La Vida Como Ella Es

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LA VIDA COMO ELLA ES

CARLOS B. DELFANTE La Vida Como Ella Es

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¡Actúa en vez de suplicar. Sacrifícate sin esperanza de gloria ni recompensa! Si quieres conocer los milagros, hazlos tú antes. Sólo así podrá cumplirse tu peculiar destino. Ludwig van Beethoven

ÍNDICE Pasión Deslumbrada La Vida Como Ella Es

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Mero Traspié

21

El Cuento del Abuelo

35

Conociendo el Mar

50

La Dispepsia

60

Teoría sobre la Especie

82

Alevosía

92

Los Marcianos

104

Desconfianza

119

Intransigencia

131

Reencuentro de Amigos

142

Por Causa de Sobredosis

153

El Chifle Mágico

164

Imprevisto Callejero

175

Nota del autor

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Biografía

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Ahora quiero que digan lo que quiero decirte para que tú las oigas como quiero que oigas. Para mi corazón basta tu pecho, para tu libertad bastan tus alas. Desde mi boca llegará hasta el cielo lo que estaba dormido sobre mi alma.

Paulo Neruda

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Pasión Deslumbrada

Sin querer, me fui acostumbrando a observarla pasar diariamente caminando oronda por la vereda, estando yo parado atrás del grueso cristal de la vitrina. Pero al notarla venir me quedaba estático y maravillado ante el porte garboso de una silueta que insistía en desfilar entre las sombras de los plátanos sin importarse que la salpicasen algunos rayos de sol que huían de entre las ramas, e imaginándome ser un igual a todo aquel ser que siente enigmática curiosidad frente a la sublime hermosura de una rosa. La Vida Como Ella Es

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En realidad, no me importaba cuales fuesen mis tareas en el momento que ella pasase, porque mi impulso por verla se presentaba mucho mayor que mis propias responsabilidades. Así pues, al percibir la hora de su llegada, el hecho hacía despertar en mi subconsciente un afanoso deseo de acercarme hasta el frente del comercio, permaneciendo oculto como estatua humana entre los maniquíes de la vitrina, y disfrazando mi actitud como si fuese un mozuelo que esconde su timidez. “¡Oh, diosa!” -Exclamaba tan con sólo verla llegar, notando en su peinado ondulado unos cabellos dorados como la miel que revoloteaban vanidosos en un delicado movimiento de vaivén; los que dejaban al descubierto un rostro de aterciopelado cutis rosado en el que se destacaba un par de ojos como de gata siamesa, tanto por el color como en la forma, que por su vez eran coronados por unas erizadas pestañas que acentuaban su mirada. Debo confesar que antes de su aproximación, yo ya daba rienda suelta a mi quimera, entregándome ansioso al deseo de figurarme la probabilidad o el suceso de un improviso que la guiase hasta la puerta de mi tienda, y, estando yo parado cerca de la entrada, quizás pudiese ser el primero humano a interceptarle el paso.

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Adoraba detenerme a observarla pasar ensimismada en sus pensamientos, mientras yo apreciaba con deleite la oscilación cadenciosa de aquellas caderas que originaban un revoloteo leve en su vestido, dejándole al descubierto desde las rodillas al tobillo unas piernas bien torneadas y esbeltas. Una singular condición que, sin lugar a dudas, me hacía disparar mentalmente reflexiones de las más intemperantes posibles. ¡Magistral!, –yo expresaba ciertas veces distraído, en cuanto la miraba escondido entre el luzco fusco del ambiente, sin acceder a que mi apariencia se destacase del contexto del local, ni que mi expresión fuese capaz de traslucir mis inclinaciones o sentimientos. Por causa del trabajo que yo ejercía, entendía que debía guardar una postura prudente y contener de todas formas mi ansiedad, resignándome tan sólo a contemplarla bajo una admiración pundonorosa, contenida, reflexiva, para que no levantase cualquier sospechas de mi idílico apasionamiento anónimo. Reconozco que hasta el presente instante yo no sabía su nombre, pero suponía que bien podría ser el de alguna flor, de manera que cualquier designación que yo le diese en mi mente, esta sería capaz de producir tan descomedida belleza, permitiéndome la inspiración de figurarla con un La Vida Como Ella Es

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determinado seudónimo con el cual pudiese soñarla por completo en mi sigilo. “Hoy te has atrasado cinco minutos, mi gracia seductora”, -por veces me decía a mí mismo, al notar que en ella estaba demorada en su horario habitual. Otras veces hasta apuntaba embobado: -“¡Primor!... Hoy estás parecida a una diosa” –murmurando mis soflamas entre balbuceos cuando la veía venir desde lejos ataviada con un emperifollado desmedido. Por algún tiempo los días continuaron a sucederse idénticos. Yo, postrado del lado de dentro de la tienda, cebando mi utopía desmedida, acariciando mi timidez, soñándola enigmático. Ella, por su vez, continuando a desfilar siempre su idéntica marcha altanera, sin llevar en cuenta la existencia de mi figura. Y cuando por fin ella salía de mi ángulo de visión, por veces dejaba escapar un lamento susurrado: -“Creo que a ella no le importa lo que siento, o si lloro o si río, pues al fin de cuentas no existo”. Por su vez, era tanta mi obcecación y mi frenesí por aprisionar entre mis brazos aquel amor misterioso, que la ilusión de conquistarla, por las noches llegaba a arrebatarme el descanso, atribulándome el sueño y generándome delirios exagerados, llegando algunas veces La Vida Como Ella Es

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a imaginarla entrando por la puerta de la tienda, con la única intención de declararme la pasión que ella sentía por mí. Evidente que la mayoría de las veces me despertaba mortificado por causa de esos soñadores relámpagos que reparaba en mis deslumbramientos nocturnos, y los que sin duda me dejaban empapado de una transpiración húmeda y soporífera que me bañaba el cuerpo por entero, dejándome afligido y triste, llevándome a pensar: -¡Dios mío!... Ésta situación me está dejando loco Eran frases que balbuceaba impertérrito mientas de inmediato me entregaba otra vez a delirar despierto con la mujer de mis ensueños. El hecho de no tenerla a mi lado, hacía que me sintiese dolorosamente afligido y perdido. Fue cuando comprendí que había llegado al punto de estar abrigando emociones de una manera que no tenía precedentes en mi vida; y pasé a preocuparme aún más al madurar que posiblemente ésas excitaciones estuviesen dejando que el ardor me dominase la razón. Es básico comprender que en otras épocas ya había vivido situaciones similares con algunas de mis antiguas pasiones pasajeras, que aunque hubiesen sido intensas, en realidad estas no se parecían en nada con la de ahora… Ésta era mucho más enajenada y desenfrenada. La Vida Como Ella Es

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Tampoco me imagino ser un adonis griego, o mismo un apuesto mozalbete con perfil efebo; pero considerando mis circunstancia actuales, tengo que reconocer que asumo esa conducta media adolescente, mismo que ya esté al borde de mi trigésimo aniversario. En todo caso, mismo así me considero un atractivo e interesante candidato para cualquier dama dispuesta a desposarme. Tengo mi propia dependencia comercial, que aunque no sea una gran empresa, es de mi propiedad por causa del destino heredado, y la que me permite una cierta holgura para afrontar mis necesidades de subsistencia. No en tanto, reconozco que abrí mano de una compañía estable, ya que en mi juventud relegué ese placer confortable por imaginar que la pusilanimidad de mi perfil y algunas desventuras vividas, no merecían incitación alguna. En verdad, no hace mucho me vi pensando que es bien probable que con el pasar de los años se me haya despertado una cierta madurez de espíritu, o agudizado una soledad que en el presente pide agritos por una inclinación perseverante, y que tal vez sea eso lo que me ha conducido a este, digamos, enamoramiento taciturno y parsimonioso que genera en mí un apasionamiento desmedido por una doncella que ni siquiera conozco su nombre. La Vida Como Ella Es

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“¡Necesito tomar una actitud!… Debo arriesgarme a enfrentarla e intentar dar inicio a una conversación… Preciso vencer mi tartamudez nerviosa” -concluí no hace mucho, al encontrarme debatiendo silenciosamente sobre la posición realista que debería asumir, cuando ambicioné tomar la iniciativa para dar el primer paso, y hasta porque la propia postura de ella no me deja otra alternativa. “¿Y si ella me dice no?... ¿Si me cierra la puerta al primer intento?... ¿Qué hago después?... ¿Qué paso seguro deberé dar para no ahuyentarla de mí?” –fueron los cuestionamientos que, como cataratas, luego pasé a preguntarme en una incesante perorata de interrogantes que me ocupaban los momentos de ocio, y que demás está decir, se renovaban a diario cuando la veía pasar. Pero un cierto día, casi sofocado por mis perennes soflamas de incertidumbre, me tropecé sin querer con una alternativa que vislumbré, y con la cual entreví que sería posible establecer el primer contacto. “Mejor será que yo le escriba una carta declarándole mis sentimientos y mis anhelos… De esta manera evito que ella me niegue la oportunidad de una primera envestida” -me vi diciendo poco después de madurar la idea, y al aseverar una congruencia para mi dictamen anterior. La Vida Como Ella Es

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Luego a seguir valoré las posibilidades de que no existiese en mi diva la intención de recibirla, pero especulé que si yo manipulase alguna estratagema, con tal ardid sería capaz de convencerla a que la aceptase; lo que sin duda iría a generarme una expectativa posterior, que surgiría cuando ella se emocionase al leerla y volviese a mí con la respuesta. “¡Ya sé!... Le digo que tengo un cliente que es su admirador pertinaz y que, viéndose imposibilitado de abordarla, me ha solicitó gentilmente que le entregue su misiva, de la misma manera que él aguarda por la misma vía, una cortés respuesta”. Así pues, convencido del camino a seguir, sin más pérdida de tiempo pasé a dedicar mis horas libres a construir el mensaje donde pretendía exponer abiertamente mis emociones para requerir la conmiseración de su amor, y en el cual debería utilizar frases con sutilidad y sensibilidad, sin llegar obviamente al sentimentalismo extremo. Raciociné que, lo más lógico para mis ambiciones, era que aquella carta tuviese un contenido que expresase la sinceridad de mis inquietudes, y que a su vez fuese agradable a los oídos y fascinante a los sentimientos, mismo que, al leerla, aquellas oraciones redactadas La Vida Como Ella Es

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despertasen a mi diosa un sentimiento gélido común en cualquier mujer. No me fue fácil concluir la misiva, al final de cuentas no soy un poeta o un escritor lirico o rimador, y el construirla me llevó a varias tentativas infructíferas que realicé con dedicación entusiasmada, hasta que por fin llegué a la redacción final que me pareció suficiente. Decía así: Estimada Señorita; De antemano le ruego que sepa perdonarme por ésta tan abrupta indiscreción de mi parte, al verme obligado a recurrir al noble ardid de la pluma para declararle mis sentimientos, pero siendo yo un eterno cautivo de su belleza, y totalmente resignado a su encanto, me enfrento a la necesidad de confesarle que he llegado frente a la ineludible encrucijada de mi vida, al sentirme hechizado por la preciosidad de vuestra estampa, la que no me permite dejar de pensar en usted un sólo instante a partir del amanecer, mientras que por las noches un espejismo de su divinidad inunda mi descanso, robándome el sosiego y el reposo de mi corazón . Registro que ahora representas las flores de mi primavera, y que vuestra vida ha despertado en mí La Vida Como Ella Es

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una nueva ilusión de vivir. Pero tu existencia terrena ha generado un apasionado fuego en mi espíritu, llegando a imaginar que eres la culpable de todas mis angustias y de mi quebranto, haciéndome sentir el más subyugado esclavo de tus ojos, los que me queman con su mirar febril. Discúlpeme, pero ya no puedo callar el deseo que llevo en mi sangre y debo confesarlo sin temores o recelos, y declarar abiertamente que me gusta sentir como me embrujas de esperanza y haces latir mi corazón, mientras por otro lado me desespero hasta la irracionalidad por poder tener tu amor. Permíteme tan sólo por un instante mostrarte como soy capaz de amarte por toda la vida, todos los meses y los días, durante las horas y los intervalos de mi existencia con una extremada pasión. Te ruego, diosa de mi vida, que me consientas la oportunidad de ser tu apasionado amante y no permitas que mis noches queden sin estrellas por no tener ellas el brillo de tu mirar. Desde ya, y anhelando tu pronta respuesta en medio a un desasosiego angustiante… La Vida Como Ella Es

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Con mis más sinceros respetos: Augusto “Creo que así está bien” -llegué a reflexionar cuando terminé de darle una leída más detenida, y de colocar alguna que otra palabra más impresionante y convincente. Tampoco titubee en firmarla con mi propio nombre, pues conforme fuese la respuesta que ella me diese, le haría saber de inmediato la verdad sobre la treta que yo había realizado. Enseguida me entregué con afinco a planificar los próximos pasos que debería ejecutar, mismo sabiendo que para eso era necesario que me acompañara una cierta dosis de coraje. En todo caso, los días fueron pasando sucesivos sin que yo poseyese el suficiente arrojo que el simple abordaje demandaba. Todo ocurrió igual que antes, hasta que en un determinado momento, al observarla venir, tomé el sobre en mis manos y me precipité como un desequilibrado hacia la vereda a fin de interceptarle el paso. Yo ya había ensayado mil veces en silencio las palabras que le diría, pero al notarla frente a mí, encantadora, enuncié preciso con la mejor voz que pude armonizar: -¡Señorita!... Disculpe si la importuno… Yo trabajo aquí, en esta tienda… y tengo un… ¡Es un mensaje!... que La Vida Como Ella Es

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alguien me encomendó el favor de entregárselo… ¡Usted comprenderá! -formulé al fin con vos trémula y manos húmedas por el sudor nervioso que emanaba de mi cuerpo, un motivo que originó que las digitales de mis dedos quedasen estampadas como un débil sello arriba del sobre de papel. Es por demás mencionar aquí, que aquél sobre y el papel los había perfumado levemente con esencia de rosas, y que la hoja era de una finísima lámina de coloración rosada en la que había dispuesto una grafología clara y estilizada, quizás buscando con ese subterfugio aguzar aún más el interés de mi enigmática lectora. -¡Muchas gracias! –me respondió ella cuando la recibió con donaire, donándome una sonrisa esplendorosa que dejó expuesta una dentadura blanca como el más puro marfil, mientras me observaba con aquel par de ojos que parecían dos esferas de tonalidad celestial, y los que apenas sobresalían de la concavidad de su rostro. Empero, en mi atisbo desequilibrado de emociones, me pareció notar que ella se sintió un poco susceptible por el tipo de abordaje que recibió en medio de la vereda. -¡Ahora no tengo tiempo! -fue la segunda frase que le escuché pronunciar casi boquiabierto.

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-Pero, probablemente mañana o quizás después… Depende… –llegó a titubear aquella diosa, un poco indecisa, cuando la oí añadir:- Así que me sea posible, ciertamente le responderé -concluyó secamente con un tono de voz suspicaz. -¡Como usted lo desee!... ¡Madame! -respondí en un siseo tímido al restregarme las manos impacientemente, aunque no sé bien si lo hice para secarme su sudor, o por causa del nerviosismo que me acometía. Todo ocurriendo mientras la miraba embobado de hiato en hiato. Fue cuando la vi dar media vuelta con suma gracia y partir impertérrita en seguida de saludarme cortésmente, mientras yo me quedé estático en la calzada, admirando su vestido de popelina blanca con bolitas rojas que usaba, dejando mis ojos acompañar aquel vaivén psicodélico de sus caderas, las que bailaban cadenciosamente haciéndole resaltar los flancos. Pero mientras la observaba caminar, y al recordarme de sus ojos y del sonido de sus palabras, otras cavilaciones libidinosas me inundaron la meditación, quemándome de pasión. El lapso de tiempo que existió desde la entrega de la misiva y el día siguiente, bien me parecieron ser las veinticuatro horas más largas que me había tocado vivir, pues me juzgaba demasiado ansioso por querer saber el La Vida Como Ella Es

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impacto que habría causado con mi confidencia. Así pues, debo reconocer que aquella incertidumbre me dejó con un estado circunspecto y timorato, durante todo el transcurso de la espera. Empero, al día siguiente, alrededor de la hora yo había calculado para su llegada, ya me encontraba parado nuevamente atrás de la vitrina. Desde allí me fue posible ver como una delicada mano oprimía la aldaba de la puerta de entrada, haciendo surgir detrás de su movimiento el bello diseño de un grácil cuerpo que entraba en mí comercio. Más rápido que un relámpago, corrí hacía la puerta para intercederle el paso, mismo apreciando que desbordaba en mí una incertidumbre abismal, la cual creo que totalmente desparramaba en mi rostro por entero. Cuando ella dio por mí, me dijo con su voz suave: -¡Buenas tardes, señor!... Si no me engaño… Creo que ayer usted me entregó una carta –insinuó lacónica, pero con una sonrisa preciosa y un parpadeo de pestañas que hacían enfatizar aún más la delicadeza de su voz. -¡Sí, señora!... Fui yo quien lo hizo… -le confesé titubeante y de la manera más suave posible. -¡Pues bien!... ¿El caballero querría hacerme la grata gentileza de entregarle algo, al galante señor que me envió La Vida Como Ella Es

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su confesión amorosa? -me participó ella de manera altisonante y elocuente. -¡Sería una honra para mí, poder servirla, Madame! … Mismo que ese algo que usted insinúa sea de modo particular -le aseveré, ya sospechando que, por el comportamiento que ella asumía, el subterfugio de la carta seguramente había dado el resultado por mi pretendido. -¡No!... No es nada en especial, caballero -me afirmó la dama. -Sólo quería dejarle mi tarjeta personal, y colocarme a disposición, por si acaso ese señor demuestra un poco más de interés por mí -me afirmó con una voz afectuosa y seductora, que pronto se expandió por intermedio de una sonrisa que expresaba una delicada seducción. -¡Oh, sí, cómo no!... Yo mismo se la entregaré, madame -le respondí con un poco de perplejidad, al encontrarme frente a la facilidad con la cual se estaba elucidando el asunto. -¡Mire!... Aquí está mi tarjeta… Pero, por favor, avise al caballero que si yo no consigo responder a su llamada de inmediato…, que deje su mensaje grabado en mi celular -fue informándome casi al mismo tiempo que abría su carterita de cuero, y sin mirar, introducía en ella sus delicados dedos. La Vida Como Ella Es

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-Así que posible, yo me comunicaré nuevamente con él, -me anunció al fin, mientras vi que retiraba una delicada tarjetita de cartulina rosada, de aquellas del tipo comercial. Luego a seguir ella me extendió su mano tierna y me entregó la tarjeta de manera firme y resoluta. Sin mediar más, dio media vuelta sobre sus talones y se retiró del local de inmediato, tan enigmática como había llegado. Obviamente que yo, loco de curiosidad, observé aquella tarjeta con detrimento, cuando vi impresa en ella algo que le causó un arrebato de estupor…. Decía así: Belinda Gata Sensual y Amorosa Servicio de masajes a domicilio

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Mero Traspié

Ese día, el joven había llegado temprano a la ciudad por causa del requerimiento de su trabajo y, seguramente, necesitaría permanecer allí durante una semana; siempre y cuando el pronóstico de sus planes se confirmase. Así pues, conforme su secretaria se lo había previamente designado, se hospedó en el Regente Hotel, un edificio La Vida Como Ella Es

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que estaba localizado en el área central, el corazón neurálgico de aquella urbe. Su disposición en ocupar esas dependencias, hacía alusión únicamente a las comodidades que disfrutaba en los aposentos, lo que le permitía, si necesario y con relativa comodidad, extender su trabajo por la madrugada, en la tentativa de elaborar urgentemente algún documento o reporte, o mismo, hasta revisar las notas de sus trabajos. La primera audiencia judicial sería realizada a la mañana siguiente, de manera que finalizado su registro en el hotel, el joven marchó dispuesto hasta las dependencias de su cliente, donde dedicó el resto del día a reuniones interminables. Tal intención tenía por finalidad repasar el dossier, conferenciar y repasar las argumentaciones con todos los involucrados en el caso. En verdad, aquella querella no correspondía a una demanda significativa, aunque tampoco era una cuestión afable, pues el contexto atendía puntualmente a una petición de reparos morales que fuera realizada contra uno de sus representados. Si bien ese asunto no dejaba de ser un motivo delicado, el joven consideraba que la mala interpretación de los hechos y la indebida conducción del caso en las peticiones anteriores, era lo que en suma había ocasionado La Vida Como Ella Es

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que la referida petitoria llegase hasta las instancias actuales. El joven en era un experto en este tipo de casos; un capacitado profesional que parecía mostrarse bisoño, pero que manifestaba ser consciente, escrupuloso y conocedor de sus responsabilidades. Pertenecía al cuadro de un conceptuado bufete que atendía a diversas personalidades y empresas de grande porte que actuaban a nivel nacional y con sus debidos contactos en el exterior, siendo él un integrante más de aquel inmenso batallón de abogados que hacían parte del mismo, y con responsabilidad directa sobre algunas cuentas importantes. Por su vez, era poseedor de un temperamento y una personalidad alegre, extrovertida, bulliciosa, comunicativa por así decir; a más de ser un buen amante de los placeres de la vida y de los cuales aprovechaba todos los momentos de ocio para apreciar la buena cocina, participar de tertulias animadas, escuchar música sin enfatizarse por un estilo muy predominante o definido, y en tomar parte de programas animados, no importándole quién concurriese a los mismos, o donde estos aconteciesen. Eventualmente, cuando disponía de tiempo libre, se dedicaba a ejercer deportes físicos, principalmente futbol de salón, recreo que practicaba quincenalmente junto a un La Vida Como Ella Es

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grupo de ex camaradas de las épocas de estudiante, los que aún se reunían frecuentemente para ensanchar las horas entre el deporte, las cervezas que consumían, una buena parrillada, y charlas para festejar el vivaz momento bañado de un palabreado de júbilo y agitación. Aventurando esa filosofía de vida, cada momento era motivo para permitirse explorar el máximo albedrío, no dejando escapar la oportunidad donde quiera que surgiese, disfrutando su esparcimiento como una manera de recargar fuerzas emocionales para hacer frente a sus compromisos, diciéndose: “¡La vida es corta!... Mañana será otro día. Lo mejor es aprovechar hoy todo lo que da”. Retomando el momento, al encontrarse sólo en esta ciudad, sin conocidos, sin amigos o compañeros para compartir el momento de su cena, esa noche juzgó oportuno concurrir a un restaurante que patrocinaba una peña musical que le fuera recomendada el conserje del hotel. Sin lugar a dudas, el ambiente le pareció agradable, pero pronto percibió que allí había más gente y voces que en día de elecciones. Aquello estaba repleto de comensales desparramados por las mesas del salón, formando diversos grupos animados. En todo caso, su circunstancia lo llevó a La Vida Como Ella Es

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ser el único individuo a ocupar una mesa solitaria. Tal motivo despertó cierta curiosidad en los otros asistentes, consintiendo que ellos reparasen su soledad en un recinto donde normalmente todos concurren en pandillas. -Gente curiosa -alcanzó a murmurar al observarlos-. No importa, ¿quién sabe?... Tal vez hoy pinte una suerte diferente para entretener mi madrugada -terminó por meditar para sí alzando sus hombros, al momento que encumbraba su mirada y observaba por entre el gentío, para ver si divisaba alguna simpática muchacha con quien enamoriscarse. Cuando el mozo lo atendió, ordenó para su cena un “Bistec a la Moscovita con Papas Sauce”, pidiendo de entrada una ensalada de tomates con palmitos, la que pretendía acompañar con una botella de vino Malbec. Sin embargo, no percibió que su pedido desentonaba en un ambiente donde normalmente las personas que concurrían se alimentaban con platos más frugales y bebían cerveza, lo que implicó un motivo a más para acentuar entre los presentes una mayor curiosidad por su figura. Además, esa noche vestía elegantemente un pantalón marrón de un fino casimir, una camisa blanca tipo social, completando su indumentaria con un saco de tweed de

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color beige oscuro; también una vestimenta totalmente en desacorde con los demás individuos del lugar. El tablado donde se presentaban los conjuntos musicales quedaba a la izquierda de su mesa, y la posición que él ocupaba le permitía observar el escenario mirando directamente hacia adelante. Empero, un par de mesas enfrente, entre su posición y la tarima, había una pareja de jóvenes joviales junto con una bellísima muchacha, que, entre risas y conversaciones animadas, eventualmente le dirigía la mirada de soslayo, pero sin llegar a mantener la misma ni esbozar cualquier reacción que demostrase inclinación hacia él. Observándola de sesgo para evitar mal entendidos, llegó a estimar que ella demostraba un cierto interés por su persona, pero con el pasar de las horas, notó que la bella joven no manifestaba oportunidad de intercambiar señales de acercamiento, lo que lo llevó a especular: -¿Será que es tímida?... ¿Puede que ella experimente un cierto retraimiento por ser abordada aquí?... ¿Cómo hago para aproximarme? -Fueron mil pensamientos que elaboró mientras intentaba descubrir alguna sutileza que permitiese establecer un contacto que diese inicio a una amistad pasajera con la cual podría matar la monotonía de su estada en la ciudad. La Vida Como Ella Es

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Al llegar la medianoche, ya sintiéndose alegre por el efecto del vino y los movidos compases oriundos de los conjuntos que se presentaban, apreció que el intento de entablar contacto con la chica debería ser dejado para otra oportunidad posterior, en virtud del avanzado horario de la velada. Entretanto, tomó su lapicera y una servilleta de papel, anotando en ella su nombre, el hotel donde se hospedaba y el número de su habitación, escribiendo a continuación: “He quedado prendado de su mirada”. Poseo la sincera intención de conocernos mejor, por tanto, la invito a cenar mañana u otra noche cualquiera. ¡Por favor! Llámeme a mi hotel. Desde ya, y ansioso por conocerla: ¡Leur plus sincère admirateur! Repasó y meditó sobre las palabras que acabara de escribir, y concluyó con astucia: -Ahora es sólo aguardar… ¿Quién sabe no tenga una linda compañía mañana por la noche? –un pensamiento con el que intentó corroborar mentalmente una certeza de su poder galanteador.

