latina con una nave central compuesta por seis tramos cubiertos con bóveda de crucería en el altar mayor, y de cañón en el resto de la nave central. Por su vez, el edificio dispone de tres entradas adinteladas con sillares y una torre junto a la cabecera. Pero una vez que uno se encuentra en su interior, es digno de mencionar dos de sus retablos. El primero de ellos, el retablo mayor, se fecha en el siglo XVI y se presenta en forma de tríptico compuesto por tres cuerpos, tres calles, cuatro entrecalles y el ático. Los relieves, esculturas exentas y las columnas componen un atractivo conjunto construido en talla policromada y dorada. En el nicho central del mismo se encuentra la sagrada imagen de la virgen Santa Ana, y repartidos por el resto del retablo están las imágenes de San Lázaro y San Esteban, el Apostolado, las siete Virtudes y un conjunto de doctores, mártires y confesores de la Iglesia. Todo este retablo es coronado por un ático con la temática de un Calvario. El segundo retablo a destacar, es el Nacimiento, que se encuentra en una de las capillas hornacinas de los La Tierra Apocalíptica

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laterales de la nave central. Se compone de bajos, medios y altos relieves junto con la figura exenta del Niño Jesús, que representan el nacimiento de Cristo y la adoración de los pastores. Dignas de mención son también las dos capillas laterales; además, en la capilla de la izquierda se encuentra en sepulcro del ilustre político Don Juan Bravo Murillo. Al contar con la ayuda del capellán responsable por guardar el archivo de esta iglesia, me dediqué a revisar todos los registros allí existentes, -algunos casi ilegibles-, pero en realidad nada encontré que indicase que una vez había estado expuesta en esa iglesia la imagen de “Nuestra Señora de las Angustias”. Por tanto, mi corazonada no tuvo el éxito esperado. Mismo habiendo fallado mi presagio -continuaba a mencionar Masella-, entonces que me dirigí hacia la iglesia de Santa Catalina, cuyos orígenes eran más recientes y se fechan en el siglo XV. En todo caso, este templo se muestra al visitante con una sencilla fachada del siglo XVII, compuesta por una puerta adintelada con vano rectangular bajo un óculo y rematada por una torre campanario. Resumiendo, este templo dispone de otra segunda entrada, que está situada en el lado del evangelio que fue construida con sillería adornada por un frontón partido La Tierra Apocalíptica

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rematado por volutas. Tiene planta basilical, con tres naves separadas por pilares de granito de sección octogonal sobre los que voltean arcos apuntados de ladrillo. Sin embargo, como sobre la nave central existe una cubierta de madera de estilo mudéjar, con tirantes adornados por estrellas de ocho puntas, de repente sentí que mi corazón comenzó a palpitar agitadamente otra vez, pues el local, por una razón que no sé explicar, bien pudo llegar a albergar aquella imagen. Envuelto en esa conmoción espiritual, seguí revisando el resto del edificio -contaba el cardenal en su libro-, lo que me llevó al altar mayor, en el que se encuentra el Cristo del Perdón, atribuido a la escuela de Martínez Montañés, y que está cubierto por una bóveda de arista. En el lateral del Evangelio se encuentra el camarín de la Virgen de la Salud, decorado con un retablo del siglo XVIII y un sagrario de plata cincelada del siglo XX. Un atractivo conjunto de retablo y ornamentos que guardan la imagen de la Virgen de la Salud. Aparte de la mencionada Virgen, existen otras dos importantes imágenes en buen estado de conservación: la Virgen con el Niño, fabricada en terracota, y la Piedad, escultura también de barro cocido, con la representación de la Virgen sosteniendo al niño en su regazo; ambas se datan en el siglo XV y su autoría se atribuye a Mercadante La Tierra Apocalíptica

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de Bretaña. Por último, encontré a ambos lados de la entrada, en el interior, dos pilas de agua bendita realizadas sobre dos capiteles procedentes de Nertóbriga. En realidad no me decepcioné con el resultado de la visita -llegó a expresar el cardenal Masella-, pues, mismo no encontrando allí registro alguno que indicase que en algún momento existió la presencia de la imagen que yo buscaba, por el tipo de material utilizado para construir la esculturas que puede admirar y tocar, y por causa del virtuoso artesano que las fabricó, tenía cada vez más fe que yo estaba en el camino correcto. La próxima iglesia en donde continué mi busca, fue el Santuario de Nuestra Señora Santa María de los Remedios. En realidad, el edificio de esta abadía no es más que el resultado de sus sucesivas remodelaciones y ampliaciones desde los siglos XVI al XVIII. Sintetizando, el templo es de planta rectangular, de una sola nave cubierta con bóveda de cañón con fajones; la que en sus laterales aparecen capillas hornacinas y entre ellas pilastras que están decoradas con óleos sobre tela de Pérez de Acoca, del siglo XVII. Por su vez, la parte del atrio está compuesto por una arquería de medio punto de ladrillos y columnas de granito de fuste liso con basamentos que sustentan la techumbre de madera. Sin duda, me pareció un trabajo muy bonito de ser apreciado. La Tierra Apocalíptica

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En el interior de la iglesia se destaca el camarín donde se encuentra la imagen gótica de la Virgen de los Remedios; además de cuatro ángeles candeleros del siglo XVIII que alumbran la imagen de la Virgen y del Niño. Por ende, atractivos son también los retratos de los Hijos Ilustres de Fregenal que se encuentran en la Hospedería, el Salón de los Mantos, y una interesante muestra de los ajuares de la Virgen; así como también lo es el Pozo donde, según la leyenda, un pastor encontró la imagen de la Virgen en forma de muñeca. En realidad, puede que deje trasparecer en este legajo toda mi frustración por no encontrar en dicha iglesia la escultura que buscaba -había escrito Masella en más uno de sus desahogos-, aunque a decir verdad, ese día el tamaño de mi frustración ya se había reducido de modo significativo por ser esta una edificación más bien tardía con respecto a las otras. Mismo así, continué mi peregrinación, pues me quedaba un par o más de edificios por visitar. Realmente, mis pasos me llevaron casi que de pura curiosidad hasta lo que había sido un día el Convento de San Francisco, ya que los datos históricos sitúan la fundación del mismo en 1563, aunque a ciencia cierta se diga que lo más importante de su construcción sea posterior y así lo señala José Quintero, cronista de La Tierra Apocalíptica

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Fregenal, diciendo “la Iglesia y lo principal del convento ya estaba construido en 1619”. Por mi parte, pienso que esta fecha parece ser la más acertada si tenemos en cuenta aspectos formales como son el frontón partido de la portada de la Iglesia o la composición del Altar Mayor. Por su vez, la fecha en la que los religiosos deciden abandonar el convento coincide con la desamortización de Mendizábal (1835) aunque manteniéndose el culto de la Iglesia hasta 1880. Con posterioridad, en él ha existido “casas y alfar” según el plano de Coello, Casa de Correos según nos dice José Ramón Mélida y finalmente se destinó a Escuela Nacional y Casa Cuartel de la Guardia Civil. O sea, que nada indicaba que allí hubiese estado la imagen de “Nuestra Señora de las Angustias”. Luego a seguir realicé una visita al Convento de la Paz, o de las MM. Agustinas. A decir verdad, esta edificación que fue encomendada a la Orden de las Madres Agustinas, es el único convento que en nuestros días permanece habitado y abierto al culto en Fregenal de la Sierra. El edificio, que ocupa toda una manzana, terminó siendo fundado por Alonso de Paz, que dejó ordenado en su testamento la construcción del edificio junto con el colegio de los Jesuitas. La construcción del convento duró cuatro años, desde 1602 hasta 1606, cuando entonces pasó a ser habitado por las primeras monjas en La Tierra Apocalíptica

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ese mismo año de 1606. No en tanto, mi búsqueda no resultó en un nuevo fracaso, pues mismo que allí nunca fuera exhibida la imagen que yo tanto buscaba, para mi regocijo, la abadesa que administra el convento me enseñó unos documentos que mencionaban las reliquias que un día habían sido donadas a éste y al Convento y colegio de los Jesuitas, lindero al de ellas. No perdí tiempo en ir a inspeccionarlo, pero al conferir el referido edificio, que ocupa toda una manzana, pude observar que de él sólo quedan los muros principales y la fachada, la cual aparece adornada por los escudos de armas de Don Alonso de Paz y de la Condesa de la Espina, que lo habían convertido en su palacete después que los Padres Jesuitas fueran expulsados de España. -Me hago una idea de cuán fuerte debe haber sido la emoción que sintió el cardenal Masella cuando clavó sus ojos en el mencionado documento -llegó a exclamar Paolo luego de leer la frase. Quizás su voz, que en ese instante llegó a sonar casi como un grito, expresase la idéntica exaltación que fuera producida por el cardenal el día que clavó sus ojos en el mencionado documento. Luego enseguida, Paolo se empinó frente al libro, rebosante de alegría, para leer con avidez que, en realidad, fechado en la última década del siglo XVI, aquel convento debía su construcción a Don Alonso de Paz, el mismo que La Tierra Apocalíptica

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manifestó en su testamento la voluntad de construir un Colegio de P.P. de la Compañía de Jesús para que allí se impartieran clases de Gramática, Artes, Filosofía y Teología. Y en cuya iglesia, en la Capilla Principal, se depositaron más tarde sus restos y los de sus herederos. Sin embargo -había redactado el eficaz cardenal-, otros documentos mencionaban que parte de todas las imágenes santas que en cierto momento estuvieron en el interior de aquella capilla, así como en los más diversos lugares del antiguo colegio, habían sido remitidas de a poco a las Misiones Jesuitas cuando estas comenzaron a instalarse en Paraguay. Esta noticia me llevó de inmediato a hojear diversos legajos, hasta que finalmente di con el presumible destino de la estatua de “Nuestra Señora de las Angustias”, ya que en uno de ellos se mencionaba que en una expedición que fuera guiada por el padre Juan de Viana, el misionero Alfonso Rodríguez Olmedo, junto con los predicadores Juan Eusebio Nieremberg, Roque González y Juan del Castillo, había sido destinado a trabajar en las misiones del Nuevo Mundo, llevando junto con ellos, además de diversas herramientas y utensilios de labranza, ésta y otras estatuas para ser instaladas en las reducciones que ellos tenían por cometido inaugurar. -¡Qué interesante!... O más bien, fascinante y curioso -volvió a exclamar Paolo con una fisonomía que no La Tierra Apocalíptica

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lograba esconder lo original, extraordinario y sorprendente que le había resultado toda esa parte de la lectura, y más importante aún, notar la persistencia del cardenal en seguir pistas que parecían no conducir a nada. -Así que ahora lo buscará en Sudamérica -especuló, al realizar una mueca de asombro. En seguida se sintió atraído por el restante del relato, y recomenzó su lectura en el parágrafo que mencionaba: El misionero Alfonso Rodríguez Olmedo había nacido en Zamora el 10 de marzo de 1598, siendo hijo de Gonzalo Rodríguez y María de Olmedo, familia modesta y muy piadosa de esa provincia. Tras estudiar las primeras letras en su ciudad natal, Alonso ingresó en la Compañía de Jesús en 1614, en Salamanca; pero tras realizar el noviciado en Villagarcía de Campos, Valladolid, fue enviado al Colegio de P.P. de la Compañía de Jesús, en Fregonal, para iniciar allí los estudios de Filosofía. No en tanto, por una de esas ocurrencias Divinas, cierto día pasó por ese noviciado el P. Juan de Viana, que por entonces era el procurador de la que en aquel tiempo se llamaba Provincia Jesuítica del Paraguay. Este eclesiástico tenía permiso del General de la Orden, Mucio Vitelleschi, para reclutar novicios que anhelasen trabajar en las misiones. Por supuesto que luego de éste presentar su invitación en el mencionado Colegio, La Tierra Apocalíptica

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de algún modo su propuesta tuvo acogida en el generoso corazón de Alfonso, quien al momento de ser aceptado como misionero también quedó encargado de los cuidados de las imágenes a ser transportadas. Días después, Alfonso embarcó en Lisboa, Portugal, con otros 37 compañeros, el 2 de noviembre de 1616, llegando a desembarcar en el puerto de Santa María de los Buenos Aires el día 15 de febrero del año siguiente. No en tanto, una vez terminados los trámites de llegada, Alfonso fue enviado al Escolasticado que la Compañía tenía en la ciudad de Córdoba, al norte de Argentina, a fin de realizar allí sus estudios superiores eclesiásticos; y a fines de 1623 o principios de 1624 fue ordenado sacerdote. Así pues, una vez que concluyó los estudios teológicos, le fue establecido que debía comenzar a evangelizar entre los indios guaycurúes, quienes estaban asentados en una de las reducciones consideradas más trabajosas, entre otras cosas, por causa de la dificultad del dialecto indígena allí utilizado. La aludida misión estaba localizada frente a Asunción, al otro lado del río Paraguay, y Alfonso sería entonces el primer misionero en aprender el dialecto. Pero como el principal objetivo de su misión era predicar y abrir reducciones que facilitaran la propagación de la fe cristiana y asegurar a todo coste condiciones de vida La Tierra Apocalíptica

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dignas a los indígenas, en aquel momento solicitó llevar con él una de las imágenes que había transportado con tanto celo desde Fregonal. Una vez que fue honrado su deseo, escogió llevar la estatua de “Nuestra Señora de las Angustias”, por la cual sentía una poderosa atracción. -¡Óptimo! -profirió Paolo en un respingo-. Por lo menos ahora ya tenemos a su custodio -agregó remiso. No obstante -comenzó a leer nuevamente-, en 1627 fue destinado a la misión de Encarnación de Itapuá, una reducción que fuera fundada en 1615 por el padre Roque González, cuando se le designó para que lo acompañara en su gestión; y otra vez más Alfonso llevó consigo la estatua de la Virgen que tanto adoraba. Empero, un año después, junto con el padre Roque, necesitó mudar una vez más de rumbos para dirigirse a fundar en 1628 una nueva reducción que se llamó “Todos los Santos del Caaró” en la banda oriental del río Uruguay. Pretendía, en algunos meses, poder retornar a Encarnación para buscar e instalar en esta nueva capilla que erguirían la estatua que siempre lo acompañaba. Sin embargo, su deseo no se cumplió ya que este sería su último destino. En verdad, el 15 de noviembre de 1628, con tan sólo treinta años de edad, Alfonso terminó por ser asesinado brutalmente por algunos de esos mismos indígenas que fueron azuzados por su cacique; porque Ñezu, el hechicero La Tierra Apocalíptica

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y cacique de Igní, se oponía al proyecto y dio la orden de matar a los misioneros. Registros nos muestran que ese día, estando varios de los misioneros reunidos en la plaza para presenciar la instalación de una campana, los indígenas aparecieron de improviso y, en medio de la confusión, golpearon al padre González en la cabeza. Al oír el ruido, Alfonso Rodríguez Olmedo salió de la iglesia y fue igualmente victimado a golpes de itaizá (una especie de mazo de piedra). Posteriormente, en una brutalidad de actos, sus cuerpos fueron arrastrados hasta la iglesia y quemados junto con otros perteneces. -¡Qué bárbaros! -dejó escapar Paolo sin levantar los ojos del libro. Una leyenda -continuaba a relatar Masella en sus apuntes- menciona que los cadáveres de los misioneros asesinados fueron arrojados por los salvajes a la hoguera; pero milagrosamente el corazón de Roque González de Santa Cruz, el mártir criollo asunceno fundador de varias misiones jesuíticas, quedó intacto, el cual además les habló haciéndoles ver a los indígenas todo el mal que ellos habían hecho. Posteriormente, su corazón y el hacha con la que lo habían asesinado fueron trasladados como reliquias a Roma, los cuales posteriormente volvieron y, tras un corto período por la Argentina, fueron llevados a la

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Capilla de los Mártires (Colegio Cristo Rey) en Asunción, que es donde actualmente se encuentran. Además de esta barbarie, quedó comprobado que el misionero Juan del Castillo también corrió la misma suerte de sus colegas unos días después, cuando en su intento de huir de los agresivos indios, terminó siendo asesinado el 17 de noviembre de 1628. -¡Qué horror! -llegó a exclamar nuevamente Paolo en un fino chillido al leer el relato, y con un leve aire de amargura y resentimiento en su faz. Pero cuando logró reponer su ánimo minutos después, percibió que el cardenal Masella había registrado en su libro, que el día 28 de enero de 1934 los mártires del Caaró e Ijuí terminaron por ser beatificados por el papa Pío XI. Quien al nombrarlos, de ellos dijo el Papa en la homilía de la misa de beatificación: “Sabiéndose responsables en cuanto a la necesidad de custodiar la dignidad humana en aquel momento de la historia, [...] como testigos del mandamiento nuevo de Jesús, dieron prueba con su muerte de la grandeza de su amor”. -Era lo menos que ellos se merecían -logró articular en un balbuceo consternado.

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-Por lo visto -raciocinó luego a seguir sin un dejo de pesar-, supongo que el padre Alfonso no sabía que dentro de la imagen de la Virgen que él tanto adoraba, estaba escondido el viejo pergamino que encubre “El Enigma Doctrinal”... Pero cuanto a mí, enterado de lo ocurrido, se me antoja especular -murmuró ceñudo- que de cierta forma él también fue una víctima indirecta de ese tipo de amenaza siniestra y maligna que de una forma u otra ha tocado a todos aquellos que lo tuvieron cerca. -Si por acaso un día doy con él, ¿será que yo también corro la misma suerte? -alcanzó a preguntarse de rosto sombrío, cuando buscó escudar mejor su espalda en el respaldo de la silla. Al considerar tan nefasto pensamiento, por su cuerpo corrió simultáneamente un chucho que le hizo erizar los pelos de los brazos y le dejó una mortificación gravada en su semblante, además de originar un respingo de aflicción. -¿De dónde será que saco yo estas malditas cosas? -se preguntó en silencio junto a un meneo de cabeza con el cual buscaba apartar su irritación, en cuanto se arrimaba otra vez a la mesa para continuar con la lectura. En la primera frase que leyó, constató que el cardenal mencionaba que se había sentido atraído por conocer la biografía del mártir criollo asunceno fundador de varias misiones, Roque González de Santa Cruz. La cita decía La Tierra Apocalíptica

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que fuera uno de los diez hijos del matrimonio formado por el escribano real Bartolomé González de Villaverde y de María de Santa Cruz, ambos nobles españoles, y que había nacido en el año 1576 en el poblado de Asunción, otrora perteneciente a la Gobernación del Río de la Plata (Virreinato del Perú) y hoy la capital del Paraguay. En lo que concierne a sus otros hermanos -estaba redactado- Francisco, el mayor de ellos, fue gobernador del Río de la Plata, con sede en la Asunción; Pedro fue clérigo presbítero de la Catedral de la Asunción; Mateo fue clérigo presbítero y contrabajo en la Catedral de la Plata (Sucre); Bartolomé ha dejado descendencia hasta nuestros días en la ciudad de Corrientes; mientras que Mariana dejó su huella de larga descendencia al casarse con el capitán Francisco García Romero, español, teniente gobernador de Concepción del Bermejo. Estos mismos acompañaron a Juan de Garay a la segunda fundación de Buenos Aires, donde se radicaron y tuvieron toda su descendencia que supera la 16ª generación. No en tanto, en una generación intermedia figura la familia Medrano, de la que descollara el Dr. Pedro Medrano, diputado en la Asamblea del Año XVIII y en la Declaración de la Independencia Argentina (1816). En cuanto a Roque, con sólo 22 años fue ordenado sacerdote por Monseñor Hernando Trejo y Sanabria, La Tierra Apocalíptica

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Obispo de Córdoba, y tiempo después fue nombrado párroco de la catedral de Asunción por el obispo Martín Ignacio de Loyola, pariente de San Ignacio. Había llegado a desempeñarse en diversas actividades apostólicas, y no aceptó el cargo de Vicario General de Asunción porque en realidad él quería llegar hasta los mismos indígenas para evangelizarlos. Así pues, en 1609 abandonó de vez la actividad en esa ciudad e ingresó a la Compañía de Jesús, comenzando su labor como misionero evangelizador. En 1613 fundó la reducción de San Ignacio Miní, una de las más grandes del imperio jesuítico. No obstante, el 22 de marzo de 1615 llegó a fundar la ciudad de Encarnación, en el actual departamento de Itapúa, de Paraguay, del cual es la capital. Años después fundó las reducciones de Concepción de la Sierra (1619), Candelaria (1627), San Javier y otros centros ubicados sobre la costa del río Uruguay. Y sobre las márgenes de ese río se fue extendiendo hacia el sur, fundando la reducción de Yapeyú, actual provincia de Corrientes y de gran importancia al ser la ciudad natal del que posteriormente se conocería como el prócer General José de San Martín. De Yapeyú, partió hacia tierras adentro en el sur del actual Brasil fundando las reducciones de San Nicolás, Asunción del Iyuí y Caaró. Justamente en la zona de Iyuí, es donde tuvo grandes diferencias con el cacique Ñezú, y La Tierra Apocalíptica

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fue así que en noviembre de 1628, esta reducción fue destruida y resultó en el asesinato del padre criollo Roque de Santa Cruz junto al padre español Alonso Rodríguez Olmedo y otros. En reconocimiento, el 28 de enero de 1934 fue beatificado por la Iglesia de Roma, junto con sus compañeros mártires. -Qué bonita obra no serían capaces de realizar estos misioneros si hubiesen salvado sus vidas -alabó Paolo, dejando escapar un suspiro lisonjero. -Sin embargo, ¿cuántos otros mártires más deben de haber existido?... En realidad, poco conozco de lo que ha ocurrido en aquellas tierras con respecto a la labor misionera de los jesuitas -llegó a cavilar con prudencia, una vez que se sintió atrapado por las historias que el cardenal Masella hacía mención como resultado de sus peregrinas e insistentes andanzas detrás del extraviado pergamino. -Mejor, hago una pausa, y voy a visitar a Agustoni para ver qué libro me recomienda que lea para empaparme un poco más en este asunto -razonó, dispuesto a examinar alguna obra que contase la historia en su amplitud. Pocos minutos después llegó todo dispuesto a la sala del secretario, una vez que al llamarlo por teléfono, obtuvo de éste, confirmación y disposición para ser recibido.

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-Buenas tardes, mi amigo -manifestó con voz canora y una leve sonrisa en los labios-. Aquí me tienes otra vez -pronunció con una mirada pasiva. -Igualmente para ti -le devolvió Agustoni, mirándolo de sesgo-. Siéntate, así conversemos mientras yo ordeno estos documentos nada sugestivos. -No te preocupes, no tengo prisa -le respondió Paolo dando de hombros, si percatarse la sutileza escondida en la respuesta del secretario-. Tómate el tiempo que necesites. Pero si tú quieres, puedo echarte una mano -agregó solícito, buscando agradarlo. -Gracias por tu disposición, pero esto es algo que yo sólo entiendo; además, tú no sabrías en qué lugar tengo que colocar cada asunto -mencionó, sin aclarar cuál era la trama que le incomodaba. -Como quieras, Agustoni. Es sólo pedirme, que aquí estoy -expresó el visitante mientras se recogía un poco los pliegues de la sotana para tomar asiento. -¿Así que quieres hablar sobre las misiones jesuitas, el legado que nos fue dejado por la monarquía católica y las directrices y pautas romanas que autorizaban la labor evangelizadora de los jesuitas? -En realidad -corrigió Paolo-, si es que este tema es de tu conocimiento, más bien pretendía suplicarte que me

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indicaras algunas obras que contengan la información que pretendo, y que tú crees que yo deba leer. -¿Puedes ser más específico? -La Compañía de Jesús -le respondió maquinalmente, pero se corrigió-: ¡Sobre su labor misionera! -resaltó. -¡Aja! -exclamó Agustoni, de espaldas, al momento que le preguntaba si su visita no tenía otros motivos, ya que sus indirectas no habían dado en el clavo. -¿Deberían existir otros motivos? -Por supuesto… ¿O no sabes por qué Jozef Tonko en estos momentos se encuentra en Washington? -expresó el secretario cuando se acercó con paso vacilante. -Sí, sé que viajó. Pero siempre lo hace -asintió Paolo, que abrió sus ojos en forma desmedida. -Pues te diré que lo hizo con extremada prisa, ya que el asunto por aquí está que arde, mi amigo -le alertó Agustoni de rostro severo. -¿Se me ha escapado algo? -Todo ha sucedido por causa que el arzobispo de la Archidiócesis de Milwaukee, Rembert Weakland, decidió escribirle de puño y letra una carta al cardenal Ottaviani, informándole sobre los abusos que ha estado cometido durante más de una década el sacerdote Lawrence C. Murphy, en la escuela St John’s, en la ciudad de St Francis, Wisconsin -le explicó en detalles. La Tierra Apocalíptica

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-¿Qué tipos de abusos? ¡No sabía nada! -El abuso sexual en niños con deficiencia auditiva -le aclaró Agustoni con voz grave y una mirada doliente. -¡Qué horror! ¿Quién es ese tipo de bárbaro? -Por lo que sé, parece que el padre Lawrence Murphy es un hombre dotado de encanto y don de gentes. Un irlandés sociable y carismático que tiene la rara habilidad de comunicarse con fluidez en el lenguaje de signos. Se dice que verlo oficiar con las manos llega a ser más conmovedor que si hubiese pronunciado palabras. -Por lo que me cuentas, no lo dudo para nada -se burló Paolo tras lanzar una mirada furtiva. -Bueno, justamente por causa de esos buenos dones, es que este padre libertino ha estado trabajando desde 1950 para la prestigiosa escuela de niños sordos de Milwokee, en Wisconsin. Así pues, como te dije, Murphy empezó su trabajo como profesor en la Escuela St. John para Niños Sordos de la localidad de St. Francis, pero en incierto momento comenzó a abusar sexualmente de ellos -le fue relatando Agustoni sin marcar cualquier inflexión en las palabras que pronunciaba. -Por mi parte, pienso que probablemente él contaba con la redención de sus pecados tan sólo con elevar una oración al cielo… No sé -articuló Agustoni moviendo la cabeza como queriendo acentuar su pesar-. Quizás, cuando La Tierra Apocalíptica

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él se despertaba, ya pensaba en acariciar a uno de sus muchachos y a continuación regresaba a la oración, comía, dormía, hacía sus necesidades, así como lo hace cualquier otro católico americano o, simplemente, como cualquier otro católico del mundo. -Pero por mi parte -fue la vez de Paolo revelar junto con una mirada circunspecta-, y como por lo visto ese sacerdote ha sido mentor y guía espiritual de cientos de muchachos vulnerables, supongo que si en realidad esos chicos aprendieron algo de él, es que existen ciertos individuos repulsivos en el mundo de los adultos que llegan a gratificar su salaz apetito sin tener cualquier consideración por los demás. -Bien colocado, Paolo, pues en mi opinión, el padre Murphy no es más que un pederasta predador, cuyos crímenes resultan ser aún más horrendos por causa de la indefensión de sus víctimas. No te olvides que los alumnos de la escuela St John’s, son sordos -advirtió-. Y como es un internado, es de suponer que por las noches no había forma de escapar de ese indigno sacerdote que tenía todo el poder sobre ellos. -¿Y desde cuando se sabe todo esto? -indagó Paolo con los ojos bajos y el rostro lleno de inquina. -Parecería que hace unos meses, el cardenal Tarcisio Bertone llegó a abrir una investigación secreta sobre el La Tierra Apocalíptica

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caso, cuyo objetivo era apartar a Murphy del sacerdocio; pero Bertone detuvo la investigación porque el padre Murphy le escribió personalmente diciendo lo siguiente: “Sólo quiero vivir el tiempo que me queda dentro de la dignidad de mi magisterio… Pido su piadosa asistencia en este asunto”. -¡Que desfachatado!... ¿Qué irá a ocurrir ahora? insistió en saber Paolo, aunque ya imaginaba lo inevitable. -No sé, Paolo. Pero da por cierto que el caso del padre Murphy es muy grave para la Iglesia, pues él ha estado involucrando a víctimas particularmente vulnerables, que sufrieron de una manera terrible por lo que les hizo. Y todos sabemos que al abusar sexualmente de niños con deficiencia auditiva, el tarado de Murphy ha violado la ley y, lo que es más grave, además de la nuestra, la sagrada confianza que las víctimas habían puesto en él. -Seguramente lo apartarán del sacerdocio -convino Paolo-. ¡Cómo menos! -le subrayó indignado. -Supongo que sí. En este momento Ottaviani está pidiendo su cabeza, pero tú bien sabes que existen muchas fuerzas ocultas aquí en el Vaticano, las mismas que están dispuestas a esconder éste y otros casos de la sociedad. Así que, aguardemos para ver cómo termina. -¡Qué infame, Agustoni!... ¡Qué infame! No sé cómo algunos pueden llegar a tal extremo -exclamó Paolo sin La Tierra Apocalíptica

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dejar de mirar hacia la ventana, y entregándose a una cavilación sobre ese tipo de calamidades. -Es verdad, pero mejor vamos a lo nuestro, que ésta discusión a mí me gusta tan poco como a ti -le advirtió el secretario. ¿Qué sabes tú de la Compañía de Jesús? -encontró mejor preguntar para zanjar el tema del padre Murphy. -Sé que esta fue fundada por Ignacio de Loyola y confirmada por el Papa en 1540, y también que en ella se llegó a formar una clase de misioneros tan especial, que pronto se destacó entre todas las otras órdenes. -Bueno, pero eso fue una derivación de la rigurosa preparación y disciplina de sus miembros, ya que el orden jerárquico existente entre ellos y los profundos estudios a que se dedicaban, tanto en las ciencias teológicas como en las ciencias exactas y naturales, terminó por preparar a un conjunto de hombres que en pocos años lograron destacarse en los territorios donde desarrollaban su misión: Asia, África y América… -dijo antes de una hacer pausa para agregar-: Aunque en el Nuevo Continente ellos llegaron a extender su radio de actuación desde Canadá y Alaska, pasando por Centroamérica hasta el Brasil y la Patagonia.

