Logogrifos el el Vagón del The Ghan

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habitantes del lejano Oriente con el mismo fin, aunque la mezclaban con la hoja del betel y con la cal resultante del molido de las conchas de ciertos moluscos. Y con aquel útil mejunje se obtenía lo que ellos llamaban “buyo”… -¿Lo qué? Preguntó Snobiño abriendo sus ojos en demasía. -Era una especie de potingue que se asemejaría más a un chicle masticable que permitía mantener los dientes limpios, blancos y relucientes, y alejaba el mal aliento. No en tanto, también las tribus negras del Alto Nilo emplearon y emplean hoy un peculiar dentífrico: las cenizas resultantes de la quema del excremento de vaca, con lo que obtienen la reluciente blancura de sus dientes. -¡Ahijuna, que sí! -dije en medio de una soberbia carcajada-. No sé si usted sabe, pero este urubú sin plumas de mi lacayo, una vez se pasó albayalde para blanquear el rostro. No dudo que también esté utilizando su orina para mantener los dientes tan albos. ¿Fíjese si lo que le digo no es verdad, mi estimado colega? Mírele la boca. Verá que tiene los caninos tan níveos como la nieve. -Mencioné entre risas, al tiempo que mi lacayo me fusilaba con su mirada y Salvo dejaba escapar una risa contenida. -Usted me sorprende cada vez más, don Herculano. Hay veces que se sale con cada cosa, que me causa gracia su espontaneidad. Pero como estábamos Logogrifos en el Vagón del “The Ghan”

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