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Luego después levantó el dedo indicador y realizó una señal discreta para el mozo que lo atendía, al que le dijo campechano: -Querría pedirle un favor... Fíjese detrás de usted con disimulo, y verá que en la tercera fila de mesas hay tres personas… Pronto notará que la chica de la derecha está sola… Me gustaría que usted le entregase éste mensaje… ¿Es posible? -exhortó, mencionándole los detalles a la vez que le extendía la mano y le entregaba la servilleta doblada, junto a la cual ajuntó dos billetes de diez a título de gratificación. -¡Si, señor!... -asintió el mozo, sonriente- No hay problema alguno… Pero deberá aguardar un poco, pues antes necesito servir un par de mesas -le respondió el comedido el hombre, conocedor de su oficio, mientras el dinero se lo guardaba ágilmente en el bolsillo del pantalón, y la servilleta escrita se la ponía en el bolsillo superior de la casaca blanca que vestía. -¡Confío en su perspicacia! -llegó a murmurar el joven galanteador, echando un giño-. ¿Recuerda cuál es la mesa? –le recalcó, intentando corroborar el juicio correcto de la indicación anterior. -¡Quédese tranquilo, hombre!... que en éstas cosas yo soy muy ducho -le reveló el servicial hombre con una La Vida Como Ella Es

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voz grave, mientras torcía el cuello una vez más para mirar hacia el lugar donde le habían indicado. Sin embargo, para su desespero, el galante joven notó que el mozo corría una y otra vez, apresurado, entre las mesas haciendo su servicio y nada de entregar el billete. Esa ansiedad le fue generando elevadas dosis de adrenalina, principalmente porque quería descifrar las facciones que ciertamente se delinearían en el semblante de la muchacha al leer su invitación. -¡Éste embustero me va a dar el golpe, y todavía se me quedará con el dinero! -pensó él, al ver la demora que el otro producía para cumplir con el cometido. Con todo, en un determinado momento pudo notar al garzón atendiendo una mesa localizada un poco cerca del lugar que él le había indicado, y, al cruzar su mirada con la de sujeto, halló oportuno realizar un susceptible ademán con las manos abiertas, como quién pregunta algo en un mutismo sigiloso: -¿Ya consumaste el hecho? –siseó para sí junto a la señal enviada, mientras le frunció el ceño para demostrar su disgusto por el atraso. Pronto vio una sonrisa estampada en el rostro del hombre, junto a una señal positiva que éste le realizó con el puño cerrado y el dedo gordo hacia arriba. La Vida Como Ella Es

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-Pero si es como él dice, y ya se la entregó… ¿Cómo es que ella no esboza reacción alguna? –alcanzó a cavilar el joven un poco instintivo, al no distinguir ninguna repercusión positiva o negativa entre los comensales de aquella mesa. -Es probable que no haya querido leerlo aquí… Mejor será que me vaya, y aguarde por si me llama mañana -alcanzó a pensar el joven, un poco entristecido y con la mente bastante anublada por el alcohol, momento en que se levantó de la mesa para iniciar su retirada del local. Al día siguiente, al retornar al hotel cuando ya anochecía, el recepcionista le entregó un mensaje haciendo referencia a una llamada telefónica que había recibido en su ausencia. Al llegar a su habitación, percibió que el mensaje decía: -“Me llamo Maristela. Si quieres cenar conmigo, llámame”-. A seguir constaba el número de teléfono que él debía discar. -¡Sin lugar a dudas, soy un hombre de suerte! -pensó de inmediato en medio a una sonrisa, cuando le vino a la memoria la graciosa y linda figura de la noche anterior.

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-Aún no son las ocho. Puede ser que todavía haya tiempo -recapacitó de inmediato, tomando con agilidad el auricular del aparato en un movimiento irreflexivo. Al iniciar la apurada llamada, apreció un poco de embarazo por las palabras que ambos mencionaron al inicio de la conversación, así como por las expresiones que formulaba quien conversaba del otro lado del aparato; pero percibió que estaba engañado pues su interlocutora lo había reconocido de inmediato, al detallar su vestimenta y en lo que había consistido de su cena. Así que, después de haber combinado la cita para una hora después, entregó su mente a recapacitar sobre el por qué que la muchacha habría demostrado tanta ansiedad por el encuentro, en cuanto que durante la noche anterior su comportamiento había sido de cierta frialdad, y hasta comportándose esquiva frente a su mirada. -Vaya uno a saber lo que pasa por la cabeza de una mujer… Primero se hace rogar, y ahora parece está loquita para salir conmigo -deliberó, expresando una conjura que elaboró como si hubiese consultado antes con la almohada la pizca de incertidumbre que merodeaba por su mente. Una vez pronto para el encuentro, se informó en la portería del hotel por la dirección del restaurante,

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descubriendo que quedaba a unas tres cuadras de allí, por lo que escogió hacer el recorrido a pie. Realmente, a primera vista le pareció que era un lugar muy aplacible, confortable y sosegado. Bastante lujoso en su primera impresión; algo que en realidad no coadunaba con el estilo del local donde había conocido a la bella joven, llevándolo a recapacitar una vez más sobre la conducta de la chica. -Si fue ella quien sugirió un lugar así…, debe tener cierta clase y buenos hábitos… A no ser que pretenda… -comenzó a dudar, cuando se puso a analizar en qué tipo de perfil ella se encuadraba. Cuando el maître lo abordó para ofrecerle la bienvenida, prontamente le manifestó: -¡Tengo una cita!... ¡Creo que alguien ha hecho una reserva, sólo que no se!… -comenzó a mencionar, cuando se vio de pronto interrumpido por el hombre. -¡Sí, señor! Su nombre es… -replicó el maître, esperando por el calificativo e intentando consultar la lista. -Yo soy… ¡Müller!... Sebastián… -le dijo al intentar auxiliarlo con su trabajo, donándole una relativa sonoridad al tono de su voz. -¡Sí!... ¡Sí!... Aquí lo tengo, señor Müller. Pero la otra persona aún no ha llegado… ¿Prefiere aguardarla en La Vida Como Ella Es

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la mesa, o quizás junto a la barra del bar? -le apuntó el prestadizo maître con su sonrisa forzada, y holgado en su esmoquin negro impecable. -Parece mejor que aguarde en el bar… ¡Por favor! -convino el abogado-. Me informe de su llegada -le solicitó con una entonación cordial, y en una retribución gratuita a su amabilidad. Una vez que se acomodó en la barra, solicitó un Campari para beber, mientras aguardaba sereno por el momento de la cita; momento en que se entregó a razonar que había olvidado de preguntar con que ropa ella vendría, a la vez que deducía que sin duda aquel restaurante había sido una buena elección, sumado al hecho de él haber escogido para el momento su traje azul noche. Algunos minutos después, receloso, alcanzó a ver que se aproximaba en su dirección una señora con aspecto de matrona; bien presentable, sí, pero de un físico avejentado, o quizás, mejor dicho algo rollizo, quién, delicadamente con voz dulce y melosa, le pregunta: -¿Sebastián? Bastante escrupuloso, la observa mientras pasa su mirada de arriba bajo, y le responde un poco abochornado por presenciar, no aquella bella chica, y sí aquel cuerpo de aspecto avejentado: La Vida Como Ella Es

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-¿Sí? ¡Soy yo!... ¿Y usted, quién es? -¿Yo?... ¡Soy Maristela!... Sebastián… La ex esposa del señor Silva…, Aquel hombre que tiene un trámite en la justicia y pleitea una causa por daños morales… Que si no me engaño, tú estás trabajando del lado contrario, -le expresó ella con una sonrisa de ironía dibujada en su semblante. -¡Garzón idiota! –fue lo único que Sebastián alcanzó a pensar en el momento.

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El cuento del Abuelo

Entusiasmado, abuelo llegó a imaginarse que más tarde podría asistir tranquilamente a un tremendo peliculón que habían notificado en la TV por cable, una de esas estaciones que habitualmente pasan filmes antiguos. Y no era para menos, pues justo para ese día anunciaban que iban a transmitir la película “Tuya en septiembre”, con Gina Lollobrigida y Rock Hudson. La Vida Como Ella Es

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Claro, Gina era su actriz preferida desde los tiempos de juventud, cuando en la década del cincuenta se pasaba las tardes de domingo en las matinés del cine del barrio. Era un período en que no perdía oportunidad de fantasear su imaginación, llegando a soñar despierto al sentirla recostada entre sus brazos a observarlo con aquellos ojos grandotes, tipo medalla olímpica, exponiéndole todo su miramiento penetrante y pícaro; mientras él llegaba al delirio con aquellos labios carnosos y firmes, y escuchaba la voz sonora y cándida de ella retumbar en sus oídos. -¡La mujer de mis sueños! –llegaba a deliberar cada vez que la veía en el celuloide. Sin duda, algo que lo llevaba a clavar instintivamente su mirada en la comisura de aquellos pechos hinchados como melones, y desear ceñir sus brazos en aquella cintura apretada que hacía resaltar un par de caderas anchas que hacían revolotear graciosamente las faldas de sus polleras, o le destacaban aún más los flancos cuando estaba metida dentro de aquellos vestidos justos. -¡Fantástico!... Hoy tendré matinée aquí en casa -comentó para sí, y hablando con una inflexión divertida mientras estregaba ligeramente las manos para exteriorizar toda la alegría de su ánimo, pues presentía de antemano que la tarde le iría deparar momentos de un buen La Vida Como Ella Es

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pasatiempo… Aunque reconocía que ahora le faltaba el vigor de otrora. Cuando sonó el teléfono, el fastidioso barullo de la campanilla lo sorprendió hundido en medio de aquellos delirantes recuerdos y dividido en el planeamiento de sus actividades vespertinas. -¡Hola!... ¿Papá?... ¡Es Cristina!… ¡Papá!… ¿Me escuchas bien?, -escuchó decir el anciano cuando la voz estridente de su hija clamaba por él del otro lado de la línea. -¡Sí! Mi querida… Podes hablar… Te escucho claro, no grites. ¿Cómo están ustedes? –le respondió medio sobre advertido por esa llamada inusual a media mañana. -¡Papá!... Te llamo porque necesito que hoy te quedes con Ricardito… Tengo un compromiso importante por la tarde, y no hay clases en el jardín de infancia -logró intimar ella con voz resoluta y ecuánime, como quien ya está dando por definida la solución de su problema. -Bueno, nena… Yo realmente estoy... –balbuceó el hombre intentando pronunciar una disculpa, y todavía un poco impresionado por la llamada y por la solicitud que le hacían. -¡No te preocupes!... Yo te llevo al nene alrededor de las tres… ¿Me escuchaste?... Y a la nochecita lo paso a La Vida Como Ella Es

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buscar -continuó la hija recitándole su ristra de proclamas predeterminadas. -Si, ¡mi amor! Tráelo nomás…, que igual yo no tengo nada que hacer, -le dijo al fin un poco disgustado por la demanda, pues ya sospechaba que sus planes para la tarde irían por agua abajo. Después que colgó el auricular, el abuelo frunció el ceño en señal de fastidio, no por causa de la petición, ni por tener que quedarse con el nieto. Aquel enfado tenía origen en la imposibilidad de disfrutar del filme. -¿Qué le vamos hacer? –alcanzó a expresar con una conformidad algo contrariada, pero satisfecho por tener la oportunidad de jugar con su nieto. Más o menos a la hora señalada llegó su hija con el niño. Pero pronto el abuelo notó que su presencia venía acompañada de una lista de determinaciones y cuidados para con el nene, y que la voz le sonaba como quien trata a terceros como si fuesen personas remisas, vacilantes, recalcitrante en sus actos. -¡Mira! Préstame atención… A las cinco en punto le tenes que dar la leche con cocoa, y pan con manteca y dulce… Nada de darle golosinas, galletitas ni chocolates… ¿Me entendiste?... Que después el nene se atraca y se llena

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de sarpullido -le fue diciendo la hija al orientarlo en las tareas y responsabilidades para con su hijo. -Tampoco quiero que lo hagas correr mucho, ni que transpire… y ve si no se ponen a jugar a la pelota, que se puede caer y lastimar… ¡A ver si los dos logran portarse como hombres grandes!… ¡Ta! –completó ella, sin dar oportunidades a que el abuelo o el nene pudiesen esbozar cualquier reacción contraria frente aquellas palabras autoritarias y determinantes. -Decime… ¿Cómo anda tu marido? –le preguntó el padre, pensando, en su inconsciente, que lo que realmente le faltaba a su hija, era un buen trato de hombre… Alguien que fuese capaz de bajarle aquel temperamento de “sargento del regimiento” que ella esgrimía. Como la hija no respondió y sólo hizo un puchero con los labios, el padre enmendó: -Quédate tranquila, nena…, que Ricardito y yo, la vamos a pasar fenómeno -indicó, mientras le guiñaba un ojo a su nieto para intentar establecer un complot de desobediencia entre ambos. La mujer hizo sus cosas y se fue enseguida. Y sin más, rápidamente los dos se entregaron a conversaciones insustanciales y a imaginar por algunos juegos con los

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cuales pasar el tiempo; pero en cierto momento, el abuelo escucha que el niño le dice: -¡Abuelo!, yo traje mis muñecos… ¿Podemos jugar a invadir el castillo?… -mencionó el chico, mostrándole unos monigotes de plástico que se asemejaban a unos pequeños maniquíes fantoches de capa y espada. -¡Me gusta la idea!… -concuerda el viejo abriendo sus ojos- ¿Lo hacemos aquí, arriba de la alfombra?, -añade en tono cariñoso, y haciendo un ademán para que el nieto se colocase enfrente al aparato de televisión, mientras aprovecha para pensar: -¿Quién sabe, mientras él juega, capaz que puedo ver la película? -pero Ricardito rompió el silencio al indagar con voz penosa: -¿Y dónde está el castillo? -¡Bueno!... Podemos imaginar que el sillón es un castillo gigante… -intenta decir el viejo para convencerlo. -¿Como el de Gulliver? –le cuestiona el niño. Pero enseguida discrepa de la idea de su abuelo, sugiriendo montar la escena con otra estructuración, solicitándole: -Para el castillo, nos hace falta una cosa grande como así -le mencionó abriendo los brazos como para intentar demostrar el tamaño de su pensamiento.

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-Bueno, no hay problema… -asiente el concordativo abuelo-. Podemos poner una caja, o lo hacemos con unos libros… Los apilamos, y hacemos un fuerte así de grandote, -le sugiere de manera comedida para seguir la idea del chico, a la vez que intentaba encontrar la solución del dilema. -¡Pero yo quiero un castillo!... -retruca el nene-. Un fuerte no sirve… Abuelo… ¿Vos sabes lo que es un castillo?... No sabes que un fuerte es para jugar con los indios y los soldados, -busca explicar Ricardito, que pregunta y responde sobresaltado por el tipo de construcción que había sugerido el abuelo. -Sí, nene, lo vamos a hacer como vos quieras… ¡Veni!, ayúdame a traer unos libros, para que podamos hacerlo bien grandote -le sugiere el hombre al intentar convencerlo, mientras ya se dirigía hacia la biblioteca para escoger algunos ejemplares de libros más destartalados. Para decir verdad, la construcción de la obra pretendida llevó algún tiempo, y la confabulación de las reglas del juego un otro tanto; pero todo ese periodo junto no llegó a durar el doble de tiempo con cual el niño se entretuvo con sus muñecos, cuando comenzó de inmediato a querer inventar otras artimañas con que distraerse.

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En la cabeza del hombre ya comenzaba a disiparse la idea de poder asistir la dichosa película. -Aunque más no fuese algunos pedacitos- alcanzó a pensar, inconformado por un momento. -¡Abuelo!... ¿Por qué no me contas una historia de castillos?… ¿Sabes alguna? -solicitó el niño. -Era lo que me faltaba, -pensó el hombre un poco decepcionado, al ver que evaporaba definitivamente la oportunidad de asistir al film. -Entonces, ven y siéntate acá, en el sillón, que yo voy a contarte uno bien lindo -le fue diciendo con cierto beneplácito, y dándole la mano para ayudar a que su nieto se acomode sobre el almohadón. Una vez que se encontraron cómodos, el abuelo carraspea, tose y, mientras limpia la garganta, piensa como inventar la leyenda. Luego compone la voz, y comienza: -Había una vez…, un hombre que era guardián del castillo del príncipe “Blue”, y el que tenía… -encabezó la narración, cuando siente que el nene lo interrumpe y le dice: -¿Quién era ese loco?... Yo no lo conozco, abuelo. -Pues ese era justamente el nombre del príncipe… Pero tú no me compliques con preguntas, que si no, yo me olvido y no puedo contarte más nada, -intenta reprenderlo La Vida Como Ella Es

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animosamente, buscando la concentración para estructurar su fábula. -Una noche…, más bien de madrugada…, el guardián jefe de la guarnición del castillo vuelve a su casa como siempre lo hacía cuando había alguna fiesta en la fortaleza del rey. Sólo que esta vez, él regresó con el rostro trastornado y bastante nervioso. -Cuando llegó a casa…, sin perder tiempo, agarró su vasija de vino y se desparramó en el sofá intentando beberlo, y de alguna manera poder aclarar las ideas y comprender lo que había visto en el castillo esa noche. -Pero en ese momento, aparece en la pieza la esposa del guardián, para preguntarle si quería que le preparase algo para comer. -Sin embargo, cuando ella lo ve agarrado al recipiente de vino, tomando largos tragos, con los ojos desorbitados y las facciones transfiguradas, de inmediato le pregunta: -¿Qué pasó Fritz?... ¿Por qué estás con esa cara de espanto? -¡Espera a que me recomponga, Frida! -le dijo el hombre, mientras bebía más vino del recipiente. -¡Sí!, pero es mejor que te controles, Fritz. No en tanto, ¿cuéntame de una vez lo que te pasó?, -le dijo la La Vida Como Ella Es

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esposa en un tono de voz preocupado, por ver al marido tirado en el sillón y bebiendo el vino desenfrenadamente. -Te lo voy a contar… ¡Sí! -asintió Fritz al hacer una pausa. -Pero te juro que cuando te lo diga, mujer, vos no lo me vas a creer -le expresa el guardián aún consternado por la situación vivida. -Cuéntamelo igual -le rogó ella, suplicante. -Bueno… La noche estaba linda, la luna bañaba los jardines del castillo con toda su luminosidad plateada, los convidados del Rey iban llegando uno tras otro en sus carruajes, todos engalanados, y todo estaba marchando normalmente, sin ningún contratiempo. -¿Y de ahí? -le preguntó la mujer, ansiosa. -Como me corresponde, yo estaba parado en el portón de la entrada, con ojos perspicaces, observando a los que siempre intentan colarse sin invitación… Bien sabes tú que siempre hay avivados que quieren pasarnos la pierna, y en cualquier descuido, ¡Zás!…, ya se te cuelan. -La esposa sólo asintió con la cabeza y se mantuvo silenciosa, entonces el marido, no antes de echar adentro de su panza otro gran trago de vino, le dice:

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-Después, están los otros…, aquellos que vienen con intención de arrimarse, y entre palabra va…, palabra viene, te cantan para que los dejes entrar. -Pero conmigo no hay de esas, no, mujer…, si no traen la invitación, no entran y pronto. -Me parece justo, para eso estas tú -consiente la esposa, mirándolo asombrada. Pero el marido luego agrega: -De repente, Frida… llega el carruaje más grande que yo he visto en mi vida… ¡Despampanante!... ¡Inmenso!...

¡Grandioso!...

¡Descomunal!

-le

fue

contando el guardián abriendo sus brazotes grandes, y continuó: -Era todo dorado por dentro y por fuera… ¡Oro puro!... Te lo juro mujer por lo que tú quieras, que todavía no lo creo… -¿De verdad, era toda de oro, abuelo? –le pregunta Ricardito a su abuelo narrador, absorto con el relato e imaginando como sería aquel enorme carromato de oro. -¡Sí! ¡Sí!, pero ya te pedí que no me interrumpas, que si no me olvido del cuento -le advierte el abuelo, buscando mantener la atención del chico. Luego prosigue el relato, explicando:

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-Aquel impresionante carruaje estaba siendo tirado por seis majestuosos caballos percherones, todos blancos como la nieve, y con arreos labrados en plata y oro. -Cuando ellos paran en el portón, de dentro baja una dama toda vestida de gala, hermosísima, llena de alhajas y cubierta por un manto todito bordado con piedras preciosas… ¡Parecía una verdadera princesa! -¿Quién era? -le preguntó Ricardito. -Justamente… ¿Quién era? fue lo que le preguntó la esposa del guardián, pero este le dijo que no sabía con sólo una morisqueta, y agrega: -Noté que la mujer estaba sola, y entonces yo me preparé para pedirle la invitación, porque la orden del rey es clara… “Mujer desacompañada y sin ser convidada, no entra en el castillo”, y conmigo, mujer, si es ley, es para ser cumplida… -Comprendo, Fritz… Pero no hay nada de malo que una dama… -Frida intenta hacer razonar al marido, cuando él la interrumpe de inmediato. -Bueno… Te confieso que intenté hacer cumplir la ley, pero es que ella mi miró con unos ojos candidos, lindos como dos bolitas del más dulce miel, con toda aquella belleza que venía acompañada de una mirada inofensiva… Así que, al fin la dejé entrar si decirle nada. La Vida Como Ella Es

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-Pues yo no veo motivos para tanta preocupación por causa de ello, Fritz -le exhortó la esposa del guardia, sin comprender nada de la historia. -Yo tampoco, abuelo -reclama el niño. -Bueno, deja que primero te cuente todo -le propone el hombre, acariciando la cabeza del chico con cariño. Y continúa la narración en el punto que menciona: -El baile continuó dentro de lo previsto, y la gente seguía divirtiéndose por los salones, formando sus grupitos por los distintos aposentos... Salvo por una media docena de idiotas que se emborracharon, pero inclusive eso no es nada de raro, pues es como suele suceder en toda fiesta… En todo caso, todo continuó normal hasta que llegó la medianoche -le dijo el guardia que al terminar la frase puso cara de espanto y echó en su panzona otro gran buche de vino. -¿No digas? -murmura Frida, asustada. -Pues justo en ese momento yo escuché un bochinche que venía del segundo piso… Un griterío infernal, una correría de personas. -¿Se estaban peleando? -indagó la esposa del guardián, pero este la hizo callar para decirle: -Cuando me yo di vuelta y miré, vi que por las escaleras venía bajando corriendo una mendiga, una La Vida Como Ella Es

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mujer pordiosera, toda tiznada, toda desgreñada y, justo en ese momento, yo noté que se le cayeron los zapatos. -¡Ohhh! -exclamó Frida, pero el marido no se inmutó y prosiguió diciendo: -Yo enseguida me preparé para correr a cerrar la puerta del castillo, pero enseguida percibí que el príncipe también venía corriendo a la cola de ella. -¿El príncipe Blue? -le pregunta Frida, incrédula, y al ver que su marido se bebe otro gran trago y revolotea los ojos, le asevera: -¡Fritz!... Me parece que ya bebiste demás. -Te juro que no, mujer -le dijo el hombre juntando los dedos en cruz frente a sus labios-. Espera que ahora te cuento la peor parte, -le respondió a seguir entre ahogado, y persiste con el relato: -Mientras el príncipe viene corriendo detrás de ella, lo veo que grita exasperado: “Agarren a esa mendiga… ¡Agárrenla!... ¡Préndanla!... -Claro, yo me preparé para tomar mi espada y prenderla, cuando de pronto alcancé a escuchar un ruido impresionante que venía del jardín… “Pufff.”…, y una gran exhalación luminosa que casi me enceguece. -¡Qué horror! -exclamó Frida- ¿Qué fue lo que pasó? -le preguntó de inmediato, curiosa por saber. La Vida Como Ella Es

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-¡Yo te avisé!... Si te lo digo, mujer, vos no lo vas a creer -le dijo Fritz con cara de asombro. -¡Pero, contá, hombre!... Dale -le propone Frida queriendo apurar un poco más el relato del marido. -¡El carruaje!… Aquél que era de oro… -intenta explicarle el guardián. -¿Qué le pasó?... ¿Lo robaron? -Frida continúa a preguntar, abismada. -¡Mujer!... Aquello se transformó en una calabaza, Fritz pronuncia casi balbuceando -¿En qué? -le pregunta la esposa, abriendo los ojos y la boca en una clara señal de espanto. -Yo te avisé al principio, mujer, de que no me ibas a creer cuando lo contase, -le dice el hombre. -¿En una calabaza? –intenta confirmar ella lo que el marido le había dicho antes. -¡Sí!... Y es más, los caballos se convirtieron en media docena de ratones enormes, grises, peludos, -afirma Fritz con la voz palpitante y el rostro sudoroso por causa de la peripecia vivida. -¡Fritz!... Creo que el vino te hizo mal -protestó Frida, bastante desconfiada por lo que acara de escuchar. Cuando llegó al fin de su cuento, el abuelo miró a su nieto, y se dio cuenta que éste se había quedado dormido La Vida Como Ella Es

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en la mitad de la fábula… Y él, sin haber podido ver a Gina Lollobrigida en la televisión.