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-Sí, pero me parece que no siempre ellos lograron mantener acciones homogéneas en todos los territorios en que pusieron pie -replicó Paolo, haciendo una morisqueta. -Es evidente. Todo dependía de la situación de los conquistadores -adujo el secretario, que se aproximó de su visitante y sentó con un gesto cansado para entregarse a la plática. -Por ejemplo, podemos hacer una comparación entre las misiones realizadas por los Jesuitas con los indígenas de Quebec en Canadá y con los mapuches en la Araucanía chilena -le planteó a seguir-. Fíjate que hacia el año 1500, los franceses comenzaron a frecuentar la zona de Quebec con el objetivo de pescar y salar el bacalao; sin embargo -ponderó-, estos pronto comenzaron a penetrar en la zona del interior debido al creciente interés por la piel de castor en Europa. Por tanto, al actuar de esta manera, no se produjo una colonización al estilo hispánico, sino que se formó una relación de intercambio con los indígenas. Empero -le advirtió-, la creciente competencia angloamericana por conquistar esos mismos territorios, hizo que los franceses establecieran fuertes militares y crearan alianzas con los amerindios. Así pues, este fue un escenario propicio para los jesuitas, quienes pudieron establecer misiones en el interior del territorio, como por ejemplo, la gran misión de La Tierra Apocalíptica

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Saint Marie, un verdadero villorrio con capilla, molino, hospital y animales, y que llegó a albergar a cerca de 3 mil indígenas durante la época de la peste. Paolo lo escuchaba con atención, y sólo asintió. -En el extremo sur del continente -prosiguió relatando el secretario con entonación tranquila-, sin embargo la situación fue bien diferente para los jesuitas. Tanto, que la expansión española en tierras chilenas fue frenada por los mapuches, que establecieron el río Biobío como frontera natural entre ambos mundos -indicó con un mohín-. No en tanto, a pesar de los reiterados intentos de los sacerdotes por establecer misiones en esa región, solo pudieron formar dos: Arauco y Buena Esperanza, ambas alojadas dentro de fuertes militares y fuera del territorio mapuche. Por tanto, los jesuitas debieron crear misiones “volantes”, en que los misioneros se adentraban a caballo a la zona indígena, pero sin poder penetrar mucho más allá de la frontera y encontrando poca adhesión por parte de los indígenas. Con todo, vale destacar la gran capacidad de negociación y adaptación que tenían estos esmerados ignacianos en su campaña evangelizadora. -Pero pienso que no les ocurrió lo mismo cuando ellos se instalaron en la Banda Oriental y otros territorios. -Son paradigmas diferentes, Paolo -le advirtió el secretario con ímpetu-. Por ejemplo, si abordamos la La Tierra Apocalíptica

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figura del jesuita portugués António Vieira; tenemos que fue uno de los personajes más influyentes del siglo XVII, y el que se destacó como misionero en Brasil al convertirse en un defensor de los pueblos indígenas, cuando pretendió combatir su explotación y esclavización, ya que él se destacaba por la habilidad que tenía para moverse en la Corte y entender sus equilibrios. Por supuesto -hizo cuestión de resaltar Agustoni-, otra figura que hay que analizar -mencionó mirando fijo a la ventana, como quien busca concentrarse en lo que ira decir a posterior-, es la del padre Luis de Valdivia, ya que este misionero jesuita español también defendió los derechos de los indígenas en Chile y abogó por la reducción de las hostilidades contra los mapuches, promoviendo la “guerra defensiva”; es decir, la conquista a través de la religión. Con todo, su proyecto no tuvo éxito, puesto que cayó en el descrédito y terminó por ser enviado de vuelta a España. Además, sus polémicos textos también le significaron entrar en conflicto directo con la Inquisición. -Sí -contrapuso Paolo al discordar con el punto-, pero también ocurrió que la Corona española consideró que era suficiente el número de misioneros que ya trabajaban en el Nuevo Mundo, y por eso retardó la autorización a los jesuitas, que no ingresaron sino hasta la segunda mitad del siglo XVI. La Tierra Apocalíptica

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-Bueno, claro que existían muchos desequilibrios en aquella Corte, pero cuando en realidad se lo consintieron, eso le permitió a los ignacianos destacarse en las ciudades que habían sido pobladas por los españoles, por causa de la fundación de colegios y universidades, mientras que en las zonas selváticas y apartadas, lo fue más bien por la evangelización de los indios. -Ya leí una vez -buscó esclarecer Paolo mientras lo miraba directo a los ojos- que según los reglamentos de la Compañía de Jesús, el General de la orden era quien nombraba a los Provinciales, cuya función específica era organizar y dirigir las tareas misionales y controlar el desempeño de los miembros de la orden en sus respectivas provincias. -¿En qué parte del manuscrito del cardenal Masella, te encuentras? -quiso saber Agustoni después de escuchar el comentario de Paolo. -Más bien, y a groso modo, en la parte que menciona que el pergamino fuera escondido dentro de una estatua que, por acaso, ella terminó siendo enviada a las Misiones del Paraguay. -Es verdad… Es muy interesante saber cómo ello ocurrió -asintió Agustoni con mirada sonriente. -Pues es justamente sobre esta región, que yo quiero introducirme un poco en aquel ambiente. La Tierra Apocalíptica

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-Bueno, puedo decirte que la labor evangelizadora de los jesuitas en América se extendió desde 1585 hasta su expulsión en el año 1767, y su actuación en el escenario rioplatense se desarrolló geográficamente desde la región del Pilcomayo hasta Tierra del Fuego y desde el estuario del Río de la Plata hasta la cordillera de los Andes. Por eso que en más de una oportunidad, se dijo que los jesuitas fueron viajeros infatigables que abrieron a las ciencias un amplio campo para sus exploraciones a la geografía, la lingüística, la botánica y la historia de América, y que esas actividades no fueron ajenas a sus intereses. Además, ellos fueron también grandes fundadores de ciudades y pueblos, y una de las congregaciones que más contribuyó al progreso y adelanto de la región de la selva misionera y del noroeste argentino y suroeste brasileño. Puedo afirmarte que muchas de las reducciones que fueron fundadas durante aquellos años, existen en la actualidad, como lo son las de Loreto, San Javier y Santa María la Mayor, cuna del arte tipográfico; y San Ignacio, Corpus, Santa Ana, grandes centros importantes de producción de la yerba mate, un subproducto muy consumido en aquella región. -Se puede suponer entonces, que ellos eran individuos muy bien preparados. Pero creo que eso no coaduna con lo que menciona el cardenal Masella. La Tierra Apocalíptica

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-En realidad, Paolo, los jesuitas fueron, por lo general, hombres de más que mediana cultura y provenientes de diversas regiones de Europa. O sea, que había españoles, italianos, alemanes, franceses, ingleses y hasta griegos, y que de alguna manera todos ellos lograron enriquecer y aportar a la civilización sus sapiencias de acuerdo con su país de origen, e incorporaron la tecnología de su tiempo a la agricultura y a la medicina, entre otras cosas. Toma sólo un ejemplo -le propuso Agustoni-, el padre Joaquín Camaño llegó a concebir en el siglo XVIII la ventaja de realizar una enciclopedia etnográfica argentina y, a tal efecto, reunió abundante material personal y de varios misioneros, como lo fue de los padres Manuel Canelas, Juan Andreu, Román Artro, Antonio Moxi y Roque Gorostiza, quienes describieron y conservaron datos que se encuentran hoy día en los archivos italianos y españoles. -Pero si nos atenemos más específicamente a la región de las Misiones en el territorio de lo que hoy es Paraguay, ¿por dónde comenzaron? -Si lo que tú quieres saber es el comienzo de la gran ola misionera, Paolo, entonces te diría que Brasil fue la primera provincia jesuítica de América del Sur; y que ésta se encontraba a cargo del padre Nóbrega, a quien algunos pobladores de Asunción le solicitaron el envío de La Tierra Apocalíptica

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misioneros; no en tanto el gobernador portugués se opusiese a la idea. -Empero, ese problema luego fue estudiado por el secretario del padre Loyola y por el Consejo de Indias -prosiguió Agustoni al notar el cortés asentimiento de su pupilo-. Éste último, en virtud del derecho de Patronato, decidió que el envío de los sacerdotes debía contar con la expresa autorización de la Corona. Por ende, para evitar mayores conflictos, Felipe II, que desde 1580 era también rey de Portugal, ordenó la separación de las misiones españolas de las portuguesas. Por tal inclinación, el General jesuita decretó que la región del Río de la Plata dependería entonces del Perú. Y así sucedió que los primeros misioneros a actuar llegaron al Tucumán en 1585 procedentes del Perú; y sólo como dos años después, es que arribó un grupo procedente del Brasil. No obstante esos dos grupos hubiesen sido encargados por el obispo de Tucumán, Francisco de Vitoria, cuando llegó el decreto de separación, el Provincial de Brasil no hizo más que regresar a su jurisdicción y quedaron en el Tucumán tres sacerdotes que pronto fueron designados para trasladarse a Asunción. -Pero como en un principio la provincia jesuita del Perú era demasiado extensa -le expuso el secretario luego de una pausa-, el Provincial envió a España al padre Diego La Tierra Apocalíptica

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de Torres con la propuesta de dividirla en dos. Por eso que sólo en 1607 quedó fundada la provincia jesuítica del Paraguay, la que abarcaba los actuales territorios de la Argentina, Paraguay, Uruguay, la mayor parte de Chile, la parte sur de Bolivia y casi mitad de Brasil. Creo que su primer Provincial fue el Padre Torres. No en tanto, en 1625, la parte de Chile fue separada. -Parece resultar muy interesante toda tu explicación, Agustoni -insinuó Paolo con una mueca-. Necesariamente, pienso que eso requería de una logística criteriosa, pues ellos estaban desparramados por un amplio espacio muy poco habitado… Por españoles, claro. -Concuerdo en parte, Paolo. Para el transporte de ellos puede que sí, no en tanto para todo lo demás, te señalo que los jesuitas dependían de la generosidad de los pobladores españoles para su subsistencia, pues el padre Torres había recibido del General de la orden la recomendación de no permitir el servicio personal de indios en encomienda. -¡Qué interesante! Bueno, por lo menos ellos vivían igual que los otros pobladores laicos. -En los años iniciales hasta debería ser así -lo corrigió el secretario-; pero no puedes olvidar que por su interés en la defensa de los indígenas, los misioneros también estuvieron expuestos a peligros y sufrieron la enemistad de los encomenderos, quienes llegaron a quitarles su ayuda La Tierra Apocalíptica

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económica. Por mi parte -quiso opinar-, imagino que por esta razón, y para asegurar la subsistencia, es que el padre Torres llegó a fundar una estancia en Córdoba, con cuyas rentas y algunas donaciones, los jesuitas pudieron fundar colegios en casi todas las ciudades importantes. -¿Y cuándo fue que esa situación mudó? -Creo que con Hernandarias, que fue el primer criollo que ejerció el gobierno del Río de la Plata por seis veces entre 1592 y 1617, y el cual proyectó desde Asunción el dominio de la región sudeste hasta llegar al mar y fundar allí un puerto en Santa Catalina. Pienso que él se había dado cuenta de la importancia que tenía la presencia de los misioneros para cumplir ese objetivo. Así que, después de inspeccionar las reducciones franciscanas del Padre Bolaños, Hernandarias resolvió, junto con el obispo, pedir al padre Torres el envío de misioneros a las zonas del Chaco, el Guayrá y el Paraná. -Creo que el cardenal Masella menciona algo sobre esas fechas -acotó el atento Paolo. -Esa fue la época del gran inicio, donde también quedó acordado que cada misionero recibiría medio sueldo de un párroco; y cuando incluso quedó establecido que los indígenas reducidos no serían obligados al servicio personal ni pagarían tributo durante los primeros diez años después de su conversión. La Tierra Apocalíptica

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-¡Lógico! -llegó a sancionar Paolo. -Así fue que en 1609 se da inicio a la fundación de las reducciones jesuíticas. Empero, los primeros intentos que fueron realizados en el Chaco entre los indios guaycurúes, fracasaron, más bien porque estos no practicaban la agricultura. En cambio, tuvieron éxito entre los guaraníes, que sí la conocían -le recalcó Agustoni-, donde los jesuitas pudieron entonces organizar sus poblaciones. La primera de ellas fue San Ignacio Guazú, a fines de 1609, a la que pronto la siguieron Encarnación de Itapúa, Concepción, San Nicolás, San Javier y Yapeyú. Por ende, más al norte, en el Guayrá, se fundaron otros pueblos gracias al esfuerzo del Padre Antonio Ruiz de Montoya, pero estos luego fueron atacados por los paulistas, que destruyeron varias reducciones y se llevaron cautivos a muchos de los indios. A causa de ese contratiempo, los misioneros se vieron obligados a trasladar las reducciones más al sur. -Por lo que llegué a ver en el manuscrito de Masella, creo que esa era más o menos la época en que los misioneros que fueron reclutados en la península, llevaron desde España varias reliquias y estatuas. -Opino que sí, Paolo, pues es más o menos la fecha en que los jesuitas más intensificaron el desarrollo de la civilización que pretendían implantar en el Nuevo Mundo, especialmente en aquella región La Tierra Apocalíptica

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-Si por civilización entendemos el predominio del espíritu sobre la materia -comentó Paolo-, el amor a lo noble y grande sobre las tendencias bajas y viles, la vida tranquila, laboriosa y familiar, la mezcla de placer y abnegación, de deporte y de trabajo, de paz interna y de sociabilidad sin envidias, rencores, persecuciones y odios, no cabe la menor duda que muy pocas veces la historia ha tenido oportunidad de contemplar una civilización tan genuina y duradera como la que desde 1610 hasta 1768 existió en los pueblos de guaraníes. -No obstante, sea cual fuere la fuerza que tú quieras darle al vocablo “civilización” -le propuso el secretario-, lo cierto es que los jesuitas realizaron el portentoso hecho de reunir y conservar sin coacción alguna a más de 100.000 salvajes, y eso durante más de centuria y media de años. Además, y lo que yo creo más importante, de haberlo logrado no obstante las constantes invasiones por las redadas paulistas, las insidias de los propios españoles, las pestes continuas y la natural indolencia e inconstancia de los indígenas, los “eternos niños” de corta capacidad intelectual, de la sensibilidad femenina, de suspicacias profundas y desarraigables y todo cuanto más tú quieras agregarle a su paso. -Pues ya que tú lo mencionas, mi amigo, te aclaro que yo pienso que mucho más que la organización, fue el La Tierra Apocalíptica

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método que ellos utilizaron, lo que en realidad le dio el triunfo a los jesuitas en los pueblos guaraníes. -Pero no olvides que no debes descartar que en cuanto a organización, en poco o nada se diferenciaban de los pueblos que otrora habían sido fundados por los franciscanos y capuchinos y por otras órdenes similares, como así lo hicieron en California, en Sonora, en Quinto, en el Amazonas, entre los Mojos y entre los Chibdas. No desconozcas que unos y otros pueblos se basaban siempre en la rigurosa legislación colonial española, como lo ha demostrado en un artículo que fue publicado en la revista “Ibero-Amerikanisches Archiv” el profesor Otto Quelle, de Berlín, y lo que con anterioridad ya lo había expuesto extensamente el P. Pablo Hernández. Así que, a todos aquellos que de vez en cuando se les da por hablar de la existencia de un “imperio jesuítico” en el Paraguay, no hacen más que mostrar un desconocimiento absoluto de la realidad histórica. -Podría entonces decirse que, sobre líneas comunes a otros pueblos y en conformidad con las prescripciones reales, estos jesuitas organizaron a semejanza sus pueblos indígenas -buscó corregirse Paolo-. Aunque es indiscutible -agregó- que estos misioneros del sur contaron con un elemento indígena menos reacio y más maleable que el existente en otras regiones más al norte de América; y La Tierra Apocalíptica

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pienso que eso fue lo que les permitió conservar sus pueblos más aislados del elemento europeo, generalmente entorpecedor y hasta maleante. -En parte, sí; ya que existió un tercer componente en ese contexto -corrigió Agustoni-. En este caso, hay que tener en cuenta que, en su gran mayoría, estos pueblos estaban rodeados de campos aptísimos para la agricultura y ganadería, y tenían en abundancia agua potable y leña; aunque todas estas ventajas habrían sido poco menos que inútiles si de parte de los misioneros no hubiera habido un gran talento de adaptación, una norma fija y común en todos los pueblos a través de los años, y llevando una vida intensamente sacerdotal y un espíritu de amplísimo sacrificio. -Es verdad, Agustoni. Es evidente que eso también tiene que haber influenciado muchísimo para que lograran el triunfo alcanzado. -También debes tener en cuenta, Paolo, que desde sus comienzos, el personal jesuítico, que era abiertamente internacional, buscaron fundar primero y llevar después a todo su esplendor los pueblos misioneros. Te diría que mucho de eso tuvo que ver los jesuitas españoles de la talla de Lorenzana, Saloni, Torres, Romero; o los criollos como el beato González, Ruiz de Montoya, y los portugueses del mismo nivel de Grifi y Ortega; o los La Tierra Apocalíptica

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británicos como Field, que fueron en verdad los que iniciaron aquellos pueblos, y fueron españoles tanto peninsulares como criollos, además de italianos, belgas, ingleses y sobre todo alemanes, los que más contribuyeron al engrandecimiento de los mismos. Incluso, está comprobado que la influencia alemana desde principios del siglo XVIII fue universal y profunda, sobre todo en la mecánica, en la agricultura, y en las artes. -Concuerdo… Concuerdo. -En todo caso, en cuanto a la alineación física de las reducciones, no había mucho misterio. El trazado de los pueblos era muy similar entre sí, con una plaza en el centro, teniendo a un lado la iglesia y la casa de los sacerdotes, escuelas, talleres, depósitos, las casas de las viudas y huérfanos y, en los demás lados, se construían las casas de los indígenas, todas de ladrillo o piedra, con techo de dos aguas que cubría las aceras. -Sí, eso descartaba la necesidad de hacer un proyecto para cada ocasión… Pero, ¿quién los gobernaba? Porque me imagino que esa no sería una tarea fácil de llevar. -En principio, el gobierno de cada reducción estaba a cargo de un corregidor indio, que era nombrado por el gobernador después de éste consultar a los misioneros. Además, existía un cabildo, formado de la misma manera que los de las ciudades españolas y compuesto también La Tierra Apocalíptica

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por indígenas. En todo caso, estas autoridades no podían aplicar castigos sin consultar antes a los padres jesuitas. Por tanto, los españoles laicos no tenían ninguna participación en dicho gobierno; más bien, creo que con esta medida se trataba de evitar los abusos que frecuentemente estos cometían. -Una medida más que inteligente, o mejor dicho, providencial -remató Paolo junto con una sonrisa leve. -Es verdad, ya que a esos mismos también les estaba prohibido residir en las reducciones, aunque sí podían ser alojados provisoriamente si ellos estaban de paso. Ahora, en cuanto a la justicia en sí, te cito que esta era ejercida por los propios misioneros, que aplicaban, por lo general, castigos de azotes. Por lo demás, los dos sacerdotes que estaban al frente de cada pueblo eran de por sí los encargados del gobierno espiritual y la organización de la vida indígena de cada reducción, pues las tareas diarias siempre se comenzaban y terminaban con oraciones y cantos. -Como percibes, nadie puede negar que la base de la instrucción fue en realidad el catecismo puro junto con todas sus anuencias, claro; y que las fiestas religiosas eran celebradas periódicamente con particular entusiasmo y realce -pronunció Agustoni acomodándose mejor en la silla. La Tierra Apocalíptica

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-Bueno -reconoció Paolo-, en realidad los jesuitas nunca buscaron cambiar radicalmente los usos y costumbres indígenas, sino que los canalizaron para darles un nuevo sentido. -Más bien, ellos reconocieron la importancia de los caciques, a los que les dieron una situación de privilegio entre los suyos. Además, los sacerdotes buscaron reunir varios cacicazgos en un solo pueblo y fomentaron la antigua solidaridad tribal al aprovechar el nuevo impulso religioso. Por mi parte, pienso que dicha solidaridad se manifestó en todos los aspectos de la vida, tanto en la organización interna como en la defensa contra sus enemigos, que por entonces eran los encomenderos y los mamelucos paulistas. -Pero de cualquier manera, ellos los tutelaban. -Sí, no se puede negar que los tutelaban. Pero la tutela que era ejercida por los jesuitas sobre sus gobernados tenía como finalidad que los indios aprendieran a hacer correcto uso de su libertad y de sus bienes. Ten en cuenta que desde el punto de vista de la organización económica, coexistía el sistema mixto de propiedad privada: abambaé, y la propiedad común: tupambaé. -¿Cómo así? -Es que para proveer al sustento de cada familia, se le daba en propiedad una parcela de tierra, los instrumentos La Tierra Apocalíptica

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de labranza, las herramientas para artesanías y las armas para cazar y pescar. Y cuanto a la cosecha, de la cual los indios eran totalmente dueños, se guardaba en graneros y les era suministrada periódicamente para evitar que la malgastaran. Por otro lado, la “propiedad común” -resaltótambién llamada de “propiedad de Dios”, era de extensión similar a la de las propiedades privadas en su conjunto. Por ende, los indios tenían obligación de trabajarla dos o tres días por semana. Así pues, con el producto obtenido en aquellas tierras, se pagaba el tributo al rey, se compraban las herramientas y materiales necesarios para la labranza, se mantenía a viudas, huérfanos y enfermos, se construían iglesias y talleres diversos, y se atendían las necesidades requeridas para las comunicaciones y la defensa. A su vez, la parte correspondiente a la ganadería era dirigida por los propios misioneros, ya que servía para proporcionar alimento, transporte y vestimenta; en cuanto que la lana era repartida y tejida por las nativas; y los bueyes eran prestados a las familias para que sus campos también pudieran ser arados. Por consiguiente -aclaró Agustoni-, al no existir metálico circulante, ellos realizaban el comercio por medio del trueque entre los diversos pueblos y con los colegios jesuitas de Asunción, Santa Fe y Buenos Aires; aunque en estos últimos las transacciones eran supervisadas por un procurador. La Tierra Apocalíptica

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-O sea que ellos lograron establecer, sin necesidad del uso de cualquier apología política, una sociedad completa; o un tipo de colectividad en la cual hoy busca espejarse de alguna manera el socialismo y el comunismo, pero con una justificación exagerada de lo que es colectivo. -Bueno, yo no lo veo así, Paolo; pero quizás, en 1599, cuando los jesuitas se establecieron por primera vez en Córdoba, ellos iniciaron un ensayo sobre cómo deberían actuar a posterior. Recuerda que en esta zona tuvieron tres estancias destinadas a mantener las universidades de Jesús María, Santa Catalina y Alta Gracia. Se sabe que en esta última, cuyo nombre proviene de un santuario que está localizado en Extremadura, se caracterizó principalmente por la construcción de “El Tajamar”, un lago artificial cuya agua era utilizada para los regados. Está demostrado que la referida estancia constaba de potreros, talleres de carpintería, herraría, dos hormas para construcción de ladrillos, telares y una fundición. En realidad, la única que tuvieron estos religiosos. -¡Es verdad! Recuerdo que Masella llega a nombrar en sus apuntes, que en 1617, el misionero Alfonso Rodríguez Olmedo fue enviado para perfeccionar sus estudios en una de esas universidades que tú has nombrado. -¿Quién es él? La Tierra Apocalíptica

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-El padre que a posterior cargó de un lugar a otro la estatua de “Nuestra Señora de las Angustias”… La que llevaba escondida dentro el pergamino que buscamos. -¡Ah, sí! No recordé su nombre -se corrigió Agustoni de inmediato abalanzando la cabeza-. Pero como te estaba diciendo, los padres jesuitas enseñaban música y artes plásticas; mientras que los indígenas elegían un oficio según sus aptitudes. Y tú no me puede negar que fueron hábiles escultores y pintores; ya que con el pasar del tiempo hicieron todo tipo de tallas religiosas, muebles y puertas que aún se conservan casi intactas. A más de fabricar varios instrumentos musicales, aparatos y relojes; y de que ellos trabajaron los metales y el hierro forjado e hicieron adornos y objetos de plata. Pero yo pienso que su obra más destacada fue la impresión de libros en sus propias imprentas a partir de 1700, por tanto mucho antes que en las ciudades españolas del Río de la Plata. -¿Libros? ¿Libros eruditos u obras simples? -Pienso que de todo; pero sé que el primer libro que publicaron fue el Martirologio romano, un catálogo de mártires y santos de la Iglesia Católica ordenados según la fecha de celebración de sus fiestas; aunque quedó comprobado que también se imprimieron, principalmente, catecismos, tablas astronómicas, calendarios y otras obras religiosas. Y con relación a lo antes mencionado, por su La Tierra Apocalíptica

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vez, los niños aprendían, junto con la doctrina, letras y ciencias; mientras que a los hijos de caciques y principales se les enseñaban la lengua española y el latín, al mismo tiempo que se los preparaba para los puestos dirigentes. -Me parece todo tan interesante, Agustoni, que realmente no comprendo cómo se pudo perder una obra de tan grande naturaleza y magnitud. -En realidad, te diría que ellos tuvieron que soportar innumerables problemas exteriores hasta el momento de su expulsión. Y fueron tantos, Paolo, que desde su instalación, las reducciones sufrieron los ataques de los bandeirantes que hacían correrías con el fin de apoderarse de riquezas y capturar indios para vender en los mercados de esclavos de las ciudades brasileñas. Ya sabes que esta situación obligó, desde 1629, al traslado de los pueblos del Guayrá hacia el oeste. Pero mismo así los ataques no cesaron, por lo que los jesuitas comenzaron a enseñar a los indios el uso de armas de fuego mientras buscaban organizar mejor la defensa de las misiones; por ese motivo, muchas veces entraron en conflicto con las autoridades españolas. Aunque también les resultó algo difícil regular las relaciones entre los territorios españoles y portugueses en la zona mientras las dos Coronas se mantuvieron unidas. Pero a partir de su separación en 1640, en realidad fueron las misiones guaraníes las que La Tierra Apocalíptica

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resguardaron la frontera y alertaron a las autoridades españolas de los ataques de las huestes portuguesas. En verdad, la firme defensa que ellos instalaron la zona del alto Paraná y Uruguay -buscó aclarar-, hizo que la expansión portuguesa se dirigiera hacia el noroeste y hacia el sur; más bien atraída hacia esta última región por causa de la abundancia de ganado cimarrón. No sé si tú sabes algo de la historia de aquella región, pero te advierto que fueron inclusive los jesuitas quienes avisaron al gobierno de Buenos Aires sobre el plan portugués de establecer poblaciones en la Banda Oriental y en el Río de la Plata. -Sí, pero este hecho se concretó en 1680 con la fundación de la Colonia del Sacramento. -Claro, pero de allí en más, fue continua la presencia de grandes contingentes indígenas de las misiones en todas las peripecias ocurridas durante el largo conflicto que los españoles mantuvieron con los portugueses en el Río de la Plata, y el que desembocó a posterior en la guerra guaranítica entre 1753 y 1756. Por tanto -recomendó al enarcar una ceja-, ten en mente que la consecuencia principal de esta guerra convergió para el exterminio de muchos indígenas y la huida de otros a la selva, mientras que a su vez abrió el camino para que se decretara la expulsión de los jesuitas. La Tierra Apocalíptica

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-Y por ende, las reducciones quedaron desamparadas -comentó Paolo con cara circunspecta. -No, en un principio, no, Paolo. Cuando eso ocurrió, la administración de las misiones quedó a encargo de otras órdenes religiosas, pero eso resultó en la no adecuación de los indígenas a los cambios que fueron impuestos, y de rayano comenzó una lenta decadencia que también fue acentuada por los problemas de frontera entre las coronas. Recuerda que para entonces, para administrar los bienes confiscados a la Compañía de Jesús, fue creada una Junta de Temporalidades. -Tengo entendido que el nombre que le fue otorgado era de Administración de Temporalidades -quiso corregir. -En parte es verdad, pues originalmente esta nació con el nombre de Junta o Dirección de Temporalidades en 1767 y, posteriormente, como tú lo dijiste, se cambió para Administración de Temporalidades en 1785. En todo caso, la junta o la administración cumplieron con la función de administrar y liquidar los bienes confiscados. -Entonces -hizo cuestión de interrumpir Paolo-, yo no estaba muy equivocado que digamos cuanto al nombre de la misma -sonrió satisfecho con su mención-. Pero como sea, creo más bien, que como un todo, fue una verdadera injusticia lo que ocurrió con los jesuitas -agregó con voz grave. La Tierra Apocalíptica