Conociendo el Mar

-¡El domingo nos vamos a pescar! -llegó a expresar don Alfredo de manera sucinta, ya presumiendo que iría La Vida Como Ella Es

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lograr cumplir con una idea que desde hacía tiempo le merodeaba la cabeza a unos cuantos de ellos. -¡Que bueno!... ¿Quiénes vamos? –le preguntó el flaco Mendieta, quien sin mediar ruego ya se incluyó en el rol de los que irían, mismo si haber sido convidado ni a donde sería el paseo. -Ah, eso depende… El que se cotice… ¡Va! -le afirma don Alfredo, totalitario y firme, como queriendo imponer anticipadamente la condición de exigir la previa división de los gastos con la algazara. -Pues yo soy de los que pienso que para ir al río, no gastaremos nada, -le asevera el flaco. -Gastaremos, sí…. Pues esta vez estamos pensando ir a la playa con la camioneta de Rodolfo -ultima Alfredo, intentando demostrar que de esta vez el paseo sería mucho más lejos del pueblo. -¿Y a qué playa piensan ir? –de inmediato busca averiguar Mendieta para saciar su curiosidad a causa de la suposición del otro. -¡Uée!... ¿Hay más de una? –surge una voz atónita preguntando desde el fondo del boliche. -¡Muchísimas!... ¿Vos sos de los que nunca miras el mapa, pasmado?... Si lo hicieses, verías que está lleno de playas por ahí, -le afirma don Alfredo, ensayando aclarar La Vida Como Ella Es

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el paradigma de la pregunta, en cuanto mira patidifuso al parroquiano por causa de las palabras que escuchó. -No, don, no conozco… Yo nunca he visto el mar… -le dice de manera lacónica el que había hecho la pregunta, dejándose estar con la mirada perdida en aquellos arenales pensamientos. -Playas hay muchísimas…, pero nosotros pensamos ir a una aquí cerquita nomás… Cuestión de ir y venir en el mismo día… -pronunció el dueño de la idea, intentando demostrar su sabiduría matrera, además de delimitar el periodo de duración de la aventura. -¡Entonces, yo voy! -confirma conciso el hombre de las mil dudas, no conocedor de playa alguna. -Pretendemos salir tempranito… -avisa y determina Alfredo-. Pienso que lo mejor sería arrancar a eso de las cinco, así aprovechamos bastante…, -les informó a seguir, como quien con su frase intenta espantar los haraganes y remolones de siempre. -…Y nos juntamos aquí, enfrente de casa, -informó anticipadamente, que era para dejar bien claro que no iban a perder tiempo buscando a nadie. Antes de que surgieran las primeras luces de aquella alborada dominguera, el primero que llegó al punto de encuentro fue Mendieta, que trabajaba en el matadero y La Vida Como Ella Es

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venía cargado con una bolsa, en la cual traía las tiras de asado para el almuerzo, además de los aparejos para pescar. El que llegó casi enseguida pisándole los talones, fue el pelado Guzmán, que era el individuo que les había anunciado que no conocía el mar, porque tuvo que trabajar toda la vida en la esquila, perdido entre una estancia y otra. Por causa de la temprana hora, la oscuridad era total y aún soplaba el vientito fresco de la madrugada, razón que pronto incitó a los dos hombres a darle el primer buche a la botella de caña. –Creo que en el viaje la vamos a necesitar -llegó a comentar Guzmán, haciendo mención a la brisa fría que los agredía, y la que seguramente sería más intensa a partir del momento en que ellos estuviesen sentados en la carrocería del vehículo. Minutos después llegaron el Tito García y el Cebolla López. El primero era un zapatero que tenía su local instalado en el mismo barrio desde muchos años atrás. El segundo dedicaba su tiempo libre -que era mucho- en apuntar quiniela clandestina, y un reconocido maestro en cábalas que se conocía de memoria el significado de los números y los sueños de los otros. La Vida Como Ella Es

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En aquel mudo silencio del alba, mientras ellos se allegaban a la rueda, se les oía la conversación desde lejos. Parecía que el viento arrastraba primero el sonido de las palabras y detrás venían ellos. Ni que decir que el eco de las voces retumbaba en la mudez oscura del alborada y se entremezclada con el canto de los primeros gallos. -Están en tiempo -les dijo el flaco, anunciando su oración bajo el destello de luz del farol, enroscado con el termo de agua caliente apretado en un brazo y sosteniendo el porongo en la mano, cuando agregó lacónico: -Hay que joderse… Tanto que rompió con la hora… Pero resulta que don Alfredo todavía no apareció -palabras que llegó a mencionar mientras un finísimo filete dorado empezaba a distinguirse en el horizonte. -¡Aquí estoy!... Lenguas de trapo… Atrevidos parlanchines… -reveló don Alfredo, escondido en lo oscuro del patio. -Vengan hasta aquí, y agarren algunas cosas, que dentro de poco ya nos vamos - ordenó a seguir inexorable, indicándoles el camino del galpón. -Junten la parrilla, y ese paquete de leña chica…, y esas otras dos bolsas de arpillera que están ahí -dictaminó enérgico, indicando con las manos las pertenencias que ya

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había separado- …y no se me olviden de la damajuana de vino y aquella caja de madera que está más allá -agregó. -¿No viene más nadie? –le preguntó Tito, a modo de curiosidad. Justo en ese ínterin, antes de cualquier respuesta, se escucha el ruido de un motor irrumpiendo en la callada de aquel crepúsculo matutino. -Viene roncando suave como chancho en el chiquero -comentó Mendieta, que ya le daba otro besito a la botella de caña. Al llegar, el vehículo estacionó frente al galpón y enseguida Rodolfo se bajó, dejando el motor funcionando en marcha lenta. -Para que se caliente un poco… -les avisó antes de que alguien le hiciese la pregunta fatal, agregando: -Ya pueden ir cargando que nos vamos. -¡Veni pa ca, Rodolfo!... Echale un calorcito al cuerpo… Tomate una cañita y unos mates, en mientras que nosotros metemos las cosas ahí atrás, -exteriorizó Guzmán, estirando el brazo para alcanzarle la botella. -¡No! Bebida no... Es muy temprano… ¡Pero mate sí!... pásame uno, -le dijo mirando al Cebolla, que ya le estaba cebando uno.

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Al terminar de cargar los perteneces, en la carrocería se acomodaron el Tito, el Cebolla López, el flaco Mendieta y el pelado Guzmán; todos medios enroscados en una lona vieja, que era para protegerse del viento helado durante el viaje; mientras que don Alfredo se sentó en la cabina junto con Rodolfo. La camioneta era una Chevrolet del cincuenta y dos, y la que el hombre utilizaba para hacer fletes en la barraca. Parecía vieja, pero en la marcha daba la impresión que andaba como un compadrito, medio de lado, por causa que tenía el eje trasero medio corrido, a la vez que la carrocería era de madera, porque la original ya hacía mucho tiempo que se la había comido el herrumbre. En verdad, al vehículo en sí, a pesar de los años que tenía, estaba impecable, calzado con llantas casi nuevas, la lata pintadita de rojo cardenal y la carrocería barnizada. De lejos se veía que el dueño era caprichoso, pero un poco paradójico, pues en la cabina tenía colgado junto al parabrisas una calavera de plástico, unos pajaritos de felpa coloridos, y una cenefa de fieltro blanco extendida a lo largo del vidrio, con unos pompones enganchados, y donde estaba escrito: “Dios me Guía”. Cuando al fin partieron, la línea del horizonte ya estaba toda pintada de una tonalidad anaranjada, haciendo La Vida Como Ella Es

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insinuar que el sol rayaría el día y lo cubriría de una fuerte onda de calor. Entretanto, los cuatro fiesteros, acomodados bajo la lona de la carrocería, se dedicaron placidos a sorber la caña y tomar mate, y le daban a la lengua haciéndole continuas preguntas al Cebolla López acerca de algunas presunciones para elucidar sueños y apostar en las cifras correctas. -Si ella es linda, jugale al 757… Pero si es una vieja, aposta al 701…, -el Cebolla le ratificó eruditamente a Mendieta, cuando éste le contó que había soñado con una mujer. -Pero yo no la vi…, sólo escuchaba aquella vocecita dulce que me llamaba -le explicó Mendieta, intentando esclarecer su duda. -Entonces, apóstale al 339… Es más seguro…, o hace una redoblona a los cinco y a los diez -le sugirió el Cebolla, filosofando con la seguridad de quien conoce del asunto. Mientras tanto, el coche se deslizaba jadeante por el camino de las sierras, dando barquinazos en cada curva, y echando resoplidos en los repechos por causa del peso de su carga. No obstante, como una solución para acortar el tiempo, o tal vez aquello fuese por el maligno efecto que La Vida Como Ella Es

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causa la caña, se escucha la voz ronca del zapatero, a quien se le dio por comenzar a entonar una canción: -Ando borrachoooo, más lo bueno es que no caigooo, lo que me sostiene es la fuerza del orgullo… y lo que dijisteeee, yo ya lo traigo herido… y nunca en la vida tus ojos lo verán... -Copa tras copa… botella tras botella, conforme tomo, me voy reconfortandoooo... serás mi risa y te digo… conmigo el sol no vale… nada en el mundo me hará caeeer… Para no quedarse atrás, los otros dos comenzaron a tararear para acompañar el ritmo de la canción, mientras López buscaba imitar un clarinete para dar apoyo a la canturria. Circunstancialmente, cuando llegaron a un trecho plano del camino, Rodolfo detuvo la camioneta justo al momento en que alcanzó a escuchar con más claridad los alaridos desafinados que venían de la carrocería. Tal hecho lo llevó, con una sonrisa estampada en el rostro, a decirle a su compañero de cabina: -¡Éstos cuatro, ahí atrás, debajo de la lona!... Más parecen un saco de gatos escaldados -manifestó al hacer mención sobre el tono desafinado que prorrumpía de la carrocería. La Vida Como Ella Es

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-¿Qué canción es esa? -pregunta intrigado don Alfredo. -Para mí… Creo que es “Copa tras Copa”, de Pedro Infante –le responde el Tito, sacando la cabeza afuera de la lona. -Bueno, gente… Yo necesito dar una miii…radita al campo –articuló el chofer, tartamudeando en tono jocoso, mientras se dirigía apresurado hasta un enorme eucalipto que había al borde del camino, y haciendo ademán de quien estaba apretado de la vejiga. -¡Para!... Que esa miradita la queremos dar todos… -le gritaron los demás al unísono, saltando del pescante y corriendo a través del asfalto en busca de un lugar resguardado para vaciar sus necesidades. Allí, parados que ni estatuas de David en medio al silencio del campo y el ruido de la orina salpicando la tierra, llegaron a escuchar algunos alaridos de teros y el canto de los zorzales, que a esas tempranas horas ya rasgaban la soledad acompañados por la trova insistente de las cigarras. Muy a lo lejos, si a ellos se les diese por afinar la vista, ya se podía ver el mar bien adonde terminaba la bajada del camino, y apreciar que este espejaba un reflejo

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azulado, brillando como un cristal que contrastaba con el narcótico color verde de las pasturas de los labrantíos. -¿Falta mucho pa llegar? –les pregunta Guzmán, un poco pasado de caña, y medio somnoliento por el ajetreo del viaje. -¡Bastante! Pero no mucho… Fíjense hacia allá, enfrente… Aquello es agua -les comentó don Adolfo estirando una mano hacia delante, mientras que la otra se la apoyaba sobre el entrecejo para atajarse el resplandor del sol. -¡Vamos, gente!... Que ya son más de las siete y se nos va el día -les ordena Rodolfo, después de revisar el agua del radiador y darle una patadita a las gomas, para ver si estaban bien infladas. -Un traguito, don… -le ofrece educadamente el Cebolla, mostrándole una botella de caña casi vacía. -¡No!, ahora no… Guárdenme un poco para después -indica Rodolfo, pero anteviendo que no sobraría nada. Ahora el coche ya se deslizaba nuevamente, si prisa, por una carretera zigzagueante y manchada por las sombras del ramaje de los árboles que la cercaban. Los que iban en la carrocería decidieron iniciar un nuevo coro de vahídos y lamentaciones al ensayar algunas canciones

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sin mucho nexo, mientras permanecían echados en el piso y dando cuenta del resto de la caña. Ya habían rodado un poco más de una hora, cuando el vehículo se detuvo al borde de en un monte de pinos, cuando abruptamente sale Rodolfo y les avisa: -Llegamos, gente… ¡Ueee! Levántense, manga de degenerados… Que ahora sí que van a ver lo que es el mar… -les vociferó satisfecho por el cometido. -A ver… Ustedes tres peguen las cacharpas, y vamos a llevarla para el otro lado de los médanos -orientó el taxativo don Alfredo, intentando ordenar las cosas. -Yo, mientras tanto, voy a cortar unas varas para levantar la carpa, -les avisó, indicándole que iba al monte próximo para seccionar algunos palos que sirviesen de apoyo para sustentar la lona. Cuando terminaron el organizar el campamento, se quitaron las camisas y prepararon los aparejos para pescar. En ese momento, el pelado Guzmán buscó hinchar su pecho sudoroso llenándolo de aire con salitre. Miró el agua desde arriba del cúmulo de arena y partió en loca carrera en dirección a la orilla. -¡No la tomeeees!... ¡No te la tomeeees!... ¡Cuidado que esa es salada! -se pusieron a gritar todos de inmediato,

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como adivinando lo que era que el otro pretendía, y riéndose a carcajadas por la actitud del amigo. Poco después, al llegar a la orilla, lo encontraron agachado justo en el borde donde las olas ven para acariciar la arena, fumando un cigarrillo, pensativo y reflexivo, abismado en la contemplación del infinito, mientras pronunciaba: -¡Loco de lindo nomás! Guzmán se mantuvo en ese estado casi soporífero por un rato largo, en la misma posición, con la mirada clavada en la distancia, absorto en el paisaje, escuchando el ruido que hacían las ondas al romper, y viendo morir y nacer las olas una y otra vez, acompañando con éxtasis las gaviotas en sus zambullidas. -¿Qué estás haciendo? –se le antojó preguntarle el flaco Mendieta. -Mirando el mar… Nada más -le respondió Guzmán, melancólico. -Pero con mirarlo una vez, ya está… Después es todo igual, -le aseveró el flaco usando una filosofía simplificada. -¡Ahí lo tenes!... ¿Qué te pareció? –quiso saber don Alfredo, intentando sonsacar el juzgamiento del hombre.

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-¡Es grande!... Hecho de pura agua nomás… Parecido con la tierra… Pero qué donde es tierra… es pura agua nomás -le respondió Guzmán, mientras dejaba correr unos granitos de arena por entre los puños de las manos que las tenía medias cerradas y llenas de aquel compuesto. -¿Y vos que querías?... ¿Qué el mar fuese diferente? ¡Animal! -le dice el Cebolla López, aun intrigado por las palabras del hombre. -Es que aquí no es como en el río…, no se ve para que lado el agua corre… -le afirma preocupado con lo que no alcanza a comprender. -No lo ves, por que la tierra es redonda… y el mar es inmenso… como… Inmenso como el mar mismo, -intenta explicarle Mendieta, ensimismado. -Para mi…, lo más bonito es la arena -le asevera Tito, queriendo contribuir con su apreciación. -Pero que les voy a decir… -pretende manifestar Guzmán, con fisonomía tristona. -Pero aquí no tiene barcos… Y para mí…, un mar sin barcos… Es igualito a un campo de tierra si árboles.

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La Dispepsia

Sin duda se sintió feliz al apreciar que por fin conseguía volver a casa, aunque se sentía tremendamente cansado. El día en la oficina había sido agobiante, fatigoso, y hasta aseverarlo enervante para que fuese tolerado pasivamente por una persona de su edad. La Vida Como Ella Es

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En realidad, había sido uno de aquellos periodos donde todo parece confabularse para mostrar un criterio equivocado. Pero él, mismo a contra gusto, comprendía que eso es lo que algunas veces lleva al ser humano a pensar de manera hastiada, que los demás camaradas del escritorio se combinan de antemano para todos cometer sus desmanes, con la única finalidad de fastidiar la jornada a sus compañeros. Un poco antes de llegar a las puertas de su hogar, mientras recorría las tres cuadras que lo separaban de la parada del ómnibus hasta su casa, se dedicó a repasar en un enfado mental por aquellas mismas frases de siempre, y las que seguramente lo aguardaban después de ingresar a su residencia. -¡Qué cara tienes, Julián!... ¿Siempre cansado? ¿Por qué no te jubilas de una vez?... ¿Qué estás esperando? ¿Morirte?... ¿Qué te de un infarto?.. ¿Quieres que me quede sola como…? -y otro montón de peroratas más, que ya se venían repitiendo idénticas desde mucho tiempo atrás. -¡Por suerte! –Pensó en un atisbo de envidia-. Que nuestros hijos ya están grandes, casados, fuera de casa, y no sufren más de ese mal.

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-¡Por fin llegué! -dijo para sí antes de abrir la puerta, y mientras caminaba por el corredor mal iluminado del edificio donde vivía. Empero, su pensamiento se apaciguó de vez, cuando recobró la normalidad al proponerse saborear mentalmente el aperitivo que normalmente bebía antes de cenar, entregándose distraído a repasar las páginas del diario en una actitud que no dejaba de ser una práctica monótona, y la que efectuaba invariablemente durante todos los días de la semana. Comprendía resignado que mientras estuviese recostado en el sofá, tendría que escuchar el rosario de lamentaciones y reclamos de su esposa, los que inexorablemente se extenderían hasta después de la cena. No en tanto, recapacitó que al sentirla retumbando en sus oídos como si fuese una matraca de carnaval, nada podría ser peor que haber tenido que escuchar el día entero la voz enfadada de su jefe, mostrándose enajenado para que él terminase el legajo mensual para los accionistas. -¡Hola vieja!... ¿Cómo estás? -mencionó maquinal y medio distraído al verla en la sala, cuando realizó un movimiento automático para besar la frente de su esposa, y ya pensando mordazmente: -¿Por qué no se sacará esos bigotes horribles? La Vida Como Ella Es

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-Te noto un poco demacrado… ¿Te sentís bien? Hoy te veo con unas ojeras -comenzó ella, pero mostrándose obsequiosa, le dice: -¡Ven, viejo!... Siéntate en el sillón, que yo te traigo las zapatillas -le alcanza a expresar ella mostrando una entonación alentadora, y ya de marcha firme hacia el dormitorio. El hombre largó su maletín sobre la mesa, tiró la chaqueta en una silla, retiró la corbata con un gesto decaído. Luego desabotonó la camisa y se remangó los puños de la misma, ya resignado a desmayarse sobre el sillón mientras se sacaba los zapatos, a la vez que especulaba distraído: -¿Qué será que le dio a ésta, hoy? -Aquí están tus pantuflas… ¿Quieres que te sirva un whisky?

–le

ofrece

amablemente

doña

Enriqueta,

intentando agradar a su marido. -¡Sí!... háceme el favor…. ¡Ah!, y ponle dos cubitos de hielo, nada más -le respondió él, mientras bajaba las hojas del diario para entregarse a pensar si es que no habría olvidado de alguna fecha especial. Cuando ella vuelve con la bandejita, el vaso de bebida y un platito con unos trocitos de salame y queso cortados, él no lo podía creerlo. Se sintió un poco aturdido La Vida Como Ella Es

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por el comportamiento de su esposa, llevándolo a especular intuitivamente por el verdadero motivo de tanta cortesía. -¡Sobre seguro que luego se vendrá con algo! – piensa ensimismado en medio de una mueca. ¿Debe haber pasado alguna cosa, o con certeza, muy pronto ira pasar? -recapacitó desolado, más que nada por no alcanzar a descubrir toda aquella disposición de su esposa. -¿Qué hay para cenar? –atina a preguntar el hombre, sin conseguir despertarse del estupor que lo envuelve, y como si ese fuese el único comentario que cabía en aquel momento. -Preparé unos tomates rellenos con atún y mayonesa, una cazuela de mondongo, y de postre… un budín de chocolate con merengue, -le explica doña Enriqueta, la señora, escondida atrás de una risita timorata. Pero el marido luego pensó, que aquel era un día de semana como cualquiera, no era fecha especial que él se recordase, no tenía invitados para cenar, tampoco era su cumpleaños ni el de ella. Entonces hamacó al cabeza y concluyó: -¡Qué raro! -presagió, murmurando de inmediato-: Ella odia el mondongo, y me cansé de escucharle decir La Vida Como Ella Es

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que el dulce no lo prueba por que le da acidez de estómago… -¡Piensa Julián!... Piensa ligero… Porque algo ha de venir muy pronto por tras de todo esto -se intimó a sí mismo, ya molesto con aquella situación toda. -¿A qué se deberá semejante tratamiento? –indagó perplejo, a la vez que idealizaba emitir alguna frase con voz flemática, cuando creyó que ya no alcanzaría a dilucidar la conjura. Pero ella se anticipó y dijo: -Para agradarte… ¡Querido! –anuncia Enriqueta, compasiva, haciendo con que esas palabras recordasen un pasado distante entre los dos. No obstante, cuando ellos se sentaron a la mesa para cenar, no había duda que la comida estaba deliciosa, maravillosa, mostrando todo el esmero que ella había dedicado a la preparación de los platos. Acompañaron la cena con una botella helada de “Blanc des Blanc”, y Julián repitió dos inmensas porciones de una bien temperada cazuela de mondongo, además de comerse tres pedazos de budín. -¿Quieres un café? –le ofreció la esposa de manera solicita, cuando él terminó aquel festín. -¡Uee!... ¿Puedo? –preguntó el estupefacto Julián.