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-Yo te diría que todo principió a inicios del siglo XVIII, cuando entonces aflora la filosofía de la Ilustración y cuyas ideas fueron tomadas por los distintos monarcas de aquel momento: Carlos III en España, José I el Reformador en Portugal, Federico II el Grande en Prusia, Catalina II la Grande en Rusia y el emperador José II. En todo caso, yo soy de la opinión de que, en alguna medida, todos ellos intentaron impulsar reformas en distintas áreas, como por ejemplo resultó con la educación, justicia, agricultura, libertad de prensa o tolerancia religiosa. Por ello, es que a este periodo se le denomina como Despotismo Ilustrado. -Mejor sería decir que la Ilustración estaba muy de moda en aquella época. -Pues bien, como te estaba explicando -expresó Agustoni sin considerar el comentario pueril de su par-, estas ideas ilustradas un día también llegaron a España, y fueron los Borbones los que facilitan la introducción de esa filosofía, sobre todo durante los gobiernos de Fernando VII y Carlos III. Por consiguiente, la labor de los borbones de España estuvo así de acuerdo con la corriente general del siglo, que buscaba el progreso material y la renovación de las instituciones científicas y culturales. -Pero no se puede negar que desde el reinado Felipe V hasta Carlos III, los monarcas no trataron de levantar a su La Tierra Apocalíptica

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pueblo a un grado de cultura semejante al de los países más adelantados… Me refiero no solo a España, sino que también en las colonias -aclaró Polo, furtivo. -Sí, pero en las colonias españolas, o virreinatos, como tú quieras llamarlas, y por causa de su distancia con la corona, de cierta forma estas ideas ingresaban con muchos obstáculos, destacando entre ellos la Inquisición, que no permitía su difusión. Sin embargo, a pesar de todo, a veces lograban ingresar a través de folletos y libros de manera clandestina. -Sí, no tengo ninguna duda cuanto a ello. -Así, bajo tal contexto, fue que se iniciaron una serie de reformas en las colonias y en Perú específicamente; algunos de ellas fueron provechosas, como lograr sofocar la rebelión de Tupac Amaru en 1780, pero otras no, como la expulsión de los jesuitas. Más bien, en teste caso, Carlos III decidió expulsarlos para impedir entre otras cosas, que el Vaticano influyese en su monarquía. Por consiguiente, todo ese contenido conduce a la determinación de expulsar los jesuitas de Francia y Portugal en 1759, y de España y América en 1767. -No recuerdo bien, pero te diría que cuando el rey Carlos III decidió expedir el Real decreto de expulsión en febrero de 1767 en sus dominios y luego este comienza a cumplirse, durante el gobierno del virrey Amat y Juniet La Tierra Apocalíptica

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resultó ser el acontecimiento más relevante cuando se hizo efectivo. -No hace muchos años -mencionó el secretario-, Félix Álvarez de Brun, un historiador, maestro y diplomático peruano, llegó a citar una parte del decreto que decía: “… en mis dominios ordeno se extrañen de España e Indias, islas Filipinas y demás… la compañía, así sacerdotes como coadjutores o legos que hayan hecho la primera profesión y a los novicios las Temporalidades de la Compañía”. -No en tanto, ese mismo decreto establecía que quien debía de ejecutar las disposiciones era el Conde Aranda. Éste debía adoptar todas las providencias que le pareciesen convenientes a fin de lograr llevar a buen término el extrañamiento y la ocupación de las Temporalidades. Fue cuando entonces el gobierno pasó a apropiarse los bienes de los expulsos. Por consiguiente, la Dirección General de Temporalidades se funda el 15 de noviembre de 1767, para primero tazar los bienes de los jesuitas y luego administrarlos -intentó explicar con claridad. -Claro que estos bienes -adicionó en complemento-, consistieron en tierras y censos que los religiosos de la Compañía de Jesús tenían colocados en diversas instituciones y personas. -Sí, es de suponer que todo… La Tierra Apocalíptica

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-Sí, sí, pero en lo correspondiente a las tierras, la administración se atuvo a dos líneas de trabajo -recalcó Agustoni, interrumpiendo la frase que Paolo intentaba articular-. Primeramente estaba la administración y el funcionamiento de las haciendas expropiadas a los jesuitas mediante la designación de administradores para que se hicieran de ellas. Estos mismos que serían supervisados, y de los cuales se recepcionaría las rendiciones económicas producto de la gestión administrativa. En una segunda línea venía el arrendamiento y la venta de las tierras confiscadas. En cuanto a esta parte, para su efecto la Administración de Temporalidades tuvo que recurrir a dos tipos de contratos: la venta de tierras a censo enfitéutico; y la venta de tierras a censo reservativo. -Lo que me parece lógico -murmuró Paolo. -Sin embargo, la documentación que manejaba la Junta era en su mayoría de inventarios de los bienes liquidados, donde se demostraba lo que los bienes valían antes y después de la expulsión. Aunque también hubieron cuentas de los colegios, administrativos, libros de remisiones y pagamentos, limosnas, títulos de haciendas, deudas, sus demás etcéteras. Pero con respecto a los títulos de haciendas, allí se registraban los gastos que hacia la hacienda producto de su administración. Parece confuso, pero por ejemplo, en la Hacienda Calera que desde el 9 de La Tierra Apocalíptica

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septiembre de 1767, fecha en que se secuestró, hasta el 19 de julio de 1768, fecha en que se arrendó, se llegó a registrar la cantidad de dinero a cargo del administrador, las ventas de la hacienda, los gastos particulares de la hacienda que fueron pagos por la dirección, esclavos, muebles e inmuebles, ganados, deudas, arrendamientos, títulos, liquidación, embargos, cantidad de ladrillos, cal, sementeras, cascos, muertos e inservibles, así como lo demuestra los gastos diarios de cada mes, como lo muestra el gasto del mes de noviembre especifico, discriminándose allí el gasto del lunes, martes, miércoles jueves, etc. -Resumiendo, eran puras cuentas -llegó a insinuar Paolo con una mueca de asombro-. Pero pienso también que otro caso importante por entonces sería el de las deudas que ellos tenían. -En realidad, todas aquellas personas que tenían algún dinero a recibir de los jesuitas, se les pagó por medio del decreto del Virrey en enero de 1768, cuando éste dispuso la liquidación de valores de aquellos que tenían créditos a recibir, como por ejemplo lo era don Antonio Manzanares, que reclamó los 162 pesos que le había entregado para ser guardados al hermano Andrés Sellen, el administrador de la hacienda Santa Beatriz -buscó advertirlo el secretario, al recordar uno de los tantos ejemplos de que él tenía conocimiento. La Tierra Apocalíptica

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-Mismo así, tengo entendido que hubo malos manejos en la Junta de Temporalidades. Yo recuerdo de un caso, por ejemplo, que un tal de Francisco de Ochoa quiso perjudicar a Doña María Josefina Domínguez sobre un problema por las escrituras de la hacienda Ochoa. Al parecer, el comisionado no quería reconocer dichas escrituras de la señora. -No te sorprendas, porque casos así hay por centenas, mi amigo. La junta, de lo que hacía todo el tiempo, era rematar bajo subasta los bienes de los jesuitas. -¡Bueno! -exclamó Agustoni mientras estiraba los miembros para desentumecerse-. Por hoy es suficiente, mi amigo. Y por lo adelantado de la hora, es mejor que nosotros nos dediquemos ahora a cumplir con nuestro compromiso eclesiástico. ¿No te Parece? -Sí, es verdad, pero por favor, no te olvides de darme antes algunos nombres de las obras que te solicité.

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12 Las Reducciones Jesuitas Un poco antes de retirarse de la Congregación, Paolo había dado una pasada por la biblioteca de la hermandad para retirar los libros que Agustoni le había recomendado que leyese; y una vez que vio liberado de todos sus compromisos, inclusive de su ligera cena, se sentó a leer el libro que trataba de las Misiones Jesuitas en América. Luego en el prefacio explicativo inicial del libro, encontró que éstas, también llamadas de “reducciones”, habían estado formadas por diversos poblados indígenas organizados y administrados por los sacerdotes jesuitas en una gran parcela del Nuevo Mundo como parte de su obra civilizadora y evangelizadora. El objetivo principal de las misiones religiosas -se comentaba-, era crear una sociedad con los beneficios y cualidades de la sociedad cristiana europea, pero ausente de los principales vicios y maldades que la caracterizaban. Dichas misiones fueron fundadas por los jesuitas en toda la América colonial, lo que según Manuel Marzal, hombre académico que su formación jesuítica lo había llevado por Ecuador, Perú y México, y el cual fue director de Investigación del Instituto de la La Tierra Apocalíptica

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Pastoral Andina, sintetiza la visión de otros estudiosos, al mencionar que de alguna manera esa sociedad llegó a constituir una de las más notables utopías de la historia. Para lograr su objetivo, -se explicaba a seguir-, los jesuitas desarrollaron el contacto técnico y la atracción de los indios. Por tanto, estos religiosos pronto aprendieron sus lenguas, y a partir de ahí se reunirían en pueblos que albergaban muchas veces miles de personas. Eran en larga medida auto-suficientes, ya que disponían de una completa infraestructura administrativa, económica y cultural que funcionaba en un régimen comunitario, donde los nativos fueron educados en la fe cristiana, y enseñados a crear arte con elevado grado de sofisticación, pero sin dejar de seguir siempre el modelo europeo de esas habilidades. Después de un inicio poco sistemático marcado por intentos fallidos a mediados del siglo XVII, el modelo misionero que ellos pretendían implantar ya estaba bien establecido y generalizado en la mayor parte de América, aunque tuvieron de continuar enfrentando la oposición de algunos sectores de la Iglesia Católica que por entonces no coincidían con sus métodos, o hasta con el resto de la población colonizadora para quienes no valía la pena el esfuerzo de cristianizar a la población indígena, al mismo tiempo que se enfrentaron con los bandos de cazadores de esclavos, quienes entonces aprisionaban a los indígenas La Tierra Apocalíptica

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para someterlos a trabajos forzados dentro de la economía colonial de explotación a la vez que destruían sus aldeas, causando muchas muertes. Incluso con muchos problemas a superar, las misiones en su conjunto prosperaron hasta un punto en la mitad del siglo XVIII, donde los de esta Orden se convirtieron por de pronto en sospechosos de tratar de crear un imperio independiente. Éste fue uno de los argumentos usados en la intensa campaña difamatoria que sufrieron en América y Europa y, que acabó dando como resultado su expulsión de las colonias españolas a partir de 1759 y en la disolución de la orden en 1773. Con esto, el sistema misionero jesuita terminó por derrumbarse, causando la dispersión de los pequeños pueblos indígenas. Sin embargo, se puede afirmar que al actuar de esta manera, el sistema misionero buscó introducir el cristianismo y un modo de vida europeizado, integrando, con todo, varios de los valores culturales de los propios indios. En síntesis, el sistema estaba basado en el respeto de la persona y sus tradiciones grupales, hasta donde estas no entrasen en conflicto directo con los conceptos básicos de la nueva fe y de la justicia. No obstante la extensión del mérito y el éxito de este esfuerzo hayan sido objeto de debate entre los historiadores, de hecho, su actuación fue de vital importancia para la primera organización del La Tierra Apocalíptica

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territorio y de los fundamentos de la sociedad americana como es conocida hoy en día. -Cuando se coloca de esta manera -vaticinó Paolo en un murmurio-, en un principio parece manifestar una ilusa quimera de los sucesores de Ignacio de Loyola, pero sin duda con un resultado muy diferente del que fue logrado por otros religiosos misioneros franciscanos y dominicos. Luego columpió la cabeza irresoluto sobre lo que había leído, y se sumergió nuevamente en el texto. Pero notó por de pronto la mención donde se indicaba que la creación de todo el sistema de las misiones debía ser estudiado en el contexto de la política colonial desarrollada por las potencias europeas para la recién descubierta América, la que originalmente era habitada por incontables

pueblos

indígenas,

aunque

ellos

se

encontraban en varios y diferentes grados de civilización. -Sí, basta con ver lo que ocurrió en cada región -acotó en un silabeo y enderezando la espalda. En realidad -esclarecía el escritor en la frase que Paolo reinició a leer-, y a pesar de que algunos contactos preliminares entre europeos e indígenas habían llegado a ser pacíficos, sucedió que a posterior los colonizadores comenzaron a emprender una conquista con tilde belicoso y sanguinario, dirigida hacia el interior de los territorios, cuando entonces sometieron a los nativos a través de las La Tierra Apocalíptica

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superiores armas y de las técnicas militares europeas, a la vez que los despojaban a la fuerza de cualquier tesoro que fuese encontrado. -Especialmente, porque aquellos que compusieron las primeras partidas de conquistadores, eran aventureros que sólo vinieron atrás del famoso oro -susurró Paolo al virar la página. En vista de las atrocidades que iban siendo cometidas -mencionaba el narrador- y apoyados en las anécdotas que eran relatadas por aquellos religiosos que habían venido junto con los colonizadores, los reyes y papas buscaron de alguna forma legislar a favor de los indígenas, pero con poco efecto, pues el control sobre las provincias distantes era muy dificultoso, con lo que los abusos continuaron a ser perpetrados a lo largo de toda la historia de la colonización. Junto con los primeros adelantados también llegaron religiosos de varias órdenes misioneras -indicaba el autor-, principalmente franciscanos y dominicos; y su presencia se justificaba porque entre los primordiales objetivos de la conquista del Nuevo Mundo estaba la cristianización de los pueblos dominados; aunque cabe citar en tiempo, que muchos de esos primeros misioneros que allí llegaron terminaron por complacientes con el uso de la violencia y

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hasta algunos de ellos se llegaron a beneficiar con su explotación para otros fines que no los iniciales. -¡Hombres de poca fe! -llegó a mencionar Paolo para sí al virar otra página del libro. Al dirigir nuevamente la vista al texto, notó que existía una declaración en la cual se mencionaba que poco tiempo después, y por encontrase sumamente preocupado con los rumbos descontrolados que la conquista española estaba tomando, el rey Carlos I de España llamó a los jesuitas para que estos intervinieran en el proceso, mientras que su par, el rey Juan III de Portugal, proveía desde su trono las primeras órdenes para que la evangelización de los indígenas de sus colonias fuesen entregues de una vez por todas a la Compañía de Jesús. -¡Ops! Cada uno tiene su propio punto de vista -mencionó-. Otros mencionan que esto ocurrió de forma diferente… En fin -susurró antes de seguir con la lectura. Ya se habían pasado más de cuatro décadas desde la llegada de Colón al Nuevo Mundo -revelaba el autor-, cuando la Compañía de Jesús fue fundada en 1534 por San Ignacio de Loyola, y en pocos años ésta logró conquistar gran prestigio por causa de su dinamismo y por la sólida preparación teológica y cultural de sus miembros, que pronto ascendieron a posiciones de importancia en el clero y en los consejos de reyes y príncipes europeos. La Tierra Apocalíptica

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De hecho, la Orden luego se tornó la principal fuerza de la Iglesia Católica en el proceso de la Contrarreforma, cuando ella llegó a renovar el desarrollo de la pedagogía en Europa, lo que realmente representó la vanguardia religiosa en su tiempo, alcanzado con ello un mérito que le permitió contar con privilegios especiales y gran independencia dentro de la estructura jerárquica católica, pero votando una obediencia total al Papa. -Esta parte de la historia ya la conozco -murmuró, a la vez que dejaba que su mano virase libremente hoja tras hoja del libro, salteándose así toda esa habladuría. Cuando percibió que el tema ya había sido agotado, paró y recomenzó a leer. Cronológicamente -indicaba el párrafo que retomó-, los jesuitas arribaron en Brasil en el 1549, mientras que a Perú llegaron en 1567, en México en 1572 y a la Nueva Francia en 1611, pero su sorprendente sistema misionero todavía tardaría varias décadas en estructurarse hasta llegar a consolidarse como se conoce. Por tanto, las primeras tentativas de evangelización fueron realizadas de manera informal, casi que itinerantes, y muchas de las veces resultaban poco coherentes y no lograban efectos significativos. Aparte, claro, de que los primeros jesuitas encontraron grandes obstáculos debido a la ausencia hasta ese momento de instituciones jurídicas y administrativas La Tierra Apocalíptica

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de apoyo eficaz con las cuales contar, sumándose a ello la poca colaboración por parte de otras Órdenes religiosas y de la objeción mostrada por los primeros colonizadores que ya estaban instalados, para quienes los indígenas eran tan despreciables como los negros y sólo consideraban que eran útiles como trabajadores baratos. La primera iniciativa de pretender establecer lo que bien podríamos llamar de poblados especiales para los indígenas cristianizados, partió del rey Don Juan III, que en Regimiento al primer gobernador general del Brasil, Tomé de Sousa, le ordenó que los indígenas viviesen en grupos en las proximidades de las villas para que pudiesen estar en más íntimo contacto con los cristianos y pudiesen así ser mejor adoctrinados. Ésta idea luego fue elogiada por el padre Nóbrega, pues sin demora percibió la ineficiencia de las misiones itinerantes, aunque eso ocurrió poco antes de que el padre español José de Acosta hiciera la misma observación en el Perú. Al reparar en la oportunidad, Nóbrega escribió a sus superiores solicitando para que el General jesuita obtuviesen del Papa el poder de erigir altares donde bien les pareciese y así consolidar los poblados, al mismo tiempo en que les recomendaba tener paciencia para con el proceso de aculturación, cuando les advirtió que la avidez en aplicar una transformación autoritaria, súbita y radical La Tierra Apocalíptica

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en los costumbres indígenas, no daría frutos positivos. También reconoció en su Diálogo da Conversão do Gentio (Diálogo de la Conversión de los gentiles /155657) que los indígenas no eran esencialmente malos, a pesar de sus prácticas religiosas parecer “abominables”, y que ellos podían ser gradualmente conducidos a una vida más digna, pues si su religión era errónea, la raíz del mal radicaba más bien en el hecho de tener un carácter supersticioso, que igualmente podía ser encontrado en cualquier pueblo ignorante, y no por ser intencionalmente maligna, según la opinión más corriente. Por otro lado, el padre José de Acosta -registrara el autor de la obra-, que viajara al Perú con el cargo de Provincial de la Orden en 1576, al inspeccionar el trabajo hasta entonces desarrollado entre los indígenas locales, lo consideró insatisfactorio. Su posición determinó que en la asamblea provincial y en el concilio de Lima 1582-1583, donde se reunieron para examinar las causas del fracaso, Acosta recogiese los elementos necesarios para componer la obra De procuranda indorum salute (1588), donde llegó a sintetizar sus experiencias y presentó las contradicciones de la evangelización en el Nuevo Mundo. Puede señalarse que por aquellos tiempos el saqueo, la esclavitud y los asesinatos en masa ya se habían vuelto un escándalo en todos los territorios, sin que ninguna de esas La Tierra Apocalíptica

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actividades fueran debidamente condenadas en Europa, a pesar de que el papa Pablo III en 1532 ya tuviese ordenado la publicación de una bula por la que él proclamaba atenerse a la libertad de los indígenas en las posesiones españolas. Por ende, como los ideales de Acosta eran en resumen los mismos de su congénere Nóbrega, ellos por de pronto aparecieron como una alternativa viable para la creación de una obra misionera basada en el respeto a los indígenas, dándoles más independencia dentro de un Estado que se revelaba ser cruel e inmoral, a la vez que se preservaban las costumbres nativas mientras ellas no se opusiesen directamente a la fe cristiana y a la justicia, aunque no se abandonaba de todo la idea de la una imposición doctrinal forzada en algunos casos. Así pues, los padres Nóbrega y Acosta especulaban que la cristianización del gentío era un imperativo para su propio bien; y aunque ellos veían con malos ojos la religión indígena, luego ambos encontraron un camino para reformarla y no suprimirla de forma total, llegando a identificar en esta los puntos de semejanza con el catolicismo, como lo era la creencia en la vida después la muerte y en la existencia de un dios supremo. Su idea se centraba principalmente en combatir el método de erradicación completa de los símbolos religiosos y La Tierra Apocalíptica

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culturales nativos, acreditando que a pesar de su idolatría, los indígenas podrían conocer la “verdadera fe” a través de la razón. En realidad -indicaba el autor en su libro-, ellos no estaban muy equivocados, pues este tipo de ideas liberales tenían larga historia en el Vaticano, ya que el papa Gregorio I en el siglo VI había recomendado a Agustín de Canterbury, apóstol de Inglaterra, que trabajase con las costumbres locales y que preservase todo que fuese posible de la fe autóctona. -¡Qué genialidad de su parte! -se dijo Paolo dando un respingo en su silla, al momento que apuntó-: Puedo hasta imaginar que ésta no fue una idea de ellos, sino más bien se entregaron a enaltecer una antigua excepción papal para apoyar sus propios ideales liberales. Luego que acomodó mejor su cuerpo y enderezó la espalda, se entregó a leer con avidez la cita que mencionaba que en ese entretanto, en Brasil aparecieron divergencias sobre el modo en que se debía conducir el trabajo misionero. Por tanto, el padre Nóbrega empezó por de pronto a cambiar su discurso, apostando entonces más en la sujeción pura y simple del indígena. Esa tendencia del momento parece haberse tornado de ahí en adelante en la más predominante, cuando le fue dado al misoneísmo portugués en general un carácter distinto que el que fue La Tierra Apocalíptica

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desenvuelto

por

el

español,

y

por

consecuencia

relativamente menos fructífero en lo que respecta al sistema misionero en general, ya que como resultado las misiones de toda la mitad norte del actual Brasil fueron las que trajeron más problemas para lograr estabilizarse, aun cuando fuesen capaces de hacerlo. -¡Esto es increíble! ¿Cómo es posible que una misma Orden, al actuar bajo dos diferentes Coronas que hablaban lenguas similares, permitió que sus religiosos se hubieran distanciado tanto en la aplicación de un único ideal coordinado desde Roma? -Se me da no sé qué decir. Pero mejor será que no pierda tiempo examinando este tipo de cuestiones, sino no termino más este libro -concluyó irritadizo después de mirar las horas. Ya sin trazos de reticencia, percibió que en la frase a seguir se mencionaba que en la época en que Portugal y España estuvieron gobernados por un mismo rey, Felipe III llegó a publicar a partir de 1607 una serie de decretos que buscaban proteger mejor las misiones, dándoles total autonomía desde que hubiese allí un representante de la Corona, al mismo tiempo que prohibía el acceso de mestizos y negros, y obligaba a que se suministraran salvaguardas para los indios reducidos a fin de que éstos no pudiesen ser capturados por los encomenderos o La Tierra Apocalíptica

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cazadores de esclavos. Por supuesto que el principal efecto de todas esas nuevas regulaciones resultó en que un gran número de indígenas pasó a buscar protección dentro de las reducciones, justamente en un período en que crecía aceleradamente la demanda por esclavos y los ataques ilegales a los poblados igualmente se multiplicaban. Historiadores calculan que solamente en 1630 habían sido muertos o aprisionados cerca de 30.000 nativos en la región de Paraguay. Sin embargo, y en una vía contraria a lo que estaba sucediendo en Brasil, los ideales del padre Acosta fueron llevados adelante en la América española por el padre Antonio Ruiz de Montoya, que trabajó entre los guaraníes del Paraná-Paraguay, momento en que llegó a escribir el libro Conquista espiritual en 1639, donde propuso la fundación de poblados indígenas distanciados de las zonas de colonización, facilitando directrices para que se estableciese la organización de la vida sociocultural y para una evangelización más profunda, haciendo hincapié en el hecho de que los indios eran, por fuerza de la Conquista, legítimos súbditos del rey español y merecedores así de respeto y de una protección oficial más efectiva. -Todo un pensamiento contrario al que existía en la cabeza de los hombres de aquel momento, ya que hasta entonces, una fuerza que se alzaba como dominadora, La Tierra Apocalíptica

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desde que el mundo es mundo se sentía en pleno derecho de esclavizar a los derrotados -caviló sin entusiasmo cuando recordó sucesos del Viejo Mundo. -Por tanto, profeso que hasta entonces nadie los respetaba como tales -dejó escapar en un susurro, poco antes de continuar a leer que en esa misma obra, el padre Antonio Ruiz llegó a relatar los progresos positivos de los que alcanzó a ser testigo al aplicar sus ideales entre los indígenas, y la rica y harmoniosa sociedad que consiguió establecer en las reducciones que fundara. Mientras tanto en el Brasil -mencionaba el autor a seguir-, el padre António Vieira se esforzaba por liberar a los indígenas de la esclavitud y exigía, con éxito, del nuevo rey portugués, Don Juan IV, que se emitiera de una vez la regularización del estatus jurídico y la autonomía administrativa de los asentamientos que habían llegado a ser establecidos por los jesuitas, haciéndole ver al monarca que los intereses de la Orden no eran contrarios a los de la Corona, ya que al contrario, ellos les eran más bien de auxilio a esta. Aunque los jesuitas trabajaron siempre de forma incansable para minimizar su dependencia del Estado y el contacto con los otros colonizadores -resaltaba ahora el autor-, en verdad eso fue algo que no pudo llevarse a cabo de manera completa; como tampoco ellos se opusieron a la La Tierra Apocalíptica

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colonización europea de América, ya que ese era un hecho evidentemente irreversible; si bien que al mismo tiempo ellos mismos llegaron a ser uno de sus agentes más importantes en la colonización de todos aquellos nuevos territorios. Por lo demás, por qué deberían ir en contra, si para los jesuitas, la realización de una evangelización centrada en núcleos urbanos nuevos se revelaba por de pronto muy ventajosa, tanto por la mayor facilidad de administrar el poblado desde el inicio y de acuerdo con sus ideales, pudiendo crear en ellos un modelo económico autosustentable que facilitase la obra catequética, así como el hecho de que se mantenían más apartados del contacto con los otros colonizadores. Como consecuencia de esta postura, de a poco sus ideales prosperaron a tal punto, que a mediados del siglo XVII muchas de las reducciones ya eran bastante prósperas como para desarrollar un activo comercio con las ciudades y provincias próximas, e incluso llegando a exportar muchos productos hacia Europa, incluyendo instrumentos musicales y esculturas, entre otras cosas. Por tanto, se puede afirmar sin demagogia, que en diversos casos su éxito fue muy notable, al punto de lograr superar por mucho el nivel de vida de algunos de colonos que estaban asentados en las villas y ciudades cercanas, ya que los ignacianos habían desarrollado una estructura La Tierra Apocalíptica

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administrativa y económica mucho más eficiente y humana, a la vez que utilizaban prácticas tecnológicas más avanzadas. Sin embargo, a pesar de esta imagen de progreso aparente, el sistema misionero jamás pudo librarse de las continuas dificultades e imprevistos que los afectaban -aclaraba el autor-; ya que en la mayor parte de las misiones hubo hasta declive en la tasa de natalidad de los indígenas. Por ejemplo, datos muestran que en las misiones de California se verificó una caída poblacional de 80% hacia el fin del siglo XVIII; aunque esta no sea una cifra concluyente, pues ese desplome mismo siendo un fenómeno generalizado, no fue tan acentuado en otros lugares del continente. Para lograr comprender mejor esa merma poblacional además de lo mencionado -insinuaba el escritor-, es necesario considerar que la situación también se agravaba de vez en cuando con el surgimiento de diversas plagas agrícolas que por de pronto perjudicaban la producción de medios de subsistencia, lo que de por sí provocaba períodos de hambruna y muerte. Por tanto, las eventuales epidemias que sobrevenían y los ataques de algunos grupos indígenas no cristianizados, ayudó incluso a diezmar y ahuyentar parte de la población residente en los núcleos ya consolidados. La Tierra Apocalíptica

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Otro problema para los padres ignacianos fue poder administrar el conflicto surgido entre la constante presión del Estado para una aculturación rápida, y la incapacidad de algunos grupos indígenas para integrarse a la civilización extranjera al ritmo que era deseado por los colonizadores; un aprieto que en realidad forjaba a que las estructuras culturales originales se desestabilizaran al punto de causar una crisis interna en el grupo y el rechazo total de la propuesta misionera, cuando entonces los indígenas volvían a la selva, pero habiendo perdido ya buena parte de su conocimiento tradicional en prácticas cazadoras-recolectoras y guerreras, ya no siendo éstos capaces de readaptarse al medio ambiente primitivo, cuando entonces acababan pereciendo de hambre o cayendo en manos de los cazadores de esclavos. En ciertos casos, también sucedía que los sacerdotes eran en número insuficiente o estaban mal preparados, y por ende no conseguían establecer lazos de confianza eficientes con los indígenas, o entonces terminaban por administrar la misión de forma incompetente, con lo que muchos indígenas acababan desmotivados y abandonaban los poblados ante la crudeza de la labor. Además de todo lo antes expuesto, coexistía el eterno conflicto de intereses existente entre los colonos ya instalados y los misioneros, ya que esos asuntos nunca se resolvieron de forma La Tierra Apocalíptica