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Poco después, al regresar a la sala, doña Enriqueta le trae entre manos una taza grande y humeante de un café recién preparado. -¡Está fuerte! –anuncia el hombre, contento. -¡Sí!... Bien como te gusta a ti. -Pero si yo siempre te lo pido así, y tú reniegas, vieja, ya que insistes en decirme que me hace mal tomar café muy fuerte… Juro que no te entiendo -Julián alcanza a balbucear, incrédulo. -Ya te dije… Lo hago para complacerte, mi amor le manifiesta doña Enriqueta con una mirada halagadora, mientras comienza a recoger la loza y colocarla encima de una bandeja. -¡Bueno! Espera que te ayudo a lavarla –le promete el marido, sin mismo mover un músculo. -¡No Julián!, mañana yo la lavo… Termina de leer el diario tranquilo, -expresa ella, intentando complacer aun vez más las predilecciones del marido. Al amanecer siguiente, Julián fue despertado por los finos hilos de luz que penetraban por la celosía. En un movimiento rutinario que repetía a lo largo de los años, extendió su mano hacia la derecha, buscando el cuerpo de su mujer. Allí sólo encontró las sábanas tibias y, de

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inmediato, le invadió las narinas un intenso aroma de un café recién preparado. -Aquí debe haber algún truco… ¿Qué será que ella está queriendo? –se preguntó Julián mientras refregaba los ojos para despabilarse. -¡Buen día!... ¡Aquí está el desayuno!, querido, -le dijo la mujer, arrimándole la bandeja que venía con una taza rebozada de café puro, unas rodajas de pan tostado untadas con paté, y un omelet de huevo con jamón. -¿Y ahora qué pasó? –dijo Julián, no conteniendo su desconfianza y en tono algo malcriado. -¡Nada!

tonto…,

-declamó

doña

Enriqueta,

acercándose para darle un beso y acariciarle la mejilla como lo hacía en otros tiempos, mostrando enseguida una leve mueca de sonrisa entre los labios marchitos. -¿Pero si el café siempre lo preparo yo? -le expuso Julián incrédulo, y mirando los deliciosos complementos que Enriqueta había preparado para él. Julián pasó todo ese día trabajando en la oficina, realizando normalmente su trabajo. No en tanto, él estaba con la cabeza envuelta en pensamientos suspicaces, intentando descubrir la repentina mudanza de actitud de su esposa; y lo peor, sin lograr comprender lo que realmente había por tras de todo eso. La Vida Como Ella Es

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Al anochecer, cuando retornó a su casa, luego de abrir la puerta, reparó las pantuflas colocadas al lado del sofá, y, sobre la mesita de la consola, había un platillo de papas chips, un recipiente con maníes salados y un vaso vacío junto a la botella de whisky. -¡Aquí hay gato encerrado! -balbuceó- ¿Qué será lo que ella pretende con todas estas sus delicadezas? –caviló Julián, al observar atónito el cuadro que se dibujaba frente a sus ojos. -¡Ya llegaste, querido! –oye pronunciar a su esposa mientras ella viene a recibirlo sonriente desde la cocina, secándose las manos en el delantal. -Dame tus cosas… Acomódate tranquilo, mientras yo termino la preparar la cena, -le sugiere Enriqueta en una expresión cariñosa. -¿Va demorar mucho?... ¿Qué preparaste para hoy?, -interpela Julián, intentando investigar, y como si estuviese preparándose para las nuevas sorpresas que le esperaban. -¡Lo de siempre, viejo!... Hice un escabeche de morrones. Después tenemos regatones al pesto, y, de postre, un flan de vainilla… ¿Te gusta? –le sugiere ella como quien intenta agradar.

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-Voy a tener que hacerte un regalo -decide pronunciar Julián, pretendiendo descubrir la verdadera trama del comportamiento sorpresivo que ella insinuaba. -¡No necesitas!… ¡Tonto!... Si quisiese algo, yo misma te lo pedía, -enuncia Enriqueta en una voz cálida, dulce, amorosa, acercándose para acariciarle otra vez la mejilla. Otra vez cenaron tranquilos en un ambiente bien avenido, acompañados de los sonidos del disco “Greatest Hits of Frank Sinatra” que ella había colocado en el tocadiscos, mientras él se regalaba el paladar con las exquisiteces que su mujer le había preparado. -Creo que voy a tomar un té de carqueja, -expresa Julián, luego después de haberse comido dos suculentas porciones de pasta severamente condimentadas, y de haber repetido tres veces el postre. -¡Que nada!, cariño, -le afirma Enriqueta-. Te tomas un buen café, como te gusta a ti -complementó alegre y risueña. A la mañana siguiente, ella repitió el mismo ritual del día anterior, llevándole el desayuno a la cama, y preparado con el mismo esmero de ayer, pero agregando todavía unos pastelitos de crema pastelera.

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-¿Dormiste bien? –le dijo ella, sonriente al ver que a su marido despierto y saludable. -¡Sí!, estoy óptimo -le afirmó Julián, aunque en realidad, en ese momento él sentía una tremenda dolor de cabeza. Pero halló mejor no comentarlo con su mujer. -Pienso que anoche tú debes de haber tenido una pesadilla –le comenta ella, mientras Julián se pasa la mano por el cráneo para suavizar el dolor. -¿Cómo sabes?... ¿Hablé mientras dormía? –le preguntó Julián, un poco desconcertado por ella haber descubierto que tuvo un mal dormir. -A mi me parece que soñaste que estabas pescando en el mar -le comenta Enriqueta, mientras exhibe una mueca de concupiscencia en su rostro. -¿Por qué lo decís? -Es que tú parecías el motor de popa del barco, por la manera como estabas roncando… Y pienso que las aguas deberían estar muy turbulentas… pues te agitaste durante toda la noche, -ella le expresa airosa mientras larga una carcajada de satisfacción. Ya era viernes, y para Julián la semana de trabajo por fin terminaba. Pero con complacencia percibió que aunque ésta había sido exhaustiva y agobiante en la oficina, le recompensaba el ánimo poder llegar a su casa y La Vida Como Ella Es

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ser tratado con tanta solicitud por parte de Enriqueta, quien lo estaba asistiendo como a un verdadero rey, ofreciéndole aquellos banquetes que él tanto apreciaba, con tanto agrado, tan afablemente. Empero, en su mente también merodeaba el hecho de haber pasado a existir esa mudanza tan radical en el comportamiento de ella, y lo peor, sin distinguir una razón aparente. Así que, al volver a casa el viernes y antes de abrir la puerta, Julián ya se entregó anticipadamente a pensar cual sería la sorpresa que ella le tendría preparada. Y así fue, pues al abrir la puerta la escena era semejante a la noche anterior. Allí estaban sus pantuflas, el vaso con la botella de su bebida predilecta, los platitos con queso trozado, unas galletitas saladas y algunas rodajas de bondiola. -¡Hola!... ¡Llegué! –le grita Julián desde la sala al no ver su esposa. -¡Hola!, querido… ¿Te atrasaste un poco hoy? – le manifiesta Enriqueta con aquella cándida sonrisa cálida que venía expresando últimamente. -Pero no importa… Yo también estoy un poco atrasada con la comida. Así que siéntate tranquilo, que yo

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voy a demorar más de una hora para prepararla –le informa ella, elocuente y comprensiva. Mientras Julián se desarropaba, asiente con su cabeza, en silencio. –Total, mañana no trabajas -le agrega Enriqueta. -¿Y qué preparaste para hoy? –busca averiguar Julián, no alcanzando a descubrir los aromas provenientes de la cocina. -Lo que tú adoras, ¡mi amor! –llega a pronunciar Enriqueta en una entonación dulce, cariñosa, amable. -¡Mirá!... De entrada, tenemos un antipasto de berenjenas, después un pechito de cerdo al horno con puré de manzana y ensalada de apio… Y de postre, unas frutillas con chantilly -declama ella con entusiasmo, observando el regocijo en las facciones del marido, y notando el júbilo estampado en los ojos al imaginarse frente a tan deliciosos manjares. -Lo que me extraña, -murmuró Julián en silencio-, es que ella está cocinando mucho de lo que no le gusta, y todo aquello que vive reprochándome que a mí me hace mal… ¡Juro que no la entiendo! -se entregó a cavilar circunspecto, sin conseguir concentrarse en la lectura del periódico.

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Los dos cenaron tranquilos al igual que las noches anteriores, pero durante la madrugada, él se levantó y fue hasta la cocina para tomar un vaso de leche. En ese momento sentía una acidez de estómago y una leve puntada en el lado derecho del vientre, pero no le dio importancia y volvió a acostarse. La mañana siguiente transcurrió rutinaria, Julián leyendo sobre las reseñas deportivas para el final de semana, mientras que la mujer se ocupó en ordenar la casa, las compras, y la preparación del almuerzo. -¿Qué almorzamos hoy? –él le preguntó curioso, al sentir el aroma de los condimentos que llegaban hasta la sala. -Para la entrada, vamos a repetir el antipasto que sobró de ayer, y para después, estoy preparando unas supremas de pollo con arroz al curry, y una mousse de chocolate… ¿Te parece bien? –ella le comentó inalterable, pero sintiéndose un poco fastidiada al notar la demora en el cumplimiento de sus propósitos. No es necesario describir que el hombre almorzó opíparamente, y luego después de tomar su doble cuota de café fuerte, decidió acostarse a dormir la siesta. Sin embargo, cabe acentuar que a media tarde Julián se despertó con el estómago hecho piedra, hinchado, La Vida Como Ella Es

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bañado en un sudor frío, con tremendos retorcijones que lo hacían ovillarse en la cama. -¡A lo mejor fue algo que me cayó mal! -pensó de inmediato, adolecido. -Pero no le voy a decir nada, porque sobre seguro que ésta va iniciar una discusión interminable… Mejor me quedo un poco más en la cama, para ver si se me pasa, -especuló silencioso. Desde ese momento en delante, fue un constante vaivén interminable que él realizó entre la cama y el baño, cuando varias veces se desaguó entre vómitos de bilis y una diarrea perpetua, mientras que el resto del tiempo los retorcijones lo crispaban en un dolor agudo que se paseaba de lo más campante entre el intestino y el hígado. Cuando ya no aguantó más, Julián fue obligado a solicitar la ayuda de la esposa, diciendo: -¡Vieja! Tráeme una belladona… Háceme un tecito de cualquier cosa… Dame algo para el estómago… -¿Qué te pasa? ¿Te sentís mal? –le expone Enriqueta en un tono cariñoso, como quien pretende demostrar cierto pesar por un mal ajeno. -Creo que algo de lo que comí, no me hizo bien… Tengo el estomago como un bombo… Siento escalofríos

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de la cabeza a los pies, -le confiesa Julián con voz consternada. Doña Enriqueta lo ayudó a reclinarse un poco en la cama, le acomodó una almohada para levantarle mejor la cabeza, y luego le puso un paño humedecido en alcohol sobre las sienes. Al buscar consolarlo, le dijo: -Debe ser un malestar pasajero… ¡Descansa un poco más! Cualquier cosa, me llamas, -y fue pronunciando aquellas palabras en una entonación de regocijo interno, como quien alcanza a notar que ya está casi próximo al triunfo. Por la noche, ella retornó al dormitorio y, al ver el cuerpo de su marido extendido entre las sábanas sufriendo de retorcijones y mil palpitaciones, sudoroso, entonces sonríe mezquinamente, mientras parada a los pies de la cama, le expresa altisonante: -¿Te sentís mejor? -Estoy horrible…, vieja. Todo me da vueltas… -balbucea Julián -Bueno, lo más importante es que después, tú te acuerdes de todo… No te olvides de nada… Recuerda de cada detalle -pronuncia Enriqueta en un acento burlesco, sin importarse del transe de su marido.

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-Ahora será mejor que descanses tranquilo en la cama, que yo me quedo en el otro cuarto, –le exclama. Demás está decir que la noche fue terrible para Julián, quien continuó sufriendo el mismo cuadro de indigestión aguda, y todas las consecuencias decurrentes del empacho de tres días consecutivos de ingestión de alimentos pesados y condimentados al extremo. Por la mañana, Julián pensó en ir al hospital, llamar una ambulancia, o buscar algún recurso que diera fin a sus padecimientos. Sentía que estaba a punto de desfallecer, justo cuando ve a Enriqueta ingresar en el dormitorio, preguntando: -¿Estás mejor?... ¿Quieres el café en la cama, o te vas a levantar? –palabras que expresó sintiéndose excitada, y hasta aliviada por el éxito alcanzado. -¡Me siento pésimo! -le susurra Julián en una voz casi inaudible -Creo que ya llegaste hasta el límite de tu resistencia -prorrumpe Enriqueta, sonriente. -La verdad -añadió-, es que yo pensé que el proceso haría efecto antes… Pero lo principal de todo, es que tú no te olvides de nada de lo que sentís… ¿Entendiste? -le expuso ella con voz sarcástica, mientras apoyaba los puños en sus caderas. La Vida Como Ella Es

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-¡Perra!... Veo que lo premeditaste todo -alcanzó a mencionar Julián entre dientes. -¡Uéee!... Como vos nunca vas al médico… Y siempre me decís que lo tuyo es un malestar sin importancia… -continuó a recitar ella en su alocución, agregando: -Todos los hombres piensan que son más hombres, porque creen que no necesitan ir al médico. -Así que, es probable que mañana, cuando tú vayas a verlo para tratar de tu dispepsia, de una vez por todas te decidas contarle todo lo que comes y lo que sentís.

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Teoría Sobre la Especie

De repente, la campanilla del teléfono volvió a sonar de forma estridente al repicar en el silencio del aposento, lo que en suma distrajo momentáneamente la atención de las personas que se encontraban concentradas en su trabajo. Haciendo un movimiento irreflexivo, el hombre que estaba sentado cerca del aparato tomó el auricular rápidamente, mientras que los demás presentes, sin querer ser indiscretos, fueron obligados a escuchar lo tácito de la La Vida Como Ella Es

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conversación, haciendo parecer que ellos se mantenían aplicados en sus tareas sin retirar los ojos de lo que estaban elaborando. La voz del hombre se sobrepuso en aquel silencio, al exponer: -¡Hola! querida…. -¿Ah, sí? -¿Qué pasó entonces? -¡No me digas! -¡Sí! Claro que tienes razón. -¿Podes repetirlo? Es que hay mucho barullo aquí. -Ciertamente, tuvo lo merecido… -Por supuesto…, claro que si. -Bien, no olvides que algunos tienen más suerte que otros… ¿No te parece? -Bueno, está bien… -Como tú quieras, amor. -A la hora de siempre… -¡Un beso! -Chau, querida…. Hasta luego entonces. Terminada la conversación, el individuo colocó otra vez el auricular sobre el aparato, y luego después de haber mantenido unos escasos minutos de una plática que pareció ser circunstancial, decide virar el rostro y mirar

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hacía su lado derecho, comentando inadvertidamente con su compañero: -Era Susy… Hoy quiere ir al cine. -Yo admiro tu capacidad de conversar con ella de modo aleatorio… Parecería que el uso de ese tipo de técnica que empleas, te permite seguir haciendo lo tuyo como si nada, -le expresó deliberadamente el compañero. -Son años de práctica… Negro. Pues con ella, uno necesita estar siempre prevenido, ya que siempre tendrá mucho más a decir que lo que uno quiere oír -le expone jocosamente, largándole un guiño como para acentuar su maledicencia. Pero ya que ambos habían perdido la concentración en su trabajo por causa de la fortuita llamada, resuelven continuar la charla haciendo una parada para tomar un cafecito. -¿Vos te diste cuenta de la capacidad que tienen todas mujeres para conseguir hablar durante mucho tiempo sin necesidad de parar para respirar? –le comentó el individuo que había recibido la llamada, al pretender disertar y exponer todo su conocimiento analítico dentro de un tema bastante peculiar.

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-Ciertamente, no son todas iguales… -le responde el otro, como quien busca adoptar una postura equidistante y ecuánime sobre un tema que no tiene discernimiento. -¡Mira, Negro! Según el dictamen que viene siendo trasmitido por la mayoría de los zoólogos…, se afirma que las mujeres tienen un aparato respiratorio único en su especie -le asevera el locuaz hombre con un cierto convencimiento en esa creencia. -¿Me estás cachando? –le manifiesta su amigo con una mueca de incredulidad estampada en el rostro. -“Amicus Plato, sed magis amica veritas” –señala el hombre que parece ser el dueño de la verdad, al promulgar delirante su ensayada frase en latín, buscando dar cierto confianza a su tesis. -Ahora sí que no entendí nada… -le revela el otro, mientras revuelve el azúcar para que se disuelva en el café, o tal vez, entretenido mientras buscaba en el subconsciente la interpretación correcta de la frase. -Es un proverbio que citan los filósofos -responde el otro-. Significa que no basta que una opinión o una máxima, sea afirmada por un nombre respetado como lo fue Platón, sino que ha de estar conforme con la verdad… Así que, lo que te dije, representa: “Amigo de Platón, pero más amigo de la verdad” La Vida Como Ella Es

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-Pero volviendo a la teoría que te estaba comentando antes -enmienda con testarudez-, ese aparato respiratorio que algunas de las mujeres poseen…, aparentemente, es el que permite que ellas no respiran únicamente a través de la boca o la nariz, o con ambas partes a la vez -le despliega elocuente, mientras realiza una pausa para aumentar el entresijo y bebe su primer sorbo de café ya medio tibio. -¿Vos me agarraste de cande hoy? –le pregunta el más joven en tono burlesco, especulando mentalmente que la explicación del amigo sólo podría ser una broma para pasar el momento. -¡Para!... Reflexiona junto conmigo… ¡Negro! Ya te dije que los estudiosos en esos asuntos, afirman que esa especie femenina tiene la capacidad divina de absorber el oxígeno por los poros de la piel, por el lóbulo de las orejas, por las manos, por las rodillas, y hasta por los pies… -Sí, dale… Continúa… Creo que hoy estás con toda la cuerda… Eso que vos decís es un absurdo -intenta debatir el otro, mientras enciende un cigarrillo y lo observa con una mirada circunspecta. En ese momento se les aproxima un otro compañero, que sólo alcanza a escuchar las últimas recriminaciones que el muchacho le hacía al hombre más veterano. La Vida Como Ella Es

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-¿Por acaso ustedes están hablando de fútbol? –les pregunta, como pretendiendo inmiscuirse en la plática de los otros. -¡Nada que ver! -responde el más joven. -¡No!... Aquí hablábamos de conjeturas y estudios científicos que fueron realizados con las mujeres, -le responde el erudito, agregando con una mueca: -Pero él no me quiere creer… Al notar que el recién llegado manifestó un abierto interés sobre el asunto, el hombre vuelve a repetir su teoría paso por paso, afirmándoles que el caso ya había logrado despertar una considerable curiosidad en el ambiente científico, y que hasta existe un interés muy grande en los principales medios académicos europeos para publicar un compendio irrefutable sobre el asunto. -Yo, realmente no creo que sea así como vos decís… -dudó el recién llegado-. Pero que en parte, creo que tienes razón, tampoco lo dudo… Porque en realidad, sé que existen mujeres que consiguen hablar sin parar, y todavía tienen la capacidad de pensar junto. -¡Bueno! Pero esa última parte que mencionaste, corresponde a un tema para ser debatido un otro día -le expone el más experimentado de los tres, como quien

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pretende no apastarse de la cuestión principal, sin aun haber alcanzado a disecarla por completo. -¿Y a que conclusión ustedes llegaron con esa teoría que existe? –busca averiguar el recién llegado con un poco de curiosidad. -Dicen… Fíjate bien… Que el aire que es aspirado por los poros de las distintas partes del cuerpo, luego se adapta a la temperatura corporal de la mujer, que, como todo humano, es alrededor de los 36° Celsius… -fue explicando, en el momento que debe cortar su relato por verse interrumpido por el más joven, diciendo: -Miren… Yo voy a continuar con mi trabajo. Me parece que este aquí, está desvariando -pronuncia con locuacidad al no estar de acuerdo con lo que está escuchando. -¡No! Aguántate un cachito… -ruega el más viejo-. Dicen que después, ese aire les sale por la boca en forma de una sustancia vaporosa llamada de aire caliente, que de pronto se transforma en palabras que, justamente, es lo que les permite hablar y hablar continuamente sin parar para respirar. -Bueno… Puede que haya un poco de sentido en lo que tú mencionas, pero no existe la comprobación científica que lo atestigüe -le afirma el recién llegado. La Vida Como Ella Es

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-“Trahit sua quemque voluptas” -le expresa con aspereza en su verbosidad, aquel que defendía la teoría. El más joven, al escuchar las palabras pronunciadas, una vez en la puerta, vuelve sobre sus pasos parándose frente a los otros dos hombres, y les dice: -¡Cada cual tiene una afición que lo arrastra! -pronunció con verbosidad-. Esa frase yo la sé… Es una máxima que fue pronunciada por Virgilio, y hace mención a respetar las inclinaciones que cada uno tiene. -¡Tienes razón! -le confirma el hombre que había llegado hacía pocos instantes, mientras escucha el otro decirles placidamente: -“Se non é vero, é bene trovato”. -Eso es italiano... y si no me engaño, es un proverbio que se refiere a que algo es cierto, aunque lo dicho sea falso, -declaró el más joven, enunciando las palabras un poco temeroso de que la explicación no fuese correcta. -Si piensan que son tan sabihondos así -los intimida el más viejo-. ¿A ver si ustedes son capaces de responderme ésta? –los desafía, mientras carraspea para limpiar la garganta y ajustar la voz para pronunciar: -“Felix qui potuit rerum cognosere causas”. -¡A la pucha!… Esa es para matar -pronuncian los otros casi a un mismo tiempo. La Vida Como Ella Es

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-En todo caso, eso yo se los dije, porque sé que los dos están pensando que soy medio ridículo sobre lo que les decía al respecto del estudio de las mujeres -exclama el erudito, dando la impresión que se encuentra un poco enojadizo con el encaminamiento burlesco que han dado a sus palabras. -¡Para! Cacho… No lo tomes a mal -ruega uno. -Sólo estábamos bromeando -le afirma el más joven de los tres. -Bueno, denle… Les doy la última chance, para ver si ustedes saben lo que les dije -el viejo los desafía nuevamente, ya demostrando estar un poco más satisfecho con las disculpas recibidas. -Yo me doy por vencido -dice uno de ellos. -Yo también… No conozco mucho de griego, -expresa el otro. -¡No es griego! Es latín, animal -resalta colérico, el hombre de más edad. -Bueno, ya nos dimos por vencidos… Explícate. -“Feliz de quien pudo conocer las causas de las cosas”… Fue eso que yo les dije. -Eso lo inventaste vos ahora -le comenta el joven.

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-¿Porqué que ustedes no me hacen un gran favor, y se van a la P.M.Q.P.?... Manga de mentecatos… -explotó el hombre, iracundo pero alegre. -Lo que yo expresé, es un verso que Virgilio escribió en el Geórgicas II, y que frecuentemente es citado para celebrar la felicidad de aquellos cuyo espíritu vigoroso penetra en los secretos de la naturaleza y se eleva así sobre las opiniones de los demás. Los otros dos lo miraron absortos, pero enseguida, el más viejo se marchó en dirección a su escritorio, se acomodó entre sus papeles, y pasó a demostrar una fisonomía de regocijo por haberles dado una lección de su culto discernimiento.

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Alevosía

Normalmente, por esa época del año la temperatura era algo fresca a esa hora de la mañana en la ciudad, lo que requería tener que utilizar alguna prenda como chaqueta, pulóver, casaca, u otra indumentaria similar para cubrir el torso de una persona. Por tanto, Fermín imaginó la oportunidad que eso le proporcionaba, ya que al poder cubrirse con una chaqueta común, le será posible esconder fácilmente el arma que llevaba calzada en la cintura.

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Lo que por otro lado él no había calculado, era que justamente en ese día estaba comenzando uno se aquellos periodos de calor infernal, haciendo con que pocas horas después los transeúntes tuviesen que andar por las calles en mangas de camisa o alguna blusa leve. -Espero no llamar la atención al estar vestido así -le manifestó irresoluto para su compañero, ensayando una media vuelta con su cuerpo para ver si su comparsa notaba el bulto del arma sobresaliendo sobre el lado izquierdo de la cintura. -Quédate tranquilo que está muy bien escondida… De cualquier manera, tu vestimenta da la impresión de que hubieses salido temprano de casa -corrobora Luis, que era el secuaz de Fermín. Los dos caminaron juntos en dirección de la avenida para tomar el ómnibus, buscando mantener una charla casual e insospechosa frente a la presencia de cualquier extraño que cruzase por ellos. En el trayecto, se detuvieron en un quiosco para comprar el diario, el cual pretendían usar como pantalla para esconder un poco la aprehensión que los dominaba. -Vos te sentás del lado de la ventanilla, y te pones a leer el diario… Así es más fácil eludir a los desconfiados

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-le orientó Luis, quien buscaba enseñar a Fermín sobre el comportamiento que debía asumir dentro del vehículo. -¿Sabes el lugar en donde tenemos que bajarnos? ¡No! -le subraya Fermín, agregando a seguir: -Avísame unas tres o cuatro cuadras antes… ¡Por las dudas! -añadió con voz afectada. Poco después, los dos tomaron el ómnibus, sacaron sus boletos, y el más flaquito de ellos se ubicó en una ventanilla, donde abrió el periódico, parsimonioso, y se entregó a leer; mientras que su compinche se mantenía atento a los movimientos de los otros pasajeros, pero sin llegar a demostrar señales de un nerviosismo que los pudiese delatar anticipadamente. Se bajaron en el lugar que habían combinado; en la esquina de la plaza, y caminaron un poco separados en dirección al sur por la misma avenida. Se detuvieron en la primera esquina, frente a un café, y antes de entrar en él, lanzaron un nuevo vistazo sobre el edificio que se encontraba del otro lado de la acera. -Tenemos tiempo -murmuró Luis-. Nos sentamos junto a esa ventana, y acompañamos el movimiento desde allí -le indica a Fermín, señalando con un movimiento de mentón la mesa vacía que estaba localizada a la derecha de

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la entrada, y media encapotada por la sombra del ramaje de un frondoso plátano que cubría ese lado de la vereda. -Nos tomamos un café, mientras observamos de soslayo la puerta… Aquí sentados podemos taparnos la cara con el propio periódico -le continuó orientando el muchacho que parecía ser el más experimentado. Quién los viese allí sentados, bien podía imaginar que eran apenas dos estudiantes universitarios, o tan sólo dos individuos jóvenes, de esos que deambulaban por las primeras horas de la mañana en busca de empleo. -¿Será que lo podremos hacer hoy? –le comenta Fermín, bajito, susurrante, preocupado por causa del intenso movimiento de gente, coches, y todo tipo de vehículos que cortaban aquella arteria de un lado a otro de la misma. -¿Lo decís por el movimiento?... Mejor que sea así… Cuanta más agitación haya en la calle, mejor para nosotros -Luis pregunta y responde al mismo tiempo, al intentar pasarle al comparsa un poco más de confianza, a la vez que le afirma seguridad al acto que practicarían. -¿Qué hora tenes? -indaga Fermín, demostrando el excitante nerviosismo que comienza a apoderarse de él. -Son las 9 y 12…. Tenemos como unos 15 a 20 minutos más… Cálmate, que nos sobra tiempo -le La Vida Como Ella Es

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responde su compañero, ya arreglando mejor el pedazo de diario con el que escondía su rostro. -¿Y si al tío no se le da por salir sólo?... ¿Cómo hacemos? -lo interpela nuevamente Fermín, con la voz angustiada por la incertidumbre. Hablaban casi en susurros, para que las palabras no se desparramasen por el ambiente casi silencioso de donde se encontraban, y evitando que pudiesen ser oídas por algún incauto a su alrededor. -Todo indica que hoy, éste tío ira salir solo… Normalmente, éste es el día en que así lo hace… Espero que se cumpla mi vaticinio -busca afirmar Luis con relativa convicción, de que el plan que había elaborado estaba correcto. -¿Y si él sospecha de algo? -pregunta su colega, que continúa a expresarse excitado. -Olvídate de esas cosas, por favor… Concéntrate en tu parte, y que sea como sea… -rezonga Luis- De cualquier manera, ya está decidido… Lo vamos a hacer hoy… Está resuelto, y pronto -alega quien aparentemente era el cabecilla y el más resuelto de los dos. -Entonces vámonos ya -instiga el que parece ser el más inepto y preocupado.

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-¡No! Sólo saldremos de aquí, cinco minutos antes… Cruzamos la calle, y yo me paro en aquella vidriera… ¿La ves? -Sí -Entonces, vos te colocas en aquel murito y te pones a leer el diario… Cuando el tío pase a tu lado… ¡Pronto! -¿Y vos?... ¿Qué harás? -Yo salgo de mi escondite y voy caminando detrás del hombre, para poder cortarle la salida y evitar que recule -explica Luis con tono flemático e inconmovible, al querer repasar todo el procedimiento que cada uno de ellos llevaría a cabo, mientras delineaba un itinerario ficticio usando el dedo indicador encima de la hoja del diario, para que el otro comprendiese y recapacitase sobre el objetivo. -Pagá la cuenta, así salimos a la vereda…, no falta mucho, -sugiere Luis, como para evitar contratiempos. Cada uno de ellos ocupa el puesto indicado, y ya se ve que Fermín mantiene la vista atenta y sus ojos no se apartan de la puerta de zaguán por donde deberá salir su presa. Ya eran las 9 y 34. Sin duda eso significa un cuadro que indica que hay un atraso de algunos minutos dentro de lo previsto por quien había elaborado el plan.

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Sin embargo, esos minutos generan incertidumbre en el muchacho de fisonomía delgada, y el que está ataviado con una indumentaria que ya se mostraba desigual entre sus pares que trajinaban por la acera bañados por un sol inclemente. Aquella demora lo hizo pensar: -¿Habrá salido más temprano?... ¿Será que sospecha de algo?... ¿Podrá ser hoy? -era un sinfín de dudas que comienzan a oprimir el ánimo de Fermín. -¡Pronto! Ahí está -se dice, al verlo salir a la vereda y encaminarse con pasos decididos hacía el lado donde ellos estaban ubicados. Para su suerte, notó que el hombre estaba sólo. Empero, de pronto ve a una mujer joven que sale del mismo edificio y lo llama, haciendo que el individuo retroceda nuevamente hasta la puerta. Los nota que ambos conversan durante algunos segundos, mientras que la mujer le entrega alguna cosa que luego el hombre la guarda rápidamente en su maletín; y al despedirse, retoma su camino nuevamente. Todo aquello se sucede bajo un imperceptible gesto de contrariedad en quienes lo estaban observando a distancia. Fermín, al distinguir que el hombre ya viene a camino por la misma acera hacia donde él se encuentra, siente que su rostro se crispa de emoción, reparando que La Vida Como Ella Es

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los músculos le están contrayendo la carne alrededor de los tendones, en cuanto siente la adrenalina aumentar el ritmo cardíaco dentro del pecho. Cuando lo ve venir, le dirige a Luis una señal positiva con la cabeza, informando que ha llegado el momento de ejecutar la acción. A su vez, percibe que Luis se pone a doblar el periódico como si nada. Fermín no vacila. Va a su encuentro y se esconde en el pórtico de una casa, y allí lo espera. -Ya debería estar escuchando sus pasos -piensa reflexivamente al notar el lento pasar de los segundos que aun lo separan de la culminación del hecho. Preocupado por la demora, rápidamente discurre por lo que debe haber salido errado, e inclina su cuerpo hacia delante para espiar por el borde de la pared, entretanto, mantiene la mano sujetando la culata del revólver. -Por las dudas -se dijo. -¿Y ahora qué? –se pregunta dos segundos después, al ver la figura de su presa parada en bajo las sombras entrecortadas de un árbol, conversando sin preocupación con otra persona, bien en medio al movimiento de transeúntes que andan por la vereda. La parada sorpresiva del individuo hace que Luis deba continuar caminando enfrente. Al llegar hasta el La Vida Como Ella Es

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lugar donde se encuentra Firmin, escucha que éste le grita en una expresión afónica: -¡Volve desgraciado! ¡Volve!... Cuando notes que el tío se mueve otra vez… Te venis de vuelta por atrás. El día ya estaba caluroso para la ropa que él llevaba, y Fermín sentía que el sudor le estaba inundando la frente con finísimas gotas, y apreciando como la transpiración le estaba empapando su camisa. Por su vez, el barullo de los automóviles ya comenzaba a despertarle un leve dolor de cabeza. La demora de aquel hombre en una conversación imprevista, permite que Luis regrese a su posición original y retome la postura metros adelante, encubriendo parte de su perfil con la lectura del diario. -Estamos tan cerca y todo parece ser tan difícil -razona Fermín, ansioso. -¿Y si lo agarro ahí en dónde está? ¿Pero seguro que aquel tipo me va a ver?... ¿Y si alguien más sale… o llega a esta casa? ¿Será que estoy llamando la atención de las personas… aquí parado? –comienza a desvariar en dudas, intentando eludir aquel maldito imprevisto, a la vez que buscaba una nueva alternativa para concluir la hazaña. De pronto, Fermín observa que los hombres se despiden y su víctima ya está pronta a retomar su andanza. La Vida Como Ella Es

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Entretanto, él decide reclinarse sobre la pared mientras comienza a contar mentalmente los pasos que lo separan de su albo, afirmando fuertemente el la húmeda palma de su mano la culata del arma, en cuanto busca con el dedo destrabarle el pino de seguridad. Ya oye los pasos cercanos, y Fermín sale para enfrentarlo, decidido, resuelto a poner un fin a la vida de aquel hombre y en las perversidades del mismo. Justo en ese instante ve a su compañero que venía cerrando la espalda de la víctima para evitar la huida. Sin mediar palabra y mirando a los ojos de su interfecto con una contemplación feroz, cruel, llena de un odio casi inhumano estampado en sus facciones, retira el arma de su cintura y apunta directamente al pecho del hombre, cuando aprieta el gatillo haciendo detonar el proyectil. El

individuo

observa

desconcertado

aquella

sorpresiva y extraña escena e, indeliberadamente detiene su paso. Pero ya es tarde, y por más que esboce un ligero movimiento como para esquivarse del impacto de la bala, no alcanza a percibir si primero escuchó la percusión del tiro, o fue el ruido que la bala hizo al despedazar la carne y los huesos de su pecho.

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En ese instante deja caer el maletín mientras lleva la mano derecha al pecho, y con la izquierda busca tantear la pared para mantenerse en pie, emitiendo un rugido entre dolor y estertor. Quizás gritó buscando ahuyentar a ese desconocido de ojos oscuros, cabello lacio, flaco, mirada penetrante que en esos instantes le parecía que le hablaba desde lejos. -¡Ese fue por lo que le hiciste a Claudette!... Toma… ¡Éste ahora es por mí! –le grita Firmin con entonación tajante, mientras aprieta nuevamente el gatillo del revolver y observa la bala incrustarse en el pescuezo del individuo. Sin duda, para Fermín fue una escena dantesca, el hecho de ver aquella mole humana de carne y huesos ir doblando de vez las rodillas y desplomarse grotescamente en el pavimento. Todo el acto duró apenas tres o cuatro segundos; pero al primer estallido, las mujeres ya huyen corriendo y el barullo hace espantar a los hombres que estaban por los alrededores. Eso deja un claro círculo vacío, donde en su centro está parado Fermín con el arma humeante en la mano, y el cuerpo tieso del moribundo tirado en la acera. -¡Vamos!... ¡Vamos! -le ordena Luis, en cuanto lo agarra del brazo para hacerlo volver a la realidad.

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-¡Sí! ¡Sí!... Corramos ya -le responde Fermín, mientras se guarda nuevamente el revólver en la cintura. Se arriesgan a cruzar la avenida rápidamente, esquivando autos, ómnibus y demás vehículos que, ajenos a la consumación de la venganza, continúan a disparar por sobre el asfalto de esa mañana caliente. -Fue muy rápido… Además, ¡agente!, no vi bien, pero creo que eran como tres o cuatro que lo cercaron y lo quisieron robar, -llegó a declarar a la policía, el único testigo que presencio el homicidio.

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Los Marcianos

Era domingo, y la pareja de aquellos románticos palominos que llevaban muy poco tiempo de casados, había sido convidada para almorzar en la casa de los padres de la muchacha. Para el joven marido, además de confraternizar con su familia política, aquel momento oportuno significaba una buena ocasión para conversar con el padre de su mujer, su suegro.

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No en tanto, mosqueado, tenía antevisto previamente que aquella no sería una conversación simple de exponer, pero de cualquier manera hallaba que solamente un hombre con tanta experiencia de vida sería capaz de ayudarlo a esclarecer su percance. En fin, cuando ellos llegaron, don Enésimo ya estaba preparando el lugar para colocar la parrilla adonde asaría unos trozos de carne, ya que en el terrenito existente en el trasfondo de la casa había espacio suficiente para colocarla al lado de una enorme higuera y junto algunos naranjeros y ciruelos. Pero en realidad, el espacio preferido del viejo señor, era sentarse debajo de la parra, donde pasaba la mayor parte de su tiempo ocioso. Allí tenía su silloncito de mimbre, una mesita de madera rústica, en donde se sentaba tranquilo a escuchar la radio, tomar el mate, hojear el diario o a entretenerse con la lectura de las novelas de Ágatha Christie que tanto adoraba. Admiraba las hazañas del inspector Poirot, y leía y releía las obras de misterio y asesinatos, que aquella catedrática de la literatura policiaca había escrito. -¡Don Enésimo!... Necesito conversar con usted, -le dijo el muchacho en un determinado momento, al percibir que ellos estaban solos, y ya un poco más animado por

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causa de la cañita curtida con carozos de nísperos que el suegro le había ofrecido. -Conversando estamos -le respondió el suegro, sonriente, al ver la cara circunspecta con que su yerno lo miraba. -Es que el tema… me parece medio fulero… ¡Al menos para mí! -expuso el joven, en un comentario afligido, intentando dar un aspecto más disimulado al contenido de la cuestión. -Imagino que debe ser cosas de mujeres… ¿Hubo alguna pelea entre ustedes? –lo interroga el hombre, como conjeturando de antemano que la aflicción del muchacho era una cosa que envolvía su hija en medio del asunto. -Porque no sé si tú sabrás, que el genio de Raquelita es igualito al de su madre… No tengo dudas en cuanto a eso… -intenta aseverar el suegro, buscando dar confianza para que el muchacho le contase sus pesares. -¡No!, que va… si ella es un amor, don Enésimo… No es nada de eso que usted imagina -le comenta el yerno, al pretender disuadir el pensamiento que comenzaba a fluir en la mente de su suegro. -¡Mira!, Nicanor… A mí no me sorprende que ella tenga ese tipo de personalidad agresiva-pasiva-depresivacompulsiva-obsesiva… -recitó el hombre-. Ésta me salió La Vida Como Ella Es

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con todos los genes malos de la madre, -le explica don Enésimo con tono de crítica y comicidad, provocando aún más la incertidumbre en la mirada del muchacho. -Pero esa característica… -intentó exponer el yerno, cuando notó que el suegro lo interrumpía para completar la explanación anterior, agregando: -Para que sepas, ese es un temperamento que los psiquiatras catalogan científicamente como siendo el genio de una “chiflada”… Así que, mejor tomate una cañita, que con el tiempo terminarás por acostumbrarte, -le afirmó don Enésimo, elocuente y taxativo. En el momento, si bien parecía existir entre estos dos hombres una cierta dosis de simpatía y cordialidad, el muchacho hallaba que aún le faltaba un toque de connivencia íntima con el cual se permitiese exponer más abiertamente a su suegro, algún comentario íntimo de la pareja. Pensaba que le faltaba confianza para poder colocar las palabras correctas, desnudas, directas. -Es que no sé como decírselo… Es un tema un poco particular -intentó explicarle Nicanor, mientras buscaba ungirse de un poco más de ánimo para contar el trance. -Entonces… ¿Es por causa de otra mujer? –el suegro preguntó preocupado, al percibir que el yerno se esquivaba de abordar el asunto directamente. La Vida Como Ella Es

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-¡No!, el asunto no es ese -Nicanor le responde serio y preciso, buscando eliminar de vez esa razón. -Pero la cosa… ¿es contigo, o con ella? –investiga el viejo, ansioso por descubrir sobre lo que trataba un tema tan reservado así. -¡Bueno! Tiene que ver un poco con los dos -Nicanor le comenta avergonzado. -Me imagino… Ya se pelearon… Ella rompió todo… -busca adivinar el suegro-. Pero esas cosas pasan, son transitorias… Tú tienes que entender que eso siempre existió, y más con el genio que ella tiene… ¡Bien que te avisé!, -dijo don Enésimo. -Perdóneme, don… Pero es que me falta confianza para comentarle esas cosas… Es medio íntimo… Cosas de la cama, usted sabe… ¿Me comprende? –expresa Nicanor casi balbuceando, tomando aire, y como si en él fuese a encontrar la confianza que le faltaba para tocar el tema. -Pero dale ché, no me vengas con esas cosas… Al final, parece que me hablas como si yo fuese un ingenuo, -le responde el suegro, intentando alimentarlo de la confianza necesaria para abordar el asunto. -La verdad, es que la cosa no es de ahora… Ya empezó algún tiempo atrás -le intenta explicar el yerno al iniciar la exposición del drama. La Vida Como Ella Es

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-¡Peor todavía!… Porque tú podías habérmelo dicho antes… Pero igual, tomate una cañita, que te juro que ella te ayudará a desembuchar más fácil -insiste el hombre, sugiriendo una manera de hacerle driblar la incertidumbre que rodeaba al muchacho, mientras extiende el brazo con la botella del brebaje en la mano. -Si yo sigo tomando, no llego a la hora del almuerzo –intenta disculparse Nicanor, pretendiendo dispensar el ofrecimiento que le hacía el suegro. -¡Déle m´ijo!... Que con el pico dulce, cualquiera es un cantor, -apuntó el hombre, buscando convencerlo para que soltara la lengua de una vez. -Lo único que no tiene solución… es la muerte, Nicanor. Así que me lo podes contar nomás, que yo no me voy a asustar -le expresa en una voz afable y firme, para que el otro comprendiese que podía confiar en él. Justo en ese momento aparece doña Hortensia, la esposa de don Enésimo

y madre

de Raquelita,

preguntando si todo estaba dentro de los conformes y, de paso, intentando descubrir si los hombres no se estaban pasándose con la bebida. -Medíte con la caña… ¡Ta!, que después el asado queda achicharrado… ¡Me oíste! –exclama Hortensia, con una mirada inflexible hacia los dos. La Vida Como Ella Es

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-¡Sí, vieja!... Tu parte te la voy a dejar bien crudita, -le responde el marido, de forma burlesca. -¡No te hagas el loco!, que vos sabes que no me gusta que bebas demás, y todavía hoy…, que Nicanor está aquí –comenta ella un poco intolerante, mientras buscaba agradar a su yerno, dirigiéndole una sonrisa apática. Cuando ella se retira, el marido toma la iniciativa de la conversación, y comenta: -¡No te dije! Es una arpía, sólo está tranquila cuando consigue amargar a los demás -dice, mientras guiña el ojo y esboza una mueca de sonrisa en los labios, para seguir añadiendo: -Pero dale…, habla de lo que quieras, que ahora estamos solos… Decime de una vez, que ya me tienes en ascuas. -Bueno… sabe… como le dije… la cosa ya tiene algún tiempo -inició diciendo Nicanor, balbuceante, intentando buscar las palabras con las cuales podría expresar mejor su aflicción. -¡Sí! ¡Sí!, dale antes que venga otro -incentiva la voz del viejo, loco por enterarse del entresijo. -Es que su hija…, hace algunos meses, tuvo un sueño extraño… Y a partir de ese día, su comportamiento

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mudó -intenta disertar Nicanor al nombrar sobre el cuento del asunto en cuestión. -¿Y?... Bueno… Para un cachito, que voy a dar vuelta la carne -lo interrumpe el hombre, cumpliendo primero con su requisito de asador, para quedarse libre de cualquier cosa que le distrajese la curiosidad del drama que el yerno le estaba por contar. -Ahora, dale nomás -dijo taxativo, y agregó: –Soy todo oídos. -Es que su hija… hace algún tiempo, tuvo un sueño… Bastante extraño por señal, pero que, según me lo contó… Ella aparentemente fue secuestrada por unos marcianos -inicio a decir palpitante y con la voz un poco consternada. -Ja, ja, ja, -irrumpe el viejo a carcajadas. Cuando se recompone, agrega: -Es igualita que la madre… ¿No te dije? -Pero espere don… que el problema viene después, -anuncia Nicanor, intentando llamar la atención por poder exponer el verdadero misterio. -Ella me dijo que una noche fue secuestrada por unos marcianos, pero no se vaya a creer que eran como esos de los cuentos…, tipos verdes…, o de esos cabezones, con los ojos rojos, o cosa parecida… Ella me La Vida Como Ella Es

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dijo que éstos eran distintos a todos los que conocemos, -le explica Nicanor en su narración. -Pero si los extraterrestres son todos iguales… ¿De dónde sacó eso? -le afirma el hombre, absorto por el comentario que le hacían. -Parece que la nave espacial, ¡sí!… Era de esos tipos de platos voladores que vemos en las películas. Pero parece que esta posó en el medio de un descampado, con un montón de luces parpadeantes…, de todos los colores posibles e imaginarios -menciona Nicanor abriendo los brazos-. Una cosa espectacular, que más se parecía a la iluminación de una noche de año nuevo cuando todo el mundo hace estallar los cuetes voladores. Don Enésimo lo mira, boca abierta, pera en el pecho. -Parece que en ese momento, la puerta se abrió -enmienda el yerno- O mejor dicho, bajó, porque era parecida a una rampa… Toda alumbrada por un tipo de spots encandiladores que hacían de la noche como si fuese de día. -¡Bueno!... Parecería que hasta este momento no hay nada de nuevo en lo pretendes contarme -le interrumpe el hombre, ya más aliviado por el paradigma de la conversación de su yerno.

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-Es que… A partir de ese momento, es cuando en realidad comienza la cosa… -busca informar el muchacho, manteniendo la expectativa por el acontecimiento. -Entonces, continúa, mientras yo voy a vichar el asadito -le anuncia el suegro en tono de estímulo, loco para saber lo que había pasado. -Cuando la puerta se abrió -empezó a decir Nicanor, con ojos grandes-, se bajaron unos individuos que eran diferentes a los E.T comunes... A ella le pareció que eran una mezcla de Johnny Weissmuller, con Peter O´Toole y Christopher Reeve, una… -fue exponiendo al intentar describir las fisonomías de los marcianos, justo en el momento que el hombre, con el tenedor clavado sobre un trozo de carne, lo encara y pregunta incrédulo: -¿Y ese, quién es? -¿Johnny?... Es aquel actor musculoso que hacía las películas de Tarzán, -lo corrige el yerno. -¡Sí!, a él lo conozco… Fue cinco veces medalla de oro en los juegos olímpicos… Un gran nadador –le responde, intentando esclarecer la duda-. Pero yo te preguntaba por el otro, que no recuerdo quien es -agrega. -¿Peter O´Toole?... Es el tipo que trabajo en el film Laurence de Arabia… Aquel rubio de ojos celestes -describe el muchacho. La Vida Como Ella Es

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-¡No! ¡No! El otro que vos nombraste –corrige el suegro, interrumpiéndolo con cara de asombro. -¡Ah!, ¿usted pregunta por el que hacía el papel de Superhombre?... Pues ese es Christopher Reeve. Ya se murió, pero era un morocho con un excelente porte atlético, buen mozo, con el flequillo que le caía sobre la frente… -Nicanor esclarece de manera que su suegro comprenda quien era el personaje. -¡Ahora recuerdo quien es! -asiente el hombre. -Bueno, como le decía, ella me contó que los que bajaron de la aeronave…, eran así… como ellos, con ese porte físico impactante, musculosos. Eran corpulentos, con los bíceps extremamente delineados, con un semblante que los hacía parecer ángeles celestiales… ¿Me comprende? -¡Sí!, hasta aquí no veo nada demás… Puro sueño – le notifica Enésimo. -Pues no es bien así, don Enésimo... -le reprocha el muchacho-. Ella me dijo que, cuando la agarraron, y en virtud de estos tener esa apariencia tan humana… tan hermosa…, me afirmó que simplemente no les ofreció ninguna resistencia… Que, por señal, me llegó a afirmar que fuera prácticamente ella, la que les pidió a ellos que la llevasen junto.

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-Y vos, pánfilo, no le dijiste que si eran tan lindos como los describía, ¿por qué no se quedó con ellos? –le indica el hombre con una sonrisa gravada en el rostro. -Pero déjeme terminar, don Enésimo, que la cosa no paró ahí… -se ataja el muchacho-. Parece que el viaje… que no me sabe decir por donde lo hicieron…., porque no se veía nada para afuera de la nave, duró algo más dos días, -le esclarece Nicanor, todavía con el semblante serio y con la mirada circunspecta. -¿Y de ahí? -De acuerdo con lo que me contó Raquelita, los extraterrestres sólo querían descubrir cómo era que los terráqueos hacían para poder convivir entre dos especies de sexos opuestos… Los hábitos que tenían… Cómo procreaban… Todo ese tipo de cuestionamientos que, aparentemente, para ellos todavía era una incógnita… –le va explicando Nicanor, balbuceando y con palabras entrecortadas. No obstante, el muchacho no alcanzó a terminar su explanación, porque el viejo se dejó caer sentado sobre su silloncito de mimbre, en medio de una carcajada descomunal, cuando por las mejillas le corrían las lágrimas del gozo que sentía.