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definitiva, por lo que los enfrentamientos violentos no fueron raros, especialmente en las incursiones de los contrabandistas de ganado, o de los que codiciaban los supuestos tesoros escondidos por los sacerdotes, y hasta por los que buscaban en los indígenas mano de obra esclava, dando como resultado las muertes numerosas y la destrucción de muchas reducciones. Al finalizar el capítulo que estaba leyendo, Paolo se desperezó y recorrió su rostro con la palma de la mano abierta, intentando con ello avivar una visión medio adormilada. Pero de pronto se levantó, pues le entraron deseos de tomarse un café antes continuar con la lectura de algunos otros capítulos. Pocos minutos después regresó a la sala con una humeante taza de café puro, fuerte y medio amargo como a él le gustaba. Y una vez que se acomodó en su silla, al abrir el libro, dio de ojos con el título de la nueva sección: “Las misiones en Norteamérica”. -¿Será que vale la pena leerla? -alcanzó a preguntarse indefinido, mientras hacía chasquear la lengua por causa del calor de la bebida. No en tanto, como la curiosidad pudo más que su estipulación, en pocos segundos se encontró leyendo que la conquista española de América se había extendido hacia Norteamérica, hasta las regiones de la Florida, Texas, La Tierra Apocalíptica

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Nuevo México, Arizona y California, aunque una buena parte de la región noreste norteamericana ya había sido colonizada por franceses e ingleses. Con todo, el territorio de la Nueva Francia comenzó a ser evangelizado a comienzos del siglo XVII por jesuitas franceses que, por orden superior, intentaron establecer un sistema muy similar al de las reducciones hispánicas, pero sin conseguir el mismo éxito. Sus primeros contactos fueron establecidos con los indios iroqueses y algonquinos, y enseguida alcanzaron la mayor parte de los grupos étnicos de la región -explicaba el escritor-, llegando hasta el actual Canadá, pero poco después redujeron su espacio de acción y se centraron en dos grupos iniciales, cuando llegaron a establecerse en los alrededores de lo que hoy serían las actuales ciudades de Quebec y Montreal. En parte, su trabajo fue facilitado por la inclinación comercial de la colonización francesa -comentaba el autor, la cual exigía el mantenimiento de relaciones amistosas con los indígenas; aunque por de pronto estos se vieron perjudicados por el constante estado de guerra entre las tribus, lo que terminó por costarle la vida de muchos de sus sacerdotes, y por el marcado espíritu de independencia de los indígenas, además de la falta de apoyo de la Corona francesa y la creciente penetración de colonos protestantes La Tierra Apocalíptica

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ingleses que hacían una campaña en Europa contra la presencia jesuita en América. Con todo, de a poco la colonización se explayó por los cuatro puntos cardinales de toda América, emprendida de inicio por sacerdotes oriundos de distintas órdenes religiosas, que de igual modo llevaron a cabo una amplia labor evangelizadora. Esto permite afirmar que entre las misiones de dichas órdenes se destacaron las de los jesuitas y franciscanos, y su labor en la Chiquitania Boliviana. Por tanto, la Compañía de Jesús, bajo el caudillaje de Ignacio de Loyola y por mandato expreso del papa Paulo III, emprendió para marzo de 1540 la labor de fundar reducciones y evangelizar en las tierras del Nuevo Mundo, así como la incursión y descubrimiento de nuevos dominios. Sin embargo, en mano contraria a la actuación de los ignacianos, lo que en Bolivia influyó fuertemente fue la búsqueda de El Dorado, o “el Gran Paitití”, denominativos de una mítica ciudad de oro. Así pues, más tardíamente de lo como ocurrió en los territorios de Brasil y la Banda Oriental, sólo a finales del siglo XVII se dio inicio a la creación de las misiones jesuitas en el mencionado territorio, esencialmente en las regiones de Chiquitos, al norte del departamento de Santa Cruz de la Sierra, y en Moxos, que está ubicado en el territorio del departamento La Tierra Apocalíptica

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del Beni. Primero fue fundada la Misión de San Francisco Xavier en 1691, por el jesuita José de Arce. Seguidamente se creó la Misión de San Rafael en 1696, que es debida a los jesuitas Zea y Herbas. Posteriormente, en 1698 el jesuita Felipe Suárez logró fundar la Misión de San José; y por ende, la Misión de San Juan Bautista data de 1699, y la Misión de Concepción de 1709. No en tanto, la Misión San Ignacio de Zamucos fue creada en 1724, siendo abandonada en 1745. Posteriormente se llegó a fundar la Misión de San Ignacio en 1748, la Misión de Santiago en 1754, y finalmente las últimas en fundarse fueron las Misión de Santa Ana en 1755 y la Misión de Santo Corazón en 1760. -No sé lo que ha sentado el cardenal Masella en sus apuntes, pero cómo me gustaría saber ahora si la abandonada talla de la Virgen no habría ido a parar en alguna de estas nuevas misiones -vaciló Paolo entre pensamientos desatinados, por no conocer el final de la historia, y al recordar tan sólo que ésta había quedado confinada en alguna misión después de la trágica muerte del padre Alfonso Olmedo ocurrida a fines de 1617. -No sé por qué me preocupo con esto justo ahora -protestó, mientras pestañeaba y abría y cerraba los parpados para despabilarse-. Ya me enteraré en algún momento -se auto respondió de inmediato, cuando La Tierra Apocalíptica

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entonces volvió a concentrarse en lo que mencionaba el texto que estaba leyendo. Sin embargo, la evangelización -mencionaba la obra-, al ser practicada mediante el uso de la música renacentista y barroca, terminó por obtener gran acogida en la época, y no hay dudas de que ésta ha logrado desarrollarse en aquella región de manera consecutiva hasta la actualidad, dejando por tanto un legado propio. Como corolario de toda esa labor evangelizadora, las misiones jesuíticas guaraníes, o reducciones jesuíticas guaraníes, resultaron ser un conjunto de treinta pueblos misioneros fundados a partir del siglo XVII por los sacerdotes de la Compañía de Jesús entre los indios guaraníes y pueblos afines, donde abnegados eclesiásticos tenían como fin y objetivo primordial su conversión, llegando a ubicar geográficamente a quince de ellos en las actuales provincias de Misiones y Corrientes, en territorio argentino, a ocho de ellas en el Paraguay, mientras que las siete restantes se fundaron en las denominadas Misiones Orientales, que por entonces estaban situadas al suroeste del Brasil. Al final la lectura del parágrafo, Paolo dejó escapar un bostezo antes de tomarse el último buche de café, e de inmediato salteó algunas páginas que le parecieron una retahíla de datos que sólo ensalzaban los humanísticos La Tierra Apocalíptica

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esfuerzos de aquellos incansables religiosos. No en tanto, cuando notó una cartografía que indicaba la localización de aquellos treinta pueblos, se detuvo para observarlo con detenimiento. -¡Ajá! Con que aquí las tenemos -llegó a exclamar por de pronto y con la vista clavada en el plano colorido que tenía abierto ante sus ojos. Con asombro notó que en el mismo constaba cual había sido la localización de las misiones guaraníes en los actuales territorios de Argentina, Paraguay y Brasil.

Pero después de observarlo durante minutos con absorta curiosidad, notó que en un apéndice que había

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luego al pie del mapa, constaba un cuadro informativo donde se destacaba: “Las reducciones que los religiosos de la Iglesia

católica

pertenecientes

a

la

Compañía de Jesús, también conocidos universalmente

como

padres

jesuitas,

ubicaron entre los guaraníes, guaycurúes y sus pueblos afines en las regiones del Guayrá, Itatín, Tapé (las tres en el actual Brasil); Uruguay (Brasil, Argentina y Uruguay

actuales);

Paraná

(Argentina,

Paraguay y Brasil actuales); y las áreas guaycurúes en el Chaco (Argentina y el Paraguay contemporáneos). Fueron establecidas en el siglo XVII dentro de territorios pertenecientes al imperio español en la Gobernación del Río de la Plata y del Paraguay y sus gobernaciones sucesorias a partir de su división en 1617: la

Gobernación

del

Paraguay

y

la

homónima del Río de la Plata, eran ellas dependientes del inmenso Virreinato del Perú y fundadas con el fin de evangelizar a los indios”.

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-Bueno, aunque no sea muy detallado, ya no me siento tan perdido -profirió con un dejo de complacencia, después de haber comprimido sus parpados para leer mejor la letra chiquita del mapa. Cuando retomó la lectura en la frase siguiente, se encontró leyendo que las treinta misiones jesuitas guaraníes se localizaron en la geografía de los actuales territorios de las repúblicas de Argentina, Paraguay y Brasil, en rededor de dos de los más importantes ríos que conforman la cuenca del Plata, que son el río Paraná y el río Uruguay, en la selva tropical de la mata atlántica; y eclesiásticamente estos formaban parte de los obispados católicos de Buenos Aires y de Asunción y todos integraban la Provincia Jesuítica del Paraguay. -Eso ya lo pude notar -alcanzó a mencionar en cuanto daba vuelta la hoja con parsimonia. La frase a seguir iniciaba destacando que los jesuitas no fueron más que meros continuadores del exitoso sistema de planificación demográfica que el virrey del Perú, don Francisco Álvarez de Toledo, había ideado anteriormente para las reducciones de indios. Tomando por base sus ideas, se terminó por crear la “República de Indios”, donde las misiones alcanzaron un alto grado de desarrollo ya a partir de la primera misión jesuítica

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guaraní que se levantó en 1609 en el actual territorio de Paraguay, bautizada con el nombre de San Ignacio Guazú. -No quiero perder tiempo pensando en cuantos se hallaron ser los “padres de esta formidable idea” -protestó luego de tasar lo que mencionaba el texto. Dentro de esa gran provincia misionera que llegó a ser fundada -continuó a leer después de emitir su rezongo-, el territorio de la actual provincia de Misiones fue el que mayor concentración de reducciones tuvo, ya que los jesuitas alcanzaron a fundar doce de ellas entre los ríos Paraná y Uruguay en el área donde se produce el mayor acercamiento entre ambos cursos fluviales. También los miembros de la Compañía erigieron siete pueblos que se ubicaron al oeste del río Uruguay y que se conocieron por el nombre de Misiones Orientales, en un territorio que actualmente abarca el centro y el oeste del estado de Río Grande del Sur, en Brasil y todo el norte del Uruguay. La lectura le pareció monótona, pero reparó que algunas páginas más adelante constaba que la política guaraní había obedecido tan solamente a su propia lógica, la cual fomentaba la unificación de las tekuas o aldeas de hasta 300.000 habitantes, conseguidas en volátiles alianzas que perseguían como fin último no sólo el control de los recursos naturales provenientes del ecosistema de la selva tropical, base de sustentación de toda su economía, sino La Tierra Apocalíptica

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también la búsqueda de la “Tierra Sin Mal”, creencia en la que se basaba su religión. Tanto la figura de los karaís o profetas pan-guaraníes (no adscritos a una tekua en particular sino a la “nación” en general), como la búsqueda de la tierra sin mal, fueron dos rasgos de la cultura guaraní que los jesuitas supieron aprovechar. Al final de cuentas, ellos también eran como los karaí (con los que compitieron durante los primeros años) ya que al ser portadores de una nueva: el “Camino al Paraíso”, de cierta manera era compatible con el Aguyé o camino de la perfección guaraní con destino a la Tierra Sin Mal. Sin embargo, los padres misioneros supieron aunar los sistemas de valores y creencias de la cultura guaraní de la época prehispánica con la cosmovisión del catolicismo, logrando con eso la unificación de los guaraníes bajo la protección de las leyes de la corona de España de las que los jesuitas eran garantes. No en tanto, los guaraníes también supieron aprovechar este hecho frente a la creciente expansión del frente colonial hispano-portugués, en especial a partir de 1640, cuando el Reino de Portugal se independizó de los reyes de España. -¡Magnífico! -expresó Paolo en medio a un bostezo. La mayoría de los líderes políticos guaraníes de muchas tekuas aceptaron entonces levantar iglesias -seguía indicando el texto-, que eran los símbolos de la protección La Tierra Apocalíptica

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divina y jurídica, aliándose en definitiva con lo que la Compañía de Jesús representaba. No obstante, otros líderes optaron por el contrario y se mantuvieron en guerra y continuaron el ciclo de enfrentamientos con sus propios connacionales. Cuenta la leyenda que para un guaraní comerse a otro de ellos era de motivo religioso y no lo hacían a menudo. Porque pensaban incluso que sólo los guaraníes eran capaces de acumular energía para llegar a la Tierra Sin Mal. En lo tocante al sistema político imperante en aquel periodo -aclaraba el autor-, se mantenía a las reducciones estrictamente subordinadas al monarca español, quien ejercía su autoridad en América por medio de las Reales Audiencias de Lima y Buenos Aires. Por ello se explica el porqué de los jesuitas querer recurrir de manera permanente al rey, solicitándole autorizaciones o pedidos varios, incluso favores y hasta privilegios especiales. No en tanto, cuando la cuestión que tenían entre manos requería urgencia, en ciertos casos sus solicitudes eran dirigidas directamente a las audiencias y a los propios gobernadores. Cuanto a construcciones físicas se trata -abordaba el autor-, puede decirse que todas las misiones jesuitas fueron fundadas siguiendo un mismo modelo de proyección. O sea: la iglesia, la residencia de los padres y La Tierra Apocalíptica

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las casas regulares de los indios que se ubicaban a alrededor de una gran plaza. Y aunque el gobierno de cada misión tuvo muchas similitudes con las instituciones que los castellanos trasplantaron al Nuevo Mundo desde la Península Ibérica, no obstante ellos supieron sumarles características particulares atendiendo a la idiosincrasia de los naturales de la región. No en tanto, si hablamos de la gobernación local -indicaba el escritor al cambiar de tema-, cabe mencionar que en cada reducción funcionaba un cabildo precedido por el corregidor, que era además la autoridad principal del pueblo, y el cual era conocido entre los guaraníes como “parokaitara”, que en una traducción libre significa “el que dispone lo que se debe hacer”. Pero su elección debía ser confirmada por el gobernador, y generalmente el elegido era uno de los caciques del pueblo y ésta solía ser a perpetuidad. Las otras autoridades eran los alcaldes de primer voto y segundo voto, también llamados de ivírayucu, cuyo significado literal es “el primero entre los que llevan vara”. Cabía a estos velar por las buenas costumbres en la reducción, y por ende eran los responsables por castigar a todos aquellos holgazanes y vagabundos, además de vigilar a los que no cumplían sus deberes. Esa autoridad se ejercía dentro del pueblo junto con otros cuatro alcaldes de La Tierra Apocalíptica

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barrio. Fuera de ese perímetro había entre seis y ocho comisarios para los cuarteles. Por su vez, una veedora vigilaba a las mujeres, cuatro celadores a los niños y cuatro inspectoras a las niñas. No en tanto, además del corregidor y los alcaldes, el cabildo estaba integrado por un teniente de corregidor, un alguacil, cuatro regidores, un alguacil mayor, un alférez real, un escribano y un mayordomo, del cual dependían los contadores, los fiscales y los almaceneros. -¡Qué organización! ¡Magnífico! -dejó escapar Paolo al enterarse del tipo de disposición de gobernanza que era utilizada en aquella época. Todos los integrantes del cabildo -continuaba a ser mencionado en el renglón siguiente-, eran electos cada 1º de enero por los que dejaban el cargo, siempre durante una asamblea general y antes puestos a consideración de los sacerdotes y luego a confirmación del gobernador. Una vez que ocupaban el cargo, los regidores se encargaban de inspeccionar el aseo y la limpieza de los lugares públicos y privados, controlando también la concurrencia de los niños a la escuela y al catecismo; mientras que el alguacil era quien se debía encargar de ejecutar las órdenes del cabildo y de la justicia. No en tanto, es importante mencionar que la legislación misionera excluyó la pena de muerte, otro de La Tierra Apocalíptica

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los grandes avances que la organización jesuita incorporó en sus comunidades; y de cierta forma, al actuar bajo este sistema de organización gubernamental, los ignacianos terminaron por ser los continuadores de las instituciones indígenas, ya que en aquel entonces el jefe de la tribu era la máxima autoridad comunal. -¡Que interesante! Nadie puede negar que fueron muy astutos al organizar el método de gobernanza participativa en cada reducción -convino Paolo en un murmullo silencioso, a la vez que concluía con cejas enarcadas-: Y también supongo que las demás regulaciones que tratan de la estructura administrativa igualmente deberían seguir el mismo procedimiento. A seguir de su cavilación, continuó a leer algunas otras páginas que detallaban un poco más el sistema de la gobernación local, pero luego entró en un nuevo capítulo que trataba de la organización religiosa, y en él constaba que la institución del “Real Patronato Indiano” o lo que era llamado simplemente de “patronazgo real”, fuera el régimen vigente que ejercieron los virreyes y los gobernadores en nombre de su majestad católica, el rey de España, para quien uno de los fines de la conquista de América era la evangelización de los indios. Bajo esta tutela -explicaba el autor-, esos altos funcionarios tenían facultades para conferir beneficios La Tierra Apocalíptica

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eclesiásticos y designar sacerdotes para actuaren en un lugar u otro, y el mecanismo utilizado para la designación establecía que el obispo debía presentar una terna de nombres entre los cuales el gobernador elegía su preferido. Una vez que eran elegidos, estos eclesiásticos tenían a su cargo el gobierno de las reducciones siendo ellos los verdaderos administradores de los todos bienes de los pobladores, contando inclusive con la facultad de intervención directa no sólo en la actividad espiritual, sino también en la temporal, económica, cultural, social y hasta militar de los vecinos. -O sea, que al mantener las riendas en la mano, ellos eran una especie de gobernador plenipotenciario local -dijo para sí mientras bostezaba. En el orden estrictamente espiritual -mencionaba el texto cuando Paolo retomó la lectura-, los misioneros se preocuparon especialmente de la difusión de la fe católica y de la enseñanza del catecismo. Por tanto, los jóvenes que ya habían superado la edad escolar y se encontraban trabajando en cualquier actividad, por las tardes, al escuchar el sonido de la campana, ellos debían dirigirse de inmediato a la iglesia, ya que para ellos el acto religioso más importante era la misa, al que los fieles concurrían acompañados de toda la familia, particularmente los días

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preceptuados. Lo que nos permite señalar que en realidad las iglesias fueron el corazón de los pueblos. Estas eran construcciones imponentes que siempre estaban situadas frente a la plaza, que poseían un alto campanario con el cual se llamaba a la misa y, excepcionalmente, a reunión general. Y como si hiciesen parte integrante del conjunto, todas las calles del trazado urbano terminaban en ella. Al observar esa organización como un todo, vale destacar que la Provincia Jesuítica del Paraguay tenía un padre provincial residente en la ciudad de Córdoba, que era designado por el general de la Compañía de Jesús, con sede en Roma. A este General o prepósito de la orden, los sacerdotes jesuitas le debían total obediencia, después del propio Papa. Este provincial era por su vez, quien redactaba anualmente las “Cartas Anuas de la Provincia” que debía remitir a Roma contando los principales sucesos ocurridos ese año. Quien ocupaba el cargo provincial tenía bajo su dependencia directa a los procuradores de Buenos Aires, Santa Fe y Asunción, además de un secretario y de los consultores. Cada grupo de misiones tenía un padre superior subordinado al provincial. Paolo suspendió su lectura y permaneció algunos segundos reflexionando lo que acabara de leer. Sin decir La Tierra Apocalíptica

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nada y llegar a conclusión alguna, luego prosiguió leyendo a partir del punto que mencionaba que sin embargo, las misiones del Paraná y del Uruguay tuvieron cada una un superior hasta principios del siglo XVIII, ya que el cargo de superior del Guayrá había desaparecido al trasladarse su misión; y desde entonces las treinta reducciones quedaron bajo un sólo superior residente en la misión de Nuestra Señora de la Candelaria, cuando se instituyó un padre vice-superior para las reducciones del Paraná y otro para las del Uruguay, que además regían su propia reducción, contando cada uno con un consultor ordinario y otro extraordinario además de un admonitor. Para detallar mejor la estructura de la organización, cabe indicar que en cada reducción había dos sacerdotes, aunque en las más pobladas había tres, pero siempre uno a cargo de lo espiritual y religioso (el cura del pueblo), mientras que el otro (el compañero), quedaba a cargo de las cosas temporales como el trabajo y la instrucción. -¿Cómo podría esperar otra cosa de ellos? -llegó a discurrir Paolo sin sombra de duda. -¿Si fueron tan capaces con lo político, como poner en duda que podrían llegar a equivocarse en lo tocante a la parte espiritual? -se preguntó, aunque estaba convencido de la respuesta que cabía.

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Luego a seguir, totalmente desinteresado por los detalles que se mencionaban en la parte que disertaba sobre la organización eclesiástica, pasó ligeramente la vista por algunas otras páginas sin llegar a detenerse a leerlas, hasta que de pronto lo sorprendió la aparición de un nuevo bosquejo. Algo interesante lo había llevado a parar de manosear el libro por sentirse fluctuante con el relato, para entonces detenerse a admirar aquel dibujo, ya que al mirarlo con detención, el mismo correspondía a un croquis aéreo de la reducción de San Ignacio Miní, con el cual el escritor daba inicio a un nuevo capítulo. El que hablaba más específicamente de la organización espacial de las misiones.

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Al reiniciar nuevamente la lectura, vio que la cita explicativa del libro mencionaba que en casi toda reducción jesuita, los edificios principales, como la iglesia, el cementerio comunal y la escuela, que servía al mismo tiempo para albergar a los jesuitas, conformaban una unidad a manera de monasterio. Esas edificaciones que eran construidas en piedra local y madera de lapacho, quebracho y urunday, se encontraban en un lado de una gran plaza cuadrada, rodeada de casas por los otros tres lados. Junto a la iglesia se encontraban los edificios administrativos y talleres; mientras que en el centro de la misma, una gran cruz y una estatua del santo patrono de la misión. La Tierra Apocalíptica

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Normalmente las calles y casas estaban ordenadas según precisas líneas geométricas, y obedeciendo a las recomendaciones españolas relativas a la construcción de nuevos asentamientos. Con dicha alineación, la posición central de su lugar de residencia permitía a los padres tener una vigilancia constante sobre la vida de la reducción. También se disponía de una casa comunal, “coty guazú”, para alojar a las viudas, huérfanos y mujeres solteras, y la cual además tenía agua corriente y disfrutaba de servicios sanitarios. Hasta finales del siglo XVII, este tipo de organización habitacional también permitió mantener las estructuras de parentesco de las tribus guaraníes, lo que garantizaba así la cohesión y la supervivencia de toda la comunidad, debido a que la disposición de las viviendas no inhibía los contactos entre los diferentes linajes y, por tanto, la sostenibilidad de la familia extensiva, forma original de la sociedad guaraní. Sin embargo, posteriormente, los jesuitas trataron de imponer lo que llamaron de familia restringida, cuando en 1699, una disposición tomada por el provincial, es decir, el superior jesuita de la “Provincia”, llegó a prohibir los “actos inconvenientes que se producían en las viviendas por los indios, por estos vivir en grupos familiares bajo el

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mismo techo”. A partir de esa fecha, cada familia debía vivir separada. Paolo no se sorprendió mucho con todo lo relativo a la convivencia de los indígenas y, salteando páginas, pasó a prestar atención al próximo capítulo, el que hablaba de la organización económica en las misiones, ya que según mencionaba el autor del libro, por costumbres ancestrales los guaraníes tenían por usanza el cultivo de diversos vegetales como el maíz, la batata, la mandioca, la yerba mate, el algodón y la caña de azúcar, además de ser diestros cazadores y pescadores. Sin embargo, los padres jesuitas implementaron un sistema económico agrícola diferente que fue rápidamente asimilado por los aborígenes. Así pues, esa importante agricultura que ellos hasta entonces cultivaban, fue complementada con la ganadería que suministró a los aborígenes carne, leche y cuero. Con la aplicación de tal sistema se logró que cada reducción formara una unidad económica independiente. Pero como entre ellos no existía el uso de moneda de metal, todo funcionaba en base a una economía de trueque, y al tener en cuenta que los ignacianos tenían una multitud de posesiones comunales, el sistema empleado incluso favorecía a un intenso tráfico comercial entre las reducciones, y a su vez con él se promovía una integración La Tierra Apocalíptica

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económica, social y política con sede central en Candelaria. Cabe explicar que el régimen de propiedad era mixto -destacaba el escritor-, ya que se aceptaba la propiedad individual privada y la propiedad colectiva. La propiedad individual privada o “avamba´e”, permitía que cada jefe de familia dispusiera de una chacra con la extensión necesaria

para

sembrar

en

ella

todo

el

cultivo

indispensable para el sustento anual familiar. No en tanto, la propiedad colectiva a la cual llamaban de “tierra de Dios” o tupambaé, cuya traslación viene de tupa, “dios”, y mbae, “dueño”, se utilizaba más bien para el cultivo de algodón, trigo y legumbres. Por tanto, en cada una de las reducciones, generalmente existían dos campos para trabajar comunitariamente. -¡Excelente! Lástima que todo esto no sirvió de inspiración para aquellos que hoy día se muestran como hábiles quijotes de la política mundial e intitulándose a sí mismos de líderes de masas hambrientas, ya que se les ocurre llamar a todo esto por otro nombre -murmuró Paolo con una sonrisa punzante. -Hasta pienso que les caería muy bien a los herederos que hacen parte del grupo del que murió en Rusia hace más de una década y, principalmente, sin necesidad de ir tan lejos, del igualmente fallecido Palmiro Togliatti -llegó La Tierra Apocalíptica

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a concluir mentalmente, al recordar los modelos que en las últimas décadas eran voceados por el Partido Comunista. -¡Que Dios los tenga en su reino! -mencionó mientras se persignaba, y continuó su lectura a partir de la frase que mencionaba que cada reducción se especializaba en distintos oficios. Algunas trabajando el hierro y la plata, otras la carpintería, cocina-panadería, el chapado en oro, la confección de vajillas, telas, o hasta en la elaboración de ropas, sombreros y diversos instrumentos musicales. También desde allí se promovería el tallado de excelente escultura, o el arte de pintura y música barrocas guaraníes. En resumen, es posible afirmar sin ningún miedo de equivocarse, que todas estas misiones jesuíticas guaraníes aventajaron en casi trescientos años al derecho del trabajo contemporáneo, pues los padres jesuitas fijaron la jornada laboral en seis horas diarias, lo que permitía que los indios contaran con tiempo suficiente para la realización de otras actividades, entre las que se destacaban principalmente las obras religiosas. Inclusive, los reyes de España, como parte del proceso de evangelización, habían ordenado que “hubiese escuelas de doctrina y de leer y escribir en todos los lugares de indios” -comenzaba a relatar el prosista en el capítulo que hablaba ahora sobre la Organización educativa, momento

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en el cual Paolo acusaba muestras de cansancio, pero sin llegar a demostrar aburrimiento por lo que leía. Este decreto real -consiguió leer en esa sección del libro-, el cual en un principio en toda América se le prestó por lo general un acatamiento sólo nominal, fue cumplido con rigor por los misioneros jesuitas, al dedicarle la atención necesaria que permitió fundaciones de escuelas y centros de formación de distintos niveles, los que a la postre se convirtieron en verdaderos centros de educación y de transmisión de los valores del catolicismo. Por tanto, puede afirmarse que en todas las reducciones funcionaron escuelas de primera enseñanza, donde los varones de seis a doce años aprendían a leer, escribir y hacer operaciones matemáticas elementales. Empero, siguiendo ese mismo modelo, las niñas de la misma edad tenían escuelas separadas donde aprendían a leer, escribir, hilar y cocinar, por lo que la formación de las mujeres menores fue un punto importante en toda la organización

educativa-familiar

de

estos

pueblos

guaraníes. A su vez, el idioma castellano se enseñaba para lograr la unidad lingüística en todas las posiciones españolas, mismo que los jesuitas hablasen correctamente el dialecto guaraní, al utilizar esa lengua como el mejor medio para llegar a los naturales. Su sofisticación fue tanta, que los La Tierra Apocalíptica

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hijos de los caciques incluso llegaron a aprender algo de latín. Y su preciosismo llegó a tal grado, que en las misiones los jesuitas publicaron libros en guaraní sobre gramática, catecismo, manuales de oraciones y hasta un diccionario; pues estas contaron con la primera imprenta fundada por los padres Juan Bautista Neuman y José Serrano, quienes armaron una prensa, fundieron los tipos necesarios y emprendieron la grata obra de publicar los primeros libros. Esas impresiones se concibieron en las misiones de Nuestra Señora de Loreto, San Javier y Santa María la Mayor. El primero de los libros publicados fue el Martirologio Romano en el año 1700; más adelante fue impreso el Flos Sactorum del padre Pedro de Ribadeneyra en edición guaraní, y De la diferencia entre lo temporal y lo eterno del padre Juan Eusebio Nieremberg. Esto permite indicar que la producción bibliográfica de ellos llegó a ser muy rica y variada, lo que puede ser corroborado a través de la mayoría de los ejemplares que todavía se conservan en diversos museos. -Esta parte ya me la contó Agustoni, aunque no con tantos detalles -alcanzó a murmurar Paolo entre bostezos-. Mejor me acuesto y leo hasta donde el sueño me permita -decretó al momento que se ponía de pie.