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-¡Para!... ¡Para! Déjame recomponer, que ya me duele el estómago de tanto reírme, -expresa el hombre. -En todo caso -continúa a relatar el yerno, serio-, según ella me contó…, entre las experiencias que le hicieron… Porque en realidad ella fue muy solicita en auxiliarlos… Y que, dicho sea de paso, estos no utilizaron ningún tipo de violencia para con ella… En eso del arte del amor, parece que los marcianos tienen algunas mañas diferentes de los humanos. Mientras el yerno narraba entrecortadamente las peripecias de su esposa, don Enésimo continuaba a descoyuntarse a carcajada suelta, sujetándose la barriga y tosiendo para no ahogarse con sus risas. -Aparentemente -añadió Nicanor-, el miembro de esa gente se eleva a medida que le hacen un toque en las orejas… Se las retuercen, y el órgano va creciendo de una forma descomunal -le va explicando y haciendo un ademán con sus manos, en cuanto se retuerce su oreja. -Déjate de embromar… ¡hombre! ¿Y vos todavía le das pelota a esa loca? -exclama el suegro, llorando de tanto reír; mientras que, imitando al yerno, se retuerce sus propias orejas. -Por eso que yo no le quería contarle nada -resalta Nicanor, y enseguida agrega: La Vida Como Ella Es

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-Yo sabía que usted no me iba a creer… -continuó hablando, manteniendo ambigüedad sobre el asunto. -Pero eso es un sueño… Ella misma te lo dijo antes… ¡Nabo! –corrige don Enésimo, intentando hacerlo volver a la realidad. -¡Bueno!, si es así… Entonces dígame: ¿Por qué, que cada vez que nosotros hacemos el amor, ella continua retorciéndome las orejas? –le pregunta ensimismado. -A vos, seguro que la caña te cayó mal… -dijo de pronto don Enésimo, no alcanzando a comprender lo que el meditabundo muchacho quería decir con esas palabras. -Después continuamos a hablar de eso, Nicanor -le propuso el suegro-. Vamos a comer, que la carne ya está pronta –le indica, ya mirándolo con incredulidad por causa de las últimas palabras que había pronunciado el muchacho. Cuando ellos llegaron al comedor, la mesa ya estaba preparada, aguardando solamente por la carne y que los comensales se sentasen a su alrededor. Había seis lugares dispuestos, los que serían ocupados por Enésimo y doña Hortensia, Raquelita con su marido Nicanor, la hija más joven, y una hermana mayor de la dueña de la casa. Todos dispuestos para sentarse uno frente al otro, a lo largo de la mesa. La Vida Como Ella Es

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El almuerzo transcurrió de manera normal, sin contratiempos, aunque daba para notar que el muchacho seguía sintiéndose un poco reservado, formal, cauteloso, al percibir que las dos mujeres mayores, de vez en cuando, en el transcurso del almuerzo, lo miraban con un cierto aire de complacencia, y observándolo con una punta de malicia. Notaba algo diferente en la mirada de las dos, que él no alcanzaba a comprender claramente lo que era. En un determinado momento, justo a la hora del postre, el muchacho casi tuvo un ataque de indigestión. Ocurrió cuando doña Hortensia, encarando la mirada de su marido, entre una cucharadita y otra del manjar, hace un guiño suspicaz dirigido a don Enésimo, y comienza a retorcerse la oreja con la mano izquierda.

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Desconfianza

-¡Mira, viejo! Creo que ya es hora de que tú hables con el nene… Esas cosas son deber de varón… -comenzó a ponderar la esposa con convicción. -Para mí, se hace un poco difícil poder explicarle ciertas cosas -le dijo ella, intentando una vez más convencer al marido para que abordase con el hijo el tema de la sexualidad. -Pero mujer, todavía es muy chico… La cabeza de él no está preparada para comprenderlas… ¡Más adelante lo

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haré!... ¡Prometo! –le respondió el marido, al intentar desembarazarse lo cuantos antes del asunto. -¡Ajá!... Y esas revistitas de la Playboy que encontré escondidas debajo de su colchón… ¿Para qué las quiere? – acusó la madre, esgrimiendo en su mano las revistas ajadas que antes había escondido en el ropero. -Las debe estar mirando para entretenerse con las figuritas… ¿Qué sé yo? –buscó argumentar el padre, sin darle la debida importancia al asunto; pero con unas ganas locas de dar una ojeada más detenida en las hojas de las revistas que ella estaba balanceando frente a él. -¡Qué ingenuo que sos, Felipe!... Yo me acuerdo que mi hermano, a la edad del nene, ya participaba de campeonatos de escupida a distancia que los otros chicos del barrio practicaban a su edad, -le explica la esposa, entonando una voz bastante encolerizada. -Ahora, porque tu hermano era un degenerado igual que tu padre, ¿vos pensás que Raulito es igual que ellos? -le reprocha el marido, como si estuviese buscando provocar la indignación de la esposa. -Pero háceme el favor… No empieces con tus cosas… ¿Qué mierda tenes? ¿Porque se te antoja hablar de ellos de esa manera? –le incrimina ella, furiosa por haber atacado a su familia. La Vida Como Ella Es

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-¿Yo?... Quién comenzó, fuiste vos, con esas cosas que se te da por poner en la cabeza… ¡A ver!... Dame esa revista, que yo quiero ver lo que Raúl estaba mirando -insiste el hombre, mientras extiende la mano para tomar con cierto alarde, alguna de las publicaciones que ella mantenía aferrada entre sus dedos. En lo intrínseco de su cabeza, la mujer comprendía dentro de su neurastenia, que antes que ser mujer, ella debería ser una madre súper protectora, y que le incumbía velar por el futuro y la masculinidad de su hijo. No podía permitirle a su pimpollo cualquier desvío de conducta que en el futuro pudiese poner en peligro la hombría del chico. Por otro lado, el esposo pensaba al contrario, ya que ciertas cosas que suceden en toda relación entre cualquier macho y hembra, es algo que en el decorrer de la vida todo muchacho termina por vivenciar y comprender, y resulta sin la necesidad de que haya que abordar el tema abiertamente entre un padre y su hijo. Para él, su simplista pensamiento era una manera de esquivarse de los momentos difíciles que surgen al tener que exponer ciertos hechos utilizando para ello las palabras correctas, comedidas, sin despertar una penuria de sobresaltos, ni excitar la mente de un niño en demasía, no fuese que se traumase a temprana edad. La Vida Como Ella Es

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En su mente, el marido recapacitaba que el debido esclarecimiento del tema debía surgir de a poco, con naturalidad,

con

sencillez,

cuando

sólo

entonces

respondería las dudas tomando como base la amistad y el afecto que existía entre los dos, y en parte, de la misma manera como había sido con él y su padre, en un determinado momento muchos años atrás. -Después, el nene te sale como el hijo de Josefina… Que para mí…, es ridículo tener que verlo con esos modales y esa delicadeza toda… -continuó aseverando ella, mientras ponía en jaque la cualidad de carácter del hijo de su amiga. -En primer lugar, creo que vos estás un poco desubicada, ¡mujer!... Porque ese nene tiene sólo ocho años… y vos estás confundiendo cortesía y enseñanza de buena

urbanidad,

con gesticulaciones

y ademanes

delicados… ¡Háceme el favor! –intenta explicarle el marido, saliendo en defensa del otro chico. -¡No te olvides! -agregó- que ese niño carece de convivencia directa con un padre que lo apoye y lo instruya de algunas cosas como… -continuó a decir, hasta el momento que la voz encolerizada de la esposa lo interrumpe, expresando:

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-¡Abrí el ojo! Felipe… Que los míos, yo ya los tengo bien abiertos… ¿O te pensas que soy tonta, y no veo las miraditas que ella te larga? –ella le grita de pronto, advirtiendo al marido de la desconfianza que tenía sobre las intenciones ocultas de la otra mujer. -Que te crea una tonta… ¡No! Ni en pedo –dijo él, y agrega con un acento burlesco: -Pero parece que tú tienes una tendencia simplista para ver las cosas… -insinúa pachucho-. Parece que todos son cucos en tu mente aminorada… Vos debes creer que sos médium o algún tipo de hechicera, de las que adivina cosas donde no existen -le responde el hombre, un poco fastidiado por el tipo de alusión que le hacían. -No te hagas el gallito muerto, que yo no me chupo el dedo… ¡Qué te quede claro!... ¿Me oíste? –enfatiza ella, más indignada que antes, y amenazando al marido con el dedo en ristre. -A mi me parece que vos pretendes sacarle peras del olmo, con esas semejantes ideas que se te ponen en la cabeza… -él le reprochó sin mirarla-. Esa pobre muchacha se mata trabajando para mantener a su hijo, y a vos se te ocurre inventar cosas sobre ella –le iba diciendo el hombre, ya sin dar mucho mérito a los arranques de carácter de la esposa. La Vida Como Ella Es

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-¡Ahora es muchacha!... ¡Una pobre muchacha! Si hasta es más vieja que yo… Y a voz se te da por referirte a ella como… ¡Muchacha! –explota la mujer entre exclamaciones coléricas, pronunciando las palabras con un aire de despecho, con una animadversión subrayada sobre la distinta edad que existía entre ellas. -No precisas ponerte así… Al fin de cuentas, ella sólo debe tener unos dos años más que tu…, lo que no necesariamente la hace mas vieja… si ese es el criterio correcto para la definición, -asevera él, haciendo hincapié en la frase, para confirmar que no consideraba a su esposa una persona veterana, tomando por base la edad que tenía. En todo caso, el hombre, en su análisis, juzgaba que la esposa poseía una estructura cerebral diferenciada de las otras mujeres, algo que le permitía producir procesos de pensamiento únicos en un mundo natural; y encima de esos pensamientos, ella todavía los consideraba “lógicos”, por razones que únicamente ella sabía y comprendía. Pero que podría él hacer contra esa naturaleza divina, a no ser intentar argumentar y esperar que el genio iracundo se calmase. Mientras tanto, halló mejor dedicarse a hojear la revista que ya tenía entre manos. -¿Me parece que ésta revista ya la leí? –comenzó a discurrir Felipe, cuando descubrió tratarse de una edición La Vida Como Ella Es

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antigua que él tenía guardada dentro de la valija, encima del ropero. -¡Laura!... Esta revista es de las que yo tenía guardadas… ¿Cómo será que Raulito descubrió donde estaban? –le pregunta a la mujer, un poco preocupado por la revelación. -Ya te dije mil veces que hay que tener cuidado… Sabes que los niños son muy curiosos… Que viven revolviendo las cosas, los cajones, por todos lados -ella le responde un poco desatenta de la interpelación que le hacía el marido. -Pero si el nene tiene ocho años… ¿cómo es posible que saque las revistas de adentro de la valija?... Y todavía de arriba del ropero, -confiesa él, demostrando un semblante medio irreflexivo, por el hecho en si. -¡No sé! –le dice la esposa, poco interesada en continuar con la conversación. -Esto sí que hay que aclararlo… Es más importante que la propia revista… ¿Y si se él cae y se rompe un brazo?... O la cabeza… o que se yo, -Protestó el marido demostrando indignación en sus palabras, y preocupado por lo que pudiese causar algún accidente domestico. -Si no fuiste vos, entonces fue la empleada…, otro no entra aquí en el cuarto, -el marido evalúa preocupado, y La Vida Como Ella Es

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ya por considerar abusiva la actitud que había tenido la mucama, y ya imaginándola culpada por la indiscreción. -¡Dale, Felipe!, olvídate de eso… Al final, la culpa es tuya por guardar esas porquerías… ¿No? –le incrimina la esposa, ya decidida a abandonar el tema de la discusión. -¡Ahora son asquerosidades!... Pero bien que antes te gustaba ojearla junto conmigo, -le asevera él, con un acento de defensa de su antiguo hobby. -¿Cómo será que ocurrió? –piensa el hombre para sí, mientras va deteniendo su mirada entre una y otra foto erótica que están estampadas en el ensayo. -¿No habrás sido vos, que la sacastes de allí? –le pregunta al rato a su mujer, como quien larga un anzuelo al mar, así medio flemático. -¡Dale! bobito… Olvídate de eso… -le dice ella mientas apaga la luz de su veladora y, cariñosamente, acomoda su cuerpo junto al marido, intentando acabar con la obstinación de él. A la mañana siguiente, durante el desayuno, Felipe retoma nuevamente la cuestión que para él, aún no había sido totalmente esclarecida, diciendo: -¡Laura!... Es mejor que me cuentes la verdad… No quiero hacer injusticias con la empleada… porque para mí, quién retiró la revista de la valija, fuiste tú, -le expresa de La Vida Como Ella Es

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manera impasible, taxativa, con dicción pausada pero segura. -¿Todavía no te distes cuenta? Bobito –ella le responde de manera precisa frente a la duda del esposo y mostrando un acaloramiento en el rostro. -¿Y vos necesitabas anoche hacer todo ese melodrama? –le pregunta el mosqueado marido, cuando haya por bien continuar diciendo: -Pero fuiste vos que comenzaste con el tema del nene… Qué había que conversar con él… Qué él nos iba a salir torcido… Qué estaba en la hora de él entender de sexo… ¡No sé cuántos otros disparates más, me dijiste! -la acusó él un poco molesto por causa de la exaltación de la esposa en la noche anterior. -¡Mira!... Olvídate de todo lo que dije… -propone ella, enmendando con rostro serio-: Pero menos de lo que afirmé sobre Josefina… ¿Te acordás? –le acentúa, mirándolo con una expresión convulsionada por la desconfianza. -¡La seguís con la pobre Josefina!... Sos peor que mula manca -protesta el marido, encarándola-. Ya no es poco con lo que le pasó, como para que vos le pongas más problemas a su vida -le asevera, mientras demuestra indiferencia en la acentuación de sus palabras. La Vida Como Ella Es

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-¡Sí!... El ciego sos vos… ¡Esa! ya se olvidó muy pronto de la muerte del marido… La noto muy alegre, más divertida, como si se sintiese más aliviada… Aunque reconozco que fue una situación muy difícil la que le tocó enfrentar… Pero ahora me da la impresión de que algo debe estar sucediendo con ella en el huerto del Señor -le relata la mujer mientras observa los ojos de su marido, mientras sujeta la taza de café entre las dos manos. -Pero es que no entiendes que tú no puedes criticar la manera como ella educa a su hijo. Después de todo, es lo único que le quedó… Pienso que es probable que hasta sea un poco súper protectora con el nene, pero eso no indica que quiera hacer del chico un personaje disímil, -intenta exponer el marido, al buscar corregir el pensamiento de su esposa. -¡Y te digo más! -complementa la esposa- Ella debe tener un tipo… Debe estar saliendo con uno… La veo con un aire de viudita alegre… ¿Será que vos no te diste cuenta todavía? –lo acusa Laura en su lógica personal, enunciando con desconfianza o intuición. -¿Y si hubiese pasado contigo?... ¿Qué harías vos? Porque no me digas que ibas a enclaustrarte en un convento por el resto de tu vida… ¿No? –le expone el

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hombre, que ambicionaba descubrir el paradigma de la sensatez de su mujer. -¡Cruz credo! –Recrimina la esposa, a la vez que se persigna apresurada al oír las palabras que su marido profirió- Hecha la boca a un lado… ¡No seas ave de mal agüero! –le pronuncia con voz tajante, buscando desechar la idea de mal gusto que él tuvo. -¡Entonces, no la critiques! -defiende el esposo, demostrando estar enojado por la actitud de la esposa. -No tiene nada que ver una cosa con otra… No hablo de mí… Sólo te comento la actitud de ella -busca explicar la esposa de manera reflexiva, e intentando apartarse de la porfía que se había establecido entre los dos. -Esta bien, querida… Yo estoy atrasado. No me esperes para el almuerzo, que hoy tengo un día complicado -expone Felipe, dando por terminada la discordia, y anunciando sus planes para la jornada. Más tarde, en la oficina, luego después que el hombre ya se encontraba envuelto en sus quehaceres, de repente suena el teléfono y, al atenderlo, él escucha una voz dulce y melodiosa que dice: -¡Hola! querido ¿Cómo estás?

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-¡Bien! Josefina… -le responde Felipe sin sentir rubor en el rostro. -Bueno, mejor así… -responde la mujer-. No te olvides que hoy nos encontramos al mediodía… En el mismo lugar de siempre… -indica ella. -¡Sí!... A las 12.30 en punto estaré allí… -Entonces, te espero. ¡Si, mi amor!... Pero por las dudas, tu espérame por si me atraso unos minutos.

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Intransigencia

En ese día, los alumnos deberían tener cátedra con el profesor Ruscheental, una persona de perfil enigmático, arcano y, además, un individuo poco fácil de hacerse comprender por casi todos sus alumnos. Sin excepción, aquél dómine era considerado por todos los educandos como un sujeto inescrutable, exótico, principalmente si se toma como base la disciplina que él les enseñaba, y se incluye el comportamiento extraño que éste asumía durante sus clases.

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Era un hombre que poseía un cuerpo delgado, de estatura sumamente alta, con el cráneo calvo, mientras el pelo que le crecía en las laterales de la cabeza era demasiado largo, lacio y grisáceo; además, le gustaba llevarlo prendido en la nuca, como si fuese una aristocrática cola de caballo. Debería tener más de sesenta y cinco años de edad, pero su imagen avejentada hacía suponer ser una persona bien mayor, o talvez fuesen los lentes acomodados en un grueso aro de carey, con unos cristales de aumento que le hacían resaltar las pupilas de coloración cenicienta. Pero probablemente, la barbilla que dejaba crecer debajo de su boca, colgándole de la pera en analogía con la de un chivo viejo, le daba ese aspecto más envejecido. Mismo así, la entonación de la voz era áspera, grave, firme y sonora. Le gustaba observar a sus alumnos con aquellos ojos de víbora, manteniendo una mirada glacial, rígida, apática, que sin duda hacía temblar a los discípulos. Principalmente, a todos aquellos que, con preguntas desubicadas, pretendían interrumpir su pensamiento durante las clases. Durante el transcurso de las mismas, él no aceptaba ser detenido con preguntas o pedidos de esclarecimientos sobre las teorías que enseñaba, así que, no importaba La Vida Como Ella Es

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levantar el brazo o intentar enunciar un dictamen o contrariedad alguna, pues el hombre simplemente los ignoraba. Sólo les permitía, al finalizar el aula, que aquellos que tuviesen comentarios o dudas, se las dijesen en un aparte, sin tener que interrumpir su razonamiento lógico. Así pues, el tema para ese día era: -Términos y Conceptos de los “Axiomas de la filosofía Medieval”-. Sin lugar a dudas, un abordaje a cuestiones de contenido tácito y evidente, pero que se trasformaría en una trama bastante pesada, al partir del carácter del referido hombre. Cuando el catedrático ingresó en el paraninfo, un silencio sepulcral tomo cuenta del ambiente, al punto que ni las moscas se atrevían a volar. Sólo después de haber depositado algunos libros sobre la mesa, recién entonces el pedagogo se dirigió a los presentes para darles los cumplidos. A posterior, esa enorme figura humana se ubicó de pie frente a los bancos, repasó la mirada por los presentes, carraspeó para clarear la voz, y le dijo sonoramente: -Mis queridos condiscípulos… Hoy tendré el placer de abordar una de los segmentos que más estimo dentro de toda la materia que enseño. Por lo tanto…, voy a intentar ser conciso de manera que permita vuestra máxima La Vida Como Ella Es

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comprensión, siempre teniendo en cuenta que la próxima semana…, ustedes harán una prueba escrita sobre este tema. Entonces… Comencemos: -En primero lugar, -comenzó explicando-, axioma es una palabra o terminología que viene del griego, “axioein”… que significa “valorar”… Que por su vez, procede de “axios”, que significa “dignidad”, o “autoridad”, y posteriormente por derivación…, se ha llamado “axioma” a todo lo que es digno de ser “estimado, creído y valorado”. -Entre los antiguos filósofos griegos -acentuó el profesor paseando la mirada por todos lados-, un axioma era aquello que parecía ser verdadero… sin ninguna necesidad de prueba. -Es un principio…, una sentencia…, una verdad incuestionable…, que llega a ser una proposición tan clara y evidente por si misma…, que no necesita de demostración alguna, por hallarse al alcance de todo el mundo. -Les vuelvo a repetir: -rectificó taxativo-. En su designación más clásica, el vocablo “axioma” equivale al principio que, por su dignidad misma…, es decir…, por ocupar cierto lugar en un sistema de preposiciones…, debe estimarse como verdadero. La Vida Como Ella Es

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-Un axioma en epistemología, es una “verdad evidente”… -les afirmó en tono resuelto-, que no requiere demostración ya que se justifica por si misma, y sobre la cual se construye el resto de conocimientos por medio de la deducción…, aunque no todos los epistemólogos están de acuerdo con esta definición clásica que se da. -En matemática, un axioma no es necesariamente una verdad evidente…, sino una expresión lógica utilizada en una deducción para llegar a una conclusión. -A sido Aristóteles quien ha introducido la palabra axioma en el lenguaje filosófico, pues él consideraba… que los axiomas son principios evidentes que constituyen el funcionamiento de toda la ciencia, y como una proposición que se impone inmediatamente al espíritu y que es indispensable…, a diferencia de la tesis…, que no puede demostrarse y que no es indispensable… A esas alturas, el ambiente ya se había puesto somnoliento, lúgubre, pero dentro de una quietud total; y fue justamente en ese momento que Miguel comenzó a sentir retorcijones en su abdomen, sin lograr comprender el motivo de los mismos; pero, por el malestar que estos le causaban, le tiraban la concentración sobre la disertación del maestro.

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-Necesito ir al baño… -dijo para sí, mientras dudaba entre levantar el brazo o aguantar un poco más. A todas esas, el catedrático continuaba dando su aula: -Cicerón la tradujo, aunque sin satisfacerle, por la palabra “pronuntiatum”… que es el principio o base de la demostración. Muchos de los pensadores divergen y no están conformes…, aunque muchas de sus divergencias impliquen distinciones verbales más que oposición de concepto, acerca del sentido y significación de la palabra axioma. -Después de Aristóteles -mencionó el hombre, volviendo a mirar a todos-, los estoicos han concebido también los axiomas como verdades necesarias… Bacon acepta igual significado y los distingue en… “generales y menos generales… o especiales. Miguel no aguantaba más los cólicos, mientras se retorcía en su silla en una acrecencia de espasmos que le requerían ir al baño. Entonces, de pronto halló por bien tomar la iniciativa de levantar el brazo para pedir permiso para retirarse del recinto. Mientras tanto, inmutable, el catedrático continuaba hablando: -La lógica del axioma es partir de una premisa calificada “verdadera” por sí misma (el axioma)… e inferir sobre esta… otras proposiciones por medio del La Vida Como Ella Es

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método deductivo…, obteniendo conclusiones coherentes con el axioma. Los axiomas han de cumplir sólo un requisito: “de ellos, y sólo de ellos, han de deducirse todas las demás proposiciones de la teoría dada”. -¡Desgraciado!... ¡Mírame! –continuó despotricando sordamente Miguel, ya esbozando una cierta palidez en su semblante, en cuanto mantenía el brazo en alto y se estremecía en la silla. En la frente, el profesor continuaba imperturbable matraqueando toda su verbosidad en cuanto dictaba las sentencias para el resto de los alumnos, entregado a caminar parsimoniosamente enfrente a la primera fila de estudiantes. -¡Como hay gente insolente! -pensó el hombre, al notar que desde el fondo del recinto parecía haber un petulante que insistía a toda costa en querer interrumpirle el pensamiento. Sin embargo, él no se dejó abalar y prosiguió a su locución, diciendo: -El axioma posee, por así decirlo…, un imperativo que obliga al asentimiento una vez que ha sido enunciado y entendido. Los axiomas pueden ser llamados también nociones comunes como los enunciados del tipo siguiente: “dos cosas iguales a una tercera…, son iguales entre sí”… y “el todo es mayor que la parte”. La Vida Como Ella Es

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-¡A ver, usted! -indicó de repente el profesor-. Respóndame lo siguiente -pronuncia al dirigirse a un alumno que estaba sentado del lado opuesto de aquel que le pareció un impertinente, y que seguidamente levantaba el brazo. Cuando el alumno lo miró, dijo: -Esta necesidad es lógica y no metafísica; porque resulta de nuestra misma constitución intelectual. Ahora, si yo expreso “es de día” y que “dos superficies que coinciden en todos sus puntos, son iguales”… ¿Esos son axiomas? -¡Si! profesor –responde categórico el interpelado. -¡Errado!... -recriminó el hombre-. Sólo la segunda proposición es un axioma… aunque ambas expresen verdades evidentes… Pero la axiomática es además necesaria, porque lo contrario es inconcebible. Miguel continuaba levantando su brazo, buscando cruzarse con la mirada del académico para obtener de él la connivencia para escabullirse del salón, pero el hombre continuaba con su matraca: -La cuestión más importante, pues no es sólo lógica, sino metafísica, es la que se refiere al origen de los axiomas… -Al no lograrse demostrar esos axiomas, se tendió cada vez mas a definir los axiomas mediante las dos notas La Vida Como Ella Es

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ya antes apuntadas: “indemostrabilidad y evidencia”…; las proposiciones que podían ser demostradas y no eran evidentes, se llamaron “teoremas”… y las que no podían ser demostradas y no eran evidentes…, por si mismas recibieron el nombre de “postulados”. El aula continuó extendiéndose normalmente por el resto del periodo bajo la tónica de pasividad del profesor, que ya se sentía fastidiado por aquel muchacho inoportuno que constantemente levantaba el brazo para perturbarle el razonamiento, hasta que por fin logró concluir la materia. -Recuerden -les anunció a seguir-, que la próxima semana tendrán examen escrito, así que les recomiendo leer algunas apostillas de Descartes, Malebranche, Wolf, Kant, Mill y Bain… -exhortó a sus estudiantes. -Ustedes tendrán la libertad de elegir las obras de alguno de estos filósofos, pero no podrán apartarse de lo que fue dado hoy… ¿Entendieron?... -¿Alguna duda? -recalcó- Ahora, los que quieran esclarecimientos adicionales, por favor permanezcan en la sala… El resto está libre para retirarse -enuncio el hombre, dando así por finalizada la cátedra. Quedaron sólo unos dos o tres alumnos, y además Miguel, los que permanecieron cada cual sentado en su butaca, mientras el profesor los fue entrevistando de a uno La Vida Como Ella Es

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para esclarecerles las dudas ya con un tono de voz más afable. Cuando terminó con los otros, se dirigió al fondo del salón y, con voz grave, le dijo a Miguel: -Yo ya les avisé, que no admito bajo ninguna hipótesis, ser interrumpido cuando estoy exponiendo los pensamientos… Usted debe comprender que bajo ninguna suposición, es permisible que cualquiera dificulte mi labor… Por lo tanto… -le iba diciendo el profesor, cuando Miguel pretende interrumpirlo, balbuceando: -Disculpe, señor Ruscheental. Pero yo… –pero no alcanzando a terminar de exponer su frase, pues el profesor lo interrumpe, protestando encolerizado: -Encima de insolente, usted todavía es mal educado, al querer interrumpir la palabra de una persona mayor… ¡La verdad, joven! Lo que yo no alcanzo a comprender, es como usted llegó hasta aquí, con toda esa petulancia -le recrimina el hombre mirándolo con aquellos ojos enormes por causa de las lentes. -Pero es que yo sólo pretendía –intenta insinuar nuevamente Miguel, sintiéndose sumamente incómodo por la circunstancias en que se encuentra. -Sólo me responda cuando yo lo indique… ¿Comprendió? La Vida Como Ella Es

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-¡Si señor! -Bueno, ahora dígame… ¿Cuál era su pregunta? -Profesor, yo sólo quería ir al baño… -Si tenía tanto apuro… ¿Por qué no fue ahora, que la clase terminó? -Es que ahora ya no lo necesito -se disculpó Miguel, bajando la vista. -¿Y por qué no?... ¿Puede explicarme?... Majadero. -Por qué ahora… En este momento, ya es tarde demás… -le respondió Miguel, mirándolo con una cara de ingrata circunstancia, a la vez que levantaba el brazo izquierdo para espantar una moscón verde que ya zumbaba en rededor.