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Una vez que se encontró en su cama y después de acomodar la cabeza en la almohada de manera que pudiese leer sin tener que levantar los brazos para sostener el libro, principió la lectura justo en el capítulo que describía la Organización militar de las reducciones, y el detallamiento del poder de movilización que alcanzaron las milicias jesuitas. No le causó sorpresa que el autor mencionara que las misiones guaraníes habían constituido un importantísimo freno a las aspiraciones expansionistas de los lusitanos, quienes liderados por los bandeirantes, se dedicaban a la caza de indios para venderlos como esclavos en São Paulo y Río de Janeiro; pues desde los primeros tiempos de la conquista de América, la corona española le había otorgado a los indios o naturales americanos, el mismo status jurídico de hombres libres, equiparándolos así a los vasallos peninsulares. Esta era la condición que tenían los guaraníes en el Virreinato del Perú. Luego percibió que la cita detallaba a seguir, que tras varias incursiones bastante exitosas en 1641, una gran tropa de paulistas fue vencida en la batalla de Mbororé, pero esa pandilla volvió a intentar nuevo ataque en 1652 y 1676, aunque en ambas ocasiones el gobernador de Paraguay había logrado detenerlos gracias a la pronta participación de las milicias jesuitas. Por consiguiente, los La Tierra Apocalíptica

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permanentes ataques de los bandeirantes forzaron una mayor militarización de las misiones, y las reducciones empezaron a fortificarse y a formar milicias armadas con armas de fuego, a la vez que eran entrenadas en tácticas de guerra modernas que fueron combinadas a las tácticas selváticas clásicas gracias al entrenamiento con veteranos de las guerras europeas. Esto posibilitó que se mantuviera milicias permanentes a las que, a cambio de participar en campañas convocadas por los gobernadores de Asunción y Buenos Aires, se le otorgaba eximirse de la mita, el tributo que todos los indígenas eran obligados a pagar. Sobre estas mismas

milicias,

cabe

destacar

una

participación

importante de los guaraníes con su frecuentemente cooperación frente a los asedios que fueron realizados a la Colonia del Sacramento a orillas del Río de la Plata, donde en 1680 lucharon 4.000, y en 1704-1705 otros 3.000, así como en 1735-1736 otra vez tres mil. Entretanto, es sabido que los milicianos guaraníes también participaron de las inúmeras campañas de castigo que fueron realizadas contra otros indios, como los guaycurúes, payaguás y mbyás, las feroces tribus del Gran Chaco que asiduamente lanzaban ataques contra las haciendas y pueblos del Paraguay. Además, en 1702 los milicianos derrotaron a los indios charrúas con los que habían entrado en conflicto por causa de extensos La Tierra Apocalíptica

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territorios de la Banda Oriental aptos para que pastaran sus ganados. De igual modo, es importante resaltar que la mano de obra guaraní no fue tan sólo utilizada para dar su apoyo en las campañas militares organizadas por los gobernadores, ya que estos, al estar altamente cualificados para otras faenas, igualmente fueron solicitados para ayudar en la construcción de fortalezas, destacando en especial las murallas de Montevideo. Esas somatenes de indígenas que se organizaron en las reducciones jesuitas, tuvieron inclusive una importante participación en la supresión de la Segunda revolución comunera del Paraguay que se desarrolló entra 1721 y 1735. Cabe destacar que en 1724, tras años de conflicto entre los comuneros -quienes entre otras cosas solicitaban que las misiones quedaran gobernadas por corregidores que se encargarían de acabar con la autonomía autárquica de estas- y los jesuitas, se desarrollaban solamente en las cortes de justicia. Pero el enfrentamiento se trasladó al campo de batalla cuando éstos últimos, siguiendo las órdenes del virrey del Perú José de Armendáriz, prepararon un ejército de dos mil indios a orillas del río Tebicuary, no en tanto, esas huestes fueron atacadas sorpresivamente por un superior ejército asunceño y resultaron vencidos. La Tierra Apocalíptica

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Sin embargo, en 1726, los jesuitas, gracias a su apoyo al gobierno real, consiguieron la autonomía frente al gobernador de Paraguay y seis años después movilizaron siete mil indios para defender el río Tebicuary de ataques desde Asunción. Años después, en 1735, Bruno de Zavala, gobernador del Río de la Plata, decidió organizar una expedición con la que acabar con los rebeldes. Los jesuitas inmediatamente le dieron su apoyo, y organizaron más de 6.000 guaraníes cerca del Tebicuary, mientras otros 6.000 quedaron de reserva en sus misiones. Pronto se sumaron a la tropa de Zavala, más de 8.000 hombres, que en marzo de 1735 obtuvo la decisiva victoria de Batalla de Tabapy, marcando así el fin de la insurrección. Por tanto, toda esa demostración del poder militar de las misiones llegó a impresionar e intimidar en definitivo a los vecinos de Asunción y Corrientes, que desde entonces desconfiaron de los misioneros en sobre manera. Nos obstante, pocas décadas después se produjo la Guerra Guaranítica, la que terminó siendo usada como el principal argumento para expulsar a los jesuitas, y a todos los que no se consideraba leales al rey. -Más bien, pienso que los gobernantes los usaron como mesnadas baratas, dándoles como retribución tan sólo el valor del tributo que deberían pagar a la Corona

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-protestó Paolo, en quien sus parpados insistían en cerrarse y estrecharle la vista por causa del sueño. -Bueno, seguiré un capítulo más, y dejaré el resto para mañana -determinó pasándose la mano por el rostro para despabilarse. En realidad, quería abandonar la lectura, pero consideraba el tema atrayente y eso le despertaba el interés por querer terminarlo. Juzgaba que sólo así podía comprender mejor cómo funcionaban las mentes en el pasado y advertir lo que guiaba sus comportamientos. Al abrir el libro nuevamente, entró en la parte que mencionaba sobre el desarrollo de la música misional, ya que el arte de la música y el canto habían ocupado un lugar destacado en el proceso de aprendizaje, puesto que cada pueblo contaba con un coro y orquesta en los cuales los indios podían participar. Desde la misma escuela se había promovido la participación de los niños y los jóvenes, mientras que los adultos se organizaron, en la mayoría de los casos, desde la iglesia. En los mismos escritos de los sacerdotes participantes de las misiones -se mencionaba a seguir-, que datan desde los primeros contactos evangelizadores, dieron cuenta de una “inclinación natural por los sonidos europeos” por parte de los nativos. A razón de esto, es que la música fue concebida como una “potente arma de conversión capaz de seducir las almas salvajes para que adoptasen el modo La Tierra Apocalíptica

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de vida cristiano, transformando aquellos feroces leones en mansos corderos”. -No es por nada que dicen que la música toca el alma y logra doblegar a cualquier fiera -murmuró Paolo con una sonrisa indulgente, antes de leer que fue así que los jesuitas lograron que los indios reducidos fuesen eximios cantantes y destacados músicos que reprodujeron textos musicales tanto de contenido religioso como profano. No en tanto -constaba- las interpretaciones que los guaraníes alcanzaron con instrumentos como el arpa y el violín, significaron un tipo de cántico que constituyen todavía hoy día clásicos de la música rioplatense. Además, los guaraníes dedicaron tiempo y esfuerzo a la danza, pues era normal ver a los bailarines ensayar desde los seis años, incorporando incluso melodramas los días domingos y feriados. No fue por acaso que en el desarrollo de las festividades, las principales diversiones justamente consistían en representaciones, música, canto y baile. Sin embargo -indicaba el texto-, a lo largo del siglo XIX se tomó una imagen idílica de la evangelización que impregnó en las artes, naciendo el término de “barroco jesuítico”, el cual fue la idea del resultado sensitivo tanto aural como visual del sincretismo que se dio entre los nativos y europeos. Sin embargo, este punto de vista no da La Tierra Apocalíptica

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cuenta de ciertos puntos muy importantes como, por ejemplo -había hecho cuestión de resaltar el autor-, la forma en que se acogió y percibió por parte del nativo americano tanto estas músicas que le son ajenas, como las estrategias que usaron los misioneros de la Compañía de Jesús para adaptarlas a los contextos locales, lo que en este caso particular, se tradujo muchas veces en concesiones poco comunes en un contexto de contrarreforma católica, como fue la incorporación en muchos casos de elementos propios de las culturas nativas (estrategia nada nueva dentro de la historia, pero sí dentro de este contexto). Estos aspectos pasaron a integrar un proceso cultural y político bastante amplio, el cual se cargó de tensiones y conflictos. Así pues, a pesar de las particularidades propias de su espacio y su tiempo, las misiones generaron nuevos modos de expresión cultural guaraní tanto en la música vocal como instrumental y en el baile, que son apreciados hasta el presente. -Esto me parece mucho bla, bla, bla -dijo para sí y se salteó las páginas para recomenzar su lectura en el capítulo que mencionaba como había sobrevenido el periodo final de las reducciones. -Esto sí que me interesa -volvió a murmurar antes de comenzar en la frase donde se mencionaba que a partir de inicios del siglo XVIII, las reformas borbónicas puestas en La Tierra Apocalíptica

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marcha por esta nueva dinastía a fin de evitar el lento proceso de decadencia en que se encaminó la monarquía hispánica, alcanzaron también al aspecto religioso en donde la corona aplicó el regalismo. Por tanto, el rey español Carlos III, imitando las políticas seguidas en el Reino de Portugal en 1759, y en el Reino de Francia en 1762, a través de la Pragmática Sanción de 1767, la que fue emitida el 27 de febrero de ese año, ordenó por bien la expulsión de los jesuitas de todos los dominios de la corona de España, incluyendo los de América y los demás ultramarinos, lo que llevó a una cifra de expurgados que alcanzó a más de 6.000 religiosos. El ataque de la monarquía a esta Orden alcanzó incluso todos sus bienes temporales, una vez que la pragmática también había decretado la incautación del patrimonio de la Compañía. Por consiguiente, poco tiempo después, en 1773, el papa Clemente XIV dictaba la bula “Dominus ac Redemptor” por la cual abolía la Compañía, -si bien que cierta manera logró que subsistiera en Rusia-, y tan sólo volvió a facultarse su existencia a posterior, por medio de la determinación del papa Pío VII en 1814, que la reincorporaba. Sin embargo, en lo que corresponde a las reducciones guaraníes, puede decirse que éstas no se disolvieron de inmediato, sino que como medida inmediata se reemplazó La Tierra Apocalíptica

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a los jesuitas con nuevos directores seculares que por señal, no tenían los ideales de los primeros. Por tanto, no resultaron muy exitosas las direcciones de los padres franciscanos, dominicos y mercedarios que tomaron a su cargo los pueblos misioneros, cuando se constituyó la Gobernación de las Misiones Guaraníes. Con ello quedó evidente que la expulsión de los religiosos ignacianos afectó sensiblemente a todas las instituciones de los pueblos indios. Y el contraste de esta nueva regencia llegó a tal punto de disconformidad, que algunos guaraníes retornaron a la selva mientras otros emigraron a Buenos Aires

donde,

para

sobrevivir,

se

sirvieron

del

entrenamiento como artesanos que habían aprendido en las reducciones. Por consiguiente, eso aportó una rápida disminución de la población de todas las reducciones. -Parte de esto ya lo sé -mencionó Paolo, que comenzó a voltear página tras página. Paró de hacerlo cuando notó con asombro un subtítulo que hablaba de la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776, el último que fuera erigido por la corona española como una escisión del Virreinato del Perú en su intento de reorganizar la administración de sus colonias en América; pero esa desmembración no logró detener la decadencia de estos pueblos; al igual como ocurrió a partir de 1810 cuando surgió la guerra de la independencia hispanoamericana, la La Tierra Apocalíptica

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cual tampoco contribuyó a la consolidación de las misiones, sino que más bien fue un nuevo factor que reavivó las pretensiones expansionistas de los lusitanos. Por otro lado, en cuanto se refiere a la manutención de las estructuras físicas de las reducciones -mencionaba ahora el escritor que tanto interesaba a Paolo-, cabe señalar que en las primeras décadas del siglo XIX, las tropas del general brasileño Francisco das Chagas Santos y las del dictador paraguayo Gaspar Rodríguez de Francia llegaron a causar graves daños a los edificios de las misiones, pero el golpe de gracia vino de la mano del sucesor de Francia, Carlos Antonio López cuando éste las abolió forzosamente y se encargó personalmente de destruir las comunidades para quedarse con las tierras. Al alcanzar este punto de la lectura, Paolo cerró el libro sobre su pecho, dejó caer los parpados y comenzó a cavilar sobre los acontecimientos que habían originado la expulsión de los jesuitas, pero el sueño lo venció pocos minutos después.

13 La Supresión de la Compañía La Tierra Apocalíptica

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En aquel instante el sol de la mañana brillaba nítido por encima de los edificios mientras Paolo dirigía su coche rumbo a la Congregación. Ya siendo para él un poco más tarde que de costumbre, a esa hora circulaba como podía entre los varios para y arranca en medio al complicado tránsito capitalino. Nada de todo eso que ocurría en las calles era capaz de dejarlo abrumado o impaciente, porque en realidad, él no podía quitar de su cabeza la carta reveladora del rey al Papa sobre la expulsión de los Jesuitas de España. Ese despacho había sido una de las últimas cosas que alcanzó a leer con claridad la noche anterior. En cierto momento hizo un esfuerzo mental y consiguió traerla diáfana y neta a su cabeza. Recordó que decía más o menos así: Santísimo Padre: No ignora Vuestra Santidad que la principal obligación de un soberano es vivir velando sobre la conservación y tranquilidad de su Estado, decoro y paz interior de sus vasallos. Para cumplir yo con ello, me he visto en la urgente necesidad de resolver la pronta expulsión de mis La Tierra Apocalíptica

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reinos y dominios de tos jesuitas que se hallaban

establecidos

en

ellos

y

enviarlos al Estado de la Iglesia bajo la inmediata, sabia y santa dirección de Vuestra Santidad, dignísimo Padre y maestro de todos los fieles. Caería en la inconsideración de gravar la Cámara Apostólica, obligándola a consumirse para el mantenimiento de los P.P. Jesuitas que tuvieron la suerte de nacer vasallos míos, si no hubiese dado, conforme lo he hecho, previa disposición para que se dé a cada uno durante

su

vida

la

consignación

suficiente. En este supuesto ruego a Vuestra resolución

Santidad,

que

mire

esta

sencillamente

como

una

indispensable providencia. La única, tomada con previo maduro examen y profundísima meditación y que, haciéndome justicia, echará sin duda (como se lo suplico) sobre ella y sobre todas las acciones dirigidas del mismo modo al mayor honor y gloria de

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Dios, su santa y apostólica bendición. Carlos. -¿Cómo pudo el rey dejarse llevar de la nariz a causa de intrigas palacianas? ¿Qué necesidades de dinero tendría la Corona para querer hacerse con las rentas de las misiones? ¿Cuánta potestad aun requería en su imperio, que tuvo que ceder a los caprichos de los otros monarcas? ¿Es posible que no haya significado nada para su feudo la labor de esos abnegados padres? -Fueron eses y otros cuestionamientos los que por momentos se ensimismaban en querer merodear su mente mientras manejaba. -Evidente que no puedo olvidarme que en España, a posterior, se tomaron actitudes similares contra la Orden, como ocurrió en 1767, 1835 y 1932 -consideró de ceño fruncido y ojos atentos al tráfico-. Pero obviamente que la expulsión más importante fue la que tuvo lugar a mediados del siglo XVIII en las monarquías católicas europeas, las que fueron identificadas más tarde por sus despotismos ilustrados, y que, obviamente, culminó con a la supresión de la Compañía por el papa Clemente XIV en 1773… -Aunque no debo desconsiderar -balbuceó-, que antes y después de esas fechas los jesuitas también fueron expulsados de otros estados, y en algunos de ellos más de una vez, como lo fue en el citado caso de España. La Tierra Apocalíptica

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-Si no estoy engañado -supuso, apenas moviendo los labios-, la inspiración de aquellas medidas se debía a una doctrina política denominada “regalismo”, la cual era rechazada por los jesuitas, ya que uno de cuyos votos consiste hasta el día de hoy en obedecer al Papa; y principalmente, porque ese dogma defendía el derecho del estado nacional a intervenir, recibir y organizar las rentas de sus iglesias nacionales. -Queda evidente entonces, que la expulsión de una Orden obediente al Papa como lo era la Jesuita -ponderó con escisión-, se convirtió por de pronto para el rey en algo económicamente apetecible, porque sin duda que ello reforzaba su poder magnánimo, y porque tras la expulsión de una orden religiosa como aquella, venía luego la correspondiente desamortización de sus bienes que el Estado podía entonces administrar como creyera oportuno -concluyó mientras terminaba de aparcar su coche. Sin embargo, antes de dirigirse a su sala de trabajo, decidió pasar por la de su amigo, el secretario Agustoni, para saludarlo y confirmar una duda. -¡Hola! Buen día -anunció así que transpuso el umbral-. Quiero hacerte una pregunta -añadió antes que el secretario tuviese tiempo de abrir la boca. -Buen día para ti también, Paolo. ¿Qué es lo que por de pronto deseas saber tan temprano? La Tierra Apocalíptica

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-¿Por acaso tu puedes decirme de memoria, en qué fechas ocurrieron las expulsiones de los Jesuitas previas al siglo XVII? -¿Dentro del mismo contexto que la de 1767? -Por lo que fuere, mi amigo. Sé que ellas existieron, pero no recuerdo dónde y cuándo. -Si es así -respondió Agustoni segundos después de un ligero razonado-, bajo otros contextos históricos se han producido varias expulsiones de los jesuitas de algunos lugares, como ocurrió en 1594, de Francia, por el rey Enrique IV… En 1605, de Inglaterra, por la reina Isabel I. En 1615, de Japón, por el shogun Tokugawa Ieyasu, y en 1639, de Malta. -¡Oh! ¡Sí! -exclamó Polo al recordar los hechos-. Gracias por haber sido preciso una vez más, Agustoni. -¿Y qué más? -No, no, nada. Era solamente eso. -Calculo que anoche te habrás entretenido con algunos de los libros que te recomendé -preguntó el secretario, interesados en los progresos de su colega. -Tu deducción ha sido correcta, mi amigo, y tu recomendación de ayer mejor aun -le respondió con una sonrisa templada-. Tuve oportunidad de poder examinar el compendio que trataba sobre las Misiones Jesuitas en América, y en verdad que el texto me pareció estupendo, o La Tierra Apocalíptica

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por lo menos pude dar un chapuzón en mi intelecto -agregó sonriente. -Ahora debo pedirte mil disculpas por haber venido a importunarte tan temprano -agregó, manteniendo la misma expresión alegre-, pero debo retirarme, pues antes de continuar a revisar el prontuario del cardenal Masella, quiero revisar una materia que trata sobre la expulsión y supresión de la Compañía de Jesús en el siglo XVIII. -¿Te puedo ayudar en algo? -se ofreció el secretario. -Te lo agradezco de corazón, pero no. Ya tengo un breviario que me ayudará a refrescar la memoria. -Óptimo. Va con Dios, y vuelve cuando quieras. Paolo se retiró con unas enormes ganas de preguntarle si había ocurrido alguna novedad en el rumoroso caso del padre Lawrence Murphy, pero contuvo su curiosidad para no demostrar demasiado interés en tan indecoroso caso. -Supongo que en su debido momento se sabrá -presumió al momento que ingresaba a su sala. -Bueno, creo que es mejor que me organice un poco -determinó luego de sentarse frente a su material de trabajo, momento en que sacó a relucir una hoja nueva de su block para plasmar en ella algunas anotaciones sobre lo que pretendía realizar. Cuando se dio por satisfecho, se levantó para ir en busca de un pequeño libro que había guardado en su La Tierra Apocalíptica

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armario. El mismo que contenía un apéndice específico que hablaba sobre las expulsiones de los jesuitas a mediados del siglo XVIII. No llegó a causarle sorpresa lo que leyó en aquel texto, así que, con resolución, pasó a tomar nota de que los padres ignacianos habían terminado siendo excretados de las Monarquías católicas más importantes por los siguientes motivos y alegatos: Del reino de Portugal, cuyo rey ostentaba el título de “Rey Fidelísimo”, en 1759, una vez que fueron acusados por el marqués de Pombal de instigar un atentado contra la vida del rey. Del reino de Francia, considerado en ese entonces la “hija mayor de la Iglesia” y cuyo rey era llamado de “el Rey Cristianísimo”, en 1762, cuando gobernaba el duque de Choiseul, y en el contexto de la polémica entre jesuitas y jansenistas, cuando se revisó la situación legal de la Compañía tras un escándalo financiero, y se consideró que su existencia, además de las doctrinas que defendían (laxismo, casuismo, tiranicidio), era incompatible con la monarquía. Del reino de España, que por entonces era rotulado de “Monarquía Católica”, en 1767, cuando entonces los padres fueron acusados por Campomanes de instigar el Motín de Esquilache. Simultáneamente a España -continuó a escribir de memoria fresca-, los jesuitas fueron expulsados del reino La Tierra Apocalíptica

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de Nápoles, y pocos meses después, en 1768, del ducado de Parma, ambos territorios vinculados a la Casa de Borbón, pero que se encontraban bajo la administración de otros soberanos. Luego a seguir, el propio papa Clemente XIV, que era proveniente de la orden franciscana, fue presionado por la mayor parte de las cortes católicas (excepto la austríaca) y terminó por consentir que se disolviese la Compañía, aunque muchos de cuyos miembros mediante el breve Dominus ac Redemptor de 21 de julio de 1773, lograron reubicarse en los propios Estados Pontificios. Es evidente que las expulsiones terminaron por afectar la presencia posterior de la Compañía de Jesús en los territorios coloniales que cada una de esas potencias imperiales (Imperio portugués, Imperio francés, Imperio español) poseía -hizo cuestión de registrar con detalles en el paréntesis-, donde previamente los ignacianos también se había visto inmersos en serios conflictos en las diversas reducciones, y cuando su expulsión de Brasil en 1754, cinco años antes que sucediese en la metrópoli del imperio luso. Este conjunto de sucesos estaba ubicado entre las principales causas del movimiento antijesuítico que se explayó por toda Europa. Paolo paró de escribir y repasó todo lo que había registrado, y sintiéndose conforme con lo que apreció, La Tierra Apocalíptica

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luego añadió a su escrito: Las expulsiones y posterior disolución de la Compañía trajo como consecuencia, aparte del acto estar injerido en el rescaldo de una guerra global que había sido extensa y sangrienta (la guerra de los siete años), el exilio de una gran cantidad de jesuitas a países oficialmente no católicos pero que igual toleraban la presencia de súbditos católicos, como lo era el reino de Prusia o el Imperio ruso, ya que en 1772 ambos habían llevado a cabo el reparto de Polonia, país de población mayoritariamente católica. Como una y otro monarca, Catalina la Grande de Rusia y Federico II de Prusia, hallaron mejor ignorar el decreto papal, eso permitió la continuidad de los colegios jesuitas, y de hecho la reorganización de lo que había de más selecto de la intelectualidad de la Compañía. Aunque tardíamente se haya obrado con justicia -escribió conjuntamente con un movimiento de cabeza, como si con ello quisiese dar más veracidad a lo que registraba-, en el contexto de la Restauración de 1814, el papa Pío VII llegó a emitir la bula Solicitudo omnium Ecclesiarum en agosto de 1814, por medio de la cual se rehabilitaba la Compañía de Jesús; inmediatamente fue reintroducida en España por el rey Fernando VII.

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Al colocar el punto final en la última frase, Paolo soltó el lápiz sobre la mesa y dejó aparecer un gesto de desconformidad con lo que había escrito. -Quizás deba tirar todo esto a la basura, y escribir que la supresión de la Compañía de Jesús fuera decretada en 1773 por el papa Clemente XIV a causa de la presión que ejercieron sobre él los principales monarcas católicos, singularmente el rey Carlos III de España que seis años antes había expulsado a los jesuitas de sus dominios bajo la acusación de ser estos clérigos los instigadores del Motín de Esquilache de 1766. El mismo rey que además contó con el apoyo de los otros soberanos de la Casa Borbón, Luis XV de Francia, que ya los había expulsado en 1762, y del rey de Nápoles, hijo de Carlos III, además del rey de Portugal, de donde habían sido expulsados en 1759. -Así parece que suena mejor -asintió con la cabeza-, y todavía puedo agregar que a mediados del siglo XVIII, los jesuitas terminaron siendo expulsados de las principales monarquías católicas europeas, excepto del Imperio Austríaco. Por de pronto se puso a escribir su pensamiento de manera frenética, y añadió a ello que en el caso de la Monarquía de España, la Pragmática Sanción de 1767 de Carlos III por la que se ordenaba su expulsión, se aplicó el La Tierra Apocalíptica

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2 de abril de 1767 cuando las 146 casas de los jesuitas fueron cercadas al amanecer por los soldados del rey. Por las cuentas que se llevaban -destacó-, en aquel día tuvieron que abandonar España 2.641 jesuitas mientras que de su imperio de las Indias salieron otros 2.630. Empero, el papa Clemente XIII se vio obligado a admitirlos en los Estados Pontificios, tras su expulsión de la isla de Córcega después de ser ocupada por la Monarquía de Francia. -Parece que me quedó más claro al colocarlo de esta manera -concluyó entusiasmado-. Aun puedo decir que el papa Clemente XIII resistió como pudo las presiones de Carlos III y de los otros dos monarcas borbónicos, además de la del rey de Portugal, y no suprimió la Orden como ellos deseaban; y que todo mudó cuando resultó elegido su sucesor, Clemente XIV, conocido por su poco aprecio por los jesuitas, relámpago en que las perspectivas de los monarcas católicos cambiaron. De inmediato se puso a registrar con presteza su pensamiento en el block, y agregó en él, que las razones que empujaron a Carlos III a presionar con tanto ahínco al Papa para que suprimiera la Orden hasta el punto que él se convirtió en el director de la “batalla” de los monarcas católicos, no han quedado muy claras, mismo que diversos estudios hayan sido realizados en ese sentido. Incluso, el historiador del siglo XIX Manuel Danvila, citado por La Tierra Apocalíptica

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Antonio Domínguez Ortiz en este siglo, barajó diversas hipótesis pero no llegó a ninguna conclusión. -¿Será que pudo este rey temer por su vida y la de su familia, como reiteradamente alcanzó a consignarlo en su correspondencia? -se puso a cavilar con desconfianza, y la mirada perdida en algún punto distante. -¿Pudo creer este rey que la doctrina de los ignacianos era incompatible con la tranquilidad de sus Estados y con su nueva política? -se preguntó luego a seguir, cuando halló oportuno plasmar en el papel todas esas preguntas que mortificaban su mente, momento en que se decidió a responderlas, mencionando que el propio Domínguez Ortiz, por su parte, creía que algunas de sus cartas nos proporcionan pistas sobre cuál fue la motivación, como la que el rey llegó a escribir en marzo de 1773 a Tanucci, su antiguo ministro del reino de Nápoles: …“Te doy la gustosa e importante noticia para nuestra santa religión y para toda nuestra familia de haberme enviado el Papa la minuta de la bula de la extinción de los jesuitas... Demos muy de veras gracias a Dios, pues con esto nos da mucha quietud en nuestros Reinos, y la seguridad de nuestras personas, que no podía haber sin esto”… La Tierra Apocalíptica

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Luego de transcribir la minuta, agregó que en un sentido similar, el rey expresaba un análogo sentimiento en la carta que envió a su par Luis XV por esas mismas fechas, en la que se felicitaba por una medida “que debe producir mucha tranquilidad en nuestros Estados y extinguir el espíritu de partido”. No obstante -acrecentó enseguida en estado vibrante-, en septiembre, verificada ya la extinción de la Orden, le volvió a escribir al rey de Francia, cuando le decía que no tenía personalmente animadversión contra los jesuitas como individuos, pero que como cuerpo, estos fomentaban la división en los Estados y sostenían máximas muy dañosas a los soberanos y a la tranquilidad de sus pueblos. Por tanto, Antonio Domínguez Ortiz concluye que “lo que Carlos III temía de la Compañía de Jesús coincide con lo que sus ministros, singularmente Campomanes, le habían representado a raíz del Motín de Esquilache: “…que ellos eran los responsables de las inquietudes, y que mientras permanecieran no habría paz”. Motivos, pues, puramente políticos, en los que se percibe el profundo trauma que en el monarca produjo el motín; tan profundo, que nunca le abandonó el temor a un atentado contra él o los suyos. Dando proseguimiento a esas intrigas de la corte, adicionó luego a su escrita-, resulta que el primer enviado a Roma por Carlos III, el arzobispo de Valencia Tomás La Tierra Apocalíptica

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Azpuro, sólo consiguió resultados parciales, pues el Papa se negaba a la supresión. Y por éste no lograr el resultado esperado, el rey lo sustituyó por José Moñino que llegó a Roma en junio de 1772 con instrucciones muy precisas y amplios poderes. Moñino, con buenas maneras al principio, y más tarde con expresiones duras y amenazas de represalias, acosó al Papa y finalmente consiguió su objetivo, por lo que Carlos III le otorgó el título de conde de Floridablanca y lo convirtió en su ministro de confianza. Además, Carlos III concedió “mercedes a don José Nicolás de Azara, procurador general de la Corte en Roma; al cardenal Zelada; al confesor del Papa y a otras personas que habían colaborado en la extinción”. Una vez que había consentido con los argumentos bajo hostigamiento, Clemente XIV llegó a promulgar el breve Dominus ac Redemptor de supresión de la Compañía en agosto de 1773, en el que decretaba además la conversión de los jesuitas en miembros del clero secular. De esto resultó que algunos de esos abolidos lograron encontrar refugio en el reino de Prusia y en el Imperio Ruso, donde entonces fueron acogidos por sus respectivos soberanos que se negaron a acatar el breve papal. Fue en esos dos Estados que los jesuitas pudieron sobrevivir aunque de forma precaria hasta su restauración en 1814. La Tierra Apocalíptica

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-No hay duda que de esta manera quedó mejor colocado -ratificó a seguir, cuando dejó que una sonrisa escrupulosa se dibujase en su faz. -Y al diablo con estos otros papeles -murmuró a seguir, entregándose a fragmentar las hojas anteriores. Una vez que estas quedaron hechas añico y los pedazos resultantes fueron largados en la papelera, Paolo convino consigo mismo que había llegado el momento de registrar los sucesos originados por la Oficina General de Temporalidades. -Ahora, esto, y después nada más y a continuar con los manuscritos del cardenal -se propuso con el ceño rijo, pronto a culminar con su lista de prioridades. Segundos después ya se encontraba registrando que aquella dependencia había sido creada el 15 de noviembre de 1767, inicialmente con el nombre de Dirección. A su frente estaban: el director, contador, tesorero y otros subalternos, cuyos salarios formaba la suma de 14,390 pesos anuales. Luego de próximo aumentaron a once individuos temporáneos al árbitro del director y crecieron los salarios a 18,290 pesos. Dicha oficina duró hasta 1785, año en que se resolvió extinguir la mencionada dirección, y se creó la Administración General de Temporalidades; tomándose el cuidado de dejar a su frente al director con nueve empleados, y aumentándosele además otros 22 para La Tierra Apocalíptica

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la liquidación de cuentas de productos. No en tanto, a posterior ocurre una reforma y ésta queda dividida en Administración General y Contaduría General. Es importante tener en cuenta -halló mejor registrar a título de esclarecimiento-, un artículo que recientemente ha escrito el antropólogo y catedrático peruano Fernando Silva Santisteban, bajo el nombre de Temporalidades: “…se comprendieron desde antiguo, los papeles de las juntas de Temporalidades, creadas por oposición a la administración de los bienes de los Jesuitas. Cuando la Compañía de Jesús fue suprimida y los religiosos de la Orden extrañados de los dominios españoles de América por real cedula de Carlos III, fechada en el Pardo a 27 de febrero de 1767 y pragmática sanción de 2 de abril del mismo año; se dispuso también por real cedula de 9 de julio de 1769 la formación de Juntas, a las cuales se encargó, no sólo la administración de los bienes y propiedades de los dichos jesuitas, sin la recolección de los archivos y bibliotecas poseídos por ellos. El método y orden desplegados por aquellas juntas en el manejo de tales asuntos, en realidad fue La Tierra Apocalíptica

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sorprendente; y hoy mismo se ve clara huella de su acierto en los papeles del Archivo Nacional…”. A su vez, el historiador Raúl Porras Barrenechea, de igual nacionalidad que el anterior, sostiene que estos fondos documentales pasaron de San Agustín, donde se encontraban almacenados, al Archivo Histórico Nacional creado por el gobierno de Echenique por medio del decreto del 14 de septiembre de 1853. En 1923, fue parte de la reorganización del Archivo, que se dividió en tres secciones: Histórica, Judicial y Administrativa. De esta manera, los papeles concernientes a Temporalidades fueron incorporados a la primera de estas secciones. Sin embargo, la Junta de Temporalidades terminó siendo suprimida en 1821, y los bienes de los jesuitas pasaron a poder del estado, quien en los momentos de necesidad pública, dispuso de la venta o del obsequio de la mayor parte de ellos. En realidad, ese fue el fin de las Temporalidades, cuando muchos de los bienes pasaron a manos de personas e instituciones particulares; al punto que en 1925 que ya no existía ni un rezago de esta Institución. Como se ve, en los territorios que estaban dispuestos en ultramar, dicha junta era encabezada por el propio Virrey a la vez que contaba con un superintendente y un La Tierra Apocalíptica

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administrador General. Además, fue necesaria la creación de diversas oficinas en las provincias que hacían parte de cada virreino, las que eran encargadas del manejo de Temporalidades de la capital de aquel territorio. Por su vez, el virrey tenía la obligación de rendir las cuentas de las gestiones de la Real Junta de Temporalidades ante el Supremo Consejo de Indias y el Rey de España. Cito como ejemplo uno de esos casos que mantienen una peculiar documentación destinada al estudio de los registros producidos por esta institución -quiso aclarar Paolo buscando dar más veracidad a su relato-, y donde se menciona que la Real Junta de Temporalidades era una entidad encargada de la administración y remate de los bienes confiscados a los miembros de la Orden de la Compañía de Jesús, después de su expulsión en el año de 1767 del Virreinato del Perú. Éste organismo funcionaba bajo la vigilancia del Virrey, quien designaba a un Superintendente y Director general en Lima, donde quedaba la oficina central. Casi dos años después, el 24 de Febrero de 1769, se crearon en ese virreinato las Juntas Provinciales y Departamentales en Arequipa, Cusco, Huamanga, Ica, y Trujillo, las que dependían de la Junta de la ciudad de Lima. Las funciones de estas Juntas era el remate de las propiedades embargadas. El Virrey Amat, dio el modo y la forma de rematar las haciendas jesuitas, y La Tierra Apocalíptica

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por él: primero se tasaba la propiedad y se pregonaba el remate, después venían las posturas de los interesados y al final la Junta de Temporalidades elegía al mejor postor. En los primeros 10 años de la expulsión, se remató el 83% de las propiedades; y entre 1773 y 1778 se remató casi todo. Posteriormente a las temporalidades sólo le quedaba exigir a los administradores de las haciendas jesuitas, el cumplimiento del rol de pagos porque muchas de las propiedades se remataron a crédito. La Junta de Temporalidades subsistió hasta que la creación de la Dirección de Censos y Obras Pías, el 12 de setiembre de 1821 como oficina del Ministerio de Hacienda, la que se encargó de administrar los bienes del estado, ya que entre ellos se encuentran: Temporalidades, Inquisición, bienes del Monasterio del Escorial y los Censos de Indios. -Ya es suficiente con esto -mencionó luego a seguir, dejando caer el lápiz sobre la mesa con un gesto cansado.

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14 Una Cansina Peregrinación

-Bueno, ahora veremos cuáles fueron los pasos que debió seguir el perspicaz cardenal Masella por aquellas tierras apocalípticas -alcanzó a murmurar Paolo haciendo una mueca aviesa, cuando arrastró para más cerca de sí el libraco que relataba las gestiones e intentos de localizar el viejo pergamino perdido. -Habíamos quedado en que la pista se perdió cuando, a golpes mazo de piedra, los indios asesinaron al padre Alfonso Rodríguez Olmedo y sus compañeros en la reducción de Todos los Santos del Caaró, y quién dejó la estatua de “Nuestra Señora de las Angustias” en la misión de Encarnación de Itapuá -intentó recapitular mentalmente mientras buscaba con dedos ágiles la página que debería comenzar a leer. -Aquí está -exclamó con agrado y ojos brillantes, al divisar donde se encontraba el marcador de hojas que había dejado dentro del libro. Antes de comenzar con la lectura, levantó sus muslos tan sólo unos centímetros de la silla, buscando acomodar mejor los pliegos de la sotana. Segundos después se La Tierra Apocalíptica

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encontró leyendo que el cardenal Masella se había dirigido todo entusiasta para Encarnación, una ciudad paraguaya que según él lo señalaba, en la actualidad era la capital del departamento de Itapúa, en el sudeste del país y sobre la margen derecha del río Paraná, a 365km de Asunción, la capital de Paraguay. Muy diferente de lo habría sido en aquella época remota -había escrito Masella-, ésta hoy es la séptima ciudad del país en población, pero, con su aglomerado urbano, más su fuerte economía, la coloca como la tercera ciudad más importante del país, detrás de Asunción y de Puerto Flor de Lis, situado en la zona conocida como la Triple Frontera. No en tanto, durante mi visita tuve oportunidad de enterarme que Encarnación, entre las varias denominaciones antiguas que recibió la ciudad, la Perla del Sur es el nombre más arraigado y habitualmente es referida como tal por los paraguayos. En verdad, es un importante polo comercial que mantiene un fuerte vínculo con la ciudad argentina de Posadas, con quien forma la Conurbación internacional, y con la cual se conecta a través del puente carretero y ferroviario que cruza el río Paraná, nominado de San Roque González de Santa Cruz, en homenaje al fundador jesuita de, entre otras, la reducción de Anunciación de Itapuá. El padre Jesuita Nicolás del Arroyo, que de manera La Tierra Apocalíptica

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incansable me ha auxiliado con mi trabajo, sostiene que “el provincial Marcial de Lorenzana fue quien proveyó al Padre Roque González los cálices sagrados que le serían necesarios, como también las herramientas para la construcción de nuevas poblaciones. El padre Roque partió llevando todo esto por el mismo camino que antes y expuesto a iguales insultos. Pero el día 24 de marzo de 1615 llegó a Itapuá, lugar que dista por igual sesenta leguas de la desembocadura del rio Paraguay en el Paraná y de los confines del Guayrá; donde su puerto es una laguna que desagua en el rio…”. El testimonio del Padre del Arroyo llegó a ser decisivo para mí -legitimaba el cardenal-, cuando hizo referencia al lugar de la fundación, porque no hay otro lugar en las inmediaciones que reúna tales condiciones. Evidentemente se refiere a la laguna San José, hoy desparecida más que por las aguas del embalse de Yacyretá, por la desidia de las diversas autoridades que tuvieron la oportunidad de hacerlo y no quisieron trabajar el relleno de la península conocida por entonces como “Heller”, para su reinstalación a cota mayor que la 85, garantizando de esa manera su conservación para las generaciones futuras, con los beneficios de tener aguas tranquilas libres de fuertes corrientes de agua y de vientos que encrespan en demasía el nuevo espejo de agua del La Tierra Apocalíptica

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ahora más caudaloso río Paraná, además de ésta ser una península preciosa. Esta conmemoración constituye por sí sola motivo suficiente para que todos los posadeños y misioneros se pongan festivos y decididos a conmemorar tan magna gesta por parte de los misioneros de la Compañía de Jesús, y en este caso particular, por San Roque González de Santa Cruz, que era hermano del General Francisco González de Santa Cruz, quien por entonces gobernaba Asunción, y con su autorización y la licencia del Padre Lorenzana, Rector de la Asunción, partió desde esa ciudad en su tarea misional. Incluso, existe una familia posadeña muy vinculada al primer beato paraguayo y es la que tiene en la actualidad la propiedad del Establecimiento Santa Inés, que fuera una antigua Estancia Jesuítica. No en tanto, el padre del Arroyo me ha relatado que hallándose en Anunciación de Itapuá el padre Diego de Boroa en el año 1619, un cacique venido de la costa del río Uruguay llamado Nicolás Ñeenguirú, le manifestó su deseo de tener misioneros trabajando en la zona de su mando. Así fue que Roque partió el 25 de octubre de aquel año hacia el este y el 8 de diciembre fundó la reducción que llamó Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción. Acompañado por ese mismo cacique, luego se dirigió a cruzar el río Uruguay y marchar 50 leguas. Pero una vez La Tierra Apocalíptica

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en tierras de otro cacique llamado Tabacán, levantó una cruz y fundó la reducción de Nuestra Señora de la Candelaria, aunque como sabemos, no sería esta su ubicación definitiva. Además, luego siguió su obra y el padre Roque fundó el 3 de marzo de 1626 la reducción de San Nicolás del Piratiní, la que actualmente está localizada en territorio riograndense brasileño; y poco después fundó también Asunción del Ijuí. Pero cuando realizaba los trabajos previos a la fundación de la Reducción de Todos los Santos de Caaró cayó abatido por las armas de Ñezú. -Creo que un poco de esta historia ya la he visto antes -murmuró Paolo al rascarse la pera. Segundos después se encontró frente a la frase que mencionaba con más detalles el trabajo del misionero. Volviendo otra vez a Anunciación -insinuaba ahora el cardenal en el libraco-, ésta no pudo sostenerse mucho tiempo en la margen izquierda del Paraná ya sea por la escasez de las cosechas o el acoso de un jefe indio muy molesto. Esto hizo que Roque la mudara en el año 1621 para la margen derecha del río, cuando denominó la nueva reducción de Encarnación de Itapuá. Sin embargo, resalto que no me suena para nada extraña la metamorfosis nominativa, dado que la Anunciación está referida al fenómeno del anuncio del arcángel Gabriel a la propia Virgen María de que iba a concebir un niño, en tanto que La Tierra Apocalíptica

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la Encarnación ocurre en el mismo instante del anuncio antes mencionado. Por lo cual, la significación en realidad es idéntica y así hermana a estas dos ciudades que quedaron separadas por el caudaloso Paraná de una manera extraordinaria, dado que estas son fundadas por la misma persona y simbolizan el mismo fenómeno religioso del momento de la concepción virginal. -Muy sugestivo -balbuceó Paolo sin levantar la vista del libraco. Esto indica a las claras que son tan legítimas las conmemoraciones que se hacen a ambos lados del río que los une -llegó a destacar el cardenal-, que yo también pienso que así debe ser, ya que la historia, las lenguas y la religión mayoritaria común así lo ha querido. Obremos pues en consecuencia -había asentado Masella. En todo caso, el lugar que ocupara Anunciación jamás fue totalmente desocupado o deshabitado, ya que el puerto natural que significaba la Laguna San José permitía un fluido contacto entre ambas orillas. Por otra parte, es conocida la historia posterior de la edificación de la Trinchera en varias etapas, la Trinchera de San José cuando era el puerto natural de la reducción del mismo nombre, o cuando fuera ocupado militarmente por los paraguayos, momento en que se le adosó dicho apelativo.

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Durante la Guerra Grande de 1865 a 1870 comienza a repoblarse de manera definitiva siendo el lugar de asentamiento del Escuadrón brasileño “24 de Caballería de la Guardia Nacional” luego del alejamiento primero del ejército al mando del Barón de Porto Alegre y del Brigadeiro José Gomes Portihho. Y aún más al momento de finalizada la contienda en el año 1870, a partir de nuevos núcleos poblacionales generados por proveedores del ejército aliado, donde figuran familias tradicionales del Posadas de hoy, y en 1872 se constituye el primer Concejo Deliberante de la ciudad. Como mencioné, Anunciación de Itapuá fue su nombre al momento de la fundación el 25 de marzo de 1615, luego Puerto de San José, Trincheras de San José, Trincheras de los Paraguayos, Paso de Itapúa, hasta que finalmente, ante la resistida imposición de la ciudad de Corrientes, motivo de un trabajo especial, pasa a llamarse Posadas. Pero más allá de los avatares de su existencia, al pasar ya más de tres siglos de presencia en la región, lo único que fue encontrado allí fue el retrato de la Virgen María bajo la advocación de Nuestra Señora de la Anunciación de Itapuá que había sido pintada por el guaraní J.M. Habiyú -o Kabiyú-, como consta al dorso del retrato, en Itapuá en el año 1618. Es decir, realizada allí en Anunciación de Itapuá unos años antes de trasladarse a La Tierra Apocalíptica

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Encarnación y la que actualmente se halla en un museo privado de Luján. Todo esto me anima a recordar con más entereza y formalidad la solemne recordación en homenaje a sus fundadores. -Otra desilusión -llegó a prorrumpir Paolo sin querer, pasándose la mano por el pelo en un gesto involuntario. Sin embargo -indicaba el relato luego a seguir-, por registros que han sido encontrados en los archivos de la catedral de Encarnación, me enteré de la llegada del padre Alfonso junto con la estatua de “Nuestra Señora de las Angustias” en el año 1627; aunque en verdad subrayo, que no logré encontrar informaciones después de su partida y lo sucedido a continuación cuando del masacre de Todos los Santos del Caaró. Paolo dejó escapar una mueca y continuó leyendo absorto que Masella había declarado su apatía, al registrar que en un primer momento se sintió desanimado pero pronto logró recobrar su entusiasmo al descubrir tiempo después cuando él se encontraba leyendo diversas notas, la indicación de que en los años posteriores de allí habían partido varios de los misioneros que tenían como objetivo ayudar con la fundación de los Siete Pueblos de las Misiones, que fue el nombre que se le dio al conjunto de siete aldeamentos indígenas que fueron fundados por los Jesuitas españoles en el Continente de Rio Grande de São La Tierra Apocalíptica

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Pedro, actual estado de Rio Grande do Sul, al sur de Brasil. -¡Ops! Nuevos rumbos -sonrió al ver la mención. No en tanto, no me resultó ser una tarea fácil poder proseguir con mis pasos, pues este monumental conjunto de reducciones estaba compuesto por las de São Francisco de Borja, São Nicolau, São Miguel Arcanjo, São Lourenço Mártir, São João Batista, São Luiz Gonzaga e Santo Ângelo Custódio, y en un principio tuve en cuenta que visitarlas me demandaría muchísimo tiempo. En todo caso, como explicación adicional, el colectivo de estos pueblos terminó por ser denominado de Misiones Orientales por ellas estar localizadas al este del río Uruguay,

y

erguidas

cuando

la

arrebatada

onda

colonizadora jesuita en una despoblada región de la corona española, años después que estos mismos misioneros habían intentado fundar otras dieciocho reducciones al inicio del siglo, y de que todas ellas acabasen por ser devastadas por las agresivas pandillas de bandeirantes brasileños y los oportunistas exploradores portugueses. -¡Qué bárbaros! -terminó por soltar Paolo con voz apaga, al comprender el sentido de un número tan dilatado de destrucciones. Pero antes de completar su pensamiento, que ya lo llevaba a cuestionar por tamaña beligerancia, sus ojos captaron la frase siguiente, donde constaba que entre La Tierra Apocalíptica

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las causas que fueron apuntadas por algunos historiadores para el retorno de los misioneros, estaba la abundancia de ganado en la región y el deseo de la corona española de asegurar la pose de aquellas tierras, en virtud de la creciente presencia portuguesa en el sur. Con todo -dejó asentado el cardenal en su manuscritoparece que esas tesis son discordantes. Sea por lo que sea, en realidad, a partir de 1682 los jesuitas comenzaron a volver para sus antiguas tierras, y en ese mismo año fue fundado el primero de los Siete Pueblos: São Francisco de Borja, seguido por São Nicolau, São Luiz Gonzaga y São Miguel. -¡Qué extraño! -alcanzó a murmurar-. No sé por qué, pero siempre pensé que las reducciones en suelo brasileño habían sido obra primera del gobierno de Portugal -dejó escapar, acompañando las palabras con un movimiento de cabeza que confirmaba su duda. -Bueno… Dejemos eso como está y continuemos -agregó en tono confortado al bajar la cabeza para enterarse que la primera a nacer, fuera fundada en el año 1682 por el padre Francisco Garcia, la que en realidad era una extensión de la reducción de Santo Tomé, de donde habían salido 195 personas, y una pequeñísima parte de la misión de Encarnación de Itapuá que, inclusive, habían llevado consigo la estatua que yo tanto se busca. La Tierra Apocalíptica

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En todo caso indicaba Masella-, el nombre de esta reducción fue dado en homenaje a São Francisco de Borja, que fue el 3º general de la orden de los jesuitas, y la que abrigó en su seno gran parte de la nación guaraní y fue hogar del famoso indígena Sepé Tiarajú. Sin embargo, constaté que en esta misión llegó a trabajar el padre José Brasanelli, nacido en Milán, pero que además de los dotes de sacerdote ignaciano, era un prodigioso y admirable arquitecto, pintor y escultor. No en tanto, merece destacar que antes de tornarse padre jesuita, Brasanelli ya había recibido en Roma una completa formación en escultura y arquitectura, cuando se granjeó el respeto de sus colegas. No se sabe a ciencia cierta el por qué, pero algo lo llevó ya con 37 años a ser encontrado en la reducción de São Borja, en donde fue autor de la carta cartográfica de aldeamento y sus demás construcciones, inclusive la iglesia, donde se llegó a colocar la estatua de “Nuestra Señora de las Angustias”. Así pues, y según lo apuntan los relatos, era un artista consumado en varias especialidades, ya sea construyendo, esculpiendo, entallando altares o creando escenografías sacras, además de ser profesor de los indios aldeados en todas esas artes. -¡Opa! Veo que el cardenal ha logrado confirmar su desconfianza -llegó a vitorear Paolo al agrandar los ojos, sorprendido por lo que acara de leer. La Tierra Apocalíptica

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Mismo que en ese momento se hallase sobrecogido por la noticia, continuó a examinar el manuscrito, donde se mencionaba que mismo que padre Brasanelli tuviese actuado en otras reducciones, su presencia había sido más marcante en la de São Borja, y dentro de más de sus 40 obras reconocidas están la estatua en tamaño natural de São Francisco de Borja que reposa en la actual iglesia matriz de una ciudad que nació a posterior sobre las ruinas de la misión, y también la de São Luiz Gonzaga. No en tanto, al no encontrar noticias del paradero de la estatua que buscaba -había registrado Masella-, opté por seguir mi pesquisa en la segunda reducción fundada en orden cronológica, y pronto me encontré en São Luiz Gonzaga. El origen de ésta se había cimentado con la transferencia, en 1687, de 2.922 personas que antes habitaban en las reducciones de São Joaquim y Santa Tereza. La idea fue obra de padre Alfonso del Castillo, Superior de todos los Pueblos, quien lideró la fundación. No obstante, su primer párroco fue el padre Miguel Fernández, quien se encargó de adornar su iglesia con algunas reliquias y estatuas provenientes de São Francisco de Borja. Entre ellas la que yo buscaba. Sin embargo, otra vez me sentí defraudado con la falta de noticias sobre la imagen que procuraba -llegó a insinuar el cardenal en su escrito, lo que llevó a Paolo a realizar La Tierra Apocalíptica

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una mueca de amargura-, pero razoné -había aclarado el prelado-, que si esta imagen de “Nuestra Señora de las Angustias” de cierta manera representaba una importante señal de éxito y prosperidad alcanzada en cada una de las reducciones que eran fundadas; lo lógico era que ella peregrinase por cada nuevo pueblo como un signo sagrado que traía a los nuevos habitantes bienestar y paz. -¡Qué oportuno raciocinio! -mencionó Paolo junto con una beatífica sonrisa-. Por supuesto que por entonces nadie desconfiaba lo que ella llevaba escondido dentro, sino su fin sería otro -insinuó con encono. En verdad, yo no estaba muy equivocado en mi inclinación -llegó a mencionar Masella-, pues el padre jesuita Tadeo Javier Henis, que era oriundo de Bohemia, había llegado no hacía mucho a esta reducción y, tal vez por un designio bienaventurado de Dios o de la propia Virgen, llegó a plasmar una especie devoción fraterna por la estatua, que lo hizo convertirse en el fiel custodio de la tan agraciada que se encargó de llevar personalmente a un lado y otro cada vez que se inauguraba una nueva reducción de los Siete Pueblos de las Misiones. -¡Aleluya! -dejó escapar Paolo al enterarse de buena la nueva-. Otra vez en la pista -exclamo feliz. Por ende, siguiendo mi fundada intuición -advertía Masella-, luego busqué dirigir mis estudios hacia la misión La Tierra Apocalíptica

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de São Nicolau, que fuera una aldea cuya población antiguamente habitara ese mismo local, cuando instituida por el padre Roque Gonzales en 1626, pero que había resultado destruida a causa de los brutales ataques organizados por los bandeirantes de Francisco Bueno. Como en aquella época la población de São Nicolau pasó para territorio argentino, luego fundaron allí la reducción de los Apóstoles, para donde también fluyeron refugiados de la reducción de Tapes; por tanto, en 1687 estos pueblos se unieron y volvieron a Rio Grande do Sul, cuando refundaron la misión de São Nicolau el día 2 de febrero. Sin embargo, poco tiempo después este feliz renacimiento fue marcado por un devastador ciclón y un incendio, desastres que destruyeron buena parte de las instalaciones, incluyendo la flamante iglesia de palo y tablón. Empero, pocos meses más tarde la reducción volvió a recomponerse, cuando se terminó por reconstruir el templo, esta vez en piedra, bajo la orientación del padre Anselmo de la Matta. Mi temor, al enterarme de tamaña catástrofe -había subrayado el cardenal-, era que la imagen de la Virgen hubiese sido consumida por el fuego, o que le hubiera sucedido algo que dejase ha descubierto su interior, pero pronto constaté mi equívoco al descubrir que poco antes de ocurrir la mencionada calamidad, el padre Tadeo J. La Tierra Apocalíptica

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Henis se había marchado para ayudar a fundar la misión de São Miguel Arcanjo. En todo caso, por coincidencia, el fundador inicial de ésta última fuera el padre Cristóvão de Mendonça, que en el año 1632, al igual que los otros prelados, fuera atacado por los depredadores bandeirantes y se vio obligado a abandonar el local con los indios, refugiándose en Concepción, en Paraguay. Por tanto, el retorno de los jesuitas a estos parajes aconteció en mediados de 1687, y contó con el dislocamiento de 4.195 personas, a las que acompañó el mencionado padre Tadeo. En tres años ya estaba casi completa, contando con la casa de los padres y cien otras para los indios. No en tanto, la iglesia definitiva fue obra del padre João Batista Primoli, quien de 1735 a 1744, la alzó empleando solamente operarios indígenas. Empero, debe ser mencionado que en 1697 São Miguel acabó por ser dividida, yendo 2.832 de sus pobladores a fundar la reducción de São João Batista. El jesuita de Bohemia que escoltaba y protegía la venerable imagen de “Nuestra Señora de las Angustias”, también no permaneció allí por mucho tiempo, pues tres años después de su llegada se marchó con su precioso tesoro a la reducción de São Lourenço Mártir, ya que ésta acabó siendo fundada en 1690 con nativos que eran provenientes de la misión de Santa María Maior, los que La Tierra Apocalíptica

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en realidad eran descendientes de los antiguos fugitivos de Guaíra y terminaron por instalarse en la región cuando liderados por el padre Bernardo de La Veja. Datos señalan que en 1731, los vecinos de este pueblo llagaban a 6.400 habitantes. Por tanto, años después surgió la reducción de São João Batista, la que fue fundada por el padre Antonio Sepp, un erudito que dominaba con perfección la música, arquitectura, urbanismo, relojería, pintura y escultura. El referido sacerdote fue seguido por 2.832 almas oriundas de la reducción de São Miguel Arcanjo. Los trabajos para erguir la iglesia se dieron inició en 1708, cuando ya había 3.400 personas habitando el aldeamento. Conjuntamente, bajo la orientación del padre Sepp, esta reducción mostró un alto nivel de actividad cultural; no obstante, como Sepp también era un geólogo y conocía como pocos el arte de la mineralogía, dedicó tiempo a la enseñanza de la extracción de minerales, resultando con ello la retirada del primero hierro de las Misiones, cuando a seguir logró construir con él, instrumentos variados y hasta las campanas de la iglesia de este pueblo. Su obra prima fue el reloj instalado en el campanario de la iglesia que, al dar las horas, hacía desfilar por el mostrador a los 12 Apóstoles. La última a ser levantada fue la reducción de Santo Ângelo Custódio -mencionaba ahora el cardenal-, cuya La Tierra Apocalíptica

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población anteriormente habitara la de Concepción, luego pasara por la de Ijuí y por fin se fijó en Santo Ângelo en 1707, contando de inicio con 2.879 pueblerinos bajo el comando del padre Diogo de Hasse. Reviendo toda esta obra más de 250 años después -indicaba Masella-, se puede afirmar que en lo tocante a la cultura, estos Siete Pueblos hicieron parte de un importante capítulo de la historia del sur de Brasil; ya que dieron origen a ciudades prósperas, auxiliaron en la delimitación de las fronteras, y fueron tema para la formación de un gran folclore regionalista de tono heroico en torno de las figuras de esos padres y de los propios indios, entre los cuales y en especial, está Sepé Tiarajú. La cultura que fue desenvuelta en esos centros llegó a un alto nivel de complejidad en cuestiones de arte, urbanismo y harmonía social. Incluso, las señales dejadas por los indígenas de los Siete Pueblos de las Misiones fueron fuertes y permanecen en formas de ruinas, marcas arquitectónicas, fronteras, costumbres y leyendas de la región. Por ende, parte de sus reliquias todavía pueden ser vistas en los diferentes sitios arqueológicos y en los museos regionales. Por eso pienso que su importancia es digna de atención. -Por lo que da a entender aquí, pienso que el cardenal perdió nuevamente la pisada de la estatua -alcanzó a La Tierra Apocalíptica

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murmurar Paolo entre dientes, quien en ese instante apartó la silla hacia atrás y se levantó para estirar las piernas y descansar la vista. Tiempo después, cuando se concentró nuevamente en la lectura del manuscrito, daba inicio al último de los volúmenes de los tantos que había producido el cardenal Masella tiempos atrás, y era el que aleccionaba sobre el declino de la maravillosa obra que habían erguido los sacerdotes integrantes de la Compañía de Jesús en el Nuevo Mundo. Desde fines del siglo XVIII, -principiaba el prolijo relato del cardenal-, el territorio donde habían sido levantados los Siete Pueblos Misioneros de la Banda Oriental, se encontraba desde hacía tiempo bajo una disputa tenaz entre las coronas de España y Portugal. Pero el Tratado de Madrid que fuera firmado entre ambas en 1750, había puesto toda esa amplia circunscripción a disposición de Portugal, mientras que España recibiría a cambio la plaza de Colonia del Sacramento, situada a orillas del Río de la Plata. Por tanto, sabiendo lo que luego sucedió, no hay como dudar que la futura salida de los padres jesuitas hubiera quedado allí decretada junto a aquella firma. Sin embargo, la firma de dicho Tratado no fue capaz de ajustar la paz, sino que más bien éste terminó por La Tierra Apocalíptica

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generar grandes conflictos, ya que ni los padres ni los indios querían abandonar sus reducciones; así como tampoco los portugueses querían abandonar la Colonia del Sacramento. Por ende, no demoró en surgir una serie de confrontas armadas que sin más culminaron en la Guerra Guaranítica, la que al fin dejó un rastro de destruición y sangre que terminó por abalar definitivamente las estructuras del organizado sistema misionero. Luego después sobrevino el fin -había registrado el cardenal, palabras que llevaron Paolo a pensar con cuanta congoja el viejo prelado las habría asentado en su momento.-, pues con la intensa campaña difamatoria que los Jesuitas sufrieron a partir de mediados del siglo XVIII, la Compañía de Jesús fue expulsa de le tierras portuguesas en 1759, y de España en 1767. Como consecuencia, al año siguiente todas las reducciones fueron desocupadas, con la retirada final de los ignacianos. A partir de entonces, sus tierras fueron arrebatadas por los españoles y los indios fueron subyugados o acabaron dispersos. Al realizar una ligera síntesis, se sabe que cuando en 1801 resurgió una nueva guerra entre Portugal y España, los Siete Pueblos ya estaban en tal estado de desintegración, que con apenas 40 hombres al mando de Manuel dos Santos Pedroso y José Borges do Canto consiguieron conquistarlos para Portugal, no en tanto La Tierra Apocalíptica

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algunos historiadores afirmen que hubo participación indígena como facilitadora de la tomada de los territorios. Por consiguiente, Portugal anexó el territorio al resto de Rio Grande do Sul, instalando allí un gobierno militar en la conflictiva región, encerrando con ello todo un ciclo civilizatorio y dando inicio a otro.