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Reencuentro de Amigos

-¡Qué haces, Pedro! ¿Cómo andás?... Tanto tiempo sin vernos… ¿Qué contás de tu vida? –le dijo Nibaldo, al encontrarse con aquel viejo camarada de francachelas, y mientras los dos buscaban estrecharse en un fuerte abrazo, dándose palmaditas en las espaldas. -¡Bien!... ¡Bien, por suerte! –pronunció Pedro al oído del amigo, con una voz fina, entrecortada, frágil, mientras continuaban abrazados para congratularse por el encuentro casual. -¿Por qué no me respondes? -le pregunta NibaldoHáblame más fuerte… Pero en éste otro oído… Es que yo La Vida Como Ella Es

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estoy medio sordo… ¡Sabes! –indica abriendo los ojos, y señalándole el lado derecho de su rostro, a la vez que demostraba en las facciones una mueca de conformidad por el malestar que padecía. -¡Ah!... Te dije que estaba bien… ¡Por suerte! –le repite nuevamente Pedro, que presentaba una estructura física delgada, disminuida por el propio paso de los años, y como si estos ahora le pesasen en la espalda y le hiciesen doblar el espinazo. -Pero que gusto me da poder verte nuevamente… ¿Cuántos años hace que no nos vemos? –le pregunta Nibaldo, que va exclamando las palabras con una aguda sonoridad, probablemente por causa de su propia sordez. -Hace una ponchada de años… Creo que desde que me trasfirieron para la sucursal del norte… ¡A ver!..., déjame pensar un poco -Pedro expresa enigmático, mientras se entrega a calcular mentalmente en voz alta, el periodo de separación. -Mariquita tenía diez años… El nene ya va tener cinco…, Si ella se casó con veintitrés…, son alrededor de…. –iba detallando, justo cuando el amigo le dice: -Unos veinte años… ¡O más!… Por lo menos –le comenta Nibaldo, sonriente, al recordar la fecha del

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traslado del amigo, y por el hecho de haber podido realizar los cálculos ágilmente. -¡Sí!, tal vez unos veintiuno… Más o menos, -afirma Pedro, mientras los dos permanecen de pie en medio de la acera, observándose recíprocamente, mientras se entregan a repasar el periodo de alejamiento. -¡Claro que los años pasan!… Pero te veo más viejo, aunque te mantienes con la misma fisonomía de antes -le comenta Nibaldo, intentando expresar su conformidad por ver al viejo amigo con los mismos rasgos visuales de antaño. -Bueno, por lo menos el pelo no se me cayó… -se ríe Pedro llevando maquinalmente la mano a la cabeza para acariciarse el pelo grisáceo que le cubre la mollera, y en asentimiento a la observación del amigo, que tenía una calvicie acentuada -Todo es una cuestión de estadísticas, hermano… Porque a nuestra edad… ¡Todo cae! Y si no se cayó… Seguramente luego, luego, caerá -le expresa el pelado, mientras suelta una rotunda carcajada en medio de la calle. -Pero no te creas que para mí todo está igual que antes, y aunque por afuera esté visiblemente casi igual… Porque la verdad, tengo algunos problemas de salud que

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me incomodan bastante, -alcanza a profesar el hombre flaquito, confidenciándole sus pesares. ¡Ah!, sí… No se te nota. -Padezco de un enfisema pulmonar que me trae loco… Los días fríos, o con mucha humedad…, yo ni salgo de casa… ¡Me ahogo! –le confiesa Pedro de manera específica, golpeándose el pecho con la palma de la mano como para indicarle en que lugar era su molestia. -¡Yyy!... las consecuencias las pagamos de viejo… ¿Pero nada de muy grave?, me imagino –Nibaldo le pregunta consternado al notar la desazón del compañero, cuando le apoya la mano sobre el hombro como una manera de expresar su emoción por el mal que lo aqueja. -¡No! No tan grave así, aunque te digo que hay días que me llevan a mal traer… -responde el flaquito haciendo una mueca de conformidad, y agrega: -Ahora, vos sí que estás igual… ¡No cambiaste nada! –expresa para ser amable, al sentir que su amigo ya exteriorizaba un leve mohín de aflicción. -¡Como vos!... Estoy como vos… -se apura a responder el otro-. Bien por afuera, pero malgastado por dentro… -confiesa al pretender demostrar que siente una relativa conformidad por los tormentos que lo incomodan.

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-¿Pero imagino que no es nada grave?... ¿No? – interpela Pedro, con ojos grandes como un sol de verano. -Salvo la sordera, el colesterol alto, la artrosis… el reuma… los pies planos y otras cositas más… ¡Nada de que me quite el sueño!... ¡Pero, paráaa!... Déjame tocar madera, -comenta Nibaldo, riendo, mientras golpea con los nudos de la mano en el tronco de un árbol que estaba casi al lado de ellos. -¡Che!... Contame que es de la vida de Manuelito… Hace un montón de tiempo que no se nada de la vida de ese loco… -le pregunta el flaquito con algún dejo de exaltación en la vos. -¡Páa! ¿No sabias? -exclama el pelado-. Se murió hace

un

par

de

años…

Ataque

al

corazón…

¡Fulminante!... Dicen que fue rapidísimo, que no sufrió nada… -intentando aclarar lo que ya no se puede aclarar, y añade-: -Estaba en la playa con la familia, continuaba practicando deportes… esas cosas…, pero fue de pronto… ¡Se fue como vino! ¡Chau! –le cuenta Nibaldo, recordando consternado el momento en que quedó sabiendo del fallecimiento del que había sido otrora el cabecilla del grupo, y compañero inseparable en los partidos de fútbol que ellos participaban. La Vida Como Ella Es

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-¡Dios lo tenga! –asevera Pedro, mientras pregunta: -Y de Diógenes… ¿Qué sabes? –agrega, para salirse del tema luctuoso, y pretendiendo investigar por la suerte de otro de los comparsas de la antigua época. -¡El Dio está bien!... ¡Bueno!... No tan bien así, digamos… Pues pienso que tú ya sabrás que él sufre de diabetes… Desde hace mucho tiempo, pero ahora se le complicó un poco… Sufre de gota… -intenta explicarleDicen que hay veces que el pie derecho se le pone en llaga viva… Se le hincha como una pelota… ¡Pobre! -le exclama con pesar mientras le relata amargado los pesares que sufre Diógenes, y agrega: -Sufre como un condenado. -¿Debe ser del litro? –le comenta Pedro -¿Por qué? ¡No comprendí!... ¿Qué me queres decir? -Y… yo digo por lo que chupaba… Porque él era del tipo que se tomaba un litro… Nunca se conformó con una sola gota -comenta Pedro entre carcajadas, al emitir su chistosa definición, gozando dentro de la congoja que el amigo sufría. -¡Sí!, pobre… La verdad que él era como una esponja… ¿Te acordás? Parecía que siempre estaba seco por dentro -le comenta el pelado, mientras se entrega a

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recordar las homéricas borracheras que el amigo se mandaba. -¿Te acordas?... Él vivía diciendo que era mejor tomar alcohol, porque el agua le oxidaba las venas -le recuerda el otro-. Sin embargo, ahí lo tenes al pobre… necesitando tomar más de dos litros de agua por día, -agrega el flaco, en cuanto acompaña mentalmente las reminiscencias de antaño. -Y de Juan José… ¿qué sabes de él? –pregunta nuevamente Pedro, inquiriendo por la vida de otro de los juerguistas del pasado. -¡Mmm! El Juanjo está mal… ¡No te imaginas! Tiene un carcinoma en el intestino… Ya lo operaron una vez… Ahora se está haciendo quimioterapia… hace como seis meses… pero está que ni un faquir de tan flaquito -comenta Nibaldo, mientras deja aparecer nuevamente una fisonomía desanimada en su rostro, en virtud del mal que aqueja a otro de los viejos compañeros. -¡Pero qué situación! Parece cosa de mandinga… Siempre saludable, tan robusto… ¿Quién iba a pensar? –le comenta el flaco, al recordar la buena salud que su amigo esgrimía anteriormente. -Claro que él nunca fue de cuidarse… Nunca se privó de nada… Principalmente en las comidas… ¿Vos te La Vida Como Ella Es

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acordas como le daba al picante… no? –expresa Nibaldo, ya evocando las comilonas en que todos participaban. -¡Sí! Todos comían moderadamente, mientras que Juanjo las adobaba con bastante chile -recuerda Pedro. -Yyyy… -exclama el pelado-. A la larga siempre la terminamos pagando… Unos más caros que los otros… Pero seguro que nadie se escapa… -le agrega de forma elocuente. -Y del morocho… ¿Cómo era el nombre de él? ¡No me puedo acordarme del nombre! –le pregunta Pedro. -Vos decís de Florián… ¿El que jugaba de puntero izquierdo?... El que andaba siempre enredado con polleras… ¡Ajenas! claro, -le indica Nibaldo, haciendo alarde de las facilidades que el hombre poseía para estar siempre complicado con alguna mujer del prójimo. -¡Ese mismo! ¡Sí!... El que dos por tres, siempre lo teníamos que salvar de los enredos que se metía… ¿No sabes que es de la vida de él? –busca indagar Pedro ahora, deseando saber que fin habría llevado el malandrín. -El fin de él fue triste… –tantea comenzar a decir el otro, cuando se ve interrumpido por una voz incrédula. -¿No me digas que también murió? -Morirse ¡no!... Pero es como si lo fuera… Está en cana hace varios años… Se metió en una pelea brava… La Vida Como Ella Es

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Terminó acuchillando a uno, y ahora cumple pena por homicidio… Pero realmente es como si hubiese muerto… -comenta el pelado, amargado por la situación, ya imaginándose las penurias que el amigo estaría pasando dentro de la penitenciaria. -¡Sí!, me imagino como habrá sufrido… Y todavía tener que pasar por esas circunstancias, debe ser bravo – agrega el flaquito, mientras sufre un repentino ataque de tos que lo obliga a recostarse en el árbol. -¿Te sentís bien, Pedro? Vení, vamos hasta el café y nos tomamos algo –invita Nibaldo, intentando que el amigo se recupere del repentino ataque de tos. -Quédate tranquilo… estoy bien… es siempre así –le responde con la voz en un susurro casi inaudible por causa del espasmo. El amigo nota que Pedro sufre por causa de las convulsiones, sin él poder hacer nada para aliviarle la situación. Entonces resuelve continuar contando sobre los otros compañeros de la barra, y le dice: -¿Vos te acordas de tano Simón, que a veces jugaba de arquero con nosotros -le va hablando, mientras observa la mirada escéptica de Pedro, que arruga la frente y abre los parpados, como preguntando quien era Simón.

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-Aquél que le gustaba cantar el “El Fígaro” cuando se bañaba… Y que cuando hacíamos las cenas en el club, le daba por cantar ópera y tarantelas… -¡Ah! sí, me acuerdo de él… ¿Cómo anda? -Ese casi cantó para el carnero… Hace unos mese tuvo un “AVC”. -¿Un qué? -Un Accidente Vascular Cerebral… Un derrame… Está parapléjico en una silla de ruedas… todo paralizado del lado derecho, y casi no habla nada… Sólo balbucea. ¡Pobre tano!, justo él, que era tan alegre… -esclarece Nibaldo. -Tenes razón… Eso sí que es como estar muerto, pero vivo… -exterioriza pesaroso el flaquito, que ya se recobraba de la fatiga. -¿Y de aquél gordito que tenía la camioneta?… Con el que siempre íbamos a pescar juntos… ¿Hace tiempo que no lo ves? –desea indagar Pedro sobre otro de los antiguos amigos de la barra. -¡Póo! Pedro… Vos estás más por fuera que pelota de campito… El gordo Valero murió en un accidente hace como diez años atrás… Fue en la carretera… -le esclarece Nibaldo, sorprendido-. Unos dicen que se durmió al volante…, mientras otros hablan que fue una llanta que La Vida Como Ella Es

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reventó. Pero la cosa es que también ¡se fue!... Me contaron que se estrelló contra un barranco, pero no recuerdo muy bien los detalles… -comenta a seguir, con la cara entristecida por el recuerdo del trágico fallecimiento del compañero. -Entonces… ¡Para!... ¿Sólo quedamos nosotros dos? –pronuncia Pedro, tartamudeando, sólo por intermedio de vocablos acongojados. Justo cuando Pedro termina su exclamación, Nibaldo nota que por la avenida viene un sepelio encabezado por dos coches fúnebres. Uno de ellos repleto de coronas de flores, y atrás, le siguen más de una docena de automóviles acompañando el entierro. Todos en una marcha lenta y penumbrosa. Al verlo, comenta a Pedro: -¡Fíjate!... A ese ya lo llamaron. Pero así que acabó su frase, en ese instante Pedro se dirige al borde de la acera, y, de pronto, levanta el brazo haciendo una señal con la mano en abanico para que los coches paren el cortejo. Cuando uno de ellos entre para, Pedro le dice con aquella vocecita casi inaudible: -¡Taxi! ¡Taxi! -¿Estás loco? Ché… -le grita Nibaldo. -¡No! pero antes que a mí me llamen… ¡Yo! ya me voy yendo.

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Por Causa de Sobredosis

En aquella mañana la hora se les fue volando, y ya pasaba un par de horas después del mediodía, cuando los dos hombres permanecían a paladear el placentero vino, extendiendo su tertulia entre los fundamentos filosóficos que proporciona el alcohol. José María, con su elocuencia ofuscada por el voluptuoso líquido, arrastraba morosamente las palabras mientras iba defendiendo como podía la teoría de la relatividad. Pero sus conjeturas y sus comentarios nada tenían que ver con las investigaciones formuladas por el científico alemán Albert Einstein, la cual afirma que “la luz se propaga con independencia del movimiento del cuerpo que la emite, y en que no hay ni puede haber fenómeno que permita averiguar si un cuerpo está en reposo o se mueve con movimiento rectilíneo y uniforme”. No en tanto, para José María, sus términos y conjeturas significaban que todo lo que sucede en la vida de cada uno, siempre guarda relación con otra situación, y La Vida Como Ella Es

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que cada cosa tiene su propio valor relativo. Así que, en defensa de sus teorías, éste hacía seguidas menciones a pronombres relativos “que, quien, cual, cuyo”, haciendo prolongado hincapié en que “padre e hijo, son términos relativos”, de tal modo que las horas se las pasaron con conversiones sobre ese tipo de vicisitudes. Pero en un determinado momento, mismo que aún no hubiesen agotado todos sus temas, el hombre exclama asustado: -¡Páa! Che… ¡Me voy!… Se me está haciendo tarde… -le anuncia José María al amigo, no sin antes tomarse el último trago de vino que le quedaba en el vaso. -¡Quédate un poco más! Todavía es temprano… ¿Adonde tenes que ir con tanto apuro? –le preguntó su compañero, haciéndole señal con la mano para que el otro se sentase. -¡No!... Tengo que ir a ver un doctor…, ando medio acalambrado del órgano genital –le explica José María con cara de desasosiego, mientras se remanga los pantalones para acomodárselos mejor en la cintura. Cuando finalmente sale a la calle, se le ve caminar que ni gato que pisa el agua, o como quien escoge las baldosas para saber de antemano donde poner el pie; trastabillando y oscilando el cuerpo de un lado al otro para La Vida Como Ella Es

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lograr coordinar los movimientos. Su aspecto era un cuadro de total embriaguez. Andando que ni robot en ese lamentable estado de descoordinación

motora,

consigue

caminar

algunas

cuadras; cuando de pronto detiene su penosa marcha al observar una placa de bronce que estaba fijada al lado de la puerta de una residencia. En la placa, estaba escrito con letras negras: “Dr. Antonio Epaminondas”, y abajo del nombre, como subrayando aquella frase, constaba en letras menores, la palabra “Abogado”. José María no titubeó. Entró puerta adentro y, de repente, vio una muchacha sentada detrás de un escritorio, la cual, con una insignificante sonrisa dibujada en los labios, le pregunta: -¿En qué puedo ayudarlo? ¡Señor! -Es que yo… Quiero ver al doctor -declara José María con determinación, mientras apoya las dos manos sobre el respaldo de una silla que tenía a su frente, para evitar que la sala continúe a rodar en su alrededor. -¿Tiene hora marcada? –le pregunta la mujer, sin aun percibir el estado de embriaguez que él presentaba. -¡Nooo! Pero… ¿será que me puede atender?

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-Tome asiento… ¡por favor!, ya le respondo -afirmó ella, mientras consultaba por el intercomunicador, si el hombre sería atendido. -Aguarde unos minutos, que el doctor Epaminondas ya lo va atender –terminó por confirmar la secretaria, mientras depositaba el auricular en el aparato. Algunos minutos más tarde, José María ya está siendo encaminado a la sala del abogado, y le orientan a que se siente en un pequeño sillón, en donde debería aguardar a que lo atendiese el doctor. -¡Buenas tardes!... ¿En que lo puedo ayudar? – expresa con voz cordial, un individuo bien trajeado que aparece repentinamente por una puerta lateral de la sala, vistiendo una impecable camisa blanca de lino, con una exuberante corbata de seda, listeada de rojo y azul. -¡Usted!... ¿Por acaso es el doctor? -exclama el sorprendido José María. -¡Sí!... ¡A sus órdenes, señor!... Soy el doctor Epaminondas… para servirlo -agrega el letrado con voz pausada y un poco confuso, principalmente por la imagen desalineada que su cliente demostraba. -Es que… Mmm… Yo tengo un problema grave… ¡Doctor! –intenta explicarle José María, mostrándose un poco evasivo en abordar el problema que lo aquejaba. La Vida Como Ella Es

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-¡No hay problema!... Puede confiar en mí, que haré todo lo que esté al alcance para poder auxiliarlo -asevera el decano, intentando infundir confianza a su posible cliente. -¡Bueno! Si usted lo dice… Es que desde hace unos días…, yo ando con un dolor impresionante… ¡Es en un testículo!... ¡Doctor! –le manifiesta José María de manera ambigua, tropezando con las palabras, y aliviado por haber conseguido expresar su malestar. -¡Pero hombre! -se ataja el abogado-. Usted debe estar confundido… Yo no soy médico… soy “Doctor en Derecho” -le explica, intentando contener la risa que insiste en querer dibujarse en su rostro redondo. -¡Páa!… Ahí sí… que no va dar… Porque el que a mi me duele…, es el izquierdo… ¡Doctor! –le explica José María con acento desanimado, e intentando enderezar el cuerpo para levantarse del sillón. Nuevamente en la calle, los efectos del abuso de la bebida continúan a suministrar en el enfermo augurios de padecimiento, lo que originaba en José María la constante pérdida del equilibrio, haciendo derogar definitivamente la idea de lograr llevar a cabo su objetivo inicial al salir de casa, que era poder visitar un médico.

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Luego, sentado al cordón de la vereda, le pregunta a un desconocido: -Dígame… ¿Donde queda la vereda de enfrente? -Del otro lado de la calle –le indica el transeúnte, señalando el lado opuesto de la avenida. -¡No puede ser!… Allá no es… porque me dijeron que quedaba aquí -expresa José María en una entonación de desconfianza, pues ya había realizado la misma pregunta del otro lado de la calle. -Váyase al diablo… ¡A estas horas! ¿Y ya en ese estado? –vocifera el desconocido en tono de despecho, sintiéndose traicionado por haber intentado ser gentil con el desconocido. Medio somnoliento y en una total postración de voluntad, José María permanece descansando en aquel lugar por algún tiempo más, hasta que recupera parte de sus sentidos entorpecidos por el alcohol, recapacitando que es mejor subirse a un ómnibus y retornar a su casa. Cuando finalmente aborda el vehículo, nota que muchos de los pasajeros se encuentran de pie, hecho que obliga a José María a acomodarse entre ellos, asiéndose del pasamano. En medio de esa muchedumbre de pie, había una bella dama vistiendo una escotada solera floreada, y La Vida Como Ella Es

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poseedora de un par de generosos pechos que parecían estar con intención de lanzarse hacia fuera de su vestido en cada barquinazo que el ómnibus daba. En el transcurso del trayecto, a medida que comenzó a surgir lugar disponible, la mujer se sentó y José María se vio de pronto parado al lado de esa bella señora. Al estacionar al lado de la dama, quedó como que embobado por aquella soberbia imagen, en la cual, acompañado de su total indiscreción, no consiguió quitarle los ojos de la comisura de los senos de ella. Al fin de algunos minutos, la mujer se sitió sumamente fastidiada por la insolencia demostrada por José María, y cuando no aguantó más, no se contuvo y le preguntó con tono autocrático: -Dígame una cosa… ¿Por acaso usted es de la familia Miranda? –al hacer hincapié en la manera como él la miraba descaradamente. -¡No! No, señora… Yo soy de la familia Bertteta - le responde José María de modo indiferente, al percibir que la mujer lo había confundido con otra persona. -No sea maleducado… ¡Desfachatado!… ¡Pedazo de un insolente!... ¡Descarado! -acusa de pronto la mujer, en voz alta, llamando de inmediato la atención de los otros pasajeros. La Vida Como Ella Es

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A partir de ese momento comenzaron las disculpas de José María y los insultos rabiosos de la mujer y de más algunos otros pasajeros que prontamente acudieron en la defensa de su honra, estableciéndose en el interior del vehículo una abrupta gritería, lo que motivó al chofer a parar el coche junto a una unidad móvil de la policía. En el instante que los agentes del orden público ingresaron en el ómnibus, comenzaron acusaciones de aquí, defensas de allá, empujones de un lado, gritos de otros, junto a la prepotencia de los uniformados. La cuestión es que la cosa pasó a mayores, y José María recibió voz de arresto por “ofensa al pudor, tentativa de desacato a la autoridad, y borrachera en vía pública”. Por tanto, terminó por ser esposado y llevado a la comisaría. Al llegar a la seccional, sin más reparos lo metieron en un calabozo, y le dijeron: -¡Mamado!... Cuando se te pase el pedo… vas a ir a conversar con el comisario… ¿Entendiste? Recién por la noche sacaron a José María de la celda y se lo llevaron a declarar. Lo pararon frente al individuo que debería ser el jefe del lugar, y el cual, con una mirada de asombro, el preso lo mira y expresa de forma aprehensiva: La Vida Como Ella Es

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-Pero… ¿Qué mierda hice yo? -¡Mantenete firme! y sólo abrí la boca para responder a las acusaciones… ¿Me escuchaste bien?... ¡Degenerado! –dijo el interpelante, con voz firme, seca, autoritaria, mientras tomaba entre las manos la carpeta con el parte de los agentes. -Así que vos te estabas haciendo el vivo con una señora… ¡Pedazo de un relajado!… Debe ser de la caña que te tomaste… -acusa el oficial. -¿Le pasaste la mano? –preguntó a continuación, cuando el acusado se sobresalta y apunta: -¡Mentira! -¡Cállate la boca!... Sino te meto a la sombra hasta mañana de mañana… Así pensas mejor… y, de paso, se te cura la mamúa que tenes… ¡Insolente! -lo amenaza el agente de forma dictatorial, coaccionándolo con el dedo en ristre. José María rápidamente se dio cuenta que la cosa se ponía fiera para su lado, lo que lo obligó a recapacitar en fracción de segundos, hallando que lo mejor para él era obedecer al sujeto que lo acusaba. -¡Está bien! Discúlpeme… ¡Oficial! -expresó con acento suave y encuadrando firme el físico, queriendo demostrar que los efectos del alcohol ya habían pasado. La Vida Como Ella Es

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-¡Prosigamos! -mencionó el agente-. Entonces vos te propasaste con la mujer… y después la ofendiste con impertinencias… ¿Qué tenes para decir? ¡A ver! –imputa de forma directa el comisario. -Yo no le voy a negar que estaba boquiabierto, mirando aquel par de pechos generosos…, que se hamacaban… –comienza a explicar pausadamente José María, reconociendo la inclinación que había sentido para admirarlos insistentemente. -¡Aja! Quiere decir, que vos reconoces que abusaste de la mujer… -continúa el oficial. -¡Yo no hice nada! Ella me preguntó mi nombre… y yo le respondí quien era… ¡Nada más!... Después comenzó todo el escándalo –narra el acusado, aclarando la situación. -¡No! ¿Estás seguro?... Aquí dice que vos le dijiste que querías… “ver las tetas”… ¿No fue así? -De manera ninguna… ¡Comisario! -¿Ahora lo negás? -No es verdad… Yo sólo le dije mi nombre –expresa José María con ojos agrandados, mientras menea la cabeza de un lado al otro, para confirmar su negación. -¿Y se puede saber cuál es tu nombre?