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La Pisada del Padre Lucas

En ese momento Paolo se encontraba en un estado de letargo, pensativo, con la mirada perdida en el ventanal de su sala de trabajo. Imaginaba que con la finalización de la lectura de los manuscritos del cardenal Masella, pasaría a ser él el responsable por continuar la pista que quizás un día lo llevase a encontrar el pergamino perdido. No en tanto, aun no sabía por dónde empezar ni a donde se dirigir, ya que era desconocedor del punto de partida, o, mejor dicho, donde el cardenal había perdido el hilo. -Nada de precipitaciones -se dijo en un murmurar que sonó determinante-. Primero tengo que terminar la lectura, y después se verá -asintió sin fastidio. -Así que termine con todo esto, haré una lista con las prioridades -propuso con un meneo de cabeza antes de enmendar-: Aunque quizás el cardenal Ottaviani ya tenga un plan elaborado. -En todo caso, todo indica que el pergamino continúa perdido en algún lugar de América -murmuró enarcando las cejas con excentricidad, para luego enseguida se entregar a la lectura, donde observó la frase que iniciaba mencionando: No tengo pretensión de adelantarme a los La Tierra Apocalíptica

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hechos -revelaba el cardenal-. Por tanto, al encontrarme frente a las vicisitudes beligerantes de aquella época, quise entender primero las causas que llevaron a la firma del denegrido Tratado de Madrid. Así pues, esto no resultará en un ensayo de historia y sí un breve extracto obtenido de los análisis de algunos historiadores que apuntan que la política conciliadora practicada por el segundo de los Borbones españoles, el rey Fernando VI (1746-1759), lo había llevado a entender que era prudente para España el alejarse de los conflictos internacionales en un tiempo de reconstrucción de su potencia económica y militar en el mundo, y esto de por sí es la explicación fundamental para el tratado de Madrid del año 1750. Por eso mismo, en su determinación, las misiones jesuíticas de la cuenca del alto Uruguay valían menos, y podrían ser permutadas por la posesión de la Colonia del Sacramento, plaza portuguesa situada en la orilla izquierda del Río de la Plata, que desde su fundación en 1680 había pasado repetidamente de manos españolas a portuguesas. El fundamento de este canje era para la corona española el asegurarse en definitivo el dominio de la entrada de la cuenca del Río de la Plata hacia el oeste del continente, lo que era puesto en entredicho por la existencia de Colonia, la cual, si bien los españoles ya habían podido tomarla militarmente durante los diversos La Tierra Apocalíptica

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conflictos en que se vieron enfrentados a los lusitanos en la primera mitad del siglo XVIII, sistemáticamente ellos volvían a entregarla a Lisboa en las mesas de negociación que ponían fin a las guerras. Sin embargo, la cesión de las misiones jesuíticas a los portugueses parecía ser un precio oneroso para una parte de los obsesionados dirigentes políticos españoles. Desde su establecimiento, en 1609, los jesuitas habían podido erigir una barrera real a la penetración portuguesa en el Río de la Plata y el Paraguay, conformando, de hecho, las únicas poblaciones permanentes en una frontera irresoluta y tradicionalmente despoblada, hecho que había facilitado el avance lusitano sobre ella. Por otra parte, los jesuitas habían conseguido con la persuasión, lo que los conquistadores rara vez pudieron obtener con la espada: la pacificación del indio en aquella zona de América, y su conversión en trabajador disciplinado y convertido al cristianismo. -Bueno, esto quedó más que evidente -susurró Paolo, al concordar con la ejemplificación del cardenal. Este valor agregado que los indígenas misioneros tenían (su integración social y la productividad de que eran capaces), -había destacado el cardenal en el texto-, los convirtió en objeto de la codicia de los bandeirantes, que emprendían, una tras otra, brutales expediciones de cacería La Tierra Apocalíptica

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de indios partiendo de ciudades como São Paulo, en el Brasil portugués, en busca de proveer de esclavos más baratos que los negros africanos a los hacendados portugueses para estos utilizarlos en sus explotaciones agrícolas. Durante todo el transcurso del siglo XVII y la primera mitad del siglo siguiente, las bandeiras y los indígenas misioneros, dirigidos por los jesuitas, se enfrentaron incontables veces en sangrientos choques, generalmente favorables a estos últimos, como por ejemplo lo fue la batalla de Mbororé, que se realizó sobre un afluente del curso superior del río Uruguay, en 1641. De cualquier manera, y como creo haberlo explicado, la corona española prefirió entregar estos dominios a cambio de Colonia, y el Tratado de Madrid así lo sancionó. Empero, para las comunidades indígenas dirigidas por los religiosos jesuitas, las perspectivas aparecían como funestas, lo que desencadenó la resistencia a la entrega del territorio. Creo oportuno reproducir aquí, dos de los más importantes artículos de aquel Tratado: -Artículo XIV: Su Majestad Católica, en su nombre y de sus herederos, cede para siempre a la Corona de Portugal todo lo que por parte de España se halla ocupado, o que La Tierra Apocalíptica

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por cualquiera título o derecho pueda pertenecerle, en cualquiera parte de las tierras que por los presentes artículos se declaran pertenecientes a Portugal; desde el monte de los Castillos Grandes y su falda meridional y ribera del mar, hasta la cabecera y origen principal del río Ibicuy. Y también cede todos y cualesquiera pueblos y establecimientos que se hayan hecho, por parte de España, en el ángulo de tierras comprendido entre la ribera septentrional del río Ibicuy y la oriental del Uruguay, y los que se puedan haber fundado en la margen oriental del río Pepirí y el pueblo de Santa Rosa, y otros cualesquiera que se puedan haber establecido, por parte de España, en la ribera del río Guaporé a la parte oriental. -Artículo XVI: De los pueblos o aldeas, que cede Su Majestad Católica en la margen oriental del río Uruguay, saldrán los misioneros con los muebles y efectos, llevándose consigo a los indios para poblarlos en otras tierras de España; y los referidos indios podrán llevar también todos La Tierra Apocalíptica

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sus muebles, bienes y semibienes, y las armas, pólvora y municiones que tengan; en cuya forma se entregarán los pueblos a la Corona de Portugal, con todas sus casas, iglesias y edificios, y la propiedad y posesión del terreno. Los que se ceden por ambas Majestades, Católica y Fidelísima, en las márgenes de los ríos Pequirí, Guaporé y Marañón, se entregarán con las mismas circunstancias que la Colonia del Sacramento, según se previno en el artículo XIV; y los indios de una y otra parte tendrán la misma libertad para irse o quedarse, del mismo modo y con las mismas calidades que lo podrán hacer los moradores de aquella plaza; solo que, los que se fueren, perderán la propiedad de los bienes raíces, si los tuvieren. -Que interesante... O, estúpido. Poco más, y el rey les da la mitad del virreino del Perú -manifestó Paolo con una sonrisa punzante. -Cómo pretendían ellos -protestó como si se sintiese alucinado al razonar mejor sobre lo dicho-, que los jesuitas y los indios no les opusieran resistencia, si con una simple firma sobre un papel de morondanga, se pretendía destruir La Tierra Apocalíptica

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el trabajo de más de ciento cincuenta años. ¿Y los mártires?, ¿no valían nada? ¿Y de los pobres indios, qué? Paolo se había puesto iracundo por causa de los porqués del rey Fernando VI en firmar lo que a él le pareció ser un irresponsable acuerdo, y buscó respirar hondo para superar su arrebato. Superado el trance, se entregó a leer el manuscrito. Volviendo pues a mí investigación -había asentado el cardenal en las hojas del libro-, al no encontrar vestigios de la imagen de la Virgen en ninguna de las reducciones de la Banda Oriental, tenía dos alternativas por delante: o seguía husmeando en otras misiones, o concentraba mi investigación en el sacerdote que durante las últimas décadas había custodiado la estatua. Opté por la segunda hipótesis, por me parecer la más acertada. Sin embargo -buscó aclarar Masella-, antes de ocurrir lo que se convino llamar de Guerra Guaranítica, décadas antes y por orden real del 14 de octubre de 1726, la cual fue ratificada el de 28 de diciembre de 1743, los treinta pueblos de las Misiones quedaron subordinados al gobernador de Buenos Aires, fijándose el río Tebicuary como límite con la Gobernación del Paraguay que también debió ceder algunos pueblos. Con todo, cabe destacar que igualmente ese acontecimiento llegó a generar algunos actos de desobediencia en diferentes reducciones, pero que La Tierra Apocalíptica

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de cierta manera lograron ser apaciguados. Aunque en realidad yo piense que eso habría dejado los ánimos caldeados. Empero, en septiembre de 1750 llegan a las Misiones las primeras noticias sobre el Tratado y de sus principales cláusulas. En ese momento, los padres de las misiones, así como las autoridades coloniales, se resistían a creer que pudiera ser cierto que el Rey de España hubiera firmado un tratado con semejantes desatinos. El padre Bernardo Nusdorffer, que era el superior de las reducciones, ordenó a los curas de los pueblos para que no se comunicase la noticia a los indios hasta que ésta no fuese confirmada por temor a las reacciones que pudiera provocar en ellos, y da órdenes de mantenerlas en secreto hasta que las mismas se hicieran oficiales. Pero en el mes de abril de 1751 llegó al puerto de Buenos Aires la comunicación oficial del Tratado con las instrucciones para su ejecución. Al mismo tiempo llegaba desde Roma una carta del General de la Compañía de Jesús, padre Francisco Retz, dirigida a los padres jesuitas de las reducciones, donde se ordenaba el cumplimiento fiel de las disposiciones del tratado en lo tocante a los Siete Pueblos Misioneros Orientales. Consta que al recibir la correspondencia, el padre Nusdorffer expresó a sus condiscípulos con voz contenida: La Tierra Apocalíptica

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“...no acabábamos de creer que era verdad este tratado, porque se juzgaba imposible que

España

lo

consintiese,

por

las

fatalísimas consecuencias que de él se seguirían a los dominios de España en estas Américas”. -¿Quién en su sano juicio, creería que eso podría ser verdad? -protesto Paolo sin levantar la vista del libro. El padre provincial Isidoro Barreda -continuaba la narración-, encomendó entonces al padre Bernardo la difícil tarea de comunicar la infausta noticia del tratado a cada uno de los siete pueblos, además de todos aquellos que estaban situados al occidente del río Uruguay, que aunque estos no serían transferidos, poseían estancias en la región que sí se entregarían a los portugueses. Ya con 70 años de edad, durante los meses de marzo y abril de 1752, el padre Nusdorffer se encargó de recorrer personalmente los pueblos, donde se entrevistó con cada uno de los curas y le comunicó oficialmente a los cabildos y caciques, que ellos tenían un año de plazo para abandonar

su

tierra,

por

lo

que

recibirían

una

indemnización de 28.000 pesos. Caso contrario, quedarían bajo el dominio lusitano. Obvio que los cabildos y los principales caciques dieron una respuesta jamás dada en un siglo y medio a sus La Tierra Apocalíptica

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padres, un rotundo “No”. Ellos no aceptaban abandonar los pueblos y mucho menos aún quedar bajo el dominio portugués. En una carta que los caciques dirigieron al gobernador Andonaegui, se puede leer los sentimientos en contra de la nefasta noticia: “Nuestros

padres,

nuestros

abuelos,

nuestros hermanos han peleado bajo el estandarte real, muchas veces contra los portugueses, muchas veces contra los salvajes; quién puede decir cuántos de ellos cayeron en los campos de batalla, o delante los muros de la tantas veces sitiada Nueva Colonia.

Nosotros

mismos

nuestras

cicatrices podemos mostrar en prueba de nuestra fidelidad y de nuestro valor. (...) Querrá pues el Rey Católico galardonar estos servicios, expulsándonos de nuestras tierras, de nuestras iglesias, casas, campos y legítimas heredades. No podemos creerlo. Por las cartas reales de Felipe V, que por sus propias órdenes nos leyeron desde el púlpito, fuimos exhortados a no dejar nunca aproximarse a nuestras fronteras a los portugueses, suyos y nuestros enemigos...”. La Tierra Apocalíptica

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Posteriormente, el padre Nusdorffer se trasladó a la misión de Candelaria y desde allí comunicó a sus superiores que los guaraníes estaban en situación de rebeldía. Con todo, los curas de los pueblos continuaron con los intentos de persuadir a los indios para que estos realizaran la mudanza de sus pueblos, para los cuales ya se habían señalado nuevos sitios al occidente del río Uruguay. Algunos de los que fueron convencidos comenzaron luego a emigrar, pero la marcha y el traslado estaban plenos de complicaciones. Por consecuencia, muchos prefirieron huir a los montes, en cuanto que otros regresaron a sus pueblos, arrepentidos. Los padres procuraron solicitar más tiempo para concluir las trasferencias, al considerar que un año no alcanzaría para lograr el traslado total. Sin embargo, esa solicitud fue interpretada por el comisario real, marqués de Valdelirios, y por el comisario enviado con plenos poderes por el General de la Compañía desde Roma, padre Luis Altamirano, como un acto de insubordinación de los padres en complicidad con los guaraníes. Por ende, hubo acusaciones y amenazas de expulsión de la Compañía y de excomunión hacia los curas de los pueblos; al punto que el padre Cardiel tuvo la osadía de alegar que “bastaba el catecismo para saber que las órdenes del General de la

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Orden no imponían obligación alguna”, lo cual le valió el inmediato retiro de la reducción en que se hallaba. -¡Pero Dios mío! -dejó escapar Paolo- ¿Por qué tanta intransigencia? -¡Cuanto odio gratuito! -Protesto al bajar la vista hacia el libro y continuar leyendo en el parágrafo que el cardenal había iniciado citando que resultaba claro que dentro de la Compañía de Jesús existían posiciones encontradas. Por tanto, el Padre Provincial y el Padre Superior recibían presiones del General de la Compañía y del Padre Comisario enviado desde Roma, y estos no hacían más que actuar en consecuencia. Sin embrago, los curas de los pueblos, por su parte, se hallaban frente a una posición realmente compleja. Conocían por experiencia propia el esfuerzo y sacrificio que había significado para los guaraníes repoblar la región oriental del río Uruguay, comprendían con toda plenitud el amor a los pueblos y a sus tierras que profesaban los misioneros. Sabían del aborrecimiento que despertaba en el indio misionero la sola referencia al portugués. Convivían con aquellos indígenas, sabían de sus necesidades, de sus miserias, de lo mucho que restaba por construir. Muchos de ellos, seguramente, en secreto y en la impotencia del silencio, optaron por los guaraníes.

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En consecuencia, a mediados de 1752, el cabildo y los caciques de San Juan Bautista se declararon en rebeldía y resuelven tomar las armas de fuego que se mantenían bajo llave por los jesuitas. Poco después ocurrió lo mismo en San Miguel, Santo Ángel y luego en los demás pueblos. La situación quedó por de pronto fuera de control y en mayo de 1753 los rectores jesuitas de cada pueblo presentaron sus renuncias, pero estas fueron rechazadas por el obispo y por el gobernador de Buenos Aires. En lo que dice respecto a mi labor, ya que me estoy apartando un poco de lo principal -aclaraba Masella-, en documentos a los que tuve acceso, encontré por fin cual fuera el asiento del padre Tadeo Javier Henis por aquella época, pues descubrí que durante la cuarta década del siglo XVIII estuvo desempeñando sus funciones en la misión de Santo Tomé (Argentina, sobre la margen izquierda del rio Uruguay). No en tanto, a fines del año de 1750 se produjo la primera beligerancia de “Caybate” (300 Km. de la frontera uruguayo-brasilera, próximo a São Liuz Gonzaga), donde el padre Tadeo Henis terminó por ser tomado prisionero, y a quien sindicaban de estar en unión con un padre irlandés de nombre Lucas C. Marton, como siendo los dos fustigadores y directores de aquella insubordinación, aunque este último logró huir. Como consecuencia trágica La Tierra Apocalíptica

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de aquel arrebato, y muerto ya el cacique Languinon durante la contienda, los bandeirantes paulistas, como triunfadores, le imponen a Henis la entrega de un contingente de indios que estuvieran aptos para el trabajo en piedra, tarea a la que los jesuitas habían especializado a gran número de indios. Pero a principios del año 1751, o sea, tan sólo unos pocos meses antes de que llegara la fatídica comunicación oficial del Tratado y pocos después de la mencionada batalla, el padre Lucas Marton acabaría por ser nombrado director de la reducción de San Borja. Esto lo pude comprobar en los legajos que tuve entre manos -afirmaba Masella-, aunque considero que una vez que se vio sin su amigo y compañero, este padre casi recién llegado, y tal vez quizás por haber sido tocado por algún tipo de albor Divino, decide hacerse cargo personal de la custodia de la estatua de la Virgen. -¡Opa! Otra vez logró dar con ella -exclamó un Paolo sonriente-. Lo que significa que el destino Supremo la había conducido nuevamente a la reducción de São Borja -murmuró con alegría. En realidad, no logré encontrar cualquier dato que indicase con precisión lo que ocurrió en dicha reducción durante los meses siguientes, ni por donde había estado peregrinado la estatua que yo buscaba -había registrado a La Tierra Apocalíptica

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seguir el cardenal-, pero en fines de 1752, el mismo padre Lucas, rebelándose contra todo lo anteriormente explicado y contra quienes regenteaban la orden religiosa y la acatación a lo dispuesto en el Tratado, se despidió un buen día de su reducción para internarse en la selva con parte de sus indios, cargando junto en una carreta la imagen de “Nuestra Señora de las Angustias”. -¡Hombre de ímpetu! No era de esperarse menos de él -asintió Paolo al enterarse de la determinación del padre Lucas en aquellos momentos. Al proseguir leyendo, y para su sorpresa, ya que de cierta forma lo que vio escrito contradecía en parte su pronunciamiento anterior, encontró que el cardenal había registrado la mención de que en la fila de los fugitivos que habían partido de la misión de São Francisco de Borja, también estaba junto a ellos una joven llamada Maymboré, que llevaba a un hijo de ambos, un niño de pocos años. No en tanto -esclarecía Masella-, conmovido con lo que se mencionaba, me enteré que cuando la aludida india había dado a luz, el sacerdote Lucas le había adjudicado al niño el nombre Antonio, usando por apellido, Lazo. -Si hasta yo me sobresalté -profirió Paolo con cara de circunstancia-, cómo no se iba impresionar el propio cardenal Masella, si el hombre que en ese momento era el responsable por lo que él tanto buscaba, de repente había La Tierra Apocalíptica

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abandonado el celibato y colgado la sotana en la puerta de la misión de São Borja, además de dedicarse a promover personalmente la sublevación -llegó a expresar Paolo con un aire de alarma en la faz. -Bueno, vaya uno a saber cuáles fueron los motivos que llevaron al padre Lucas a comportarse así, pues también puede haber ocurrido el quebranto de su fe y el abandono de sus votos eclesiásticos en consecuencia de tantas injusticias -ponderó con entonación comedida, justo cuando aproximaba su cuerpo a la mesa para dar vuelta la hoja y continuar leyendo a partir de la frase en la cual el cardenal confesaba que al enterarme de las circunstancias se había sentido aprensivo. Y no era para menos -resaltaba el cardenal-, pues eso del padre Lucas haberse internado porque sí en la selva junto con un grupo de indios y llevando la estatua de la Virgen en hombros, de alguna manera me hacía creer que todo el esfuerzo que realicé durante años, llegaba a su fin. Pero frente a esta nueva encrucijada de mi camino, no me dejé desanimar -comentaba- y luego giré mis pasos en otra dirección, al buscar por información de lo que había ocurrido durante la Guerra Guaranítica, imaginando que en los años siguientes a su partida, debido a su espíritu de lucha contra las injusticias, este sacerdote irlandés no se habría omitido en participar de ella. La Tierra Apocalíptica

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En realidad -apuntaba Masella-, dicha guerra resultó ser el conflicto armado que llevó a enfrentar, entre 1754 y 1756, a los indígenas de las misiones jesuíticas guaraníes y una coalición de fuerzas españolas y portuguesas, como consecuencia del Tratado de Madrid, que como ya mencioné, fuera firmado en 1750. Esto me permite afirmar que lo que se encontraba en disputa era, en realidad, cerca de 500.000 kilómetros cuadrados de territorios, dentro del cual se encontraban asentados los siete prósperos pueblos misioneros, además de las estancias pertenecientes a las reducciones de Concepción, Apóstoles, Santo Tomé, Yapeyú y La Cruz, que se hallaban al occidente del río Uruguay, y por tanto también debían ser entregadas a Portugal. Asimismo, se había determinado que al término de un año, 29.191 guaraníes debían salir de la región con todos sus bienes y trasladarse al occidente del río Uruguay, o de lo contrario, ellos quedarse donde estaban y aceptar la soberanía portuguesa. He mencionado anteriormente cual fue la postura del superior de las reducciones, Bernardo Nusdorffer, con relación a la información del Tratado, y lo que sucedió en los dos o tres años siguientes; pero como resultado de lo que fuera acordado en los artículos del Pacto, en septiembre de 1752 comenzaron por parte de una comisión de las dos coronas, los trabajos de demarcación de la La Tierra Apocalíptica

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frontera

hispano-portuguesa

en

la

zona.

Aquellos

demarcadores estaban al mando de Gómez Freire de Andrada (portugués), y de Gaspar de Munive marqués de Valdelirios (español), quien era ministro plenipotenciario y comisario regio, con poderes de superioridad sobre virreyes, gobernadores y demás autoridades españolas en esa parte de América. El 23 de diciembre de 1752 estos lograron colocar el primer marco en Castillos Grandes, en la costa del Océano Atlántico (cerca de la actual frontera Uruguay-Brasil), y luego se dirigieron hacia el norte. Los hitos de piedra tenían labrados las iniciales de los títulos de los reyes en la cara que estaba orientada hacia sus dominios (R.C -Rey Católico- del lado español y R.F. -Rey Fidelísimo- del lado portugués), además de ostentar los escudos de armas de ambos reinos y las leyendas respectivas, escritas en latín: Sub Joanne V, Lusitanorum Rege Fidelissimo (Bajo Juan V, rey Fidelísimo de Portugal), y Sub Ferdinandus VI, Hispaniae Rege Catholice (Bajo Fernando VI, rey Católico de España), e igualmente de la frase Ex pactis regendorum Finium Comentis Matriti Idibus Januari MDCCL (Por el pacto hecho entre los reyes en Madrid, en los idus de enero de 1750). Claro que tanto despliegue de latinismo y orfebrería fronteriza hablaba de un deseo de fijar la frontera a La Tierra Apocalíptica

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perpetuidad entre ambas coronas -había insinuado el cardenal con cierto desprecio por lo que descubrió-, pero aparentemente eso no fue argumento suficiente como para convencer a los indígenas guaraníes. -No puedo creer que el aquel tiempo hubiesen sido tan ingenuos de pensar así -llegó a exclamar Paolo, que hizo una pausa en la lectura y se retiró de su sala. Cuando retornó, reinició su trabajo a partir de la frase que indicaba que el 27 de febrero de 1753, los demarcadores llegaron al punto de inicio del territorio misionero en la capilla del puesto misionero de Santa Tecla, dependiente de San Miguel (actual ciudad de Bagé). En ese lugar debía encontrarse el jesuita Tadheo Ennis para recibir a los demarcadores, pero, cuando estos llegaron, por de pronto se encontraron con una guarnición armada guaraní que les impidió el paso a sus territorios. O sea, que aquellos guaraníes que todos suponían fieles seguidores de los jesuitas y sometidos incondicionalmente a los dictámenes de éstos, en un instante sorprendieron a los mismos jesuitas (o ellos se hicieron de sorprendidos), a los españoles y a los portugueses cuando se alzaron en armas defendiendo sus legítimos derechos sobre sus tierras y bienes. Con la intención de evitar un confronto armado, ya que entendían que llevarían las de perder, los trabajos de La Tierra Apocalíptica

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demarcación se suspendieron, retirándose los portugueses hacia Colonia y los españoles hacia Montevideo. Sin embargo, anhelante por encontrar una solución pacífica, el padre Luis Altamirano, que oficiaba de comisario enviado con plenos poderes por el General de la Compañía desde Roma, se dirigió al gentío de los pueblos para intentar convencerlos a que cumpliesen con la orden de abandono, pero debió regresar a Buenos Aires el 3 de marzo de 1753 sin lograrlo. Así pues, ni el marqués de Valdelirios ni el padre Luis Altamirano, integrantes de la comisión de demarcación, fueron capaces de hacer que los habitantes de las Misiones Orientales pasasen a ser los más nuevos súbditos de la corona portuguesa, ya que, expresamente, los pueblos (de habla guaraní) declararon en el parlamento de Santa Tecla que querían mantenerse dentro del área hispana. No en tanto, los españoles se sintieron obligados a cumplir las estipulaciones del tratado con la corona portuguesa dando así origen al conflicto en principios de 1754. -¡Oh! ¡Cuánta intransigencia y obcecación, mi Dios querido! -exclamó Paolo, ensimismado y apenado con lo que había acabado de leer-. Véase aquí al punto que puede llegar el hombre por causa de su intolerancia y su testarudez -alcanzó a mencionar casi enseguida con voz resentida. La Tierra Apocalíptica

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-Bueno -mencionó de cara afligida-. No cabe a mi juzgar el comportamiento de quién sea. Mejor me dedico a lo mío -afirmó con tolerancia-. ¡Vamos al grano! Al fijar nuevamente sus ojos en la hoja parda del manuscrito, se entregó a leer que a principios de 1754, el marqués de Valdelirios llegó nuevamente a Buenos Aires procedente de España portando una Real Cédula por la que el rey ordenaba al gobernador de Buenos Aires, José de Andonaegui, a tomar inmediatamente por la fuerza los siete pueblos y entregárselos a los portugueses. ¡¡Estaba declarada la guerra!! -había registrado el cardenal con destaque, palabras que dejaron la impresión en Paolo, de qué lado de la contienda el espíritu de Masella encontraba en aquel momento. A partir de ese instante -continuaba el relato-, en una junta celebrada en la isla Martín García entre Valdelirios, Gomes Freyre y Andonaegui, acordaron que además de contar en el contingente que sería armado con los cuerpos veteranos, se debía convocar de inmediato a las milicias de las localidades de Montevideo, Santa Fe y Corrientes. Partiendo de tal disposición, en mayo de 1754 Andonaegui pasó a concentrar 1.500 soldados en el lugar denominado Rincón de las Gallinas (hoy Rincón de Haedo), desde donde avanzó luego a seguir hacia la estancia de Yapeyú, a donde llegó en junio. La Tierra Apocalíptica

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Sin embargo, el mal tiempo imposibilitó la campaña y la columna que fuera destacada hacia Yapeyú terminó por ser aniquilada por los guaraníes al mando de Rafael Paracatú, cacique de Yapeyú, por lo que Andonaegui desistió de continuar y se retiró desde el río Ibicuy hasta el Salto Chico del río Uruguay el 10 de agosto, siendo aún hostilizadas sus tropas por los rebeldes, aunque ellos luego lograron capturar a Paracatú en el combate del Daymán y se lo llevaron a Buenos Aires. En todo caso, las fuerzas portuguesas también tuvieron que tolerar los mismos problemas climáticos mientras sufrían constantes ataques guaraníes al mando del capitán indio José Sepé Tiarajú; quien incluso atacó el Fuerte Jesús, María, José de Río Pardo donde entonces fue vencido y capturado entre marzo y abril de 1754. Quiero resaltar aquí, que justo en la noche anterior a su ejecución -declaraba Masella-, éste aguerrido cacique burló la guardia y logró escapar junto con el padre Lucas C. Marton y una parte de sus combatientes, momento en que el sacerdote alcanzó a llevar consigo una hermosa arca de raras maderas repujada con incrustaciones y herrajes de fina plata. Consta que ella era un trabajo que había sido realizado anteriormente por los artistas de Nazareno y regalada al Paitayú (Padre Viejo), nombre en guaraní que le fue dado a Marton, en homenaje al cumplir sus La Tierra Apocalíptica

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cincuenta años de vida. En su preciosa arca guardaba papeles, libros y milenarios documentos. Cuanto a “los artistas de Nazareno” -buscó esclarecer el cardenal-, he descubierto que estos fueron indígenas guaraníes pertenecientes a una de las tantas aldeas nativas de dicho nombre, y que se confunden los registros por toda América. En cuanto a los “papeles” de referencia que el ex padre Lucas Marton llevaba consigo, parece que estos eran diversos apuntes sobre botánica, hierbas indígenas y otros temas relacionados a la medicina nativa. No en tanto, con relación a “los libros”, estos serían dos tomos manuscritos de grandes dimensiones y bastante voluminosos; donde se afirma que uno de ellos llevaría por título “Yumaraneí”, o mejor dicho, una pronunciación española del término guaraní Yvy’maranae’i, mientras que el segundo de ellos tendría estampado en oro sobre su cubierta de cuero el título de “El Rav”. En todo caso -agregaba Masella en su relato-, el celo con que el padre Lucas protegió sus documentos, aún a costa de abandonar su tierra natal, de convertirse en misionero religioso, e internarse a posterior en la selva con ellos y pelear contra quienes osaban apoderarse de sus pocos bienes terrenales, es lo que rodeó a los manuscritos primero, y luego al baúl que los contuvo después, de un misterio impresionante, pues todo me lleva a creer que al La Tierra Apocalíptica

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quebrarse la imagen que él tanto protegía durante alguna de las tantas contiendas en que participó, habría por fin encontrado el secreto casi legendario que ella guardaba desde hacía siglos dentro del entallado. Por tanto, puedo suponer con clarividencia, mismo no sabiendo lo que le puede haber sucedido al descubrirlo o si llegó a leer el tan buscado papiro del “Enigma Doctrinal”, que la actitud que tomó primero en São Francisco de Borja y luego de escapar con vida del Fuerte Jesús, María, José de Río Pardo, me lleva a afirmar que sí, que se enteró del secreto, pues por de pronto se separó de Sepé Tiarayú y, como si estuviese huyendo de algo siniestro, tétrico y desastroso motivo, abandonó en fuga la lucha junto con Maymboré y su hijo António, y tomó rumbo a Uruguay. No obstante, al depararme con esta nueva sorpresa -revelaba el cardenal-, dejé de lado otros cuestionamientos y busqué inmiscuirme en su descendencia, donde pude encontrar documentos que indican que había existido una hija de un Antoñito Lazo, la que fue llamada de Taboirá, y la que posteriormente fue madre de aquel capitán de las Misiones que entró a la historia durante las guerras de la independencia por su heroísmo. Así pues, el nombre del bisnieto del ex padre Lucas era Andrés Guazurary Artigas, el que se había puesto desde muy joven a las órdenes del general Manuel La Tierra Apocalíptica

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Belgrano en Argentina, y luego del general José Gervasio Artigas, el caudillo que batalló por la independencia de Uruguay. -¡Que fantástico! ¿Pero será que la conclusión a la que llegó Masella es verosímil? -se cuestionó Paolo en medio a una total perplejidad. -No sé, pero también puede que sí, que él esté en lo cierto. ¿Por qué dudarlo?... En realdad, uno nunca sabe lo que le puede llegar a suceder luego de sufrir hechos de semejante envergadura… Mucho más si este representa una verdadera catástrofe -fue murmurando entre titubeos, con un rostro que por veces pasaba de la incertidumbre al recelo y luego a seguir a la certeza. -En fin -permitió que se le escapara entre un suspiro al dejar caer los hombros en señal de abandono-. Lo mejor es seguir los acontecimientos para ver donde estos me llevan -concluyó sucinto antes de continuar a leer la sorprendente narrativa del cardenal. Cuanto al indio Sepé Tiarajú -continuaba a indicar los apuntes del cardenal-, que había nacido en uno de aquellos aldeamentos jesuíticos de los Siete Pueblos de las Misiones, más específicamente en la reducción de São Luís Gonzaga en data desconocida, puede decirse que fue un indio guerrero guaraní que había sido bautizado con el nombre latino-cristiano de Joseph. Y por ser un buen La Tierra Apocalíptica

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combatiente y óptimo estratega, pronto se tornó líder de las milicias indígenas que comenzaron la lucha contra las tropas del ejército portugués y español en la llamada Guerra Guaranítica. Como ya mencioné anteriormente -recalcaba Masellatal conflicto se inscribe en el contexto histórico de las demarcaciones decurrentes de la asignatura del Tratado de Madrid, que exigía la retirada de la población guaraní aldeada por los padres misionarios jesuitas del territorio que ocupaban había cerca de 150 años. Así que, después de haberse enterado de las pretensiones de la corona, muchísimos de aquellos casi 30.000 indígenas se desparramaron por los valles, montes y cuchillas del territorio de la Banda Oriental del Rio de la Plata, en lo que es hoy día el estado de Rio Grande do Sul, Brasil. Sin embargo, después de aquel frustrado combate en de Río Pardo, los portugueses también debieron abandonar la campaña tras un armisticio celebrado en noviembre de 1754 a orillas del río Yacuí, ya que los indios de la tribus charrúas, guenoas y minuanes hicieron causa común con los guaraníes y pasaron a hostilizar a los aliados además de vigilar sus movimientos. Empero, combates como el de Daymán, mostraron una superioridad ostensible de los aliados frente a las tropas indígenas. Estas, que tenían conocimiento del manejo de las armas de los blancos por La Tierra Apocalíptica

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su eterna lucha contra las bandeiras, se vieron superadas rápidamente, aunque en varios de los encuentros ellos llegasen a utilizar cañones cuya estructura era de caña tacuaruzú (del grueso de un brazo), pero mismo así no hicieron mella en los invasores. Las fuerzas españolas, mandadas entonces por el gobernador de Buenos Aires José de Andonaegui, y el flamante gobernador de Montevideo José Joaquín de Viana, y las portuguesas, dirigidas por el gobernador de San Pablo y Río de Janeiro, Gomes Freire de Andrade, mudaron de estrategia y decidieron combatir juntas contra los sublevados a partir de diciembre de 1755, quienes por entonces habían elegido como jefe supremo al cacique José Sepé Tiarayú. Ya a inicios del mes de febrero de 1756, las fuerzas de Andonaegui, ahora ya reforzadas por 150 soldados procedentes de España, junto con 1.670 hombres aportados por el gobernador de Montevideo y de 1.200 soldados portugueses al mando de Gomes Freire, se reunieron en Santa Tecla para avanzar sobre la reducción de San Miguel. No en tanto, los indios guaraníes evitaron presentar batalla y se limitaron a realizar una guerra de guerrillas. Con todo, cabe destacar que el cacique Sepé, frente a una de esas tantas milicias que se formaron, terminó por La Tierra Apocalíptica

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perecer en el combate contra el ejército español en la sierra de Batoví durante la batalla de Caiboaté, ocurrida en las márgenes de la Sanga da Bica, a la entrada de la hoy ciudad de São Gabriel, durante uno de los encuentros de las guerrillas guaraníes con una columna aliada que iba rumbo a una de las aldeas de los Siete Pueblos. Algunos historiadores llegan a detallar que el propio gobernador Viana se encargó de matar personalmente a Sepé con un certero tiro de pistola, y que la jefatura del ejército indígena recayó entonces en manos de otro caudillo, Nicolás Ñanguirú, palabra que en guaraní significaría “flecha del diablo”, y el que otrora fuera corregidor del pueblo de Concepción. Pero todo indica que por entonces la suerte de los indios no estaba de su lado -insinuaba Masella-, ya que el 10 de febrero de 1756, al pie del cerro Caibaté, el ejército aliado, de unos 2.500 hombres, cercó a cacique Ñanguirú y sus hombres y los exterminó. Datos informan que quedaron en el campo de batalla 1.511 guaraníes muertos, entre ellos el propio caudillo Ñanguirú y 154 prisioneros, mientras que unos pocos centenares lograron huir. Por otro lado, el ejército aliado sufrió solo 4 muertos (3 españoles y un portugués) y 30 heridos (10 españoles, entre ellos Andonaegui y 20 portugueses, y el capitán Luis Osorio). Al día siguiente las tropas entraron en San Miguel e La Tierra Apocalíptica

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intimaron la rendición a los demás pueblos, orden que fue aceptada, excepto por la de San Lorenzo. Luego del sangriento encuentro, cesó casi de vez la resistencia y las misiones jesuíticas de a poco se fueron despoblando, volviendo los indios a los montes para escapar de los portugueses. No en tanto, antes de ello ocurrir, el 22 de marzo, en Chumiebí, se produjo un nuevo combate en donde fueron dispersados los guaraníes. Por tanto, otros grupos continuaron hostilizando el avance de los aliados y practicando la táctica de la tierra arrasada, quemando los pueblos de San Miguel y San Luis, aunque San Lorenzo llegó a ser capturado antes de que pudieran incendiarlo. La misión de Santo Ângelo fue convertida en cuartel de las tropas españolas y San Juan Bautista de las tropas portuguesas. Por su vez, en mayo se produjo el último combate en San Miguel, y el 8 de junio Andonaegui dio por terminada la guerra y se encargó de supervisar la evacuación de los indígenas al occidente del río Uruguay, permaneciendo aun el ejército aliado durante diez meses en las misiones, retirándose los portugueses hacia Río Pardo sin lograr que los dos bandos se pusiesen de acuerdo sobre el límite en las cabeceras del río Ibicuy y sin entregar la Colonia del Sacramento a España. En noviembre de 1756 Viana hizo construir el fuerte de San Antonio del Salto Chico (hoy ciudad de Salto), La Tierra Apocalíptica

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buscando resguardar así el territorio. Por consiguiente, para resolver los puntos aún pendientes del tratado, los comisarios acordaron reunirse en la Junta de Yacuy el 1 de junio de 1758, aunque mismo así no se llegó a un acuerdo sobre el Ibicuy. En tiempo, creo que vale la pena hacer constar aquí lo que llegó a mencionar un historiador uruguayo al citar al gobernador de Montevideo, Viana, quien, al entrar a San Miguel, una de las misiones y pueblo que él no conocía, habría exclamado: ¿Y éste es uno de los pueblos que nos mandan entregar a los portugueses? Debe de estar loca la gente de Madrid... -Sin duda que eso debía ser lo mismo que llegaron a pensar los jesuitas y todos los indios -asintió Paolo, que se mantenía abstraído con el relato-. Ya sea verídica o no esta anécdota y el lamento que ella expresa -agregó con tono lacónico-, se sabe mismo así, que a pesar del esfuerzo que fuera demandado, después de todo las misiones no pasaron a manos de Portugal, ni la Colonia del Sacramento a España -alcanzó a pronunciar abalanzando la cabeza en desconformidad. Al retomar otra vez la lectura, principió a leer que las consecuencias de la guerra guaranítica significó el fin de la resistencia que ofrecieron los pueblos de las misiones La Tierra Apocalíptica

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del alto río Uruguay a la penetración portuguesa -conforme constaba en el siguiente parágrafo registrado por Masella-. Y a pesar de la campaña victoriosa que entre 1762 y 1763 que dirigiera en el Río de la Plata contra los portugueses y británicos el comandante español Pedro de Ceballos, la diplomacia europea resolvió por medio del Tratado de París, en 1763, que se devolviese la Colonia del Sacramento a los portugueses, y que las misiones, ya arruinadas y vacías, quedasen con España. -¿No es de reír? -dejó escapar Paolo-. ¿Valió de algo la testarudez anterior, a no ser para matar a miles de indios? -pronunció con voz abatida. Cuando clavó de nuevo sus ojos en el libro, notó que el cardenal había registrado que, no en tanto, a pesar de que en una posterior campaña Ceballos lograría destruir Colonia en 1777, y volviera a obligar a que retrocediesen los portugueses para el actual territorio de Río Grande do Sul, no obstante las misiones al este del río Uruguay jamás se recuperaron del desastre aunque años más tarde ellas fueron en gran parte reconstruidas. Ya en 1801, durante la Guerra de las Naranjas, los luso-brasileños las ocuparon con una tropa mínima al mando del comandante José Francisco Borges do Canto, aunque luego de estos hubo breves períodos de reconquista. Pero entre 1810 y 1820, Andrés Guazurary La Tierra Apocalíptica

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llegó a recuperar el control de gran parte del territorio ocupado, y al casi concluir la Guerra del Brasil las tropas argentinas y orientales al mando de Estanislao López y Fructuoso Rivera nuevamente lograron liberar el territorio. Sin embargo, la Convención Preliminar de Paz otorgó la parte de Misiones al este del río Uruguay al estado heredero de Portugal, Brasil; y por este motivo, gran parte de los habitantes de la zona nuevamente debió exiliarse, siendo parte de ellos los fundadores de la ciudad de Bella Unión en 1829 en Uruguay. Pero no quiero apartarme de lo principal -había escrito Masella-, ya que creo que debo mencionar que en cuanto a los jesuitas se refiere, estos fueron acusados de ser los principales instigadores de la resistencia en aquellas bandas; porque, sobre todo, eran vistos con malos ojos por los círculos de poder de Lisboa y Madrid, que por entonces se veían influenciados por la fuerza del despotismo ilustrado. Por esa época pasaron a caracterizarlos como si ellos fuesen o pretendiesen ser un estado dentro del estado, un renglón que era incompatible con el absolutismo. Pero a la Congregación poco tiempo le quedaba para maniobrar; ya que en 1758 fueron expulsados de Portugal y sus dominios por el Marqués de Pombal, y tiempo después, en 1767 de España y los suyos por Carlos III, quienes insistentemente La Tierra Apocalíptica

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pidieron a la Santa Sede la disolución de la Orden, a lo que finalmente accedería el papa Clemente XIV en 1773. Los ojos Paolo parpadearon varias veces luego que acabara de leer la última página de las por veces repetitivas anotaciones del cardenal Masella. Luego de cavilar durante algunos minutos en silencio, pensó que a partir de aquel momento sólo tenía un único camino a seguir: dar proseguimiento a la busca del papiro perdido a partir de la última pista mencionada por el camarlengo del Papa.

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16 Entresijos Finales

Descartando como en un pase de mágica todo lo que había leído anteriormente en los manuscritos del cardenal, no por desinterés en su contenido, sino por considerar que en ese momento nada más le era relevante de todos aquellos asuntos, fue que Paolo se concentró en el pasaje que señalaba cual había sido el destino del padre irlandés Lucas C. Marton. Se había quedado con la impresión de que, tal cual se trata de solucionar un rompecabezas o charada, algunas partes no se encajaban de manera correcta en el relato del cardenal, o bien porque eran hechos que no coadunaban entre sí, o porque lo habían dejado con un sentimiento de que faltaban esclarecimientos más concretos. Muy pronto, ensimismado con el eje de la trama, se encontró cuestionando lo que le pereció más obvio de todo el relato: -¿Quiénes eran aquellos artistas de Nazareno que fabricaron la mencionada arca?..., ¿por qué motivos el padre Lucas abandonó la Orden?

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-No, no. Nada de hacer más preguntas al viento -rezongó para sí, sacudiendo la cabeza como si buscase con el meneo despejar los pensamientos. -Lo correcto, es que yo vaya tomando nota de cada uno de estos puntos -remató. Meticuloso, primero tomó el lápiz, le mejoró la punta, y fue en busca de nuevo block de apuntes que tenía de la repisa. Cuando notó que todo estaba en orden, recogió con una de las manos los pliegues de la sotana y se sentó. No obstante, antes de realizar cualquier anotación, alcanzó a cavilar que, entre sus futuras e inmediatas labores, estaba la de reunirse con su superior, el cardenal Ottaviani, para saber de él que planos tenía cuanto a dar continuidad a la búsqueda del pergamino perdido. Supuso que si quedaba confirmado que sería él quien tendría que hacerlo, ello implicaría en tener que viajar hasta alguna de aquellas localidades en las que se presumía que el padre Lucas se había refugiado. -Y esa implicación -llegó a murmurar-, requiere de protección y salvaguardias, y tal vez del uso algunos subterfugios del Vaticano que encubran mi principal actividad. -Además -asintió con el cejo fruncido-, entre otros gastos, puede que se necesite adquirir instrumentales u otros materiales para la pesquisa, o quizás, hasta tener que contratar personas auxiliares. La Tierra Apocalíptica

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-Entonces -susurró abriendo los ojos en demasía-, lo mejor, en este caso, es que yo prepare dos listas. Una, que contenga específicamente lo que debo tratar con el cardenal Ottaviani referente al futuro de este asunto; y en una segunda, enumerar todas las cuestiones que creo que necesitan de un esclarecimiento adicional junto al cardenal Masella. Todos esos pensamientos que brotaban casi sin parar en su cabeza, surgieron mientras él permanecía estático en su silla y con la mirada perdida en el ventanal. Toda la meditación era una mezcla de incertidumbre, indecisión, desconfianza, mientras que algunos de los pensamientos mostraban resolución, confianza y seguridad, sin respetar necesariamente la orden correcta de las reflexiones y ponderaciones. Algún tiempo después, como si ya hubiese logrado poner en orden sus especulaciones, Paolo tomó el lápiz con determinación y emprendió la labor de poner en limpio todas las dudas que habían surgido, así como la elaboración de un plano de acción a ser discutido con su superior. En realidad, la labor de preparar las dos listas le resultó un trabajo cansino que le ocupó gran parte del día. Por veces parecía que él no estaba satisfecho con el resultado alcanzado, mientras que por momentos cerraba La Tierra Apocalíptica

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el ceño y tachaba o colocaba una enmienda que otra en algunas de las frases, murmurando distraído: -Creo que así queda mejor. Sin embargo, cuando a veces daba por terminada la tarea, al releerla, meneaba la cabeza en señal de desaprobación y protestaba: -¿Qué quiero decir con esto que escribí?... ¿Qué mensaje estoy pasando? -momento en que se entregaba a borrar parte del escrito y lo reescribía nuevamente. Cuando finalmente, exhausto, se rindió a lo que había registrado en varias hojas, las agrupó en dos conjuntos y las colocó dentro de carpetas diferentes. Una para cada uno de los interlocutores que tendría que enfrentar. Poco después se puso de pie, y sin querer, dejó que sus ojos, con vestigios enrojecidos por el agobio de preparar las listas, paseasen lentamente por la estancia que le había servido durante tantos días de albergue seguro para desarrollar su trabajo, como si con ello se estuviese licenciando del lugar. -No, no es necesario que me despida de nada material, tangible y corpóreo que se encuentra entre estas cuatro paredes -llegó a farfullar para sí con el rostro indiferente, así que se dio cuenta de lo que estaba haciendo-. Ciertamente aun tendré que hacer uso de esta dependencia varias veces más -enmendó saturnino, de pie, con las La Tierra Apocalíptica

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manos apoyadas sobre la mesa y la espalda deformada en leve arco. De repente, en medio a un respingo, cogió las carpetas para colocarlas dentro de su maletín negro. -Estarán más seguras junto a mí -manifestó con entonación grave. -Nunca se sabe -agregó frunciendo el entrecejo. Minutos más tarde abandonó la sala, y una vez que pasó frente al escritorio donde trabajaba el secretario del cardenal Ottaviani, decidió hacerle una visita de sorpresa. Más bien, esa su intención, que surgió de manera repentina, se debía al deseo de intercambiar ideas sobre lo que había mencionado en las minutas que acabara de elaborar. -Nadie mejor que Agustoni para opinar sobre esto -llegó a silabear para sí-. Además, probablemente no me lo quiera contar, pero puede que ya sepa cuáles son los planes futuros para todo esto, incluyendo mí persona -ponderó en el exacto momento que tiraba del picaporte. -¡Hola! -exclamó el secretario, que se dio vuelta al instante que notó abrirse la pesada puerta. -¿Qué te trae por aquí? -indagó, al ver la mirada circunspecta de Paolo-. ¡Ya sé! Presumo que necesitas de algunas informaciones extras para completar tu trabajo. -¡Buenas tardes, mi amigo! -pronunció el inesperado visitante-. Pues te diré que no es bien así, aunque tampoco La Tierra Apocalíptica

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niego que estés equivocado -corrigió, acompañando sus palabras con una sonrisa leve e infantil. -¿Quieres hacerlo ahora? -le preguntó Agustoni con una inflexión de inquietud en la voz-. Puedo hacerte un aparte, mismo que esté de trabajo hasta el cuello -le avisó. -No, no es necesario, mi amigo. Pensé que, si tú puedes, claro, podemos reunirnos esta noche para revisar dos folios que acabé de preparar. -¿Para quién? -En verdad, he preparado dos diferentes enfoques -anunció-.

Uno

conteniendo

algunas

cuestiones

divergentes que percibí en los manuscritos del cardenal Masella, mientras que la otra dice respecto a lo que es necesario realizar una vez que ya terminé de leer todos aquellos mamotretos. -¡Excelente! Mis felicitaciones, entonces -exclamó el secretario abriendo una sonrisa amplia. -Bueno… Gracias -respondió Paolo, sonrojado. -No hay problema, mi amigo. Puede ser hoy, luego después de nuestros rezos -confirmó alegre-. Estoy súper curioso para saber en qué pie se encuentra todo ese entresijo.

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Entresijos del Arca La Tierra Apocalíptica

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El tercer libro de la trilogía “El Enigma Doctrinal”, dará secuencia a una narrativa de ficción que cubre los acaecimientos ocurridos con el ex padre jesuita irlandés luego después de la disolución de las Misiones Orientales en territorio brasileño, y su huida hacia Uruguay. “Entresijos del Arca” es una obra que tiene su inicio en los postreros días de la Guerra Guaranítica y la ulterior expulsión de los padres misioneros, mientras traspone el periodo de las luchas independentistas del Nuevo Mundo, y los acontecimientos pos emancipación del Uruguay. Sin embargo, todo indica que los últimos trabajos de pesquisa que habían sido realizados por el Camarlengo del papa Pablo IV antes de asumir sus nuevas funciones en la Curia, presentaron ciertas fluctuaciones que ahora el padre Paolo Dell Messi, un minucioso clérigo que hace parte de la otrora policiaca “Suprema y Sacra Congregación de la Inquisición Universal” del Vaticano, tendrá que investigar. Mismo que todo le haga creer que el extraviado pergamino esconde un tipo de siniestra maldición, el padre Paolo continuará los estudios sobre las pistas que puedan llevar a la Iglesia a encontrar el pergamino, y a reanudar un minucioso trabajo de campo para conferir supuestas

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huellas del paradero del manuscrito que por fin revelará “El Enigma Doctrinal”. Empero, el sacerdote necesita primero descubrir cuál fue el destino que tomó el ex padre irlandés Lucas C. Marton, último responsable de su custodia, que en medio de la rebelión había huido de los Siete Pueblos Misioneros llevando consigo una regia arca. A partir de ahí toma suma importancia los relato de algunos entresijos y leyendas que aún no han sido desvendados tanto en Uruguay como en la propia Iglesia.

BIOGRAFÍA DEL AUTOR La Tierra Apocalíptica

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Nombre: País de origen: Fecha de nacimiento: Ciudad:

Carlos Guillermo Basáñez Delfante República Oriental del Uruguay 10 de Febrero de 1949 Montevideo

Nivel educacional:

Cursó primer nivel escolar y secundario en el Instituto Sagrado Corazón. Efectuó preparatorio de Notariado en el Instituto Nocturno de Montevideo y dio inicio a estudios universitarios en la Facultad de Derecho en Uruguay. Participó de diversos cursos técnicos y seminarios en Argentina, Brasil, México y Estados Unidos. Experiencia profesional: Trabajó durante 26 años en Pepsico & Cia, donde se retiró como Vicepresidente de Ventas y Distribución, y posteriormente, 15 años en su propia empresa. Realizó para Pepsico consultoría de mercadeo y planificación en los mercados de México, Canadá, República Checa y Polonia. Residencia: Desde 1971, está radicado en Brasil, donde vivió en las ciudades de Río de Janeiro, Recife y São Paulo. Actualmente mantiene residencia fija en Porto Alegre (Brasil) y ocasionalmente permanece algunos meses al año en Buenos Aires (Rep. Argentina) y en Montevideo (Uruguay). Retórica Literaria: Elaboró el “Manual Básico de Operaciones” en 4 volúmenes en 1983, el “Manual de Entrenamiento para Vendedores” en 1984, confeccionó el “Guía Práctico para Gerentes” en 3 volúmenes en el año 1989. Concibió el “Guía Sistematizado para Administración Gerencial” en 1997 y “El Arte de Vender con Éxito” en 2006. Obras concebidas en portugués y para uso interno de la empresa y sus asociados. Obras en Español: Principios Básicos del Arte de Vender – 2007 La Tierra Apocalíptica

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Poemas del Pensamiento – 2007 Cuentos del Cotidiano – 2007 La Tía Cora y otros Cuentos – 2008 Anécdotas de la Vida – 2008 La Vida Como Ella Es – 2008 Flashes Mundanos – 2008 Nimiedades Insólitas – 2009 Crónicas del Blog – 2009 Corazones en Conflicto – 2009 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. II – 2009 Con un Poco de Humor - 2009 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. III – 2009 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. IV – 2009 Humor… una expresión de regocijo 2010 Risa… Un Remedio Infalible – 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. V – 2010 Fobias Entre Delirios – 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VI – 2010 Aguardando el Doctor Garrido – 2010 El Velorio de Nicanor – 2010 La Verdadera Historia de Pulgarcito 2010 Misterios en Piedras Verdes - 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VII – 2010 Una Flor Blanca en el Cardal - 2011 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VIII – 2011 ¿Es Posible Ejercer un Buen Liderazgo? - 2011 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. IX – 2011 Los Cuentos de Neiva, la Peluquera 2012 El Viaje Hacia el Real de San Felipe 2012 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. X – 2012 La Tierra Apocalíptica

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Logogrifos en el vagón del The Ghan 2012 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. XI – 2012 El Sagaz Teniente Alférez José Cavalheiro Leite - 2012 El Maldito Tesoro de la Fragata - 2013 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. XII – 2013 Carretas del Espectro - 2013 Los Piratas del Lord Clive - 2013 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. XIII – 2013 La Tierra Apocalíptica - 2013 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. XIV – 2013

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