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-Me llamo José María Bertteta Rodríguez… para servirlo.

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El Chifle Mágico

Eran amigos desde la infancia, se habían criado en el mismo barrio, fueron a la escuela juntos, se divertían practicando los mismos juegos, y, quien los viese siempre así, fácilmente podría equivocarse y pensar que eran hermanos, aunque ellos tuviesen fisonomías distintas. Pero claro que eso es una cuestión un poco difícil de determinar por los más diversos motivos, lo que no en tanto no quita la posibilidad de aseverar tal afirmación. En todo caso, los años fueron pasando, y ahora los muchachos ya eran unos hombres hechos y derechos, pero La Vida Como Ella Es

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que igual continuaban a estar siempre juntos, practicando las mismas acciones, de la misma manera como lo hacían desde la infancia. Lo único que ahora desentonaba entre los dos, era que Mauro poseía un espíritu súper alegre, comunicativo, y principalmente, adoraba contar historias divertidas, fantásticas. Obviamente, eso hacía de él un sujeto expansivo, parlanchín, locuaz y amigable; en cuanto, su amigo Vicente, popularmente conocido como Vico, era todo lo contrario, pues su carácter se había vuelto cerrado, inaccesible, reservado, pero sin llegar al punto de ser un tipo insociable. Estas características opuestas, que se les fue acentuado cada vez más con el pasar del tiempo, era lo que hacía que ellos estuviesen siempre discutiendo, porque cada vez que Mauro iniciaba la narración de cualquier historia, su amigo Vico, luego de inmediato comenzaba a dudar sobre el asunto que el amigo mencionaba. Regularmente, ellos formaban parte de un grupo de parroquianos que se reunían asiduamente en el boliche del barrio, y es justamente en ese local que sistemáticamente transcurrían las efusivas narrativas de Mauro. -Cierta vez… -comenzó a exponer Mauro aquella noche en la reunión. La Vida Como Ella Es

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-¡Yyy!... Ya recomienza éste con otra de sus historias -respondió Vico, poniendo una cara agria, y con acento de exasperación. -Pero yo ni empecé… ¿Y vos ya estas dudando? – acusa Mauro, el contador de historias, mientras lo observa risueño. -¡Bueno! Dudando no… Pero igual no te lo creo… ¡Debe ser otra de tus fantasías! –agrega Vico anteviendo con vacilación el tema que el otro iría a abordar. -¡Pero yo no dije nada! –exclama el amigo, como queriendo esbozar una defensa sobre la acusación infundada que el otro le hacía. -¡Bueno! Dale nomás… Entonces contá… ¡Seguí! -autoriza Vico con menoscabo. -Es que una vez… nosotros fuimos a un baile… Pero aquel no era un baile cualquiera…. Era un baile sólo de personas que le faltaba una pierna…, de gente lisiada, ese tipo de cosas… -comenzó a narrar Mauro, de a poquito, y haciendo alarde al arquetipo de los extraños participantes de la fiesta. -¡No les dije!... ¡No les dije! –salta nuevamente Vico, queriendo avisar a los otros su premonición. -Ya viene este con una de las suyas -murmura uno.

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-¡Sí! Yo también no te creo… -asevera un otro de los de la barra, más que nada al poner en duda los especímenes que formaban parte de la fiesta. Pero Mauro, quien siempre hacía cuestión de probar las historias que contaba, halló por bien interpelar a su más querido amigo para confirmar lo que él narraba. -¿Es verdad o no?... Dale Vico… dale, deciles -lo intimó en seco para que confirmase sus hazañas. -¡Mmm!... ¡Sí! –le confirma el otro, un poco antagónicamente por el tipo de interpelación. -Y bueno… ¿Vieron?... ¡Era así mismo! -comenzó nuevamente a relatar Mauro. -Pero ellos no bailaban… -les avisó de pronto Vico, categórico, intentando informar que los lisiados eran meros asistentes en aquel baile. -Siempre vos con tus manías… ¡Aguafiestas! –lo acusa Mauro, que se levantó de la reunión, caliente de rabia, y se marchó. A decir verdad, aquellas reuniones ocurrían siempre iguales, con las asombrosas historias de uno, regadas por el negativismo del otro, hasta que una noche de esas, cuando ellos se reunieron nuevamente en el boliche, todos ven a Mauro entrar apurado, quien, al llegar a la mesa donde estaban los amigos, les expuso con voz sonora: La Vida Como Ella Es

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-¡Ustedes no me lo van a creer! –pronuncia mientras mostraba cara de asombro antes de relatar lo que les tenía que decir. -¡Tenes razón!... Yo no me lo creo -saltó Vico definiéndose taxativo, al responderle sin al menos saber de lo que se trataba. -¿Ya empezaste?... ¡Maricón! –lo acusó Mauro, quien intentaba avisarle para que no comenzase con el inconformismo de siempre. Enseguida agrega: -Conseguí un negocio… ¡Sen-sa-sio-nal!... Ninguno de ustedes se imagina lo que puede ser… Ni para que sirve…. -Debe ser alguna porquería… Lo mínimo -resuelve complementar Vico, ya imaginando cual sería la estrafalaria historia del momento. -¡Tengo un chifle para llamar mujeres! –les comenta Mauro con aquella cara deslavada, desfachatada, mirando a todos irónicamente. -¿Vos te pensas que yo soy un gil?... ¡Anda! haceme el favor… -responde Vico en tono iracundo, atajándose de la patraña que el otro había inventado. -Si no queres creer… Está bien… No lo creas, pero que yo lo tengo, lo tengo –afirma sin exasperarse. -Está bien… ¡Mostralo!... ¿A ver? La Vida Como Ella Es

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-Claro que no lo tengo aquí… ¿Para qué necesitaría traerlo aquí? Si es solo llamar… ¡Veni! nena… Y todas vienen corriendo… -les explicó, observando las reacciones de los demás con aquella mirada incauta de siempre. En verdad, nadie se lo creyó, e inclusive, algunos se golpeaban la cabeza con las manos y decían: -¡Mi Dios!... ¡Mi Dios! Otra vez no… -Bueno, jodanse… No les cuento nada, y chau -protestó Mauro, cerrando su boca. Más tarde, pasado un tiempo, siempre igual claro, reuniéndose de vez en cuando, la manía de Mauro había disminuido un poco, pero resulta que un día los dos amigos decidieron irse de vacaciones. Esta vez, querían ir a un lugar diferente, más yermo, despoblado, que mantuviese las características del lugar intactas. Así que, entre discusión de aquí, regaños de allá, por fin se deciden ir de viaje para visitar el desierto de Atacama, en el norte de Chile. No en tanto, cuando Mauro y Vico salen de viaje, el destino les deparó una ingrata sorpresa, y, en medio del viaje, el pequeño avión en que viajaban sufrió un repentino desperfecto y cayó en un lugar totalmente deshabitado. Nada trágico, pues ninguno de los ocupantes del aparto se lastimó, sólo que aquel lugar era totalmente La Vida Como Ella Es

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apartado, desértico, aislado, sin condiciones para requerir auxilio inmediato. Por suerte, todos sobrevivieron al accidente y el incidente no pasó de un grande susto, pero tuvieron que pasar una semana racionada, alimentándose sólo de fruta y agua, que era el único alimento disponible en el lugar, hasta que por fin, un equipo de rescate los encontró y los salvó. Cuando ellos al fin volvieron, fueron recibidos y ovacionados por todos sus amigos del boliche, y en ese rencuentro, Mauro y Vico tuvieron que contar la historia de sus peripecias, para que todos oyeran. En aquella noche, mientras Vico les contaba del accidente, en un determinado momento Mauro lo agarra y le mueve el brazo, diciéndole con una expresión de satisfacción gravada en el rostro: -¡Dale! Vico… Ahora contales de mi chifle… ¡Dale! ¡Dale! -¡No! Eso se lo contas vos, si queres –le respondió el otro de forma seca, directa, como sintiéndose disgustado. -¿De qué chifle están hablando? –gritan los demás, casi en coro. -¿Ustedes se acuerdan de aquel chifle que yo les dije que tenía, y que servía para llamar mujeres? –les preguntó La Vida Como Ella Es

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Mauro, haciéndoles recordar por referencia mencionada un par de meses antes. -Creo que recuerdo -dijo uno. -Pero no era verdad… ¿O no? –le preguntaron algunos incrédulos. -¡Existe! Claro que existe… -exclama Mauro-. ¿Es, o no es verdad, Vico? –le pregunta a su amigo, buscando la confirmación del asunto. -¡Sí! –le responde Vico medio fastidiado. -¡Que cuente!... ¡Que cuente!... ¡Que cuente! – comenzaron todos a cantar en coro, insistiendo para que alguno de ellos les hiciese conocer esa parte de la historia. Mauro insistió para que fuese Vico quien lo contase, pero ante la negativa del mismo, fue obligado por todos a relatar el hecho, cuando se encontró diciendo: -Ya estábamos por el tercero o cuarto día…, nos quedamos tranquilos, porque sabíamos que nadie se iba a morir… y porque en realidad, lo único que teníamos, eran algunos arañones… -Y algún que otro moretón…, pero nada serio -pronunció Vico, interrumpiendo con un cierto acento de misterio, buscando dar suficiente dramatismo al caso. Mauro lo miró, pero como Vico se calló, prosiguió contando la historia: La Vida Como Ella Es

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-Claro que por las noches… era el peor momento… Pero estábamos tranquilos, pues era cuestión de tiempo… El avión de búsquedas ya nos había localizado…, pero de noche, en aquella oscuridad… con aquel silencio… y ni que hablar del frío que hacía… -continuó a explicar Mauro, mientras realizaba algunos ademanes para acentuar su relato. -Pero en aquella onda de euforia y optimismo que nos invadió… Cuando vimos el avión, que ya nos había encontrado… Yo salí corriendo a buscar mi equipaje… y fue ahí que me di cuenta que llevaba mi chifle… -¿Aquel de llamar mujeres? –le interrumpe unos de los parroquianos. -¡Sí! No estoy mintiendo… ¿No es verdad, Vico? -¡Mmm!... Es verdad -afirma el otro, con desgana. -No nos están cargando… ¿No? –dijo otro del grupo. -¡No! ¡No!... Pero esperen que les cuento el resto… -Mauro afirmo lacónico, como solicitando que le diesen tiempo para narrar los hechos. -Fue ahí que yo le dije a Vico… ¡mira! ¡mira!... Ni me acordaba que tenía el chifle… ¿Vamos a probar aquí si funciona o no? -En ese momento vi que Vico dio de hombros, pero los otros del grupo me dijeron: ¡Pero no seas pelotudo!… La Vida Como Ella Es

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Déjate de embromar… Que fue lo que me apuntaron algunos de los que estaban con nosotros… Ellos tampoco creían si el chifle iba funcionar o no… -continuó relatando Mauro. -¡También! Perdidos en el medio de la nada… ¿Quién te iba a creer? Pues si aquí…, ya es difícil creerte… me imagino en aquel fin de mundo como no sería -alcanza a comentar uno de la barra, bajo la mirada atenta de todo el grupo. -Bueno, yo no les hice caso… y al fin… soplé igual… para ver qué pasaba… ¡Y zacate! -¿Aparecieron mujeres? –le pregunta uno de los apurados del grupo, así como siempre sucede con algunos de esos tipos que, invariablemente, existen en cualquier rueda de amigos. -¡Enseguida no! -avisó Mauro-. Pero alrededor de unos quince a veinte minutos… ¡Sí! -completó con una sonrisa dibujada a través de todo su largo rostro. Atrás de sus palabras surgió una carcajada en coro, pues todos comenzaron a reírse, en cuanto Mauro completa su afirmación, diciendo: -¡Eran tres! Obviamente que en ese instante, todos buscaron por el rostro de Vico, envueltos en una mirada incrédula, e La Vida Como Ella Es

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intentando descubrir si era verdad de lo que el otro les decía. Al notar que éste permanecía impávido en su lugar, casi todos al mismo tiempo, preguntan aturdidos: -¿Es verdad lo que Mauro está contando? Vico los miró, los miró…, paseó sus ojos a través de todos en medio de un silencio impresionante, y casi balbuceado, les respondió: -¡Mmm! Sí. En ese momento, el salón se parecía a la sala de una biblioteca, lleno de gente muda que estaba rodeada de un silencio profundo, sepulcral. En ese instante, Vico abre lentamente la boca y se pronuncia diciéndoles: -Para ser sincero… ¡Mi Dios! Cada una era peor que la otra… -¡Eran feísima, unos verdaderos bodrios!

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Imprevisto Callejero

Cuando finalmente el hombre llegó a su casa, estaba todo enchastrado, mugriento, con el pantalón roto en la rodilla, la camisa desgajada a la atura del hombro derecho, y con un esparadrapo colado en el codo. La esposa, se sorprendió al notarlo en aquel estado deplorable e, imaginando por lo que habría sucedido, le pregunta exhibiendo cara de espanto: -¿Qué te pasó?... ¡Estás todo lastimado!

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-¡Parece mentira!, mujer…

Pero si te cuento…,

seguro que no me vas a creer –le comentó Camilo a su esposa con un acento mezclado de angustia y sorpresa, al momento que se miraba el cuerpo de arriba abajo. -¡Tuviste un accidente! -imaginó y le dijo Laura, al verlo en ese estado lastimoso, con la fisonomía aún destorcida por el estupor, y por el vendaje que el hombre llevaba en el brazo. -¡Adivinaste!... Pero te garanto que ni te imaginas como fue… Fue mismo cosa de película… -agrega Camilo, asentando en el rostro unos ojos agrandados, como los que había visto en el animal que lo había perseguido. -¡Ay, esa maldita moto! -exclamó ella-. Un día, vos vas a terminar matándote con ella… -le dijo a seguir, en una manifestación de regaño, como quien pone la culpa en lo que, por deducción, sería la causadora del trágico final del marido. -¡Nada que ver!, mujer. Fue pura casualidad… O mala suerte -le indica Camilo, mientras se sentaba alrededor de la mesa de la cocina, y le solicita con la voz un poco más consolada: -¡Haceme un café!, que mientras, yo te cuento todo.

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En cuanto la mujer fue a prepararle el brebaje solicitado, el hombre se marchó hacía el baño para lavarse el rostro y las manos, aprovechando el momento para ver su semblante en el anverso del espejo. -¡Que susto! –dialoga Camilo con su inconsciente, al recapitular los instantes de pavor por los que había pasado pocas horas atrás. -¡Está pronto!... Vení rápido que se enfría… -le grita ella desde la cocina, al avisarle que el café ya estaba servido. -Ahora contame de una vez, que ya me tenes en ascuas… -pronuncia la esposa en el momento que el hombre ingresa en el ambiente. -¡De película, mujer!... ¡Fue de película! –exclama Camilo, mientras se ubica en la silla. -Bueno… ¿Y? -ello lo inquirió, exasperada. -Yo salí del trabajo… a la hora de siempre… sin problemas… el tránsito tranquilo… calmo para esa hora… Pero va… hasta ahí todo normal –comenzó a narrar Camilo con la mirada fija en los ojos de la esposa, que ya esta se hallaba sentada enfrente, y lo miraba con cara de consternación. -De pronto… ¡No pude creer lo que estaba viendo! Era un enorme toro viniendo en mi dirección… La Vida Como Ella Es

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-¿El qué? -indagó ella sin comprender nada. -Eso mismo mujer, eso mismo -le afirma Camilo, mientras imprime una mirada de pánico a través de sus ojos. -¡Seguro! que hoy vos bebiste –exclama Laura, aun sospechosa por lo que acababa de oír. -¡Te juro que no!... Ya lo vas a ver después, en el noticiero… ¡Es la pura verdad! –afirma Camilo, buscando la comprensión de su compañera. -¡Veremos! Por ahora, mejor que tú continúes con la historia –solicita ella, buscando dejar para más tarde la confirmación de la verdad. -Como te dije… Vi que el toro se venía derechito hacía mi…, con el diablo en los ojos y en el cuerpo…, y yo no sabía si soltaba la moto y salía corriendo…, o trataba de dar la vuelta y escaparme con ella… Son esas dudas que uno tiene que definirlas en cuestión de fracción de segundo… Sino, ¡zas!... ¡Ya es demasiado tarde! –le habló pausadamente Camilo, con una mano sujetando el posillo, mientras con la otra iba haciendo el gesto del trayecto por el cual circulaba en el fatídico momento. -¿Pero como va existir un animal de esos en la ciudad? –Laura afirmó enérgica, sin todavía comprender la historia, y agregó: La Vida Como Ella Es

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-¿De donde salió ese bicho? -Parece que se escapó del matadero… ¿Qué se yo? – anunció Camilo, y continuó la narrativa del infortunado momento. -La verdad, es que yo dudé sobre lo que debería hacer… Esperé hasta último momento, y cuando la descomunal masa de carne y huesos se me venía encima en desenfrenada carrera…, desperté de mi estupor y salté… Largué la moto a un lado y me tiré para el otro, tratando de correr… -prosiguió diciendo él, recordando los momentos de pavor que te tocó pasar. -¡Te juro! que no fue por la moto… Pero me dio un blanco mental… Me quedé helado… Petrificado, cuando vi esa cosa enorme… negra… corriendo desenfrenada por el asfalto…, derecho hacía mí. -¿Y qué pasó? -Segundos después… la alimaña cabeceó la moto y la hizo volar por los aires… Y continuó como si nada en su atropellada carrera, justo para el lugar donde se había apostado la policía –relató Camilo, con expresión de desazón por el desagradable hecho. -¿Pero cómo llegó hasta ahí?... ¿Por qué no lo pararon antes? –indagó la esposa, recelosa por lo que acababa de escuchar. La Vida Como Ella Es

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-Lo venían corriendo desde hacía rato… Parece que ya había atropellado a unos agentes, que antes habían intentado cerrarle el paso en otro lugar… y el propio movimiento de vehículos acabó por enfurecerlo más… ¡Por suerte! todo terminó bien… Al menos para nosotros – terminó por comentar aliviado, por haberse zafado casi ileso del entrevero. -¿Y el pobre animal?... ¿Qué le pasó? –preguntó Laura, angustiada por lo que pudo haberle pasado al toro. -Después… lo mataron de un tiro –dijo categórico, tajante. -¿Por qué?... ¡Pobre! -¡Pobre nada!... Estaba loco… con el diablo en el cuerpo… reventando todo y a todos… Y porque se metió en el jardín de una casona y empezó a romper todo otra vez -aseveró, como intentando perdonar a los agresores y culpara la irracionalidad del animal. -Pero lo hubiesen enlazado… Podrían haberlo agarrado de alguna forma más humana… -comentó ella, saliendo en defensa del bicho y cuestionando el porqué, de haberlo sacrificado a balazos. -Dijeron que tenían miedo… No ellos… Miedo de que, en su locura…, escapase nuevamente y terminase matando a una persona… No te olvides que ya había La Vida Como Ella Es

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herido a tres… fuera de las otras atrocidades que hizo por el camino –buscó definir el hombre, concordando de pleno por la actitud tomada por los justicieros. -¡Bueno! por suerte todo terminó bien contigo… Ahora andá a bañarte y cambiate la ropa… ¡que esa! no da ni para zurcir –indicó Laura, ya previendo el destino que tendría la vestimenta que el marido estaba usando. -¿Y la moto? –preguntó de pronto la esposa. -¡Está allí! Un poco abollada… Pero nada demás.

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Nota del Autor La reunión de un conjunto de fábulas aquí relatadas tiene origen en la ficción del autor de la obra, que buscó por intermedio de ellas narrar los instantes frugales de lo frecuente de la vida popular, inventando los personajes y las historias que envolvieron las alegorías del libro. No se puede considerar una responsabilidad del escritor, que algunas semejanzas, sean estas en parte o en un todo, al ser encontradas por el lector, lo identifiquen a éste con los hechos narrados en el decorrer de los cuentos. Entretanto, es posible que frecuentemente algunas personas ya tengan vivenciado acontecimientos similares, o posean una relativa analogía con la descripción física de algún individuo de la ficción. Sin embargo, debemos considerar que al ser parte integrante de una sociedad diversificada, esas mismas personas estén sometidas a su oculta comparación con los hechos de la vida.

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BIOGRAFÍA DEL AUTOR Nombre: País de origen: Fecha de nacimiento: Ciudad:

Carlos Guillermo Basáñez Delfante República Oriental del Uruguay 10 de Febrero de 1949 Montevideo

Nivel educacional:

Cursó primer nivel escolar y secundario en el Instituto Sagrado Corazón. Efectuó preparatorio de Notariado en el Instituto Nocturno de Montevideo y dio inicio a estudios universitarios en la Facultad de Derecho en Uruguay. Participó de diversos cursos técnicos y seminarios en Argentina, Brasil, México y Estados Unidos. Experiencia profesional: Trabajó durante 26 años en Pepsico & Cia, donde se retiró como Vicepresidente de Ventas y Distribución, y posteriormente, 15 años en su propia empresa. Realizó para Pepsico consultoría de mercadeo y planificación en los mercados de México, Canadá, República Checa y Polonia. Residencia: Desde 1971, está radicado en Brasil, donde vivió en las ciudades de Río de Janeiro, Recife y São Paulo. Actualmente mantiene residencia fija en Porto Alegre (Brasil) y ocasionalmente permanece algunos meses al año en Buenos Aires (Rep. Argentina) y en Montevideo (Uruguay). Retórica Literaria: Elaboró el “Manual Básico de Operaciones” en 4 volúmenes en 1983, el “Manual de Entrenamiento para Vendedores” en 1984, confeccionó el “Guía Práctico para Gerentes” en 3 volúmenes en el año 1989. Concibió el “Guía Sistematizado para Administración Gerencial” en 1997 y “El Arte de Vender con Éxito” en 2006. Obras concebidas en

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Obras en Español:

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portugués y para uso interno de la empresa y sus asociados. Principios Básicos del Arte de Vender – 2007 Poemas del Pensamiento – 2007 Cuentos del Cotidiano – 2007 La Tía Cora y otros Cuentos – 2008 Anécdotas de la Vida – 2008 La Vida Como Ella Es – 2008 Flashes Mundanos – 2008 Nimiedades Insólitas – 2009 Crónicas del Blog – 2009 Corazones en Conflicto – 2009 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. II – 2009 Con un Poco de Humor - 2009 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. III – 2009 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. IV – 2009 Humor… una expresión de regocijo 2010 Risa… Un Remedio Infalible – 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. V – 2010 Fobias Entre Delirios – 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VI – 2010 Aguardando el Doctor Garrido – 2010 El Velorio de Nicanor – 2010 La Verdadera Historia de Pulgarcito 2010 Misterios en Piedras Verdes - 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VII – 2010 Una Flor Blanca en el Cardal - 2011 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VIII – 2011 ¿Es Posible Ejercer un Buen Liderazgo? 2011 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. IX – 2011 Página 184


Los Cuentos de Neiva, la Peluquera 2012 El Viaje Hacia el Real de San Felipe 2012 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. X – 2012 Logogrifos en el vagón del The Ghan 2012 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. XI – 2012 El Sagaz Teniente Alférez José Cavalheiro Leite - 2012 El Maldito Tesoro de la Fragata - 2013 Carretas del Espectro - 2013 Los Piratas del Lord Clive - 2013 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. XII – 2013 Apócrifos del Génesis - 2013 Representación en la red: Blogs:

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